viernes, 25 de febrero de 2011

Gobierno del Virrey Cisneros – parte 4


Mayo y después…

No termina aquí la vida política del último Virrey que tuvo el Río de la Plata. Cisneros creyó, para junio de 1810, que todo se trataba de una aventura sustentada por algunos criollos, por eso intentará volver a retomar las riendas del gobierno utilizando algunos apoyos que le pudieran suministrar españoles que vivían tanto en el interior como en la ciudad de Buenos Aires. Hasta pensó en apostarse en Montevideo, que todavía estaba gobernada por realistas. En carta fechada el 22 de junio de 1810 que elevó a Madrid, el ex Virrey Cisneros descarga su furia contra la Primera Junta que lo echó del poder: “El Presidente [Saavedra] habita en el Real Fuerte, de donde me obligó a trasladarme a una casa particular; tiene la misma guardia y recibe los mismos honores que un Virrey; este numeroso pueblo está oprimido”. Y en otro párrafo, agrega: “Nunca he sido más obsequiado y respetado del vecindario que cuando me veo despojado del mando, y es que su fidelidad respecta en mí la verdadera representación de V. M., al mismo tiempo que detesta por modos bien notorios la autoridad de la Junta”.

Habiendo permanecido en Buenos Aires, la Primera Junta comienza a espiar a Cisneros en todos sus movimientos y contactos, lo cual determinó su expulsión. Juan Larrea, vocal de la Junta, se encargó de este trámite. Él era un hombre muy relacionado a los capitanes de ultramar, varios de los cuales también eran agentes secretos en las costas del Plata. Larrea se ganó la confianza de uno de ellos, el capitán del cúter británico Dart, Marcos Bayfield, un experto contrabandista y mejor amigo de personalidades de la oligarquía porteña. Bayfield sería el encargado de llevar a la isla Gran Canaria a los siguientes hombres: Baltasar Hidalgo de Cisneros, los oidores Francisco Tomás de Anzoátegui, Manuel Sebastián de Velazco, Manuel José de Reyes y los fiscales Manuel Genaro de Villota y Antonio Caspe y Rodríguez. Dicen las crónicas, que los expulsados fueron escoltados hasta el puerto por un escuadrón de Húsares.

Mientras tanto, el inglés Marcos Bayfield, en razón de este favor que cumplía, recibió una jugosa compensación de parte de la Primera Junta, que se comprometió a protegerlo y le concedió el permiso para desembarcar, libre de derechos, una partida de tabaco –rapé- que tenía en su embarcación Dart, dejándolo, además, libre de impuestos para la introducción de 100.000 pesos en géneros, y extraer otros tantos frutos del país igualmente libres. Zarpó el barco inglés el día 24 de junio de 1810, y arribó a Gran Canaria el 4 de septiembre de 1810. Nunca más se volvió a oír el nombre de Cisneros por el Río de la Plata.

Autor
Gabriel Oscar Turone

Bibliografía
Cañás, Jaime. “Qué hicieron los agentes secretos en el Río de la Plata”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, Mayo de 1970.
Rosa, José María. “Defensa y pérdida de nuestra independencia económica”, Peña Lillo editor, Buenos Aires, Argentina, Noviembre de 1986.
Triana, Alberto J. “Masonería. Historia de los Hermanos Tres Puntos”, Segunda Edición, Buenos Aires 1958.
Wast, Hugo (Gustavo Martínez Zuviría). “Año X”, Editorial y Librería Goncourt, Buenos Aires 1970.

Gobierno del Virrey Cisneros – parte 3


La postura de los comandantes es la que permite, en definitiva, el poder declinante del último Virrey del Río de la Plata, y no el pueblo en sí que permanecía ajeno a todas estas truculencias. Obra en el Registro Oficial de la República Argentina, tomo I, página 42, el comentario que Cisneros le hace al monarca español Fernando VII sobre la no ingerencia del pueblo en la revolución de mayo de 1810: “Ocultos los vecinos en sus casas, contraídos los artesanos en sus talleres, lóbregas las calles, en nada se pensaba menos que en ingerirse e incorporarse a tan inicuas pretensiones, especialmente cuando bajo el pretexto de fidelidad de patriotismo y de entera unión entre americanos y europeos se descubrían sin disimulo los designios de independencia y de odio a todos los buenos vasallos de V.M.”.

Explica muy bien Hugo Wast cuando refiere que el famoso Cabildo abierto no fue resultado de una “asamblea espontánea y popular, como quieren hacernos creer”. Más bien se trató de la reunión de “vecinos calificados”, o, como también se les decía, “la parte sana del vecindario”, a saber: el obispo, los militares, los magistrados, varios adinerados de la ciudad, etc. La particularidad es que, en ese entonces, respondían a la autoridad del teniente coronel Cornelio Saavedra. Esta fracción minoritaria de la población, reunida en el Cabildo abierto el 22 de mayo de 1810, debía votar por la continuidad o no del Virrey y, si ganaba el voto negativo, la conformación de una junta de gobierno criolla.

Buenos Aires tenía 50.000 habitantes, de los cuales solamente 3.000 debían ir a votar por tratarse de vecinos “de distinción”, pero ocurrió que el Cabildo solamente invitó a 300 (“vecinos calificados” con grandes intereses comerciales británicos, dicho sea de paso). Pero más exiguo fue aún el número de votantes: de los trescientos se presentaron solamente 224, siendo el resultado el siguiente: 155 votaron por la cesación de las funciones del Virrey Cisneros y 69 por su continuación en el mando. Apenas el 8% de la población concurrió, y pudieron observarse libretas en blanco, votos comprados, intimidación de los opositores por gentes armadas, intervención del ejército, capotes, sables y pistolas a la vista.

Pero, ¿qué había pasado con los partidarios o seguidores de Cisneros? Los mismos no habían podido ir a votar porque sobre ellos pesaban las represalias de los uniformados, de los militares. En tal sentido, no está mal inferir que lo que había votado la minoría reunida en el Cabildo abierto fue a contramano de la voluntad del pueblo.

Lo que siguió a la votación de la noche del 22 y la madrugada del día 23 de mayo, fue la frágil esperanza por parte del Virrey Cisneros por ser nombrado presidente de la nueva junta de gobierno que se iba a formar en reemplazo de la autoridad virreinal. Al día siguiente, ni el Virrey ni los Cabildantes –en su mayoría españoles- se atrevían a consultar sobre aquélla medida a los Comandantes de los cuerpos armados de Buenos Aires (Patricios, Artilleros, Ingenieros, Dragones, Granaderos de Fernando VII, Húsares del Rey, Migueletes, Arribeños, etc.), quienes, disconformes, el 25 de mayo de 1810 comparecen a las 9:30 de la mañana en el Cabildo para pedir la definitiva renuncia y eliminación del gobierno virreinal. Finalmente, Cisneros se resigna y firma su dimisión.

Para dar una cabal muestra del poder de los Comandantes militares porteños en el proceso que desembocó en el 25 de mayo, es preciso citar un artículo publicado en La Gaceta Mercantil el 25 de mayo de 1826, por Cornelio de Saavedra: “La Revolución la prepararon gradualmente los sucesos de Europa. Los patriotas de ésta nada podían realizar sin mi influjo y el de los jefes y oficiales que tenían las armas en la mano”. ¿Era ésta la naturaleza que se escondía en la “manifestación popular” de la revolución de 1810?

jueves, 24 de febrero de 2011

Gobierno del Virrey Cisneros – parte 2




El 6 de noviembre de 1809 el virrey Cisneros se ve obligado a firmar un Edicto de Libre Comercio, que no era otra cosa que garantizar la compra de bienes importados manufacturados a cambio de las materias primas y los víveres de nuestros suelos. Los resultados, al cabo de unos pocos meses, fueron la virtual desaparición de los obrajes montados en el Alto Perú y el Paraguay, así como la pauperización de los talleres dedicados a los tejidos e hilados de las dos intendencias del Tucumán, agregando el enorme perjuicio propinado a la industria vinícola de Cuyo. Al mismo tiempo, el flujo económico que producía la comercialización de las artesanías quedó paralizado, lo mismo la industria minera, que al estancarse malogró sus implicancias industriales para beneficio de la economía virreinal.

El Edicto de Libre Comercio, por otra parte, aseguraba la libre exportación de metales como el oro y la plata de nuestros suelos para poder pagar en dinero en efectivo, una vez transformados en liquidez, los productos manufacturados ingleses, los mismos que terminaron con las nacientes industrias de las provincias.

El desamparo del Virrey Cisneros

El malestar fue minando el mandato de Baltasar Hidalgo de Cisneros, si bien su ordenanza de 1809 favorecía al comercio y las finanzas inglesas. De todas maneras, parecía más adecuado tener a los godos fuera de toda ingerencia gubernamental, para, en cambio, reemplazarlos por rioplatenses que se adapten más dócilmente a los nuevos tiempos.

Desde 1807 y hasta 1810, puede notarse el fortalecimiento del Cuerpo Urbano de Patricios de Buenos Ayres como batallón de la ciudad portuaria, el cual se nutría de criollos de temple poderoso y vigor inquebrantable, capaz de ejercer un dominio respetable entre la población. Será justamente este cuerpo militar el centro de una conspiración finamente urdida para destronar al Virrey Cisneros, aunque faltaba un motivo real y concreto para poder llevar a cabo dicho plan.

La importancia del Cuerpo Urbano de Patricios, resultante de su descollante actuación durante la Segunda Invasión Inglesa, se vio engrandecida cuando desde el 1° de enero de 1809 el Virrey Santiago de Liniers decide disolver los cuerpos españoles que para esa fecha se le habían sublevado. De modo que los Catalanes, los Andaluces, Vizcaínos, etc., más numerosos veteranos de las invasiones inglesas y valientes soldados peninsulares, todos fueron dados de baja. Cuando meses más tarde asume el Virrey Cisneros, se encuentra rodeado mayormente de batallones compuestos por criollos pero no por españoles. Flaco favor le hizo y menuda carga le dejó Liniers a su sucesor.

El día 18 de mayo de 1810, Cisneros lee al pueblo una proclama conteniendo las últimas noticias sobre la invasión que Napoleón Bonaparte había lanzado contra España. En ella declaraba que los únicos dominios que permanecían en manos españolas eran Cádiz y la isla de León. Al momento de la lectura de dicha proclama, Saavedra se encontraba en San Isidro, y hasta allí viajaron emisarios a contarle las últimas novedades provenientes del viejo mundo. Esa misma noche del 18, varios militares e integrantes de la futura Primera Junta fueron a la casa del capitán y partidario de la revolución Juan José Viamonte, lugar desde el cual planearían los pasos a seguir.

Dos días más tarde, el 20 de mayo, el teniente coronel Cornelio de Saavedra visitó al Alcalde de primer voto, don Juan José Lezica; también los acompañó Manuel Belgrano. Ambos le exigieron a Lezica la convocatoria de un cabildo abierto, es decir, el destronamiento del Virrey Cisneros.

Baltasar Hidalgo de Cisneros comprendió rápidamente que toda resistencia ya era inútil. Escribiría tiempo después, “que los sediciosos secretos, que desde el mando de mi antecesor [Liniers] habían formado designios de sustraer esta América a la dominación española…han ido ganando prosélitos”. Como se ha dicho, no tenía batallones ni regimientos españoles con qué defenderse, y España se hallaba invadida y sometida por las tropas francesas. Además, Cisneros se quejará en carta al Rey que Saavedra faltó a su palabra, cuando éste le juró lealtad: “Les recordé [a Saavedra y demás comandantes], las reiteradas protestas y juramentos con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público; y los exhorté a poner en ejercicio su fidelidad en servicio de V. M. y de la patria”. Y sigue diciendo: “Pero tomando la voz, don Cornelio Saavedra, Comandante del Cuerpo Urbano de Patricios, que habló por todos, frustró mis esperanzas. Se explicó con tibieza, me manifestó su inclinación a la novedad, y me hizo conocer perfectamente que si no eran los Comandantes los autores de semejante división y agitación, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los facciosos”.

Gobierno del Virrey Cisneros – parte 1


Uno de los más perjudicados por los acontecimientos del 25 de mayo de 1810 fue el último soberano del Virreinato del Río de la Plata, don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Es preciso aclarar de entrada, que la formación e instauración del primer gobierno criollo –Primera Junta- significó la culminación de un proceso que se había iniciado algunos años antes. El génesis tuvo lugar en 1806 y 1807 en los días de las Invasiones Inglesas, donde paradójicamente triunfaron las armas del virreinato español.

En los días de la primera invasión británica, Buenos Aires sufrió el saqueo sistemático de sus tesoros y riquezas, como cuando el general Beresford se apropió de los bienes de la Compañía de Filipinas. Ésta había sido una fantástica empresa de tipo comercial que se encargaba de manejar y administrar los fondos provenientes de las colonias españolas del Lejano Oriente junto con las riquezas de los territorios del oeste y del norte argentinos. Era algo así como la institución troncal de la economía virreinal del Río de la Plata. El volumen de lo que allí se robó fue tal, que hicieron falta 6 carrozas con 8 caballos cada una para pasear la fortuna por las calles de Londres, ante la exaltación del público y la soberbia de la realeza. Es más: cada carroza soportaba 5 toneladas de metal. Sustrayéndonos al relato, bien podría inferirse que el endeudamiento nacional provino de esta amarga experiencia, que trajo miseria, pobreza y una economía de allí en más vapuleada.

Otro aspecto de la ocupación inglesa de Buenos Aires tiene que ver con los férreos lazos económicos que se consolidaron. Las familias aristocráticas porteñas buscaron la simpatía de los oficiales del ejército invasor para estrechas vínculos de intereses. Los criollos y españoles que planeaban reconquistar la ciudad y que luego morían en las calles con honor, contrastaban con la cobardía de los adinerados que deseaban casar a sus hijas con los británicos para formar sociedades comerciales, sin importarles la pérdida de la soberanía. Para darnos cuenta de la magnitud en este aspecto, corroboramos que hacia 1804 existían en Buenos Aires 47 comerciantes ingleses, mientras que para la época de la revolución de mayo de 1810 se contaban en 2.000.

El librecambio llega al virreinato

El año 1809 encontró prácticamente destrozada la economía del virreinato, y ese año fue crucial, dado que marcó el quiebre definitivo del poder hispánico a cambio de la ingerencia británica en los resortes económicos del Plata. El 14 de enero se firmaba el pacto Apodaca-Canning, por el cual España otorgaba “facilidades al comercio inglés en América”, según una cláusula especial del mismo. Inglaterra, desde luego, hablaba en nombre de la “libertad de comercio”, aunque en el fondo deseaba introducir sus mercaderías de forma libre, sin trabas aduaneras y por los medios que fueran posibles.

Con la economía virreinal jaqueada, Baltasar Hidalgo de Cisneros asumía el 11 de febrero de 1809 como Virrey, elegido por la Junta de Sevilla. Arribará a Buenos Aires recién el 30 de julio de ese año. Mariano Moreno se posicionaba como consultor privado de la nueva autoridad, al tiempo que ejercía de abogado de los intereses comerciales ingleses en el Río de la Plata. Una dualidad bastante oportuna y sospechosa.

Unos días después de haber llegado Cisneros a la capital del virreinato, el puerto se atestó de buques mercantes ingleses provenientes de Río de Janeiro, uno de los cuales traía a Lord Strangford. La firma comercial Dillon y Thwaites, de origen británico, le mandó un petitorio a Cisneros en el que se excusaba de la llegada de tantos buques extranjeros a Buenos Aires, “pues esa plaza [la de Río de Janeiro] está tan abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto, al comercio inglés los puertos españoles”, expresaba el documento. A su vez, la firma Dillon y Thwaites solicitó comerciar “por esta vez” sus productos en el virreinato. Este fue, a grandes rasgos, el origen de la práctica del libre comercio en el puerto de Buenos Aires.

Además, fue el comienzo de un conflicto de grandes proporciones, pues estaban los proteccionistas –en su mayoría comerciantes españoles como los Álzaga- por un lado, y los partidarios del librecambio, por el otro, como por ejemplo Mariano Moreno, hombre de bibliotecas pero no tan atento a la realidad circundante. Él llegó a decir en medio de la encrucijada, que “los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los Estados”, dejando entrever en esas palabras las teorías extranjeras de autores como Quesnay, Filangieri o Adam Smith.

domingo, 20 de febrero de 2011

Don Alfredo, el socialista solitario - parte 2



Fue uno de los más notables impulsores de la Reforma Universitaria y de la defensa de la autodeterminación de los pueblos latinoamericanos. Opositor al último gobierno de Yrigoyen, se opuso sin embargo en estos términos al golpe inminente: "La juventud debe fiscalizar celosamente a la oposición, que no siempre es digna y detrás de la cual se agazapa el ejército. La juventud no podrá honrosamente llamarse así si permitiera, sin que la masacren, que gobernara el país una dictadura militar". Durante la década infame tuvo una actuación parlamentaria notable. En 1937, Palacios recorrió Santiago del Estero, Salta, Tucumán y Jujuy y tomó contacto con Salvador Mazza, quien trabajaba sobre el Mal de Chagas.

El notable infectólogo le entregó un informe sobre la grave situación sanitaria de la región y la única medicación efectiva: la construcción de viviendas dignas vinculadas a la creación de fuentes de trabajo estables en las zonas afectadas. De regreso de aquel viaje, Palacios presentó en el Senado su Plan Sanitario y Educativo de Protección a los Niños que es ignorado por aquel parlamento complaciente con el modelo social imperante en aquella Argentina atendida por sus dueños. También insistió con su proyecto de ley de voto femenino, que ni siquiera fue tratado en el recinto.
En 1942, volvió a recorrer el Noroeste y a denunciar la inacción del régimen conservador frente a enfermedades como el bocio endémico, la fiebre ondulante, el paludismo y mal de Chagas. Palacios sabía que todos aquellos males tienen los mismos agentes transmisores: la pobreza, el ninguneo, la miseria extrema a la que venían sometidas aquellas poblaciones desde el fondo de los tiempos.

Desde el Senado luchó contra el monopolio del transporte, por la nacionalización del petróleo, de los ferrocarriles y de la tierra y denunció la penetración extranjera. Denunció negociados escandalosos como el de las tierras del Palomar, en el que estaban implicados altos oficiales del Ejército y ministros del gobierno de Ortiz.

Frente al peronismo coincidió con una parte importante de la izquierda en caracterizar a Perón "como un líder fascista que venía a frenar el ascenso del sindicalismo de izquierda" y en negarse a reconocer las mejoras sociales palpables obtenidas por los trabajadores durante el peronismo. Esta férrea oposición le valió la persecución y el exilio desde donde pudo ver cómo muchos de sus proyectos de ley que habían dormido años el sueño de los justos en el Parlamento eran aprobados por aquel gobierno que detestaba.

Participó activamente de la llamada Revolución Libertadora de la que fue embajador en Uruguay, pero se opuso públicamente a los fusilamientos ordenados por Aramburu y Rojas, y como abogado defendió a presos políticos peronistas como Miguel Unamuno. Apoyó la Revolución Cubana y el 5 de febrero de 1961 fue electo senador por la capital por el Partido Socialista Argentino. Su primer acto como tal fue visitar a los presos políticos y gremiales y el 20 de mayo de 1961, revólver en mano, secuestró una picana eléctrica usada por la policía de San Martín. Desde su banca presentó 15 proyectos de ley sobre amnistía a los que cometieron "delitos" políticos, gremiales y de opinión; pidió el levantamiento del estado de sitio y de la intervención en varias provincias, y propugnó la creación del Seguro Nacional de Maternidad.

Cuando en marzo del 62 triunfó el peronismo en la provincia de Buenos Aires, sostuvo que debía entregarse el gobierno a los triunfadores y que las Fuerzas Armadas no debían intervenir. Tras el golpe de marzo de 1962, pedirá la liberación de Frondizi, desconociendo al nuevo gobierno de Guido.

Fue designado profesor emérito por el rector de la UBA Risieri Frondizi en julio del 62 y se opuso al enfrentamiento de Azules y Colorados, acusando a ambos bandos militares de facciosos y enemigos de la democracia. En abril de 63, fue elegido diputado nacional por el PSA. Realiza su tarea de legislador desde su casa. Desde allí se dirige al presidente Illia pidiéndole que en la reunión de cancilleres de la OEA la Argentina no vote sanciones contra Cuba, defendiendo el principio de autodeterminación de los pueblos y la no intervención.

Presentó 82 iniciativas parlamentarias. La última, ingresada el 1 de diciembre de 1964, fue la declaración de interés nacional de las investigaciones de causas de mortalidad infantil y creación del Instituto Nacional de Investigaciones Pediátricas. El 20 de abril de 1965 murió trabajando por los demás el hombre que había dicho: "¡Manos a la obra, señores diputados! ¡Construyamos el derecho nuevo con entusiasmo! ¡Dejemos a un lado ese optimismo enervante, generador seguro del estancamiento e hijo ilegítimo de la ignorancia! ¡Acordémonos de quien dijo con gran verdad que la actitud pasiva es suicida, que la lógica de la ciencia es la acción, y que sólo los cerebros y las manos ocupadas son capaces de atenuar los males que afligen al mundo!"

Felipe Pigna. HISTORIADOR
Diario Clarín, 19 de abril de 2009.

Don Alfredo, el socialista solitario - parte 1



Aquel niño, que había nacido un 10 de agosto de 1880, comenzó a sentir la realidad a través de los Evangelios que le leía su madre. Allí escuchó por primera vez palabras como igualdad, justicia, oprimidos y liberación. El Sermón de la montaña con sus bienaventuranzas lo marcó a fuego. Y decidió, como muchos antes que él, que había que hacer realidad aquellas palabras de Jesús. En un principio creyó encontrar el camino en los Círculos Católicos de Obreros, pero comenzó a sentir que no había tiempo para esperar la redención celestial y su discurso se fue volviendo tan inconveniente a los ámbitos clericales como coherente con las ideas socialistas que comenzaban a difundirse en nuestro país, de la mano de los inmigrantes que llegaban de a miles a la tierra de la gran promesa. Consolidó sus ideas en su época de estudiante de derecho, donde decidió que su título estaría al servicio de los nadies, los humillados y desprotegidos de la sociedad colocando en la puerta de su casa aquella famosa placa: "Dr. Alfredo Palacios, Abogado. Atiende gratis a los pobres".

Cuando presentó su tesis doctoral titulada "La miseria en la República Argentina", los académicos de la Facultad de Derecho de entonces la rechazaron, argumentado que contravenía el artículo 40 de la Ordenanza General Universitaria, que prohibía atentar contra las instituciones. Allí decía Palacios: "Sabiendo que nuestros gobiernos tienen por norma de conducta el despilfarro y que las defraudaciones y los latrocinios se cometen a diario y quedan impunes (.) Que contesten esos suicidas morales que formando círculos han rodeado a todos lo gobernantes para lucrar a la sombra de las grandes empresas. Ellos son los responsables de la ruina del país; ellos, que han hecho levantar palacios con los dineros del pueblo para habitarlos después de la catástrofe, encastillados en su asqueroso egoísmo, o que con las arcas repletas desparraman a manos llenas en el viejo Continente el oro que malversaron".

Se incorporó al naciente Partido Socialista y llevó en 1904 por primera vez estas ideas a un Parlamento del continente. Desde la soledad de su banca presentó decenas de proyectos en defensa de los trabajadores y los derechos de las mujeres y los niños, y en 1907 logró aprobar la Ley de descanso dominical. El diputado conservador Belisario Roldán se quejaba del estilo de Palacios y sus seguidores: "Creo que esa turba que a diario acompaña al señor diputado hasta las puertas de esta casa, turba que suele honrarnos con sus silbidos y que para algunos constituye la expresión misma de la soberanía popular, no es otra cosa que la prolongación del despotismo sectario. Creo que mi país se debe seguir desarrollando sin que banderas rojas, que serán siempre trapos intrusos en su seno, turben la augusta majestad de su marcha".


Felipe Pigna. HISTORIADOR
Diario Clarín, 19 de abril de 2009.

sábado, 19 de febrero de 2011

La Aduana seca y el contrabando


Curioso explorador tanto de las tierras del sur como de las del Chaco, Hernandarias comprendió que Asunción y Buenos Aires constituían dos centros de distintas tendencias y de diferentes posibilidades, y solicitó a la Corona la división de la colonia rioplatense. Una Real Cédula de 1617 separó al Paraguay del Río de la Plata y desde entonces sus destinos tomaron por caminos diversos.

Buenos Aires, la pequeña capital de la gobernación del Río de la Plata, adoptaba ya, pese a su insignificancia, los caracteres de un puerto de ultramar. Situada en una región de escasa población autóctona los vecinos se dedicaron a la labranza ayudados por los pocos negros esclavos que comenzaron a introducirse, y algunos procuraron obtener módicas ganancias vendiendo sebo y cueros, que obtenían capturando ocasionalmente ganado cimarrón que vagaba sin dueño por la pampa. Quienes obtenían el "permiso de vaquerías" para perseguirlo y sacrificarlo, vendían luego en la ciudad aquellos productos que podían exportarse, unas veces con autorización del gobierno y otras sin ella. Porque a pesar de su condición de puerto pesaba sobre Buenos Aires una rígida prohibición de comerciar. Desde 1622, una aduana "seca" instalada en Córdoba defendía a los comerciantes peruanos de la competencia de Buenos Aires. Tales restricciones hicieron que el contrabando fuera la más intensa y productiva actividad de la ciudad, y sus alternativas llenaron de incidentes la vida del pequeño vecindario. Unas veces fue la falta de objetos imprescindibles, como el papel de que carecía el Cabildo; otras, fue la llegada subrepticia de ricos cargamentos; otras, el descubrimiento de sorprendentes complicidades entre contrabandistas y magistrados. Siempre condenado, el contrabando hijo de la libertad de los mares, floreció y contribuyó a formar una rica burguesía porteña.


viernes, 18 de febrero de 2011

La expedición de Sebastián Gaboto


En 1526 se inició otra expedición hacia las costas del sur del nuevo continente, cuya misión originaria era la de repetir el viaje de Magallanes, cruzar hacia el Océano Pacífico, y dirigirse a las Islas Molucas para obtener otro importante cargamento de especies y otras mercaderías valiosas.
La expedición quedó al mando del nuevo Piloto mayor del Reino de Castilla, Sebastián Gaboto; partiendo del puerto de San Lúcar de Barrameda en abril de 1526.

Sin embargo, habiendo recorrido las costas del Brasil, naufragó una de sus naves en la isla Santa Catalina. Habiendo debido desembarcar, Gaboto se encontró con varios sobrevivientes de la expedición de Solís a cuyo frente estaba Juan de Garay; los cuales habían convivido con los indígenas.
Ellos habían explorado el interior llegando a los territorios del Paraguay; y oído referencias de que existía un territorio rico en oro y plata, al que consideraban que podría llegarse navegando los ríos Paraná y Paraguay. Gaboto optó entonces por abandonar el objetivo de cruzar hacia el Océano Pacífico y dirigirse a explorar los territorios en los que, según esos informes, abundaba la plata, que era uno de los metales más buscados y apreciados en la época.

Gaboto penetró en el estuario del Río de Solís, y en abril de 1527 llegó hasta el puerto de Colonia, donde habiendo desembarcado, se encontró con Francisco del Puerto, el marino sobreviviente de la expedición de Solís que había convivido con los charrúas; motivo por el cual, evocando la figura bíblica del difunto resucitado, bautizó ese puerto como San Lázaro.
Luego navegó en el curso del actual Río Uruguay hasta algo al norte de la desembocadura del actual Río Negro.

Un poco al sur de esa desembocadura, en la confluencia del Uruguay con el Río San Salvador — otro afluente del Uruguay al que Gaboto dio ese nombre — sobre la costa oriental, en territorio del actual Departamento de Soriano, los expedicionarios resolvieron construir una fortificación como defensa contra posibles ataques de los indígenas. El Fuerte de San Salvador fue en consecuencia el primer asentamiento fijo de los españoles en el territorio del Río de la Plata.

Dejando en el Fuerte de San Salvador una pequeña guarnición, Gaboto remontó el Río Paraná, estableciendo otra posición fortificada en la confluencia de éste con el Río Carcarañá, a la que llamó Fuerte de Sancti Spiritu. Luego de ello continuó explorando el Río Paraná, en busca de una supuesta Sierra de la Plata; hasta que tropezó con el Salto de Apipé, accidente geográfico existente en el curso del Río Paraná en la región fronteriza entre los territorios de la actual República del Paraguay y la provincia argentina de Corrientes; lo que le obligó a retroceder.

Gaboto continuó sus exploraciones, siempre en busca de la Sierra de la Plata, por el Río Paraguay, en cuyo curso fue atacado por los indios agaces que utilizaban numerosas canoas. La navegacón pudo no obstante continuar hasta la desembocadura de los Ríos Bermejo y Pilcomayo; llegando hasta las proximidades de la actual ubicación de la ciudad de Asunción, donde logró contactarse con los indígenas que, en este caso, se mostraron amigables, aceptando el trueque de diversos objetos de plata y oro a cambio de objetos sin valor como peines y bolitas de vidrio. Eso hizo suponer a Gaboto que finalmente habían llegado a los territorios de la Sierra de la Plata, por lo cual resolvió sustituir el nombre del Río de Solís por el de Río de la Plata.

Vueltos al Fuerte de Sancti Spiritu, Gaboto pudo reunirse con otra expedición española que había partido con igual objetivo de viajar a las Molucas, al mando de Diego García. En la espectativa de obtener grandes riquezas en los territorios del Río Paraná, ambos expedicionarios se unieron para explorar nuevamente ese río; aunque sin obtener esos resultados. Entretanto, los indígenas atacaron los fuertes establecidos por Gaboto en Sancti Spiritu y en San Salvador; por lo cual los expedicionarios resolvieron retornar a España, luego de tres años de infructuosa búsqueda del precioso metal.


domingo, 13 de febrero de 2011

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811 – parte 5

La Batalla

Los ejércitos estuvieron uno frente al otro durante mucho tiempo, sus jefes temerosos se mantenían a la defensiva. La situación se puso insostenible. Goyeneche convocó a sus oficiales el 19 de junio para instarlos a atacar. En dicha reunión que duró tres horas el comandante supremo de las fuerzas realistas tuvo que apelar a toda su autoridad para convencer a sus subordinados a tomar la iniciativa. Se resolvió atacar a las tres de la madrugada del 20 de junio.

Castelli también había decidido atacar el 20 pero a las 7 de la mañana, con un buen golpe de la caballería patriota sobre el puente que estaba al oeste del Río Desaguadero protegido por el Regimiento de Línea del Cuzco al mando de Francisco de Picoaga .

Goyeneche atacó en bloque con su grueso de ejército sobre el centro donde estaba posicionado Díaz Vélez el cual le hizo frente durante una hora pero al no poder frenar el avance tuvo que retroceder.

La Caballería patriota al mando de Rivero tuvo que salir a cubrir la retirada del Regimiento Nº 6 evitando una verdadera masacre, aunque no pudo evitar la perdida de tres cañones .

Fue entonces cuando González Balcarce hizo frente a la embestida realista frenándola en furiosa carnicería durante dos horas pero tampoco pudo soportarla y debió replegarse, el resto de la batalla se convirtió en innumerables escaramuzas desordenadas.

Los patriotas trataron de atrincherarse pero fueron barridos con fuego de artillería de los nuevos obuses recibidos de Lima y cuando la caballería patriota fatigada y desmembrada no pudo ya arremeter contra las fuerzas de Goyeneche la batalla se terminó, dispersándose las tropas patrias en diferentes direcciones con el saldo para éstas de más de mil hombres perdidos y abandono de numeroso parque y de artillería.

Epílogo:

La 1era. Expedición al Alto Perú marca en primer lugar la inexperiencia de nuestros hombres, tanto políticos como militares. Pero fundamentalmente nos muestra que una derrota militar de estas características no es casual, es simplemente una consecuencia.

(Por José de Guardia de Ponté)

Bibliografía y Fuentes:
- La Expedición y Auxilio a las Provincias del Interior 1810 - 1812 - Emilio A. Bidondo. Ed. Círculo Militar 1987.
- Historia de Güemes - Atilio Cornejo – 2da. Edición.
- Archivo General de la Nación – Publicación Oficial – Buenos Aires – 1894 – Tomo I.
- Historia General del Alto Perú, Luis Paz, Tomo II
- Partes y Documentos relativos a la Independencia Argentina - Archivo General de la Nación Argentina.
- LEVENE, Ricardo - Historia Argentina - Bs.As. 1932
- Movimientos de la Vanguardia en Partes y Documentos relativos a la Guerra de la Independencia - Archivo General de la Nación Argentina
- Historia General del Alto Perú, Luis Paz, Tomo II
- La Expedición y Auxilio a las Provincias del Interior 1810 - 1812 - Emilio A. Bidondo. Ed. Círculo Militar 1987
- Archivo General de la Nación – Publicación Oficial – Buenos Aires – 1894
- www.portaldesalta.gov.ar
Ver más "batallas y combates" en el indice: BATALLAS

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811 – parte 4

Tregua del Desaguadero

Con fecha 11 de mayo el Dr. Castelli remite una nota a la Junta informándole las intenciones de entablar negociaciones con el Brigadier Goyeneche a fin de lograr un armisticio o tregua que le permita ganar tiempo para reorganizar su ejército, el cual se encontraba en pésimas condiciones de disciplina y moral. Necesitaba además con urgencia reaprovisionarse de armamento y cabalgaduras. Contradictoriamente terminaba diciendo que contaba con seis mil hombres bien preparados y dispuestos a morir por la libertad.

Goyeneche también necesitaba tiempo para movilizar tropas desde el Perú y terminar una serie de fortificaciones importantes.

En estos términos el armisticio se firmó el 14 de mayo entre los dos beligerantes por el término de cuarenta días.

En definitiva esta tregua beneficiaba a los realistas ya que les daba tiempo de recibir los refuerzos que necesitaban para poder hacer frente al ejército de patrio, el cual se deterioraba día a día en su disciplina y efectividad.

Momentos Preliminares

Luego del armisticio que no fue cumplido por ninguno de los dos bandos y dado que Abascal, Virrey del Perú, no se fiaba de Castelli, envió nuevos refuerzos y abastecimientos a Goyeneche, quien continuó los preparativos bélicos.

Advertido Castelli de estos preparativos, movió su ejército desde el campamento de La Laja, en el que se había instalado a principios de abril, hacia el nuevo campamento en Huaqui para guarnecer el paso del río Desaguadero (denominado Puente del Inca) y observar los movimientos realistas, lo que constituía una violación flagrante del armisticio firmado por ambas partes.

Un nuevo suceso viene a sumarse a los problemas del ejército expedicionario, de Buenos Aires se reciben noticias de la destitución de Mariano Moreno y la caída de todos sus hombres. Saavedra está indeciso de remplazar a Castelli y éste no está seguro de regresar a Buenos Aires con su ejército para derrocar a Saavedra.

Las Fuerzas y disposición de batalla

Los realistas se disponían en tres grupos, una vanguardia, una gran guardia o avanzada y un núcleo cerrado o grueso de tropa.

La Vanguardia: La infantería, el Regimiento de Línea del Cuzco; batallones 1º al mando de Francisco de Picoaga y 2º con Fermín Piérola, y el Batallón de Milicias de Abancay, todos unos dos mil hombres, estacionados al oeste del Río Desaguadero en un paraje llamado Zepita. Contaba con cuatro piezas de artillería.

Avanzada: emplazada en la cuesta de Vila Vila cubriendo los caminos de Huaqui que conducían al Desaguadero. Dispuestos a la derecha el Segundo Batallón del Regimiento Fijo Real de Lima al mando del Coronel Antonio Suarez, emplazado en las laderas del cerro de San Andrés; a la izquierda, un destacamento compuesto por los Dragones de Chumbivilcas, el Escuadrón de milicias de Dragones de Arequipa al mando de Pedro Galtier Winthuysen. Emplazado en el poblado de Yunguyo estaba los Escuadrones de milicias de Dragones de Tinta al mando de Francisco de Paula González y el Escuadrón de milicias de Azángaro.

Grueso: detrás de Zepita estaban los Batallones Fernando VII, de milicias de Puno; de milicias de Paruro, y de milicias de Paucartambo.

Los Patriotas, por su parte, estaban distribuidos :

Vanguardia: al mando del Cnel. Díaz Vélez con un batallón del Regimiento nº 6 – unos trescientos hombres con tres cañones apostados al costado de la quebrada de Yuraicoragua.

Grueso: dividido en dos partes – una al mando del General González Balcarce otra al mando del Teniente Coronel Bolaños.

Caballería: detrás de Bolaños al Norte de Huaqui.

sábado, 12 de febrero de 2011

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811 – parte 3


El triunfo de Suipacha tuvo un fuerte efecto moral, que se vio reflejado en el pronunciamiento de las ciudades de Potosí el 10 de noviembre, Chuquisaca, La Paz y Cochabamba (en donde Esteban Arze consiguió el triunfo de Aroma el 14 de noviembre) en favor de la Junta de mayo.

Castelli que estaba en Yavi en el momento de la batalla, el 8 de noviembre informa a Buenos Aires sobre la victoria – parte de guerra que luego terminaría en Tupiza el 10 de noviembre. En el mismo, convenientemente, omite resaltar la importancia de las fuerzas gauchas salto-jujeñas-tarijeñas y sólo les confiere un papel secundario en la importante victoria.

Ante este agravio, las fuerzas comandadas por Güemes se retiran del Ejército del Norte. La falta de reconocimiento a estos hombres será una de las causas que decidirá la suerte de la campaña ya que el ejército expedicionario perdería milicias importantes, conocedoras del terreno, afines a las personas y soldadesca que se iba sumando y fundamentalmente el espíritu aguerrido del hombre que pelea en su territorio, en defensa de su tierra.

De aquí en más el camino hasta el momento cúlmine, Hoaqui, será una cadena de hechos desafortunados, desaciertos y acciones irresponsables que irán forjando un final desastroso e irremediable:

- Cumpliendo órdenes de Buenos Aires y como castigo por la represión de 1809 en las rebeliones de Chuquisaca y La Paz, los jefes realistas José de Córdoba, Vicente Nieto y Francisco de Paula Sanz fueron capturados en Potosí y ejecutados, crueldad que inmediatamente se consideró innecesaria y mal visto por la población local indecisa con respecto a qué bando elegir.

- El segundo acto perturbador fue que Castelli confiscó el rico contenido de las reales cajas de Potosí y los caudales encontrados en Chuquisaca. No es difícil imaginarse que las ciudades al verse privadas súbitamente de sus presupuestos, sin duda se resintieron en todos los órdenes de su administración, con la consiguiente disconformidad de los habitantes, quienes debieron alternar su fervor independentista, con el perjuicio y desorden que éste empezaba a acarrearles.

- Otro acto imperdonable fue la autorización a la soldadesca patria de lanzarse al pillaje en perjuicio de la población civil. En este sentido nuestras tropas ya no eran libertarias sino una brutal fuerza invasora.

- Otro de los errores que se considera lamentable fue que, llegados a la Paz, las fuerzas armadas revolucionarias hicieron su entrada en la ciudad en medio de las festividades de uno de los días de la Semana Santa, con lo cual, la impresión de impiedad y desinterés religioso que produjeron fue tremenda, en una comunidad donde estos sentimientos eran casi todo, y que llevó a que no pocos ciudadanos paceños se preguntaran preocupados qué clase de cambios produciría finalmente esta revolución desprovista de algunos valores que ellos consideraban como fundamentales.

- Otra cuestión a tener en cuenta fue el modo de pensar de los oficiales de Buenos Aires que provenían de ambientes culturales que habían absorbido con intensidad diversos aspectos de la filosofía volteriana, provenientes de la revolución francesa que había roto con no pocas de las viejas estructuras de pensamiento de Europa. Esta forma de pensar chocó con las más antiguas tradiciones de las ciudades de provincia donde se encontraban ahora, a las cuales, las ideas revolucionarias recién empezaban a llegar, y sin duda sintieron el golpe súbito de toda una ola cultural, para la que no estaban totalmente preparados.

- Por otro lado, la permanencia inactiva de las tropas patriotas en Potosí durante meses relajó la disciplina y el espíritu de combate. Además algunos oficiales se dieron a la vida licenciosa, emborrachándose por las noches y causando disturbios y grescas que muchas veces tomaba vidas entre los lugareños.

Ya el 20 de abril de 1811 Castelli sufre un levantamiento contrarevolucionario en Potosí organizado por dos marinos venidos con Córdoba desde España de nombres Miguel Goñi y Pedro Lobo. El levantamiento fue reprimido y sus impulsores fueron enviados encadenados a Salta para ser juzgados.

Era tan grande la desorientación de los hombres de Buenos Aires que un suceso poco conocido nos ilustra inmejorablemente:

Este suceso transcurrió el 25 de Mayo de 1811 en Tiahuanaco para celebrar el aniversario de la Revolución de Mayo, pero paso a transcribirles a Frías :

".... Eligió así Castelli lugar tan imponente para lograr más grandes los efectos en el acto que meditaba realizar; porque allí revivían las grandes tradiciones, y la opresión sería sentida mas hiriente con la ternura de los recuerdos, viendo aquellos pueblos, congregados allí en asamblea, como se ligaban dos épocas de su historia, aquella de una patria antes poderosa y libre, y ésta otra del reinado de la igualdad, cuya rosada aurora parecía amanecer, al fin, en el seno de aquellas ruinas veneradas, de aquella ciudad santa; sede que en otrora había sido del esplendor, del poder y de la gloria de sus antepasados. Hasta la misma cercanía del sagrado lago Titicaca, en el seno de cuyas aguas había engendrado el sol, según la leyenda, a Manco Capac, primer rey y padre civilizador del pueblo peruano, daba motivos para que se rodeara el espectáculo de sublime y melancólica grandeza.

Castelli allí, subiendo a ocupar aquella majestuosa tribuna, en medio de los pueblos de indios congregados a propósito, hizo la solemne proclamación de sus derechos en nombre de la Junta de Buenos Aires; pintándoles al terminar, en lenguaje estudiado y vehementísimo, cuáles eran los abusos y las crueldades del despotismo que ya conocían, y cuales los beneficios de la libertad que él venía a traerles; y es fama que hecho lo cual, les preguntó, aguardando proclamaran por unanimidad sus banderas democráticas:

"Ya habéis visto los males y los bienes que os ofrecen el uno y el otro sistema; pues bien, ahora decidme vosotros : ¿qué quereis?". Y la indiada, a coro, le respondió en su mala jerga y recordando lo que tenía costumbre de que se le diera en todas sus fiestas y reuniones: "¡Abarrente, tatay!" (Aguardiente, señor)". ¡¡El ilustrado revolucionario, que sin duda lo fue, no había logrado entender ni hacerse entender por los desposeídos!!” y mientras realizaba ese imponente y patético acto, Goyeneche se rearmaba y como un tigre agazapado esperaba el momento decisivo.

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811 – parte 2



Luego se le confió a Güemes la misión de ocupar la ciudad de Tupiza, la que verificó sin resistencia alguna. Después seguiría a Tarija donde formaría una división de voluntarios que se sumaría a los ya reclutados en los Valles de Salta y Jujuy.

Entre tanto el grueso de las fuerzas realistas al mando de José de Córdova había establecido su cuartel general en Cotagaita. a 400 kilómetros al norte de Jujuy.

Ya próximos ambos enemigos, Córdova adopta una actitud defensiva o mejor dicho cautelosa, ya que el jefe realista, militar experimentado, no conocía a su enemigo y prudentemente decide esperar a que los revolucionarios realicen los primeros movimientos.

González Balcarce tomó la iniciativa. Primero se aseguró de haber recibido las cargas de municiones de la artillería, luego avanzó y se situó en Cazón a 3 leguas de las trincheras enemigas.

Antes de iniciar el combate, González Balcarce dirigió un oficio “A los Señores Generales, comandante de los cuerpos y oficiales de la tropa del Alto Perú”, indicándoles sus buenas intenciones e invitándoles a rendirse o retirarse. Actitud soberbia para un principiante de la guerra ante experimentadas fuerzas reales. Soberbia que no se respaldaba tampoco en lo estratégico ya que las fuerzas patrias contaban con menos hombres y material bélico, sitiando a fuerzas más numerosas, mejor armadas, experimentadas y muy bien atrincheras en una fortaleza natural inexpugnable.

El resultado es absolutamente lógico: en este desafortunado encuentro las fuerzas patrióticas perdieron tres hombres, cuarenta y cinco heridos, siete prisioneros y una decena de efectivos se pasaron al bando realista. Afortunadamente el enemigo no intento perseguirlo puesto que no contaba con cabalgaduras.

Suipacha

Luego de Cotagaita las fuerzas patriotas retrocedieron a Tupìza donde se reorganizaron. Al corpo central se suman las fuerzas gauchas y milicianas de Salta, Jujuy, Tupiza y Tarija, unos 200 hombres más la incorporación de 100 hombres de Buenos Aires que venían del sur.

Córdova, habiendo observado la incapacidad militar de González Balcarce, avanza seguro de vencer a un enemigo tan inexperto. El 5 de noviembre las fuerzas realistas comenzaron la marcha hacia Tupiza, luego de recibir refuerzos de Nieto con 200 veteranos provenientes de Chuquisaca. Al día siguiente Balcarce desalojó ese pueblo, que fue ocupado por los realistas, y se situó en Nazareno el 6 de noviembre, ubicado sobre el río Suipacha frente a la población de Suipacha, en donde recibió refuerzos provenientes de Jujuy con dos piezas de artillería.

Córdova recibe informes de sus espías sobre la moral combativa de las fuerzas de González Balcarce, convenciéndose de que se retiraban descontentos y mal armados y por lo tanto sería relativamente fácil dispersarlos. Lo que no tiene en cuenta es la actitud de las milicias gauchas de Güemes que se encuentran expectantes y muy concentradas.

González Balcarce ordena retroceder a Tarija dejando a las fuerzas Milicianas Gauchas como resguardo de retirada. Córdova y Nieto viendo el retiro de tropas patriotas deciden perseguirlo al día siguiente y ordenan acampar sus tropas al margen del río Suipacha.

Este es justamente el momento clave, las tropas concentradas en Nazareno a las órdenes de Güemes, acompañadas de la caballeria chicheña de Tupiza comandada por el coronel Pedro Arraya – imprevistamente - atacan el Campamento realista de Suipacha el 7 de Noviembre obteniendo un triunfo contundente.

viernes, 11 de febrero de 2011

BATALLA DE HUAQUI - 20 de junio de 1811 – parte 1


La batalla de Huaqui o Guaqui, conocida también como batalla del Desaguadero o Yuraicoragua, marcó el fin de la primera campaña militar al Alto Perú por parte de la Junta de Gobierno de Buenos Aires.

Ocurrida el 20 de junio de 1811 entre las tropas comandadas por el General Antonio González Balcarce y las tropas realistas del virreinato español del Perú al mando del General José Manuel Goyeneche.

Los antecedentes de la terrible derrota sufrida en el Desaguadero arrancan muy lejos, en Buenos Aires, el 14 de junio de 1810 cuando la Junta de Gobierno comisiona al vocal Juan José Castelli a la formación de un Ejército para hacer frente a insurgentes levantados en Córdoba en contra de la revolución a las órdenes del ex virrey Dn. Santiago de Liniers.

La Junta comenzó una colecta en Buenos Aires para pertrechar a la expedición y se reunió un ejército de 1.150 hombres, al que se les dio una formación apresurada y partió de la capital del ex virreinato el 6 de julio de 1810 al mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, secundado por el teniente coronel Antonio González Balcarce, el cual no contaba con experiencia alguna para tamaña empresa, e imbuidos de aires surgidos de la misma revolución francesa llevaban consigo un comisionado político: Hipólito Vieytes y un auditor, Feliciano Chiclana que se incorporó más tarde y que luego fuera nombrado gobernador intendente de Salta del Tucumán.

El mando militar estaba sujeto al político y éste a la Junta a través de la Secretaría de Guerra que ocupaba Mariano Moreno.

Esta fuerza expedicionaria, primera en acción militar de la incipiente revolución, en el transcurso de su infructuosa aventura cometió innumerables errores y excesos, en su mayoría a causa de la inexperiencia pero, y sin lugar a dudas, por la soberbia propia de los inseguros que creen ser mejores porque son originarios de tal o cual parte.

El primer acto desbordado de la fuerza expedicionaria es, como todos sabemos, el fusilamiento de Liniers junto con el gobernador de Córdoba del Tucumán, Juan Gutiérrez de la Concha, el teniente gobernador Victorio Rodríguez, Santiago Alejo de Allende y Joaquín Moreno, el 26 de agosto en Cabeza de Tigre.

Luego de este acto reprochable y con cambios en el mando, el ejército siguió su curso hacia el norte. Paso a paso iban engrosándose sus filas con hombres idealistas imbuidos de los aires de libertad. En Santiago del Estero se formó un Batallón de Patricios Santiagueños comandados por el Coronel Juan Francisco Borges. En Salta y Jujuy gauchos aguerridos y conocedores del terreno a las órdenes de Martín Miguel de Güemes. Luego en Tarija se sumarían los caudillos Mendez y Arraya.

Cotagaita, primera acción

El primero en entrar en suelo enemigo fue el mismo Martín Miguel de Güemes comandando tropas de Salta y Jujuy, es así como el 3 de setiembre toma un pequeño campamento realista donde se apodera de valiosa información como el sitio de la vanguardia enemiga, órdenes, armas y fuerzas que aglomeraban los del rey. (Archivo General de Nación - Sección Trelles p.56). Llegado el Ejército Expedicionario a las órdenes del General González Balcarce se incorporó Güemes con su partida de observación.

lunes, 7 de febrero de 2011

El cementerio de los disidentes

En las primeras décadas del siglo XIX Buenos Aires no era aún esa ciudad a la que años después algunos iban a llamar “la París de América del Sur”. Y todavía tenía rasgos de la gran aldea heredada de los tiempos de la Colonia. Por entonces muchos extranjeros la habían elegido como su lugar en el mundo. Y también muchos, que no profesaban la religión católica, morían aquí. Aquello fue lo que obligó a crear un cementerio para gente de otras confesiones, ya que los católicos eran sepultados en las iglesias y sus alrededores, mientras que los demás se enterraban cerca de las barrancas del río.

El primer cementerio para disidentes (como se los denominaba) estuvo en la zona de Retiro, cerca de la Iglesia del Socorro. Pero en 1833, cuando su capacidad quedó colmada, se decidió crear otro en un área más alejada. La opción fue un terreno al que conocían como “el hueco de los olivos” y que había pertenecido a la familia De la Serna. Hoy, en aquel “alejado” lugar del barrio de Balvanera, está la plaza Primero de Mayo.

Rodeado por las actuales calles Hipólito Yrigoyen, Pasco y Alsina, (el sector que da sobre la calle Pichincha está ocupado por edificios) aquel sitio se convirtió en un cementerio que administraba una comisión integrada por ingleses, alemanes y estadounidenses. Y también allí, desde 1870, se enterró a los primeros judíos que vivieron en Buenos Aires. Aquel segundo cementerio de disidentes se clausuró en septiembre de 1891, aunque hubo inhumaciones hasta principios de noviembre de ese mismo año. Los últimos traslados de restos sepultados en los que hoy es la plaza se hicieron en 1923. Pero no todos se retiraron. Algunos, porque nunca fueron reclamados; otros, porque nunca fueron encontrados.

Uno de estos últimos casos es el de Elizabeth Chitty Curling de Brown, quien fue la esposa del almirante Guillermo Brown. Nacida en 1787 en Inglaterra, la mujer había llegado a Buenos Aires en marzo de 1822, acompañada por “cuatro hijos y dos criados”. El 29 de julio de 1809, en Londres, ella se había casado con quien sería uno de nuestros héroes históricos. Y como era de origen protestante y su marido católico, habían acordado previamente que las hijas mujeres que nacieran de esa unión profesarían la religión materna y los varones, la del padre.

Elizabeth murió en 1868 y fue sepultada en ese cementerio. Luego, sus huesos nunca pudieron ser hallados. Hoy, en la plaza, una placa de bronce recuerda “a la virtuosa compañera de nuestro máximo prócer naval, cuyos restos hoy perdidos reposan en este solar”.

Por una ordenanza de abril de 1925 el predio fue bautizado como “Plaza Primero de Mayo”, en homenaje al Día Internacional de los Trabajadores. Y como tal fue inaugurado el 14 de abril de 1928. El monumento “Al Trabajo” que hoy está allí es obra del escultor Ernesto Soto Avendaño (1886-1969), ganador del primer premio de escultura en 1921. Al pie de la obra (un hombre que lleva sobre su hombro una pesada maza) un pequeño grabado menciona el lugar donde se realizó: “Fundición Trivium-Pueyrredón 372 -Bs. As.” También en el mástil que está en el centro de la plaza (obra del escultor Israel Hoffman y de los ingenieros Bernardo y Germán Joselovich) hay otra curiosidad: en un grabado de sus laterales se ve la imagen de dos hombres junto a un arado. Uno viste tradicionales ropas gauchescas; el otro, las típicas de los inmigrantes llegados de Oriente Medio.

Pero esa plaza no fue la única cuyos terrenos fueron camposanto. En Villa Urquiza, en lo que hoy es la plaza Marcos Sastre (Monroe y Miller) estuvo el Cementerio de Belgrano. Funcionó allí entre 1875 y 1898. El lugar lleva ese nombre porque allí descansaron los restos de ese naturalista y escritor. Pero esa es otra historia.

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Los 7 Locos Leopoldo Torres Nilson - parte 2

sábado, 5 de febrero de 2011

El río de la discordia - parte 6

Tratado del Río de la Plata

Finalmente el 19 de noviembre de 1973 los cancilleres de Argentina y Uruguay firmaron el “Tratado del Río de la Plata y su frente marítimo”, que puso fin a las disputas de límites en las aguas de Plata. Suscripto en Montevideo consiste en, no fijar un límite en el río, sino establecer un estatuto para el uso de sus aguas. En primer lugar se fijan a lo largo de ambas costas dos franjas cuyo ancho es de dos millas marinas en la zona que va desde la línea recta imaginaria que une la localidad oriental de Colonia con Punta Lara en Argentina, hasta el paralelo de Punta Gorda, y de 7 millas marinas entre aquella línea y el límite exterior del río.

En ellas cada estado ejerce jurisdicción exclusiva fuera de esta franja costera, o sea en todo el resto del río, el tratado reglamenta separadamente cada uso de las aguas: navegación, complementos de carga, pesca, salvamento, etc.

Esta zona es denominada en el acuerdo “aguas de uso común”. Asimismo el artículo 2 dice que los límites exteriores harán lo posible para que no sobrepasen los veriles (orilla o borde de un bajo, sonda, placer, etc.) de los canales en las aguas de uso común y para que queden incluidos los canales de acceso a los puertos. Tales límites no se aproximan a menos de 500 metros de los veriles de los canales situados en aquellas aguas ni se alejaran más de una misma distancia de los veriles y la boca de los canales de acceso a los puertos.

Los artículos desde el 7 hasta el 22 hablan sobre la navegación y construcción de obras y canales. El artículo 12 dice que el estado que construye alguna obra, se hará cargo de su mantenimiento y administración. El artículo 41 comenta sobre el lecho y el subsuelo, establece una línea geográfica que separa las superficies en que cada estado ejercerá su actividad, esta línea esta determinada por 25 puntos de latitud sur y de longitud oeste. Igualmente la línea determinada en el artículo 41es utilizada para adjudicar jurisdicción sobre las islas existentes y las que emerjan en el futuro (artículo 44). Todo lo que se encuentre a la izquierda de esta línea formará parte de Uruguay, y todo lo que forme parte a la derecha de la línea es parte de Argentina. Hay una única excepción en el artículo 45, que la isla Martín García que se encuentra a la izquierda de la línea, pertenece a Argentina.

El artículo 59 establece una comisión administradora del río, compuesta por la misma cantidad de funcionarios, tanto uruguayos como argentinos. Esta comisión se hará cargo de los estudios, investigaciones, etc.

La segunda parte del tratado se refiere al frente marítimo del Plata. Se traza una línea de límite entre ambos estados, por una recta que une Punta del Este, en el Uruguay con la Punta Rasa del cabo San Antonio en Argentina (artículo 70).

Las aguas por fin se aquietaron…

Di Paula, Tabaré – El Río de la Plata, río de la discordia.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Todo es Historia – Año II, Nº 24, Abril de 1969
www.revisionistas.com.ar

jueves, 3 de febrero de 2011

El río de la discordia - parte 5

Pero ocurre que el mismo argumento también vale para Uruguay. Fijar el límite en una línea que permita a la Argentina ejercer el dominio de esas vías fluviales representa, desde el mirador uruguayo, ceder a una nación extranjera los canales de acceso a los puertos orientales, empezando por el de Montevideo. Las consecuencias de esta subordinación pueden ser imprevisibles, especialmente si se aprecia con entera objetividad lo que podría significar para un país pequeño someterse a la hegemonía fluvial de un poderoso vecino, hegemonía que es también económica y política.

Desde luego, Uruguay tiene derechos sobre el río. Si no fuera así, no se explicaría su participación en un acuerdo destinado a fijar la anchura y extensión del Plata. Pero el problema básico y nunca resuelto reside en el alcance y en las consecuencias de esos derechos. La tesis de Estanislao Zeballos no admite ya muchas adhesiones y cabe entenderla como una contribución folklórica al debate.
La firma del Protocolo de 1910 fue la mejor lápida para quien censuraba hasta un simple tratado de arbitraje entre las dos repúblicas. Que dicha doctrina haya podido sobrevivir, aunque desde otra altura y con otro signo, en textos de Saavedra Lamas, de Daniel Antokoletz o Isidoro Ruiz Moreno, significa poco o nada ante las demoliciones emprendidas por César Díaz Cisneros en la misma patria de Zeballos. En este sentido, tal vez valga la pena decir que no sólo voces uruguayas sino también argentinas se levantaron contra la posición de hegemonía argentina sobre el río. “Ni siquiera Rosas hubiera pretendido eso”, escribió Bartolomé Mitre en una carta, fiel a la doctrina de doble soberanía fluvial que ya había expuesto en 1869 y 1871. También Carlos Pellegrini fue contrario a las fórmulas zeballistas.

Las citas pueden multiplicarse. Pero lo que ningún antecedente histórico o jurídico ha sido capaz de acordar es un instrumento que permita satisfacer, en la teoría y en la práctica, la equidad de derechos en cuanto al gobierno del río, impidiendo que la tan publicitada confraternidad rioplatense sea –al menos en este problema- algo más que un slogan, que una figura retórica.
La necesidad de alcanzar una adecuada solución, inspirada en obvios principios de soberanía, de fraternidad, de prácticos y comunes intereses, parece a esta altura impostergable. La está dictando o exigiendo la misma naturaleza del pleito, que escapa a la mera disputa entre argentinos y uruguayos para entroncar con intereses internacionales mayores. Ahora el conflicto se ha enriquecido con argumentos que tienen en cuenta no sólo las aguas sino las potenciales riquezas del subsuelo, que robustecen especulaciones geopolíticas al no descartar las utilidades estratégicas del río a nivel continental. Pero son estas mismas delicadas cuestiones las que deben sugerir y no entorpecer una armónica, definitiva solución.

Un sacerdote evocó a raíz de este pleito la historia de un par de alienados que discutían sobre un tablón el derecho de cada uno a legislar el fragmento de agua que corría por debajo del madero. Agotados los argumentos verbales, los dementes prefirieron deslindar razones a golpes y empujones, hasta que cayeron al agua, siendo devorados por el río. El agua ya no era de ninguno de los dos, ellos eran del agua, concluía el padre Raúl Veiga. La historia merece alguna meditación. Mucho más cuando el río que se disputa alimenta vigilias y desvelos de los terceros de siempre. No debe asombrar entonces que hasta en el Uruguay, en consideración de los intrincados intereses que juegan alrededor de esta disputa, se haya señalado el peligro de “salir de guatemala y caer en guatepeor”.

Exagerado o no, el popular dictamen no sólo coincide con un enfoque exclusivamente oriental del problema, sino que coincide también con ciertos episodios que no deben soslayarse, aun a riesgo de derivar este estudio hacia la cotidiana información cablegráfica de los diarios. Al fin y al cabo, el obsequio de un guardacostas completamente artillado sirvió en la otra orilla para que el embajador norteamericano se creyera en la obligación de formular declaraciones que el mismo gobierno uruguayo estimó como una intromisión en sus problemas internos.

El apoyo de Itamaraty no ha impedido, de paso, la evocación de ciertas opiniones de algunos jefes brasileños, que desnudaron en la década del ‘60 la velada intención de intervenir militarmente en Uruguay ante sus renovadas crisis. En la misma Argentina, algunos círculos de opinión hicieron hincapié en el socorro económico brindado durante 1968 a los orientales, argumento que no parece el más razonable para resolver este litigio y cuyos méritos jurídicos constituyen todo un enigma. Quizás sea demasiado obvio insistir a esta altura que los intereses en juego eran más profundos que los canales que recorren el río.

El río de la discordia – parte 3


El más ejemplar de estos ejercicios imaginativos sobre dichos textos lleva la firma de Eduardo Jiménez de Aréchaga. Sus deducciones de que el Protocolo de 1910 establece “una comunidad de aguas y un condominio en la explotación por ambos países”, merecen ser contrastadas con las reflexiones que suscitó a otro uruguayo (Luis Alberto de Herrera) la elaboración del documento.
Los incisos iniciales del “anodino” protocolo –decía- se dedican a “reiterar el himno de la fraternidad platina”, sin entrar luego “en la esencia del pleito y encontrar su solución adecuada”. La censura parece excesiva, ajena a las dificultades y buenas intenciones de la época. Porque su utilidad iba más allá de una mera apelación al “espíritu de cordialidad de los dos países” y consagraba en definitiva un régimen comunitario de “navegación y uso de las aguas”. Pero por exagerada que parezca, esa censura pone las cosas en su sitio: el Protocolo de 1910 no admite una interpretación radical capaz de robustecer la posición uruguaya, ni la argentina, claro.

También Héctor Gross Espiell ha creído ver en el Protocolo de 1964 una garantía casi definitiva para la tesis de la división geométrica del río. En su opinión, no se consignaría ya “un mero reconocimiento del derecho al uso de las aguas sino una afirmación expresa y recíproca de la soberanía oriental”.
La conclusión nace del parágrafo 5º del documento que, en efecto, reconoce la reciprocidad jurisdiccional de los dos Estados al señalar: “El Plan de Levantamiento Integral no alterará las jurisdicciones que los países ribereños han venido ejerciendo” y que son “las únicas que ambos gobiernos reconocen sobre dicho río”. Pero también aquí los deseos pueden más que la letra escrita.

Ni Uruguay ni Argentina hallarán en el Protocolo de 1964 un solo párrafo que fije esta o aquella fórmula de delimitación jurisdiccional. Apenas si se reconoce una pluralidad de jurisdicciones que, de todos modos, con su sola existencia, cualesquiera de los textos invocados estaba desnudando.
Porque por ambiguos que parezcan, por contradictorios que resulten los posteriores análisis de sus articulados, resulta evidente que no habrían sido firmados por las dos partes si éstas no tuvieran mutuos derechos.

La declaración de 1961 adquiere singular importancia desde esta perspectiva. Con ella, la Argentina y Uruguay estipularon el límite exterior del río y la extensión del dominio fluvial que corresponde a ambos países. El documento regló así un régimen jurídico de aguas que, por sus peculiaridades geográficas, merecían variables calificativos (río oceánico, estuario, etc.), permitiendo a otras naciones atravesar el Plata amparadas en principios que son exclusivos de la navegación en alta mar. Para Uruguay, además esta condición de “río interior” que la declaración otorga al Plata, serviría de alimento a su tesis de la línea media y de acuerdo con normas resultantes de los acuerdos de Ginebra sobre mar territorial.

Que la Argentina no apoye la tesis de la división por mitades del río, se debe principalmente al hecho de que las vías de acceso a los puertos argentinos (incluyendo el de Buenos Aires) quedarían, mediante este régimen, sometidas a jurisdicción uruguaya.
El argumento enfatiza tal subordinación como un peligro para la seguridad política y económica de la Nación. Y desde una perspectiva local, la consideración parece muy razonable, ya que las vías que garantizan al país su contacto con el exterior y que son de considerable valor estratégico, no pueden estar bajo bandera extranjera.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El río de la discordia – parte 2


Para el siglo XIX, el problema del Río de la Plata pudo ser, ante todo, el problema de la libre navegación y del libre comercio. Asegurado ambos, no había motivo para mayores vigilias. Pero hacia 1906, las controversias recibieron el soplo inspirador de nuevas semillas de discordia. En la anécdota, en la superficie, las discusiones eran o parecían las mismas de siempre. En niveles más hondos, se combinaban con el desarrollo de una naciente industria pesquera y –muy especialmente- con la ubicación de los canales de acceso a los puertos argentinos. La amenaza de una guerra entre Argentina y Brasil en 1906 y la necesidad de un aumento de las reservas navales argentinas para garantizar el dominio del Plata, correspondían así a un doble proceso. Por un lado, estaba la pugna de dos grandes países sudamericanos, un enfrentamiento que en caso de estallido bélico, exigía a uno y otro bando asegurarse el total gobierno del río. Brasil podía acceder a ese privilegio, como preveía Zeballos, por la vía de Uruguay. Y la Argentina a través de los argumentos con que el propio canciller fundó la doctrina de la costa seca.

Pero si se mira un poco más lejos y se revisa cuidadosamente el discurso del ministro argentino en esa oportunidad, se verá que la querella tuvo otros protagonistas. No es necesario subrayar la importancia de los intereses británicos en la cuenca del Plata por esos años, la influencia ejercida entonces por Inglaterra. Esta influencia hacía rato que había empezado a ser sigilosamente bastardeada por la presencia de Estados Unidos que, como vislumbró muy claramente la diplomacia francesa en 1894, “tendía a enfeudar a las repúblicas del sur a su política comercial y financiera”. Por eso, la indignación de Zeballos cuando refiere “el engreimiento de Brasil ante los nuevos vínculos contraídos con Estados Unidos y cuya naturaleza exacta no podía precisar” suena a indignación leal al imperio británico. Y no sería improbable que su tesis observara una similar fidelidad. Brasil versus Argentina significaba en ese momento Gran Bretaña versus Estados Unidos.

El debate actual está contaminado de muy complejos e ilustres intereses. Pero también está contaminado de serios malentendidos. El más notable radica en la interpretación de los tres decisivos documentos que hacen a cualquier análisis del problema. Son:

El Protocolo Ramírez-Sáenz Peña. Firmado el 5 de enero de 1910, el texto sirvió para aliviar tensiones surgidas por los conflictos de años anteriores y tuvo la gran significación de estar firmado por la misma persona que alcanzaría la presidencia argentina. Su ejecución, además, correspondió a una hora en que Brasil rectificó los privilegios que había obtenido mediante un tratado de 1851, reconociendo finalmente derechos al gobierno oriental sobre el río Yaguarón y la laguna Merín.

La Declaración Conjunta sobre el Límite Exterior del Río de la Plata. Fue firmada el 30 de enero de 1961 por el embajador argentino Gabriel del Mazo y el canciller uruguayo Homero Martínez Montero. La Argentina y Uruguay se alegraron de arribar a este acuerdo, pero otros países –Estados Unidos, Francia, Inglaterra- no compartieron los mismos entusiasmos y reconocieron tibiamente el acuerdo, con protestas.

El Protocolo del Río de la Plata. Correspondió a la gestión de los cancilleres Zavala Ortiz y Zorrilla de San Martín y fue firmado el 14 de enero de 1964. También con este documento se procuró disipar los resquemores surgidos a causa de un Plan de Levantamiento Integral del Plata ejecutado unilateralmente por la Argentina, lo que dio pie a reclamaciones uruguayas.

Aunque enero parece haber sido el mes clave para los acuerdos, la verdad es que los textos citados han propiciado espesas confusiones. Por lo menos, toleraron interpretaciones excluyentes, enriqueciendo los más antagónicos puntos de vista, de tal modo que no es excesivo dudar de la entera eficacia de cada uno como arma jurídica para resolver el siempre renovado pleito. En diciembre de 1968 el gobierno argentino consideró “un acto inamistoso la prospección unilateral” del lecho del río, y el gobierno uruguayo rechazó “esas declaraciones” advirtiendo que tomaría “las disposiciones que juzgara adecuadas a sus intereses”. Las enérgicas declaraciones diplomáticas se apoyaban, tanto en el caso argentino como en el uruguayo, en las normas establecidas por los acuerdos de referencia. Es decir, que los mismos documentos ahondan y no resuelven el problema. Cada parte ha creído encontrar en ellos el necesario alimento para sus convicciones previas. Y sin embargo, a pesar de todos los pesares, ninguna palabra, ningún párrafo, ninguna coma, parecen justificar de manera irrefutable alguna de las interpretaciones en juego.

El río de la discordia – parte 1



El 2 de febrero de 1516 el piloto mayor del Reino de España Juan Díaz de Solís descubre el río al que denominaría Mar Dulce. Posteriormente el veneciano Sebastián Gaboto bautizó a esa vasta franja de agua como Río de la Plata, sin imaginarse que varios siglos después iba a ser el objeto de perdurables disputas. En 1525 la codicia o los intereses consultaban solamente la leyenda de metales preciosos durmiendo el sueño de los justos a orillas del río. Pero el paso del tiempo trajo otras miradas más realistas y capaces de dibujar un nuevo curso sobre sus ondas. Abandonada la guerra de los puertos, el problema empezó a adquirir recién profundidad –y no es una metáfora- en el siglo XIX. Los episodios que ilustran esa puja, sin embargo, están muy lejos de las vehemencias actuales. Es más, durante casi todo el siglo mencionado puede divisarse un espíritu de cordialidad que superaba enfrentamientos y problemas. La mayoría de los incidentes sirvieron para ratificar tanto los derechos argentinos como los uruguayos; para reconocer que el río les pertenece a ambos.

En 1861, varias embarcaciones uruguayas fueron detenidas por naves argentinas sobre aguas que reflejaban el paisaje de la costa oriental. Las protestas diplomáticas cedieron paso en seguida a las disculpas, a la conclusión de que, efectivamente, se había violado la jurisdicción ajena. El episodio se repitió en 1898, pero esta vez fue una cañonera oriental la que detuvo a tres vapores en aguas argentinas. El gobierno uruguayo condenó el incidente y solicitó excusas por haber transgredido límites que aseguraban la reciprocidad jurisdiccional. En otra ocasión, la mano de la naturaleza disipó muy empinadas escaramuzas retóricas: hacia 1855 la Argentina y Uruguay se habían enfrascado en una tediosa disputa sobre el derecho que tenía cada país para remover el casco de una goleta enclavada en el Canal del Infierno, a causa de un naufragio. Las aguas se apiadaron de tantos ocios polémicos desalojando por su cuenta y sin previa consulta los restos de la embarcación.

No fue el único episodio pintoresco. Durante los ramalazos revolucionarios que sacudieron al Uruguay de 1897 y que transformaron a Buenos Aires en sede de muchas conspiraciones, la justicia argentina debió decidir sobre el alegato de algunos orientales acusados de asaltar naves del vecino país, los que se consideraban inmunes a toda pena dictada por tribunales locales en razón de que habían perpetrado sus delitos en aguas uruguayas. Más pintoresco, más dramático también, fue un episodio ocurrido en 1903, en ocasión del naufragio del vapor “Alacrity”, cerca de Punta del Indio. Las autoridades de la otra orilla se excusaron de socorrer al barco por entender que el siniestro había tenido lugar bajo jurisdicción argentina. Las autoridades argentinas, a su vez, sostuvieron que el siniestro había ocurrido fuera de su jurisdicción y en aguas donde ambas naciones “ejercieron siempre común autoridad”. Las conclusiones que eran, en casi todos estos incidentes, favorables al Uruguay, insinuaban una división geométrica del río muy a gusto de los orientales. Pero quizás no se encuentren palabras más solidarias con dicha tesis que las que escribió en 1873 el canciller argentino Carlos Tejedor. Ante una protesta por el registro y detención de naves uruguayas en el río Uruguay, admitió que los límites jurisdiccionales de ese río como del de la Plata estaban “indeterminados”. La indefinición facilitaba entonces confusiones o errores en “la aplicación práctica del derecho de gentes que dividen por mitad la jurisdicción”.

Parece fácil comprender ahora que, con estos antecedentes por delante, ni siquiera Zeballos se haya animado durante su gestión ministerial bajo el gobierno de Pellegrini a modificar supuestos o normas ya tradicionales. Todavía parece fácil comprender por qué en su discurso de agosto de 1908 en la Cámara de Diputados, y cuando estaban bien maduros los argumentos de una exclusiva hegemonía argentina, Emilio Mitre advirtió: “Si fuéramos a un arbitraje, nos veríamos derrotados hasta con nuestras propias memorias oficiales”. Pero sus palabras iban a ser borradas por otras más vigorosas y más al día con los intereses que empezaban a ocupar un vivo primer plano. Era el “travelling” del destino, como diría un cineasta.