Acompañado de Southern visita al Restaurador, e impasible oye la descarga del terrible mal humor de Rosas que sin consideración diplomática se acuerda de las madres de Thiers, de Rouher y del mismo almirante (7). El trémulo marino lo oye con resignación: está acostumbrado a las explosiones del carácter de Rosas. Este no solamente no le a floja una coma en el proyecto de 1849, sino que logra, con paciencia, astucia y sobre todo energía, hacerlo aún más favorable a
El 31 de agosto se firmaba, pues el tratado Lepredour – Arana que ponía fin a la intervención francesa; el 30 de setiembre Rosas rompía relaciones diplomáticas con Brasil. Según Herrera y Obes, Rosas, ante los preparativos imperiales de guerra, habría dicho “¡Pobres brasileros! de su emperador voy a hacer mi mayordomo” (8). Y el mismo 30 de setiembre, día en que Paulino entregaba en Río de Janeiro los pasaportes diplomáticos al general Guido, el Canciller del Imperio escribía al Encargado de Negocios de Brasil en Francia, José María de Amaral, esas palabras traducidas más arriba: “O pobre Brasil, tendo em si tantos elementos de disolução, tal vez não podesse resistir a uma guerra no rio da Prata…”
El milagro de
Cuenta la historia de Prusia que, acorralado Federico II en la guerra de los Siete Años, iba a librar la batalla definitiva contra los rusos: el ejército estaba extenuado, la desproporción con el enemigo era grande y la posición estratégica comprometida. Los generales prusianos, convencidos de la derrota, le aconsejaban la capitulación. “¿No habría medio de vencer?”, preguntó Federico; “Tan sólo un milagro, majestad”. “Pues bien: esperemos el milagro de
A Pedro II de Brasil le ocurriría algo parecido. En momentos en que su pariente Francisco José de Austria le aconsejaba –en una carta del Canciller Schwarzenberg al Canciller Paulino- rehuir a cualquier sacrificio la guerra con
Paulino pudo contestar en
El zarevitch que entregó los planos para derrocar a su propio ejército, fue estrangulado por los suyos en la fortaleza de Ropcha no obstante su deficiencia mental; su memoria quedó proscripta de la historia de Rusia.
El general argentino, Justo José de Urquiza, sería más afortunado.
(7) Notas de Lepredour a Rouher, 28 de abril y 2 de setiembre de 1850.
(8) Herrera a Lamas, 28 de febrero de 1850 (Correspondencia Diplomática de M. Herrera y Obes, II 232).
(9) Paulino a Schwarzenberg, sin indicación de fecha pero, presumiblemente, de abril o mayo de 1851, J. A. Soarez de Souza, Vida do vizconde de Uruguai, 343. Original en francés.
(10) Ibídem y José María Rosa, La caída de Rosas, 334.
Rosa, José María – El Pronunciamiento de Urquiza, Ed. A Peña Lillo – Buenos Aires (1977).