miércoles, 24 de abril de 2019

Trasladando ciudadanos para votar



Trasladando ciudadanos para votar, Buenos Aires, noviembre de 1931
Almirante Brown entre Villafañe y Blanes, La Boca.
Al fondo Casa Amarilla (Datos aportados por Luis FioriOmar Gine)

Florencio Escardó, el médico que revolucionó la pediatría - Parte 3




“Todavía se me critica haber conseguido que las mujeres entraran en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en el Carlos Pellegrini. Todavía me dicen: ‘vos sos el que introdujo a las muchachas en los colegios’… (…)
En 1956 Escardó volvió al Hospital de Niños. También retomó su actividad en la Cátedra de Pediatría de la Universidad de Buenos Aires y llegó a ser Decano de la Facultad de Medicina y Vicerrector de la UBA. Fue durante esta segunda etapa cuando logró incorporar a las madres junto a sus hijos en el hospital. Sostenía que había una doble moral en la prohibición: “Si el chico es rico, lo internan en la Pequeña Compañía con el padre, la madre, el amante de la madre y toda la familia… Si es pobre dejan a la madre en la puerta. Puede venir dos horas los jueves y tres horas los domingos. Yo tengo una sola moral”[11].
Otras innovaciones fueron la instalación de un laboratorio de bacteriología en la planta baja del hospital y un laboratorio de Isótopos, la creación de la Residencia en Psicología Clínica, con un Pabellón de Psicología Clínica de 8 consultorios y una sala de Terapia de Grupo y creó una Escuela para Padres, que dirigía su esposa, Eva Giberti. Bajo su dirección aparecieron las primeras asistentes sociales y psicólogas en un hospital pediátrico argentino. Procurando que los estudiantes tomaran contacto con la realidad y las necesidades de la gente, introdujo las prácticas médicas en zonas marginales, que comenzaron a realizarse en el Centro de Salud de la Isla Maciel.
Se oponía con firmeza a la construcción de hospitales grandes. Tenía la convicción de que debían inaugurarse pequeñas salas barriales y contar con buenos servicios de ambulancias, ya que el 90 por ciento de las consultas son sobre resfríos, catarros, diarreas y lesiones en la piel. Por eso fue un gran crítico de la inauguración del Hospital Garraham: “Acá en la Argentina el hospital comete secuestro con el paciente, es impiadoso, lo aísla. El enfermo siempre ha tenido que ir al hospital, cuando debería ser al revés; por eso estoy en contra de los hospitales enormes; sigo sosteniendo que un hospital vecinal es lo mejor….”[12].


En 1958 fue elegido vicerrector de la Universidad de Buenos Aires acompañando a Risieri Frondizi. Propuso y logró transformar en mixtos los colegios nacionales Buenos Aires y Carlos Pellegrini[13]. Hasta entonces solo podían acceder a ellos los varones. “Todavía se me critica haber conseguido que las mujeres entraran en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en el Carlos Pellegrini. Todavía me dicen: ‘vos sos el que introdujo a las muchachas en los colegios’… (…) Me pareció monstruoso que las mujeres no estuvieran en el colegio. (…) Yo me acuerdo que, cuando se debatió mi ordenanza, un político dijo: ‘hace cien años que no hay mujeres en los colegios’. Y Risieri Frondisi le contestó: ‘¿Qué quiere?, ¿Qué la vergüenza siga un año más?’”, recordó años después.[14]
En 1989 fue designado presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y Miembro Titular de la Academia Porteña del Lunfardo. En 1984 recibió el Premio Konex de Platino y fue declarado “Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”. Conservaba su consultorio privado en la Av. Santa Fe, en el que atendió hasta su muerte, ocurrida a los 88 años, el 31 de agosto de 1992.

[10] Florencio Escardó, “La investigación en la universidad”, 19 de octubre de 1995, citado en Sara Slapak, Testimonios para la experiencia de enseñar,  Secretaría de Cultura y Bienestar Universitario, de la Facultad de Psicología de la UBA, 1993, pág. 75.
[11] Diamant A. y Marominsky L, “Florencio Enrique Juan Escardó”, en Testimonios para la experiencia de enseñar, Secretaría de Cultura y Bienestar Universitario, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, 1993, págs. 47-48; citado en Silvia Wasertreguer y Hilda Raizman, La Sala 17. Florencio Escardó y la mirada nueva, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2014, versión E-Book, pág. 20.
[12] Diario Clarín, 1º de septiembre de 1992, pág. 33.
[13] El proyecto fue aprobado por el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires el 1º de marzo de 1958, Resolución 65, “Proyectos destinados a implementar el sistema coeducativo en los establecimientos secundarios dependientes de la Universidad”, Expediente 93302/56; citado en Wasertreguer y Hilda Raizman, La Sala 17. Florencio Escardó y la mirada nueva, op. cit., pág. 34.
[14] Sara Slapak, Testimonios para la experiencia de enseñar,  Secretaría de Cultura y Bienestar Universitario, de la Facultad de Psicología de la UBA, 1993, pág. 28.



martes, 23 de abril de 2019

Documental "Ringo"

Florencio Escardó, el médico que revolucionó la pediatría - Parte 2


Escribir fue una de sus grandes pasiones. Llegó a publicar 22 libros, además de un sinfín de artículos periodísticos inmortalizados en su columna ¡Oh! que firmó como Piolín de Macramé. El seudónimo se lo había puesto Conrado Nalé Roxlo, el célebre “Chamico”, que le había pedido a Escardó que escribiera una colaboración paraCrítica. En su primer artículo, el médico dijo que el macramé es la dignificación del piolín, y se ganó el apodo que lo acompañaría durante décadas. Con agudas y punzantes observaciones sobre los más diversos temas, retrató escenas de la vida cotidiana con humor y frescura. “¡Oh! La ciudad”, “¡Oh! El ómnibus”, “¡Oh! Los libros”, “¡Oh! Los vigilantes”, “¡Oh! El ventilador”, “¡Oh! La bicicleta”, “¡Oh! Las marionetas”, “¡Oh! El cansancio”, “¡Oh! Los militares” fueron algunas de sus columnas.

Publicó Versos, su primer libro, cuando tenía 16 años. En 1929 apareció Siluetas descoloridas, donde retrata la crueldad de la vida hospitalaria. Siguieron más tarde El alma de médico, Moral para médicos y Anatomía de la familia, Qué es la pediatría,Geografía de Buenos Aires, Cosas de Argentino, Escuela para Padres, Ariel el discípulo, etc.

Fue un predicador del sentido común. Consideraba que el miedo y el abandono enferman mucho más que los virus y las bacterias, y que el juego es una función vital para los niños, como la respiración y la nutrición. También criticó la falta de previsión en el sistema de salud de nuestro país, ajeno a las necesidades reales de la población. En este sentido decía: “La formación de médicos en Argentina nunca respondió ni a la necesidad, ni a la estructura. 

Los médicos elegimos una especialidad y nos recibimos sin un 
compromiso de las urgencias del medio donde después vamos a ejercer. Estamos desvinculados de los apremios sociales. Nunca hubo un estudio sobre qué clase de médicos son necesarios en un lugar y cuáles sobran. Es como vender autos sin que haya caminos”.[5]

Escardó fue un gran maestro y un comunicador innovador que se valió de todos los soportes para dar a conocer sus creencias, algo que le granjeó numerosas críticas entre sus colegas. “Usé todos los medios de difusión que estuvieron a mi alcance, las revistas, los diarios, la radio, el cine, el disco, la televisión”[6]. Colaboró en varios ciclos televisivos, como “Buenas tardes mucho gusto”, “Tribunal de apelación” y “Tribunal para mayores”. Escribió además el guión de la película La cuna vacía, dirigida en 1949 por Carlos Rinaldi, con Ángel Magaña en el papel protagónico, que narra la vida del doctor Ricardo Gutiérrez, primer director del hospital de Niños.

Sin embargo, desaconsejaba enfáticamente que los niños miraran más de media hora de televisión por día. “La gente ha delegado sus funciones paternales a los medios de comunicación. Yo creo que el uso indiscriminado de la televisión es el opio de los pueblos con reparto a domicilio”[7], sentenció alarmado ya sobre el final de su vida.

Se consideraba un hombre de la Reforma Universitaria[8] y quería retribuir al país todo lo que había recibido. “Soy un deudor de la enseñanza laica, gratuita y obligatoria; si mi viejo hubiera tenido que pagar mis estudios sería dependiente de tienda. El bachillerato no me costó nada, la facultad no me costó nada. Una de las grandes satisfacciones de mi vida es saber que lo di todo a mi país porque mi país fue muy generoso conmigo”[9], dijo alguna vez. Fue muy crítico de las dictaduras. “Tras la noche de los Bastones Largos, la universidad toda entró en la órbita de la política oficial. Pensar y actuar como si el ‘proceso’ hubiese dejado intacta a la universidad en tanto desquició el resto del país en todas sus áreas es un culmen de ingenuidad o de voluntaria ceguera”.[10]

[5] Revista Clarín, 1991, citado en Sara Slapak, Testimonios para la experiencia de enseñar,  Secretaría de Cultura y Bienestar Universitario, de la Facultad de Psicología de la UBA, 1993, pág. 54
[6] Jorge Tartaglione, Héroes argentinos. Doce médicos que hicieron historia, Buenos Aires, 2018, pág. 193-194.
[7] Mariana Rapoport, “El amor en los tiempos del cólera”, Diario Clarín, 27 de agosto de 1989, pág. 12.
[8] Florencio Escardó, “Clase de despedida”, en Boletín Nº 13, Cátedra de Pediatría, Hospital de Niños Sala XVII y Anexos, 1970, citado en Silvia Wasertreguer y Hilda Raizman, La Sala 17. Florencio Escardó y la mirada nueva, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2014, versión E-Book, pág. 19.
[9] Horacio J. Spinetto, “Florencio escardó: Médico, maestro y escritor”, en Revista Todo es Historia, Nº 425, diciembre de 2002, pág. 20.

Florencio Escardó, el médico que revolucionó la pediatría - Parte 1



“El sector más desposeído de la humanidad son los chicos. Los chicos no votan, ni pueden hacer huelga.”[1] Florencio Escardó no lo dudó. Su vocación sería la pediatría. Tenía 22 años cuando ganó un concurso para practicante menor en el Hospital de Niños. El impacto de su primera visita a esa institución lo cambiaría para siempre. Años después recordaría: “En una sala había dos filas de 15 niños cada una, 15 bebitos de menos de un año, que trataban de embocar la mamadera puesta en un armazón de alambre. (…) Nadie los cuidaba. Ese espectáculo para mí fue terrible y decidió mi vida totalmente”[2].


Tres décadas más tarde, ya transformado en Jefe de Servicio, autorizó la internación conjunta de madres y niños. “La única sala que internaba a las madres con los chicos era la mía. Las otras 18 no lo hacían. El lío se armaba en la puerta, porque todas las madres querían venir a mi sala. No porque fuera la mía y fuera excelente, sino porque podían estar con sus hijos. (…) Pero es algo obvio: ¿quién puede atender mejor a un chico que su propia madre?”[3]

Hasta entonces las madres solo podían visitar a sus hijos dos horas al día. Fue una revolución que le valió infinidad de críticas de sus colegas. “La sala parece una villa miseria”; “Las madres comen la comida destinada a los hijos”; “los baños se tapan porque las madres tiran algodones” fueron algunas de las frases que se escucharon por aquellos tiempos. Sin embargo, la incorporación de las madres a la Sala 17 –como llamaron familiarmente a la Sala Cátedra de Pediatría del Hospital de niños “Ricardo Gutiérrez” – fue su gran orgullo.  

Florencio Escardó nació en Mendoza el 13 de agosto de 1904. Cursó sus estudios secundarios en el Nacional Buenos Aires. A los 15 años ya había definido su vocación. Sería médico: “Tal vez haya influido mi bisabuelo Gregorio Andrada Taborda, que había sido médico del ejército portugués que enfrentó a Napoleón”.[4] 

Estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su título en 1929. Se especializó en pediatría en Francia e Italia. De regreso al país, se desempeñó en el Hospital de Niños, hasta 1947, año en que fue dejado cesante por razones políticas. Para entonces, ya había publicado numerosos trabajos sobre puericultura, alimentación, neurología infantil, entre ellos, La inapetencia infantil, Neurología infantil, Manual de Neurología con el doctor Aquiles Gareiso, La Neumoencefalografía en el lactante, La epilepsia en el niño, etc.
Referencias:
[1] Mónica Sabbatiello, “La inteligencia del corazón”, Revista First, abril de 1988, pág. 46-49.
[2] Mónica Sabbatiello, cit.
[3] Ibídem.
[4] Horacio J. Spinetto, “Florencio escardó: Médico, maestro y escritor”, en Revista Todo es Historia, Nº 425, diciembre de 2002, pág. 20.

domingo, 21 de abril de 2019

Ringo Bonavena: a 43 años de la muerte absurda - Parte 1

Asesinado en EE.UU.

Ringo Bonavena: a 43 años de la muerte absurda de una leyenda del boxeo argentino

Aunque nunca fue campeón del mundo, es uno de los personajes que quedará para la historia del deporte argentino. 

Uno de los personajes más emblemáticos del deporte argentino. Eso es Oscar Natalio Bonavena, boxeador en una época de oro de los pesos pesados y que adoptó el apodo de "Ringo" después de que lo confundieron en una ocasión con Ringo Starr, entonces baterista de Los Beatles, en las calles de Nueva York. 
Bonavena era uno de esos tipos que no podían pasar desapercibidos. Por su gran envergadura física, primero, pero sobre todo por una personalidad extravagante y particular que lo hizo ser un protagonista de su época. 

Ringo se fue temprano, con tan solo 33 años de edad, asesinado en el Mustang Racing, un conocido prostíbulo en la ciudad estadounidense de Reno, Nevada. El guardaespaldas William Ross Brymer le disparó seis veces, y uno de los proyectiles le atravesó el corazón. El asesino pasó solo un año y 3 meses en prisión porque fue condenado por homicidio involuntario. 
Más allá de su repentina partida, Ringo dejó una marca imborrable para el boxeo argentino. Fue considerado de los mejores púgiles del mundo en su categoría a finales de la década del 60 y principios de los 70 y llegó a enfrentar a grandes leyendas del deporte: Joe Frazier en un par de ocasiones, y Muhammed Alí, con quien tuvo una pelea estelar en el Madison Square Garden.  

Ringo con un derechazo al mentón de Muhhammed Alí. (Foto: Archivo Clarín)
En el comienzo de su carrera, Bonavena cometió un error que le costó caro: durante unos Juegos Panamericanos en San Pablo, en plena pelea le mordió la tetilla al estadounidense Lee Carr, lo que le valió una suspensión de por vida de parte de la Federación Argentina de Boxeo. Tuvo que marcharse a Estados Unidos para convertirse en profesional. 
Durante su carrera fue campeón argentino, y dejó un registro de 58 victorias (44 KO), 9 derrotas y un empate. 
Tras el estupor que generó su muerte, los restos de Ringo fueron velados en el Luna Park y asistieron más de 150.000 personas que posteriormente acompañaron el cortejo hasta el cementerio de la Chacarita. Pese a que sus éxitos deportivos habían quedado atrás, Bonavena seguía teniendo un fuerte arraigo popular.




La escultura de Bonavena, vecino de Parque Patricios y orgullo del barrio, fue inaugurada en 2003. (Foto: Julio Juárez)
Aun hoy, Huracán no olvida a uno de sus más grandes y fieles hinchas. La tribuna local del estadio lleva su nombre, y hasta una calle de Buenos Aires lleva su nombre desde 1997. En el corazón de los fanáticos del boxeo Ringo todavía vive, a 43 años de su muerte.



sábado, 20 de abril de 2019

Industria del frío, Siam. c.1940

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 10


Las tensiones al interior de la oligarquía agroexportadora no estuvieron ausentes. En 1874 y 1880, dos revoluciones impulsadas por fuerzas políticas porteñas –el mitrismo y el tejedorismo–, reemplazaron a los tradicionales levantamientos de caudillos federales, ya desactivados definitivamente. Esas acciones, mal planificadas y desastrosas en sus resultados, permitieron demostrar que el Estado Nacional se había consolidado definitivamente para 1880, con la amputación de la Ciudad de Buenos Aires del territorio de la provincia homónima, convertida por entonces en Capital Federal.

Sin embargo, el éxito del proceso de construcción de una economía dependiente, del genocidio de las clases subalternas y la concentración de la riqueza y del poder político y social en pocas manos, encontró inesperadas resistencias a partir de 1890. Las clases medias, surgidas como consecuencia de la expansión del sector servicios, propios de una economía primario exportadora, reclamaron mayor participación política y transparencia electoral, a través de nuevos agrupamientos, como por ejemplo la Unión Cívica de la Juventud o la Unión Cívica Radical. Las revoluciones de 1890, 1893, 1895 y 1905, aunque fracasaron en su objetivo, echaron luz sobre la inestabilidad y el malestar social existente, situación que se agravaba sobremanera ya que a las exigencias de las clases medias se sumaba una creciente combatividad de los trabajadores inmigrantes, enrolados mayoritariamente en el anarquismo y en las organizaciones FOA y FORA. La respuesta de la oligarquía consistió en combinar políticas crecientemente represivas para los trabajadores, y una reforma política, la Ley Sáenz Peña de 1912, que permitió transparentar el sistema electoral, habilitando, sin quererlo, el acceso de la UCR a la primera magistratura en 1916.

Mientras la vida política estaba expuesta a permanentes sobresaltos, los negocios británicos se multiplicaban a orillas del Plata. Inversiones en bancos, ferrocarriles y frigoríficos, y un incremento sin precedentes del endeudamiento externo, y altas tasas de enajenación de las riquezas nacionales convirtieron a la Argentina en el territorio privilegiado para la colocación del capital británico. Nada parecía turbar el futuro de una alianza entre un imperio en expansión y una oligarquía que autocelebraba su buena fortuna en medio del lujo, el despilfarro y la explotación de los más débiles. Sin embargo, para principios de la década de 1910, los vientos de cambio se intensificaron. La protesta obrera se incrementó, la UCR conquistó posiciones institucionales decisivas, y el viejo Imperio Británico ingresó en un cono de sombras del que ya no conseguiría recuperarse, con el estallido del Primera Guerra Mundial, en 1914. Por entonces, se abría una nueva etapa para nuestra sociedad y para el mundo en su conjunto, que contemplaba el exterminio recíproco de las potencias europeas en el marco de un conflicto bélico sin precedentes. 

Bibliografía

Alberdi, Juan B. (1852): Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Valparaíso, Imprenta de El Mercurio.
Alberdi, Juan B. (1879): “Carta Explicativa” en Cartas Quillotanas, París, Editorial Del Cardo.
Botana, Natalio (1976): El Orden Conservador. La política argentina entre 1880 y 1916, Buenos Aires, Sudamericana.
Cardoso, Fernando Henrique y Faletto, Enzo (1977):Dependencia y desarrollo en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI.
Escudé, Carlos (Dir.) (1994): Historia general de las Relaciones Exteriores de la Argentina, vs. Buenos Aires, CARI.
Filmus, Daniel (1999): Estado Sociedad y Educación en la Argentina de fin de siglo, Buenos Aires, Troquel.
Gerchunoff, Pablo y Llach, Lucas (1998): El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Buenos Aires, Siglo XXI.
Giberti, Horacio (1974): Historia Económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, Solar/Hachette.
Gori, Gastón (1964): Inmigración y colonización en la Argentina, Buenos Aires, EUDEBA.
Halperín Donghi, Tulio (1979): Proyecto y construcción de una nación, Caracas, Biblioteca Ayacucho.
Hobsbawm, Eric J. (1997): La era el imperio, 1875-1914, Barcelona, Crítica.
Lettieri, Alberto (2008): La civilización en debate. La historia contemporánea desde una mirada latinoamericana, 4ª.ed., Buenos Aires, Prometeo.
Lettieri, Alberto (2006): La construcción de la República de la Opinión. Buenos Aires frente al interior en la década de 1850, Buenos Aires, Prometeo.
Lettieri, Alberto (2009): La República de las Instituciones, Proyecto, desarrollo y crisis del régimen político liberal en la Argentina, Buenos Aires, Prometeo.
Lettieri, Alberto (2013): La historia argentina en clave nacional, federalista y popular, Buenos Aires, Kapelusz.
Lenin, Vladimir (1975): El imperialismo, fase superior del capitalismo, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras.
Ortíz, Ricardo M. (1955): Historia económica de la Argentina 1850-1930, Buenos Aires, Raigal.
Oszlak, Oscar (1982): La formación del Estado Argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano.
Pómer, León (1986): Cinco años de guerra civil en la Argentina (1865-1870), Buenos Aires, Amorrortu.
Pómer, León (1968): La Guerra del Paraguay. Estado, política y negocios, Buenos Aires, CEAL.
Puiggrós, Adriana (2003): Qué pasó en la educación argentina. Breve historia desde la conquista hasta el presente, Buenos Aires, Galerna.
Romero, Alberto (2002): Globalización y pobreza, Pasto, Editorial Universitaria de Nariño.
Rosa, José M. (2009): La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas, Buenos Aires, Punto de Encuentro.
Sarmiento, Domingo F. (1845:) Facundo o Civilización y barbarie, Santiago de Chile, Imprenta de El Progreso.
Scalabrini Ortíz, Raúl (1936): Política Británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Cuaderno de FORJA.
Strasser, Carlos (1986): Teoría del Estado, Buenos Aires, Abeledo-Perrot.
Tedesco, Juan Carlos (1982): Educación y Sociedad en la Argentina (1880- 1890), Buenos Aires, CEAL.



[1] Alberdi justificó reiteradamente el ejercicio del fraude y la violación de la voluntad popular, expresando un descreimiento absoluto tanto de la sabiduría de las mayorías, como de la razonabilidad de las clases dirigentes latinoamericanas: "Es utopía, sueño y paralogismo puro –sostenía– el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república representativa". (Alberdi, 1852).
[2] “El concepto tradicional de División Internacional del Trabajo se refiere a la especialización de los diferentes países en la producción de determinados bienes y servicios. En este proceso un grupo pequeño de naciones que iniciaron tempranamente la transformación estructural de sus economías, gracias al avance sin precedentes de las fuerzas productivas, tomaron la delantera en su especialización como productores de bienes manufacturados, al tiempo que la mayor parte del mundo debió conformarse con su papel de abastecedores de bienes primarios de origen agropecuario y minero. Este esquema de división del trabajo se acentuó especialmente después de conformado el sistema mundial de la economía hacia finales del siglo XIX […]”. (Romero, 2002). 
[3] El concepto de sociedades semicoloniales fue propuesto por Lenin en 1916, en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, siendo aplicado posteriormente por la mayoría de los autores de raigambre socialista o que adscriben a diversas versiones de la denominada “teoría de la dependencia”

Por: Dr. Alberto Lettieri
30 de Marzo de 2015


viernes, 19 de abril de 2019

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 7


La Educación

La cuestión educativa enfrentó a liberales y católicos en la segunda mitad del Siglo XIX, produciendo cambios de significación que marcaron a fuego la educación argentina hasta nuestros días.

En 1881 fue convocado el Congreso Pedagógico, que tuvo por objetivo la evaluación de la situación educativa y la proposición de alternativas para mejorar su calidad y establecer la participación estatal en un área considerada estratégica. Como resultado de los debates, realizados en 1882, se llegó a establecer la necesidad de impulsar la educación gratuita y obligatoria, respetuosa de las particularidades regionales. También se propusieron reformas metodológicas y cambios significativos en los contenidos y en la filosofía del sistema educativo, sobre todo en lo referido a la cuestión religiosa, donde primó la posición que sostenía la alternativa educativa laica, en abierta oposición al proyecto presentado por el Ministro de Justicia, Culto, e Instrucción Pública, Manuel Pizarro, de formación cristiana a ultranza, que reivindicaba la matriz religiosa. (Puiggrós, 2003) (Filmus, 1999) (Tedesco, 1982).

El debate que instaló el Congreso Pedagógico entre educación laica y religiosa tensaron la relación con la Iglesia, y aunque el Presidente Julio A. Roca recomendó a sus ministros evitar el enfrentamiento, esto no fue posible. El cruce entre el Ministro del Interior, Miguel Juárez Celman, y el nuncio Mattera, terminó con la renuncia del Ministro Pizarro, quien fue reemplazado por el agnóstico Eduardo Wilde. Las aguas no se calmaron y, al año siguiente, el nuevo vicario capitular de Córdoba, Monseñor Clara, se enfrentó frontalmente con la presidenta del Consejo Provincial de Educación, la Sra. Armstrong, de confesión protestante, y prohibió que los fieles católicos inscribiesen a sus hijas en la Escuela Normal, bajo la autoridad de Armstrong. Inmediatamente, el Estado Nacional tomó cartas en el asunto, y separó a Clara de de su cargo, sometiéndolo a juicio. Las maestras que intentaron suavizar el conflicto, mediando entre las partes, fueron sancionadas, y el diario La Nación acometió contra la decisión estatal. Rápidamente El Nacional, fundado por Roque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini, recogió el guante, a través de Domingo F. Sarmiento, iniciando una afiebrada polémica. José Manuel Estrada, católico militante, fue expulsado de su cátedra de Derecho Constitucional, mientras el conflicto no cesaba de incrementarse. Finalmente, las relaciones entre el Estado Nacional y la Iglesia se rompieron, y el nuncio Mattera fue expulsado. 

La Ley 1420 de Educación Común

El Congreso Nacional tomó las conclusiones del Congreso Pedagógico de 1882, y el 8 de julio de 1884 sancionó la Ley 1420, que promovió un enorme progreso en materia educativa. Gracias a su aplicación, el analfabetismo pasó del 77% en 1869, al 36% en 1914. Sólo durante la primera década, el analfabetismo disminuyó en un 13,5%, ubicándose en el 53,5%.

La Ley adoptó una matriz optativa en materia religiosa, siendo los padres los encargados de decidir al respecto. La enseñanza religiosa tendría un carácter extracurricular, y se implementaría fuera del horario escolar. También los padres adquirían un rol de contralores, mediante su participación en los distritos escolares.
La Ley sólo tendría vigencia en la Capital Federal, los territorios nacionales, las colonias y las escuelas normales, competencias del Estado Nacional, en tanto las provincias deberían dictar sus propias normas. Sin embargo, el Estado Nacional se reservó su capacidad de intervenir en los contenidos provinciales, mediante su capacidad de inspeccionar la enseñanza, y distribuir premios y sanciones por medio de subsidios y fomentos.


Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 9

En 1895, sin mayores discordancias, se sometió a laudo arbitral del Presidente norteamericano Grover Cleveland la demarcación de límites con Brasil en la región misionera.

En tanto no quedaban cuestiones significativas pendientes en el norte del territorio nacional, las pretensiones chilenas sobre los territorios patagónicos y australes pusieron reiteradamente a la región en riesgo concreto de un enfrentamiento armado a lo largo del período. (Lettieri, 2013). A fin de tratar de resolver pacíficamente la cuestión, entre 1873 y 1879 el Perito Francisco Moreno y su colega chileno, Diego Barros Arana, realizaron una serie de expediciones a la Patagonia, Tierra del Fuego y el Estrecho de Magallanes, que se tradujeron en la firma del Tratado de Límites entre ambas naciones, en 1881. Sin embargo, por problemas en la demarcación territorial, se realizó en 1896 un laudo arbitral de Gran Bretaña. 

Como gesto de apaciguamiento del clima bélico imperante en ambas naciones, el 15 de febrero de 1899 los presidentes Julio A. Roca y Federico Errázuriz Echaurren se reunieron en el Estrecho de Magallanes, concretando el célebre “Abrazo del Estrecho”. El laudo británico fue recogido por un nuevo Tratado, en 1902, ampliamente criticado en nuestro país por las concesiones que realizaba a Chile. Adicionalmente, el tratado sometía a perpetuidad los eventuales diferendos que surgieran entre los dos países a la Corona Británica, ratificando así la naturaleza semi-colonial que había adquirido la relación entre nuestro país y Gran Bretaña.

Conclusión

En la segunda mitad del Siglo XIX la Argentina experimentó un profundo proceso de cambios, liderado por un liberalismo oligárquico que plasmó en la realidad su proyecto de restablecimiento de una relación semicolonial con un poder imperial, en este caso el de Gran Bretaña. En efecto, la inclusión como economía primaria agroexportadora, en el marco de la División Internacional del Trabajo capitalista, garantizó la consolidación de una oligarquía nativa, respaldada por el poder imperial, a costa de ceder la parte del león en la apropiación de las riquezas y el trabajo de la sociedad argentina.

Esa oligarquía nativa cedió la iniciativa al imperio británico, así como el control de la infraestructura y de los medios de transporte y comunicaciones –puertos, ferrocarriles, telégrafos, etc.–, e incluso fabulosas extensiones de tierra fuera de la Pampa húmeda, reservándose a cambio el control efectivo de la propiedad terrateniente al interior de ese espacio, integrado por excelencia al mercado internacional. También se apropió del Estado y del gobierno, a través del fraude electoral y del ejercicio –o amenaza de ejercicio– de la violencia sobre las clases subalternas, concentró la riqueza y se reservó durante mucho tiempo el monopolio de los espacios universitarios.

A fin de garantizar el control y el disciplinamiento social, recurrió al genocidio de la población mestiza, originaria y de afrodescendientes, apelando a la consigna “civilización y barbarie” como argumento que justificaba su genocidio. Las expediciones contra los caudillos federales y su base social, durante las presidencias de Mitre y de Sarmiento, las políticas de exterminio impulsadas por Roca, bajo el eufemismo de “Conquista del Desierto”, o bien la matanza de gauchos y afrodescendientes en el marco de la nefasta Guerra de la Triple Alianza, fueron las herramientas de una elite que se consideraba predestinada a transformar la sociedad preexistente, moldeando los contornos de la dependencia nacional, la exclusión social y la limpieza étnica.

El genocidio de las clases subalternas nativas fue acompañado por un recambio demográfico provisto por la llegada masiva de inmigrantes, en su mayoría proletarios analfabetos de las regiones más pobres de Europa. Estos inmigrantes trajeron consigo un conjunto de reivindicaciones y una inédita capacidad de organización frente a las políticas de explotación sistemática impulsadas por esa oligarquía, que motivaron dos reacciones coordinadas desde los espacios políticos controlados por la clase dominante: la tradicional represión directa, a la que se sumaron leyes represivas, como por ejemplo la Ley de Residencia, que autorizaba a expulsar del país a los inmigrantes que desempeñaran actividades políticas o sindicales, y la imposición de un sistema educativo obligatorio, de matriz autoritaria, caracterizado por la imposición del pensamiento único y la invención de un pasado nacional, construcción sumamente exitosa que permitía naturalizar dentro del sentido común de la sociedad los privilegios de la clase dominante y las lacerantes desigualdades sociales existentes.

jueves, 18 de abril de 2019

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 8


Esta capacidad de definir los contenidos educativos a nivel nacional convirtió a la educación en un fabuloso dispositivo de adoctrinamiento y manipulación de contenidos, representaciones sociales y tradiciones territoriales y étnicas. El artículo 6, por ejemplo, fijaba los contenidos mínimos a transmitir a los alumnos, que incluían una distorsión del pasado nacional y una naturalización de la condición colonial de nuestro país, en relación con la civilización europea, acorde con la propensión colonialista de la dirigencia del liberalismo oligárquico. 

La ley introducía el pensamiento único, disfrazándolo bajo la apariencia de neutralidad y objetividad del saber científico y no descuidaba contenidos y prácticas de sociabilidad definidas por esa dirigencia, en abierta contradicción con las que portaban los inmigrantes y los pobladores preexistentes en nuestro territorio. En el caso de las niñas, se incluían materias como economía hogareña y manualidades, acordes con el rol social preasignado. En el caso de los varones, nociones básicas de la actividad agrícola-ganadera y ejercicios militares simples.

El sistema educativo se dividía en secciones infantil, elemental y superior. Se establecía la enseñanza mixta entre los 6 y los 10 años, y se creaban establecimientos para adultos en cárceles, fábricas, cuarteles, y escuelas rurales.

La gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria apuntaba al adoctrinamiento de toda la estructura social, y disponía la responsabilidad social de los padres o tutores, quienes podían ser multados ante las inasistencias reiteradas de los educandos.

La Ley disponía, asimismo, la profesionalización de la actividad, requiriendo la obtención de título habilitante para el ejercicio de la docencia. Como no se contaba aún con la cantidad necesaria de diplomados, el Consejo Nacional de Educación otorgaba certificados de idoneidad a postulantes que superaran los exámenes a los que debían someterse. 

Las Relaciones Exteriores

Durante la segunda mitad del Siglo XIX, la política exterior argentina se subordinó regularmente a los intereses y estrategias de Gran Bretaña, con la que se estableció una relación semicolonial. [3] Por entonces, la potencia europea era el principal mercado para las exportaciones argentinas, así como la principal fuente de inversiones y de aprovisionamiento de bienes y servicios para nuestro país. En este período se establecieron relaciones diplomáticas con la mayor parte del mundo. (Escudé, 1994).

En 1865, el Estado Nacional, encabezado por Bartolomé Mitre, ofició como instrumento de la política británica en el cono sur, exigiendo sanciones ejemplificadoras para la nación hermana del Paraguay, que se había atrevido a rechazar las presiones inglesas para establecer el librecambio. De este modo, un conflicto iniciado en la República del Uruguay entre facciones rivales, apoyadas por Brasil y Paraguay, dio origen a una terrible confrontación que provocó el exterminio del pueblo paraguayo, que se tradujo en la disminución de su población masculina adulta a menos del 5%, y la pérdida de 2/3 de su territorio, en beneficio principalmente de Brasil. El Estado Nacional Argentino se aseguró el Chaco Central, en el marco de una mediación realizada por el presidente de los EEUU, Rutherford Hayes, en 1878. La llamada Guerra de la Triple Alianza significó la presentación en la arena internacional del nuevo Estado Nacional Oligárquico de la Argentina, caracterizada por la masacre, el endeudamiento y la corrupción. (Rosa, 2009) (Pómer, 1968).

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 7


La Educación

La cuestión educativa enfrentó a liberales y católicos en la segunda mitad del Siglo XIX, produciendo cambios de significación que marcaron a fuego la educación argentina hasta nuestros días.
En 1881 fue convocado el Congreso Pedagógico, que tuvo por objetivo la evaluación de la situación educativa y la proposición de alternativas para mejorar su calidad y establecer la participación estatal en un área considerada estratégica. Como resultado de los debates, realizados en 1882, se llegó a establecer la necesidad de impulsar la educación gratuita y obligatoria, respetuosa de las particularidades regionales. También se propusieron reformas metodológicas y cambios significativos en los contenidos y en la filosofía del sistema educativo, sobre todo en lo referido a la cuestión religiosa, donde primó la posición que sostenía la alternativa educativa laica, en abierta oposición al proyecto presentado por el Ministro de Justicia, Culto, e Instrucción Pública, Manuel Pizarro, de formación cristiana a ultranza, que reivindicaba la matriz religiosa. (Puiggrós, 2003) (Filmus, 1999) (Tedesco, 1982).
El debate que instaló el Congreso Pedagógico entre educación laica y religiosa tensaron la relación con la Iglesia, y aunque el Presidente Julio A. Roca recomendó a sus ministros evitar el enfrentamiento, esto no fue posible. El cruce entre el Ministro del Interior, Miguel Juárez Celman, y el nuncio Mattera, terminó con la renuncia del Ministro Pizarro, quien fue reemplazado por el agnóstico Eduardo Wilde. Las aguas no se calmaron y, al año siguiente, el nuevo vicario capitular de Córdoba, Monseñor Clara, se enfrentó frontalmente con la presidenta del Consejo Provincial de Educación, la Sra. Armstrong, de confesión protestante, y prohibió que los fieles católicos inscribiesen a sus hijas en la Escuela Normal, bajo la autoridad de Armstrong. Inmediatamente, el Estado Nacional tomó cartas en el asunto, y separó a Clara de de su cargo, sometiéndolo a juicio. Las maestras que intentaron suavizar el conflicto, mediando entre las partes, fueron sancionadas, y el diario La Nación acometió contra la decisión estatal. Rápidamente El Nacional, fundado por Roque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini, recogió el guante, a través de Domingo F. Sarmiento, iniciando una afiebrada polémica. José Manuel Estrada, católico militante, fue expulsado de su cátedra de Derecho Constitucional, mientras el conflicto no cesaba de incrementarse. Finalmente, las relaciones entre el Estado Nacional y la Iglesia se rompieron, y el nuncio Mattera fue expulsado. 
La Ley 1420 de Educación Común
El Congreso Nacional tomó las conclusiones del Congreso Pedagógico de 1882, y el 8 de julio de 1884 sancionó la Ley 1420, que promovió un enorme progreso en materia educativa. Gracias a su aplicación, el analfabetismo pasó del 77% en 1869, al 36% en 1914. Sólo durante la primera década, el analfabetismo disminuyó en un 13,5%, ubicándose en el 53,5%.
La Ley adoptó una matriz optativa en materia religiosa, siendo los padres los encargados de decidir al respecto. La enseñanza religiosa tendría un carácter extracurricular, y se implementaría fuera del horario escolar. También los padres adquirían un rol de contralores, mediante su participación en los distritos escolares.
La Ley sólo tendría vigencia en la Capital Federal, los territorios nacionales, las colonias y las escuelas normales, competencias del Estado Nacional, en tanto las provincias deberían dictar sus propias normas. Sin embargo, el Estado Nacional se reservó su capacidad de intervenir en los contenidos provinciales, mediante su capacidad de inspeccionar la enseñanza, y distribuir premios y sanciones por medio de subsidios y fomentos.
Esta capacidad de definir los contenidos educativos a nivel nacional convirtió a la educación en un fabuloso dispositivo de adoctrinamiento y manipulación de contenidos, representaciones sociales y tradiciones territoriales y étnicas. El artículo 6, por ejemplo, fijaba los contenidos mínimos a transmitir a los alumnos, que incluían una distorsión del pasado nacional y una naturalización de la condición colonial de nuestro país, en relación con la civilización europea, acorde con la propensión colonialista de la dirigencia del liberalismo oligárquico. La ley introducía el pensamiento único, disfrazándolo bajo la apariencia de neutralidad y objetividad del saber científico y no descuidaba contenidos y prácticas de sociabilidad definidas por esa dirigencia, en abierta contradicción con las que portaban los inmigrantes y los pobladores preexistentes en nuestro territorio. En el caso de las niñas, se incluían materias como economía hogareña y manualidades, acordes con el rol social preasignado. En el caso de los varones, nociones básicas de la actividad agrícola-ganadera y ejercicios militares simples.
El sistema educativo se dividía en secciones infantil, elemental y superior. Se establecía la enseñanza mixta entre los 6 y los 10 años, y se creaban establecimientos para adultos en cárceles, fábricas, cuarteles, y escuelas rurales.
La gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria apuntaba al adoctrinamiento de toda la estructura social, y disponía la responsabilidad social de los padres o tutores, quienes podían ser multados ante las inasistencias reiteradas de los educandos.
La Ley disponía, asimismo, la profesionalización de la actividad, requiriendo la obtención de título habilitante para el ejercicio de la docencia. Como no se contaba aún con la cantidad necesaria de diplomados, el Consejo Nacional de Educación otorgaba certificados de idoneidad a postulantes que superaran los exámenes a los que debían someterse. 
Las Relaciones Exteriores
Durante la segunda mitad del Siglo XIX, la política exterior argentina se subordinó regularmente a los intereses y estrategias de Gran Bretaña, con la que se estableció una relación semicolonial. [3] Por entonces, la potencia europea era el principal mercado para las exportaciones argentinas, así como la principal fuente de inversiones y de aprovisionamiento de bienes y servicios para nuestro país. En este período se establecieron relaciones diplomáticas con la mayor parte del mundo. (Escudé, 1994).
En 1865, el Estado Nacional, encabezado por Bartolomé Mitre, ofició como instrumento de la política británica en el cono sur, exigiendo sanciones ejemplificadoras para la nación hermana del Paraguay, que se había atrevido a rechazar las presiones inglesas para establecer el librecambio. De este modo, un conflicto iniciado en la República del Uruguay entre facciones rivales, apoyadas por Brasil y Paraguay, dio origen a una terrible confrontación que provocó el exterminio del pueblo paraguayo, que se tradujo en la disminución de su población masculina adulta a menos del 5%, y la pérdida de 2/3 de su territorio, en beneficio principalmente de Brasil. El Estado Nacional Argentino se aseguró el Chaco Central, en el marco de una mediación realizada por el presidente de los EEUU, Rutherford Hayes, en 1878. La llamada Guerra de la Triple Alianza significó la presentación en la arena internacional del nuevo Estado Nacional Oligárquico de la Argentina, caracterizada por la masacre, el endeudamiento y la corrupción. (Rosa, 2009) (Pómer, 1968).
En 1895, sin mayores discordancias, se sometió a laudo arbitral del Presidente norteamericano Grover Cleveland la demarcación de límites con Brasil en la región misionera.
En tanto no quedaban cuestiones significativas pendientes en el norte del territorio nacional, las pretensiones chilenas sobre los territorios patagónicos y australes pusieron reiteradamente a la región en riesgo concreto de un enfrentamiento armado a lo largo del período. (Lettieri, 2013). A fin de tratar de resolver pacíficamente la cuestión, entre 1873 y 1879 el Perito Francisco Moreno y su colega chileno, Diego Barros Arana, realizaron una serie de expediciones a la Patagonia, Tierra del Fuego y el Estrecho de Magallanes, que se tradujeron en la firma del Tratado de Límites entre ambas naciones, en 1881. Sin embargo, por problemas en la demarcación territorial, se realizó en 1896 un laudo arbitral de Gran Bretaña. Como gesto de apaciguamiento del clima bélico imperante en ambas naciones, el 15 de febrero de 1899 los presidentes Julio A. Roca y Federico Errázuriz Echaurren se reunieron en el Estrecho de Magallanes, concretando el célebre “Abrazo del Estrecho”. El laudo británico fue recogido por un nuevo Tratado, en 1902, ampliamente criticado en nuestro país por las concesiones que realizaba a Chile. Adicionalmente, el tratado sometía a perpetuidad los eventuales diferendos que surgieran entre los dos países a la Corona Británica, ratificando así la naturaleza semi-colonial que había adquirido la relación entre nuestro país y Gran Bretaña.
Conclusión
En la segunda mitad del Siglo XIX la Argentina experimentó un profundo proceso de cambios, liderado por un liberalismo oligárquico que plasmó en la realidad su proyecto de restablecimiento de una relación semicolonial con un poder imperial, en este caso el de Gran Bretaña. En efecto, la inclusión como economía primaria agroexportadora, en el marco de la División Internacional del Trabajo capitalista, garantizó la consolidación de una oligarquía nativa, respaldada por el poder imperial, a costa de ceder la parte del león en la apropiación de las riquezas y el trabajo de la sociedad argentina.
Esa oligarquía nativa cedió la iniciativa al imperio británico, así como el control de la infraestructura y de los medios de transporte y comunicaciones –puertos, ferrocarriles, telégrafos, etc.–, e incluso fabulosas extensiones de tierra fuera de la Pampa húmeda, reservándose a cambio el control efectivo de la propiedad terrateniente al interior de ese espacio, integrado por excelencia al mercado internacional. También se apropió del Estado y del gobierno, a través del fraude electoral y del ejercicio –o amenaza de ejercicio– de la violencia sobre las clases subalternas, concentró la riqueza y se reservó durante mucho tiempo el monopolio de los espacios universitarios.
A fin de garantizar el control y el disciplinamiento social, recurrió al genocidio de la población mestiza, originaria y de afrodescendientes, apelando a la consigna “civilización y barbarie” como argumento que justificaba su genocidio. Las expediciones contra los caudillos federales y su base social, durante las presidencias de Mitre y de Sarmiento, las políticas de exterminio impulsadas por Roca, bajo el eufemismo de “Conquista del Desierto”, o bien la matanza de gauchos y afrodescendientes en el marco de la nefasta Guerra de la Triple Alianza, fueron las herramientas de una elite que se consideraba predestinada a transformar la sociedad preexistente, moldeando los contornos de la dependencia nacional, la exclusión social y la limpieza étnica.
El genocidio de las clases subalternas nativas fue acompañado por un recambio demográfico provisto por la llegada masiva de inmigrantes, en su mayoría proletarios analfabetos de las regiones más pobres de Europa. Estos inmigrantes trajeron consigo un conjunto de reivindicaciones y una inédita capacidad de organización frente a las políticas de explotación sistemática impulsadas por esa oligarquía, que motivaron dos reacciones coordinadas desde los espacios políticos controlados por la clase dominante: la tradicional represión directa, a la que se sumaron leyes represivas, como por ejemplo la Ley de Residencia, que autorizaba a expulsar del país a los inmigrantes que desempeñaran actividades políticas o sindicales, y la imposición de un sistema educativo obligatorio, de matriz autoritaria, caracterizado por la imposición del pensamiento único y la invención de un pasado nacional, construcción sumamente exitosa que permitía naturalizar dentro del sentido común de la sociedad los privilegios de la clase dominante y las lacerantes desigualdades sociales existentes.
Las tensiones al interior de la oligarquía agroexportadora no estuvieron ausentes. En 1874 y 1880, dos revoluciones impulsadas por fuerzas políticas porteñas –el mitrismo y el tejedorismo–, reemplazaron a los tradicionales levantamientos de caudillos federales, ya desactivados definitivamente. Esas acciones, mal planificadas y desastrosas en sus resultados, permitieron demostrar que el Estado Nacional se había consolidado definitivamente para 1880, con la amputación de la Ciudad de Buenos Aires del territorio de la provincia homónima, convertida por entonces en Capital Federal.
Sin embargo, el éxito del proceso de construcción de una economía dependiente, del genocidio de las clases subalternas y la concentración de la riqueza y del poder político y social en pocas manos, encontró inesperadas resistencias a partir de 1890. Las clases medias, surgidas como consecuencia de la expansión del sector servicios, propios de una economía primario exportadora, reclamaron mayor participación política y transparencia electoral, a través de nuevos agrupamientos, como por ejemplo la Unión Cívica de la Juventud o la Unión Cívica Radical. Las revoluciones de 1890, 1893, 1895 y 1905, aunque fracasaron en su objetivo, echaron luz sobre la inestabilidad y el malestar social existente, situación que se agravaba sobremanera ya que a las exigencias de las clases medias se sumaba una creciente combatividad de los trabajadores inmigrantes, enrolados mayoritariamente en el anarquismo y en las organizaciones FOA y FORA. La respuesta de la oligarquía consistió en combinar políticas crecientemente represivas para los trabajadores, y una reforma política, la Ley Sáenz Peña de 1912, que permitió transparentar el sistema electoral, habilitando, sin quererlo, el acceso de la UCR a la primera magistratura en 1916.
Mientras la vida política estaba expuesta a permanentes sobresaltos, los negocios británicos se multiplicaban a orillas del Plata. Inversiones en bancos, ferrocarriles y frigoríficos, y un incremento sin precedentes del endeudamiento externo, y altas tasas de enajenación de las riquezas nacionales convirtieron a la Argentina en el territorio privilegiado para la colocación del capital británico. Nada parecía turbar el futuro de una alianza entre un imperio en expansión y una oligarquía que autocelebraba su buena fortuna en medio del lujo, el despilfarro y la explotación de los más débiles. Sin embargo, para principios de la década de 1910, los vientos de cambio se intensificaron. La protesta obrera se incrementó, la UCR conquistó posiciones institucionales decisivas, y el viejo Imperio Británico ingresó en un cono de sombras del que ya no conseguiría recuperarse, con el estallido del Primera Guerra Mundial, en 1914. Por entonces, se abría una nueva etapa para nuestra sociedad y para el mundo en su conjunto, que contemplaba el exterminio recíproco de las potencias europeas en el marco de un conflicto bélico sin precedentes. 
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[1] Alberdi justificó reiteradamente el ejercicio del fraude y la violación de la voluntad popular, expresando un descreimiento absoluto tanto de la sabiduría de las mayorías, como de la razonabilidad de las clases dirigentes latinoamericanas: "Es utopía, sueño y paralogismo puro –sostenía– el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la república representativa". (Alberdi, 1852).
[2] “El concepto tradicional de División Internacional del Trabajo se refiere a la especialización de los diferentes países en la producción de determinados bienes y servicios. En este proceso un grupo pequeño de naciones que iniciaron tempranamente la transformación estructural de sus economías, gracias al avance sin precedentes de las fuerzas productivas, tomaron la delantera en su especialización como productores de bienes manufacturados, al tiempo que la mayor parte del mundo debió conformarse con su papel de abastecedores de bienes primarios de origen agropecuario y minero. Este esquema de división del trabajo se acentuó especialmente después de conformado el sistema mundial de la economía hacia finales del siglo XIX […]”. (Romero, 2002). 
[3] El concepto de sociedades semicoloniales fue propuesto por Lenin en 1916, en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, siendo aplicado posteriormente por la mayoría de los autores de raigambre socialista o que adscriben a diversas versiones de la denominada “teoría de la dependencia

Por: Dr. Alberto Lettieri
30 de Marzo de 2015


Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 6


A contramano de lo sostenido por el discurso oficial del modelo oligárquico dependiente, el Censo de 1914 comprobó que sólo el 29% de la población económicamente activa estaba empleada en el sector agrario, mientras la industria ocupaba al 35% y el sector servicios. Sin embargo, no debe perderse de vista que los frigoríficos que abastecían al mercado externo eran grandes empleadores de mano de obra, y que la precariedad del sector industrial, con escasas inversiones y tecnología, le reportaba escasa participación en el PBI. 

Estado, inmigración y represión

El Estado Nacional Argentino impulsó un complejo proceso de homogeneización cultural de los inmigrantes y de la población nativa, a través de diversos procesos de adoctrinamiento que encontraban su articulación en la escuela. En tal sentido, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria dispuesta por la Ley 1420, sancionada en 1884, constituyó la llave maestra de la manipulación de las representaciones sociales y del sentido común. Este proceso se complementaba, en el caso de los nativos –muchos de ellos hijos de inmigrantes– con la conscripción forzosa durante un año en el Ejército Nacional, dispuesta por la Ley de Servicio Militar Obligatorio de 1901.

En tanto se intentaba adoctrinar a los inmigrantes en los valores y la obediencia al sistema oligárquico impuesto en nuestra sociedad, se desalentaba su participación efectiva en la política institucional. Para 1900, sólo el 4% de los adultos en condiciones de votar eran extranjeros. Tampoco los inmigrantes hacían esfuerzos por adquirir derechos políticos, en muchos casos por su deseo de retornar a sus países de origen, o bien por su condición de anarquistas, que los llevaba a desechar toda forma de participación institucionalizada.

En 1902, el Congreso Nacional sancionó la Ley de Residencia, redactada por el diputado conservador Miguel Cané, que asignaba al Poder Ejecutivo la facultad de expulsar del territorio nacional a extranjeros acusados de delitos comunes o actividades sediciosas, entre las que se incluía la organización sindical y política de los trabajadores. Estas iniciativas de organización no eran nuevas. Con el antecedente de la Sociedad Tipográfica de 1854, en las décadas de 1860 y 1870 inmigrantes franceses y alemanes impulsaron emprendimientos tales como Les Egaux yVorwarts, dando origen al movimiento obrero en la Argentina. 

Simultáneamente se creaban organizaciones étnicas de ayuda mutua, como Unione e Benevolenza, el Club Español, el Hospital Italiano, etc., y en 1908, en respuesta a la crítica situación que la precariedad habitacional significaba para los trabajadores y sus familias, se creó el Hogar Obrero, por iniciativa del Partido Socialista, dando el puntapié inicial al movimiento cooperativo argentino.
La acción de los trabajadores no cesaba. En 1878 se fundó el Sindicato de Gráficos, y en los años siguientes se crearon los sindicatos de empleados de comercio, ferroviarios, carreros, panaderos, sastres, albañiles y tabacaleros, liderados por anarquistas y socialistas. Como corolario de esas iniciativas, en 1901 se creó la primera central sindical, la Federación Obrera Argentina (FOA). La reacción del Régimen Oligárquico fue primitiva e inmediata, y en 1902 el Congreso aprobó la Ley 4144, conocida como Ley de Residencia. Si bien la unidad entre socialistas y anarquistas no duró –ya que los primeros se agruparon en la Unión General de Trabajadores (UGT) y los segundos en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina)–, el tratamiento legislativo de la norma motivó la primera huelga general, sumamente exitosa, que significó una dura derrota política para el roquismo. En los años siguientes, el Régimen haría una generosa aplicación de esta ley. Pese a eso, la conflictividad social se incrementó hasta que, en 1912, los inmigrantes organizaron la primera medida de fuerza agraria, conocida como el Grito de Alcorta, en la Provincia de Santa Fe. 


miércoles, 17 de abril de 2019

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 5


Los inmigrantes arribados al país procedían generalmente de las clases subalternas de Europa, expulsados como población excedente de la Revolución Industrial y la Revolución Agrícola, o bien por las crisis económicas cíclicas, iniciadas en 1866. Recién en 1875, durante la gestión de Nicolás Avellaneda, el Estado Nacional decidió asumir la organización del proceso inmigratorio, mediante la creación de la Comisión General de Inmigración. En 1876 se sancionó la Ley N° 761/76, de Inmigración y Colonización, que asigna la condición de inmigrantes a los:
[…] extranjeros jornaleros, artesanos, industriales, cultivadores o profesores que con menos de 60 años de edad, buena moralidad y aptitudes suficientes, que lleguen en tercera ó segunda clase (en barco) al territorio de la República para establecerse en ella.
(Ley N° 761/76)

La iniciativa incluyó la promoción de la convocatoria a inmigrantes a través de agencias oficiales establecidas en ciudades y puertos europeos y el financiamiento de pasajes en barco entre 1888 y 1891. Sin embargo, el alto precio de la tierra conspiró, en alguna medida, contra el éxito del proceso inmigratorio, e incluso provocó que muchos inmigrantes retornaran a sus países de origen. En adelante, el Estado se limitaría a tratar de encauzar la inmigración espontánea, garantizando ocho días de alojamiento y manutención en el Hotel de Inmigrantes, y la realización de gestiones para conseguirles trabajo.

Debido a que la mayoría de los inmigrantes eran agricultores en sus naciones de origen, la mayoría intentó volcarse a tareas agrícolas. Sin embargo, la promesa de distribución de tierras públicas raramente se cumpliría, ya que en su mayoría ya habían sido malvendidas o cedidas por el Estado a personas o corporaciones influyentes antes de 1885. Fue así como la porción principal de los inmigrantes se convirtió en asalariada, estableciéndose en las ciudades tradicionales o bien en una gran cantidad de centros urbanos que surgieron en la segunda mitad del Siglo XIX. Las iniciativas de colonización, en tanto, sólo florecieron en alguna medida en Mendoza, Entre Ríos, Santa Fe, Misiones y Chaco. En el caso de Misiones y Chaco se convirtieron en el paraíso de las empresas forestales, que operaban desentendiéndose del poder institucional, o en connivencia con este. La empresa británica Forestal Land, Timber & Railway Company, taló los extensos quebrachales del Chaco utilizando braceros y hacheros originarios de Europa del Este. Experiencias similares fueron desarrolladas por empresas similares en Santiago del Estero, Salta y Jujuy.

La inmigración urbana

La inmigración europea provocó un impacto tal que entre mediados del Siglo XIX y la Primera Guerra Mundial la población se duplicó cada veinte años. Según el Censo de 1914, los extranjeros representaban más del 30% de la población argentina. 

En la Ciudad de Buenos Aires alcanzaban más del 60%, mientras que en Rosario representaban el 47% en 1910 y el 42% en 1914, siendo el 55% originario de Italia. Rosario pasó de una población de 9.785 en 1858 a 222.000 en 1914, experimentando un crecimiento del 2169% en 56 años. Sin embargo, la concentración de la tierra en pocas manos, el desarrollo de la ganadería extensiva y la práctica de celebrar contratos de arrendamiento rural de corta duración y enormes cargas para los arrendatarios –duraban no más de 4 o 5 años, y el arrendatario estaba obligado a labrar la tierra, cultivar cereales y forraje, y devolverla sembrada al fin del acuerdo– provocó el asentamiento de la mayoría en las ciudades, sobre todo en la de Buenos Aires. 

En efecto, más de la mitad de los inmigrantes se radicaron en esa ciudad o en la Provincia de Buenos Aires, y el resto de las provincias litorales les siguieron en orden de importancia. Para 1895, el 42% de la población argentina estaba radicada en centros urbanos, y en 1814 este índice se había incrementado hasta llegar al 58%, una tasa superior a la de cualquier país de Occidente, a excepción del Reino Unido y los Países Bajos, y más aún teniendo en cuenta que se trataba de una economía primario-exportadora dependiente. En muchos centros urbanos, los inmigrantes constituyeron las 4/5 partes de la población masculina, y entre ellos predominaban los italianos –un 68,5% se radicó en Buenos Aires– y españoles, sumando en conjunto un 78% de la inmigración total. En las ciudades, los inmigrantes se integraron a los sectores secundario y terciario de la economía. Fueron empleados en la construcción de ferrocarriles, en talleres de utilización extensiva de mano de obra, y un porcentaje significativo se dedicó al comercio. Según el Censo de 1914, de los 47.000 industriales registrados, 31.500 eran de origen extranjero.