7 de junio Día del Periodista:
La doctrina de Belgrano en su labor periodística
Si volvemos la mirada sobre la formación intelectual de Manuel Belgrano,
de carácter enciclopedista, adquirida en Europa, no dudaremos en afirmar que su
educación es la ideal de todo periodista. El buen conocimiento de varias
lenguas como el francés, italiano e inglés, según destacáramos precedentemente,
le posibilitan a Belgrano el acceso directo a diversas fuentes de conocimiento,
como el contacto personal con autoridades y personajes relevantes de su época.
Tiene especial vocación por el estudio de la economía política, del derecho
público y dedica mucho de su tiempo de Secretario Consular a la atención y
fomento de nuevos sistemas y métodos de producción, dirigidos al logro de un
mayor rendimiento del suelo y mejores condiciones laborales del campesinado. De
ahí su inquietud por la difusión de los mismos, o el establecimiento de centros
que instruyan adecuadamente en sus diferentes especialidades; más aún, llega a
recabar de la Corona el envío al Plata de maestros especializados o bien, el
traslado de colonos a la Metrópoli a fin de que adquieran allí la debida instrucción.
Es esa, sin duda, una solicitud inaudita a los ojos peninsulares.
Indudablemente, su pluma de pensador profundo encuentra en el periodismo el
medio más apropiado de expresión, pero no debemos desestimar su enorme labor de
cronista, a la que se consagra por entero a través de las actas consulares; fue
reflejo de sus esfuerzos por el logro del mejoramiento general del virreinato.
Por otro lado, siendo Secretario del Real Consulado, Belgrano hace que ese
cuerpo se suscriba a diferentes periódicos europeos como el Almanak Mercantil,
el Correo Mercantil y el Semanario de Agricultura, de origen madrileño los dos
últimos. Su actividad periodística comienza en el Telégrafo Mercantil, Rural,
Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, que empieza a
publicarse el primero de abril de 1801, fundado y dirigido por el militar,
abogado y escritor Francisco Antonio Cabello y Mesa. Aparece primeramente, dos
veces a la semana (miércoles y sábados) y luego se transforma en un semanario
dominical. Ha surgido con licencia oficial exclusiva y es sostenido por la
contribución de casi doscientos suscriptores. Como todos los periódicos de
aquellos tiempos, éste, que es el primero editado en Buenos Aires está
destinado a la divulgación de ideas de interés general, artículos acerca de la
agricultura, el comercio, el progreso, los precios en plaza, los recursos
provinciales, etc.; aunque sabe esbozar críticas audaces como las dirigidas al
poderoso monopolio español. Según estiman algunos estudiosos, Belgrano es el
inspirador de Cabello y Mesa en la fundación de ese periódico y colabora en sus
páginas junto a Juan José Castelli, Julián de Leiva, Domingo de Azcuénaga y
otros. Pero a casi un año de su aparición, comienzan ciertas desinteligencias,
entre Belgrano y Cabello y Mesa; el Consulado le retira su apoyo y el 17 de
octubre de 1802, deja de publicarse; se habían editado ciento diez números.
El
semanario es clausurado por orden del Virrey del Pino. Tradicionalmente, se
acepta que tal medida ha sido adoptada después de la publicación, el 8 de
octubre de ese año, de un artículo considerado agraviante por las autoridades
de la colonia, titulado: “Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos
Aires e Islas Malvinas, y modo de repararse”. Este trabajo se atribuye
erróneamente, durante mucho tiempo, a Cabello y Mesa, hasta comprobarse que
había sido tomado de un manuscrito de Juan de la Piedra, de marzo de 1778. La
causa de la desaparición del primer periódico porteño debe atribuirse con mejor
criterio, a ciertas puerilidades en que incurre finalmente, apartándose de los
objetivos primeros, que habían merecido el apoyo inicial de Belgrano. Además,
habían surgido serios problemas económicos y la pérdida de la licencia oficial
exclusiva para su edición. Aquel ensayo no había sido sino una excusa para que
el Virrey decidiera finalmente su clausura. Un mes antes de dejar de circular
el Telégrafo Mercantil, aparece en la Capital un nuevo periódico, el Semanario
de Agricultura, Industria y Comercio, bajo la dirección de un comerciante
criollo llamado Juan Hipólito Vieytes que llega a publicar 218 números, entre
el 2 de septiembre de 1802 y el 11 de febrero de 1807.
La publicación cuenta
también con los auspicios del Real Consulado y se transforma en un verdadero
vocero de ese organismo, al demostrar los beneficios de las teorías económicas
vigentes en Europa y entusiastamente compartidas por su Secretario. Propicia el
fomento de la industria, del libre comercio y sobre todo de la agricultura.
Desarrolla las teorías anunciadas por Belgrano en sus Memorias económicas,
integrándose a la corriente fisiócrata y cimentando las ideas básicas de
nuestra revolución. Se lee en su primer número: “La agricultura, bien
ejercitada, es capaz por sí sola de aumentar la opulencia de los pueblos hasta
un grado casi imposible de calcularse […] Es excusado exponer la preeminencia
moral, política y física de la agricultura sobre las demás profesiones, hijas
del lujo, y de la depravación de las sociedades”.
Pasado cierto tiempo de la desaparición de esta publicación, Belgrano
exalta las buenas iniciativas que han impulsado a su fundador. Escribe en el
Correo del Comercio, a principios de 1810: “El ruido de las armas [se refiere a
las invasiones inglesas] cuyos gloriosos resultados admira el mundo, alejó de
nosotros un periódico utilísimo con que los conocimientos lograban extenderse
en la materia más importante a la felicidad de estas Provincias: tal fue el
Semanario de Agricultura, cuyo editor se conservará siempre en nuestra memoria,
particularmente en la de los que hemos visto a algunos de nuestros labradores
haber puesto en práctica sus saludables lecciones y consejos de que no pocas
ventajas han resultado”.
El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio deja
de circular a comienzos de 1807 a causa de la grave situación que enfrenta
Buenos Aires con la amenaza de una nueva invasión de fuerzas inglesas,
acantonadas en Montevideo. En tanto, el 23 de mayo de 1807, los ingleses
inician en aquella ciudad, la edición de un periódico bilingüe (inglés-español)
que llaman La Estrella del Sur (The Southern Star). Se publican siete números
con una clara finalidad política: hacer propaganda política a favor de la
ocupación inglesa en el Río de la Plata y del sistema de libre comercio que
posibilite la introducción de los productos británicos. En la capital, entre
octubre de 1809 y enero de 1810, por disposición de Cisneros se edita la Gaceta
del Gobierno de Buenos Aires, destinada a difundir textualmente los documentos
oficiales. Pero, según mencionáramos anteriormente, una de las medidas de orden
político adoptada por el nuevo Virrey a su llegada a Buenos Aires, con la
intención de ganarse el apoyo de los criollos, es la de fundar un periódico,
redactado por ellos. Cisneros pone todo su empeño en la adopción de aquella
medida. Belgrano nos cuenta que su ansia es tal que llega a querer publicar el
prospecto de un periódico editado en Sevilla, reemplazándole el nombre por el
“Buenos Aires”.
A su regreso de la Banda Oriental, Belgrano comienza con la
elaboración de aquel prospecto de seis páginas, que empieza a circular por
decreto de enero de 1810 anunciando la próxima aparición de un periódico. Para
la diagramación del mismo, cuenta con la asistencia de un grupo de amigos
dispuestos a colaborar con el prócer en la utilización de aquel vocero, en
beneficio de la causa revolucionaria. Así, el 3 de marzo de ese año, se inicia
la publicación del Correo de Comercio. Es un pliego editado en el taller de
imprenta de los Niños Expósitos, anuncia que saldrá los sábados y costará un
peso mensual la suscripción. Han pasado casi nueve años desde la fundación del
Telégrafo Mercantil y los frecuentes errores tipográficos de aquel se han
salvado casi totalmente. La colaboración de Juan Hipólito Vieytes en su
composición se transforma en una valiosa asociación de ideas y esfuerzos para
difundir los principios de libertad y desterrar la corrupción, la opresión,
pretendiendo mejorar la situación social a través de la educación. Nos dice
Belgrano: “En él salieron mis papeles, que no era otra
cosa más que una acusación contra el gobierno español; pero todo pasaba,
y así creíamos ir abriendo los ojos a nuestros paisanos”. El periódico abarca
58 números. El último ejemplar es el del 5 de abril de 1811, que cierra la
publicación sin aviso previo y seguramente de manera imprevista, pues algunos
artículos indicaban su continuación en el siguiente número. Belgrano su
fundador, no había participado de tal decisión ya que se hallaba fuera de la
Capital.
Como todos aquellos periódicos de la época, el Correo de Comercio, está
dedicado a informar sobre diversos temas, más que a la divulgación de noticias.
Los artículos principales se refieren a la agricultura, comercio y educación.
Simultáneamente, algunas líneas informan acerca de la entrada y salida de
buques a Buenos Aires y Montevideo, descripciones geográficas, comentarios
respecto a los precios en plaza, al auxilio a los pobres, al tratamiento de la
hidrofobia, etc. En el séptimo número del 14 de abril de 1810, se inaugura una
sección que hoy denominaríamos: “cartas de lectores”, que se repetirá
irregularmente luego. En esa fecha se publica una “Carta de un Labrador a los
Editores”, los estudios científicos realizados a fin de conocer el origen de
esta carta, indican que la doctrina socioeconómica que la sustenta, como su
estilo literario, son elementos que pueden señalar a Manuel Belgrano como su
autor la que nos ocuparemos más adelante. Mayor originalidad reviste aún una
“Proclama a los Cochabambinos” de Francisco Javier Iturri Patiño, en la edición
del 23 de febrero de 1811, impresa a dos columnas, en quechua y español.
Año después, siendo Brigadier General de Ejército, al frente de la
división acantonada en Tucumán, publica un semanario que llama sin embargo
Diario Militar del Ejército Auxiliador del Perú. Es un pliego informativo que
divulga las noticias de carácter militar, referentes a las alternativas de la
campaña; aunque como diario de operaciones no desestima los principios morales
que, en la opinión de Belgrano, debía impartírsele a la tropa. La redacción se
confía al general chileno Manuel Antonio Pinto, o bien, a Patricio Sánchez de
Bustamante, secretario del comandante en jefe. Se publican 78 números entre el
10 de julio de 1817 al 31 de diciembre del año siguiente. La vocación periodística
de Belgrano se extiende con igual sentido didáctico ahora frente al soldado,
siempre con profunda abnegación y patriotismo, en un esfuerzo constante a fin
de alcanzar los objetivos más caros al espíritu humano.
Temas desarrollados por el prócer en los periódicos coloniales
Manuel Belgrano se vuelca por entero a la actividad periodística
hallando en ella un medio más propicio para difundir su doctrina, anunciada en
las Memorias Consulares o ante los miembros de ese cuerpo en reiteradas
ocasiones. Pero el círculo de funcionarios que lo integra se compone en su
mayoría, de comerciantes monopolistas porteños entre los cuales no hallan
trascendencia sus propuestas. De ahí que los temas desarrollados en el Correo
de Comercio coincidan, esencialmente, con los expuestos en sus Memorias,
guardando intencionalmente una apariencia conciliadora con la autoridad que
había tenido la iniciativa en aquella publicación, pero ocultando apenas el
verdadero sentido revolucionario de sus artículos. Prueba de ello es el que
elabora en vísperas de la Revolución de Mayo con el título: “Causas de la
Destrucción o de la Conservación y engrandecimiento de las Naciones”. Aquel
breve ensayo, según nos recuerda Belgrano, “contentó a los de nuestro partido
como a Cisneros, y cada uno aplicaba el ascua a su sardina, pues todo se
atribuía a la unión y desunión de los pueblos”. La uniformidad de pensamiento y
el esfuerzo común de todo un pueblo, era el elemento indispensable para lograr
su prosperidad y engrandecimiento: “basta la desunión [dice en la primera plana
del sábado 19 de mayo de 1810] para originar las guerras civiles, para dar
entrada al enemigo, por débil que sea, para arruinar el Imperio más
floreciente”.
Detengámonos, por último, en el sentido que Belgrano asigna a la prensa:
es un elemento insustituible de divulgación de la cultura y por ende, debe
permanecer íntimamente unida al principio de libertad. Decía: “es necesaria
para la instrucción pública, para el mejor gobierno de la Nación y para su
libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se
establezca”. ¿Quiénes temen entonces a la libertad de prensa? “Sólo pueden
oponerse [...] los que gusten mandar despóticamente,[...] los que sean tontos,
que no conociendo los males del gobierno, no sufren los tormentos de los que
los conocen y no los pueden remediar […], o los muy tímidos que se asustan con
el eco de la libertad”. Esos son los principios básicos de un ensayo que
Belgrano titula: “La libertad de la prensa es la principal base de la ilustración
pública”, en las primeras páginas del Correo de Comercio del día 11 de agosto
de 1810. No es de extrañar entonces, que un año más tarde, el 8 de noviembre de
1811, el Cabildo de Buenos Aires lo designe elector nato para la Junta
Protectora de la Libertad de Imprenta.
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