Pero esto viene,
perdón que le interrumpa, a raíz de mi recorrida por América latina. Yo no sé
si seré chauvinista en cuanto a la Argentina, pero no se da frecuentemente en
el resto de América latina. Usted puede llegar a Chile, y dirán "Ahí va
Cortázar". Pero ese acercarse, ese querer tocarlo, no por fanatismo sino
por agradecimiento por lo que usted da... Ha podido comprobar que la gente
argentina agradece lo que le dan, siendo que lo que usted le da es su trabajo,
porque si no lo da se muere, y si la gente no la recibe se muere dos veces.
Eso lo comprendo muy bien y además lo estoy palpando en la calle,
diariamente...
Y su anécdota, ¿cuál
es?
Sí, mi anécdota es muy divertida. No me pasó ahora. Me pasó en ese viaje muy
breve de hace dos años. Una noche tomé el subte con un amigo, el poeta
Francisco Urondo, que en este momento está detenido en la cárcel de Villa
Devoto, como usted sabe...
Sí, señor.
Yo estaba con Francisco Urondo, a las once de la noche esperando el subte, creo
que en la estación de Pacífico. No había prácticamente nadie en la plataforma.
De pronto, de un quiosco de diarios salieron dos personas que se acercaron con
unos guardapolvos grises: eran los vendedores del quiosco. Uno de ellos, el más
viejo, hizo eso que usted explicaba tan bien hace unos segundos. Me demostró
inmediatamente una especie de amistad y ternura, con la discreción del criollo.
Me dijo: "¿Le puedo estrechar la mano? Yo vendo sus libros".
Entonces, el más joven dijo: "No sólo los vende, sino también los lee".
Bueno, eso me pareció extraordinario, porque había una toma de contacto llena
de pudor y, al mismo tiempo, había una tal confianza... Ellos estaban seguros
de que yo iba a estar contento de eso, ¿y cómo no iba a estarlo?
Sí, creo que es una
gratificación. Una constante gratificación. Y un constante agradecimiento.
Yo tengo un amigo diarero en la esquina de Maipú y Viamonte. Somos amigos desde
la otra noche, en que yo volvía a mi casa a las dos de la mañana y él estaba
todavía allí. Evidentemente hay noctámbulos que compran diarios. Bueno, estaba
ahí, me vio y me llamó de una manera que me conmovió porque me dice: "Che,
Julio, vení. Che, Julio, vení a charlar". Yo crucé, la calle estaba
totalmente vacía. Él estaba con un amigo, y terminamos tomándonos un café en el
bar de enfrente. Él dejó a un pibe para que le cuidara los diarios, había muy
pocos clientes a esa hora. Y desde la ventanilla del café se podía ver el
quiosco. Hablamos como una hora y media, de un montón de cosas. Yo me di cuenta
de que él no había leído gran cosa; puede haber leído notas sobre mí, pero no
ha leído libros, me lo dijo además. Pero tenía una especie de conocimiento, no
tenía nada que ver con la literatura, pero era igualmente entrañable. Y
discutimos duro sobre ideología y política. No estábamos de acuerdo en muchas
cosas. El empezó diciéndome: "Porqué vivís lejos de aquí? ¿No sabés que la
Argentina es el mejor país del mundo?". Yo le dije: "Mirá, estás
equivocado: que yo viva lejos (puedo tener mis motivos) es un problema, pero en
lo que estás equivocado es en afirmar, como lo estás afirmando, engolando la
voz, que la Argentina es el mejor país del mundo. La Argentina no es el mejor
ni el peor país del mundo. La Argentina es un país como todos los países del
mundo. Pensá que en este momento que vos decís esto, hay un mexicano que está
diciendo: México es el mejor país del mundo, y hay un peruano que está
diciendo: Perú es el mejor país del mundo. ¿Te das cuenta de que eso nos está
desuniendo en vez de juntarnos?" El muchacho, que es muy, muy inteligente,
comprendió inmediatamente. Me dijo: "Sí, es cierto, uno a veces exagera,
pero éste es un hermoso país". Claro que es un hermoso país, pero no el
mejor del mundo. Y mientras no nos quitemos esa tontería de la cabeza y se la
quiten los mexicanos, los peruanos y toda esa escala de chauvinismo
latinoamericano, le haremos el juego al enemigo, que busca (es uno de sus
caminos) dividirnos por el lado del nacionalismo.
Y Francia, ¿no es el
mejor país del mundo para los franceses?
Probablemente, sí. Y se equivocan exactamente como mi amigo, el diarero. ¿Usted
cree que un país, que cualquier país, es el mejor país del mundo?
Usted me dijo al
principio que no era político y le hacían preguntas como si manejara política,
sobre todo, latinoamericana. Yo tampoco soy político, quizá sea un tanto
soñador, un tanto más que idealista, fantasioso. Yo creo que en este momento,
en su país, en nuestro país, lo que hace falta es realmente esa toma de
conciencia para que toda la gente trabaje y saque adelante este país.
Bueno, algunos elementos de esa toma de conciencia, sin ser político, yo puedo
intuirlos. Tengo la impresión de que hay una voluntad deliberada de salir del
inmovilismo, de la actitud pasiva de la aceptación, que ha sido muy frecuente,
en mis tiempos, por lo menos. La aceptación de lo que sucedía en eso que llaman
"las esferas superiores", con la compensación privada de hablar mal
del gobierno, pero sin la menor responsabilidad, sin comprometerse, eso lo he
vivido yo en la Argentina y tengo la impresión de que es una etapa superada. Es
admirable ver cómo la gente da su opinión en la calle, en las librerías, en los
cafés, en los lugares donde yo puedo hablar con ellos. Opiniones que a veces
podrían ser, incluso peligrosas para la persona que las está diciendo, y sin
embargo, las dan. Los jóvenes, sobre todo, las dan sin ningún temor, y eso me
parece admirable, eso es lo que usted llama toma de conciencia, y yo también.