La historia es la única rama del conocimiento que nos puede decir qué fuimos en el pasado, qué somos en el presente y qué seremos en el futuro.
martes, 1 de agosto de 2023
viernes, 14 de abril de 2023
El Galeón de Manila. La ruta española que unió tres continentes - Parte 2
Mercados
La línea marítima del galeón llevó prosperidad a los mercados de Manila y Acapulco. En el puerto manileño recalaban productos asiáticos de las Molucas, China, Japón, Formosa, Siam e Indica. Al llegar por el Pacífico al muelle acapulqueño, en Nueva España, se descargaban sedas, té, juguetes, biombos y lacados japoneses, porcelanas, jade, marfil, muebles, especias (clavo, canela, pimienta), textiles de la provincia de Ilocos… Posteriormente, esta mercancía se trasladaba por vía terrestre al puerto de Veracruz, en la costa atlántica, donde nuevamente se cargaban en los barcos de la Flota de Indias con destino final en las dársenas de Sevilla y Cádiz.
En sentido inverso, en Filipinas se descargaban las barras de plata y pesos acuñados en las cecas de México y Perú para el sostenimiento económico de la Capitanía General de Filipinas. Igualmente se desestibaban plantas americanas como el maíz, cacao, tabaco, caña de azúcar, tomate, pimiento, calabaza, aguacate. También en Manila tenían su destino funcionarios, soldados y personal de órdenes religiosas.
La porcelana china
La porcelana china fue un producto muy valorado y solicitado en el intercambio de mercancías entre Oriente y Occidente. En Europa no conseguían modelar objetos de la misma belleza ni tampoco que las igualara en brillo, transparencia y sonido. La materia prima, el caolín, se extraía de la cantera situada en la ciudad de Jingdezhen, provincia de Jiangxi, donde era fabricada. De aquí, pasaban a Cantón que, por su salida al mar, se convirtió en el puerto comercial más importante de China. Tras el descubrimiento del tornaviaje en el siglo XVI, Manila se convirtió en el centro distribuidor de las mercancías chinas. Las piezas en azul y blanco con motivos decorativos chinos tuvieron muy buena acogida en las casas europeas.
Su colorido fue perfeccionándose también durante el siglo XVII. Llegado ya el XVIII, el hecho de poseer una vajilla de las Familias Rosa y Verde era un signo de distinción en las mansiones de la realeza, nobleza y burguesía del viejo continente.
Hemos podido contar para esta exposición con la colección particular de Ibarra y Cía. Una vez concluida la Ilustración, la porcelana fue ganando en originalidad, colorido y realismo. Las soperas zoomorfas y las fuentes ovaladas y polilobuladas se crearon exclusivamente para ser exportadas. Presentaban una decoración con brillantes colores esmaltados bajo vidriado. Sorprendieron mucho en las tertulias metropolitanas las que representaban cabezas de búfalo o carabao, animales que no existían Europa, en color negro mezclado con detalles de policromía o aquellas otras con forma de carpa, decoradas con matices de color rojo. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, la porcelana iba decorada con los escudos nobiliarios de las familias que las encargaban.
La evangelización
Durante el período de vigencia de esta línea marítima, entre 1565 y 1815, una gran parte del pasaje estaba compuesta por misioneros agustinos, franciscanos, dominicos, jesuitas, etc.; también por oficiales reales, mercaderes y soldados que llevaron a Filipinas una nueva religión, cultura y nuevas costumbres. Como explica Blas Sierra de la Calle en el catálogo de la exposición, está ampliamente documentado que los más de tres mil misioneros agustinos que viajaron a Filipinas durante cuatro siglos llevaron consigo numerosas obras de arte de las que se servían para la evangelización de la población autóctona. Así, llevaron libros y cantorales, ornamentos y vasos litúrgicos, pinturas y esculturas, grabados y estampas, entre otros.
Los libros y cantorales trasladados a Filipinas eran los destinados a la oración; los rituales empleados para la administración de los diferentes sacramentos; los de la doctrina cristina para la catequesis y, finalmente, los de otras ciencias como cosmología, geografía y otras disciplinas en las que los agustinos eran especialistas. En cuanto a los ornamentos y vasos litúrgicos, Sierra de la Calle señala que los religiosos de San Agustín llevaron a Filipinas todo lo necesario para dotar dignidad las celebraciones habituales. Respecto a los ornamentos, hay constancia de provisión de capas pluviales, casullas, albas, manteles, amitos, paños de cáliz, frontales de altar, paño de atril, manga de cruz, alfombras y otros artículos.
En el apartado de vasos litúrgicos figuran cálices con sus patenas, crismeras, pares de vinajeras, ciriales, candelabros, acetres de azófar para el agua bendita, incensarios con sus navetas, portapaces, campanillas de metal, hostiario de palo, etc. Igualmente añade dos campanas entregadas en el puerto de Acapulco en los años 1568 y 1570; la primera con destino al convento del Santo Niño de Cebú.
Según los registros de la Casa de la Contratación, los agustinos llevaron a Filipinas imágenes de Cristo Crucificado. Muy popular es el crucifijo de Sinait, imagen hallada en el mar y venerada en el convento que tenían los agustinos de aquella localidad de la provincia de Ilocos. También viajaron hasta allí pinturas de lienzo para los retablos de los altares con temática probable a la de los santos titulares de las iglesias de destino (Inmaculada Concepción, San Agustín, Santa Mónica, San Pablo, Santiago Apóstol, San Juan Bautista, San Martín Obispo y del Santo Cristo de Burgos). También destacan tallas de San Roque, Virgen de Guadalupe, Virgen de los Remedios, Nuestra Señora de Regla y Nuestra Señora de Guía. Ésta última tenida por “muy milagrosísima y especialmente para llevar y traer las naos de Nueva España”.
Por último, los religiosos agustinos llevaron al Archipiélago grabados y estampas con temas relativos a la pasión de Cristo y de la Virgen, así como de los santos agustinos: San Agustín, Santa Mónica, la Virgen de Consolación, Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Sahagún, San Nicolás de Tolentino, etc.
Última etapa (1785-1815). De la Compañía de Filipinas al fin del Galeón
1785 trajo consigo la creación de la Real Compañía de Filipinas. Esta decisión de Carlos III supuso la apertura de dos nuevas rutas que tenían como puertos de cabecera Manila y Cádiz. Una transcurría a través del Cabo de Buena Esperanza; otra, por el Cabo de Hornos, recalando en los puertos de El Callao y Montevideo. Las dos nuevas líneas convivieron un tiempo con la tradicional de Manila-Acapulco. No obstante, a principios del siglo XIX, la guerra con Inglaterra y la derrota de Trafalgar, junto con la invasión francesa supusieron un parón en la demanda de productos asiáticos. Además, las presiones independentistas en México fueron ganando terreno al inicio del segundo decenio. El conflicto armado impedía la descarga de productos, lo que fue aún más en detrimento del mantenimiento de la ruta.
Las Cortes de Cádiz decretan en 1813 la supresión de esta ruta, hecho que supuso que los habitantes de Filipinas pudieron empezar a comerciar en total libertad y con sus propios barcos con otros países asiáticos. En 1814, concluida la contienda con Francia, Fernando VII ratifica la disolución definitiva. En 1815 llegaba al puerto de Manila el “San Fernando” o “Magallanes”. Iba de vacío; en México se le había requisado la mercancía. Éste sería el último viaje del Galeón de Manila. En 1816 el virrey comunicó las órdenes de disolución definitiva que llegaban de la metrópoli.
Piezas destacadas
Extracto de la habilitación y viaje que hizo la Armada del emperador Carlos V de la que era capitán general Hernando de Magallanes
compuesta de cinco naos: Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago, en su viaje desde Sanlúcar de Barrameda en 1519 al descubrimiento por el oeste de las islas Molucas; regreso que verificó de estas islas a España por el cabo de Buena Esperanza la nao Victoria al mando de Juan Sebastián Elcano en 1522 y acaecimientos de la nao Trinidad en aquellas islas. Archivo del Museo Naval. Madrid. Copia del siglo XIX. 31 x 21,5 cm.
La Armada Naval mandada por el Comendador García de Loaísa
compuesta de cuatro naos, dos carabelas y un galeón, sale del puerto de la Coruña, para islas Molucas, en 24 de julio de 1525. Segunda mitad del siglo XIX. Dibujo de Vicente Urrabieta y Ortiz. Litografía de J.J. Martínez Museo Naval. Madrid. Estampa litográfica a color 44,6 x 65,3 cm.
Mapa de las Yslas Philipinas hecho por el Padre Pedro Murillo Velarde de la Compañía de Jesús
1744. Pedro Murillo Velarde. Archivo del Museo Naval. Madrid. Grabado y coloreado. Medidas: 50,5 x 33,8 cm
Plano de la navegación que ejecuta la «Nao de China» desde Acapulco a las islas Philipinas, con expresión de la derrota que debe ejecutar al puerto de Lampón
según lo proyectado y relacionado por el Fiscal de la Real Audiencia de Manila, y assimismo su vuelta… 1750. José Francisco Badaraco, Real Academia de Pilotos de Cádiz. Archivo del Museo Naval. Madrid. Manuscrito en colores sobre papel 36,5 x 103 cm
Plano de las Yslas Philipinas en punto cresido para la mejor inteligencia de las dos derrotas antigua y nueba como assí mismo su vuelta a Acapulco
1750. José Francisco Badaraco, Real Academia de Pilotos de Cádiz. Archivo del Museo Naval. Madrid. Papel manuscrito coloreado 59,5 x 46,8 cm
Vista de una torre y parte del pueblo de Zamboanga
1789-1794. Fernando Brambila. Realizado durante la Expedición Malaspina Archivo del Museo Naval. Madrid. Pluma y aguada a sepia, 37,5 x 53,5 cm
Modelo de junco chino
Museo Naval de Madrid. Madera, tejido y cuerda. Eslora: 40 cm, manga: 17 cm, puntal: 40 cm
Modelo de lorcha
Siglo XIX. Museo Naval. Madrid. Madera y marfil. Altura: 49 cm, eslora 55 cm, manga 14 cm.
Lanchón de carga filipino
Siglo XIX. Museo Naval. Madrid. Madera. Puntal: 10,5 cm, eslora: 50 cm, manga: 11 cm
Navío Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza
1992. Esteban Arriaga Colección particular. Óleo sobre lienzo 100 x 73 cm
Tinaja china con dragón-Jarrón martabán
Ca. 1600. Depósito Fundación Especial Caja Madrid. Barro cocido
Maqueta de Pagoda. Nanjí (China)
Siglo XIX. Museo Naval. Madrid. Loza
Plato con representación del «Galeón de Manila» con la bandera de la Corona de Castilla y un velero bergantín
Dinastía Qing, época Qianlong (1736-1795), ca. 1780. Museo Naval. Madrid. Porcelana con decoración de esmalte policromado
Diferentes piezas de vajilla.
(soperas y platones) zoomorfas Dinastía Qing, época Qianlong (1736-1795), ca. 1760-1780. Dinastía Qing, época Jiaqing (1796-1820) Colección particular. Porcelana china con esmaltes polícromos y esmaltes de la Familia Rosa y dorado.
jueves, 13 de abril de 2023
El Galeón de Manila. La ruta española que unió tres continentes - Parte 1
Introducción
El Museo Naval presenta con esta
exposisión el inicio, desarrollo y desaparición de la ruta comercial que
durante 250 años (1565-1815) unió tres continentes. Durante ese período, las
naves españolas conectaron Asia, América y Europa a través de dos grandes vías
marítimas, la Carrera de Indias y la del Galeón de Manila.
Aunque el descubrimiento de
América fue un hito en los logros de la Corona española, ésta nunca abandonó su
objetivo de encontrar una ruta marítima hacia la India y China. Y ésta fue
también la razón más importante que guio la política exterior de Fernando “el
Católico”, ya como regente de Castilla. En 1513, la expedición terrestre guiada
por Vasco Núñez de Balboa, con casi mil hombres, atravesó por primera vez el
istmo de Panamá. Fue hacia finales de septiembre cuando avistaron el Mar de Sur
y tomaron posesión solemne de aquel mar en nombre del rey de España.
Llegado al trono Carlos I, nieto
de Isabel y Fernando, envió a Fernando de Magallanes en una nueva expedición a
la búsqueda de la ruta que le asegurara el suministro de especias. El empeño
seguía siendo arribar a costas de Asia navegando por Occidente. En agosto de
1519, el marino portugués partió de Sevilla y navegó por el Océano Atlántico
hacia América. Costeando Brasil alcanzó el extremo sur de este continente
–Estrecho de Magallanes- y desembocó en el tranquilo Mar del Sur, que desde
entonces será conocido como Océano Pacífico. Siguió su derrota hacia Occidente
y descubrió las islas Filipinas. Magallanes fallece tras enfrentamientos con
los nativos y es su oficial más experimentado, Juan Sebastián Elcano (Primus
Circumdedisti Me), quien finaliza la misión. Después de una travesía agónica,
en septiembre de 1522 desembarcan en el puerto de Sanlúcar de Barrameda 18 de
los 265 hombres que iniciaron la expedición.
A esta experiencia se sucedieron
las de García Jofre de Loaysa en 1525, Álvaro de Saavedra en 1542 y Miguel
López de Legazpi, con su piloto y cosmógrafo Andrés de Urdaneta, en 1564. Y
ésta fue la que descubrió el tornaviaje: Felipe II ordenó en 1564 una nueva
expedición que comandó López de Legazpi, ayudado por el fraile agustino Andrés
de Urdaneta, presente también en la fallida expedición de Loaysa. En noviembre
de ese año zarparon del puerto de Navidad, en Nueva España (México). Arribaron
a Filipinas en febrero de 1565. En junio de ese año partió la nao San Pedro con
Urdaneta al timón. El piloto mandó poner rumbo nordeste, encontró la corriente
del Kuro-Shivo –o corriente del Japón- navegó entre las latitudes 30º y 39º N.
Siempre hacia el este, vieron tierra, la isla Deseada frente a la costa de
California. Arrumbaron hacia el sur y anclaron el 1 de octubre de 1565 en el
puerto de Acapulco.
Así pues, en 1565 se estableció
la ruta del “Galeón de Manila, la “Nao de China” o “Galeón de Acapulco” que
unió Asia, América y Europa, a través de Manila y Acapulco, y que estuvo en
servicio hasta 1815.
Un trayecto, el que partía de
Cavite, en la bahía de Manila, se iniciaba en junio. Una vez embarcada la
mercancía, navegaban por el interior del archipiélago filipino. Recalaban en
los puertos de San Jacinto o de Sorsogón para proveerse de víveres frescos y
agua y finalizar el reclutamiento de la tripulación.
A veces tenían que esperar más de
un mes para vencer las corrientes y salir al Pacífico. Una vez en la latitud
38ºN, entre treinta y cuarenta días más tarde se avistaban las “señas” (unas
algas) que anunciaban la proximidad de las costas americanas. Así, tras una
travesía de 130 a 200 singladuras, fondeaban en el surgidero de Santa Lucía, en
el interior de la bahía de Acapulco. En sus muelles se desestibaba la carga. La
que era destinada a la metrópoli, era llevada por tierra siguiendo el Camino de
Asia hasta Veracruz, en la orilla atlántica. Ya en este puerto, nuevamente la
mercancía era ordenada en los navíos y transportada al principio a Sevilla y,
posteriormente, a Cádiz.
En Manila se embarcaban productos
del entorno con destino a Acapulco: especias de Ceilán, Molucas y Java; seda,
marfil, porcelana, lacas y madreperlas de Amoy (actual Xiamen) y Japón;
alfombras, tapices y prendas de algodón de la India y el sudeste asiático.
Desde el puerto de Acapulco, en el Galeón de Manila viajaban misioneros,
oficiales reales, mercaderes y soldados. También, plata, animales (vacas y
caballos) y plantas (maíz, cacao, tabaco, caña de azúcar, tomate, calabaza,
pimiento, etc.).
Para el viaje de vuelta, desde
Acapulco a Manila, la nave salía en marzo o abril. Buscaba los vientos alisios
del este en el paralelo 10ºN del “Mar de las Damas”. Continuaba con rumbo oeste
hasta la isla de Guam. Se hacía escala. Seguían hacia el oeste hasta fondear en
la isla de Samar. Se alcanzaba el estrecho de San Bernardino y, desde aquí, se
llegaba en el mes de junio o julio a la bahía de Manila. Había realizado un
recorrido de más de 8.000 millas, en 100/140 singladuras.
Las llegadas del Galeón
representaban un gran acontecimiento comercial y social. Los productos eran
expuestos y vendidos en ferias y mercados (del Parián en Manila y Ciudad de
México), dando lugar a una importante reactivación económica.
Sin embargo y como se apunta en
el Prólogo del catálogo de la exposición, “el Galeón de Manila no sólo era
portador de valiosas y exóticas mercancías, sino que tuvo un gran impacto
espiritual, social, económico y cultural, influyendo en los países que enlazaba
en la arquitectura, arte, religión, costumbres, gastronomía…”.
Espacios de la exposición
Desde el descubrimiento del
Pacífico al tornaviaje.
El inicio de la ruta entre
España-América-Asia fue consecuencia de los viajes de Colón por el Atlántico
para alcanzar las Indias; del descubrimiento del Mar del Sur (Océano Pacífico)
por Vasco Núñez de Balboa; de la primera vuelta a la Tierra llevada a cabo por
la expedición Magallanes-Elcano y de la conquista de México –Nueva España- por
Hernán Cortés.
En 1565 sale de Filipinas el
primer galeón con destino a Nueva España. Iba al mando Miguel López de Legazpi
y como piloto, Fray Andrés de Urdaneta. Tenían como misión hallar la ruta de
vuelta o tornaviaje por el Pacífico. Ya en 1525, Urdaneta había participado en
la misión que, dirigida por García de Loaysa, había salido de La Coruña
buscando la ruta de regreso por el norte, desde Poniente hasta Nueva España.
Los itinerarios del Galeón
durante los siglos XVI y XVII
Una vez encontrada la ruta del
tornaviaje, el Galeón de Manila se convirtió en la primera línea comercial que
unía Asía, América y Europa con sus puertos base en Manila, Acapulco y Sevilla
o Cádiz. La nave debía salir a final de junio, primera semana de julio –época
de los monzones- del puerto de Cavite, en la bahía de Manila, y tocar
puerto de destino la última semana de diciembre. En el viaje de vuelta, zarpaba
de Acapulco en marzo o abril y atracaba en el fondeadero filipino hacia junio o
julio.
Itinerarios en el siglo
XVIII
Respecto a las rutas, en el
transcurso de los siglos XVII y XVIII se probaron otras alternativas con el fin
de acortar duración y reducir el contrabando de mercancías que facilitaban la
gran cantidad de islas y fondeaderos de la salida por San Bernardino. De este
modo, la ruta septentrional, propuesta en 1730, atravesaba las costas
noroccidentales de Luzón y salía a mar abierto por los cabos del Engaño y
Bojeador. La meridional, planteada en 1773 por Juan de Lángara, fue la que
adoptó el navío “Nuestra Señora de la Consolación” (“El Buen Fin”): zarpando de
Cavite con rumbo sur hasta doblar Zamboanga (Mindanao), enfilaba al este
pasando el norte de Gilolo y Nueva Guinea para aprovechar el monzón
austral.
La instauración de la dinastía de
los Borbones, a comienzos del siglo XVIII, trajo consigo un período de
recuperación y modernización de la Armada. En este sentido, se dictaron nuevas
ordenanzas, se crearon nuevos arsenales (Cavite, en la bahía de Manila) y
también escuelas de oficiales y se potenció la construcción naval para plantar
cara a ingleses y holandeses, cada vez más hostiles e invasivos. Felipe V
implantó en 1721 un nuevo método de construcción de barcos que recogía las
enseñanzas, medidas y proporciones establecidas por Antonio de Gaztañeta. Esta
medida supuso que, hacia mediados de este siglo, el típico galeón español se
había convertido en navío de línea. Las naos tuvieron su sucesor en los
galeones hasta final de la década de 1730. Ya en el siglo XVIII fueron
sustituidos por navíos, con mayor carga y capacidad de ataque y defensa.
Incidencias en la navegación del
Galeón de Manila
A pesar de que los siglos XVI y
XVII fueron un período amplio de guerra abierta en el mar, los barcos de la
ruta no se vieron muy afectados. No obstante, sí hay que tener en cuenta las
siguientes pérdidas:
En 1587 el “Santa Ana” fue
apresado por Thomas Cavendish frente a las costas de Baja California
La nao “San Diego” fue hundida en
1600 en la Bahía de Manila por los navíos del holandés Oliver Van Noort
El “Nuestra Señora de la
Encarnación”, en 1709, por Woodes Rogers
El “Nuestra Señora de Covadonda”,
en 1743, por George Anson
El “Nuestra Señora de la Encarnación”,
en el Estrecho de San Bernardino, en Filipinas
El “San Sebastián” y el “Santa
Ana” por George Compton en 1753
El “Nuestra Señora de la
Santísima Trinidad” en 1762, por Samuel Cornish
sábado, 7 de enero de 2023
El camino de la Bandera: de Rosario a nuestro corazón argentino
Este 20 de junio, aniversario del paso a la inmortalidad del General Manuel Belgrano, es también el Día de la Bandera decretado por ley 12.361 del 8 de junio de 1938, con aprobación del Congreso, durante la presidencia de Roberto M. Ortiz.
El
27 de febrero de 1812 en las barrancas del río Paraná, en Rosario, flameaba
por primera vez nuestra enseña patria. Sin embargo, no fue aceptada en un
primer momento. La Bandera tendría que esperar unos años hasta ser reconocida
como símbolo nacional
Su
creador, el general Manuel Belgrano, pensó que estaban dadas las
condiciones para, de una vez por todas, cambiar el pabellón español de nuestras
tropas por una nueva bandera.
“Siendo
preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y
celeste conforme a los colores de la escarapela nacional.”
Así,
informaba al Gobierno, consciente de la necesidad de contar del emblema
nacional que nos diferenciara del resto de las naciones del globo.
Una
semana antes el Triunvirato, a su pedido, había aprobado el uso de la
escarapela nacional con dichos colores mientras Belgrano supervisaba la
construcción de las baterías “Libertad” e “Independencia” para proteger el
río. No conforme con el simbolismo de esos nombres, creyó oportuno marcar a
fuego sus ideales y proyecto de Patria con la creación de la Bandera Nacional.
María Catalina Echeverría de Vidal -hermana de su amigo Vicente Anastasio- fue
la encargada de confeccionar con telas de la tienda de Pedro Tuella el
primer pabellón de dos franjas.
A
las 6.30 de la tarde del 27 de febrero de 1812 el General Manuel
Belgrano se dirigía con estas palabras a un joven santafesino:
-
“Vea si está corriente la cuerda y ate bien la bandera para llevarla bien alto,
como debemos mantenerla siempre…”.
Ese
joven quien tuvo el honor de izar por primera vez la enseña de la patria
naciente, fue Cosme Maciel, máxima autoridad civil presente.
Este gesto soberano no sería acompañado por las autoridades que posteriormente ordenaron que “...haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente…”.
Belgrano
no se enteró inmediatamente de este apercibimiento, pues ya había abandonado
Rosario para hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Alto Perú. En el segundo
aniversario de la Revolución de Mayo, solemnemente en la Catedral de Jujuy, y
ante el canónigo Gorriti hizo jurar y bendecir su Bandera por todos los
presentes, autoridades civiles y militares ante un pueblo conmovido. El propio
Belgrano volcó en un oficio al Gobierno estos sentimientos:
“Vengo
a estos puntos, ignoro cómo he dicho, aquella determinación, los encuentro
fríos, indiferentes, y, tal vez, enemigos; tengo la ocasión del 25 de Mayo, y
dispongo la Bandera para acalorarlos y entusiasmarlos…”. “A la puerta de
mi posada hizo alto la columna, formó en batalla, y pasando yo por sobre las
filas la bandera, puedo asegurar á Vuestra Excelencia que vi, observé el fuego
patriótico de la tropas, y también oí en medio de un acto tan serio murmurar
entre dientes: “Nuestra sangre derramaremos por esta bandera...”.
“La
bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella... y
se harán las banderas del regimiento núm. 6, sin necesidad de que su falta se
note por persona alguna; pues si acaso me preguntan por ella, responderé que se
reserva para el día de una gran victoria por el ejército, y cómo ésta está
lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con la que le presenten”.
Sin
embargo, su “rapto de entusiasmo”, fue imitado en diversas partes de las
Provincias Unidas, incluso en Buenos Aires un grupo de patriotas tomó la
iniciativa para que las cosas no permanecieran “frías e indiferentes”,
comprendiendo así las intenciones de Belgrano, y en un acto público flameó la
celeste y blanca en las torres de la iglesia de San Nicolás de Bari por primera
vez en la capital como símbolo de la Independencia y Libertad tan ansiadas.
En
1813 sobre el río Pasaje (hoy Juramento) las tropas patriotas juraron fidelidad
ante la Bandera a la Asamblea del año XIII; y luego llegó el día de una gran
victoria del ejército en Salta el 20 de febrero donde la bandera debutó en
batalla a casi un año de su creación.
Hoy
diríamos que la celeste y blanca: “se viralizó por todas partes”. En
diferente versiones de forma y tonalidad acompañando la lucha emancipadora
hasta en el Cruce de Los Andes como lo había vaticinado el propio Belgrano en
su proclama a los pueblos del Perú del 25 de febrero de 1814 manifestando que
depositaba en manos del General San Martín, “la bandera del Ejército que en
medio de tantos peligros he conservado y no dudéis que la tremolará sobre las
más altas cumbres…”.
Dos años después, el Congreso de Tucumán con fecha 20 de julio de 1816
adoptó la Bandera Nacional creada por Belgrano que ya se venía usando y
con fecha 25 de febrero de 1818 se le agregaría el Sol de Mayo o Incaico como
“bandera de guerra”.
Hasta
1985, la bandera con el sol fue la «bandera mayor» de la Nación, y sólo podían
lucirla los edificios públicos y el Ejército. Luego de 1985 el Congreso
promulgó la ley por la cual todas las banderas tienen que tener el Sol de Mayo.
Hoy
20 de junio, aniversario del paso a la inmortalidad del General Manuel
Belgrano, es también el Día de la Bandera decretado por ley 12.361 del 8 de
junio de 1938, con aprobación del Congreso, durante la presidencia de Roberto
M. Ortiz.
*El
autor es Historiador sanmartiniano
https://www.losandes.com.ar/opinion/el-camino-de-la-bandera-de-rosario-a-nuestro-corazon-argentino/
jueves, 5 de enero de 2023
Jose Matias Zapiola
Juan Aurelio LUCERO. Investigador de la Historia y escritor de Areco
miércoles, 4 de enero de 2023
Así se repartieron el mundo España y Portugal en 1494: el Testamento de Adán que detestaba Francia
Durante unas durísimas negociaciones, España aceptó en Tordesillas que se realizara una división por meridianos como planteaba la bula «Inter caetera», si bien de forma más favorable a los intereses portugueses de la planteada por el Papa valenciano Alejandro VI
Entre
resignado y furioso, Francisco I de Francia reclamó al Papa con
insistencia ver el testamento de Adán ante las sucesivas bulas
papales que reconocían la preeminencia española en la conquista de América. «El
sol luce para mí como para otros. Querría ver la cláusula del testamento de Adán que me excluye del
reparto del mundo y le deja todo a castellanos y portugueses», exclamó sobre
los términos del Tratado de Tordesillas .
En
España y Portugal se llamaba directamente Testamento de Adán al Tratado de
Tordesillas . Un acuerdo entre ambos países, donde medió el Papa
valenciano Alejandro VI , para delimitar
los territorios que Cristóbal Colón descubrió sin saberlo en 1492. Todo un
continente repartido entre las dos grandes potencias imperiales de su tiempo. Y
nada pudo hacer Francia, ni Inglaterra, ni Turquía frente a aquella
preeminencia. Según concluyeron sus enemigos, es como si únicamente los
ibéricos fueran hijos de Adán.
Como
explica Carlos Canales y Miguel del Rey en «Las Reglas del
Viento: cara y cruz de la Armada Española en el siglo XVI», «a partir del descubrimiento
de nuevas tierras en el hemisferio occidental la historia cambió y se abrió una
nueva era para la humanidad». Poca veces a lo largo de los tiempos ocurrieron
tantas cosas importantes en una única década, la de 1490, es decir, la de 1492.
A partir de esa fecha, los marineros españoles, portugueses y los italianos
bajo su mando dibujaron un
nuevo mundo repleto de riquezas y de posibilidades . Los océanos que
no controlaba España era porque, de hecho, los dominaba Portugal. Rara vez en
la historia se ha vivido un dominio igual de dos países sobre el resto del
planeta.
El
Descubrimiento de Colón cambia el mundo
2
entradas GRATIS para el Reina Sofía con la suscripción anual Con ABC
Cultural Premium accede sin límite a todos los contenidos de Cultura, Historia,
Hemeroteca y a la revista ABC Cultural en visor PDF.
Al
finalizar en 1479 la Guerra de Sucesión castellana , que involucró a
Portugal a favor de Juana la «Beltraneja» en contra de los Reyes Católicos, se
firmó el Tratado de Alcáçovas y se dio inicio a un periodo de
acercamiento entre España y Portugal. El texto, además, dirimió varios asuntos
territoriales pendientes entre ambas Coronas: las Islas Canarias pertenecían
por derecho a Castilla; el reino de Fez, las islas Azores y Madeira, Cabo
Verde, la Guinea y el derecho de navegación más allá de las Canarias, se le
reconocían a Portugal. Si bien la navegación y el comercio atlántico no eran en
ese momento una prioridad para los españoles, más tarde ese mismo tratado iba a
suponer un obstáculo para las ambiciones hispánicas.
La
culpa de todo la tuvo un navegante supuestamente genovés, Cristóbal
Colón . Tras ser rechazado su proyecto en la corte portuguesa de viajar
hacia Occidente hasta dar con Cipango (Japón) , logró que los Reyes
Católicos lo financiaran. Es por esa espina clavada en su ego que Colón hizo
escala en Lisboa en su viaje de vuelta y alardeó ante Juan
II de que, después de todo, su descubrimiento sí había merecido la pena. A
nivel internacional aquel gesto desencadenó una guerra. El Rey de Portugal creía
que los términos del tratado de Alcáçovas habían sido violados con lo hallado
por Colón y levantó una armada en las Azores para reivindicar los
derechos sobre el Descubrimiento.
Por
el contrario, Fernando de Aragón no movilizó ninguna flota. Inició
una ofensiva diplomática dirigida a obligar al Papa valenciano Alejandro VI a
que «leyera en alto» el testamento de Adán e impulsara a España en su
misión de evangelizar el nuevo mundo . Sus relaciones en ese momento con
los Borgia eran buenas y pensaba sacar partido de sus concesiones aragonesas a
la familia valenciana en la península: había apoyado que César fuera
designado arzobispo de Valencia y que Juan se casara con una prima
del Rey.
No
le decepcionó el segundo de los papas españoles. Alejandro VI había
llegado al papado precisamente en 1492 (el año del Descubrimiento de Cristóbal
Colón) y al regreso del navegante dictó cinco bulas en cuestión de un año (« Inter
caetera », « Piis fidelium », « Inter caetera » de
mayo, « Eximie devotionis » y « Dudum siquidem ») que
reconocían los derechos españoles sobre las nuevas tierras, como explica Carlos Canales y Miguel del
Rey en el citado libro.
Estas
bulas derogaban anteriores dictados y anulaban, a ojos de Dios, los tratados
que reconocían los derechos portugueses en los mares y tierras africanos
más allá de Canarias . Hasta tal punto que la «Eximie devotionis» fue
otorgada por vía extraordinaria secreta y otorgaba a los Reyes
Católicos los indultos y privilegios otorgados antes a Portugal en sus
territorios de ultramar.
El
Tratado de Tordesillas, un reparto histórico
Obviamente,
Juan II prefirió ignorar el arbitraje pontificio y hablar directamente
con los Reyes Católicos . El Papa está comprado, debió pensar el
portugués como si se tratara de un árbitro de fútbol sospechoso de favorecer a
uno de los equipos.
Tordesillas
(Valladolid) , donde años después se marchitaría Juana la Loca , fue el lugar
elegido para iniciar las negociaciones entre ambos países en 1494. Los Reyes
Católicos fueron representados por Enrique Enríquez de Guzmán ,
mayordomo mayor de los reyes, Gutierre de Cárdenas , comendador mayor
de la Orden de Santiago y contador real, y el doctor Francisco
Maldonado; mientras que Juan II envió a Ruy de Sousa , su hijo Juan
de Sousa y el magistrado Arias de Almadana .
¿Qué
buscaba exactamente Portugal? En verdad todavía no se conocía la magnitud del
Descubrimiento. No había razón para discutir por el reparto de algo
desconocido, salvo porque el auténtico objetivo del Rey Juan II era mantener
abierta la ruta con la India , tan lucrativa para Portugal desde que Turquía bloqueara
las rutas mediterráneas.
En
principio la propuesta portuguesa era realizar una partición de territorios
basada en latitudes, de modo que sus barcos pudieran dirigirse a la
India bordeando África o a directamente a través del Océano
Atlántico por el sur. Tras unas durísimas negociaciones, la respuesta
española fue que, al contrario, la división se mantuviera por meridianos como
planteaba la bula «Inter caetera», si bien de forma más favorable a los
portugueses de la planteada por el Papa. Los portugueses aceptaron el arreglo.
No así el Pontífice que, a modo de protesta, nunca confirmó el tratado y hubo
que esperar a que Julio II lo hiciese por medio de la bula « Ea
quae pro bono pacis » en 1506.
Así,
el texto reservaba para Portugal el Atlántico y los territorios que había
hallado Castilla por un meridiano fijado a 370 leguas del archipiélago de
Cabo Verde . A España se le reconoció la libre navegación por las aguas
del lado portugués para viajar a América y se le otorgó derechos de
evangelización y soberanía en las nuevas tierras occidentales. En la totalidad
de esas tierras. O al menos eso era lo que se pensaba.
La
incapacidad técnica de realizar una partición exacta a lo firmado el 7 de junio
de 1494 dio lugar a una serie de conflictos entre ambos países. En el año 1498
se descubrió una nueva ruta hasta la India y en 1500 Brasil , un
territorio que se encontraba en la parte portuguesa del Tratado de
Tordesillas. Pedro Álvares Cabral llegó a este territorio en abril de
1500 y, amparado en el tratado, procedió a tomar posesión en nombre del Rey de
Portugal. No en vano, se trató de la fecha del «descubrimiento oficial», puesto
que el español Vicente Pinzón ya había estado en los últimos días del
mes de enero del año 1500 en el cabo de Santa María de la
Consolación (identificado actualmente como cabo de San Agustín ).
A
partir de 1530, la corona portuguesa inició la colonización de
Brasil y expulsó a los franceses que merodeaban por las islas cercanas. Y no solo eso. Portugal
transgredió en su colonización del continente americano la demarcación del
Tratado de Tordesillas al avanzar paulatinamente desde el Brasil hacia el
oeste y sur de América del Sur. Escudados en que se trataba de un error de
medición, los portugueses sobrepasaron con creces las fronteras que
señalaba la línea de Tordesillas . Las líneas del actual Brasil son
el resultado de la carencia de instrumentos para determinar bien los meridianos
y de las transgresiones portuguesas sobre el tratado.
En
cualquier caso durante sesenta años el tratado dejó de tener sentido legal con
la unión dinástica y se terminaron parcialmente los conflictos territoriales.
Los dos imperios que dominaban el mundo quedaron sellados bajo una misma
monarquía.
Cuando
en 1578 el Rey de Portugal Sebastián I de Avís perdió la vida en una
demencial incursión por el norte de África , Felipe II –emparentado con la
dinastía portuguesa por vía materna– desplegó una contundente campaña a nivel
diplomático para postularse como el heredero a la Corona lusa, que fue asumida
brevemente por el Cardenal-infante don Enrique hasta su muerte. «El
reino de Portugal lo heredé, lo compré y lo conquisté», aseguraría Felipe II.
El Rey Prudente contaba con el apoyo de buena parte de la nobleza portuguesa y
el beneplácito de las potencias europeas (más bien resignación), pero el
levantamiento popular promovido por Antonio, el Prior de Crato, hijo
bastardo del infante Luis de Portugal , obligó al Imperio español a
iniciar las operaciones militares.
La
muerte del acuerdo: Tratado de Madrid
El
país vecino rindió pleitesía a Felipe II en abril de 1581, siendo coronado
como Felipe I de Portugal . El imperio donde no se ponía el sol
suponía, en la práctica, un conjunto de territorios con sus
propias estructuras institucionales y ordenamientos jurídicos ,
diferentes y particulares, que se hallaban gobernados por los monarcas
españoles de la Casa de Austria o por sus representantes. Entre 1580
y 1640, los portugueses se cuidaron de ser ellos quienes gestionaban su imperio
comercial bajo la supervisión general de Madrid, que abrió todo el mercado
americano a los insaciables comerciante portugueses.
No
fueron los castellanos los que penetraron en las posesiones portuguesas, como
tanto temieron aquellos que siguieron al Prior Antonio en sus
revueltas, sino todo lo contrario. A principios del siglo XVII se sucedieron
las quejas contra los omnipresentes comerciantes portugueses por
parte de colonos castellanos, mexicanos, peruanos: «Los portugueses cada vez
son más en las Indias españolas y llegan en todas las flotas, mientras que
tienen buen cuidado en mantener a los castellanos alejados de las Indias
Orientales».
Además,
los reyes otorgaron a exploradores portugueses capitanías y concesiones
en la cuenca amazónico , penetrando los portugueses profundamente en
la selva brasileña más allá de lo delimitado en Tordesillas. De este modo,
cuando en 1640 se produjo la independencia de
Portugal , los portugueses habían ampliado notablemente sus posesiones
en virtud del precepto «Uti possidetis, ita possideatis» (quien posee de hecho,
debe poseer de derecho).
La
independencia de Portugal y la sucesiva guerra entre ambos países dio lugar a
que se transgrediera todavía más el maltrecho Tratado de Tordesillas, porque
tanto España como Portugal establecieron nuevas ciudades en los territorios
controlados por su enemigo. Hubo que esperar al Tratado de Madrid, firmado
por Fernando VI de España y Juan V de Portugal el 13 de
enero de 1750, para certificar oficialmente la muerte del de Tordesillas y
definir los límites entre las respectivas colonias portuguesas y españolas
en América del Sur .