jueves, 22 de abril de 2021

"Historias de la Argentina secreta": la ciudad subterránea, 1991


En esta entrega titulada “Invierno y vida cotidiana”, las cámaras del programa de Otelo Borroni y Roberto Vacca viajan hasta la ciudad de Río Grande. Buscan testimonios entre la gente de la más poblada de las ciudades fueguinas, cuyos habitantes provienen en gran número de diversos rincones del país En esta emisión, Historias de la Argentina secreta presenta un informe documental sobre la red de subterráneos de Buenos Aires. A través de un recorrido por su funcionamiento diario, la narración se centra en la labor cotidiana de los distintos talleres de reparación y mantenimiento del servicio. En pleno proceso de concesión de la prestación, administrada por Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado, la línea editorial del programa pone de relieve el denodado esfuerzo de los trabajadores para sostener en actividad este sistema de transporte clave para la ciudad, pero descuidado por la magra inversión estateal. Al mismo tiempo, entre los diferentes testimonios sobre las labores cotidianas, el relato incluye algunos paréntesis de color que delinean la particular historia del subte en Buenos Aires. En el cierre de la entrega, Otelo Borroni entrevista en estudios a Noberto Zingoni, vicepresidente de la empresa y responsable de la Comisión de Trabajo para la Privatización. 

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sábado, 10 de abril de 2021

El tango en el barrio de Belgrano - Parte 6

 También se oyeron tangos en el Dietze

Po­cos lu­ga­res son tan gra­tos a los re­cuer­dos de Bel­gra­no, co­mo el res­tau­ran­te Diet­ze, con su am­plio jar­dín al fren­te, en la es­qui­na de Eche­ve­rría y Vuel­ta de Obli­ga­do. Ha­bía si­do la re­si­den­cia del doc­tor Jo­sé Ma­ria­no As­ti­gue­ta don­de en 1880 se alo­jó el pre­si­den­te Ave­lla­ne­da lue­go de una bre­ve es­ta­día en el ho­tel Wat­son. En 1930 se inau­gu­ró el res­tau­ran­te cu­ya vi­da se pro­lon­gó por tres dé­ca­das has­ta que ce­rró y en su lu­gar se ins­ta­ló uno de los su­per­me­ca­dos Mi­ni­max, de pro­pie­dad del gru­po Roc­ke­fe­ller. La no­che del 26 de ju­nio de 1969 es­te co­mer­cio fue in­cen­dia­do jun­to con otros quin­ce ubi­ca­dos en dis­tin­tos ba­rrios de la ciu­dad. En el so­lar se al­za hoy un edi­fi­cio de de­par­ta­men­tos, pe­ro en la me­mo­ria de los vie­jos bel­gra­nen­ses, per­du­ra el re­cuer­do del Diet­ze.
La or­ques­ta de Jo­sé Be­nes —pia­no, vio­lín y ce­llo— que du­ran­te mu­chos años ac­tuó en es­te res­tau­ran­te, in­cluía va­rias crea­cio­nes de la Guar­dia Vie­ja en­tre sus in­ter­pre­ta­cio­nes y de mo­do es­pe­cial el tan­go de San­ders y Ve­da­ni ti­tu­la­do Adiós Mu­cha­chos que go­za­ba de fa­ma in­ter­na­cio­nal. Tam­bién eje­cu­tó com­po­si­cio­nes el trío Zí­ca­ri, Men­do­za Di­ma y asi­mis­mo lo hi­cie­ron en so­los de pia­no, Raúl Zí­ca­ri, Ivan Bank, Char­lie Franz, Pa­blo Lu­kas y Or­lan­do Gia­cob­be, en­tre otros. El Diet­zie aco­gió las es­te­la­res ac­tua­cio­nes de los vio­li­nis­tas Da­jos Be­la e Il­ya Liv­cha­koff, quie­nes tam­bién in­clu­ye­ron tan­gos en sus re­per­to­rios.
Por úl­ti­mo ca­be men­cio­nar las ac­tua­cio­nes del pia­nis­ta y com­po­si­tor Jo­sé Ti­ne­lli, au­tor, en­tre otros te­mas de Por la vuel­ta, La llu­via y yo, Se­rá una no­che, etc., quien ob­via­men­te eje­cu­tó un re­per­to­rio ín­te­gra­men­te de tan­gos.
La última actuación
de Azucena Maizani

La Mai­za­ni ac­tua­ba por 1966 en un lo­cal de la ca­lle Ju­ra­men­to en­tre Mol­des y Ciu­dad de la Paz, a po­cas cua­dras de mi ca­sa. Su nom­bre en la mar­que­si­na se­guía sien­do una atrac­ción, aun­que no mu­chos sa­bían de su pre­ca­rio es­ta­do de sa­lud y de su ma­la si­tua­ción eco­nó­mi­ca, a la que Hu­go del Ca­rril, en si­len­cio y con gran­de­za —co­mo hi­zo to­das sus co­sas— tra­ta­ba de mi­ti­gar en lo po­si­ble. A fi­nes de 1966, Azu­ce­na su­frió un ata­que que la de­jó he­mi­plé­ji­ca y la pos­tró has­ta su muer­te ocu­rri­da el 15 de ene­ro de 1970. Su úl­ti­ma ac­tua­ción en pú­bli­co ha­bía si­do en Bel­gra­no.

Tangos en el Chalchalero
En oc­tu­bre de 1979 se inau­gu­ró, en la es­qui­na de Cu­ba y Ola­zá­bal, un lo­cal de­di­ca­do al fol­klo­re: El Chal­cha­le­ro. Yo lo ad­mi­nis­tré has­ta fi­nes de 1980. No des­car­to ha­ber in­flui­do pa­ra que los días jue­ves fue­ran de­di­ca­dos al tan­go. Por ese es­ce­na­rio —don­de de vier­nes a do­min­gos so­na­ban los can­tos de la tie­rra— pa­sa­ron, se­gún mi im­pre­ci­so re­cuer­do, Hu­go del Ca­rril, Al­ber­to Cas­ti­llo, Ro­ber­to Go­ye­ne­che, Ro­ber­to Ru­fi­no, el dúo Sal­gán-De Lío y un muy jo­ven­ci­to co­mo in­me­jo­ra­ble can­tor lla­ma­do Gui­ller­mo Gal­vé que re­cién aso­ma­ba al aplau­so del pú­bli­co.

Tangos para Belgrano
No es ta­rea fá­cil ras­trear los po­cos tan­gos de­di­ca­dos o que men­cio­nan al ba­rrio de Bel­gra­no. Las ci­tas, por lo co­mún, se ago­tan con Ba­jo Bel­gra­no de An­sel­mo Aie­ta y Fran­cis­co Gar­cía Ji­mé­nez y el vals Ca­se­rón de Te­jas de Se­bas­tián Pia­na y Cá­tu­lo Cas­ti­llo por­que son dos com­po­si­cio­nes muy bue­nas y muy di­fun­di­das. Am­bos mues­tran cla­ra­men­te el con­tras­te en­tre las dos zo­nas de nues­tro ba­rrio. El Ba­jo —aun­que idea­li­za­do por la plu­ma de Gar­cía Ji­mé­nez— se pre­sien­te con su pe­cu­liar for­ma de vi­da, sus ba­ña­dos y jun­ca­les, sus bo­li­ches y sus studs, el río y el arro­yo des­bor­dan­te. Era la vi­da mar­gi­nal.
Cá­tu­lo, en cam­bio, es­cri­bió una pos­tal evo­ca­ti­va del Bel­gra­no bu­có­li­co, del Bel­gra­no se­ño­rial con ca­se­ro­nes de te­jas, man­sio­nes en­re­ja­das y sa­las de mú­si­ca don­de se­gu­ra­men­te no arras­tra­ban sus me­lo­días los pia­nos tan­gue­ros que Uli­ses Pe­tit de Mu­rat nom­bra en El ba­rrio co­mo no hay otro, si­no los dul­ces pia­ni­tos que san­gra­ban en las sies­tas la pu­ra ter­nu­ra de un vals.
Pe­ro hay al­gu­nos más. Cuen­ta En­ri­que Ma­rio Ma­yo­chi que allá por 1907 em­pe­zó a cons­truir­se un pa­la­cio con apa­rien­cia de cas­ti­llo en la es­qui­na de Gu­tem­berg y Vi­rre­yes (hoy Luis Ma­ría Cam­pos y Jo­sé Her­nán­dez). El edi­fi­cio re­cor­da­ba a una mo­le me­die­val de to­rres al­me­na­das, con un pór­ti­co de en­tra­da so­bre el que lu­cían sen­das es­cul­tu­ras de un par de leo­nes. Pa­ra abre­viar, el lla­ma­do Cas­ti­llo de los Leo­nes fue ad­qui­ri­do por el Dr. Teó­fi­lo La­cro­ze, hi­jo de don Fe­de­ri­co, quien vi­vió con su fa­mi­lia muy po­co tiem­po en ese sin­gu­lar edi­fi­cio. Nun­ca se su­po por qué, pe­ro las puer­tas se ce­rra­ron con ca­de­nas y to­do que­dó ta­pia­do.
Un día co­men­za­ron a co­rrer por el ba­rrio ex­tra­ñas his­to­rias que ha­bla­ban de rui­dos en la me­dia­no­che, co­mo si al­guien arras­tra­se ca­de­nas y emi­tie­se que­ji­dos y la­men­tos en el Cas­ti­llo de los Leo­nes. Sín­te­sis: los fan­tas­mas no eran otros que al­gu­nos so­cios del Club Bel­gra­no que en­tra­ban al pa­la­cio por un lu­gar que só­lo ellos co­no­cían. El edi­fi­cio fue de­mo­li­do, pe­ro en 1969 Ale­jan­dro Do­li­na com­pu­so un tan­go —le­tra y mú­si­ca su­ya— ti­tu­la­do Fan­tas­ma de Bel­gra­no que, si bien no re­cuer­da exac­ta­men­te es­ta his­to­ria, tam­bién llo­ra por to­das las ca­lles / de Con­gre­so has­ta La­cro­ze / y en la vie­ja es­ta­ción / arras­tra sus ca­de­nas / y un do­lor.
El 21 de ju­lio de 1909 se fun­dó allí el lla­ma­do Cír­cu­lo Bel­gra­no que tro­có su nom­bre, en 1920, por el de Club Bel­gra­no si­tua­do hoy so­bre la ba­rran­ca en las ca­lles Luis Ma­ría Cam­pos, La Pam­pa, Arri­be­ños y Jo­sé Her­nán­dez. Fue el pro­ta­go­nis­ta in­vo­lun­ta­rio de la his­to­ria de fan­tas­mas re­cién na­rra­da. Pa­ra es­ta ins­ti­tu­ción, el con­tra­ba­jis­ta Ma­rio Ca­na­ro, her­ma­no me­nor de Pi­rin­cho, com­pu­so en 1926 su tan­go Club Bel­gra­no, que fue gra­ba­do por Fran­cis­co Ca­na­ro y su or­ques­ta en el mis­mo año.
En 1928, la mis­ma or­ques­ta de Fran­cis­co Ca­na­ro gra­bó un tan­go de M. Sa­li­na ti­tu­la­do Mu­cha­chi­ta de Bel­gra­no. Y trein­ta años des­pués, el 12 de di­ciem­bre de 1958, Juan D´A­rien­zo lle­vó al dis­co el tan­go de Ela­dio Blan­co —ban­do­neo­nis­ta de la or­ques­ta— ti­tu­la­do Ba­rrio Bel­gra­no. Blan­co es au­tor tam­bién de otros su­ce­sos de la or­ques­ta de D´A­rien­zo, co­mo El Ne­ne del Abas­to y Don Al­fon­so.
Otros tan­gos ha­blan de Bel­gra­no aún cuan­do no lo con­ten­gan en su tí­tu­lo. Es el ca­so de Ca­lle Ca­bil­do de Ed­mun­do Ri­ve­ro; de La Me­sa del Tan­go de Leo­pol­do Díaz Vé­lez, en uno de cu­yos pa­sa­jes di­ce: Y mil re­cuer­dos del Ba­jo y Pa­ler­mo / de Flo­res, Bel­gra­no y La Pa­ter­nal ; o de ¿En qué es­qui­na te en­cuen­tro Bue­nos Ai­res? de Héc­tor Stam­po­ni y Flo­ren­cio Es­car­dó que le di­ce a la ciu­dad Es­tás en to­das, to­das las es­qui­nas / del arra­bal y el cen­tro / en las ver­des Ba­rran­cas de Bel­gra­no / y es­tas en las ri­be­ras del Ria­chue­lo.
Mu­chos años atrás, Eu­ge­nio Nó­bi­le, Luis Co­sen­za y Dan­te A. Lin­ye­ra fir­ma­ron el tan­go Co­co­li­che en el que se ci­ta al ba­rrio en una de sus lí­neas: Vi’a em­pe­zar a pa­tear/ de Bel­gra­no has­ta La­nús. Otro tan­go cu­rio­so es el que fir­man Ed­mun­do Bian­chi y J. Ál­va­rez, ti­tu­la­do Juan Car­los, cu­ya le­tra me­re­ce la tras­crip­ción de al­gu­nos ver­sos, co­mo ejem­plo de ram­plo­ne­ría y au­sen­cia de crea­ti­vi­dad: Yo lo ado­ra­ba a Juan Car­los / y en el ni­do que allá en Bel­gra­no / ha­bía él for­ma­do / lo ha­bía ale­gra­do / nues­tro amor­ci­to / y un va­ron­ci­to.
De la co­no­ci­da lo­cu­to­ra Ra­fí (Ro­sa An­gé­li­ca Fab­bri, ac­tual pre­si­den­ta del Con­se­jo de Pre­vi­sión So­cial de Ar­gen­to­res) es el tan­go ti­tu­la­do Tan mi­na co­mo yo, don­de en uno de sus pa­sa­jes poé­ti­ca­men­te des­cri­be …y Bel­gra­no y el sol / jus­to en Pam­pa y la vía. Y por su­pues­to no de­ja­ré de nom­brar al re­cor­da­do vals de Sciam­ma­re­lla y Pe­tit, Los cien ba­rrios por­te­ños, gra­ba­do por Al­ber­to Cas­ti­llo el 20 de no­viem­bre de 1945, que co­mien­za enu­me­ran­do Ba­rra­cas, La Bo­ca, Boe­do, Bel­gra­no, Pa­ler­mo, Saa­ve­dra y Li­niers…
El vio­li­nis­ta An­to­nio Ar­cie­ri (in­te­gró du­ran­te mu­chos años la lí­nea de vio­li­nes de Ri­car­do Tan­tu­ri) y el le­tris­ta Ve­nan­cio Juan Pe­dro Clau­so (Ju­ven Clau­ber, a quien Gar­del le gra­bó Vos tam­bién vas a so­nar con mú­si­ca de An­to­nio Po­li­to), com­pu­sie­ron un tan­go que ti­tu­la­ron A Bel­gra­no, que es una cá­li­da evo­ca­ción de ese lin­do ba­rrio del pa­sa­do co­mo di­ce uno de sus ver­sos.
Aun­que sin mú­si­ca, Bel­gra­no tam­bién es­tá en Car­los de la Púa con esen­cia de tan­go:

Ba­jo Bel­gra­no, sos un mon­to crio­yo
ta­ya­do en­tre las pa­tas de los pin­gos
cre­yen­te y ju­ga­dor, pal­más el ro­yo
re­zan­do y tau­rean­do
en la mis­ma bu­rre­ra del do­min­go…

Ba­jo Bel­gra­no, pa­tria del por­tón
sos un ba­rrio que­ren­dón
Y re­ga­lás a las pi­bas es­tu­le­ras
que se pa­san bor­dan­do los man­di­les
pa­ra el crac que des­pués re­sul­ta un cu­co
el ra­mi­to de flo­res ori­ye­ras
que cre­ce en la ma­ce­ta de tus tru­cos.

lo mis­mo que en Ce­le­do­nio Flo­res:

Por el Ba­jo de Bel­gra­no
no te pa­seas­te ufa­no
y de­ci­dor
en­tre el te­mor de la gen­te
que te cre­yó pre­po­ten­te
y fa­ja­dor.

Es­tá tam­bién en la plu­ma cos­tum­bris­ta y por­te­ña de Fé­lix Li­ma, y en una evo­ca­da ca­sa de Tro­na­dor 1746, vi­vien­da de No­rah Lan­ge y Oli­ve­rio Gi­ron­do don­de ocu­rrían reu­nio­nes se­ma­na­les en las que Bor­ges vio bai­lar el tan­go al fi­nal de esas ter­tu­lias cul­tu­ra­les.

La tertulia de don Eugenio Reville
He ci­ta­do un par de ve­ces a Re­né Briand y su li­bro Cró­ni­cas del Tan­go Ale­gre. De­bo re­cu­rrir nue­va­men­te a él. En las lí­neas ini­cia­les Briand di­ce que al­gu­nos de los re­la­tos de su li­bro es­tán ba­sa­dos en los re­cuer­dos de un ca­ba­lle­ro, don Eu­ge­nio Re­vi­lle, quien los vi­vió per­so­nal­men­te y so­lía re­me­mo­rar­los en sus afa­ma­das ter­tu­lias de los do­min­gos por la tar­de en su an­ti­gua ca­so­na de Bel­gra­no. Esos re­cuer­dos tu­vie­ron tres épo­cas de­fi­ni­das: de 1875 a 1902, que Briand lla­ma la épo­ca pri­mi­ti­va; de 1903 a 1914, lla­ma­da la épo­ca bo­rras­co­sa, y de 1919 a 1932, de­no­mi­na­da la re­me­mo­ra­ti­va o se­re­na.
No voy a abun­dar en de­ta­lles pa­ra ir al gra­no. De­más es­tá de­cir que don Eu­ge­nio Re­vi­lle, en su mo­ce­dad, era un ca­la­ve­ra de aque­llos. En sus ter­tu­lias siem­pre se eje­cu­tó mú­si­ca. En la épo­ca pri­mi­ti­va, obras clá­si­cas de mo­da, pe­ro en la épo­ca bo­rras­co­sa, la an­ti­gua ca­so­na de Bel­gra­no ga­nó el fa­vor del tan­go “… que se cul­ti­vó allí mu­cho an­tes de que fue­ra acep­ta­do en los tra­di­cio­na­les sa­lo­nes de man­sio­nes de la so­cie­dad por­te­ña”.
Las ter­tu­lias de Re­vi­lle em­pe­za­ban a las cua­tro de la tar­de y se­guían has­ta la me­dia no­che. Y en­tre sus asis­ten­tes hu­bo mú­si­cos de car­tel, in­vi­ta­dos o con­tra­ta­dos, pa­ra to­car tan­gos: Ro­sen­do Men­di­zá­bal, Ju­lio Doutry, el Ne­gro Ca­si­mi­ro (Ca­si­mi­ro Al­cor­ta, ami­go de don Eu­ge­nio), Sa­muel Cas­trio­ta, Er­nes­to Pon­zio, Al­fre­do Be­vi­lac­qua, el Gor­do Ba­zán, Ma­nuel Cam­poa­mor y mu­chos más. Con­cu­rrían tam­bién don León Abe­ras­tury, Mar­ce­lo de Al­vear, Jo­sé Arre­don­do, Ma­nuel Gál­vez, Ben­ja­mín Zu­biau­rre y otros ape­lli­dos de la aris­to­cra­cia ver­ná­cu­la, jun­to con ac­to­res, li­te­ra­tos, po­lí­ti­cos, es­tan­cie­ros y …al­gún que otro tau­ra. Es de la­men­tar que Briand no apor­te una re­fe­ren­cia pre­ci­sa so­bre la ubi­ca­ción de la ca­so­na de don Eur­ge­nio Re­vi­lle, sal­vo la ge­né­ri­ca men­ción de que es­ta­ba en el ba­rrio de Bel­gra­no.

Belgrano, ¿barrio sin tango?
Des­pués de im­po­ner­me es­ta in­ves­ti­ga­ción, vi­no un tiem­po de du­das. ¿Qué de­cir de la pre­sen­cia del tan­go en un ba­rrio que fue aje­no al tan­go? Aho­ra, en el mo­men­to de con­cluir es­tas lí­neas, me lle­ga la in­cer­ti­dum­bre de pen­sar si Bel­gra­no fue, en ver­dad, un ba­rrio tan ale­ja­do del tan­go.

 


Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 22 – Agos­to de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Categorías: ESPACIO URBANO, Vida cívica, Bares, Café, Tango
Palabras claves:

Año de referencia del artículo: 1949

Historias de la Ciudad. Año 4 Nro22

Ricardo Ostuni

https://buenosaireshistoria.org/juntas/el-tango-en-el-barrio-de-belgrano/

 

 

El tango en el barrio de Belgrano - Parte 5

 La confitería de la estación


Uno de los si­tios más re­cor­da­dos por los bel­gra­nen­ses, es la Con­fi­te­ría La Paz, ubi­ca­da en la es­qui­na de la es­ta­ción Bel­gra­no “C”, pe­ga­da a la mis­ma ba­rre­ra de la ca­lle Ju­ra­men­to. Se la inau­gu­ró jun­to con el fe­rro­ca­rril por 1876 con el nom­bre de Con­fi­te­ría Bel­gra­no y era pro­pie­dad de los her­ma­nos de la Fuen­te que la ven­die­ron, años des­pués a don Fe­lix Me­na­si.

Por mu­chos años, el an­dén y el pa­sa­je ad­ya­cen­te fue­ron una suer­te de pa­tio de la con­fi­te­ría don­de in­clu­so se ha­bían ins­ta­la­do me­sas. Por las no­ches, el tan­go rei­na­ba a ple­no. Al prin­ci­pio hu­bo una or­ques­ta de se­ño­ri­tas co­mo era ha­bi­tual en aque­llos años. Lue­go co­men­za­ron a en­tre­ve­rar­se dis­tin­tos can­to­res. Allí de­bu­tó el can­tor Jor­ge Vi­dal, quien me na­rró en el cur­so de una no­ta, que la no­che de su de­but, en años fi­na­les de la dé­ca­da de 1940, ocu­rrió el gra­ve su­ce­so que de­ter­mi­nó el cie­rre de la con­fi­te­ría: en una pe­lea a cu­chi­llo, per­dió la vi­da su due­ño. En­tre mu­chos otros can­to­res, en 1943, ac­tuó en la Con­fi­te­ría La Paz, con la or­ques­ta de Cris­tó­bal He­rre­ros, un muy jo­ven Al­ber­to Mo­rán to­da­vía des­co­no­ci­do pa­ra el gran pú­bli­co.

Con to­da se­gu­ri­dad hu­bo otros lo­ca­les, tal vez de efí­me­ra fa­ma o de cor­ta vi­da, aun­que no de­be­ría­mos ol­vi­dar los studs, don­de en los días de fes­te­jos el tan­go no pu­do fal­tar. Pe­ro en ge­ne­ral —de­bo in­si­si­tir— Bel­gra­no no fue ba­rrio de tan­go por más que ha­ya te­ni­do —y ten­ga— ilus­tres ve­ci­nos tan­gue­ros co­mo Ed­mun­do Ri­ve­ro, Ati­lio Stam­po­ne, Ame­li­ta Bal­tar, Leo­pol­do Díaz Vé­lez.

Re­sul­ta cu­rio­so que El He­ral­do —pe­rió­di­co se­ma­nal no­ti­cio­so, so­cial e in­de­pen­dien­te— fun­da­do el 2 de mar­zo de 1913 ba­jo la di­rec­ción de Car­los A. Tur­chi, ha­ya pu­bli­ca­do el 6 de sep­tiem­bre de 1916 —cuan­do lo di­ri­gía En­ri­que W. Bur­gos— es­te sin­gu­lar poe­ma de Ar­man­do Mos­que­ra, ti­tu­la­do El Tan­go:

Dúc­til, fá­cil ca­den­cio­sa
es la dan­za po­pu­lar
con un al­ma can­do­ro­sa
co­mo el al­ma del lu­gar.
Por gen­te vul­gar y ocio­sa
fue en­he­bran­do su ri­mar
y hoy se ex­hi­be pre­sun­tuo­sa
al ca­lor de nues­tro ho­gar

Dan­za ale­gre, dan­za tris­te
que en Pa­rís la se­da vis­te
y las pie­les del cha­cal

la que na­ció tan sen­ci­lla
mos­tran­do la pan­to­rri­lla
por los plie­gues de per­cal.

Re­pá­re­se en los ver­sos del se­gun­do cuar­te­to. El tan­go ya ha­bía vuel­to a Bue­nos Ai­res san­ti­fi­ca­do por Pa­rís. El aca­dé­mi­co Jean Re­cher­pin, el 25 de oc­tu­bre de 1913 ha­bía leí­do en la So­bor­na su di­ser­ta­ción ti­tu­la­da “A pro­pos du Tan­go”. En 1911 Ri­car­do Güi­ral­des y Al­ber­to Ló­pez Bu­char­do con dos o tres ar­gen­ti­nos más y el ca­ta­lán Jo­sé Sen­tis, ha­bían im­pues­to el tan­go en la ter­tu­lia pa­ri­si­na de Md­me. Resz­ké. En sep­tiem­bre de 1913 el ba­rón An­to­nio Ma­ría De Mar­chi —yer­no del Ge­ne­ral Ro­ca— ha­bía or­ga­ni­za­do la fa­mo­sa ve­la­da en el Pa­la­ce Thea­tre abrién­do­le las puer­tas de la so­cie­dad por­te­ña. No nos de­be ex­tra­ñar que en 1916 el poe­ta di­je­ra que el tan­go se ex­hi­bía pre­sun­tuo­so al ca­lor de los ho­ga­res bel­gra­nen­ses… (¡Cuán­ta ver­dad ha­bía en aque­llo de que Pa­rís bien va­le una mi­sa!)

Es­tá re­gis­tra­da la pre­sen­cia del Cir­co An­sel­mi en el Ba­jo Bel­gra­no, con su car­pa le­van­ta­da en Blan­den­gues en­tre Eche­ve­rría y Su­cre, muy cer­ca del stud Los Ran­que­les. El 22 de abril de 1910 la Gran com­pa­ñía ecues­tre, gim­nás­ti­ca y de dra­mas y co­me­dias, di­ri­gi­da por el ac­tor Vi­cen­te Vi­ta, re­pre­sen­tó el dra­ma de Ab­dón Arós­te­gui ti­tu­la­do Ju­lián Agui­rre, es­cri­to en 1890, que fue el pri­me­ro en lle­var a la es­ce­na un bai­le de tan­go. Di­ce Iñi­go Ca­rre­ras: “el cul­to al co­ra­je y su him­no es­tán allí, im­pues­tos al es­ce­na­rio y bien aden­tra­dos en los peon­ci­tos del stud que a em­pe­llo­nes han ga­na­do un lu­gar en la car­pa”.

La es­ce­na es la si­guien­te: To­can un tan­go en las gui­ta­rras y el tío Juan y la tía Ma­ría se co­lo­can uno fren­te del otro. Can­tan y bai­lan (no ol­vi­dar que es­ta­mos en 1890):

Una ne­gla y un ne­gli­to
Se pu­sie­ron a bai­lá
El tan­gui­to más bo­ni­to
Que se pue­da ima­gi­ná
Y ahí no­más los tíos Juan y Ma­ría la em­pren­die­ron con los pri­me­ros pa­sos de tan­go que se han da­do so­bre un ta­bla­do.

Dos años an­tes, el miér­co­les 11 de no­viem­bre de 1908, en el bar Bel­gra­no de Eche­ve­rría y Blan­den­gues, se oye­ron los com­pa­ses de El Cho­clo, uno de los tan­gos más em­ble­má­ti­cos de to­dos los tiem­pos. Fé­lix Li­ma, cro­nis­ta im­par de aque­llos años, cuen­ta en “No­che de mo­da” del li­bro En­tra­ña de Bue­nos Ai­res, que ese día en el Pa­be­llón Bel­gra­no, de Blan­den­gues en­tre Su­cre y Eche­ve­rría, se pre­sen­tó la Com­pa­ñía Dra­má­ti­ca Na­cio­nal de los her­ma­nos Fon­ta­ne­lla, con un ex­ten­so pro­gra­ma. En la pri­me­ra par­te hu­bo nú­me­ro de ex­cén­tri­cos, jue­gos de sa­lón, tra­pe­cis­tas y otras no­ve­da­des. En la se­gun­da “…a pe­di­do del pú­bli­co y de las fa­mi­lias de la lo­ca­li­dad. Gran éxi­to: La gran­dio­sa obra na­cio­nal en tres ac­tos y en ver­so, ori­gi­nal del lau­rea­do poe­ta na­cio­nal don Mar­tín Co­ro­na­do, ti­tu­la­da: “Jus­ti­cia de an­ta­ño”.
En­tre una y otra sec­ción vi­no el in­ter­va­lo “El cir­co que­da ca­si va­cío, La con­cu­rren­cia apa­ga la sed ba­jo la im­pro­vi­sa­da glo­rie­ta de la (men­cio­na­da) con­fi­te­ría. Diez mi­nu­tos. Dos cho­pes. Una li­mo­na­da. Un co­ña­que… Y el tan­go El Cho­clo pro­lon­ga el pri­mer ac­to de Jus­ti­cia de an­ta­ño”.

Li­ma, en dos tra­zos, da una sem­blan­za de ese bar Bel­gra­no: “Su­pe­rior a La Per­la de Lo­mas de Za­mo­ra —di­ce— Be­bi­das no­bles, he­la­dos, bu­se­ca a to­da ho­ra, co­me­dor­ci­tos re­ser­va­dos, tran­vía a la puer­ta, ba­ños, etc. Por lo lu­jo­so se­me­ja pe­dra­da en ojo aje­na. Ima­gi­naos la Con­fi­te­ría del Águi­la con su­cur­sal en el Ba­jo Bel­gra­no”.


El tango en el barrio de Belgrano - Parte 4

 Otro lu­gar fre­cuen­ta­do por tan­gue­ros y pa­ya­do­res fue la quin­ta del fa­mo­so cui­da­dor Ale­jan­dro Ore­zo­lli, que se ex­ten­día des­de Puer­to Chu­rrin­che en la de­sem­bo­ca­du­ra del Ve­ga has­ta lo que hoy es el cru­ce de Lu­go­nes y Pam­pa. En es­ta quin­ta, que otro­ra ha­bía per­te­ne­ci­do al ge­ne­ral Man­si­lla, Ore­zo­lli, hom­bre de don Be­ni­to Vi­lla­nue­va, a quien no só­lo le cui­da­ba los pin­gos si­no tam­bién los vo­tos en el Ba­jo Bel­gra­no, so­lía or­ga­ni­zar con­cu­rri­dos asa­dos po­lí­ti­cos, don­de no fal­ta­ban cons­pi­cuos di­ri­gen­tes, ve­ci­nos de lus­tre, joc­keys, cui­da­do­res y los más re­nom­bra­dos del can­to na­cio­nal y po­pu­lar. No es ex­tra­ño, en­ton­ces, que Bel­gra­no apa­rez­ca en una com­po­si­ción del pa­ya­dor An­to­nio Cag­gia­no cu­yas Dé­ci­mas a los ba­rrios por­te­ños, ter­mi­nan así:

En las vo­ces cris­ta­li­nas
de una gui­ta­rra so­no­ra
la cla­ri­dad de la au­ro­ra
se di­bu­ja en las es­qui­nas.
Alien­tos de cla­ve­li­nas
on­du­lan­do la emo­ción
afir­man la evo­ca­ción
de los can­ta­res que hil­va­no
pa­ra cla­var en Bel­gra­no
de la pa­tria el pa­be­llón

Gardel en Belgrano

En­ri­que Ma­rio Ma­yo­chi, en su li­bro Bel­gra­no, del Pue­blo al Ba­rrio re­co­ge la pre­sen­cia de Gar­del en Bel­gra­no a tra­vés del re­la­to de do­ña Con­sue­lo Ca­ñas de So­ler ma­dre del pe­rio­dis­ta y es­cri­tor Luis Mi­guel So­ler Ca­ñas: “Cuan­do la Es­tre­lla Po­lar, una so­cie­dad for­ma­da por las mu­cha­chas y los mo­zos del ba­rrio con el lau­da­ble ob­je­ti­vo de di­ver­tir­se, de­sea­ba efec­tuar una reu­nión, al­qui­la­ba el sa­lón exis­ten­te en la hoy ave­ni­da Ca­bil­do en­tre Ola­zá­bal y Blan­co En­ca­la­da… o bien otro si­tua­do en Mol­des… Mi ma­dre —di­ce So­ler Ca­ñas— vio y tra­tó a Gar­del en va­rias de esas reu­nio­nes. Re­cuer­da par­ti­cu­lar­men­te una de ellas. Era por Car­na­val y po­si­ble­men­te en 1914 o a más tar­dar 1915… Ese día, la So­cie­dad Es­tre­lla Po­lar le da­ba una fies­ta a mi ma­dre, tal vez por­que de­ja­ba el ba­rrio, y ese día, pre­ci­sa­men­te, ca­ye­ron al bai­le Gar­del y Raz­za­no. Dos so­cios del club, un tal Pe­ria­le y un tal Juan­ci­to, le ha­bían can­ta­do unos ver­sos a la fes­te­ja­da y Gar­del y Raz­za­no por su par­te se hi­cie­ron lu­cir con las es­tro­fas de El Ca­rre­te­ro”.

Gar­del ac­tuó mu­chas otras ve­ces en Bel­gra­no. Mi­guel Án­gel Mo­re­na en su muy com­ple­ta His­to­ria ar­tís­ti­ca de Car­los Gar­del, re­gis­tra las si­guien­tes pre­sen­ta­cio­nes:

* En 1925 en dúo con Raz­za­no, los días 6 y 7 de ma­yo en fun­cio­nes noc­tur­nas del ci­ne Ge­ne­ral Bel­gra­no de Ca­bil­do 2165.
* Al año si­guien­te, co­mo so­lis­ta, con sus gui­ta­rras, los días 12, 13 y 14 de no­viem­bre, ani­man­do los en­treac­tos del mis­mo ci­ne a las 18,30 y 23 ho­ras.
* El 4 de ma­yo de 1930 se pre­sen­tó en el Ci­ne Mig­non de Ju­ra­men­to 2433 en la fun­ción noc­tur­na.
* El úl­ti­mo re­gis­tro de Mo­re­na, es el 7 de no­viem­bre del mis­mo año, en el ci­ne Ge­ne­ral Bel­gra­no.

No de­ben des­car­tar­se otras ac­tua­cio­nes no re­gis­tra­das por la cró­ni­ca, es­pe­cial­men­te en asa­dos, fies­tas y reu­nio­nes es­tu­le­ras ni ol­vi­dar que en 1933, los días 10 y 11 de ju­nio y 9 y 10 de sep­tiem­bre can­tó en el Ci­ne Tea­tro 25 de Ma­yo de Triun­vi­ra­to 4440, del ve­ci­no ba­rrio de Vi­lla Ur­qui­za.

Tam­bién ha de te­ner­se co­mo po­si­ble es­ce­na­rio de tan­gos, el Tea­tro Prín­ci­pe inau­gu­ra­do en 1928 en Ca­bil­do 2327. Acer­ca de la ac­ti­vi­dad de es­ta sa­la di­ce Ri­car­do M. Lla­nes en Tea­tros de Bue­nos Ai­res, que pa­sa­ron por ella, an­tes de que se de­di­ca­ra a la ex­plo­ta­ción del ci­ne, “… ca­si to­das las com­pa­ñías de ar­te me­nor (sai­ne­tes y re­vis­tas) que sa­lían a re­co­rrer el bos­que”, co­mo se de­cía cuan­do se iba a tra­ba­jar en los pe­que­ños tea­tros de la pe­ri­fe­ria o bien en los ubi­ca­dos en los cer­ca­nos pue­blos de la pro­vin­cia de Bue­nos Ai­res”.
Se­gún una ci­ta de Fran­cis­co Ca­na­ro en sus Me­mo­rias, el le­gen­da­rio Juan Ma­glio —Pa­cho— en 1913 “…ha­bía to­ca­do una lar­ga tem­po­ra­da en la ca­lle Ca­bil­do cer­ca del puen­te del fe­rro­ca­rril”, sin acla­ra­ción al­gu­na acer­ca del lo­cal o es­ce­na­rio de es­tas ac­tua­cio­nes.

Otros lugares de tango

A po­cos pa­sos del stud Las Da­mas de don Ana­cle­to Ga­lim­ber­ti —es­to es en Eche­ve­rría y Su­cre— ha­bía un sa­lón de bai­le de du­do­sa re­pu­ta­ción. Con un bo­le­to de 20 cen­ta­vos se ad­qui­ría el de­re­cho a bai­lar una pie­za: diez eran pa­ra el due­ño del lo­cal y otros diez pa­ra la mu­jer pa­re­ja. En ese sa­lón se lu­cie­ron gran­des bai­la­ri­nes co­mo El Ne­gro Pa­ne­ra que bri­lla­ra des­pués en el Ar­me­nom­vi­lle. Tam­bién tu­vo su fa­ma Do­ña Lau­ra, una suer­te de ma­da­ma, pro­vee­do­ra de pu­pi­las, bue­nas pa­ra el bai­le y… lo de­más. Ál­va­ro Me­lián La­fi­nur de­jó de su plu­ma, la evo­ca­ción de otra bri­llan­te bai­la­ri­na del Ba­jo Bel­gra­no, co­no­ci­da co­mo La Ña­ta Flo­rin­da.

Pe­ro los pri­me­ros tan­gos en Bel­gra­no so­na­ron, sin du­da al­gu­na, en La Fa­zen­da, en La Pa­ja­re­ra, en la fa­mo­sa Can­cha de Ro­sen­do y en La mi­lon­ga de Pan­ta­león. En La Fa­zen­da, ha­cia 1903 ac­tua­ba el trío in­te­gra­do por Eu­se­bio Az­pia­zú (el cie­gui­to) en gui­ta­rra, Er­nes­to Pon­zio (El Pi­be) en vio­lín y Fé­lix Ri­glos en flau­ta, a los que des­pués se su­mó Juan Car­los Ba­zán El Gor­do con su cla­ri­ne­te. Es­te cuar­te­to pa­só lue­go a ale­grar las no­ches de La Mi­lon­ga de Pan­ta­león, un si­tio po­co re­co­men­da­ble, ve­ci­no al Hi­pó­dro­mo de Bel­gra­no. Ba­zán era cé­le­bre por sus bro­mas, a ve­ces muy pe­sa­das, que so­lían ter­mi­nar en bron­cas y en­tre­ve­ros. Y así fue que una no­che —se­gún cuen­ta Re­né Briand en Cró­ni­cas del Tan­go Ale­gre— re­ci­bió un ti­ro en una pier­na a cau­sa de los ex­tra­ños so­ni­dos que pro­fe­ría con su cla­ri­ne­te, des­ce­rra­ja­do por un sus­cep­ti­ble pa­rro­quia­no de La Mi­lon­ga de Pan­ta­león. La con­va­le­cen­cia lo obli­gó a di­sol­ver el cuar­te­to por al­gún tiem­po. En 1905 Ba­zán vol­vió a La Fa­zen­da con Vi­cen­te y Er­nes­to Pon­zio am­bos vio­li­nis­tas y Tor­to­re­lli en ar­pa.

El trío de Az­pia­zú, Pon­zio y Ri­glos se lu­ció tam­bién en La Can­cha de Ro­sen­do, en Blan­den­gues y Men­do­za. La Can­cha de Ro­sen­do, pro­pie­dad de Ro­sen­do Dra­go, re­creo y pis­ta de bai­le a la vez, era con­cu­rri­da por gen­te alle­ga­da al turf en sus es­tra­tos más hu­mil­des. Allí tam­bién se lu­cie­ron Vi­cen­te y Er­nes­to Pon­zio, Ge­na­ro Váz­quez, El Ta­no Tor­to­re­lli, Ro­que Ri­nal­di, El Ta­no Vi­cen­te, Juan Car­los Ba­zán y otros mú­si­cos de los tiem­pos pri­mi­ti­vos. La Pa­ja­re­ra, ubi­ca­do en las ve­cin­da­des de los an­te­rio­res, era un si­tio de si­mi­la­res ca­rac­te­rís­ti­cas.

Tam­bién en la ca­lle Ju­ra­men­to, cer­ca de Ca­bil­do, es­ta­ba el Mo­dern Sa­loon don­de, en­tre las pá­gi­nas que dis­tin­tos pia­nis­tas po­nían co­mo to­que mu­si­cal de fon­do, su­pie­ron co­lar­se tan­gos, es­pe­cial­men­te cuan­do ac­tua­ba Re­né Cós­pi­to, cu­ya la­ya tan­gue­ra lo co­bi­jó ba­jo el seu­dó­ni­mo de Don Go­yo.


viernes, 9 de abril de 2021

El tango en el barrio de Belgrano - Parte 3

 Si bien en esos días de 1880 hu­bo que im­pro­vi­sar­ al­gu­nas ca­sas de pen­sión pa­ra alo­jar a los con­gre­sa­les y otros obli­ga­dos hués­pe­des, Bel­gra­no no co­no­ció los con­ven­ti­llos, esa ba­bel mo­der­na de fi­nes del si­glo XIX y prin­ci­pios del XX, don­de, se­gún la pro­fe­cía de Flo­ren­cio Sán­chez, na­ce­ría la ra­za fuer­te del país. Fue en los con­ven­ti­llos don­de el tan­go se­du­jo a las cla­ses hu­mil­des y en­con­tró sus pri­me­ras his­to­rias pa­ra ser can­ta­das.

Las es­ta­dís­ti­cas le­van­ta­das por Raw­son en 1880, por Ga­che en 1898 y por el De­par­ta­men­to Na­cio­nal del Tra­ba­jo en 1912, no re­gis­tran la exis­ten­cia de in­qui­li­na­tos en Bel­gra­no. Su po­bla­ción, si bien fue cre­cien­do de mo­do sos­te­ni­do, no lo hi­zo con el rit­mo ver­ti­gi­no­so de otros ba­rrios: en 1881 so­bre 6.054 ha­bi­tan­tes de to­do el par­ti­do, só­lo 3.387 vi­vían en la zo­na ur­ba­na, por lo que no se pro­du­jo ese fe­nó­me­no de ha­ci­na­mien­to que tan­ta alar­ma des­per­ta­ra en Wil­de y en Raw­son.

To­do es­te pró­lo­go ex­pli­ca por ­qué el tan­go en Bel­gra­no, en­tró por la úni­ca puer­ta po­si­ble, la del Ba­jo, acom­pa­ñan­do la vi­da de los studs, pe­ro le fue muy di­fí­cil fran­quear el lí­mi­te de la ba­rran­ca. En rea­li­dad, el pro­ce­so fue idén­ti­co al que se dio en Bue­nos Ai­res: el tan­go se ges­tó y na­ció en las ori­llas y des­pués de mu­cho an­dar pu­do arri­mar­se has­ta las lu­ces del cen­tro. La di­fe­ren­cia sus­tan­cial, es que en Bel­gra­no, aún cuan­do su­pe­ró el por­tal de las vías, el tan­go no en­con­tró re­duc­tos es­ta­bles si­no es­ce­na­rios oca­sio­na­les. Ca­bil­do no fue Co­rrien­tes.

Só­lo en los ca­fés, en las fon­das, en los bo­li­ches en tor­no del arro­yo Ve­ga —y hor­nea­dos en la clan­des­ti­ni­dad— se oye­ron los pri­me­ros des­plan­tes de aque­lla mú­si­ca bra­vía he­cha a pu­ra com­pa­dra­da y des­ca­ro. Jor­ge La­rro­ca con­fe­só en su li­bro En­tre cor­tes y api­la­das que no lo­gró es­ta­ble­cer si en al­gu­no hu­bo pal­qui­to pa­ra mu­si­can­tes co­mo en otros que­ri­dos rin­co­nes de es­ta Bue­nos Ai­res, aun­que sa­be­mos por Fé­lix Li­ma, que a una cua­dra del vie­jo Hi­pó­dro­mo Na­cio­nal, en Blan­den­gues y Blan­co En­ca­la­da, los sá­ba­dos se arrin­co­na­ban las me­sas y si­llas del chup­ping-hou­se y me­ta bai­le has­ta cla­rear.

De boliches, fondas y cafés

El Ba­jo Bel­gra­no tu­vo lu­ga­res de va­ria­da fa­ma, pe­ro nin­gu­no igua­ló en re­nom­bre a La Pa­pa Gros­sa, un sin­gu­lar es­ta­ble­ci­mien­to si­tua­do en la an­ti­gua Blan­den­gues y Eche­ve­rría que de­sa­pa­re­ció al pro­lon­gar­se la ave­ni­da del Li­ber­ta­dor.

En los pri­me­ros años del 1900, fren­te a La Pa­pa Gros­sa, ha­bía ins­ta­la­do una de sus Aca­de­mias pa­ra en­se­ñar bai­le de tan­go, un hom­bre le­gen­da­rio en­tre los bai­la­ri­nes: Jo­sé Ovi­dio Bian­quet, El Ca­cha­faz. Fun­cio­nó por po­co tiem­po; fue clau­su­ra­da a ins­tan­cias del en­tre­na­dor Vi­cen­te “Ta­pón” Fer­nán­dez, —el mis­mo que ha­bía si­do joc­key del crack Old Man— por­que los peo­nes de su stud po­nían más em­pe­ño en los cor­tes y fi­ru­le­tes que en la aten­ción de la ca­ba­lla­da.

Dis­cí­pu­lo de es­ta Aca­de­mia fue el mo­re­no Luis Ma­ría Can­te­ro, fa­mo­so va­rea­dor de aque­llos años, que por 1912 de­jó su ocu­pa­ción en los studs pa­ra con­sa­grar­se co­mo el ma­yor bai­la­rín del Ba­jo Bel­gra­no, co­no­ci­do des­de en­ton­ces, co­mo El Ne­gro Pa­vu­ra. En 1926 en su do­mi­ci­lio de Su­cre y Ar­ti­lle­ros, fun­dó el Dan­cing Bleu, don­de tam­bién im­par­tió cla­ses de tan­go. Des­pués se ubi­có en Ca­bil­do en­tre Ola­zá­bal y Blan­co En­ca­la­da con su com­pa­ñe­ra La Pe­ti, es­po­sa del com­po­si­tor Bru­no Gi­no­chio.

La Pa­pa Gros­sa era, co­mo di­je, un cu­rio­so es­ta­ble­ci­mien­to, pro­pie­dad de la fa­mi­lia Fe­rret­ti, que reu­nía en un mis­mo y am­plio lo­cal, el des­pa­cho de pa­pas y car­bón y un ge­ne­ro­so es­pa­cio pa­ra ju­gar a los nai­pes, ta­quear al bi­llar y to­mar ca­fé. Con los años, le agre­ga­ron una glo­rie­ta ba­jo la cual, en las no­ches de ve­ra­no, ac­tua­ban or­ques­tas de tan­go y pa­ya­do­res.
Allí can­ta­ron Ga­bi­no Ezei­za, Jo­sé Be­ti­not­ti, Pa­che­qui­to y Nés­tor Fe­ria en­tre mu­chos otros fa­mo­sos. Afir­ma Vic­tor Di San­to en su li­bro El can­to del pa­ya­dor en el cir­co crio­llo, que “…en el año 1909, Ig­na­cio Aguiar —apo­da­do el gu­rí can­tor—, can­tó de con­tra­pun­to con Hi­gi­nio Ca­zón en La Pa­pa Gros­sa de Blan­den­gues y Eche­ve­rría, es­tan­do pre­sen­tes Ezei­za, Be­ti­not­ti y Pa­che­qui­to pa­dre, acom­pa­ña­do de su hi­jo…” quien le re­la­tó la his­to­ria.

Se di­ce que tam­bién Gar­del can­tó allí al­gu­na no­che y aun­que de ello no hay tes­ti­mo­nio cier­to, tam­po­co pue­de ne­gar­se por­que, se­gún es sa­bi­do, Gar­del so­lía can­tar en cuan­ta reu­nión de ami­gos es­tu­vie­ra. Se sa­be, tam­bién, que en­tre las or­ques­tas es­tu­vo la de Pe­dro Maf­fia y en­tre los vi­si­tan­tes ilus­tres, la ne­gra de éba­no Jo­se­fi­na Ba­ker, cuan­do vi­no por pri­me­ra vez al país. Hay al­gu­na no­ti­cia de que se le ha­bría ar­ma­do un pal­qui­to y que la Ba­ker ha­bría ac­tua­do cu­bier­ta con una po­lle­ra he­cha con ba­na­nas.

Anéc­do­tas apar­te, eran ha­bi­túes de La Pa­pa Gros­sa los joc­keys Ire­neo Le­gui­sa­mo, Fe­li­ci­to So­la, Isa­be­li­no Díaz, los her­ma­nos Tor­te­ro­lo, el cui­da­dor Vi­cen­te Fer­nán­dez “Ta­pón” y de­más nom­bres fa­mo­sos del turf. Le­gui­sa­mo, el lá­ti­go más ilus­tre del Río de la Pla­ta, fue can­ta­do por Ma­rio Jor­ge De Le­llis:

Uno lo vio otra vez y lo vio otra
Lo sil­ba­ban bo­le­tos no pla­cé
lo fes­te­ja­ban gor­dos ga­na­do­res.
Se ena­mo­ró de él dis­co tras dis­co
aga­za­pa­da go­rra, mé­to­do lo­co
de en­trar con el pul­món a rien­da suel­ta
fí­si­co fá­cil fa­mi­liar
aga­llas, aga­cha­das, aga­rran­do
la vi­da co­do a co­do.

Por eso quie­re a Le­gui­sa­mo
mu­ñe­ca, pe­lo en pe­cho, co­ra­zón
lá­ti­go, ha­ma­ca, vis­ta, re­fu­si­lo.

El pa­ya­dor Aguiar, de ori­gen uru­gua­yo, vi­vió y mu­rió trá­gi­ca­men­te, por su pro­pia ma­no, en su ca­sa de la ca­lle Arri­be­ños y Ugar­te cuan­do só­lo te­nía 28 años de edad. Mu­chos pa­ya­do­res an­du­vie­ron por los ca­fés y bo­li­ches del Ba­jo, aun­que tam­bién so­lían pre­sen­tar­se en la So­cie­dad Ita­lia­na de So­co­rros Mu­tuos e Ins­truc­ción de Bel­gra­no, con se­de en Mol­des 2159 don­de, en­tre otros, can­ta­ron So­lís Gon­zá­lez, Juan Et­che­pa­re y el dúo Ar­güe­llo-Már­quez el 20 de agos­to de 1917.

El tango en el barrio de Belgrano - Parte 2

 El Ba­jo co­men­za­ba a cam­biar —pa­ra bien o pa­ra mal— pe­ro su in­flu­jo lle­ga­ba só­lo has­ta las vías del tren —lí­mi­te que Iñi­go Ca­rre­ra lla­mó con sin­gu­lar acier­to el Por­tal del Ba­jo— y que era la di­vi­so­ria inex­pug­na­ble en­tre uno y otro Bel­gra­no. Ba­rran­cas arri­ba, po­cos —na­die— an­he­la­ba cam­bios ur­ba­nos; Bel­gra­no de­bía se­guir sien­do el apa­ci­ble pa­seo de ca­lles ar­bo­la­das, man­sio­nes se­ño­ria­les y cos­tum­bres he­re­da­das de los ma­yo­res. Ma­nuel Con­for­te y Ri­car­do Tar­na­si re­su­men en sus li­bros Bel­gra­no anec­dó­ti­co y Bel­gra­no de an­ta­ño, las nos­tal­gias por la vi­da y el pai­sa­je que les bir­ló el pro­gre­so.

¡Ah los car­na­va­les de en­ton­ces; la ce­le­bra­ción de los cor­sos —pri­me­ro en la ca­lle La­va­lle, la úni­ca em­pe­dra­da (hoy Ju­ra­men­to), des­pués en la ca­lle Real (hoy Ca­bil­do)! Has­ta los jue­gos de esas fies­tas eran de­li­ca­dos y poé­ti­cos, con in­ter­cam­bio de flo­res, ver­sos, ser­pen­ti­nas y con­fi­tu­ras. En­ri­que Gar­cía Ve­llo­so de­jó un cla­ro re­la­to en su no­ve­la La ju­ga­do­ra de poc­ker cuan­do el pro­ta­go­nis­ta re­gre­sa del Ti­gre en au­to­mó­vil por la ca­lle Ca­bil­do, y las tan­tas mas­ca­ri­tas que se arre­mo­li­nan en­fren­te de él, lo obli­gan a de­te­ner su mar­cha y su­mar­se al cor­so.
La úni­ca tras­gre­sión —con­sen­ti­da por las au­to­ri­da­des den­tro de lí­mi­tes pu­do­ro­sos— eran las com­par­sas de ne­gros can­dom­be­ros que con­tor­nea­ban sus cuer­pos acom­pa­san­do las per­cu­sio­nes, aun­que no les es­ta­ban per­mi­ti­das las za­fa­du­rías de sus can­tos, que tan­to se ce­le­bra­ban en otros ba­rrios. Bel­gra­no era dis­tin­to.

El 25 de oc­tu­bre de 1881 se re­gis­tra la que, po­si­ble­men­te, sea la más an­ti­gua no­ti­cia vin­cu­la­da con el tan­go en Bel­gra­no. En esa fe­cha —ci­ta En­ri­que Ho­ra­cio Puc­cia— el en­ton­ces Pre­si­den­te de la Mu­ni­ci­pa­li­dad, D. Ra­fael Her­nán­dez, re­ci­bió una de­nun­cia de que en la ca­lle 25 de Ma­yo 192 (es de­cir Ca­bil­do en su an­ti­gua nu­me­ra­ción) se ha­bía abier­to un ca­fé y ca­sa de bai­le cu­yas due­ñas eran va­rias na­po­li­ta­nas. Allí —de­cía la de­nun­cia— se aten­ta­ba con­tra la mo­ral por el mo­do que las mu­je­res ob­ser­va­ban en el bai­le, a más de sus mis­mas due­ñas… Por su­pues­to el si­tio fue clau­su­ra­do.

La des­crip­ción es coin­ci­den­te con la de las Aca­de­mias, lu­ga­res de bai­les pú­bli­cos —re­gen­tea­dos por mo­re­nas o por ita­lia­nas— a los que con­cu­rrían mu­je­res de li­via­na re­pu­ta­ción, afec­tas a los des­bor­des y a la be­bi­da. En es­tos ám­bi­tos se ti­ra­ron los pri­me­ros cor­tes tan­gue­ros. Hu­go La­mas y En­ri­que Bin­da, dan por­me­no­ri­za­da no­ti­cia en su li­bro El tan­go en la so­cie­dad por­te­ña 1880-1920. De to­dos mo­dos no hay un cri­te­rio uná­ni­me. El doc­tor Fran­cis­co de Vey­ga, en su tra­ba­jo Los au­xi­lia­res de la de­lin­cuen­cia, pu­bli­ca­do ha­cia 1910, sos­tie­ne que las Aca­de­mias eran sim­ple­men­te ca­fés aten­di­dos por mu­je­res, don­de se to­ca­ba mú­si­ca, se be­bía acom­pa­ña­do por dul­ces es­ti­mu­lan­tes y se bai­la­ba, en­tre co­pa y co­pa, con la mis­ma ca­ma­re­ra. Es­ta ins­ti­tu­ción de ori­gen crio­llo, más tar­de fue ex­plo­ta­da por la in­mi­gra­ción ita­lia­na. León Be­na­rós opi­na, por el con­tra­rio, que las Aca­de­mias cum­plían la fun­ción de pros­tí­bu­lo.

Sea co­mo fue­re, es de ima­gi­nar en el Bel­gra­no de 1881, el re­vue­lo que hu­bo de cau­sar esa ca­sa de bai­le ad­mi­nis­tra­da y con­cu­rri­da por mu­je­res de li­via­na re­pu­ta­ción. ¿Y los hom­bres? Re­né Briand des­nu­da la hi­po­cre­sía de esos tiem­pos en sus ad­mi­ra­bles Cró­ni­cas del Tan­go Ale­gre.

En el Bel­gra­no de fi­nes del si­glo XIX no hay otras hue­llas tan­gi­bles del tan­go, sal­vo el per­mi­so otor­ga­do por la Mu­ni­ci­pa­li­dad pa­ra que en el Par­que 3 de Fe­bre­ro, de­pen­dien­te por en­ton­ces de la mis­ma, el se­ñor Eu­lo­gio Mu­ra­ña or­ga­ni­za­ra bai­les, pre­vio el pa­go del co­rres­pon­dien­te aran­cel. Y creo que es ex­pli­ca­ble. El tan­go —más allá de ocio­sas dis­cu­sio­nes— ger­mi­nó en los ba­rrios del mar­gen por­te­ño y se fue ma­ce­ran­do en bur­de­les y pe­rin­gun­di­nes. Bel­gra­no no co­no­ció es­te fe­nó­me­no. Tu­vo sus ca­fés y pul­pe­rías, pe­ro ca­re­ció de una zo­na ro­ja de bur­de­les co­mo el Pa­seo de Ju­lio, La Bo­ca, Ba­rra­cas, Nue­va Pom­pe­ya y otros ba­rrios de la ciu­dad. Ese ama­go de Aca­de­mia pron­ta­men­te so­fo­ca­do, de­bió des­va­ne­cer cual­quier otra ini­cia­ti­va si­mi­lar.

Ade­más exis­tía otro an­te­ce­den­te. El 8 de ma­yo de 1875, el Juez Paz Don Ser­van­do Xi­me­no, a ins­tan­cias de al­gu­nos ve­ci­nos, ha­bía dic­ta­do una re­gla­men­ta­ción so­bre bai­les pú­bli­cos. Los or­ga­ni­za­do­res de­bían, pre­vio a su rea­li­za­ción, so­li­ci­tar per­mi­so por es­cri­to, dan­do ra­zón de la du­ra­ción del bai­le. Asi­mis­mo de­bían pro­hi­bir el in­gre­so de me­no­res y de vi­gi­lan­tes y asu­mir la ple­na res­pon­sa­bi­li­dad por los even­tua­les des­ma­nes o ac­tos in­de­co­ro­sos que se pro­du­je­sen. Co­mo se ve, ha­bía mu­chas tra­bas pa­ra ar­mar una mi­lon­ga.

El 16 de ma­yo, es de­cir 8 días des­pués, apa­re­cie­ron en La Pren­sa de Bel­gra­no, unas dé­ci­mas de in­con­fun­di­ble es­ti­lo her­nan­dia­no —se­gún el de­cir de Al­ber­to Oc­ta­vio Cór­do­ba— con las que­jas de un vi­gi­lan­te que, en una lar­ga car­ta, le co­men­ta a su chi­na que­ri­da —ra­di­ca­da en Per­ga­mi­no—, su dis­gus­to por esa pro­hi­bi­ción:
Ya sa­bés, chi­na que­ri­da
que siem­pre nos ha gus­tao,
echar al­gún za­pa­teao
en la reu­nión más lu­ci­da.
Esa fue to­da la vi­da
nues­tro gus­to y pre­sun­ción.
Te di­go de co­ra­zón
que voy a lar­gar el em­pleo
por­que asi­gún ol­fa­teo
nos pri­van la di­ver­sión.

En esos tiem­pos de fi­nes del si­glo XIX al tan­go —que era pu­ro de­sen­fa­do— le re­sul­ta­ba im­po­si­ble tran­si­tar por los sen­de­ros de Bel­gra­no, pue­blo de cha­cras, quin­tas y pul­pe­rías.
En­ri­que Ma­rio Ma­yo­chi y Jor­ge Raúl Bus­se en Ca­fés de Bel­gra­no des­cri­ben las pul­pe­rías de Bel­gra­no co­mo muy mo­des­tas, no más que un ran­cho, con un in­te­rior des­cui­da­do, po­co lim­pio, do­ta­do de pre­ca­ria ilu­mi­na­ción ar­ti­fi­cial, con re­jas y mos­tra­do­res, con me­sas y ban­cos rús­ti­cos y ca­si se­gu­ra­men­te sin ven­ta­nas y con una so­la puer­ta por ra­zo­nes de se­gu­ri­dad. Allí el via­je­ro, se­gún la épo­ca del año, po­día re­fres­car­se con san­grías, vi­na­gra­das, na­ran­ja­das o ca­len­tar­se con vi­no o aguar­dien­te. Eran, co­mo se de­du­ce, lu­ga­res de pa­so, que tal vez con­vi­da­ban a la con­ver­sa­ción de un tru­co, al lan­ce de la ta­ba o a es­cu­char en si­len­cio, una mo­des­ta gui­ta­rra. Evi­den­te­men­te no era el am­bien­te pro­pi­cio pa­ra acu­nar al tan­go. Sue­le ci­tar­se a La Blan­quea­da co­mo la pul­pe­ría más fa­mo­sa, pe­ro tam­bién que­da­ron en la me­mo­ria de aque­llos años, las de Juan Pa­rien­te, Fran­cis­co Per­ti­né, Se­gun­do Ga­lle­gos y las co­no­ci­das co­mo Las Pa­lo­mi­tas, cer­ca del arro­yo Me­dra­no y La Fi­gu­ra en las ve­cin­da­des del cir­co de cua­dre­ras de la Cha­cra Ri­va­da­via de don Die­go Whi­te.

Al­ber­to Oc­ta­vio Cór­do­ba en su tra­ba­jo mo­no­grá­fi­co Cuan­do Mar­tín Fie­rro vi­vió en Bel­gra­no tra­zó es­ta sem­blan­za: La vi­da de los ve­ci­nos de aquel le­ja­no Bel­gra­no trans­cu­rría pa­cí­fi­ca­men­te, al ru­mor fe­cun­do de sus tra­ba­jos y al mo­nó­to­no chi­rriar de las ca­rre­tas que, con su an­dar eter­no cru­za­ban las ca­lles del pue­blo, pol­vo­rien­tas en ve­ra­no y ce­na­go­sas en in­vier­no, trans­por­tan­do con rum­bo a los mer­ca­dos de la ciu­dad, sus car­gas de fru­tas y ver­du­ras que traían des­de San Isi­dro y des­de más allá to­da­vía.

Si­mi­lar pin­tu­ra de­jó Fe­li­pe Yo­fre —di­pu­ta­do na­cio­nal que de­bió se­sio­nar en Bel­gra­no en ju­nio de 1880— en su li­bro El Con­gre­so de Bel­gra­no: …era en aquel tiem­po una al­dea, de ca­lles mal em­pe­dra­das, ba­rrien­tas y has­ta ce­na­go­sas­… sus ca­lles es­ta­ban siem­pre de­sier­tas­… rei­na­ba pues en Bel­gra­no una pro­fun­da cal­ma.


El tango en el barrio de Belgrano - Parte 1




La subida de la calle Mariscal Sucre en una postal de principios del siglo XX., C. 1905.

No só­lo en el Ba­jo se hi­zo tan­go, ni só­lo el Ba­jo dio ar­gu­men­tos pa­ra ellos. En las pá­gi­nas si­guien­tes ve­re­mos có­mo nues­tra mú­si­ca ciu­da­da­na cam­peó por sus fue­ros en to­da la geo­gra­fía de es­te ba­rrio por­te­ño.

Es­ta mis­ma re­vis­ta pu­bli­có, en di­ciem­bre de 2002, un ar­tí­cu­lo de mi au­to­ría so­bre el Ba­jo Bel­gra­no, con ob­vias re­fe­ren­cias a la his­to­ria del otro­ra pue­blo de Bel­gra­no. En una de las ci­tas re­cuer­do ha­ber afir­ma­do —y lo rei­te­ro aho­ra— que aun­que le­gal­men­te se lo in­te­gró al te­ji­do ur­ba­no de Bue­nos Ai­res (ley de 1887 y de­cre­to de 1888), Bel­gra­no go­zó, has­ta la dé­ca­da de 1950, de quie­tu­des pue­ble­ri­nas, co­mo si fue­ra un ba­rrio no con­ta­mi­na­do por las trans­for­ma­cio­nes ur­ba­nas y so­cia­les, ale­ja­do de los fe­bri­les acon­te­ci­mien­tos del res­to de la ciu­dad. Só­lo en los agi­ta­dos días del 80, cuan­do el al­za­mien­to de Te­je­dor, mien­tras la san­gre te­ñía las ca­lles de Ba­rra­cas y Los Co­rra­les, Bel­gra­no co­no­ci­ó las zo­zo­bras de la po­lí­ti­ca con el Go­bier­no Na­cio­nal ins­ta­la­do, pre­ci­sa­men­te, en el ám­bi­to de es­te ba­rrio.

Su­bra­yo el an­te­ce­den­te de mi otro tra­ba­jo, por­que en él tam­bién sos­tu­ve que por es­ta aje­ni­dad res­pec­to de la idio­sin­cra­sia por­te­ña, Bel­gra­no no fi­gu­ra en de­ma­sia­das pá­gi­nas de la li­te­ra­tu­ra po­pu­lar y só­lo el Ba­jo, co­mo si fue­ra una tie­rra au­tó­no­ma —zo­na te­ne­bro­sa pa­ra al­gu­nos— dio co­bi­jo en el en­tor­no de sus ba­ña­dos a una pro­le de se­res mar­gi­na­les que, a la pos­tre, pa­sa­ron de la le­yen­da ne­gra a las le­tras de los tan­gos a tra­vés del ce­da­zo de los studs.
Bel­gra­no —el Al­to Bel­gra­no— apa­re­ce en las obras de fic­ción siem­pre con un de­jo de nos­tal­gia. Eu­ge­nio Cam­ba­ce­res en su obra En la san­gre pin­ta las ago­bian­tes tar­des de es­tío cuan­do las fa­mi­lias bus­ca­ban el re­pa­ra­dor re­fu­gio de los som­bríos co­rre­do­res en las es­pa­cio­sas ca­sas. Hu­go Wast si­túa su no­ve­la Ciu­dad tur­bu­len­ta, ciu­dad ale­gre en un Bel­gra­no bu­có­li­co y som­no­lien­to y el mis­mo pai­sa­je evo­ca Ma­nuel Mu­ji­ca Lái­nez en Es­tam­pas de Bue­nos Ai­res.

El Ba­jo, en cam­bio, no ha lle­ga­do a la es­ce­na li­te­ra­ria, sal­vo en los bro­cha­zos cos­tum­bris­tas que de­jó Fé­lix Li­ma; en La pam­pa y su pa­sión de Gál­vez que por mo­men­to trans­cu­rre en las so­lea­das ca­lles del Ba­jo; en una ol­vi­da­da no­ve­la de Ma­rio Bra­vo ti­tu­la­da Hi­pó­dro­mo o en al­gún sai­ne­te co­mo Tan­gos, tun­gos y ton­gos de Car­los Mau­ri­cio Pa­che­co cu­yo tí­tu­lo nos ubi­ca, ine­quí­vo­ca­men­te, en la vi­da y en las tra­pi­son­das del turf. Tam­bién tra­ji­nó por esas la­ti­tu­des, Ca­mi­lo Ca­ne­ga­to, el pro­ta­go­nis­ta de Ro­sau­ra a las diez de Mar­cos De­ne­vi y, po­si­ble­men­te, al­gún otro per­so­na­je. Pe­ro no han si­do mu­chos más.

Aca­so, le­yen­do a Is­mael Bu­cich Es­co­bar en Vi­sio­nes de la Gran Al­dea, po­da­mos ur­dir­le una ex­pli­ca­ción a la au­sen­cia del tan­go en Bel­gra­no. El pue­blo de Bel­gra­no es­ta­ba se­pa­ra­do del res­to de la ciu­dad por ex­ten­sos cam­pos, cha­cras y po­tre­ros que con­for­ma­ban una ba­rre­ra in­fran­quea­ble pa­ra el tan­go que, cuan­to más, se aven­tu­ra­ba has­ta el ta­jo del Mal­do­na­do co­mo úl­ti­mo su­bur­bio de sus pri­me­ras an­dan­zas por el nor­te y el oes­te.

Al­go si­mi­lar ocu­rría ha­cia el sur, don­de el Ria­chue­lo le po­nía lí­mi­te al ba­rrio de Ba­rra­cas y, más allá de sus aguas, en tor­no de los sa­la­de­ros, gen­te dies­tra en el ma­ne­jo del cu­chi­llo al­za­ba sus ran­chos y lle­na­ba las no­ches con es­ti­los, tris­tes y vi­da­las. Ama­ro Giu­ra na­rra to­do es­to en Mi char­la de fo­gón, his­to­rias gau­chas de Ba­rra­cas al Sur, cuan­do no ha­bía tan­gos, allá por 1900.
De mo­do im­pen­sa­do se ha ido de­fi­nien­do una ini­cial geo­gra­fía tan­gue­ra con­te­ni­da en­tre dos aguas: el Mal­do­na­do por el nor­te y el oes­te; y el Ria­chue­lo por el Sur. Bue­nos Ai­res es una ciu­dad de tres pun­tos car­di­na­les.
El Ba­jo ofre­cía, con sus pre­ca­rios ran­che­ríos en cu­yo en­tor­no bu­llía in­ten­sa­men­te la vi­da de los studs y las no­ches de pen­den­cie­ros bo­li­ches. Si bien no tu­vo tai­tas fa­mo­sos, el Ba­jo acu­nó a Juan Mon­dio­la —hi­jo de la plu­ma de Ba­vio Es­quiú— quien pu­do de­cir emu­lan­do a los gua­pos de la Tie­rra del Fue­go:

Na­cí en un ba­rrio bu­rre­ro
por Olle­ros y Blan­den­gues
mis ba­be­ros fue­ron len­gues
con ini­cial Jo­ta Eme.

Tan re­le­ga­do de los re­par­tos de suer­tes he­chos por Ga­ray co­mo omi­ti­do de las dis­po­si­cio­nes del ac­ta fun­da­cio­nal del pue­blo, el Ba­jo Bel­gra­no era una zo­na des­po­bla­da y sal­va­je —en el de­cir de Gius­ti— que co­men­zó a co­brar vi­da e in­te­rés cuan­do se fun­dó el Hi­pó­dro­mo de Mon­roe y Con­gre­so —el lla­ma­do Hi­pó­dro­mo Na­cio­nal— por obra del en­tu­sias­mo de los vie­jos turf­men del Al­to. En­ton­ces se po­bló de ca­ba­lle­ri­zas, ca­fés, fon­das y bai­lon­gos de me­dio pe­lo. Des­pun­ta­ba la dé­ca­da de 1880 y los com­pa­ses iniciales de los pri­me­ros tan­gos ya es­ta­ban ins­crip­tos en el pen­ta­gra­ma del ai­re de la ciu­dad, tal co­mo lo di­jo con al­ta poe­sía Fer­nan­do Gui­bert.

martes, 6 de abril de 2021

"Historias de la Argentina secreta": Los vascos de Macachín, 1991


Macachín es un pueblo del sudeste de la provincia de La Pampa, cabecera del departamento de Atrucó, ubicado a 113 kilómetros de Santa Rosa y a 14 kilómetros de las Salinas Grandes. En esta emisión, “Historias de la Argentina secreta” rinde homenaje a la comunidad de inmigrantes que supo sentar las bases de esta localidad: la colectividad vasca. Con testimonios de varios de sus pobladores, este programa nos muestra algunas de sus principales actividades económicas -producción agropecuaria, industria láctea y explotación salitrera- y las costumbres que hacen a la vida cotidiana de este pueblo.

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Santiago del Estero - Parte 2

 Este informe fue la base para el dictamen de la Academia que afirma que el fundador fue Aguirre, y la fecha el 25 de julio de 1553. En este contexto, el 10 de noviembre de 1952 el gobierno provincial declara a través del decreto “A” N° 2.532 que el dictamen de la Academia Nacional de la Historia“pone fin al pleito histórico de la fundación de Santiago del Estero, hasta tanto aparezca el acta bautismal presumiblemente existente dadas las normas de rigor de la legislación indiana”. En el mismo se consagra “la magna celebración del IV Centenario de la ciudad de Santiago del Estero, estableciendo el 25 de julio de 1553, como fecha de su fundación, señalando al ilustre conquistador español, Don Francisco de Aguirre, como su fundador y, como precursores en las gestas históricas, a los hidalgos capitanes, Diego de Rojas y Juan Núñez de Prado”.

De este modo, en 1953 en el marco de los festejos por el IV Centenario de la Fundación de la Ciudad, se produjo la visita de Juan Domingo Perón a la provincia. El 29 de agosto, ante un colmado Teatro 25 de Mayo, Perón brindóel Discurso de Clausura del Primer Congreso Nacional de Historia Argentina con la participación de los historiadores Ricardo Levene (Presidente de la Academia Nacional de Historia) y Alfredo Gargaro (Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero), quienes legitimaron la fecha fundacional de la ciudad el 25 de julio de 1553 y a su fundador Francisco de Aguirre, basándose en las actas del cabildo santiagueño del 14 de abril de 1774 y del 21 de julio de 1779.

En lo esencial pareciera que Gárgaro y la Academia Nacional tenían razón puesto que los documentos rubricados por el escribano del Cabildo de Santiago del Estero en 1590 extractados de sus actas capitulares informaban que el 25 de julio de 1.553 Francisco de Aguirre “mudó esta Ciudad y le puso por nombre Santiago”. Sin embargo, para los nuñezpradistas mudar no significa fundar.

Lo cierto es que hacia 1556, la ciudad ya ocupaba su cuarto emplazamiento en terrenos del actual Parque Aguirre, su trazado era en damero de reducidas dimensiones con un radio de 700 metros aproximadamente, repartidos en manzanas divididas en cuatro solares que llegaban a sumar entre dos a tres cuadras alrededor de la plaza circundadas por un camino de ronda. La plaza habría estado ubicada en Alsina e Independencia y el Cabildo en Alsina y Olaechea.

En este trazado, la Plaza cumplió una doble función, por un lado servir de punto generador del esquema vial y por otro actuar como sede de las instituciones civiles y eclesiásticas: Cabildo (poder temporal) y la Iglesia (poder espiritual). Sin embargo, poco se puede decir de la fisonomía que tuvo la ciudad en sus comienzos porque no quedaron vestigios materiales. Se infiere que el asentamiento fue precario por causa de las inundaciones que arrasaban casi la totalidad de todo lo plantado en ella. Es decir que luego del traslado efectuado por Aguirre en 1553, la cuidad sufrió otros corriéndose siempre hacia el oeste.

Sobre este tema, el Alén Lascano sostiene que los antecedentes de la existencia de la primera catedral que se erigió en el actual territorio argentino se remontan a partir de 1565 en un lugar no preciso de la ciudad. Se conoce que fue erigida Catedral el 14 de Mayo de 1570 por Bula del Papa Pío V bajo la advocación de San Pedro y de San Pablo y que debió estar frente a la plaza principal pero se desconoce el lugar preciso de su asentamiento. Para el historiador Andrés Figueroa, la plaza y el edificio de la Catedral en su penúltimo traslado habrían estado en los terrenos que hoy ocupa el Teatro 25 de Mayo. Agrega, Orestes Di Lullo que en 1670 una nueva inundación obligó a mudarla hacia el lugar donde se encuentra actualmente. Lo cierto es que la llegada de Fray Francisco de Victoria en 1581 convertirá a esta iglesia matriz en la primera Catedral de la Argentina que en su dilatada historia atravesó abandono, traslados, incendios y terremotos que obligaron su reconstrucción en varias ocasiones. El emplazamiento del actual edificio en su asiento final y en su quinta reconstrucción fue en 1877 durante el gobierno de Don Manuel Taboada.

En este contexto, resulta interesante señalar que cuando llegaron los españoles a la región del Tucumán (hoy NOA), introdujeron desde el Perú y Chile semillas y animales necesarios para su subsistencia. La zona pronto comenzó a poblarse de caballos, vacunos, cerdos, cabras y gallinas. Las semillas fructificaron y se multiplicaron en plantaciones de trigo, vides, algodón y olivos. A ellos se sumaron los cultivos americanos como maíz, zapallos, porotos, etc. En tanto, los problemas de jurisdicción entre Chile y Perú concluyeron cuando el rey Felipe II por Real Cédula de 1.563 creó la Gobernación del Tucumán, dependiente en lo político del Virreinato del Perú y en lo judicial de la Audiencia de Charcas y cuya capital era Santiago del Estero. A partir de entonces se desarrolló una política fundacional con objetivos precisos:

 

Consolidar las fundaciones en el noroeste para una mejor unión con el Perú por Charcas.

Buscar una salida hacia el océano Atlántico que permitiera una comunicación más directa con España a través de la teoría de “Abrir puertas a la tierra”.

Es decir que las primeras ciudades, con Santiago ubicada en un punto estratégico, se convirtieron en centros del comercio local e interregional llevando adelante una economía de subsistencia que permitió, hacia fines del siglo XVI, la articulación de las primeras rutas:

 

Potosí – Jujuy – Tucumán – Santiago del Estero – Córdoba – Buenos Aires;

Asunción – Buenos Aires, por vía fluvial;

Chile-Mendoza

 

* Coordindora de la carrera de Licenciatura en Historia FHCSyS - Director de Patrimonio Cultural de Santiago del Estero / Docentes de la Facultad e Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud - Unse

https://www.unse.edu.ar/index.php/noticia-humanidades/3829-proceso-fundacional-de-santiago-del-estero-la-muy-noble-y-leal-ciudad


sábado, 3 de abril de 2021

Santiago del Estero - Parte 1

El Siglo XVI se caracterizó por la conquista y fundación de los primeros asentamientos urbanos que permitirían la colonización del actual territorio argentino.Fue la iniciativa de los conquistadores que penetraron en el país por el norte, oeste y este, concretando la fundación de ciudades, y a partir de ellas, el desarrollo político, económico, social y cultural de lo que posteriormente será la República Argentina.

El esquema regional argentino, comenzó a configurarse a partir de las primeras fundaciones hispánicas y posibilitó que cada ciudad fuera organizando el territorio aledaño. En torno a la PLAZA se concentraba el mayor porcentaje de población española, que decrecía hacia la periferia, sustituida por la mestiza, y que desaparecía finalmente con los barrios indios, que se situaban en un área intermedia entre el espacio urbano y el rural.

Así, se puede establecer que las ciudades fundadas por los españoles se erigieron en aquellos sitios que fueron centros de las civilizaciones indígenas o en espacios ya habitados por culturas menores. El centro más dinámico se ubicó en el noroeste, vinculado a la explotación metalífera del Perú. La consecuencia de este proceso fué la ocupación discontinua del espacio y su modelado en regiones poco extensas.

En este contexto, el historiador Luís Alén Lascano sostiene que Santiago nació de un proceso fundacional que se inició con las llamadas "entradas al Tucumán". Estas fueron tres: la primera de Diego de Almagro (1536), la segunda de Diego de Rojas (1543) que llegó a suelo santiagueño y fundó el Fuerte de Medellín de vida efímera y la tercera de Juan Núñez de Prado quien vino con el mandato de fundar ciudad. 

En virtud de ello, fundó la Ciudad del Barco a mediados de 1550 en territorio de la actual provincia de Tucumán. Sin embargo, la ciudad tuvo que ser trasladada por conflictos de jurisdicción con Chile estableciéndola en territorio salteño en 1551. Allí estuvo sólo un tiempo ya que por el acoso de los calchaquíes debió ser reubicada, esta vez en territorio santiagueño con el nombre de Ciudad del Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago en 1552. Estando allí surgió un nuevo conflicto con Chile, siendo esta vez Don Francisco de Aguirre quien tomó la ciudad y la trasladó nuevamente,un cuarto de legua hacia el noroeste, con el nombre de Santiago del Estero en 1553. 

Santiago del Estero recibió el título de Madre de Ciudades porque desde ella partieron las expediciones que fundaron las ciudades de Tucumán, Córdoba, Catamarca,La Rioja, Salta y Jujuy. Además, aquí se erigió la primera Diócesis con su primera Catedral y el primer instituto de Estudios Superiores que marcó el inicio de los estudios universitarios en el país. 

En 1.577 el rey Felipe II le otorgó el título de “Muy noble y leal ciudad” junto al Escudo de Armas que presenta un CASTILLO como emblema de fortaleza, tres VENERAS de la Orden de Santiago Apóstol en representación de las tres fundaciones que existían hasta ese momento (San Miguel, Esteco y Córdoba de la Nueva Andalucía) y un RÍO a sus pies correspondiente al Río Dulce.

La fundación de la ciudad, inició el debate acerca de cuándo y por quién fue fundada (sobre todo por la falta del acta fundacional), dividiendo a los intelectuales locales entre aquellos que sostenían la tesis aguirrista y quienes afirmaban que el fundador había sido Núñez del Prado en el año 1550, los nuñezpradistas. Sobre esta cuestión, Fray Eudoxio de Jesús Palacios sostuvo que la primitiva Ciudad del Barco “estuvo ubicada en la margen derecha del Río del Estero… zona cubierta por milenarios bosques de talas, algarrobos, piquillines, mistoles y chañares” y que fue fabricada con horcones, quinchas y techos de paja por lo que no hay vestigios materiales de ella. Respecto a este proceso, el historiador José Néstor Achával indicó que la fecha de la fundación de la Ciudad del Barco en su asiento de Tucumán fue el 24 de Junio del año 1550. Mientras que el 23 de Diciembre de 1553, es la fecha en que Francisco de Aguirre resolvió el tercer traslado a su cuarto asentamiento por los riesgos de crecida del río con el nombre de Santiago del Estero.

Para Achával, Palacios, Di Lullo y Alén Lascano entre otros historiadores santiagueños, Núñez de Prado fue el fundador legítimo de la ciudad y Aguirre el ejecutante de un simple traslado de las estructuras. Sin embargo, la Academia Nacional de la Historia por pedido del gobierno de la provincia con motivo de cumplir el IV° Centenario dictaminó que la ciudad de Santiago del Estero fue fundada por Francisco de Aguirre el 25 de julio de 1553, fecha en que actualmente se realiza la celebración de su aniversario y que es el día de Santiago Apóstol. En efecto, en julio de 1952, el entonces gobernador de la provincia Francisco Javier González solicitó a la Academia Nacional de la Historia que se manifieste sobre la fecha de fundación y el fundador de Santiago del Estero. Para ello se elevó el dictamen de la Comisión Especial presidida por el historiador Alfredo Gargaro y designada para la ocasión. 

En él se informaba que si bien es cierto que en 1550 Núñez del Prado funda la ciudad del Barco, la ciudad de Santiago del Estero constituía un “nuevo centro de civilización, llámese traslado o metamorfosis de los anteriores, era independiente de ellos y sometido a una jurisdicción distinta, inicia un nuevo período político, tiene nuevo ejido, nuevos vecinos, nuevas encomiendas. Al expulsar Aguirre a Núñez, al erigir una nueva ciudad, dándole otro nombre, abría una nueva era, a la que ya Núñez era ajeno”.