domingo, 29 de mayo de 2011

Juana de Arco – parte 3


Juana de Arco es atrapada y enjuiciada

Fue en el asedio a Compiègne donde Juana de Arco comenzaría la última aventura de su vida. Capturada por los Borgundios en pleno asedio, Juana de Arco fue vendida a los ingleses. Se dice que el Delfín hizo todo lo posible por salvarla, pero es dudoso debido también al cause diplomático que iba tomando la guerra, en donde Juana de Arco no encajaba e incluso dificultaba.

Ya en poder de los ingleses, Juana de Arco fue acusada de herejía y todos los hechos que hasta ese momento le habían sido favorables fueron tornados en su contra en Rouen, en un proceso inquisitorial: las voces que oía en su cabeza fueron atribuídas al demonio, se le cuestionó su posición en el campo de batalla, su vestimenta de hombre, sus alucinaciones y durante una breve temporada fue interrogada tratando de encontrar alguna contradicción o algún hueco que demostrara su papel como hechicera.

Se dice que el proceso al cual fue sometida Juana de Arco estuvo lleno de irregularidades, muchas de ellas seguramente provocadas por los ingleses quienes debían de hacerla parecer una figura maligna, bruja herética adoradora del diablo para que sus tropas no temieran combatir a quienes habían probado que dios estaba de su lado, ya que la reputación de Juana de Arco, había superado las fronteras francesas y estaba estaba sembrando la desconfianza y el temor en el ejército inglés. Entre las irregularidades del juicio se encuentra el no haber podido apelar al papa para que revisara su caso.

Juana de Arco es convertida en Mártir

Durante el proceso inquisitorial, Juana de Arco siguió atrayendo motivos para desprestigiarla, como el ser encontrada vestida de hombre en su celda y fue encontrada culpaple de herejía y sentenciada a la muerte en la hoguera. Juana de Arco llegó a arrepentirse de que sus afirmaciones eran de origen divino y pudo cambiar su sentencia por la de cadena perpetua, sin embargo al reflexionar de lo ocurrido volvió a afirmar que todo era legítimo y de origen divino, por lo cual la anterior sentencia aplicó.

La hoguera en que Juana de Arco fue quemada fue arreglada de manera que su muerte fuera más lenta y dolorosa; se dice que incluso el verdugo estaba en desacuerdo con tal medida. Juana de Arco murió entre gritos y rezos a Jesús, a los 19 años el 30 de Mayo de 1431, fecha que se recordará por siempre, pues es celebrada en su nombre en Francia.

Casi dos décadas más tarde, Carlos VII usó su influencia para revisar el proceso de Juana de Arco y fue rehabilitada por el papa Calixto III. En 1909 Juana de Arco fue beatificada y canonizada en 1920, año en que fue proclamada la patrona de Francia y celebrada como heroína nacional y unificadora del pueblo francés, papel que realmente desempeñó en su tiempo.
Un hecho poco conocido relacionado con su historia es la historia de su compañero de armas Gilles de Rais, quien fue encontrado culpable confeso del asesinato brutal de cientos de niños después de sus aventuras guerreras al lado de Juana de arco.


Juana de Arco – parte 2


Juana de Arco comanda los ejércitos franceses

Juana de Arco actuó en consecuencia de las voces que oía en su cabeza al tratar de unirse al ejército por medio de Baudricourt, quien la rechazó creyendo que se trataba de algún juego sin importancia. Posteriormente, cuando la situación francesa se agravó con el asedio de Orleans, el delfín fue obligado a refugiarse en Chinón; Juana de Arco pidió por segunda ocasión a Boudricourt que la llevara con el delfín: "Mi Señor, a quien pertenece el reino de Francia, me ha ordenado que llegue hasta el Delfín para que lo haga consagrar y ser rey, a despecho de sus enemigos." Así, Juana de Arco pudo entrevistarse con el delfín, a quien reveló su divina tarea, no sin suficientes pruebas que respaldaran el origen divino de sus actos, como el de salir airosa en un engaño al hacer pasar a otro por el Delfín o hacerla examinar por varios teólogos que pusieran a prueba sus convicciones.

Habiendo superado todas las pruebas y con Francia en una situación desesperada, el Delfín decide confiar en Juana de Arco y le otorga el comando de un ejército de 5,000 hombres con el cuál logra poner fin al asedio de Orleans y empujar a los ingleses al Norte, al tiempo que su fama y prestigio aumenta despertando verdadera devoción entre la población francesa, quien ya la ven como salvadora. Juana de Arco siempre combatía en primera línea y sufrió varias heridas durante sus batallas; además, sólo partaba un estandarte con la imagen de Jesús y María.

Después del éxito de Orléans, Juana de Arco quiso coronar inmediatamente al Delfín en Reims, sin embargo, esto se demoró por mérito de sus consejeros. Sólo cuando Juana de Arco obtuvo un éxito decisivo contra Talbot -uno de los comandantes ingleses más notorios- en Patay, el Delfín sería conducido a Reims y coronado como rey de Francia en la catedral.

Se dice que luego de esto, Juana de Arco quiso retirarse pues su misión estaba cumplida; sin embargo el fervor popular la hicieron seguir adelante en ofensivas cuyo resultado fue desastrozo debido al pobre apoyo prestado por el Delfín, quien era aconsejado contra Juana de Arco por figuras cercanas a él que la envidiaba y temían que su figura llegara a tener demasiado poder e influencia. Por un lado el ataque a París fue llevado a cabo sin el soporte de suficientes fuerzas armadas. Poco después vendría el ataque que marcaría el inicio del fín para Juana de Arco.

Juana de Arco – parte 1



Juana de arco se encuentra en el selecto grupo de personajes que en sus épocas salvaron a su nación de una conquista inminente. Sin embargo, el caso de Juana de Arco es todavía más sorprendente debido a las condiciones en que se dio su lucha contra las fuerzas invasoras inglesas: era mujer en una estructura militar dominada por hombres, la corta edad a la que se unió al ejército, el motivo por el cuál se le fue dado el mando del ejército fue de carácter milagroso; aludiendo a su designación divina como defensora de Francia cuya misión era coronar al rey Carlos "El Delfín" en Reims y su trágico final como mártir a manos de los ingleses.

Juana de Arco y la guerra de los cien años

Juana de Arco nació en medio de un conflicto armado entre Francia e Inglaterra conocido como guerra de los cien años, que en realidad duró 116. El conflicto se había originado por un desacuerdo de sucesión donde el rey inglés Eduardo III (de los Plantagenet) pretendía ocupar el trono francés alegando que su madre Isabel de Francia era hermana del último rey francés (de los Capetos) Carlos IV, quien murió en 1328 sin descendientes aspirantes a la corona; los franceses por otro lado argumentaban que la corona no podía heredarse por línea femenina y cedieron el trono a Felipe VI, primo del fallecido rey. Más aún, existía un interés más profundo en los feudos que Inglaterra mantenía en Francia, donde poco a poco la influencia inglesa mengüaba cada vez más.

Juventud de Juana de Arco

Juana de Arco nació en Domremy, un poblado humilde al este de Francia en una familia campesina acomodada, aproximadamente en el año 1412. El nombre de su padre era Jaime de Arco; su hija Juana de Arco creció en el campo y no sabía leer ni escribir; sin embargo recibió de su madre una instrucción religiosa que le permitió desarrollar su fé en el cristianismo. Se dice que durante este período Juana de Arco era apreciada por la comunidad por ser una niña muy devota y amable, quien se confesaba cada que podía y cuya meta era no cometer ningún pecado.

Las voces de Juana de Arco

A los 13 años, Juana de Arco comenzó a escuchar voces en su cabeza que al principio ignoró pero que tiempo después se volvieron cada vez más insistentes hasta el punto de hacerla tomar acción en consecuencia de ellas. Se dice que al principio las voces la incitaban a ser buena y llevar una vida devota y piadosa, y con el tiempo también le dictaron que su misión era comandar al ejército Francés en batalla, ayudar a Carlos VI "El delfín" a coronarse en Reims, y expulsar a los ingleses de territorio francés. Las voces de Juana de Arco a menudo se complementaban con visiones del arcángel Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita, a quienes se les atribuyen.

viernes, 27 de mayo de 2011

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 6


Se le ha imputado a la poesía de Almafuerte una excesiva ampulosidad y un estilo melodramático y declamatorio. Quienes así opinan lo hacen por ignorancia, porque no toman en cuenta que Almafuerte nunca escribió para que sus versos se convirtieran en letra muerta, perdida entre las páginas de un viejo libro. Almafuerte escribía sus poemas para recitarlos frente a multitudes, es decir que la poesía almafuertiana es, en realidad, un ejercicio de oratoria y retórica, aunque poéticamente perfecta en rima, métrica, técnica y estilo.
Aprendió elocuencia (y aprendieron de él, cómo no) de eximios oradores políticos de su época. Leandro N. Alem y Aristóbulo del Valle arengaban a las masas con el mismo exacto estilo con que Almafuerte elaboraba poemas.

Hay entre la equidad y la Justicia,
nada más que una feble sutileza...
¡Y entre la Caridad y la Pureza
un abismo sin fondo de inmundicia!

Pero él fue superior. Aquéllos eran políticos que buscaban el poder. La voz de Almafuerte era la del predicador que jamás hizo concesiones ni dio ni pidió cuartel, del hombre hosco, del luchador por los derechos ajenos rígido e inflexible, del descreído del amor porque el amor le había sido negado desde un principio.
A pesar de haber publicado en vida sólo dos libros (la mayoría de sus poesías son póstumas), esas escasas páginas alcanzaron para ganarle la admiración de Jorge Luis Borges o de Rubén Darío, entre otros.

En la ciudad de Trenque Lauquen se conservan los libros que pertenecieron a Almafuerte, en la casa que habitó durante su paso por allí como maestro. En su pequeño cuarto, alumbrado a querosén, nacieron Jesús, Mi alma, Espigas... Sobre esa época, el maestro escribió: "Los dos años que ejercí el magisterio en Trenque Lauquen me llenan de una satisfacción inefable... Todo lo poco que sé y que pudiera serles útil, lo desparramé sobre aquellas cabezas a plenas manos, lleno de un afán por el bien ajeno que es muy posible no vuelva a sentir jamás, porque nadie es heroico siempre y ninguna exaltación de sentimientos es duradera.". El fin de esos dos años fue el decreto de cesantía.

Fue poco lo que estuvo entre nosotros, pero gigantesco su legado. Humildad, extrema pobreza, austeridad y entrega total fueron sus leyes inflexibles, sacerdotales, hieráticas. Y las cumplió, sin detenerse pero sin salirse de su camino.

Y el Sol, el padre Sol, el raudo foco
que lo fomenta todo en la Natura,
por fecundar los Polos no se apura
ni se desvía un ápice tampoco.


Así lo hizo, también, el poeta. Su cuerpo estuvo en este mundo 62 años, pero su poesía y sus elevados ideales vivirán para siempre.
El Gobierno lo nombró Maestro. Nosotros lo llamamos, simplemente, "Padre".

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Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 5


Por regla general, su insistencia, su metálica voz de clarín, tenía éxito en sus reclamos. Ante cualquier cuestionamiento, el "pedigüeño" respondía invariablemente que nunca, jamás, en toda su vida, había pedido algo para él, sino para los pobres. Y era verdad, y por eso lo escuchaban.

El hombre que nunca había pedido nada para él, nunca recibió, tampoco, nada de nadie. En su vejez, se vio obligado a sobrevivir a su extrema miseria en una humilde casita de la calle 66 nº 530 en la ciudad de La Plata, capital de Buenos Aires. Su soledad, la miseria y las privaciones fueron minando su salud, y lentamente se hizo alcohólico. Cayó poco a poco en cada vez más frecuentes crisis depresivas, pero, aún en medio de tanto sufrimiento, sintió el deseo de completar su obra con el único sacrificio que le restaba por ofrendar: la paternidad. El hombre, solo y derrengado, culminó su contribución adoptando cinco niños menesterosos, que, con más autoridad que nadie, le endulzaron los oídos amargos con la palabra "papá", que el viejo poeta jamás había escuchado de boca de nadie.

Pero era el padre de todos. Sarmiento dijo de él una vez: "¿Que le han prohibido enseñar? Pues les notifico que Almafuerte fue quien nos enseñó a enseñar...".

Mientras tanto, Almafuerte se abrigaba, en el intenso frío del invierno, con el único trapo que él deseaba lo envolviera y lo acunara con su contacto... Una vieja y raída bandera argentina.
En 1916 el agotamiento y las horribles privaciones comenzaron a destruir al paladín de los humildes. El agotamiento físico llevó a una esclerosis renal que apagó su vida luminosa como un viento determina la muerte de una llama. El 28 de febrero de 1917, Almafuerte se fue.

Pero no para siempre. Todo lo contrario. Almafuerte vive aún, vive en la fuerza y el nervio de sus versos, en su afán combativo, justiciero, de predicador proscripto, de profeta negado por los poderes pero escuchado por las masas, por la "chusma sagrada", por "sus hijitos".

Yo tuve la tendencia, la costumbre,
de poner mi saliva en las montañas;
pero les dí sin pena mis entrañas,
cada vez que dejaron de ser cumbre.

Cincuenta y siete años después de la muerte de Almafuerte, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires lo declaró Maestro Honoris Causa, otorgándole por fin el título que nunca tuvo en vida y que se convirtió en su sueño más preciado. Derogó también el decreto que en su juventud le había prohibido continuar con la enseñanza.
Almafuerte vivió la lucha: siendo pacífico, su combate fue contra la injusticia, la exclusión social, la mezquindad humana y la miseria de espíritu. Almafuerte es el primer verdadero poeta social de la Argentina, y acaso uno de los más perfectos:

Comezón de vivir, de ser siempre,
¡de escalar de una vez la montaña!
¿Quién os puso en la sangre? ¿Qué objeto
tendrán los deseos, tendrá la esperanza?

No sólo vivió la lucha, sino que la plasmó en versos como éstos, o como los Siete Sonetos Medicinales, un himno a la refriega, a la voluntad y a la lucha contra la desesperanza.

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 4


Había, empero, gente que lo apoyaba. Sarmiento había sido uno. Su amigo, el poeta salteño Joaquín Castellanos, fue otro. A instancias de éste último, Almafuerte fue nombrado Prosecretario de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. De inmediato se abocó Almafuerte a la organización del Archivo Histórico de la Legislatura, aprovechando su tiempo libre en escribir su extenso poema Jesús.
Pero su capacidad oratoria lo traicionó, y la política, una vez más, lo dejó de lado. Le quitaron su empleo los deleznables politiqueros de turno:

Los hijos de la Sombra y el Prostíbulo,
mienten la compasión, no se redimen:
nacieron con el síntoma del Crimen,
y el fervor inefable del Patíbulo.
Como la herida que se cierra en falso,
cualquier choque fortuito los encona:
anhelan, como el genio, una corona,
su Hospital, su Presidio y su Cadalso.
Y el Mal es mal: lo mísero, lo inmundo,
lo formado de pústulas y lamas,
debe rodar al centro de las llamas
para salvar de su contagio al mundo.

Con motivo de las elecciones de 1904, Almafuerte pronunció un encendido discurso a favor del candidato Marcos Avellaneda, pero quiso el destino que ganara Quintana. En venganza por haber apoyado al derrotado, el poeta fue destituído de inmediato.

Tú caerás en la sombra; y el Ser Nuevo
no ha de pensar que fue tu desarrollo,
con la suma sapiencia con que un pollo
rompe y olvida la prisión del huevo.

Una vez más Almafuerte se volvió introspectivo, solitario y hosco. Se recluyó a escribir y se desligó totalmente de la política y las funciones públicas, harto de ser tildado de machista y de misógino. Defendiéndose de estas por demás injustas acusaciones, dijo en un discurso en el Teatro Odeón de Buenos Aires, ante una multitud femenina que lo admiraba: "Es ya pública voz y forma que el viejo Almafuerte no amó ni ama a la mujer, pero el viejo Almafuerte carga con esa cruz como con cualquier otra, y hace su jornada sin dar a la calumnia otra respuesta que una vida más ponderada, que un alma mejor, dentro de lo posible y a veces dentro de lo imposible. Porque amé y amo a la mujer en lo sano y en lo limpio...".

Almafuerte sintió por esta época que los únicos que merecían su esfuerzo eran los pobres, los miserables, los enfermos, los ignorantes, y a ellos se volcó de modo definitivo.

Pero la admiración por su poesía era cada vez mayor. Las masas se sentían identificadas con él, con el poeta cultísimo, ampliamente cultivado, capaz de escribir versos técnicamente perfectos y llenos de sangre y de pasión, donde hablaba de él mismo, de ellos, porque era uno de ellos, era pobre de toda pobreza, carente de toda carencia, humilde de toda humildad. Pedro era sanguíneo, fogoso y estaba de su lado. Del lado de él. Del lado de ellos. De nuestro lado.

No me causa pavor, ni me difama,
envolver con mi llanto tu persona:
no soy el Cristo-Dios, que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor: soy el que te ama!

Un periodista que presenció algunas lecturas de Almafuerte en un teatro, escribió, veinte años después: "La potencia de exaltación lírica contenida en esos versos, sólo en la voz y en la pujanza del autor podía desencadenarse con semejante expansión tribunalicia. Aquellos versos apostrofaban, condenaban, zaherían, renegaban, enaltecían y despreciaban con una fuerza de pasión verdaderamente conturbadora".

Almafuerte escribió miles de cartas a los poderosos de turno solicitando alimentos, trabajo, vivienda, educación, medicamentos, becas o subsidios para su "chusma sagrada", para sus niños, para los alumnos -muchos de ellos décadas mayores que el poeta- a los que invariablemente llamaba "mis hijitos". Fueron miles, decenas de miles, los "hijitos" de este hombre encerrado, soltero, solitario, olvidado, pobre hasta el último extremo, sujeto a todas las injusticias...

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 3


Cuando la Revolución del Parque (orientada por el radicalismo) de 1890, Almafuerte se identificó con los ideales libertarios de Alem y con los orígenes revolucionarios de ese movimiento. Pero la violencia de los levantamientos armados que originó pronto lo desengañaron. A partir de entonces, divorciado completamente de la política, Almafuerte confió sólo en las reservas morales del ser humano y nunca más en los cotilleos de comité.

Confiar en la moral, confiar en el Hombre, confiar en el pueblo. Pero para eso había que ayudar a ese pueblo, a ese Hombre, a esa moral. Y la manera que Almafuerte encontró para lograrlo fue extremar su esfuerzo como maestro. La mala situación del pueblo pobre (la "Chusma Sagrada", le gustaba decir) sólo podía ser revertida a través de la educación, en línea con la idea sarmientina. Las escuelas rurales de Buenos Aires, Salto, Chacabuco, Mercedes y Trenque Lauquen lo vieron extenuarse tras horas y horas de clases ininterrumpidas.
En aulas precarias, en simples taperas, Palacios enseñaba las primeras letras, recitaba poemas, transmitía los rudimentos de la matemática a grupos de niños rurales, hijos de peones, hambreados, castigados, excluídos, ignorantes, analfabetos, con una dedicación y una obsesividad fanáticas, indetenibles, interminables. Pero no concluía ahí su labor, en la simple pasividad del transmisor de datos fríos.
Conocía instintivamente las técnicas para estimular la creatividad de los alumnos, los guiaba hacia la investigación, los incentivaba a buscar el saber, los estimulaba a sentir la sed inagotable de conocimiento que él mismo sentía. Enseñaba Ciencias y Geografía a campo abierto ("en el lugar de los hechos", escribió). Su método docente obligaba al alumno a observar la naturaleza y deducir de esa observación las leyes que la regían.

No contento con esto, extendió su campo de acción: pedía a los niños que trajeran a sus padres a estudiar. Y tuvo un éxito inconcebible: los cursos que dictaba Almafuerte comenzaban con no más de diez o quince alumnos, para, al promediar el año, verse colmados por doscientos o trescientos educandos de todas las edades.
Pero, en 1896, por razones políticas (o más bien por falta de ellas, ya que su actitud individualista e independiente irritaba a todos), el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires encontró la manera de silenciar a Almafuerte, al menos en las aulas: el gran maestro no contaba con un título oficial habilitante. Descubrirlo enseñando a los pobres en Trenque Lauquen y prohibirle ponerse al frente de una clase fue todo uno, una de las más grandes injusticias de la historia argentina.

Pero Almafuerte, fiel a su nombre, no cejó. Redobló su labor dialéctica y poética, siguió enseñando en forma privada, defendiendo el rol del docente, exaltando la cultura, trabajando por los pobres.

jueves, 26 de mayo de 2011

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 2



A los 16 años, sin tener siquiera el título de maestro, pero provisto de una larga experiencia al frente de las clases, Almafuerte es nombrado director de una escuelita rural en Chacabuco, en la campaña bonaerense. Esta precocidad lo emparenta con nuestro maestro máximo, Domingo Faustino Sarmiento, a quien pudo conocer, por fin, en la misma Chacabuco en 1884.

Por esos tiempos despierta la necesidad de expresar en poesía todos sus sentimientos: siendo un autor completamente autodidacta, resulta casi imposible clasificarlo dentro de las corrientes literarias de su época, aunque el conocedor descubrirá la voz y la técnica de José de Espronceda tras la garganta y la pluma de Almafuerte.

Cuando Almafuerte cumplió 20 años, el diario Tribuna publicó su primer poema: Olvídate de mí. En 1875 fue Pobre Teresa, una obra de teatro en cuatro actos, escrita en verso. Con el ímpetu de esos pequeños primeros logros, el poeta continuó publicando en medios de mínima o regular tirada: La Ondina de Plata, El Álbum del Hogar, Caras y Caretas y La Biblioteca.

Pero la gran difusión del nombre y la obra de Almafuerte aún estaban por venir: en 1893, el importantísimo diario argentino (hoy día el segundo en circulación) La Nación, publicó su poema ?, que incluímos en el número de nuestro Boletín que se incluye en el enlace del título. ? levantó una polémica tan grande que se discutió, en su momento, hasta en el diario El Globo de Madrid.

Almafuerte fue un orador que prefería componer poesías a declamar ideales. Su ideología era libertaria e inflexible, claramente inspirada en las de la Revolución de 1810 (Libertad de Argentina con respecto a España), la Declaración de la Independencia (1816) y la Organización Nacional de 1853. Periodista desde los 20 años, escribió en el diario Buenos Aires, fue secretario de redacción de El Oeste de la ciudad de Mercedes, dirigió el diario El Pueblo y fundó El Progreso en Chacabuco. También fue periodista en La Plata, desde donde combatió ácidamente al gobierno argentino.
Según sus propias palabras: "Puse en aquella violentísima hoja toda mi sinceridad y buenas intenciones. A este Gobierno le entregué mi reputación y mi cerebro todos los días, todas las horas del día. No saqué de él ni provecho pecunario, ni provecho político, sino una enorme cosecha de odios y de envidias...".

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 1



El pasado 13 de mayo habría cumplido años el más grande poeta argentino de todos los tiempos: Almafuerte.

Nació en San Justo, un suburbio de clase media-baja del oeste de la ciudad de Buenos Aires, en 1854, y su verdadero nombre era Pedro Bonifacio Palacios.
Su primer dolor, como él mismo afirmó, fue la muerte de su madre, cuando Almafuerte contaba tán sólo cinco años de edad. El segundo, decimos nosotros, fue la actitud de su padre, que abandonó al poeta y a sus hermanitos poco tiempo después. El pequeño Pedro recaló, entonces, en casa de una tía, a cuyos cuidados quedó.

El tercer dolor, aquél que moldearía su personalidad, su carácter y sus ideas, pudo haber sido la pérdida de su bienamada, la cual, según cuentan, lo abandonó para casarse con otro. Algunos biógrafos encuentran en este episodio la raíz del modo hosco y huraño con que Palacios se relacionó con las mujeres durante todo el resto de su vida. Acaso recordando el amor perdido escribiría, en su amado Chacabuco de 1880:

¡Y te haré de mi gloria una diadema,
de mi mente una túnica de grana,
de laureles y aplausos una alfombra,
de mi pecho y mi sangre una muralla
porque yo tengo
virtud en mi alma,
para llenar de admiración los orbes
si una mirada tuya me lo manda!

Pero queda aún un cuarto golpe. En medio de la extrema pobreza en la que creció y vivió, la ilusión de Almafuerte no se orientaba en aquellos tiempos a la poesía, sino a las artes plásticas. Quería ser pintor, y estaba dotado para ello. En vista de su imposibilidad económica de viajar (en aquellos tiempos, como hoy, París era la Meca de los pintores y estudiantes de arte), la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires propuso a Almafuerte como candidato para una beca que le permitiera viajar a Europa y perfeccionarse.
Sin embargo, la Cámara de Senadores se la negó, aduciendo que el joven Pedro "bien podía formarse pictóricamente en el país". La frustración que esta negativa le provocó profundizó su disgusto de la política, su desconfianza hacia los partidos y una fiera visión crítica que volcaría, más tarde, en muchos de sus escritos.

Almafuerte adolescente, pobre y sin recursos, comenzó a trabajar en la misma escuela donde había seguido la enseñanza básica. Fue preceptor, maestro de dibujo y profesor de declamación. La vocación docente ya estaba en su alma, y nunca lo abandonaría.

sábado, 21 de mayo de 2011

Discurso Perón 1955 luego de los bombardeos golpistas




Discurso del General Perón luego de los bombardeos genocidas del 16 de junio de 1955 sobre la plaza de Mayo, donde murieron 355 personas.

lunes, 16 de mayo de 2011

Presentan el relato más antiguo de la batalla de la Vuelta de Obligado

Ese dia amaneció con una neblina mui cerrada que no se podia distinguir y la Escuadra aliada se arrimó todo lo que pudo”.

Con esa descripción, escrita con clarísima y hermosa caligrafía, el teniente coronel Nicanor Lescano comenzó a relatar, hace unos 140 años, la crónica de la batalla de la Vuelta de Obligado, en la cual participó. Conservado por sus descendientes junto con otros escritos, el documento sería la primera narración del combate naval.

Nacido en Buenos Aires el 9 de enero de 1816, Lescano sirvió al Ejército durante 54 años, 10 meses y 4 días. Puso el cuerpo en varios hechos definitorios de la historia argentina. Combatió en la batalla de Pavón, estuvo en el bloqueo a Montevideo, participó en la batalla de Caseros, intervino en la de Cepeda, y actuó en la Campaña al Desierto.
Los años que pasó asentado en el norte de la provincia de Buenos Aires lo acercaron a doña Felisa Acosta, con quien se casó en San Pedro el 27 de abril de 1869. Tenía 50 años, y su esposa, 28.

Ya estaba achacoso y pensando en el retiro cuando comenzó a redactar sus memorias. A lo largo de 16 cuadernos registró, con prolijidad infrecuente, detalles y anécdotas de los hechos en los que había participado; y también de otros de los que había recibido información por testigos, compañeros y camaradas de armas.

Los cuadernos fueron atesorados por sus descendientes, de generación en generación, hasta llegar a las manos del doctor Sebastián Olmedo Barrios, tataranieto por parte de madre de Nicanor Lescano.

Barrios, quien vive en La Plata, había tomado conocimiento de la recuperación histórica encarada desde el Museo de Sitio “Batalla de Obligado” por el Grupo Conservacionista de Fósiles (GCF), entidad de la ciudad de San Pedro dedicada a la puesta en valor de temáticas culturales.
Decidió entonces poner a su consideración el análisis de los cuadernos. Los relatos de Lescano fueron leídos cuidadosamente, hasta que en el cuaderno 11 se encontró una detallada narración de la batalla de Obligado, que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1845. Los documentos serán presentados públicamente hoy en San Pedro, por el director de Cultura del municipio, José Luis Aguilar, quien también integra el GCF.

Lescano, entonces capitán, era unitario; cuando lo nombra, habla siempre de “el tirano Rosas” . Sin embargo, reivindica su decisión de intentar frenar el avance de “la Escuadra aliada” , como llama a la flota de barcos ingleses y franceses que, con la excusa de derrocar a Rosas, pretendían convertir al Paraná en un río de libre navegación con fines comerciales, e independizar y fundar la “República de la Mesopotamia”.

Encomendó esa misión a su cuñado, el general Lucio N. Mansilla –al que Lescano registra como Mancilla, como él mismo firmaba–, quien mandó tender de orilla a orilla tres gruesas cadenas en el punto más estrecho del río. El primer emplazamiento fue el Paso del Tonelero, pero una tormenta desarmó la instalación, y se volvió a montarla en el paraje Vuelta de Obligado.

El cuaderno 11 de Lescano revela que, gracias al espionaje, la Escuadra aliada estaba al tanto de las cadenas: “Sabiéndo los Almirantes de las Escuadras aliadas, que el Paraná estaba obstruido por éste aparato, hicieron un esperimento en Montevideo, para ver cual de las dos naciones cortaria primero las 3 ó 4 cadenas”.

“Se hizo este esperimento en el muelle el 31 de Octubre d 1.845; se tiró á la suerte quien debia ir primero á cortar las cadenas.” “Por la suerte le tocó al Inglés y las cortó en 7 minutos; en seguida fué el francés y las cortó en 5 minutos; así fue que al francés le cupo la gloria de ser el primero en ir á cortar las cadenas.” “Tuvo de tirarse á la suerte porque estas dos naciones cada una queria ser la primera en cortar las cadenas.” Lescano enumera buque por buque la formación de la flota enemiga, y confirma los tres intentos para liberar el cauce del río. Detalla las serias averías que les produce la artillería de Mansilla; pero no oculta las bajas propias, causadas por un armamento mucho más poderoso, que describe como “un terrible y espantoso fuego en descargas de bala raza, bombas, granadas y metralla” . Caían “como gotas de agua –relata–.

Quedó el monte arrasado completamente” . La crónica también incluye otros episodios de la llamada Guerra del Paraná, en la que la escuadra invasora terminó retirándose, por los daños sufridos.

El capitán elogia con emoción a las tropas argentinas: “Ese dia se portaron los soldados argentinos como verdaderos leones; éstos bravos soldados probaron ese dia que eran hijos de titanes y se portaron a la altura de sus ante-pasados sosteniéndo ese dia un combate tan desigual” .


El pesado costo para la población

Pesados impuestos y confiscaciones fueron impuestos a la población para afrontar la defensa de la Confederación Argentina. Ni siquiera el teniente coronel Lescano quedó a salvo: “Yó tambien fui desgraciado en éste comboy, perdí 400 patacones que tenia de mis ahorros y que los habia juntado con tanto trabajo.” “Se los habia dado al comerciante D. Tomás Risso y éste perdió dos buques en ésta empresa, uno en Costa Brava y otro en las baterias de “San Lorenzo”.

“Risso hizo un llamado de acreedores y nos abonó el 12 por ciento que nos contentamos con ésto por no perderlo todo”.



domingo, 8 de mayo de 2011

La calle Florida hacia 1885 – parte 2


Un corso

Aquello parecía un corso: larga fila de carruajes lujosos tirados por caballos de raza, algunos improvisados, salidos ayer del caos de la fortuna, arrastrando a sus felices dueños repantigados en sus asientos, como si toda la vida hubieran gozado de la bienaventuranza; otros revelando a los primeros su alcurnia, sus generaciones de carricoches y de antepasados retirados a la vida del campo, con sus remiendos y achaques.

Las vidrieras de las casas de negocio ostentaban sus mejores objetos, como para aguzar la codicia de poseerlos y sublevar los bolsillos del transeúnte.

Brillantes y joyas

Había en un escaparate adornado como un altar, un puñado de brillantes sueltos, sin engarce, apiñados, transmitiéndose el brillo; piedras riquísimas, de gran valor, que parecían moverse, tiritando como salidas de un baño. Al verlas así, movedizas por la refracción chispeante de los rayos de luz que se quebraban en sus facetas, se las creería animadas como pescadillos saltones. Un curioso que las contemplaba con avidez, decía sotto voce. “da ganas de comerlas”. Tal vez esos apetitos de Cleopatra aguzaban más su bolsillo que su estómago.

Largas cadenas de perlas, haciendo guirnaldas en sus estuches de peluche, deslustradas, modestas, adheridas, como clavadas a un zafiro de gran tamaño, parecían desprendidas de un turbante y puestas allí para buscar el seno turgente que debían ostentarlas, como el pie de la cenicienta con el zapato de oro.

En seguida, la larga serie de joyas, de bueno o pésimo gusto, salpicadas de trecho en trecho por objetos de arte.

Más allá los tejidos, los brocados, los muebles de gran valor, lo que cuesta un ojo de la cara y parece esperar con impaciencia que lo rescaten de la exhibición: estatuas, bustos, bronces, cerámica, el bazar continuo que todos conocemos, que hemos visto cien veces, y en el que buscamos instintivamente, al pasar, un objeto nuevo, para recrear la vista.

Todo este cúmulo de chucherías y de cosas inútiles, con su cachet aristocrático y la posición mágica con que están colocadas para herir mejor la retina y el bolsillo del paseante.

Corrillos

La concurrencia se había hecho inmensa. Por momentos había que detenerse, porque se hacía difícil el tránsito; las conversaciones eran más animadas y por todas partes no se oía más que hablar del ruidoso descalabro de la Bolsa.

Era la noticia de última hora que había llegado a la calle Florida como el preludio de una catástrofe agigantada por el miedo o por el arrepentimiento de los que habían expuesto su caudal, su crédito y tal vez su pan de cada día en la ruleta disimulada.

Los pequeños músicos y cantores ambulantes

En una esquina, se había formado un corrillo democrático alrededor de dos criaturas pequeñas y harapientas que hacían gemir dos violines, sacando algunas notas de “Caramelo”, entre los sonidos desacordes de sus cuerdas, chillonas como un vidrio raspado con un clavo.

Dos pequeños inmigrantes, venidos de quién sabe dónde, tal vez de vuelta de una gira por el mundo, en busca de fortuna y de las caricias que le niega su hogar errante.

Recibían en ese momento una ovación de aplausos y de centavos, que les arrojaban generosamente los que se deleitaban con la escena, generosidad correspondida con una canción popular que entonaban con vos aguda, y con acompañamiento de violín y de silbidos de los muchachos vendedores de diarios, que miraban a los artistas callejeros como colegas; la pequeña tiple podía contar a lo sumo nueve años; parecía una viejecita con su vestido largo, su delantal hasta el suelo, su pañuelo arrollado sobre el pecho y atado atrás sobre las caderas; flacucha, despeinada, de facciones acentuadas, ojos vivos, grandes, inteligentes, comprimía contra el pecho su violín como a una criatura que se acaricia para que no llore.

Su acompañante no tenía más edad que ella; un muchachito movedizo, despejado, con cierto aire de audacia provocativa dibujada en los rasgos de su fisonomía picaresca; bailaba dentro de su ropa más que holgada, y tan pronto hacía mover rápidamente el arco del violín como atrapaba en el aire una moneda de cobre que sin mirarla sepultaba en su bolsillo, conociendo por el tacto su valor.

Algunas vidrieras empezaban a iluminarse con los focos brillantes de las lamparillas eléctricas, que ponían de relieve la inferioridad de los mecheros de gas con su luz triste y amarillenta.

La tarde empezaba a despedirse perezosamente; la neblina avanzaba por las calles como una gran bocanada de aliento; el viento molesto, frío y húmedo, daba la señal de retirada.

En medio de aquel vocerío, de aquella bulla confusa y animada, de aquel vaivén de personas y de vehículos, vimos pasar rápidamente la figura escuálida de aquel personaje romancesco que encontramos en la Universidad y en el anfiteatro.

Todo el mundo trabajaba, todo el mundo se enriquecía, por todas partes veía palpitar el progreso, el bienestar.

La ciudad se había transformado en diez años. Si durante ese tiempo hubiese estado ausente, al volver, habría abierto la boca hasta las fauces con el asombro del débil que ve un prodigio en cada adelanto.


Benarós, León – Todo es Historia Nº 156, Mayo 1980
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Podestá, Dr. Manuel J. – Irresponsable – Imprenta de la Tribuna Nacional – Buenos Aires (1889).



La calle Florida hacia 1885 – parte 1






La calle Florida tenía un aspecto brillante: el movimiento, el lujo, la ostentación de las cosas y de las gentes, el vaivén de los paseantes, de los desocupados, de los mirones.
A lo largo de las aceras corrían las filas de mujeres hermosas, vestidas lujosamente, tal vez con lujo demasiado ruidoso para salpicarlo en las calles desaseadas; grupoide niñas bellísimas, alegres, frescas, bulliciosas, que conversaban fuerte, dirigiéndose saludos cariñosos de vereda a vereda, como podrían hacerlo en un salón; cortesías correspondidas bien o mal a los “gomosos”, que hacen la moda de los saludos y de las piruetas; cuchicheos mezclados de risas y de indirectas picantes, miradas perdidas, apagadas, rescatadas con sonrisas significativas; la correspondencia en la calle de los que se entienden en la casa, en la hora de la visita, y que no pueden decirse todo lo que quisieran por temor de los que ven y lo adivinan…

Corrillos de empleados que han pasado la piedra pómez y el cepillo áspero para borrar la huella de la tinta de sus dedos afilados, lustrosos, cuidados con esmero; tiesos, cepillados, ajustados a la moda rigurosa, como una llave de precisión, con su bouquet en el ojal, sus bigotes doblados como cuernos y encerados con cosmético perfumado.

Grupos esparcidos en las esquinas, interceptando el paso, haciendo crónica de bailes, de teatros, hablando de la Patti, de Tamagno, de Stagno, de todas esas celebridades del arte, que seducen, que entusiasman con sus notas, y que tal vez se admirarán de encontrarse reunidas en este gran centro, oyendo decir por allá que todavía bailamos en camisa al lado del fogón.

La calle Florida presentaba el aspecto de un salón inmenso, al descubierto, al aire libre; todos los paseantes hablaban fuerte, sin reposo, sin afectación, nuevos grupos se incorporaban a los ya instalados, y como si alguna noticia extraña, inusitada, hubiese producido alarma, no se oía más que exclamaciones de sorpresa, de disgusto.

Algunos se desprendían de la rueda y tomaban la calle por su cuenta, sin reparar en las señoras y en las niñas que habían venido desde media cuadra dando la última mano a un saludo especial y de circunstancia; otros atropellaban sin miramiento al primero que se les cruzaba al paso y, sin pedir disculpa ni darse por entendido de las protestas del contuso, seguían cabizbajos su camino.

La bulla, el movimiento, el cuchicheo, las risas, las exclamaciones de sorpresa, las despedidas estrepitosas, efusivas y de pésame, hacían coro al ruido de carros, carruajes y tramways que cruzaban en distintas direcciones la estrecha calle.

Gato y Mancha – parte 4

La anécdota, de vuelta al pago

Años después de culminada la travesía y de regreso en Argentina, Aimé se llega un día a la Estancia "El Cardal". Viene a visitar a sus amigos, a quienes hace mucho no ve, y con quienes compartió tantos momentos de alegría y sinsabores.
Se baja en la entrada de la estancia, lanza un silbido y al momento se le acercan al trote Gato y Mancha.
Iban al encuentro de su preciado compañero. Aquellos heroicos caballitos criollos no lo habían olvidado...

El viaje final

"El jinete de América descansa con sus amigos" Las cenizas de Aimé Tschiffely reposan con las de Gato y Mancha.


AYACUCHO (De una enviada especial).- La historia del jinete que al lomo de Gato y de Mancha recorrió la geografía americana entre abril de 1925 y septiembre de 1928 para unir Buenos Aires con Nueva York y demostrar la resistencia del caballo argentino no quedó atrapada en las páginas amarillentas de los libros y los diarios.

Aquel educador suizo que vivió su juventud en Inglaterra y conoció las costumbres por boca de Cunningham Graham, que trabó amistad con los hombres de a caballo cuando llegó a nuestro país y encaró el desafío de recorrer 20 naciones de América, volvió a reunirse con sus pingos a 70 años de su hazaña.

Los restos de Aimé Tschiffely, fallecido en 1954, fueron depositados ayer junto a la tumba de sus entrañables Gato y Mancha, para cumplir con su última voluntad.

El acto, realizado por iniciativa de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos y de la familia Solanet, respondió a una carta escrita por Violeta Hume, viuda del jinete, y descubierta recientemente en el archivo de la estancia "El Cardal". (nota de Analía Testa publicada en el Diario "La Nación", el 22 de Febrero de 1998)


http://www.elchenque.com.ar
http://caballospastoreo.galeon.com

sábado, 7 de mayo de 2011

Gato y Mancha – parte 3


Dos años al trote

Cruzaron la cordillera por territorio boliviano, llegaron a los 5.900 metros sobre el nivel del mar en el paso de "El Cóndor" -entre Potosí y Chaliapata (Bolivia)-, surcaron el terrible desierto matacaballo (Perú) y se enfrentaron a las pestes de las húmedas selvas centroamericanas.
Debió cruzar a nado con sus caballos ríos desbordados y hasta pasar por regiones pobladas por bandoleros. Y los tres resistieron.
En más de una ocasión, Tschiffely estuvo a punto de renunciar tanto por él como por Mancha y Gato, pero siempre a tiempo recordó una frase que le había dicho Solanet al entregarle los caballos: "Si usted resiste, mis pingos no lo van a dejar". Y así fue, en las regiones más complicadas los animales no aflojaron...

"Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación de que mi raid había terminado.
Apenas tenía fuerzas para levantarme y el Mancha y el Gato, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno.

Decidí abandonar una lucha tan despareja con la naturaleza, renunciar al raid y desaparecer, irme a cualquier parte aceptando la razón y los pronósticos de mi fracaso.

Pero en esos momentos recordé al doctor Octavio Peiró, del que había aceptado una amistad incondicional y al cual había prometido llegar a Nueva York o quedar en el camino, recordé a La Nación, que seguía en sus crónicas la trayectoria de mi raid, comprometiéndose con su apoyo moral y sobreponiéndose a todas las ironías y a las mofas con que acogió mi propósito la mayoría de los periódicos".
Más de tres años después de haber salido de Buenos Aires, Tschiffely arribó a la capital de Estados Unidos el 22 de Septiembre de 1928.

Al entrar en Nueva York por la Quinta Avenida -cuyo tráfico paró en su homenaje- la recorrió por entero hasta llegar al Palacio Municipal donde los recibió el Alcalde Mayor Walker, quien ante el Embajador Argentino, Dr. Manuel Malbrán y otros personajes le entregó la Medalla de Oro de la ciudad.

Tras unos meses repartidos entre Washington y New York, los tres amigos se embarcaron a la Argentina. El 20 de diciembre de 1928 pisaron otra vez suelo porteño, con una multitud que la vitoreaba.
Mancha y Gato volvieron a sus añoradas pampas, allí murieron en 1947 y 1944, respectivamente. Tschiffely, en tanto, siguió viajando, por la Patagonia, por España y por Inglaterra, pero siempre volvió a la Argentina.

Gato y Mancha – parte 2



Desde los primeros días advertí una real diferencia entre sus personalidades. Mancha era un excelente perro guardián: estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase...
Si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder...
Gato era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. Cuando descubrió que los corcovos y todo su repertorio de aviesos recursos para arrojarme al suelo fracasaban, se resignó a su destino y tomó las cosas filosóficamente...
Mancha dominaba completamente a Gato, que nunca tomaba represalias", relata Tschiffely.
El raid quedó formalizado y Aimé Tschiffely inició los preparativos.
Gato y Mancha, elegidos para la proeza, terminaban de hacer 600 leguas (3.000 Km.) de resereada, ida y vuelta, con una tropa de Ayacucho al Sudoeste del Chubut. ¡¡Un modesto apronte!!.
Algunas semanas fueron necesarias para que jinete y montados se prepararan para semejante travesía, y se fijó el 23 de Abril de 1925 como fecha de partida.
Por entonces no había caminos en varios tramos del recorrido, y cuando existían, no se caracterizaban por su buen estado.
Tschiffely tuvo que resignarse a no llevar carpa, ya que las que se podían conseguir por aquellos tiempos eran muy pesadas.


En marcha

El día señalado partieron desde la Sociedad Rural, en Palermo. El peculiar trío realizó kilómetros y kilómetros, a través de los cuales su vínculo se fue haciendo cada vez más fuerte: "Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho".

Gato y Mancha – parte 1






El 23 de abril de 1925 partía del suizo Aimé Tschiffely y los caballos criollos Mancha y Gato.
El trío unió Buenos Aires y Washington en un heroico recorrido que duró más de dos años y presentó a la raza equina a nivel mundial.
Nunca antes alguien había intentado algo así. Lo trataron de loco, irresponsable, se rieron de él.
Pero no le importó. Siguió adelante con sus criollos, recorrió 21.500 kilómetros (4.300 leguas) y llegó a Washington. Y entonces lo aplaudieron. Todos...


El comienzo

Ayacucho 1880. Don Felipe Solanet y su señora Emilia G. Testevín fundan la estancia "El Cardal".
En 1911, el Dr. Emilio Solanet, selecciona y trae del sudoeste del Chubut un notable lote de padrillos y yeguas indias de las manadas criollas marca del Corazón, célebres animales pertenecientes a la tribu de los indios tehuelches Liempichún.
Aimé Félix Tschiffely, por su parte, nacido en Suiza, -pero criollo de corazón-, tras algunos años en Inglaterra, desembarcó en Argentina, donde se afincó definitivamente.

Dió clases en un colegio de Quilmes (Buenos Aires) hasta que un día decidió salir a recorrer América: "Hacía años que tenía en la cabeza la idea de este viaje, y por fin resolví hacer la tentativa", escribió años más tarde.
Estaba convencido de la fortaleza de los rústicos y nada estilizados caballos criollos, y quería demostrarlo.
En 1925 logra ponerse en contacto con el Dr. Emilio Solanet, criador y propulsor del reconocimiento de la raza. Él fue el primero que creyó posible el proyecto de Tschiffely, para lo que le regaló dos caballos: Mancha y Gato, tenían 15 y 16 años, respectivamente, y un carácter poco amigable.

Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. "Domarlos puso a prueba las facultades de varios de los mejores domadores...

viernes, 6 de mayo de 2011

La primera causa judicial del país


La Ciudad halló documentos de la primera causa judicial del país

El más antiguo es una sucesión de una propiedad y está fechado en 1736.


Estuvieron guardados durante, exactamente, 275 años. O tal vez circulando, pero siempre en el anonimato. Hasta ahora: en noviembre pasado, un equipo de colaboradores que trabajaba en la depuración y digitalización de documentos de la Dirección General de Administración de Bienes encontró dos manuscritos que les llamaron la atención y los mandaron a analizar. Y la respuesta vino con un hallazgo histórico: esos papeles, escritos en castellano antiguo, resultaron ser la primera causa judicial de la que se tiene registro en la Argentina , y constituyen un antecedente inédito y poco abordado en la historia del derecho civil en el país. Desde la semana pasada ya forman parte del patrimonio histórico de la Ciudad.

Los dos manuscritos formaban parte del archivo que reúne todos el historial de los inmuebles que son propiedad del Gobierno porteño. El más antiguo está fechado entre 1736 y 1739 y contiene datos y detalles de la sucesión de una propiedad que ahora pertenece al Gobierno porteño pero que en esa época era propiedad privada.
Se trata de la causa judicial que Doña Lucrecia Calderón inició por esos años del siglo XVIII contra Don Juan Antonio de la Puebla para reclamar para ella la herencia que su tío, Don Francisco Antonio Sigler Calderón, le había dejado a de la Puebla a través de un testamento.
El argumento era que su tío estaba “insano” y “loco” cuando firmó esos documentos. Pero ella debió pasar varias instancias y tuvo que esperar hasta 1821 para ganar el juicio, cuando finalmente la Justicia le dio la razón. Esa es, según aseguran en el Ministerio de Desarrollo Económico, del que depende el organismo donde se realizó el hallazgo.

El otro documento también cita a un vecino de Sigler Calderón. En ese caso, el manuscrito fue fechado en 1835 y corresponde a la sucesión de las propiedades de Juan Lecica. “Estos documentos corresponden a los inmuebles de la calle Chacabuco 22 y 24, que no son de dominio de la Ciudad, pero llegaron a nuestro archivo en el año 1972 cuando se cedió una parte del terreno para la formación de una ochava.
En ese terreno hoy hay un estacionamiento privado”, explicó Juan Martín Barrailh Ortiz, director General de la Administración de Bienes. Los manuscritos, según agregó, están un poco deteriorados por el paso del tiempo, pero son perfectamente legibles.

Francisco Cabrera, ministro de Desarrollo Económico, destacó el hallazgo y aseguró que “se trata de una de las primeras causas que se inician por el reclamo de una herencia”, y de un “antecedente fundamental para comprender la historia del derecho civil en la Argentina”. La semana pasada, Cabrera le entregó los manuscritos a su par de Cultura, Hernán Lombardi, que los recibió para que queden en poder del Archivo de Patrimonio Histórico del Ministerio, donde se analizarán y conservarán (según estándares de la UNESCO), y quedarán además disponibles para la consulta pública. “Esta definición superará las gestiones y permitirá que las miradas de quienes encontraron las valiosa documentación se enriquezca con la histórica. Estos actos están custodiando la memoria del futuro y son también la memoria de las acciones públicas”, celebró Lombardi.

PorRomina Smith
http://www.clarin.com