martes, 30 de abril de 2013

La historia del tango - 1949


Un compositor y una cantante de tango se enamoran, pero ella se une a otro hombre. Ambos triunfan por caminos separados, mientras el tango se hace muy popular. La vida los vuelve a reunir cuando sus hijos, cantantes de tango, también se enamoran.

lunes, 29 de abril de 2013

La cumparsita - 1947


Un periodista y cantante de tangos es enviado a la guerra y pierde la memoria. Película hecha para para el lucimiento como cantante de Hugo del Carril, con muchos tangos de la llamada Guardia Vieja, entonados por la característica voz de del Carril, en un desfile sin igual de la música porteña.

TRES HISTORIAS...UN RESULTADO.






Durante el siglo XIX, los vecinos de Navarro contaban con varios servicos de diligencias que unía a éste con la gran aldea de Buenos Aires y con pueblo y parajes vecinos.

En épocas en que los caminos eran sólo huellas, aquellas diligencias sirvieron al transporte de correspondencia, encomiendas y pasajeros, convirtiéndose en indispensables actores de desarrollo para los incipientes vecindarios afincados en el medio de la inhóspita pampa.

"LA PROTEGIDA" era una de aquellas compañias de diligencias, que en el siglo XIX trasnportaba sus cargas desde Buenos Aires a Navarro...

...Ya avanzado el siglo XX , a principios de la década del '70, en la ciudad de Navarro cerraba definitivamente el almacén de ramos generales del "Turco Emilio".

Este señero almacén, fundado en 1926 por el inmigrante sirio-libanés Abdul "Emilio" Mustafá, había cumplido un importante ciclo en la historia comercial de la comunidad, pero superado por nuevos pautas económicas cesó en su actividad, alquilando su edificio para sucesivos y diferentes emprendimientos comerciales....

...Coincidente con ese tiempo, un joven de -por entonces- 15 años, comienzó a interesarse por objetos antiguos y artículos de viejos almacenes y pulpería de su pueblo; iniciando así, una colección que perdura hasta estos días.

Hoy, estas tres historias independientes se conjugan y de la fusión de aquel viejo edificio del almacén del "Turco" Emilio más la copiosa colección lograda en más de 35 años por aquel jóven y el nombre de aquella legendaria diligencia surge a nosotros el "Almacén Museo LA PROTEGIDA" como un símbolo de buena combinación de Turismo, Gastronomía y Cultura regional.

http://www.laprotegida.com  

domingo, 28 de abril de 2013

Carlos GARDEL - Película Tango Bar


Tango Bar fue la última película filmada por Carlos Gardel. El rodaje se realizó en Long Island, Nueva York, en febrero de 1935, para la empresa Paramount Pictures. Contó, además de Gardel, con la actuación de Enrique de Rosas, Tito Lusiardo, Rosita Moreno y Manuel Peluffo, y fue dirigida por John Reinhardt. Las canciones interpretadas por Gardel fueron: Por una cabeza, Los ojos de mi moza, Lejana tierra mía y Arrabal amargo.

sábado, 27 de abril de 2013

Entrevista a Alfredo Palacios - parte 2


Cosa que no se logrará con una refinanciación de la deuda externa…
La decisión de refinanciar –responde rápidamente el Dr. Palacios- sólo pueden tomarla quienes buscan soluciones para el tiempo que dure su mandato; pero no es solución para el país…
¿No piensa que cada día nos comprometemos más con los organismos económico-financieros del imperialismo?
Ese es el gran peligro. Pues, con los convenios económicos el imperialismo desliza sus compromisos políticos y militares inaceptables.
Habrá que exigir su anulación…
La juventud se encargará de hacer trizas esos compromisos que dañan nuestra dignidad y nuestra soberanía.
Pero entretanto entorpecen nuestro desarrollo, nos encarecen la vida, no sueltan el petróleo, maniobran para quedarse o neutralizar aerolíneas y paralizar el progreso de los ferrocarriles…
Quiere decir que hay que luchar por el petróleo, por Aerolíneas por una moneda sana… Esta lucha se registra en el mundo entero. Somos, en Sudamérica, un episodio de esa contienda.
¿La ganaremos?
La ganará el pueblo.
¿No estaremos demasiado entrampados entonces?
El que vende, manda. Y nosotros estamos perdiendo absurdos prejuicios y en parte, apurados por la necesidad, hemos empezado a vender a todo el mundo. Me ha alegrado mucho esa venta de un millón de toneladas de trigo a China.
Se va a hacer trueque de petróleo crudo con la Unión Soviética, con el Japón…
Hay que vender. El que vende manda, dice el adagio.
¿Por qué no reanudar las relaciones y el comercio con Cuba?
He recibido cartas de Cuba. La economía de la isla es sólida. La inflación ha sido contenida. La cosecha de azúcar superará todas las previsiones. Los intentos de agresión a la isla han disminuido.
No contaban con la aprobación del pueblo norteamericano.
Como no cuenta con esa aprobación la guerra inicua del Vietnam, donde se bombardea con bombas de gelatina de nafta.
Por eso el presidente Johnson el lunes rechazaba airado la nota de 17 países que pedían negociación y el jueves se decidía, ante todo el país norteamericano, por “negociaciones incondicionales”.
Todo el mundo está contra esa agresión.
Doctor Palacios, lo dejo descansando.
Que triunfe Propósitos. El mundo encontrará el camino de la Paz. Nuestro país saldrá de sus dificultades.
El optimismo y la fuerza moral del gran tribuno argentino nos alienta en este duro oficio de batir el hierro en frío.

www.elhistoriador.com.ar

viernes, 26 de abril de 2013

Entrevista a Alfredo Palacios - parte 1


El 20 de abril de 1965 murió en Buenos Aires Alfredo L. Palacios. Abogado de los humildes y autor de leyes protectoras del trabajador, el niño y la mujer obrera, fue el primer diputado socialista de América Latina, elegido en 1904 por el barrio de La Boca. Desde entonces, no cejó en su actividad para amparar a las clases más desprotegidas, denunció actos de corrupción por parte de legisladores y ministros, apoyó el movimiento de reforma universitaria iniciado en Córdoba en 1918, se opuso al panamericanismo impulsado por Estados Unidos, reivindicó la soberanía argentina sobre Malvinas  y condenó las intervenciones a los países centroamericanos.

Pocos días antes de su muerte, este luchador infatigable ya octogenario que todavía ocupaba una banca en el Congreso Nacional como diputado expresaba su preocupación por lo que consideraba una falla no sólo de los integrantes de su partido, sino de los políticos argentinos en general: “no consideran en primer término el interés de la nación, sino el personal y partidario”. Advertía también lo que más tarde se convertiría en un pesado lastre, la deuda externa, al señalar el peligro de comprometerse con los organismos de crédito internacionales, y se manifestaba contra las agresiones estadounidenses a Vietnam.


“Nuestros hombres públicos no consideran en primer término el interés de la nación”, por Alfredo Palacios"

Conversando con Alfredo L. Palacios
El cronista ha tenido el raro privilegio de conversar a solas con el Dr. Alfredo L. Palacios. La acogida ha sido afectuosa y la conversación trascendente, por eso ha sido poco menos que imposible resistirse al imperativo del oficio. Y esta conversación con tan alta personalidad no puede quedar en los límites privados de una satisfacción personal: pertenece al lector.
El doctor Palacios se repone gradualmente de su última recaída. Su cabeza no ha perdido su fuerza varonil. No es un león vencido, sino en reposo. Se atusa el bigote blanco de su ancianidad, con un gesto juvenil. Pero su juventud intelectual está exenta de las injurias del tiempo y del artero ataque a la salud. Sus ojos se animan y brillan, sus manos esbozan al aire convincentes ademanes.
Me aburre estar en cama –dice mirando con cierta nostalgia el luminoso ventanal que da a la calle.
Pero… tanta gente amiga viene a visitarlo…
Me hacen más soportable este trance y siento agrado en recibir a los amigos pero los momentos más placenteros los vivo cuando me quedo solo y medito.
¿Puede saberse de qué tenor son esas meditaciones?
Analizo nuestras fallas políticas, las debilidades de nuestros hombres públicos y las de los partidos…
¿Y cuáles son las fallas principales?
No consideran en primer término el interés de la nación, sino el personal y partidario.
El mal viene de lejos…
Uno de estos días llegó a visitarme un político que estaba enojado con el presidente porque no “había calzado en ningún cargo”. ¿Se imagina? Me decía, el presidente quiere gobernar sin su partido. Tengo dos comités, he trabajado por su candidatura y aquí me tiene esperando que me llame.
Pero también, doctor Palacios, hay hombres que hacen honor a un partido…
Cuando pienso que dos partidos podrían poner a la nación en el lugar que le corresponde, contribuir a sanear sus finanzas…

jueves, 25 de abril de 2013

14 de abril de 1890: Se funda la Unión Internacional de los Países Americanos, llamada OEA desde 1948 - parte 2


Las Conferencias Internacionales Americanas se reunieron a intervalos variados hasta que, en 1970, fueron reemplazadas por los períodos de sesiones de la Asamblea General de la OEA, luego de que entrara en vigencia el Protocolo de Reformas a la Carta de la Organización de los Estados Americanos, adoptado en Buenos Aires. Además de las Conferencias, también se celebraron reuniones de ministros de relaciones exteriores y otras reuniones especializadas, como la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz y la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente. La primera, realizada en México en 1945, tuvo por objeto debatir actividades conjuntas a ser emprendidas por los Estados americanos en concordancia con las Naciones Unidas, que en ese entonces estaba en proceso de formación. Por su parte, la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, reunida en Río de Janeiro, Brasil, en 1947, luego de la Segunda Guerra Mundial y cuando comenzaba a gestarse la Guerra Fría, adoptó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, con el fin de asegurar la legítima defensa colectiva ante un eventual ataque de una potencia de otra región y decidir acciones conjuntas en caso de un conflicto entre dos Estados partes del Tratado.

Durante este período se adoptaron numerosos acuerdos que establecieron los principios básicos de lo que posteriormente sería la Organización de los Estados Americanos (OEA).

La OEA también se desempeña como secretaría de varias reuniones ministeriales, en particular de las reuniones de Ministros de Justicia, Trabajo, Ciencia y Tecnología y Educación de las Américas. En la actualidad la integran 35 países miembros.

Instituciones asociadas

Además de la Unión Panamericana, gradualmente se estableció un conjunto de instituciones con miras a facilitar la cooperación y emprender una importante labor en esferas específicas. A través de los años se crearon las siguientes instituciones: la Organización Panamericana de la Salud (1902) —que luego se transformó en la oficina regional de la futura Organización Mundial de la Salud—, el Comité Jurídico Interamericano (1906), el Instituto Interamericano del Niño (1927), la Comisión Interamericana de Mujeres (1928), el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1928), el Instituto Indigenista Interamericano (1940), el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (1942) y la Junta Interamericana de Defensa (1942). Después del establecimiento de la OEA, se crearon, entre otros, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas, la Comisión Interamericana de Telecomunicaciones, la Comisión Interamericana de Puertos y el Centro de Estudios de Justicia de las Américas. De esta manera se creó una red de instituciones internacionales regionales para fortalecer la cooperación entre los Estados americanos en una amplia variedad de temas de la agenda regional.





14 de abril de 1890: Se funda la Unión Internacional de los Países Americanos, llamada OEA desde 1948 - parte 1




Algunos historiadores remontan el origen del sistema interamericano al Congreso de Panamá, convocado por Simón Bolívar en 1826. Sin embargo, recién en 1889 los estados americanos decidieron reunirse de manera periódica y comenzar a forjar un sistema común de normas e instituciones. Entretanto, se celebraron conferencias y reuniones que intentaron dar origen al sistema, pero fue una invitación del gobierno de Estados Unidos la que desencadenó el proceso que ha continuado ininterrumpidamente nuestros días.

Con sede en Washington, DC (EE.UU), La Organización de los Estados Americanos (OEA), es una organización internacional panamericanista de ámbito Regional, con el objetivo de ser un foro político para el diálogo multilateral, integración y la toma de decisiones de ámbito americano creado en mayo de 1948. La declaración de la organización dice que trabaja para fortalecer la paz y seguridad, consolidar la democracia, promover los derechos humanos, apoyar el desarrollo social y económico y promover el crecimiento sostenible en América. En su accionar busca construir relaciones más fuertes entre las naciones y los pueblos del continente. Los idiomas oficiales de la organización son el castellano, el portugués, el inglés y el francés. Sus siglas en castellano son OEA y en inglés OAS (Organization of American States).

La Primera Conferencia Internacional Americana tuvo lugar en Washington, D.C., del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890, con el objeto de discutir y recomendar a los respectivos Gobiernos la adopción de un plan de arbitraje para el arreglo de los desacuerdos y cuestiones que puedan en un futuro, suscitarse entre ellos, así como también para tratar asuntos relacionados con el incremento del tráfico comercial y de los medios de comunicación directa entre dichos países; fomentar aquellas relaciones comerciales recíprocas que sean provechosas para todos y asegurar mercados más amplios para los productos de cada uno de los referidos países.

Dieciocho estados americanos participaron de esta conferencia, en la que se acordó establecer una Unión Internacional de Repúblicas Americanas, con sede en Washington, D.C., “por medio de la cual se pueda obtener la pronta y exacta publicación, a costa y en provecho común, de datos comerciales importantes”.

Posteriormente, la Unión Internacional de Repúblicas Americanas se transformaría en la Unión Panamericana y, por último, cuando se ampliaron sus funciones, en la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos.

Esta conferencia también sentó las bases de lo que luego sería el sistema interamericano: inquietudes comerciales tendientes a lograr una mayor integración, inquietudes jurídicas por el fortalecimiento de los lazos entre el Estado y el sector privado en un entorno pacífico de cooperación y seguridad regional, y el establecimiento de instituciones especializadas en diferentes esferas.


 

miércoles, 24 de abril de 2013

Día del Panamericano - 14 de abril de 1890



En 1890 se creó la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, producto de la Primera Conferencia de Estados Americanos reunida en Washington. En 1910 esta misma agrupación se convirtió en Unión Panamericana y en 1948 adoptó el nombre de Organización de los Estados Americanos (O. E. A.) Esta Organización seleccionó el día 14 de abril de cada año para conmemorar el Día del Panamericanismo que se celebra en Venezuela, por Decreto Presidencial, desde 1930.

"En todo el Continente Americano se celebra este día. El objetivo de esta fiesta es exaltar los ideales y relaciones de hermandad que deben existir entre todos los pueblos de América.

Como miembros de un mismo Continente debemos estrechar nuestras relaciones, ya que en la medida que logremos coordinar acciones y actividades en conjunto, cooperando con espíritu fraterno unos con otros, podremos superarnos y engrandecer nuestras naciones y nuestro Continente.

En Venezuela, desde los inicios de la Primera República, el ideal Panamericano estuvo siempre en el corazón de nuestros Libertadores. Ya en nuestra primera constitución se sostenía que cualquier persona nacida en el Continente Colombiano (nombre dado al Continente Americano por Miranda) podía ser gobernante de Venezuela. La fraternidad de los pueblos americanos constituía para Miranda una meta, un ideal, un destino inamovible. En 1811 el panamericanismo formaba parte del deseo general de los venezolanos, deseo cimentado en la búsqueda de la Unidad y de la Universalidad, deseo consagrado en la estrofa trina de nuestro Himno Nacional:
"Unida con lazos que el cielo formó, la América toda existe en Nación...".

Evolución del panamericanismo

Si bien inicialmente el propósito de liberalizar el intercambio comercial no se dio, sí se extendió la colaboración a una serie de áreas como la salud (Organización Panamericana de la Salud), geografía e historia (Instituto Panamericano de Geografía e Historia), derechos y cuidados de la infancia (Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia), derechos de la mujer (Comisión Interamericana de Mujeres), políticas indígenas (Instituto Indigenista Interamericano), agricultura (Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas) defensa continental colectiva (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), ayuda económica (Banco Interamericano de Desarrollo) y derechos humanos (Corte Interamericana de Derechos Humanos), obras de infraestructura (Carretera Panamericana) y deportiva (Organización Deportiva Panamericana).

Así como una serie de preceptos diplomáticos y políticos en las relaciones entre los países, no siempre respetados o cumplidos como los siguientes: el arbitraje entre las partes, solución pacífica de los conflictos, la no intervención, igualdad de los estados en los organismos que integran y entre sus relaciones, decisiones por medio de resoluciones aprobadas por la mayoría. Así como el reconocimiento del asilo diplomático, la redacción del Código Bustamente (o Código de Derecho Internacional Privado), el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, la Convención Americana sobre Derechos Humanos junto con sus protocolos y convenciones asociadas y la Carta Democrática Interamericana).


López Blanco, Raiza. Laminario histórico de Venezuela. Caracas: Representaciones Loga, 1990. -- P.38

martes, 23 de abril de 2013

Subteniente del batallón de Cántabros


Santiago de Liniers otorga a Hipólito Velazco el nombramiento como subteniente del Batallón de Cántabros. 
Buenos Aires, 16 de septiembre de 1808. 

Transcripción:

"Por cuanto en atención al mérito, servicios, y circunstancias del distinguido del Batallón de Cántabros Don Hipólito Velazco he venido en conferirle grado de Subteniente, concediéndole las gracias, exenciones, y prerrogativas, que por este título le corresponde, y con opción a la primera vacante, por tanto ordena y manda, se le haya, tenga y reconozca por tal subteniente graduado, para lo cual le hice expedir el presente Despacho firmado de mi mano, sellado con el sello de mis armas, y refrendado del secretario por (…) Virreinato. Dado en Buenos Aires, a dieciséis días de septiembre de mil ochocientos ocho.

Santiago de Liniers

Vuestra Excelencia concede grado de subteniente con opción a la primera vacante, al distinguido del Batallón de Cántabros, Don Hipólito Velazco."




Documento Escrito. Casavalle. Legajo 2307.
Archivo General de la Nación

domingo, 21 de abril de 2013

En la época del Remington - parte 2


El racionamiento lo constituía un puñado de harina, que cada cual amasaba en las caronas, y que luego cocía en el rescoldo.  Del arroz y de la sal no quedaba siquiera el recuerdo, y el que hallaba en las maletas una cebadura de yerba, y en el bolsillo tabaco para hacer un cigarrillo, era el hombre del día.
Nos daban también carne: ¡pero qué carne!  Dentro del campamento habían quedado alrededor de ciento veinte caballos de los jefes, de los ayudantes y de la proveeduría.  Esos animales, puestos bajo segura custodia, se nos fueron entregando a razón de uno por día y por cuerpo.  Al principio, aún rendían los matungos; pero cuando, faltos de alimento y llenos de mataduras, iban transformándose en esqueletos, no sólo llegaron a ser una miseria, como cantidad, sino también a constituir un peligro para la salud.  Mi regimiento tenía para racionar 20 jefes y oficiales, 324 de tropa y 90 familias.  Y para todos ellos un mancarrón escuálido, sin sangre, que no era preciso matar a cuchillo: bastaba empujarlo para que muriese.
Mientras tanto, sin poderlas salvar, ni siquiera utilizar para el racionamiento, las caballadas de la división y el ganado del proveedor, -más de 6.000 cabezas- se ahogaban casi a nuestra vista, ofreciéndonos, anticipadamente, el horrible espectáculo de lo que el destino nos reservaba.
Sin embargo, no hubo en aquella tropa un solo desfallecimiento ni un gesto de contrariedad.
Desde la diana a la puesta del sol se hacía ejercicio, se cubrían las guardias, se daba academia de clases y oficiales y, al llegar la noche, aquellos hombres, a los cuales ninguna fatiga era capaz de rendir, bailaban alegremente al compás de las bandas, hasta que el toque de silencio los obligaba al sueño y al descanso.
Cierta mañana se oyó de pronto, a lo lejos, una descarga de fusilería, a la que siguieron otras dos, con breves intervalos.
- ¡Ahí está, -exclamó el coronel Villegas, saliendo pálido de ira de su rancho- ahí está ese comandante Wintter, requiriendo auxilio, porque se le han debido humedecer las medias.  ¡Qué cuatro tiros está necesitando para curarse del asma!
Y llamando a su ayudante de campo, le dijo: Vaya usted a los cuerpos y ordene que toquen dianas.  El comandante Wintter anuncia que el río está bajando y que su regimiento ha podido seguir camino.
Qué injusto fue en aquel momento mi coronel.
El comandante Wintter, que no podía conocer ni sospechar siquiera nuestra situación, pedía auxilio, en efecto.
Sorprendido él también, y cercado por la inundación, se había refugiado en una loma que el agua iba alcanzando hasta no dejar espacio para que estuviera en seco la mitad del regimiento.  Las defensas ya no defendían nada; no había qué comer, se carecía de leña para hacer fuego, y, para colmo, la viruela diezmaba la gente.
Un poco más y la división entera hubiera sucumbido allí, en medio de la desesperación más espantosa.
Por suerte, la providencia tuvo compasión de aquellos bravos y el río, después de una pausa, inició la retirada de sus aguas.
A principios de agosto vimos surgir, a manera de salvadores islotes, la jiba de algunos albardones, y el 6 por la tarde quedó resuelta la evacuación del campamento.  El agua había desaparecido casi por completo del valle; pero el campo, convertido en un fangal, no permitía dar un paso sin hundirse los hombres hasta la cintura.
Antes de amanecer el día 7, los cuerpos estaban listos para marchar; no debían llevarse más que las armas y la munición, dejando las monturas, cuyo peso habría agotado, a poco andar, la resistencia de aquella tropa extenuada por las privaciones y las fatigas de tan largo asedio.
En los primeros momentos el desfile se hizo con relativa facilidad, porque el suelo, endurecido por la helada de la noche anterior, conservaba alguna consistencia; pero más tarde, cuando la escarcha desapareció barrida por el viento, el avance se convirtió en angustioso tormento.  Dábamos un paso y la pierna se metía hasta la rodilla, dejando la bota aprisionada en el fango.  Haciendo milagros acrobáticos para sacarla y calzarla nuevamente, avanzábamos con lentitud de tortugas.  De esta suerte, y después de catorce o quince horas de esfuerzos, lograron los primeros soldados alcanzar el terreno firme, donde encontraron leña para encender fogatas, que servían de faro a los rezagados, y que mantenían en los más débiles la energía que empezaba a decaer.
Al día siguiente, los cuerpos pudieron reunir los hombres que iban llegando hambrientos, ateridos de frío, deshechos los pies por las espinas, desnudos; pero eso sí, sin haber perdido un cartucho del pesado porta-munición, ni dejado en el camino un botón del correaje.
Las pobres mujeres, cargadas con sendos atados de pilchas, tironeadas por el enjambre de cachorros que se les prendían de la arremangada pollera, fueron incorporándose a las tropas, penosa pero bravamente, y momentos después ardía el chañar en los fogones, a cuya luz centenares de parejas zapateaban los más alegres y retozones gatos de la coreografía criolla.
Un poco más adelante, pero ya en contacto con nosotros, estaban, el comisario que nos llevaba dinero, Kincaid con sus novillos gordos, las carretas de los pulperos cargadas con yerba, con azúcar, con frascos de ginebra para los hombres, con botellas de hesperidina y de menta para el bello sexo.
De las miserias y del peligro pasado, ni sensación ni recuerdo.  Aquellos bravos milicos no sabían pensar más que en la grandeza de la patria y en las glorias del regimiento.

En la época del Remington - parte 1


La expedición al río Negro, llevada a efecto por el Ministro de Guerra, general Julio Argentino Roca, había terminado en mayo de 1879 con singular fortuna, y las tropas que tomaron parte en esa operación se disponían a echar los cimientos del pueblo Avellaneda, en uno de los parajes más pintorescos de aquella región de ensueño.  Los ingenieros que asesoraban al comando en jefe eligieron el terreno, trazaron las calles de la futura gran ciudad, señalaron la ubicación de los cuarteles, delinearon solares, proyectaron monumentos y volvieron a la capital, satisfechos de su labor y orgullosos de la obra que dejaban esbozada en la cartulina de los dibujantes.
Al cabo de dos semanas el campamento estaba transformado: en el sitio de las carpas se alzaban amplias y cómodas cabañas, al abrigo de las cuales podrían atenuarse las inclemencias del invierno.
Y se anunciaba la llegada del comisario pagador, que llevaba dos meses de sueldo a cuenta de los tres años y pico que se debían al ejército; y ya se decía, también, que las carretas de la proveeduría estaban a pocas jornadas de distancia, colmadas de víveres y de vicios de entretenimiento.  Los hermanos Kincaid, audaces pobladores de la Guardia Mitre, se acercaban con un respetable arreo de novillos cuya carne, gorda y sabrosa, reemplazaría la tumba flaca y mal sana del contratista oficial.  La esperanza llenaba de ilusión a todos los espíritus, y el contento general se reflejaba en todos los semblantes.
La división, -que después del regreso del general Roca, había quedado al mando del coronel Conrado E. Villegas, se componía de los siguientes cuerpos: Infantería, 1º (Patricios), al mando del coronel Teodoro García; 2º al del teniente coronel Benjamín Moritan; 6º al del teniente coronel Manuel Fernández Oro.  Caballería, 1º, mandado por el coronel Manuel J. Campos; 3º, por el teniente coronel Germán Sosa; 5º por el teniente coronel Lorenzo Wintter; 11º por el teniente coronel Marcial Nadal.  Artillería; una sección, de la que era jefe el mayor Julián Voilajusson.
En total: 3.000 hombres, contados los jefes, los oficiales, el personal de las comandancias, los peones, los vivanderos, etc.  A esto, agréguese alrededor de 1.000 mujeres y niños que seguían al ejército en sus campañas, y que, con él, participaban de las glorias, de las miserias, de los triunfos, de los dolores y del olvido.
En los primeros días de julio, fue enviado el regimiento 5º de caballería a fundar lo que es ahora el pueblo Roca.
Un día, el 16 o el 17 de julio se notó, sin que el hecho produjera alarma, que el río empezaba a crecer rápidamente.  Los zanjones que atravesaban el valle fueron llenándose de agua, dejándonos entre el río y las barrancas, hasta que, de pronto, y a consecuencia de una avenida extraordinaria, quedamos completamente cercados.
A la espalda y a los flancos teníamos el río, cada vez más crecido e impetuoso, mientras que al frente, en una extensión mayor de dos leguas, se expandía la inundación, bajo la cual desaparecían los montes de chañar y los matorrales de jarilla.
Entonces empezamos a trabajar en la defensa.  El peligro de ser alcanzados por el agua estaba en el frente, y allí se construyó un parapeto que era necesario reforzar a cada instante, no sin ceder terreno a la creciente.  Allí estábamos, pues, amontonados, sin provisiones, sin abrigo, sin medicamentos, llenos de enfermos, en una miseria cuyo recuerdo trae al espíritu la terrible sensación de aquellas horas inolvidables.
Obligados por el frío, quemamos la madera de las cabañas; y deshecha la ropa por las intemperies, fuimos quedando poco menos que desnudos.

sábado, 20 de abril de 2013

El músico preferido de Rosas - parte 3


Y poniéndose en postura y alzando la mirada, como si implorase en ella a sus dioses penates, produjo una escala “brava” y la emprendió en seguida con un solo de flautín.  Y fue tan del agrado del excelentísimo señor y aun de don Eusebio de la Santa Federación que acudido había y seguía con gesticulaciones payasescas aquellas notas “chillonas”, que, inmediatamente, don Francisco quedó nombrado “músico mayor de Palermo”, con la obligación de formar la referida banda militar que serviría de retreta y para dar conciertos en el histórico puente del lago, donde atracaba el famoso vaporcito de ruedas.
Pues manos a la obra, -se dijo don Francisco, satisfecho de su suerte y de lo bien que lo había tratado su excelencia, para añadir, en el colmo de su gozo-  ¡Si ya decía yo que no era tan fiero el león como lo pintan!
Y en un periquete, a este quiero y a aquel desahucio, formó su banda marcial con los más hábiles cornetas que en Palermo había.
Y, fue una tarde, de verano por más señas, en que, adiestrados ya sus discípulos “magistralmente”, se dispuso, rebosante de orgullosa vanidad, darle a su excelencia “la gran sorpresa del siglo”.  Así, pues, se dirigió cautelosamente, muy cautelosamente, a las habitaciones en que su excelencia solía recibirlo cuando estaba de buen humor.
- Ya verán, ya verán –iba diciendo “in mente”- como se pone el “Héroe del Desierto” cuando oiga….
Y engolfado en la prematura satisfacción que la agradable sorpresa les produciría a cuantos le oyeran “su banda”, aquí entro y allí salgo, logró por fin, dar con una puerta tras la cual le pareció oír la voz de su excelencia.  Abre, y… efectivamente, El Restaurador allí estaba, en aquella habitación, conversando familiarmente, “muy familiarmente, -añadía don Francisco- con una hermosa dama.
- ¡Eh! –le gritó Rosas al verlo, frunciendo el seño.
- ¿Cómo se atreve? ¿Qué quiere?  -clavando en él la mirada terriblemente fría de sus ojos azules.
- Pues… -articuló don Francisco, tartamudeando y temblando como perro chino en invierno-, ¡nada señor!… Es que la banda… Sí, señor, la banda ya está dispuesta esperando a que su excelencia quiera…  -y salió de allí a todo escape, gesticulando, accionando y murmurando: ¡Me fusila!….. lo he leído en su actitud…  El león es más fiero de lo que lo pintan-.  Y aquí caigo y allí me levanto, llegó al puente, en el que, firme, lo esperaba su banda de cornetas.
- Atención, muchachos –les gritó con las voz trémula y ademanes descompasados de mando-  Atención, he dicho –añadió, enarbolando su diminuto instrumento a guisa de batuta-  ¡Vamos, que ya vino su excelencia!  A ver, tres por cuatro… El minué nacional.  ¡Mucho cuidado!  ¡Mucho cuidado!
Y señalando el compás con el referido instrumento, la emprendió con su flautín “dale que dale”, cuando vio venir a su excelencia, acompañado de Manuelita y otras damas; de los representantes del cuerpo diplomático francés –con los que su excelencia acababa de ajustar el tratado de paz-; el ministro Arana; oficiales de guardia y otras personas que, a distancia respetuosa, prestaban curiosa atención, como aquéllos, a las bien combinadas y ejecutadas armonías de la banda, que tocaba la pieza favorita de Rosas, como nunca se había oído en Palermo.
“En aquel momento, -decía el viejo músico- deseaba que me tragase la tierra.  Yo hacía cuanto me era dable para pasar desapercibido, escondiéndome detrás de los muchachos y repitiendo “in mente” mientras soplaba en mi instrumento: Me fusila…  ¡No hay más que me fusila! Cuando oigo la voz de Rosas que me llama: “¡Maestro!”, sonando en mis oídos como si fuera la trompeta de Jericó.  Había llegado el momento terrible de castigar mi indiscreción, mi imperdonable imprudencia, y no me atrevía a moverme cuando su excelencia gritó, imperativo: “¡Cese la música!”.  La música cesó con sorpresa para todos, y “¡Maestro!” volvió a repetir su excelencia, llamándome impaciente….  Ya no había escapatoria: cuando menos, cuando menos, doscientos azotes en….. Santos Lugares.
- ¿A mí señor? –le pregunté, más muerto que vivo.
- Sí, a usted –me contestó, riendo de una manera para mí incomprensible-, a usted, “el del pitito”.
“No había más remedio que acudir, y así lo hice, cabizbajo, resignado como carnero que llevan al matadero, con cara de espectro y mi instrumento “en la diestra temblorosa”.
- Vea – me dijo aquel hombre imponente, cuando me tuvo a su lado-, usted merece….
- Perdón excelentísimo –balbuceé, sin dejar que concluyera-.  ¡Yo no he visto nada!… ¡Son visiones… -gemí, desolado.
- ¡Está usted loco, señor músico! –exclamó su excelencia, para añadir-  ¡Qué perdón ni que visiones!… Merece usted, según la opinión de todos, por lo bien que ha organizado la banda, un premio.
- ¡Un premio, señor!… ¡Excelentísimo señor…  -dije, creyendo que soñaba.
- Sí, pues, -recalcó Rosas- tome -añadió, mostrándome una reluciente onza con su busto.
- Y yo –repuso don Eusebio de la Santa Federación, solemnemente vestido de mariscal-, te condecoro, porque ya lo mereces, con nuestra sagrada divisa. -poniéndome en el ojal el cintillo rojo, añadiendo-  A ver gallego de Cádiz, repite conmigo: ¡Viva la Santa Federación!  ¡Mueran los salvajes unitarios!
- Con que… una onza! –balbuceé, asombrado peripatéticamente, después de repetir la leyenda, no acertando a tomar la recompensa a mis desvelos, mientras don Eusebio, con sus gesticulaciones ridículamente graves e irónicas, me condecoraba-  ¡Cuánta bondad, excelentísimo señor!….  Y yo que creía…
- No creas nada, desgraciado.  –me dijo el bufón de Palermo-  Ni lo que veas con tus propios ojos, ni lo que palpes con tus propias manos, porque todo te saldrá al revés.
- ¡Siga la música! –ordenó su excelencia cuando yo, tomando y besando fervorosamente la aurífera moneda, volví a mi banda repitiendo “in pecto”: Si, bien dice el refrán que no es tan fiero el león como lo pintan
“Y ya en el puente, aturdido, pasmado, asombrado, no pudiendo contener los impulsos de mi conmoción infinita, me dirigí a mis subordinados y barbotando las palabras, les dije: Muchachos, griten conmigo: ¡Viva el excelentísimo general don Juan Manuel de Rosas!  ¡Viva!, ¡Viva el Héroe del Desierto y Gran Restaurador de las leyes!  ¡Viva!  ¡Federación o Muerte!
“Y los cornetas terminaron el estribillo: ¡Mueran los salvajes unitarios!  En tanto, mientras su excelencia y la compañía tomaban asiento en el vaporcito de ruedas que empezó a “navegar” en el estrecho y corto lago a los acordes de mí banda, descollaban deliciosamente, las notas agudas de mi pitito”.
Nota: Francisco Gambín, músico compositor, director de la banda de cornetas de Palermo, en 1840, empresario de teatros, casi hasta su muerte, ocurrida a muy avanzada edad, daba lecciones de piano y composición.  La fotografía que ilustra el artículo fue tomada cuando contaba con 101 años de edad.

El músico preferido de Rosas - parte 2



Y bastó que se hiciera anunciar por el otro Pedro (Regalado Rodríguez), secretario escribiente de su excelencia, como portador de la referida misiva del general Oribe, para que, sin más trámite, fuera introducido a la presencia del Restaurador de las Leyes, el que, después de observarlo, de medirlo de arriba abajo, y de leer detenidamente la carta de su aliado, le preguntó, sin más preámbulo:
- ¿Usted es gallego?
- No, señor, -le contestó don Francisco, sonriendo maliciosamente- soy nativo de Cádiz.
- Bueno, -afirmó Rosas, impaciente- gallego de Cádiz.
- No, señor, -le retrucó nuestro hombre, achacando a ignorancia geográfica la afirmación de su excelencia- andaluz de Cádiz.
- ¿Y por qué usa la divisa? –le preguntó Rosas, que seguía observándolo, sin hacer caso de la rectificación.
- ¡La divisa! –exclamó don Francisco, palideciendo ante aquella mirada escrutadora-  Uso la divisa porque…. –agregó tartamudeando, sin hallar en su solfa una nota que armonizara con la pregunta.
- Esa divisa, -le dijo entonces Rosas, con un fruncimiento de cejas que más lo estremeciera-, no la usan los gallegos si no son federales probados, ¿entiende?, y usted ha de ser uno de tantos que por adulonería se la ponen.  Sáquesela no más y espere a que yo se lo ordene para ponérsela…  En fin, ¿qué quiere? –volvió a preguntarle bruscamente.
- Pues yo he venido, excelentísimo señor, porque se me ha dicho que su excelencia desea que le formen una banda militar y yo podría…
- ¿Quién se lo ha dicho?
- Ultimamente el coronel Ximeno.
- ¿Usted es músico?
- Si, excelentísimo señor.
- ¿Y qué instrumento toca?
- Puedo decir que casi todos, excelentísimo señor, mal que bien; pero, mi especialidad es la flauta aguda -añadió don Francisco, con cierto tufillo pedantesco.
- ¡Aguda! –exclamó Rosas sorprendido-, ¡Flauta aguda!… ¿Qué instrumento es ese? –preguntó, como si extrañara el denominativo.
- Este, excelentísimo señor. -repuso el músico, quien, por lo que pudiera ocurrir o “por lo que potes contingere”, como él decía, lo llevaba en el bolsillo, y desenfundó un diminuto instrumento de ébano con varios agujeritos.
Rosas se lo tomó, hizo como si lo examinara prolijamente y devolviéndoselo:
- ¿Luego lo que usted toca es un pito? –le preguntó.
- Flauta aguda, excelentísimo señor…. –replicó don Francisco- Flauta aguda, -repitió- a que algunos dan, impropiamente, el nombre de pífano.
- No jorobe, amigo –le contestó Rosas, tomando de nuevo el instrumento y haciendo que lo examinaba más detenidamente-  Este es un  pito -y soplando en el primer agujero produjo una nota chillona, para añadir en seguida-  ¿No ve que es un pito?
Don Francisco quiso protestar de nuevo; pero se contuvo porque con “aquel hombre” no había discusión posible.  (Después supo que se lo había estado “fumando”).  Por otra parte, fuera pito o fuera flauta, -flauta o pito- nada le importaba con tal de conseguir un objeto.
- Bueno, excelentísimo señor, será pito, -contestó transigiendo-  En Europa y en algunas partes de América, -añadió, con cierta importancia comunicativa- ese… instrumento es indispensable en las bandas.  No hay banda que no la tenga ya.
- A ver, toque –le insinuó Rosas, devolviéndoselo.
- ¡Solo, señor! –exclamó don Francisco-  No se acostumbra.
- ¿Y a mí que me importa que no se acostumbre? –le replicó Rosas impaciente-  A ver, ¡toque!… ¿o es que no sabe?
- ¡Que no se! –volvió a exclamar don Francisco, indignado por lo que él consideraba de las mayores ofensas que pudieran hacerle.  (Decirle a él, a don Francisco Gambín, que no sabía tocar su instrumento favorito….¡No faltaba más!)-  Pues bien, excelentísimo señor, -barbotó, en un suspiro de conmoción profunda-  por complaceros allá va y… perdonad sus muchas faltas, como se dice en los sainetes.