domingo, 30 de septiembre de 2012

Origen de "Argentina"


Luego de cumplir funciones en Asunción, Cochabamba, Lima y Tucumán, entre otras, arribó a Buenos Aires en 1593 el sacerdoteMartín del Barco Centenera para asumir como el máximo representante de la Iglesia local. Era un hombre de copas tomar. En sus encuentros con el alcohol, casi siempre ganaba el vino; y si empataban, igual Martín perdía en los penales. Fue procesado por emborracharse en lugares públicos, dar espectáculos “abrazándose a botas de vino”, andar vociferando relaciones prohibidas y también por dedicarse al comercio.

Expulsado de América por sus atropellos, regresó a Europa en 1596.Allí escribió el poema titulado “Argentina” que dio origen al nombre de nuestro país. La intención de Centenera fue darle un nombre poético a su obra referida al territorio del Río de la Plata y el Paraná. Se decidió por Argentina debido a que el argentum es la forma latina de mencionar el mineral que hoy llamamos plata. En sus descripciones del Plata menciona sirenas cantantes, ciudades sumergidas en lagunas, peces anfibios que perseguían mujeres y mariposas que se transformaban en ratones.
El hombre que inventó el nombre de nuestro país, murió a los 67 años, en 1602, el mismo año en que se publicó su obra.

Dos siglos después, en 1808, Vicente López y Planes volvió a usar la palabra Argentina en un nuevo poema que cantaba loas a nuestros héroes en las invasiones inglesas. Fue su primera obra reconocida y se llamó “El Triunfo Argentino, Poema Heroico”. Durante años estos versos se leyeron en las tertulias de Buenos Aires.

A partir de 1826, los sucesivos gobiernos emplearon el nombre con mayor o menor formalidad hasta que en 1860 el presidente Santiago Derqui decretó la utilización de “República Argentina” en forma oficial y definitiva.
Gentileza de Daniel Balmaceda



Historia Clínica - Capítulo 1

viernes, 28 de septiembre de 2012

Manuel Belgrano y el "sepulcro de la tiranía" en Tucumán - parte 3

Pero lo que hace más gloriosa esta batalla fue, no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán salvóse no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. 
Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del Gobierno, se retira, las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina. Posesionado el enemigo de Jujuy, Salta y Tucumán, podría haber levantado un ejército mayor que el que podía oponérsele, remontando su caballería con naturales de aquellas localidades, que tan dispuestos son para la guerra. 

Derrotado el ejército patriota, el camino hasta Santa Fe quedaba libre. El enemigo con su caballería remontada, reforzado por Goyeneche que podía disponer de 2.000 hombres más, y dueño de un vasto territorio, habría puesto en campaña con el prestigio de la victoria, un ejército de seis a siete mil hombres, extendiendo sus conquistas hasta Córdoba, en momentos en que la opinión pública de las provincias estaba completamente desmoralizada. Las fuerzas revolucionarias reconcentradas sobre la margen occidental del Paraná (según las órdenes del Gobierno, que ya habían empezado a ejecutarse), se hubieran visto obligadas a abandonar la Banda Oriental, el Entre Ríos, Corrientes y Misiones, bajo los auspicios desconsoladores de una derrota. 

Es probable que entonces Buenos Aires hubiera puesto en campaña un ejército igual o mayor que el de Goyeneche; pero éste, de acuerdo con la plaza de Montevideo, que con el dominio que tenía de las aguas le era fácil desembarcar de 1.000 a 1.500 hombres de buenas tropas en cualquier punto del Paraná, podía en todo evento hacerse fuerte en Santa Fe, y circunscribir la revolución al solo territorio de Buenos Aires. Es probable que en tal situación los portugueses hubiesen roto el armisticio, cooperando con Goyeneche, según se lo habían ofrecido. Una batalla podía sólo resolver esta situación, pero podía decidir de la suerte de las provincias unidas, aunque más tarde se hubiesen levantado, como sucedió en otras partes de América; pero antes de tener lugar este acontecimiento, y por poco que la guerra se prolongara, Buenos Aires quedaba solo en la palestra revolucionaria.

Chile, cortadas sus comunicaciones con las provincias argentinas, habría sucumbido aislado, como sucumbió más tarde en condiciones más ventajosas a mediados de 1814. El triunfo de Salta, el paso de los Andes, las batallas de Maipú y Chacabuco, la expedición sobre Lima, el auxilio prestado por San Martín a Bolívar, no hubieren tenido lugar, o por lo menos se habrían retardado. 
Robustecido con él estos triunfos el Bajo Perú, centro de la reacción realista, irradiando su influencia al Sur y al Norte del continente americano, la gran lucha de propaganda externa por medio de la intervención armada, se postergaba para un tiempo indefinido. Bien que la emancipación del Nuevo Mundo fuera un hecho fatal, que tenía que cumplirse más tarde o más temprano, no puede desconocerse que derrotado el ejército patriota en Tucumán, la revolución argentina quedaba en grave peligro de ser sofocada por el momento, o por lo menos localizada en los estrechos límites de una provincia, privada de aquel gran poder de expansión que le hizo llevar sus banderas victoriosas hasta el Ecuador, dando origen a cuatro nuevas Repúblicas, que sin su concurso habrían continuado por largos años bajo la espada española. 

Y si se piensa que todas las revoluciones de la América del Sur fueron sofocadas casi a un mismo tiempo (1814-1815), menos la de las provincias unidas; y se medita que sofocada o circunscrita la revolución argentina, o simplemente paralizada en su acción externa, las expediciones sobre Montevideo, Chile, Lima, Alto Perú y Quito no habrían tenido lugar, fuerza será convenir también que en los campos de Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que se aceleró, si es que no se salvó en ellos, la independencia de la América del Sur.

En presencia de estos grandes resultados, se ve que Belgrano hizo bien en desobedecer las órdenes de retirada, y arriesgar una batalla de dudoso resultado, puesto que el triunfo era la salvación, y la retirada importaba tanto como la derrota oscura del que sucumbe sin combatir.
www.elhistoriador.com.ar

jueves, 27 de septiembre de 2012

Manuel Belgrano y el "sepulcro de la tiranía" en Tucumán - parte 2

El modesto vencedor de Tucumán renunció el título de Capitán General, y declinando el honor del triunfo, contestó al Gobierno con estas notables palabras, que manifiestan el equilibrio de su alma, inaccesible a la vanidad y a la envidia: “Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio a que aspiro. V. E. tal vez ha creído que tengo un relevante mérito, y que he sido el héroe de la acción del 24. Hablando con verdad, en ella no he tenido más de general que mis disposiciones anteriores, y haber aprovechado el momento de mandar avanzar, habiendo sido todo lo demás obra de mi mayor general, de los jefes de división, de los oficiales, y de toda la tropa y paisanaje, en términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del campo de las Carreras de Tucumán”.

Ganar una batalla como la de Tucumán, a cuyo éxito concurrieron por mitad las faltas del enemigo, es un accidente de la suerte variable de las armas, y no es la más alta gloria de un general; pero resolverse a hacer pie firme al enemigo con un puñado de hombres, después de una retirada de ochenta leguas; esperarle con cerca de la mitad menos de fuerza; dar la batalla contra sus instrucciones y las órdenes repetidas y perentorias de su gobierno, y luego, después del triunfo, rehusar la corona del triunfador y colocarla sencillamente sobre las sienes de sus compañeros de armas, y esto con sinceridad y sin ostentación, es un ejemplo de moderación de que la historia presenta pocos ejemplos.

Aunque la batalla de Tucumán, como queda manifestado, debióse más a las faltas del enemigo que a las combinaciones de Belgrano, y aunque el triunfo fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas, supliendo la decisión de los jefes de cuerpo la falta del general en jefe en el momento decisivo, la resolución de combatir y la iniciativa de la batalla le corresponde exclusivamente, así como las dos maniobras atrevidas que introdujeron el desorden en las filas españolas, es decir, el avance del centro, y el ataque de la caballería de la derecha. Si separado de su infantería por un accidente, y con su caballería desorganizada, tocó a otros el honor de completar la victoria, encontrándose al fin vencedor cuando se creía vencido, esto, aunque disminuye su mérito, no menoscaba la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad, y contra la voluntad del Gobierno mismo, que le ordenaba retirarse a todo trance, aun cuando la fortuna se declarase por sus armas.

Manuel Belgrano y el "sepulcro de la tiranía" en Tucumán - parte 1

Al año de triunfos y de expansión que siguió a mayo de 1810, sucedió en 1812 un período crítico, con la guerra en dos frentes, en el norte y en la Banda Oriental, sin mandos experimentados, sin ejércitos organizados, sin armamentos ni recursos. A comienzos de 1812, Manuel Belgrano fue designado al frente del Ejército del Norte, en reemplazo de Pueyrredón. Hacia fines de junio, en retirada, el ejército revolucionario evacuó Salta y Jujuy, cuando tuvo lugar el denominado “éxodo jujeño”. Instalado en Tucumán, Belgrano disponía de no más de mil seiscientos hombres, mientras el ejército realista bajaba ganando posiciones.

Luego de un efímero triunfo en Las Piedras, actual provincia de Salta, a comienzos de septiembre, se produjo el espectacular triunfo en Tucumán, en el Campo de las Carreras. Alentado por los reclamos de la población tucumana, Belgrano había decidido desobedecer las órdenes impartidas desde Buenos Aires de disponer la retirada y mantuvo posición, esperando la batalla. La victoria fue decisiva. Días más tarde, Belgrano informaba al gobierno en Buenos Aires que se habían capturado siete cañones, tres banderas, un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas y seiscientos prisioneros, produciéndose además cuatrocientos muertos. También subrayaba la heroica participación de los hijos de Salta, Jujuy, Santiago del Estero y Tucumán.

Luego de la importante victoria, en la que también se destacó Manuel Dorrego, Belgrano se dedicó a instruir y armar a sus tropas, esta vez con la renuencia del recién constituido II Triunvirato, y avanzó hacia Salta, donde también derrotó a los realistas, ya en febrero de 1813, retomando el control de la región. Entonces, la Asamblea Constituyente premió a jefes y soldados y obsequió a Belgrano un sable con guarnición de oro y cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas fiscales. Pero Belgrano respondió con abnegación y desinterés: el dinero –creía- degradaba la virtud y el talento entregado en defensa de la revolución.

Cuando a los pocos días de la decisiva victoria en Tucumán, Belgrano pasó informe al gobierno porteño de las razones de la victoria, aseguró que la retirada que se había ordenado desde Buenos Aires habría puesto en fuga al ejército, con la consecuente pérdida de recursos materiales y humanos, provocando ello una derrota humillante y hasta su segura captura. Así lo explicaba: “…en estas circunstancias que ya he reflexionado demasiado, que las he discutido con los oficiales de mayor crédito y conocimientos, no he hallado más que situarme en este punto y tratar de hacer una defensa honrosa, de la que acaso podemos lograr un resultado feliz, y si no es así, al menos habremos perdido en regla, y no por el desastre de la retirada”.

La victoria en Tucumán no resultó episódica. Todo lo contrario. En recuerdo de aquella gran batalla, traemos las palabras de Bartolomé Mitre quien, elogiando a Belgrano, aseguró que “en los campos de Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que se aceleró, si es que no se salvó en ellos, la independencia de la América del Sur”. Como diría Belgrano, aquella jornada resultó determinante para el “sepulcro de la tiranía”.
Fuente: Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y la independencia argentina, Tomo 2, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor, 1887, págs. 128-131.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

lunes, 24 de septiembre de 2012

Batalla de Tucuman - parte 2



Cuando Paz se encuentra con ellos, se halla Belgrano acompañado por Moldes, sus ayudantes y algunos pocos hombres más. Ni el general ni sus compañeros saben el éxito de la acción e ignoran si la plaza ha sido tomada por el enemigo o sí se conserva en manos de los patriotas. A la noticia de la aparición del general, empiezan a reunirse muchos de los innumerables dispersos de caballería que cubren el campo. A uno de los primeros en aparecer pregunta el general:

- ¿Qué hay? ¿Qué sabe usted de la plaza?

- Nosotros hemos vencido al enemigo que hemos tenido al frente.

Pocos momentos después, se presenta Balcarce con algunos oficiales Y veinte hombres de tropa, gritando ¡Viva la Patria!, y manifestando la más grande alegría por la victoria conseguida.  Se aproxima a felicitar al general Belgrano, quien a su vez le pregunta:

- Pero, ¿qué hay? ¿En qué se funda usted para proclamar la victoria?

- Nosotros hemos triunfado del enemigo que teníamos al frente, y juzgo que en todas partes habrá sucedido lo mismo: queda ese campo cubierto de cadáveres y despojos.

Hasta ese momento nada se sabe de la infantería, ni de la plaza.  Al atardecer se entera Belgrano de la suerte corrida por el resto del ejército.

Mientras tanto, Tristán consigue reorganizar a los suyos. Se encuentra dueño del campo de batalla que ha sido abandonado por los patriotas, pero ha perdido el parque y la mayor parte de los cañones.  Se dirige entonces a la ciudad e intima rendición a Díaz Vélez con la amenaza de incendiarla. Se le responde que, en tal caso, se degollarán los prisioneros, entre los cuales figuran cuatro coroneles.  Durante toda la noche permanece Tristán junto a la ciudad, sin atreverse a cumplir su amenaza.

El 25 por la mañana encuentra que Belgrano, con alguna tropa, está a retaguardia. Su situación es comprometida.  Belgrano le intima rendición “en nombre de la fraternidad americana”. Sin aceptarla y sin combatir, Tristán se retira lentamente esa misma noche por el camino de Salta, dejando 453 muertos, 687 prisioneros, 13 cañones, 358 fusiles y todo el parque, compuesto de 39 carretas con 70 cajas de municiones y 87 tiendas de campaña. Sus pérdidas de armas dejan al ejército patriota provisto para toda la campaña. Las bajas patrióticas, por otra parte, son escasas: 65 muertos y 187 heridos. Manuel Belgrano, esperando la rendición de Pío Tristán, no lo persigue y sólo encomienda a Díaz Vélez que “pique su retaguardia” con 600 hombres.

Durante la persecución, se entablan varios combates con resultados dispares. Zelaya realiza un ataque poco afortunado contra Jujuy. Diaz Vélez ocupa Salta momentáneamente. De todos modos, al regresar a Tucumán a fines de octubre, trae sesenta nuevos prisioneros y 80 rescatados al enemigo.  Sus fuerzas se incorporan a la columna que marcha detrás de la procesión con que se honra a la Virgen de las Mercedes, que Belgrano nombra Generala del Ejército porque precisamente la victoria de Tucumán se ha verificado en el día de su advocación. El general en jefe se separa de su bastón de mando y lo coloca en los brazos de la imagen, en el transcurso de la solemne procesión que se realiza por las calles tucumanas.

Vicente Fidel López llama a Tucumán “la más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio argentino”.  Faltó prudencia, previsión, disciplina, orden y no se supieron aprovechar las ventajas; pero en cambio hubo coraje, arrogancia, viveza, generosidad… y se ganó.

El 24 de setiembre Belgrano salvó a la Patria en la batalla de Tucumán.  La salvó no solamente porque el ejército español fue derrotado, sino –y principalmente– porque al llegar la noticia a Buenos Aires el pueblo se lanzó a la calle clamando contra el Triunvirato.  Entonces los granaderos montados de San Martín, los artilleros de Pinto y los arribeños de Ocampo hicieron saber al gobierno que había cesado, y se convocaría una asamblea para votar la figura con que deben aparecer las Provincias
Unidas en el gran teatro de las naciones. Ese fue el propósito de la revolución del 8 de
octubre de 1812 y de la asamblea convocada para enero del 13.

Fuente
Agenda de Reflexión el Septiembre 24, 2003
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Museo Casa Histórica de la Independencia – S. M. de Tucumán
Portal – Historia del País
Rosa, José María – Historia del revisionismo y otros ensayos.
Turone, Gabriel O.  – La Batalla de Tucumán.

 Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Batalla de Tucumán - parte 1




Durante su marcha a Tucumán ha recibido Belgrano una nueva y perentoria orden del Triunvirato para que se retire sobre Córdoba definitivamente, dejando en consecuencia libradas a su propia suerte las provincias del noroeste. Pero el general contesta que está decidido a presentar batalla porque lo estima indispensable. Por eso mismo, se encarga de incitar al pueblo tucumano para obtener su apoyo. Lo consigue, y para ello cuenta con la ayuda de algunas viejas familias patricias. Los poderosos Aráoz, virtuales dueños de la ciudad, vinculados a su ejército por dos de sus familiares Díaz Vélez, cuya madre es Aráoz, y el joven teniente Gregorio Aráoz de La Madrid, volcarán todo su prestigio y ascendiente en la causa patriota.

Antes de su arribo, Belgrano ha ordenado desde Encrucijada a Juan Ramón Balcarce que se adelante a Tucumán para conseguir refuerzos y convocar a las milicias para reclutar un cuerpo de caballería; éste se halla en pleno entrenamiento cuando llega Belgrano con el grueso del ejército. Sin más armas que unas lanzas improvisadas, sin uniformes y con los guardamontes que habrían de hacerse famosos, Balcarce consigue organizar una fuerza de cuatrocientos hombres, punto de partida de la famosa caballería gaucha que hará su aparición por vez primera en una batalla campal, en Tucumán.

El gobierno insiste, en sus oficios a Belgrano, en que éste debe retirarse hasta Córdoba.  Belgrano quiso cumplir con el gobierno y ordenó la retirada del ejército al sur.  Pero no pudo hacerlo mucho tiempo: no consiguió resistirse a los tucumanos que le pidieron defendiera su ciudad.  Así, entre el 13 y el 24 de Septiembre, Belgrano se multiplica para organizar la defensa. Con el ejército de Tristán a la vista, escribe el 24: “Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.”.

El día anterior el ejército ha salido de la ciudad a la que regresa por la noche. Pero a la madrugada del 24 inicia los movimientos para ocupar la posici6n de la víspera. El encuentro no tarda en producirse en un paraje llamado “Campo de las Carreras” (conocido también como Campo de la Tablada o La Ciudadela, actual Plaza Belgrano).  Los patriotas atacan casi de sorpresa, pero Tristán alcanza a desmontar su artillería y formar su línea de combate.

La carga de caballería gaucha, a los gritos y haciendo sonar sus guardamontes, desconcierta y quiebra la izquierda de los realistas, mientras en el otro flanco – donde está Belgrano – los patriotas son arrollados. La lucha se desarrolla en medio de un tremendo desorden, aumentado por la oscuridad provocada por una inmensa manga de langostas y la caballería de ambos ejércitos combate en entreveros furiosos. Díaz Vélez y Dorrego encuentran abandonado el parque de Tristán con treinta y nueve carretas cargadas de armas y municiones, y junto con los prisioneros que toman y los cañones que pueden arrastrar, corren a encerrarse en la, ciudad. La confusión es tal que, cuando Belgrano intenta un movimiento, se cruza con el coronel Moldes, quien le pregunta:

- ¿Dónde va usted, mi general?

- A buscar la gente de la izquierda, Moldes.

- Pero estamos cortados, mi General.

- Entonces, vayamos en procura de la caballería.


domingo, 23 de septiembre de 2012

Historia del Tango: La época de oro – parte 3

Se iniciaba la década del 40, época de la que muchos recuerdan que Buenos Aires se convirtió en la ciudad que no dormía, reflejando en el Tango la personalidad de la identidad porteña, y llevando a esta manifestación artística al nivel de fenómeno social y cultural inigualable.
Fue en esos años en que el Tango logró alcanzar su mayor calidad tanto compositiva como interpretativa, de la mano de destacadas figuras, que dieron el impulso necesario para que la difusión de este género logrará convertirse en sinónimo de Buenos Aires.

Los habitantes de la urbe se agolpaban en las puertas de accesos de los clubes para ver tocar en vivo a sus orquestas favoritas, mientras se deslizaban por la pista de baile girando en contra de las agujas del reloj siguiendo el devenir sentimental de ese acompasado y pasional ritmo.

Según las investigaciones de diversos expertos, en la década de los 40 llegaron a convivir alrededor de 200 orquestas de Tango, que debían competir con su talento y calidad para cautivar a la mayor parte de seguidores posibles, con el fin de asegurarse un lugar privilegiado en el universo tanguero.

En los clubes se disputaban el éxito orquestas dirigidas por extraordinarios músicos, como Juan D'Arienzo, Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo, entre otros, mientras la radio difundía incansablemente esta expresión con la emisión de ciclos dedicados al género y sus representantes. El mejor ejemplo de ello es sin lugar a dudas el programa radial "El Glostora Tango Club" por Radio El Mundo, que logró convertirse en una de las audiciones más escuchadas, y cuyos oyentes disfrutaban de las actuaciones en vivo de la Orquesta de Alfredo De Angelis, acompañada por sus cantores Carlos Dante y Julio Martel.
Fue precisamente en la época dorada del Tango, cuando toda la manifestación artística que reunía este género musical logró instalarse en todos los rincones de la ciudad, llegando incluso a los más prestigiosos y lujosos locales nocturnos, y a los teatros más destacados como el Maipo, el Politeama y el Blanca Podestá, entre otros.

Esta época también marco un período de esplendor para la industria discográfica nacional, que en aquel momento se encontraba liderada por los sellos Odeon y Víctor, ya que se estima que por lo general se lanzaban más de tres nuevos discos por día, logrando un nivel de grabaciones récord.

Fue la época en que, como afirman muchos, el Tango podía escucharse en todas las esquinas de la ciudad, y su pasión podía respirarse en cada uno de los rincones de Buenos Aires.
Fuente Consultada: Graciela Marker Para Planeta Sedna
http://www.portalplanetasedna.com.ar/historia_tango3.htm

sábado, 22 de septiembre de 2012

Historia del Tango: La época de oro – parte 2

Ya a mediados de la década del 30, se iniciaban importantes orquestas que llegarían a ser la representación más gloriosa de la época de oro del Tango, como es el caso de la agrupación dirigida por Juan D'Arienzo a fines de 1934, Aníbal Troilo en el '37, el sexteto encabezado por el maestro Carlos Di Sarli en el '31, y los que continuaban con su labor iniciada en los años 20, como Francisco Canaro, Julio De Caro, Osvaldo Fresedo, Roberto Firpo, Ricardo Tanturi, Francisco Lomuto, Edgardo Donato, y una larga lista de Orquestas Típicas.

En las radios surgían los ciclos dedicados al Tango, mientras que en los barrios se recibía durante los sábados la visita de alguna de las orquestas de moda que brindarían su actuación en el club principal de la zona.
Por otra parte, la mayoría de los expertos y los amantes del Tango coinciden en asegurar que las mejores grabaciones registradas de este género, tuvieron lugar durante los años 1935 a 1939.

La década del 30 suscitó los cambios, de la mano de poetas tales como Enrique Santos Discépolo, considerado en varias oportunidades como el “gran cronista social del tango”, debido a que sus composiciones demostraban ser un fiel reflejo de la crisis de la época, y convivir en una lírica directa que supo expresar magistralmente las bajezas, desventuras y pesares del hombre.

Podríamos asegurar aquí que uno de los momentos que marcaron el final de una época y el nacimiento del período de oro del Tango fue no sólo su evolución compositiva e interpretativa, sino también la desafortunada y repentina noticia de la muerte de Carlos Gardel en el año 1935.

Sin dudas, aquella fue una noticia que sacudió por completo al mundo tanguero, traspasando las esferas de dicho universo, y llegando a afectar a todos los ciudadanos argentinos, como así también a los millones de seguidores que el Zorzal supo ganarse con su talento y carisma a lo largo y ancho del mundo.

A partir de allí, y debido también a la crisis social y económica que se vivía en el mundo entero para esos años, el Tango parecía perder terreno, cuando en realidad se preparaba para arremeter con todas sus fuerzas en el escenario cultural, logrando alcanzar un esplendor sin límites que le darían la gloria absoluta.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Historia del Tango: La época de oro – parte 1

Si bien los años que van desde 1940 a 1950 son considerados como la época de oro del Tango, lo cierto es que para llegar a la evolución de la corriente musical que reflejó la idiosincrasia de nuestra ciudad, hizo falta que se produjeran con anterioridad algunos hechos y que surgieran nuevos poetas y compositores que permitieron que el cambio fuera posible. 
Uno de los primeros puntos de inflexión para lograr aquella llamada época de máximo esplendor del Tango encuentra sus orígenes en el personaje de Carlos Gardel, ya que tengamos en cuenta que tanto su obra discográfica como su participación en la cinematografía mundial tuvo lugar durante los años 1930 y 1935, siendo estas películas claras representaciones de una manifestación artística que comenzaba a ganar adeptos en todo el mundo.
 Durante ese mismo período surgen en el escenario tanguero importantes figuras, destacándose los cantores populares solistas, entre los que no podemos dejar de mencionar a Agustín Magaldi, Ignacio Corsini, Charlo, Hugo del Carril, Angel Vargas, Carlos Dante, Francisco Fiorentino, y tantos otros que elevaron la figura del cantor de tangos a su máximo podio.
Lo mismo sucedía con las mujeres que comenzaban a transformarse en figuras relevantes del ambiente tanguero, como fue el caso de las cancionistas Rosita Quiroga, Mercedes Simone, Azucena Maizani, Nelly Omar, Ada Falcón y por supuesto Tita Merello.

El séptimo arte reflejaba esta transformación, con películas como "Tango", que es considerado el primer largometraje sonoro de la Argentina, en la que hace su aparición una joven promesa del género: Tita de Buenos Aires. 
Asimismo, el cine y el teatro comenzaba a mostrar no sólo la tendencia de la música, sino también el baile que acompañaba el acompasado ritmo del Tango, con figuras memorables como el gran bailarín y actor Tito Lusiardo.

martes, 18 de septiembre de 2012

El Primer Triunvirato – parte 3


Frente a este documento, el Triunvirato, por influencia de Rivadavia, adoptó una actitud por lo menos pintoresca: lo pasó al Cabildo para que éste dictaminara qué temperamento debía seguirse frente al mismo: pasar en consulta una disposición jurídica fundamental de índole nacional a una institución vecinal para que ésta diera su veredicto, era por lo menos asombroso. Dice bien Sierra de Rivadavia: “… fue eje de una acción tendiente a quitar a la Revolución de Mayo todo sentido nacional y popular” (1). Y este episodio es un ejemplo de la verdad del aserto. El Cabildo se expidió insólitamente, rechazando el Reglamento.

No fue la única arbitrariedad. El 7 de noviembre el Triunvirato disolvió la Junta Conservadora, y en diciembre, después de la revolución de los patricios, llamada motín “de las trenzas” –que el mismo organismo castigó con unos diez fusilamientos y veinte destierros- expulsó de Buenos Aires a los ex-miembros de la Junta, a los que les dio 24 horas para salir de la ciudad (2). Lo sustantivo es que por la circular del 27 de mayo Buenos Aires había convocado a los diputados del interior; y ahora los expulsaba abruptamente.
Recordemos este antecedente, como tantos, a la hora de explicarnos el por qué del nacimiento del federalismo provinciano.

Estatuto Provisional del 22 de noviembre de 1811

Este régimen despótico cuajaría en lo jurídico con el dictado de un estatuto Provisional por parte del Triunvirato, surgido de un sector minoritario de Buenos Aires, a pesar de lo cual tal documento estaba destinado a regir en todo el Virreinato.
Por este estatuto, el Triunvirato se atribuía casi la suma del poder, pues detentaría el poder ejecutivo, el poder legislativo, y aunque el poder judicial correspondía “privativamente a las autoridades judiciales con arreglo a las disposiciones legales”, establecía que “para resolver en los asuntos de segunda suplicación, se asociará el gobierno de dos ciudadanos de probidad y luces” (artículo 5º).

Los triunviros duraban un año y medio, pero cada seis meses cesaba un triunviro y era elegido otro. La elección de los mismos se practicaría por medio de una Asamblea General compuesta de los miembros del Cabildo de Buenos Aires, que eran unas diez personas, un representante por cada ciudad del interior y cien vecinos más por Buenos Aires, reducidos luego a treinta y tres; esto último se estableció al reglamentarse el Estatuto. Para elegir a esos treinta y tres vecinos, se dividía la ciudad de Buenos Aires en cuatro secciones; los vecinos y personas de tránsito autorizadas por el Cabildo, nominaban a dos electores por sección, y los ocho electores resultantes designaban cien candidatos de los cuales se sorteaban treinta y tres que eran los que integrarían la Asamblea General.

Obsérvese que la Asamblea General contaría con 43 representantes de Buenos Aires, mientras que todo el interior junto no lograría reunir nunca más de la mitad de ese número. La desigualdad resultaba irritante, y es la prueba de la concepción crudamente centralizadora del inspirador de estas enormidades, Bernardino Rivadavia, que provocaría, junto a otros factores, la reacción federal provinciana.

La Asamblea General, que como se ha dicho, no poseía poder legislativo alguno, solamente elegía cada seis meses al triunviro que reemplazaba al saliente. Había una excepción: el Triunvirato no podía “resolver sobre los grandes asuntos del Estado, que por su naturaleza tengan un influjo directo sobre la libertad y existencia de las Provincias Unidas, sin acuerdo expreso de la Asamblea General” (artículo 2º). Además, los triunviros y secretarios eran responsables de sus actos ante el congreso que se reuniría “luego que lo permitan las circunstancias”, “o a la Asamblea General después de diez y ocho meses, si aún no se hubiere abierto el congreso” (artículo 31).

Se estableció que los decretos de seguridad individual y de libertades de imprenta se consideraría formando parte del Estatuto, y que los secretarios suplirían a los triunviros ausentes. Como hasta la cesación de este régimen en octubre de 1812, siempre hubo algún triunviro ausente de Buenos Aires, Rivadavia, que era secretario de Gobierno, fue el encargado de sustituirlo, por lo que en la realidad éste desempeñó permanentemente unas de las plazas de triunviro.

Referencias
(1) Sierra, Vicente D., Historia Argentina, Tomo V, página 437. Buenos Aires (1962).
(2) Ricardo Rojas ha escrito: “La política de los triunviros caracteriza ya, en 1811 y 1812, los orígenes de esa oligarquía que bien podemos llamar “rivadaviana”, porque Rivadavia la personificó desde su secretaría de 1811 hasta su presidencia de 1826. Oligarquía de “intelectuales” sometidos siempre a influencias exóticas, fueron lógicos siempre: en la política internacional, hasta rematar en el monarquismo, en la política interior, hasta concluir en el unitarismo. Por eso abortaron siempre en ruidosos fracasos. Incapaces de comprender a su pueblo, su pueblo sí los comprendió; y trató de alejar a tales mentores siempre que aparecieron”.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Petrocelli, Héctor B. – Historia Constitucional Argentina – Keynes – Rosario (1993).


lunes, 17 de septiembre de 2012

El Primer Triunvirato – parte 2

El 19 de setiembre el Cabildo practica la elección de los dos diputados, y de dieciséis personas más que serían algo así como intermediarias entre el pueblo y el gobierno cuando aquél tuviera algo que peticionar a éste. Son citadas mil personas solamente para votar, con lo que triunfa la tesis del Cabildo y de la parte “sana y principal de la población”. Son elegidos diputados al congreso Chiclana, que obtiene 783 votos, y Paso con 743; de los 16 diputados del pueblo, el que obtiene más sufragios es Manuel de Sarratea.

El triunfo electoral no colmó las aspiraciones de la aristocracia criolla, en realidad una aristocracia mercantil, como luego diría Dorrego, que entonces pretende el desalojo de la influencia provinciana presente en la Junta Grande. El día 22 de setiembre, en una reunión entre los miembros del Cabildo, Chiclana y Paso, y los 16 diputados del pueblo, se entendió que había llegado la hora de reformar el gobierno.

Al día siguiente, la Junta Grande, que ahora pasaba a denominarse Junta Conservadora, admite la creación de un poder ejecutivo tripartito integrado por Chiclana, Sarratea y Paso, todo fruto de la presión irresistible que existió sobre la Junta por parte de los participantes del cónclave del 22 de setiembre, apoyados en los grupos que gritaban en la calle y en los sectores castrenses ahora a su lado.

Las razones que se dieron, fincaban en “la celeridad y energía con que deben girar los negocios de la patria, y las trabas” que ofrecía “el efecto de la multitud, de los vocales por la variedad de opiniones que frecuentemente, experimentan”. En realidad, la creación del Triunvirato significó el traspaso del poder de la mayoría nacional que representaba la Junta Grande, a la minoría del patriciado porteño del que el Triunvirato fue comisionado.
Reglamento Orgánico del 22 de octubre de 1811

Ya que la ejecución de las leyes se le había escapado de las manos, la ahora Junta Conservadora de la Soberanía del Señor Don Fernando VII, intentó retener la función legislativa y poner el Triunvirato bajo su control. Este es el origen del Reglamento Orgánico dictado por la Junta Conservadora, obra del Deán Gregorio Funes, inspirándose en el “Decreto de Reglamentación Provisorio” de las Cortes reunidas en Cádiz. Estas, con esa disposición, intentaban regular la actividad del Consejo de Regencia que ejercía las funciones ejecutivas.

Funes, que conocía el pensamiento de la Ilustración, el cual era de su simpatía, preconizó en este documento por primera vez en nuestra historia constitucional, la división de los poderes de Montesquieu. En efecto, de acuerdo al Reglamento, el poder legislativo, con facultades de declarar la guerra y hacer la paz, imponer contribuciones, firmar tratados con otras naciones, etc., le estaba reservado a la propia Junta; sus integrantes eran inviolables, y rotarían mensualmente para ocupar alternativamente la presidencia del cuerpo, que se disolvería al producirse la apertura del próximo congreso. El poder ejecutivo estaría desempeñado por el Triunvirato; en caso de muerte o renuncia de alguno de sus miembros, era del resorte de la Junta proveer a su reemplazo. Además, el Triunvirato era responsable ante la Junta de su conducta pública. Ambas normas ponen de relieve el grado de subordinación del primero a la segunda.

Eran funciones del poder ejecutivo la defensa del Estado, el cumplimiento de las leyes, la recaudación e inversión de los fondos del Estado, la custodia de la libertad y la seguridad de los ciudadanos, el nombramiento de funcionarios civiles y militares, convocar a un congreso a la brevedad posible, el nombramiento y remoción de los secretarios. Los triunviros duraban un año y la presidencia turnaba entre ellos cada cuatro meses.

El poder judicial sería desempeñado por la Audiencia, alcaldes de los cabildos y demás tribunales que lo detentaban en ese momento.

El artículo 9º consagraba el recurso de habeas corpus: “El poder ejecutivo no podrá tener arrestado a ningún individuo, en ningún caso, más que 48 horas, dentro de cuyo término deberá remitirlo al juez competente, con lo que hubiese obrado. La infracción de este artículo se considerará como un atentado contra la libertad de los ciudadanos, y cualquiera en este caso podrá elevar su queja a la Junta Conservadora”. Esta se reservaba el derecho de interpretar el Reglamento.

El Primer Triunvirato – parte 1


El morenismo no terminó con la muerte de su líder. Quedaba el Regimiento de la Estrella, comandado por Domingo French, Hipólito Vieytes, sustituto de Moreno en la secretaría de la Junta, y otros vocales como Azcuénaga, Matheu y Rodríguez Peña. El centro ideológico del morenismo era el “Club”, que nucleaba a jóvenes que admiraban el ideario y los métodos de la Revolución Francesa. Estos jacobinos criollos se distinguieron por una escarapela azul y blanca, primera ocasión en que aparecen ostensiblemente los colores nacionales, se reunían en el café de Marcos, y Esteban de Luca les había compuesto una “Marcha Patriótica”, una especie de “marsellesa” rioplatense que cantaban enfervorizados. Predominaba en el grupo un porteñismo recalcitrante, que veía en los diputados provinciales ingresados a la Junta y en Saavedra, a sus enemigos por excelencia. En marzo de 1811 formaron la Sociedad Patriótica y Literaria, y unidos a militares como French, Beruti, Terrada y otros, entraron a conspirar.

En la noche del 5 y 6 de abril alrededor de cuatro mil orilleros de la ciudad de Buenos Aires, esto es, quinteros y pequeños hacendados de los arrabales, bajo la jefatura del alcalde de barrio Tomás Grigera, y el Dr. Joaquín Campana, salieron al cruce de los planes de estos jóvenes hijos de la burguesía porteña, exigiendo al Cabildo, entre otras cosas, la separación de los miembros morenistas de la Junta, Vieytes, Azcuénaga, Larrea y Rodríguez Peña, y su reemplazo por Joaquín Campana, Feliciano Chiclana, Atanasio Gutiérrez y Juan Alagón; también exigieron la disolución del Regimiento de la Estrella, y el destierro de los cuatro miembros de la Junta Grande separados, y asimismo de French, Beruti, Donado y Posadas, entre otros requerimientos.

Este movimiento puso por primera vez de manifiesto el enfrentamiento entre los sectores populares de los arrabales porteños, que veían en Saavedra al líder de la Revolución, con los sectores acomodados o intelectuales del casco céntrico. Esta oposición tenía mucho de la antinomia entre los que se aferraban a la tradición cultural heredada, con los sectores minoritarios admiradores de las doctrinas foráneas de moda, afanosos de reconquistar la influencia que habían tenido con Moreno.

Los sucesos del 5 y 6 de abril consolidaron la base de poder de la Junta Grande, pero por poco tiempo. El desastre de Huaqui primero, los bombardeos de la escuadra española a Buenos Aires, y por sobre todo, el error político cometido por Saavedra al abandonar esa ciudad para irse a poner al frente del ejército desquiciado en Huaqui, produjeron la caída de la Junta Grande.

Aprovechando la ausencia de Saavedra, la burguesía porteña, la gente “decente”, de “peso y de pesos”, organiza su reacción contra la gente de “medio pelo”, como se dijo entonces, autores de la pueblada del 5 y 6 de abril, movimiento execrable para aquellos grupos, y contra los provincianos de la Junta Grande, en especial contra el secretario Joaquín Campana, montevideano y la figura influyente del gobierno, en ausencia de Saavedra. En estos sectores que llegan a la escena política del brazo de su líder Bernardino Rivadavia, los historiadores detectan ahora no tanto los cenáculos radicalizados de intelectuales morenistas, como “la gente de posibles”, esto es, la gente económicamente acomodada, de fortuna hecha en la actividad mercantil interna e internacional.

El desencadenante de la crisis política de setiembre de 1811, fue la elección de dos diputados por Buenos Aires, que representarían a ésta en un próximo congreso a realizarse conforme a lo programado en el Reglamento del 25 de mayo. Se produjo una polémica que es bien ilustrativa: el Cabildo, que se transformó en centro de la reacción porteña contra la Junta Grande, entendió que la elección debía ser practicada por la parte sana y principal de la población. Campana, por el contrario, sostuvo que debían expresarse todos los sectores sociales.

Esta discusión es algo así como el prolegómeno de las luchas entre quienes en nuestra historia preconizaron el sufragio calificado, y los partidarios del carácter universal del voto Los sectores adversos, que ante la ausencia de Saavedra han logrado apoyarse en los regimientos existentes en la ciudad, le imponen a la Junta la separación y prisión de su secretario Campama, cosa que los integrantes de ésta admiten creyendo que con ello los reclamos cesarían, cuando en realidad perdían su nervio motor.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Tu veneno: los enigmas de la muerte de Mariano Moreno – parte 2


En el Plan Revolucionario de Operaciones como un modelo de acción específica para aquellos tiempos vertiginosos, Moreno escribió sin que le temblara el pulso: "No deba escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada con un puñal? Porque ningún estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre".

Saavedra tenía muy presente, además, el espinoso asunto del decreto de supresión de honores, surgido cuando un tal Atanasio Duarte, ebrio según los testigos, colocó sobre su cabeza una corona de azúcar, al tiempo que lo llamaba rey y emperador. Aquello desató la inmensa ira moreniana que consideró imperdonable aquella manifestación, prohibiendo de raíz todo ceremonial que exaltara a un gobernante por encima de cualquier otro mortal. A Atanasio Duarte se le perdonó la vida por el estado de embriaguez en el que se hallaba, pero se lo desterró a perpetuidad "porque un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país". Saavedra firmó de muy mala gana el decreto, tanta como la inquina que empezó a fermentar contra Moreno.

Pero no eran sólo enconos personales, sino altos y complejos intereses del Estado naciente los que estaban en juego. En el Plan de Operaciones, Moreno, enigmáticamente postula "proponerle a Inglaterra un plan secreto". Casi no agrega datos al respecto, excepto unas pocas líneas en las que apunta literalmente que "con reserva y sigilo, se nos franqueen por la Corte de Inglaterra los auxilios de armamentos, por los justos precios, que bajo el respeto de su bandera se conduzcan (...) a los parajes de ultramar donde se les destine".

Moreno viajaba a Inglaterra a conseguir esas armas para que, sorteando buques hispanos, llegaran a Buenos Aires. Sería necesario entonces simular otro destino para las municiones y no el que finalmente tendrían. Las armas serían utilizadas para combatir a los españoles. Pero Inglaterra, diplomáticamente, se manifestaba neutral en el conflicto. ¿Cómo podrían llegar esos pertrechos a Buenos Aires, sino de contrabando, eludiendo controles fiscales y aduaneros que delataran la complicidad británica en la guerra de los revolucionarios del Plata contra la España?

En setiembre de 1810, la Junta de Buenos Aires había nombrado en Londres a un representante oficial llamado Manuel Aniceto Padilla, con la misión de tramitar la compra de armas en Londres. Padilla tenía un socio político llamado John Curtis, un inglés a la vez relacionado con un general francés llamado Charles Dumoriez, traficante de municiones e intermediario entre la Corona inglesa y los compradores del Plata. Cuando Mariano Moreno embarcaba hacia Inglaterra, Padilla, Curtis y Dumoriez ya tenían cerrado el negocio. Según Manuel Moreno, Padilla se quedaría con una parte de los dividendos de la compra de armamentos. De hecho, lo acusó formalmente por "sacar partido de las presentes circunstancias, y por recibir de la corte de Inglaterra una pensión de 300 libras en calidad de espía". Manuel Moreno se amparaba en documentación interceptada por él mismo y por Tomás Guido. Incriminaron también a Curtis y de hecho acusaron a ambos judicialmente por "espionaje y quebrantadores de la fe pública". Entre las pruebas adjuntaron una carta que Curtis había acercado a Padilla, un memorándum supuestamente emitido por el gobierno argentino donde se afirmaba que "en caso de muerte de Mr. Moreno (Mariano) el contratante (Padilla) se dirija al propio Curtis para la ejecución del negocio".

Todo fue descripto en un alegato enviado desde Londres a la Junta de Buenos Aires, fechado el 31 de julio de 1811, en el que Manuel Moreno implicaba también al general Dumoriez.

Según esa línea de investigación, ni Dumoriez ni Padilla ni Curtis querían a Mariano Moreno en Londres. Mucho más tarde, el 25 de noviembre de 1815, el saavedrista Pedro Medrano redactaba una absolución pública de Padilla dejando constancia de "su celo, eficacia y exactitud con que este hombre se condujo en el desempeño de su misión en Londres".

La historia ha pasado pero los enigmas no. Mariano Moreno yace junto a sus misterios en el más inasible y oscuro enclave del fondo del mar.


Miguel Wiñazki. DE LA REDACCION DE CLARIN.
Clarín.com


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Tu veneno: los enigmas de la muerte de Mariano Moreno – parte 1


¿Al secretario de la Junta lo envenenaron por orden de Saavedra, su gran adversario?


Mariano Moreno quiso demoler a Cornelio Saavedra y eso complicó el caso desde un principio.

Fue el macilento presidente de la Primera Junta quien sostuvo y divulgó esa hipótesis. En una carta fechada el 15 de enero de 1811 le escribía a su amigo y confidente Feliciano Chiclana, refiriéndose a Moreno: "Este hombre de baja esfera, revolucionario por temperamento y helado hasta el extremo (...) trató de que se me prendiese y aun de que se me asesinase..."

Saavedra no tenía dudas, y fue él quien decidió entonces devastar a su enemigo.

Esa fue, a la vez, la conjetura de Manuel Moreno, el hermano de Mariano, y la de Lupe, su viuda. Pero todo resultó más complicado.

La decisión política de la Primera Junta de traficar armas desde Inglaterra hasta el Plata a través de un complejo y secreto desvío edificó el resto de la intriga.

El contrabando de armas y los contrabandistas, el espionaje y los espías, y las manchas de sangre de la historia ocuparon el centro de la escena.

En efecto, el 24 de enero de 1811, a las seis y media de la tarde (nueve días después de la carta de Saavedra a Chiclana), Mariano Moreno se embarcó en "La Misletoe", anclado en la Ensenada, acompañado de su hermano y de su amigo Tomás Guido, más tarde confidente de San Martín, quien a la sazón gestionaba con agentes ingleses y masones su viaje libertador al Río de la Plata. En las radas neblinosas mil ojos saavedristas corroboraban el hecho de la partida. Eran esbirros al servicio de Pedro Medrano, espía y lobbista del presidente de la Junta. Un día después, los tripulantes trasbordaban hacia la fragata "La Fama", de bandera inglesa. La misma que envolvería el ataúd de Mariano Moreno, quien murió a los 32 años entre convulsiones y misterios el 4 de marzo a la madrugada, presuntamente de muerte antinatural, envenenado según su hermano, con una pócima preparada por el enigmático capitán de la fragata, el mismo que le suministró, según Manuel Moreno, una sobredosis letal de un emético, un vomitivo llamado antimonio tartarizado.

A escondidas, el capitán, cuyo nombre se esfumó en el torbellino de los tiempos, le daba más gotas de las habituales de la pócima y Moreno empeoraba día a día. El marino desoía los ruegos de Manuel Moreno y de Tomás Guido para desembarcar al agónico Mariano en Río de Janeiro. No lo hizo.

Durante tres días y tres noches los tripulantes cantaron fúnebres canciones en inglés. Ya entonces, los morenistas de Buenos Aires eran encarcelados en masa y enviados al presidio huracanado de Carmen de Patagones, French y Beruti entre ellos. Simultáneamente, uno de los hijos de Cornelio Saavedra viajaba, comisionado por su padre, a comprar armas a los Estados Unidos.

El 2 de febrero, en el vestíbulo de su casa, Guadalupe Cuenca, la mujer de Moreno, había encontrado una caja negra sin tarjeta. La abrió en el acto, como quien desenmascara el rostro de la fatalidad. Adentro había un abanico negro, un velo negro y un par de guantes negros.

Todavía Moreno navegaba a Inglaterra. En el Plata, las pasiones hervían. Las clases bajas, la chusma, según la terminología del partido morenista, apoyaban a Saavedra. Y los jóvenes ilustrados que se reunían para discutir sobre Rousseau en el café de Marco, a Moreno.

Pero en todas partes crepitaban los espías y, entonces, los conciliábulos de los morenistas llegaban a la velocidad del rayo a los oídos de Saavedra.

Este tenía motivos para temerle al secretario de la Junta. Cuando su gobierno deliberaba sobre el castigo que debía aplicárseles a los contrarrevolucionarios comandados por Santiago de Liniers, Moreno fue intransigente. Debían morir. Liniers había sido el héroe de la resistencia popular durante las Invasiones Inglesas. Y sin embargo, el 26 de agosto de 1810, por orden de Moreno, fue ejecutado tras su captura. Es célebre el escrito en el que el secretario de la Junta afirma que él mismo irá a matarlo "si fuera necesario y nadie se atreviera a hacerlo".

martes, 11 de septiembre de 2012

Moreno, una muerte anunciada – parte 2


Ya eran varios los personajes a los que no les convenía que Mariano Moreno llegara a destino. Los regidores del Cabildo de Buenos Aires emitieron un oficio en el que decían que "la lectura de la reimpresión del Contrato social de Rousseau ordenada por el doctor Moreno no sólo no es útil sino más bien perjudicial" y declaraba "superflua la compra de 200 ejemplares de la obra". Sigue narrando Manuel Moreno: "No pudiendo proporcionarse a sus padecimientos ninguno de los remedios del arte, ya no nos quedaba otra esperanza de conservar sus preciosos días, que en la prontitud de la navegación; mas por desgracia tuvimos ésta extraordinariamente morosa, y todas las instancias hechas al capitán para que arribase al Janeiro (Río de Janeiro) o al Cabo de Buena Esperanza, no fueron escuchadas".

El capitán de la Fame se mostró hostil durante todo el viaje y se negó rotundamente a acceder a los pedidos humanitarios de los secretarios de Moreno de permitirles descender en el puerto más cercano. Ante las demandas permanentes de calmantes y ante la ausencia de un médico en la tripulación, a escondidas, el capitán le daba unas misteriosas gotas de un supuesto remedio, pero lo cierto era que Moreno estaba cada vez peor.

Finalmente, en la madrugada del 4 de marzo de 1811, el enigmático capitán le suministró un vaso de agua con cuatro gramos de antimonio tartarizado. El doctor Manuel Litter dice, en su libro Farmacología (1), que el antimonio es un metal pesado que se asemeja al arsénico, y señala que la ingestión de una dosis de 0,15 gramos puede ser mortal. A Moreno le dieron casi cuarenta veces esa proporción.

Los síntomas producidos por el antimonio son similares a los que provoca el arsénico (2). Así lo cuenta Manuel recordando el episodio, ya con su título de médico a cuestas, en 1836: "El accidente mortal, que cortó esta vida, fue causado por una dosis excesiva de emético, que le administró el capitán en un vaso de agua, una tarde que lo halló solo y postrado en su gabinete. Es circunstancia grave haber sorprendido al paciente con que era una medicina ligera y restaurante sin expresar cuál, ni avisar o consultar a la comitiva antes de presentársela. Si el doctor Moreno hubiese sabido se le daba tal cantidad de esta sustancia, sin duda no la hubiese tomado, pues a vista del estrago que le causó, y revelado el hecho, dijo que su constitución no admitía sino la cuarta parte (de la dosis), y que se reputaba muerto. Aun quedó en duda si fue mayor la cantidad de aquella droga y otra sustancia corrosiva la que se administró, no habiendo las circunstancias permitido la autopsia cadavérica". (3)

El 9 de marzo de 1813, la Asamblea General Constituyente investigó los asuntos de los gobiernos patrios. En la causa judicial correspondiente a la muerte de Moreno puede leerse que el oficial de la Secretaría de Guerra, Pedro Jiménez, declaró que le había sugerido a Moreno que se refugiara en algún lugar seguro porque "corrían voces de que se lo quería asesinar".

El prestigioso médico Juan Madera, introductor de la vacuna antivariólica y director de la Escuela de Medicina y Cirugía, declaró: "por la relación que le ha oído a su hermano Manuel, de la enfermedad, del emético y dosis que se le suministró por el capitán inglés y de la conducta cuidadosa que éste guardó para con dicho hermano y don Tomás Guido, que lo acompañaban, como sincerándose del hecho del exceso de la dosis, está persuadido el que declara de que el doctor Moreno fue muerto de intento por disposición de sus enemigos". Así concluía el expediente. Hasta el momento, ningún tribunal se ha expedido al respecto. Se sabe: en la Argentina la justicia suele ser lenta.

La amada viuda de Moreno, María Guadalupe Cuenca, recibió una pensión de treinta pesos fuertes mensuales. El sueldo de cada uno de los miembros del Triunvirato era de ochocientos pesos fuertes, pero, como decía Sócrates, para ciertos Estados los pensadores valen muy poco.

(1) Manuel Litter, Farmacología, Buenos Aires, El Ateneo, 1961.
(2) Eduardo Durnhofer, Mariano Moreno inédito, Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
(3) Manuel Moreno, Vida y memorias de Mariano Moreno, Buenos Aires, EUDEBA, 1968.


Felipe Pigna, HISTORIADOR
DOMINGO 01 MARZO 2009
http://edant.clarin.com/suplementos/zona/2009/03/01/z-01868096.htm



lunes, 10 de septiembre de 2012

Moreno, una muerte anunciada – parte 1



El 24 de enero de 1811, Mariano Moreno se embarcó en la goleta inglesa Mistletoe, que lo trasladaría hacia la fragata Fame, también inglesa, contratada por los agentes de Cornelio Saavedra. Allí lo esperan sus dos secretarios: su hermano Manuel y su amigo Tomás Guido. Él cree que va hacia Londres. Unos pocos saben que va hacia la muerte.

A poco de partir, Moreno, que nunca había gozado de buena salud, se sintió enfermo y les comentó a sus acompañantes: "Algo funesto se anuncia en este viaje". Dedicaba las pocas horas en las que se sentía medianamente bien a traducir del inglés El viaje del joven Anacarsis a la Grecia, de Juan Jacobo Barthelemy. Según Anacarsis, un filósofo griego del siglo V antes de Cristo, "los hombres sabios discuten los problemas; los necios los deciden".

Siguiendo con la filosofía griega, es muy significativo el modo como comienza Manuel Moreno el relato de la muerte de su hermano: "El doctor Moreno vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates". Vale la pena recordar que en el año 399 antes de Cristo Sócrates fue acusado de despreciar a los dioses del Estado, de introducir nuevas deidades y corromper a la juventud. Cuenta Platón, en su Apología de Sócrates, que la condena a muerte fue dictada por un tribunal muy dividido y por escasa mayoría, pero que cuando en su alegato el gran filósofo ofreció pagar por su vida una cifra miserable porque, según su opinión, eso era lo que valía para el Estado un filósofo, el jurado se sintió ofendido y lo sentenció a beber la cicuta por amplia mayoría. Los amigos de Sócrates, entre los que se contaba su gran discípulo Platón, le propusieron fugarse, pero el maestro prefirió acatar la ley y morir envenenado. Mientras continuaban los padecimientos de Moreno en alta mar, en Buenos Aires el gobierno porteño de Saavedra y Funes firmaba un contrato con el comerciante y agente estadounidense David Curtis De Forest, el 9 de febrero de 1811, es decir, quince días después de la partida del ex secretario de la Junta de Mayo, adjudicándole una misión idéntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejército nacional.

En el artículo 5 del documento se establecía que "para poner en ejecución el convenio deberá Mr. Curtis ponerse antes de acuerdo con el enviado de esta Junta a la Corte de Londres, señor doctor Mariano Moreno, cuya aprobación será requisito necesario para que los comprometimientos de Mr. Curtis obtengan los de esta Junta". El artículo sexto determinaba que los pagos por sus servicios deberían ser certificados por el doctor Moreno. Y aquí viene lo mejor: en el artículo 11 de este documento se aclaraba, con una previsión no frecuente en nuestros gobernantes, que "si el señor doctor don Mariano Moreno hubiere fallecido, o por algún accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deberá entenderse Mr. Curtis con don Aniceto Padilla en los mismos términos que lo habría hecho con el doctor Moreno".

Padilla, que había colaborado en la fuga de Beresford en 1807, fue designado por la Junta en septiembre de 1810 para comprar armas en Londres. Era socio de Curtis y juntos montaron una operación de compra ilegal de armas por medio del traficante francés Charles Dumouriez, que había sido presentado a Padilla por Saavedra, ya que Inglaterra no podía aparecer vendiendo a Buenos Aires armas que serían usadas contra su aliada España. Al embarcarse Moreno, el negocio ya estaba cerrado.

En una carta dirigida a Saavedra, Dumouriez le pide que confíe plenamente en Padilla y que "evite nombrar nuevos agentes que pueden embarazar lejos de beneficiar nuestros negocios aquí" y que recuerde que "en un país donde el dinero es el móvil universal, es necesario que le abráis un crédito discrecional (a Padilla) sobre los banqueros de Londres para que pueda hacer frente ya a compromisos, ya a gastos imprevistos o secretos". Quedaban muy pocas dudas de que Moreno objetaría los términos económicos del acuerdo y las abultadas comisiones de los intermediarios, como lo hizo efectivamente su hermano Manuel al llegar a Londres, a la vez que tildó a Padilla de "bribón, miserable parásito e intrigante".

sábado, 8 de septiembre de 2012

La iglesia de la avenida que dobla - parte 2




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La estructura de la parroquia es monumental: mide 47 metros de largo por 20 de ancho. Y su torre está rematada por una cúpula de estilo neobizantino. Además, como el antiguo nivel de la calle fue bajado tres metros, la iglesia quedó en una posición elevada, lo que le agrega majestuosidad.
Pero lo que más impacta de su imagen externa es la fachada: es una réplica casi exacta de la del templo de la vieja Universidad de San Francisco Xavier (fue fundada el 27 de marzo de 1624; en días cumplirá 388 años), en la ciudad boliviana de Chuquisaca (actualmente llamada Sucre). La diferencia es que aquella tiene dos torres. No está de más recordar que en esa universidad se formaron figuras históricas de la Revolución de Mayo, como Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo o Juan José Castelli. También, dentro del edificio de Saavedra, hay un mural pintado con vivos colores sobre cerámica. Ocupa 8 metros de alto por 5 de ancho y fue realizado por Raúl Soldi. Allí está representado el nacimiento de Jesús.
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Como se puede ver, Buenos Aires siempre tiene algún rincón poco conocido y con datos que forman parte del pasado y el presente de la Ciudad. La avenida San Isidro no es la excepción. Y no sólo está su llamativo trazado y la valiosa iglesia. En el comienzo obliga a una mirada una escultura de bronce con un mástil conocida como “La Agricultura”. Junto con otras tres similares, formó parte del famoso Pabellón Argentino, que se lució en la Exposición Universal realizada en París en 1889, edificio que los argentinos no supimos conservar. Pero esa es otra historia.


Por Eduardo Parise
05/03/12




La iglesia de la avenida que dobla - parte 1

Cuál es la avenida que empieza en Cabildo y termina en Cabildo? Muchos creen que se trata de una pregunta engañosa y responden: “Cabildo”. Pero no. Buenos Aires tiene una avenida de un kilómetro de extensión cuyo trazado curvo, como si fuera un gigantesco boomerang, le otorga esa curiosa característica que la convierte en algo distinto en la Ciudad.

Con un amplio diseño de boulevard, que en el medio adornan las plazoletas, la avenida San Isidro, en el barrio de Saavedra, formó parte de lo que era el viejo Camino Real. Su original recorrido tiene relación con el trayecto que hacían las carretas para buscar un vado que les permitiera cruzar el arroyo Medrano, hoy entubado bajo la avenida García del Río, la calle Ruíz Huidobro y la avenida Comodoro Rivadavia. Y desde octubre de 1914 tiene el nombre actual que la identifica en la nomenclatura. San Isidro comienza en Cabildo, a metros de la calle Paroissien, y termina en la avenida Cabildo, muy cerca de la calle Vedia y de Puente Saavedra.


Su nombre homenajea a Isidro Labrador, quien vivió entre 1080 y 1130. Nacido en el entonces pequeño pueblo agrícola de Madrid (en ese tiempo se consideraba que la capital del reino español era Toledo), el hombre que luego llegaría a santo tenía ese agregado a su nombre (derivación de Isidoro) por los trabajos que hacía en las tierras de una familia de apellido Vargas. Por su obra y sus milagros, el labrador fue canonizado el 12 de marzo de 1622.
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Y como no podía ser de otra manera, el símbolo de este gran boulevard porteño es la parroquia dedicada a San Isidro Labrador. Fue erigida en un terreno donado por la familia Martínez Justo y construida con el apoyo económico de Concepción Unzué, en memoria de su esposo Carlos Casares, quien fuera gobernador bonaerense. La piedra fundamental se colocó el 15 de mayo de 1930 y dos años más tarde la iglesia fue bendecida por el arzobispo Santiago Copello. El diseño del templo estuvo a cargo del arquitecto Carlos Massa.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Biblioteca Nacional – Arquitectura - parte 2


La circulación vertical tanto de personas como de material bibliográfico, los montantes de electricidad y las diversas cañerías se alojan en estos 4 apoyos que, por su emulación paleontológica, se asemeja a un gliptodonte, con su panza y cabeza hacia Av. Libertador. Esos apoyos se los denomina: manos y patas. Tanto la “panza” como el “lomo” están constituidos por 2 pares de vigas maestras que se apoyan en los núcleos, y que están cruzadas por vigas secundarias que descansan sobre ellas.

Áreas funcionales:

Edificio Principal:

Cuenta con 3 subsuelos de depósitos con una superficie de 19.000 m2, siendo el sector C de los mismos destinado a Hemeroteca; este depósito se comunica con su Sala de Lectura por medio de montalibros y escaleras internas. Los sectores A y B del 1º y 2º subsuelo están destinados a depósito de libros. Los sectores A y B del 3º subsuelo se encuentran reservados para futuras expansiones.

- En el nivel H se encuentran las salas de Hemeroteca, la Sala de lectura para no videntes, y las áreas de Adquisición e intercambio bibliográfico, Relaciones Públicas e Institucionales, Archivo del patrimonio arquitectónico del edificio, Procesos técnicos del material bibliográfico que ingresa a la institución, y otras áreas administrativas.

- A través de PB, los lectores ingresan a la Biblioteca.

- En el 1º piso se encuentra el “Auditorio Jorge Luis Borges”, la sala de exposiciones “Leopoldo Marechal”, el bar y la Dirección.

- En el 2º piso, se emplazan únicamente áreas administrativas.
- En el piso + 2, se encuentra la sala de máquinas intermedia.
- En el 3º piso se ubican las áreas de: Audioteca y mediateca, Fototeca, Mapoteca, Sala del Tesoro, la sala de exposiciones “Juan L. Ortiz”, la Academia Nacional de Periodismo, la Subdirección y áreas sin acceso al público (Diseño, Audio, Video, Prensa, Publicaciones, etc.)
- En el 4º piso, se ubican los depósitos de: Archivo de manuscritos y materiales inéditos, Audioteca y Mediateca y Tesoro de manuscritos.
- En el 5º piso, se encuentra la Sala de lectura “Mariano Moreno”, donde el lector dispone para la consulta del fondo general de libros.
- En el 6º piso, se accede al sector de Referencias, a la sala de lectura libre “Gregorio Weinberg” y a distintas áreas administrativas.
- En el 7º piso, se encuentra la sala de máquinas superior.
- En la terraza, se ubica la sala de máquinas de ascensores, torres de enfriamiento y tanque de agua superior.

Escuela de bibliotecarios:

Se encuentra en volumen separado entre el nivel H y PB. Cuenta con 3 aulas, biblioteca y la sala de conferencias “Augusto R. Cortazar”.
Bajo la misma se encuentra el nivel semienterrado, donde funcionan los talleres de preservación y restauración, y por otro lado, los talleres de Microfilmación.
En el nivel -2 y -3, se encuentra la sala de máquinas principal.

http://www.bn.gov.ar/arquitectura

Biblioteca Nacional – Arquitectura - parte 1


El actual edificio de la Biblioteca Nacional fue construido a partir de un proyecto de los Arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga, quienes obtuvieron el primer premio del llamado a concurso de carácter nacional, en 1961.

Entre los principales objetivos del proyecto, figuraba la previsión de crecimiento, sobre todo de los depósitos, y el aprovechamiento urbanístico y arquitectónico del emplazamiento dado, asegurando la salvaguarda del espacio verde, de la barranca y de la diversidad botánica de los alrededores. A tal fin, se desarrollo un proyecto donde el mayor volumen se construyó enterrado, permitiendo la posibilidad de crecimiento de los depósitos, una mínima construcción en planta baja y una edificación sobreelevada de las salas de acceso público y de los sectores administrativos.

La singular fachada del edificio corresponde al estilo denominado brutalista y como rasgo fundamental se destaca el hecho de que la estructura principal ha sido resuelta en hormigón armado, adoptando un carácter arquitectónico destinado a quedar expuesto.

En cuanto a su estructura, se ha dividido en dos tipos de fundaciones independientes:

1. Directa: Los depósitos de libros, sala de máquinas y Escuela de Bibliotecarios, se han fundado en forma directa sobre el terreno por medio de vigas continuas sobre la losa de subpresión; sobre estas vigas descansan las columnas que soportan los entrepisos de los depósitos.

2. Indirecta: El cuerpo más representativo del edificio, debido a la magnitud de la carga (7800 tn.), se sustenta sobre cuatro núcleos, los cuales se apoyan en 13 pilotes cada uno. Estos pilotes tienen un diámetro de 1.20 m y una profundidad fluctuante entre 25 m y 27 m del nivel del terreno.

A nivel de +16.49 m sobre PB (bajo 3º piso) estos núcleos sostienen un gran plano estructural del que cuelgan por medio de tensores las losas del 1º y 2º piso.

A nivel de +32.40 m (7º piso) los núcleos reciben nuevamente un plano estructural del que cuelgan por tensores las losas sobre el 5º piso y rampa.


jueves, 6 de septiembre de 2012

Biblioteca Nacional - parte 2


Durante el siglo XX hubo dos largas gestiones recordadas por razones diversas. La primera, fue la de Gustavo Martínez Zuviría, autor de libros de venta masiva y difusor de posiciones antisemitas. Al frente de la Biblioteca durante un cuarto de siglo, desplegó una vasta labor de compras bibliográficas, publicación de documentos e intervención en los debates culturales. Este controvertido y prolífico autor, también deseó relativizar el peso de Mariano Moreno en la fundación de la Biblioteca, restándole así valor a su origen revolucionario. Durante el largo período de permanencia de Martínez Zuviría se compró la importante colección del hispanista francés Foulché-Delbosc, esencial para el estudio de la historia de España.

La dura controversia que mantuvo el poeta y ensayista César Tiempo con Martínez Zuviría es uno de los momentos recordables que atesora la memoria de la institución y prueba de que siempre fue ella misma un documento de cultura atravesado por todas las tendencias culturales e ideológicas de las épocas más vehementes de la historia argentina.
La otra presencia capital en la Biblioteca Nacional —cuya espesura cultural y literaria era de características bien diversas a la anterior, pero no a la de los tiempos largos que quedaron impregnados por el sello personal de Groussac—, fue obviamente la de Jorge Luis Borges. El autor de “La Biblioteca de Babel” supo erigir a la Biblioteca como tema de pensamiento y literatura, y gestionar la institución junto con el subdirector José Edmundo Clemente, quien asimismo fue muy activo en la construcción del nuevo edificio, situado en la manzana que antes había alojado a la residencia presidencial en que habían convivido Juan Domingo Perón y su esposa Eva Duarte. El itinerario urbano, catastral y arquitectónico de la Biblioteca Nacional también revela su íntimo apego a las alternativas más dramáticas de la vida nacional.

Precisamente la Biblioteca fue objeto de una prolongada empresa arquitectónica que abarcó desde la concepción de la necesidad de un nuevo edificio en 1960, cuando la ley 12.351 destina tres hectáreas para su construcción, entre las avenidas del Libertador General San Martín y Las Heras, y las calles Agüero y Austria, hasta su inauguración, recién en 1993. A partir del correspondiente concurso de anteproyectos, la obra fue adjudicada a los arquitectos Clorindo Testa, Alicia D. Cazzanica y Francisco Bullrich. Aún están en vías de realización algunas partes del proyecto original. La piedra fundamental del edificio actual fue colocada en 1971 y la morosa construcción estuvo a cargo de distintas empresas: Compañía Argentina de Construcciones, José E. Teitelbaum S.A. y Servente Constructora S.A. En 1992, coincidiendo con otra fuerte modernización urbana, el edificio fue finalizado. Su estilo a veces llamado “brutalista” —sin duda una de las variantes del expresionismo del siglo XX—, es siempre motivo de interrogación y estudio por los estudiantes de arquitectura. Irrumpe en los estilos arquitectónicos del tejido de la ciudad que la aloja, con una fuerte voz irreverente, escultórica y pampeana, que no deja hasta hoy de formar parte del acervo de las discusiones culturales argentinas.

Un año más iba a demorar el complejo traslado del material bibliográfico y hemerográfico desde la antigua sede de la calle México. Un fondo que, como puede apreciarse en los catálogos, no se limita a la producción nacional —aunque éste es, sin dudas, su centro—, sino que incluye importantes ediciones extranjeras. Menos dotada cuantitativamente que otras bibliotecas nacionales hermanas de Latinoamérica y aún en proceso su ansiado momento de ponerse a la par de los horizontes de modernización característicos de la época contemporánea, la Biblioteca Nacional de la República Argentina sin embargo posee un patrimonio cuya calidad es de excelencia, indispensable para considerar la bibliografía y la hemerografía de la historia nacional en sus más variados aspectos, y particularmente rica en lo que hace a los antecedentes remotos o más mediatos de la formación social, económica y simbólica de la nación.
La Biblioteca Nacional, en cuya historia pueden verse así los trazos elocuentes de la historia nacional, ha sido entonces atravesada, a veces mellada, otras veces impulsada, por la vida política más amplia. No es posible pensarla, gestionarla, trabajar en ella, investigar sus salas de lectura o tomarla como pieza de la política cultural argentina, sin tener en cuenta el vasto eco que ofrece —como si fueran los “ecos de un nombre” borgeanos—, de los avatares de la propia memoria nacional. Venir a ella supone adentrarse en la propia historia de la lectura en la Argentina y en las complejas urdimbres sus pliegues simbólicos y materiales.



miércoles, 5 de septiembre de 2012

Biblioteca Nacional - parte 1

La Biblioteca Pública de Buenos Aires —antecesora directa de la Biblioteca Nacional— fue creada por decreto de la Primera Junta, el 13 de septiembre de 1810. Su primera sede estuvo en la Manzana de las Luces, en la intersección de las actuales calles Moreno y Perú.

La Junta pensó que entre sus tareas estaba la de constituir modos públicos de acceso a la ilustración, visto esto como requisito ineludible para el cambio social profundo. Mariano Moreno impulsó la creación de la Biblioteca como parte de un conjunto de medidas —la edición, la traducción, el periodismo— destinadas a forjar una opinión pública atenta a la vida política y cívica. Así, la Gazeta y la traducción y edición del Contrato Social se hermanan en el origen con la Biblioteca. Precisamente, el escrito estremecedor de la Gazeta titulado “Educación”, en donde se anuncia la creación de la Biblioteca en 1810, posee todas las características de un documento alegórico, bélico y literario a la vez, pieza muy relevante del pensamiento crítico argentino.

Pocos meses antes, el propio Moreno y Cornelio Saavedra firmaban la orden de expropiar los bienes y libros del obispo Orellana, juzgado como conspirador contra la Junta. Así se constituyó el primer fondo de esta Biblioteca, enlazada desde el comienzo con la lucha independentista y la refundación social. También integraron el primer acervo las donaciones del Cabildo Eclesiástico, el Real Colegio San Carlos, Luis José Chorroarín y Manuel Belgrano.

Sus primeros bibliotecarios y directores fueron el doctor Saturnino Segurola y Fray Cayetano Rodríguez, ambos hombres de la Iglesia. Luego, vendrían Chorroarín y Manuel Moreno, hermano y biógrafo del fundador. Los nombres que se suceden son hilos de una trama histórica y cultural: Marcos Sastre, Carlos Tejedor, José Mármol, Vicente Quesada, Manuel Trelles, José Antonio Wilde. La Biblioteca significaba un cruce, que ya estaba en la vida de estos hombres, entre los compromisos políticos y las labores intelectuales. En estos nombres encontramos la huella de autores de obras que forma parte del memorial del lector argentino, como El Tempe argentino, de Marcos Sastre, la novela Amalia, de Mármol, o la obra historiográfica de Quesada. Algo del Salón Literario de 1837 se alojaba en la Biblioteca Nacional de los años 80, sin contar que uno de sus directores, Tejedor, sería después uno de los directores de la guerra perdida por los batallones de la ciudad de Buenos Aires contra las fuerzas federalizadoras.

De una manera u otra, la Biblioteca Nacional se situaba entre las más altas experiencias literarias —del signo que fueran— y los ecos no callados de las guerras que recomponían las formas del poder nacional. Ya Groussac había percibido esta marca inaugural en la magnífica historia de la Biblioteca Nacional que escribe al iniciar su propia gestión, a la que ve como activadora de una confluencia de las viejas corrientes literarias y políticas, y la formación de un nuevo espíritu de rigor argumental e investigativo.

La adquisición por parte de la Biblioteca del carácter de Nacional, recién en los años 80 del siglo XIX, guarda inequívoca correspondencia con la evolución de las instituciones del país. En el momento de efectiva formación del Estado nacional, la Biblioteca se erigió como reservorio patrimonial y cultural. Paul Groussac protagonizó el nuevo período de modernización y estabilización, acorde con el clima general de la época. Por gestión personal de su director, la Biblioteca Nacional obtuvo un edificio exclusivo en México 564, donde los bolilleros atestiguan su destino original, el de Lotería Nacional. La gestión de Groussac duró más de cuarenta años, y entre otras cosas logró que la Biblioteca fuera un punto de referencia para el pensamiento argentino, en especial en temas históricos y de crítica literaria. Logró aliar la acumulación bibliográfica (se duplicaron los fondos patrimoniales y se creó la Sala del Tesoro), con la forja de un centro considerable de creación y pensamiento, que se expresó incluso en prestigiosas publicaciones.