jueves, 30 de septiembre de 2010

Rompimiento de relaciones con Brasil - parte 5

Acompañado de Southern visita al Restaurador, e impasible oye la descarga del terrible mal humor de Rosas que sin consideración diplomática se acuerda de las madres de Thiers, de Rouher y del mismo almirante (7). El trémulo marino lo oye con resignación: está acostumbrado a las explosiones del carácter de Rosas. Este no solamente no le a floja una coma en el proyecto de 1849, sino que logra, con paciencia, astucia y sobre todo energía, hacerlo aún más favorable a la Confederación. El 31 de agosto se firma el tratado definitivo, que el gobierno francés (por lo menos la Asamblea patriotera) no podría aprobar sin mengua del “honor de Francia”. A lo menos eso cree Paulino. Pero Rosas está perfectamente informado de que el Presidente de Francia –Luis Napoleón Bonaparte- no va a crearse complicaciones internacionales en momentos en que debe preparar el golpe de estado que habría de llevarlo al trono imperial como Napoleón III. Entonces los franceses, pueblo de conversadores, tendrían muchas cosas de qué hablar para hacerlo de una guerra contra la Argentina.

El 31 de agosto se firmaba, pues el tratado Lepredour – Arana que ponía fin a la intervención francesa; el 30 de setiembre Rosas rompía relaciones diplomáticas con Brasil. Según Herrera y Obes, Rosas, ante los preparativos imperiales de guerra, habría dicho “¡Pobres brasileros! de su emperador voy a hacer mi mayordomo” (8). Y el mismo 30 de setiembre, día en que Paulino entregaba en Río de Janeiro los pasaportes diplomáticos al general Guido, el Canciller del Imperio escribía al Encargado de Negocios de Brasil en Francia, José María de Amaral, esas palabras traducidas más arriba: “O pobre Brasil, tendo em si tantos elementos de disolução, tal vez não podesse resistir a uma guerra no rio da Prata…”

El milagro de la Casa de Braganza

Cuenta la historia de Prusia que, acorralado Federico II en la guerra de los Siete Años, iba a librar la batalla definitiva contra los rusos: el ejército estaba extenuado, la desproporción con el enemigo era grande y la posición estratégica comprometida. Los generales prusianos, convencidos de la derrota, le aconsejaban la capitulación. “¿No habría medio de vencer?”, preguntó Federico; “Tan sólo un milagro, majestad”. “Pues bien: esperemos el milagro de la Casa de Brandeburgo”. Y esa noche llegó a la tienda de campaña de Federico un mensajero del zarevitch Pedro de Rusia trayendo los planes secretos del Estado Mayor ruso para la batalla; el zarevitch, general enemigo, torpe de inteligencia y admirador de Federico, se los obsequiaba. Federico reúne a los suyos, les entrega los documentos que significaban la victoria prusiana, diciéndoles alborozado: “He aquí, señores, el milagro de la Casa de Brandeburgo”. Triunfó al día siguiente, y ganó la guerra perdida.

A Pedro II de Brasil le ocurriría algo parecido. En momentos en que su pariente Francisco José de Austria le aconsejaba –en una carta del Canciller Schwarzenberg al Canciller Paulino- rehuir a cualquier sacrificio la guerra con la Confederación Argentina “pues, según la opinión de oficiales franceses informados “in locum”, la balanza se inclinaría a favor de Rosas” (9), le llega en febrero de 1851 una nota del Encargado de Negocios brasileños en Montevideo, informándole que un agente del Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones argentino lo había visitado para hablarle de la posibilidad de “neutralizar” a ese ejército. Paulino alborozado redacta las instrucciones (fechadas el 11 de marzo) a llevarse verbalmente al general argentino. En abril está convenido y garantizado el pase de éste y de su ejército; en mayo se hace el público pronunciamiento y la alianza comprometedora y finalmente en febrero de 1852 ocurre la derrota de la Confederación.

Paulino pudo contestar en 1851 a Schawarzenberg para que tranquilizara a Francisco José de Austria sobre la suerte de su primo de Brasil: se había producido el milagro de la Casa de Braganza: “Le feu a pris a la maison de notre voisin, quand il songeait a le méttre a la notre…” (10)

El zarevitch que entregó los planos para derrocar a su propio ejército, fue estrangulado por los suyos en la fortaleza de Ropcha no obstante su deficiencia mental; su memoria quedó proscripta de la historia de Rusia.

El general argentino, Justo José de Urquiza, sería más afortunado.

(7) Notas de Lepredour a Rouher, 28 de abril y 2 de setiembre de 1850.

(8) Herrera a Lamas, 28 de febrero de 1850 (Correspondencia Diplomática de M. Herrera y Obes, II 232).

(9) Paulino a Schwarzenberg, sin indicación de fecha pero, presumiblemente, de abril o mayo de 1851, J. A. Soarez de Souza, Vida do vizconde de Uruguai, 343. Original en francés.

(10) Ibídem y José María Rosa, La caída de Rosas, 334.

Rosa, José María – El Pronunciamiento de Urquiza, Ed. A Peña Lillo – Buenos Aires (1977).

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