lunes, 30 de diciembre de 2013

Sarmiento y El Mosquito



Sarmiento fue satirizado por El Mosquito una y otra vez. La burla era constante. Esta caricatura es imperdible! Es de junio de 1878.

Mitad desnudo, mitad con charreteras de militar (permanente ironía sobre su afición por aparecer con uniforme), hace referencia a los esfuerzos de Sarmiento por ser nombrado General de la Nación.

Las charreteras llevan las inscripción YO, en referencia al mote de DON YO. La cartera con inscripción SUELDOS hace referencia a los haberes que percibía del estado.

El agua cae desde desde la cara de periodistas, uno de ellos Stein el editor de El Mosquito. Sarmiento se protege con dos paraguas-diarios, uno El Nacional y el otro Tribuna. Una referencia a la prensa facciosa de aquel tiempo y a los órganos que lo defendían.


Diego Valenzuela

Periodista e historiador. Autor de cuatro libros; el último "Belgrano. La revolucion de las ideas". En política por vocación.

El Familiar




Según se dice, el Familiar es el demonio mismo, y por lo general se lo ha visto o se tiene conocimiento cabal de él en zonas de grandes establecimientos fabriles o ingenios.
Es comentado que los dueños de estas fábricas, realizan un contrato con el Diablo por el cual éste puede comerse unos cuantos peones para que la industria tenga un año próspero.
Mucha gente asegura que el familiar, la mayoría de las veces con forma de gigantesco perro negro sin cabeza y que arrastra una pesada cadena, se pasea por las noches en medio de los cañaverales a la espera del que será su próxima víctima.
En otras provincias se dice que el Familiar tiene también forma de víbora negra y con pelos o tal vez de persona.
Como a la mayoría de estos seres, la forma de contrarrestar su ataque es con un rosario, una cruz, mucha valentía o Fe.



sábado, 28 de diciembre de 2013

Ensanche de la Capital Federal - 1888


Se establecieron los limites entre Capital y Provincia luego de la federalización de BsAs en 1880. Acá proyectan el límite, que décadas más tarde sería la Gral Paz. Partes de Provincia pasan a ser Capital, y viceversa. Observen el antiguo municipio de Buenos Aires, y fuera de él solo dos poblados: Flores y Belgrano, el resto... chacras. Los actuales Avellaneda y Lanus son Barracas al sud, con una zona urbana. San Martín al oeste, protagonista con su población del primer Conurbano. Poco y nada en los actuales Matanza, Tres de febrero, Lomas, Vicente López..

Diego Valenzuela

martes, 24 de diciembre de 2013

El sapo - Parte 3



Del juego:

El jugador irá ubicado para lanzar en el rectángulo comprendido entre: la línea de tres (3) metros, la línea de cuatro (4) metros y las líneas laterales.
El tiempo de tolerancia será marcado por la cantidad de rondas ya jugadas para esa categoría. Perdiendo el derecho a las misma el jugador que se incorpore tarde.
Antes de iniciarse el juego cada jugador tendrá derecho a seis (6) tiros de prueba, antes de iniciar la primera ronda. Lo habilitará el juez correspondiente.
Se lanzará de la línea de tres (3) metros. Si esta se pisa o sobrepasa con el pie, se anula la jugada, perdiendo el derecho del tiro y del puntaje de esa jugada.
Una vez lanzada la ficha es absolutamente prohibido moverla de su sitio, excepto cuando:
a) Esta cambia de cajón en su trayectoria.
b) Es considerada nula por cualquier razón por lo cual el juez la tomará y la arrojará al suelo.
Si un jugador lanza una (1) o mas fichas en el momento que no está habilitado, las fichas serán nulas.
Durante el momento de recuento de fichas los jugadores no podrán pasar la línea de los tres (3) metros hacia el Sapo, salvo autorización del juez.
Si un jugador quedara solo para jugar en un Sapo, no podrá lanzar todas las rondas seguidas, sino que entre ronda y ronda deberá esperar dos (2) minutos, que serán controlados por el juez.
Las fichas que queden sin ingresar en la parte superior del cajón, se dejaran allí hasta finalizar los cinco (5) lanzamientos. Ídem con fichas que caigan al suelo.
En la zona de lanzamiento solo podrá estar el jugador de turno y el juez.
Ninguna persona podrá ubicarse detrás del juego del Sapo.
En una ronda se efectúan cinco (5) lanzamientos por participante y una vez que han lanzado todos los jugadores de la categoría o Sapo, se considera completa la ronda.
Una vez que han finalizado la etapa clasificatoria aquellos que logren clasificar comenzarán de cero puntos a jugar la etapa eliminatoria.
Cada nueva ronda el juez contará las cinco (5) fichas antes de entregarlas en mano al siguiente participante.

Del puntaje:

Las fichas que ingresen por delante, directamente a los cajones serán nulas y arrojadas al suelo por el juez.
Si una ficha ingresa y sale por donde ingresó será nula.
Si alguna ficha rebota en la pared u objeto externo al juego de Sapo y luego fuese acertada será nula.
Se contarán los puntos del orificio por el que ingresó la ficha aunque luego cambie de cajón o caiga al piso, quien la reubicara será el juez.

El juez para recontar fichas se parara de costado al juego de Sapo, retirara primero las fichas que fueron acertadas las para en el borde de los cajones del puntaje correspondiente hasta que se tome nota de las mismas y luego recogerá las fichas que no fueron acertadas.
El juez dirá las anotaciones individualmente de cada tiro que realizó en esa ronda inmediatamente después de que terminó de lanzar, y una vez finalizada la ronda por todos los jugadores dará el puntaje de esa ronda a todos los jugadores.

La mesa de control dará los resultados parciales en las rondas que se estipulen y los resultados finales, luego de haber realizado el correspondiente control.

Si un jugador molestara (intencionalmente o no), a un adversario durante el lanzamiento, el juez podrá determinar un nuevo lanzamiento y si en ambos obtiene puntaje el juez optará por el puntaje mas alto.
Cualquier reclamo sobre una jugada lo hará el participante de turno o el delegado al juez, en el momento que se efectuó la jugada o inmediatamente posterior a ella, perderá el derecho a reclamar pasadas dos (2) rondas de la jugada en cuestión. No podrá reclamar bajo ningún punto de vista ninguna persona del publico.
En caso de empate, se realizara una ronda mas de cinco (5) tiros entre los participantes que empataron únicamente.





El sapo - Parte 2


El reglamento del sapo, en términos generales, dice así 


Definicion y objeto:
Es un juego de puntería (coordinación óculo-manual) que consiste en lanzar y embocar fichas en la boca del Sapo - Vieja o Buchacas y para sumar puntos debe traspasar totalmente la boca de ingreso correspondiente.

De la cancha:
1) La cancha es un rectángulo con las siguientes características:
2) El juego del Sapo va colocado a un (1) metro de distancia de la pared (línea de fondo).
3) Hacia cada lado se traza una línea a dos (2) metros (líneas laterales).
4) Desde el frente del juego, hacia delante se traza una línea a cuatro (4) metros (línea de adelante).
5) Desde el frente del juego (No desde el Sapo), hacia adelante se traza otra línea a los tres (3) metros, (línea de 3 metros o de lanzamiento).
6) Hacia atrás se traza una línea inmediatamente detrás del juego del Sapo.

De los jugadores:
Se juega en forma individual, cada uno utiliza doce (12) fichas por ronda y su turno de lanzamiento en la ronda lo dará el sorteo previo.

De las fichas:
Un juego de fichas esta conformado por doce (12) fichas de bronce y estas serán provistas por el Juez.

Del juez:
El juez será una persona que conozca perfectamente el reglamento.
El juez tiene la responsabilidad de autorizar las fichas con las que se va a jugar el encuentro, controlar y acondicionar el estado de la cancha, como así también alcanzar las fichas al jugador que le corresponda efectuar los lanzamientos.
El juez llevará una planilla de juego en la que se anotará el puntaje de cada ficha acertada por cada participante en la ronda correspondiente y una planilla general.
El publico no puede contar los puntos para hacer control.
Los jueces son las únicas personas que pueden estar dentro de la cancha con el jugador.
Los jueces pueden mantener diálogo referentes al juego, consultas, observaciones, reclamos, etc. exclusivamente con los jugadores.
En situaciones extraordinarias donde se torne difícil o imposible verificar alguna jugada, el juez aplicará su criterio, siendo su decisión inapelable.


lunes, 23 de diciembre de 2013

El Sapo - Parte 1




Este arraigado juego, tan caro a las personas que nacieron en la década del 60 o antes, estuvo difundido tanto en la ciudad como en el campo de una forma notoria. Es un juego con reglas tan simples como entretenidas.

Era común encontrar en las casas, en especial en las galerías o patios estos pequeños "muebles" elaborados de distinta forma y con distintos materiales de acuerdo al poder adquisitivo o al fanatismo del dueño.

Para jugar al sapo se necesita el sapo propiamente dicho (mueble elaborado en madera y metal) que consta de una vieja (cara situada en la pared posterior del juego), sapo (bichito homónimo ubicado en el centro del campo), los molinetes (situados a la izquierda y derecha de la parte anterior del campo) y la rana situada en el centro a la altura de los molinetes.
Se usan para jugar tejos de bronce (los más difundidos), que tienen el peso ideal para ser pulsados. La forma de tomar el tejo para lanzarlo, es recostarlo sobre el costado del dedo mayor (con el pulgar hacia arriba) y sostenido y envuelto por el dedo índice por un lado y el pulgar por otro. Cada orificio tiene un valor distinto, y se suma el total al haber arrojado todos los tejos.


Mirtha Legrand y la Dictadura - 21 Septiembre de 1978

domingo, 22 de diciembre de 2013

El Uturunco


Es un hombre que vendió su alma al Diablo para convertirse en "tigre". Para convertirse en el animal, extiende un cuero de tigre sobre el piso y girando sobre él dice unas palabras mágicas. Posee una gran fuerza y ferocidad y por su inteligencia ataca a los hombres sin que ellos se den cuenta siquiera. Devora todo tipo de animal, por lo general los  más grandes y gordos. Cuando se lo mata recobra su forma humana. Otra forma de romper el encanto o combatirlo es quemando el cuero que le da el poder.



sábado, 21 de diciembre de 2013

Manuel Belgrano y una persistente obsesión por la educación (y por su calidad) - Parte 2

Belgrano va todavía más allá al incluir a las mujeres en el proceso educativo y productivo. Argumenta que son más necesarias escuelas básicas para niñas que una universidad en la capital, que solo “habría aumentado el número de doctores”, en lo que supone una defensa de la educación básica (incluyendo a las niñas) por sobre la universitaria. El 17 de marzo de 1810 el Correo de Comercio publica un artículo clave, titulado “Educación”, en el que Belgrano baja línea sobre sus objetivos: alfabetizar a la población y formar al hombre moral. En él le adjudica a la falta de educación “los horrores que observamos casi sin salir del poblado” y describe que la enseñanza “se halla en un estado tan miserable que casi se podrá asegurar que los Pampas viven mejor”.

Su propuesta es que los Cabildos organizaran escuelas de primeras letras y las dotaran de recursos, con un sueldo de 200 pesos para el docente, la obligatoriedad de la educación y el mandato a los jueces de intervenir para hacer efectivo que los padres manden a sus hijos a clases. La educación debía ser gratis, salvo para “los padres pudientes”. “Nuestros lectores tal vez se fastidiarán con que hablemos tanto de escuelas”, escribe el 21 de Julio de 1810, semanas después de la revolución. Un país nuevo, argumenta, necesita “echar los fundamentos de la prosperidad perpetua” a través de la educación básica. Así, Belgrano trazaba una línea entre educación, trabajo, producción, ciudadanía y Nación. Como vocal de la Primera Junta, promovió la creación de la Academia de Matemáticas; cuando Mariano Moreno fundó la primera Biblioteca Pública, Belgrano donó 149 volúmenes de su propio patrimonio; cuando venció Salta y Tucumán decidió donar premio de 40.000 pesos que le otorgó la Asamblea para construir cuatro escuelas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero.

Belgrano significa una transición entre la precaria educación colonial, con sus valores y rituales, y una educación independiente y progresista. Se anticipa al debate del siglo XIX que terminará en la ley 1420. Desde el pasado, nos recuerda que estudiar no es transitar la escuela, sino adquirir conocimientos que sirvan para ser ciudadanos integrados a la comunidad.

*Periodista e historiador. Autor de Belgrano, la revolución de las ideas (Sudamericana).
Fragmento de la nota
Por Diego Valenzuela

viernes, 20 de diciembre de 2013

Manuel Belgrano y una persistente obsesión por la educación (y por su calidad) - Parte 1



Trascendió por otras razones (la bandera, la Primera Junta, las batallas), pero en la educación observamos uno de los puntos altos de héroe civil y del estadista que fue. Apuntar a mejorar la educación en las últimas décadas de la colonia era una audacia absoluta, porque se vivía en una sociedad rígida y estamental. El acceso a conocimientos era muy limitado, el rol del Estado era débil y sólo los más ricos podían educar a sus hijos. Hay una magistral descripción de Mariquita Sánchez sobre cómo se educaban los niños en la Buenos Aires virreinal: no había maestros, los alumnos llevaban su silla, el único libro era el catecismo, sólo se aprendía a leer y escribir, algo de aritmética, y las mujeres a coser y bordar.
Belgrano se rebela y plantea la imperiosa necesidad tanto de la educación básica como de la especializada y técnica, orientada al trabajo y a la producción. La Memoria que escribió Belgrano en 1796 es –según Mitre- “un vasto programa de educación pública”. Para Belgrano, el fin último de la educación era el trabajo, que a su vez era la “emancipación de los pobres”. En esa memoria, Belgrano relata su dolor al observar en la misma ciudad “una infinidad de hombres ociosos en donde no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez”. Describe “miserables ranchos”, y “criaturas que llegan a la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad”, el “origen de todos los males de la sociedad”.

La respuesta es escuelas de primeras letras, con “gratuidad, calidad, cantidad”, que propone en “todas las ciudades, villas y lugares” en los que tenga jurisdicción el consulado de comercio. También propone la creación de cinco escuelas: de agricultura; de dibujo (al que considera “el alma de todas las artes”); de hilado de lana; de comercio; y de náutica. Para todas las ramas y niveles, propone el sistema de premios para fomentar la dedicación de niños, jóvenes y adultos en las diferentes tareas. “Jamás me cansaré de recomendar la escuela y el premio; nada se puede conseguir sin éstos”, escribe. Es crucial el rol que le adjudica al premio como estímulo para el logro de resultados en los estudios, e incluso al incentivo más determinante que es el de quedarse afuera por malos resultados: en la escuela de náutica era expulsado quien no aprobaba dos exámenes, y debía repetir el curso quien no superaba un examen. Una forma de meritocracia que apostaba por la calidad educativa y no solo por el permanecer. La mejora del rendimiento es su prioridad.

domingo, 15 de diciembre de 2013

La Mulánima





También llamada Alma-mula, este engendro es una mujer condenada por pecados muy graves en contra del pudor. Galopa por los campos haciendo un ruido metálico  estruendoso - como si arrastrara cadenas -; echa fuego por la boca, los ollares y los ojos y mata a la gente a dentelladas o a patadas. Se la ve sólo de noche y su apariencia es la de una mula envuelta en llamas..
En Tafí del Valle se ha encontrado, en la "Ruta de Birmania" (camino que lleva al Ojo de Agua y que pasa por detrás de la Loma del Pelao), una piedra con una pisada de este animal. 
Se comenta que sólo un hombre con mucha Fe o muy valiente puede escapar de su infalible ataque. Para repelerla o defenderse se debe repetir tres veces "Jesús, María y José".
Algunas personas dicen que el Alma-mula es el Diablo mismo.



lunes, 2 de diciembre de 2013

Los campos de concentración de la “conquista del desierto” - Parte 2


Desde el puerto los vencidos fueron trasladados al campo de concentración montado en la isla Martín García. Desde allí fueron embarcados nuevamente y “depositados” en el Hotel de Inmigrantes, donde la clase dirigente de la época se dispuso a repartirse el botín, según lo cuenta el diario El Nacional que titulaba “Entrega de indios”: “Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”.
Se había tornado un paseo “francamente divertido” para las damas de la “alta sociedad”, voluntaria y eternamente desocupadas, darse una vueltita los miércoles y los viernes por el Hotel a buscar niños para regalar y mucamas, cocineras y todo tipo de servidumbre para explotar.
En otro articulo, el mismo diario El Nacional describía así la barbarie de las “damas” de “beneficencia”, encargadas de beneficiarse con el reparto de seres humanos como sirvientes, quitándoles sus hijos a las madres y destrozando familias: “La desesperación, el llanto no cesa. Se les quita a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra su seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para defender a su familia”.
Los promotores de la civilización, la tradición, la familia y la propiedad, habiendo despojado a estas gentes de su tradición y sus propiedades, ahora iban por sus familias. A los hombres se los mandaba al norte como mano de obra esclava para trabajar en los obrajes madereros o azucareros.
Dice el Padre Birot, cura de Martín García: “El indio siente muchísimo cuando lo separan de sus hijos, de su mujer; porque en la pampa todos los sentimientos de su corazón están concentrados en la vida de familia.”
Se habían cumplido los objetivos militares, había llegado el momento de la repartija del patrimonio nacional.
La ley de remate público del 3 de diciembre de 1882 otorgó 5.473.033 de hectáreas a los especuladores. Otra ley, la 1552 llamada con el irónico nombre de “derechos posesorios”, adjudicó 820.305 hectáreas a 150 propietarios. La ley de “premios militares” del 5 de septiembre de 1885, entregó a 541 oficiales superiores del Ejército Argentino 4.679.510 hectáreas en las actuales provincias de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego. La cereza de la torta llegó en 1887: una ley especial del Congreso de la Nación premió al general Roca con otras 15.000 hectáreas.
Si hacemos números, tendremos este balance: La llamada “conquista del desierto” sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir, en 27 años, el Estado regalase o vendiese por moneditas 41.787.023 hectáreas a 1.843 terratenientes vinculados estrechamente por lazos económicos y/o familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período.
Desde luego, los que pusieron el cuerpo, los soldados, no obtuvieron nada en el reparto. Como se lamentaba uno de ellos, “¡Pobres y buenos milicos! Habían conquistado veinte mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron –siquiera en el estercolero del hospital– rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo.” 3
Los verdaderos dueños de aquellas tierras, de las que fueron salvajemente despojados, recibieron a modo de limosna lo siguiente: Namuncurá y su gente, 6 leguas de tierra. Los caciques Pichihuinca y Trapailaf, 6 leguas. Sayhueque, 12 leguas. En total, 24 leguas de tierra en zonas estériles y aisladas.
Ya nada sería como antes en los territorios “conquistados”; no había que dejar rastros de la presencia de los “salvajes”. Como recuerda Osvaldo Bayer, “Los nombres poéticos que los habitantes originarios pusieron a montañas, lagos y valles fueron cambiados por nombres de generales y de burócratas del gobierno de Buenos Aires. Uno de los lagos más hermosos de la Patagonia que llevaba el nombre en tehuelche de ‘el ojo de Dios’ fue reemplazado por el Gutiérrez, un burócrata del ministerio del Interior que pagaba los sueldos a los militares. Y en Tierra del Fuego, el lago llamado ‘Descanso del horizonte’, pasó a llamarse ‘Monseñor Fagnano’, en honor del cura que acompañó a las tropas con la cruz.”

Referencias:
3 Prado, obra citada.

Autor: Felipe Pigna
www.elhistoriador.com.ar

Los campos de concentración de la “conquista del desierto” - Parte 1



Los sobrevivientes de la llamada “Conquista del Desierto” fueron “civilizadamente” trasladados, caminando encadenados 1.400 kilómetros, desde los confines cordilleranos hacia los puertos atlánticos.
A mitad de camino se montó un enorme campo de concentración en las cercanías de Valcheta (Río Negro). El colono Galés John Daniel Evans, recordaba así aquel siniestro lugar: “En esa reducción creo que se encontraba la mayoría de los indios de la Patagonia. (…) Estaban cercados por alambre tejido de gran altura, en ese patio los indios deambulaban, trataban de reconocernos, ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut. Algunos aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento, intentaban hacerse entender hablando un poco de castellano y un poco de galés: poco bara chiñor, poco bara chiñor” (un poco de pan señor).” 1

La historia oral, la que sobrevive a todas las inquisiciones, incluyendo a la autodenominada “historia oficial” recuerda en su lenguaje: “La forma que lo arriaban…uno si se cansaba por ahí, de a pie todo, se cansaba lo sacaban el sable lo cortaban en lo garrone. La gente que se cansaba y…iba de a pie. Ahí quedaba nomá, vivo, desgarronado, cortado. Y eso claro… muy triste, muy largo tamién… Hay que tener corazón porque… casi prefiero no contarlo porque é muy triste. Muy triste esto dotor, Yo me recuerdo bien por lo que contaba mi pobre viejo paz descanse. Mi papa; en la forma que ellos trataban. Dice que un primo d”él cansó, no pudo caminar más, y entonces agarraron lo estiraron las dos pierna y uno lo capó igual que un animal. Y todo eso… a mi me … casi no tengo coraje de contarla. Es historia… es una cosa muy vieja, nadie la va a contar tampoco, no?...único yo que voy quedando … conocé… Dios grande será… porque yo escuché hablar mi pagre, comersar…porque mi pagre anduvo mucho… (…).” 2

De allí partían los sobrevivientes en una larga y penosa travesía, cargada de horror para personas que desconocían el mar, el barco y los mareos, hacia el puerto de Buenos Aires. Los niños se aferraban a sus madres, que no tenían explicaciones para darles ante tanta barbarie.

Un grupo selecto de hombres, mujeres y niños prisioneros fue obligado a desfilar encadenado por las calles de Buenos Aires rumbo al puerto. Para evitar el escarnio, un grupo de militantes anarquistas irrumpió en el desfile al grito de “dignos”, “los bárbaros son los que les pusieron cadenas”, prorrumpieron en un emocionado aplauso a los prisioneros que logró opacar el clima festivo y “patriótico” que se le quería imponer a aquel siniestro y vergonzoso “desfile de la victoria”.

Desde el puerto los vencidos fueron trasladados al campo de concentración montado en la isla Martín García. Desde allí fueron embarcados nuevamente y “depositados” en el Hotel de Inmigrantes, donde la clase dirigente de la época se dispuso a repartirse el botín, según lo cuenta el diario El Nacional que titulaba “Entrega de indios”: “Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”.


Referencias:
1 Delrio, Walter; “Sabina llorar cuando contaban. Campos de concentración y torturas en la Patagonia.” Ponencia presentada en la Jornada: “Políticas genocidas del Estado argentinos: Campaña del Desierto y Guerra de la Triple Alianza”, Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Poder Autónomo, Buenos Aires, 9 de Mayo de 2005. Citado por Fabiana Nahuelquir en “Relatos del traslado forzoso en pos del sometimiento indígena a fines de la conquista al desierto”, publicado en www.elhistoriador.com.ar
2 Testimonio recogido en Perea Enrique; “…Y Félix Manquel dijo”. Fundación Ameghino, Viedma, 

domingo, 1 de diciembre de 2013

ROCA Y LA CUESTION NACIONAL



En la revolución del 74, el Ejército Nacional liquida definitivamente los restos del ejército de facción de (Bartolomé) Mitre y en la Revolución del 80, la oligarquía porteña es derrotada y el Ejército Nacional impone, conjuntamente con la capitalización de Buenos Aires, un concepto de unidad del país frente a la hegemonía porteña.

Con la presidencia de (Nicolás) Avellaneda se insinúa la formación de la oligarquía nacional que sustituirá a aquélla; ésta tendrá la misma adhesión que los vencedores de Caseros al liberalismo de importación, a las doctrinas económicas detrás de las cuales avanza el interés británico, y tal vez una mayor venalidad caracteriza su gestión.

Pero representando en cierta manera la unidad del país, no puede estar del todo ajena a los intereses del interior y a las tentativas industrialistas que comienzan a recobrarse, y de una manera imprecisa y discontinua comienzan a aparecer las primeras tentativas defensoras de un posible desarrollo nacional autónomo. (...)

La gravitación ejercida por el ejército trae de nuevo una preocupación de Política Nacional incompleta y parcial, pero que es ya algo: la preocupación de las fronteras. La conquista del desierto, la integración de la Patagonia, la formación de la marina, las contingencias limítrofes con Chile y la ocupación militar de los chacos y Formosa aseguran los límites a que nos ha reducido la "victoria" de Caseros.

(...) En los esteros del Paraguay se hundió la conducción mitrista del ejército, con la estrategia y la táctica de las guerras policiales y punitivas de los generales brasileristas uruguayos, hechas al desprecio de la vida humana, que empieza por las del adversario y termina por las del propio cuadro.

Casi todos los "orientales" de Mitre fueron sacados del frente y pasaron a seguir las guerras interiores contra las provincias sublevadas; ¡eran sólo expertos en degollar gauchos desarmados! En esa desastrosa experiencia se aprendió de nuevo la ciencia de la guerra, y un nuevo ejército comenzó a surgir de entre las ruinas. La esterilidad del sacrificio y la convicción de haber servido a una política extranjera, en perjuicio de la nacional, se hizo carne en los nuevos jefes, y se perfiló una figura que habría de restaurar el sentido de la política nacional de la milicia.

Su constructor fue el general (Julio Argentino) Roca —que perdió allí a su padre, guerrero de la independencia, y a un hermano—, cuyas primeras armas se habían hecho en el ejército de la Confederación.

(...) La revolución del 74 es decisiva; enfrenta por fin al ejército de fracción con el nuevo ejército nacional. En Roca se define el Ejército Nacional que ya tiene un conductor y una Política Nacional que aún falta en el gobierno. La aventura revolucionaria de Buenos Aires termina ridículamente en La Verde con la rendición de Mitre, que agrega una más a la cadena de sus batallas perdidas. (La única que ganó fue Pavón y ya se sabe cómo).

por Arturo Jauretche.

REVISIONISMO HISTORICO ARGENTINO Y PENSAMIENTO NACIONAL

sábado, 30 de noviembre de 2013

Bodegones, fondines y fondas - Parte 2


En estas fondas todo era sucio, muchas veces asqueroso; manteles rotos, grasientos y teñidos con vino carlón, cubiertos ordinarios y por demás desaseados.  El menú no era muy extenso, ciertamente; se limitaba, generalmente, en todas partes, a lo que llamaban comida a uso del país; sopa, puchero, carbonada con zapallo, asado, guisos de carnero, porotos, de mondongo, albóndigas, bacalao, ensalada de lechuga y poca cosa más; postre, orejones, carne de membrillo, pasas y nueces, queso (siempre del país), y ese de inferior calidad.

El vino que se servía quedaba, puede decirse, reducido al añejo, seco, de la tierra y particularmente carlón.  Este último vino nos trae a la memoria una anécdota de aquellos tiempos.  Había un tal Ramírez, hombre de alta estatura y bastante corpulento, que tenía grande apego al teatro y a todo lo que se relacionaba con él.  Ayudaba entre bastidores al acomodo, cambio de decoraciones, etc., y solía hacer también de vez en cuando, su papelillo, de aquellos en que, entra un criado, presenta una carta y se va, o cosa por el estilo; aunque algunas veces se aventuraba a roles un poco más largos, y en los que no podemos decir se portase mal.

Pero viendo sin duda Ramírez, que esto no daba para satisfacer sus necesidades, resolvió ocuparse de otro negocio, y estableció (contando siempre, con la protección de sus hermanos de arte) una especio de fondín, en muy modesta escala, en la esquina (hoy almacén) que hace cruz con el entonces Teatro Argentino, siendo los actores sus más constantes clientes.

El vino que daba era carlón, del que traía una damajuana de algún almacén inmediato, cada vez que lo precisaba.  Pero algunos parroquianos quisieron variar y siendo ese el vino más barato, tuvo que idear cómo satisfacer ese deseo, consultando a la vez su propio interés, y un día anunció con mucho aplomo que tenía en su fonda tres clases de vino, carlón, carlín y carlete; todos estos vinos salían, por supuesto, de la misma damajuana; el secreto estaba en la mayor o menor cantidad de agua con que rebajaba el carlón.  La broma fue muy bien recibida; lo cierto es que, sus clientes tomaban de los tres vinos; pero continuemos nuestra historia.

Los mozos se presentaban en verano, a servir en mangas de camisa; baste decir que sólo se ponían la chaqueta para salir a la calle, esto es cuando no la llevaban colgada sobre un hombro a lo gitano: en chancletas y algunas veces aun sin medias, y como los del café, fumando su papelillo, y con el aire más satisfecho del mundo, entrando en conversación tendida y familiar con los concurrentes.
Este tipo se conserva aún hoy en los fondines y bodegones de la ciudad y en la campaña en algunos hoteles, presentándose los mozos sin saco ni chaleco, con el pantalón mal sujeto por medio de una faja y en chancletas.

Se ha repetido muchísimas veces, que los pueblos tienen el gobierno que merecen, y este dicho es en cierto modo, aplicable a los parroquianos de aquellos tiempos; no porque dejase de ser gente muy digna, sino porque no sabían infundir respeto, dando lugar a la descortesía y aun insolencia de los sirvientes.
Por ejemplo; en verano, cada concurrente no bien salvaba el dintel del comedor en la fonda, entraba resbalándose la chaqueta, saco o levita y comía en mangas de camisa; nadie soñaba en quitarse el sombrero para comer.  En fin, toda regla de urbanidad desaparecía por el mero hecho de hallarse en una fonda.  Esta falta de respeto recíproco entre los concurrentes, esa familiaridad, nada más que porque comían en una misma pieza, pronto se hacía extensiva a los mozos, que terciaban también.  

Puede ser que esa intimidad ya extremada, haya nacido de la circunstancia que, siendo la población mucho más reducida, éramos casi todos más o menos conocidos, puros nosotros; no se veían entonces en las fondas, tantas caras desconocidas.  Sea de ello lo que fuere, a poco andar, la conversación se hacía general de mesa a mesa; cada uno levantaba cuanto podía la voz a fin de hacerse oír, de aquel a quien se dirigía, armándose, al fin, una tremolina, en que nadie se entendía, entre este fuego cruzado de palabreo.
Los jóvenes, también, que las frecuentaban, muy especialmente los militares, hacían alarde de portarse mal y tenían el singular gusto de perjudicar cuanto podían al fondero, ya mellando a hurtadillas los cuchillos, rompiendo los dientes a los tenedores, echándole vinagre al vino que quedaba, mezclando la sal con la pimienta, en fin, haciendo mil diabluras que sin duda reputaban travesuras de muy buen gusto; previniendo, que, generalmente, eran jóvenes de buenas familias, los que hacían gala de mal educados.  Todo esto, pues, concurría sin duda para desalentar al dueño de casa, en sentido de mejorar el servicio de mesa.

No hay que dudarlo: en algunas cosas hemos progresado asombrosamente; en otras… estamos donde estábamos; y en muchas, preciso es decirlo, estamos peor. 

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Bodegones, fondines y fondas - Parte 1





Quizás la fonda más famosa del Buenos Aires colonial fue la de Los Tres Reyes, propiedad de un genovés llamado Juan Bonfillo.  Estaba situada en la calle Santo Cristo -hoy 25 de Mayo-, a un paso del Fuerte: fue la sede de encuentros entre alcaldes, oficiales, conjurados y espías nada camuflados.  El lugar resultó el preferido de los agentes británicos y portugueses que merodeaban con el mandato de recabar informaciones para la princesa Carlota de la corte lusitana asentada desde 1808 en el Janeiro, o para el almirante Sidney Smith.  Mucho antes, la fonda de Los Tres Reyes -donde también se bebían alcoholes y el comensal Castelli supo tanto encender gruesos cigarros como hablar con propiedad el idioma de Shakespeare- se tiñó con los rojos uniformes de los oficiales del regimiento 71 durante las invasiones inglesas: lo hicieron su preferido.

“Después de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias partes de la ciudad, lo más de nosotros fuimos compelidos a ir en busca de algún refrigerio” así anota el capitán Alexander Gillespie, su primer actividad, en la tarde del 27 de junio de 1806, cuando Buenos Aires ya era una perla más del Imperio Británico.  Beresford conferenciaba con Quintana para definir un texto definitivo a la capitulación; los regimientos españoles habían entregado sus armas (no sin tensión) y la tropa británica estaba licenciada.


En esa noche tormentosa, los oficiales ingleses se animaron a transitar por las calles oscuras de Buenos Aires, en busca de algún lugar para comer. Así dieron hasta la fonda de Los Tres Reyes, en la calle del Santo Cristo (actual 25 de Mayo), frente a la plaza, propiedad de Juan Boncillo.  Los acompañaba Ulpiano Barreda (“criollo civil que había residido algunos años en Inglaterra” lo cita Gillespie) que hacía las veces de intérprete de los invasores.

La fonda dispuso de huevos y tocino, lo único que podía ofrecer a esas horas, donde también estaban algunos soldados españoles, desarmados horas antes.  “A la misma mesa se sentaban muchos oficiales españoles con quien pocas horas antes habíamos combatido, convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se regalaban con la misma comida que nosotros” señala Gillespie.  Pero el capitán le llamó la atención la joven moza que servía las mesas, que no disimulaba un profundo disgusto en su rostro.  Gillespie, con Barreda de traductor, le pidió que expresara, sin temor a ninguna represalia, que le expresara el porqué de su disgusto.  La joven moza agradeció la disposición del oficial inglés y, en voz alta, volviéndose a los españoles de la mesa próxima, expresó: “Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado los ingleses a pedradas”.  Gillespie manifiesta que este discurso “agradó no poco a nuestro amigo criollo”.

También era famosa la fonda de la Sra. Clarke o La Fonda de la Inglesa donde se alojaban y comían preferentemente los británicos.  Estaba situada en la vereda de enfrente de la fonda de Los Tres Reyes, sobre la calle del Fuerte.  La Fonda de la Inglesa se encontraba cerca de la barranca y sus fondos daban a la Alameda (paseo público de la calle Leandro N. Alem). Era uno de los pocos edificios estratégicamente situados desde el cual podía verse el río y los buques anclados.
José A. Wilde, menciona la Fonda de la Ratona, en la calle hoy Tte. Gral J. D. Perón, inmediato, o acaso en el mismo sitio que ocupa en el día el Ancla Dorada, y otras varias por el mismo estilo.


lunes, 25 de noviembre de 2013

General Juan Ramón Balcarce (1773-1836) - Parte 2


Al recibir Belgrano de manos de Pueyrredón el Ejército del Norte, procedió a reorganizar los mandos y las unidades asignando nuevos cargos y misiones a los distintos jefes; a Juan Ramón Balcarce le tocó comandar la Vanguardia adelantada en la Quebrada de Humahuaca, donde cumplió una difícil tarea poniéndose a prueba todas sus aptitudes, iniciativa y valor.  Salió muy bien del paso y hasta que no se produjo el avance de la masa del Ejército Realista con el general Tristán no abandonó la Quebrada.
El 3 de Setiembre de 1812, en plena retirada hacia el sur, intervino en la acción de Las Piedras, donde fue derrotado Huici y el 24 siguiente en la batalla de Tucumán dirigiendo la caballería del ala derecha, se constituyó en un factor decisivo para el triunfo.

Al producirse la elección de diputados para integrar la Asamblea General Constituyente a reunirse en Buenos Aires, conocida posteriormente como la Asamblea del año 13, resultó elegido para representar a Tucumán.  Esto lo indujo a pedir su retiro del servicio activo, para dedicarse exclusivamente a la nueva actividad.

En 1814, ante la amenaza de una gran ofensiva española sobre el Norte, fue incorporado nuevamente al servicio activo, nombrándosele comandante general de Milicias de toda la Campaña puesto en que se lo promovió a coronel.
Ostentando los entorchados de coronel mayor, fue elegido gobernador-intendente de Buenos Aires y estando en esas funciones, derrotó el 27 de Noviembre en Paso de Aguirre a una fuerte montonera mandada por Estanislao López.
Al organizarse en 1819 una fuerza para operar contra Entre Ríos, Santa Fe y la Banda Oriental, se lo designó segundo comandante de la misma; el 1º de Febrero de 1820 los porteños sufrieron un descalabro en Cañada de Cepeda, desbandándose la caballería en tanto la infantería a las órdenes de Balcarce se negó a rendirse ante el requerimiento de López, desprendiéndose durante la noche en perfecto orden y sin bajas, alcanzando San Nicolás al amanecer.
El 6 de Marzo de 1820 reemplazó a Sarratea en el gobierno porteño, abandonando el cargo a los dos meses para expatriarse en Montevideo donde permaneció varios años.
En oportunidad de la Guerra contra el Imperio del Brasil, Dorrego lo designó el 14 de Agosto de 1827, ministro de Guerra y posteriormente, plenipotenciario en Río de Janeiro para negociar la paz y remediar los errores cometidos por Rivadavia en tan importante cuestión.  De vuelta a Buenos Aires, el motín del 1º de Diciembre de 1828 lo obligó a refugiarse nuevamente en Montevideo a la espera que en la capital soplaran vientos más favorables.

Al asumir la gobernación Juan Manuel de Rosas requirió su colaboración, designándolo ministro de Guerra, a pesar de no ser un hombre ni adicto a su persona ni a su política, pues se calificaba a sí mismo como federal-dorreguista.

Siendo ministro salió a campaña rumbo a Córdoba, con varias unidades de infantería para reforzar las columnas de montoneros e indios de Estanislao López amenazadas por el general Paz, dos veces vencedor de Facundo en la Tablada y Oncativo.  Las unidades que llevaba Balcarce, tal vez hubieran creado problemas a Paz, acostumbrado a resolver las batallas mediante el empleo adecuado de la infantería, de la cual los federales en principio carecían.  Las boleadoras lanzadas por Zeballo en Los Alvarez el 10 de Mayo de 1831, impidieron aquella confrontación.

El 17 de Diciembre de 1832 asumió nuevamente la gobernación de Buenos Aires elegido por la Undécima Legislatura Provincial.  Su administración fue progresista, tratando de organizar el manejo de la cosa pública sobre bases jurídicas permanentes, cosa un tanto difícil en aquella época de improvisaciones y arbitrariedades.  Derogó leyes retrógradas, restableció la libertad de imprenta y redactó una Constitución, donde fijó responsabilidades y derechos a hombres e instituciones.
Rosas a pesar de su militancia federal, lo depuso el 11 de Octubre de 1833 con la revolución que encabezó el general Agustín Pinedo, lo cual lo obligó a huir de la capital, estableciéndose en Concepción del Uruguay (entonces Arroyo de la China) donde residió hasta su muerte, ocurrida el 12 de Noviembre de 1836.

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General Juan Ramón Balcarce (1773-1836) - Parte 1



Nació en Buenos Aires, el 16 de Marzo de 1773, siendo sus padres el teniente coronel de Blandengues, Francisco Balcarce o Balcarcel –natural de Barcelona-  y María Victoria Martínez Fontes.  Fue el mayor de una familia de militares, habiendo nacido sus hermanos que siguieron su vocación en las fechas siguientes: Antonio González, el 13 de Junio de 1774; Marcos, el 25 de Abril de 1777; Francisco, el 9 de Noviembre de 1778; José Patricio, el 16 de Julio de 1779 y Diego, el 13 de Noviembre de 1784.
Ingresó en el Regimiento de Blandengues de la Frontera, el 2 de Octubre de 1789, ascendiendo a alférez en 1793 y a teniente en 1799.  Revistando en esta unidad, participó en 1801 en la campaña realizada por Sobremonte contra los portugueses que habían ocupado las Misiones Orientales.

En 1805 con el grado de ayudante mayor, fue transferido a la Comandancia General de Armas de Tucumán donde se hallaba cuando los ingleses desembarcaron en la playa de los Quilmes.  Quiso regresar de inmediato a Buenos Aires no consiguiendo permiso para hacerlo, dirigiéndose a Córdoba donde tuvo noticias de la Reconquista.  Colaboró en la Defensa (5 y 6 de Julio de 1807) al lado de Liniers que lo designó su ayudante.  Por Real Orden del 9 de Febrero de 1808 y en mérito a los relevantes servicios prestados al Rey, recibió el nombramiento de capitán de Caballería y el 8 de Noviembre siguiente el de sargento mayor del 1.  Escuadrón de Húsares.

Activo conspirador en las reuniones previas al pronunciamiento de Mayo, ajustó su conducta a lo que hacían su jefe directo Martín Rodríguez y Saavedra, votando en el “Cabildo Abierto” del 22 de Mayo en contra de Cisneros.  Formada la Junta presidida por el virrey, fue uno de los jefes que más se opuso a ello, firmando el petitorio que se remitió al Cabildo y que puso fin a las diferencias.

Establecido el Primer Gobierno Patrio, como gozaba de la confianza del presidente Saavedra, éste le encomendó dos tareas de gran responsabilidad: la primera, consistente en embarcar para Europa a Cisneros y a varios ex-funcionarios que dejando de lado el juramento hecho tomaron contacto con el gobierno instalado en Cádiz; la segunda, fue aún más trascendente pues se trató nada menos que de ejecutar a Liniers y a los rebeldes cordobeses.  Ambas misiones encomendadas a Balcarce fueron cumplidas fielmente.

La presencia de Balcarce en las dos contingencias, respondió al deseo de Saavedra de que no se cometieran arbitrariedades y se desvirtuara lo resuelto por el gobierno.  Tal vez convenga recordar, que Moreno propuso “cortarles la cabeza” a los funcionarios españoles comprendidos en el decreto de extradición y que Castelli luego del drama del “Monte de los Papagayos” se retiró tocando a Balcarce dar a los “arcabuceados” en Cruz Alta cristiana sepultura.
El 5 y 6 de Abril de 1811 como lo testificó el doctor Manuel Felipe de Molina, apoyó a los sediciosos.  Reorganizada la Junta Grande, se lo destinó al Alto Perú junto con el teniente coronel de Patricios Juan Antonio Pereyra, con la misión de conversar con los oficiales de las unidades para apaciguarlos y encauzarlos en la disciplina.  Partió hacia el norte y al llegar a Tucumán tuvo conocimiento del desastre de Huaqui y de la retirada general de las fuerzas hacia el Sur, desistiendo de cumplir con la misión encomendada trasladándose a Salta.
Incorporado posteriormente al Ejército, en Nazareno recibió los restos de su hermano Francisco, muerto heroicamente a orillas del Río Suipacha, mientras se batía al frente de una compañía de Dragones.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Buenos Aires - 1924


Buenos Aires, 1924 de Federico Valle
Una mirada sobre la capital argentina en todas sus facetas.
Cortesía de Roberto Di Chiara
Visita el sitio: www.robertodichiara.com

viernes, 22 de noviembre de 2013

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 3




Su vida

Nació en Tucumán en 1789. Estudió en Córdoba y Chuquisaca; intervino en el movimiento revolucionario de esta última ciudad del 25 de mayo de 1809 y al fracasar el intento fue encarcelado. Libre en 1810 se une al Ejército Auxiliador de Juan José Castelli y se convierte en su secretario, juntos redactan la proclama de Tiwanaku.
En Buenos Aires tuvo bajo su dirección los periódicos La Gaceta, Mártir o Libre y El Independiente. En 1911 forma la Sociedad Patriótica que defiende las ideas morenistas. En 1813 integró la Asamblea Constituyente como representante de la provincia de Mendoza y cuando en 1815 fue depuesto el director Alvear se exilió en Europa. En 1817 San Martín lo designó auditor de guerra del Ejército de los Andes, redactó el Acta de la Independencia de Chile y, tras la emancipación de Perú, se hizo cargo de la cartera de Guerra y Marina: En 1822 se desempeñó en Gobierno y Relaciones Exteriores. Adoptó benéficas disposiciones en el orden cultural, diplomático y militar pero, como consecuencia de la aplicación de algunos destierros y sanciones, se ganó el descontento popular. El Cabildo de Lima lo removió del cargo en julio de 1922 y le exigió la salida del país. Estuvo en Quito hasta 1824 cuando Bolivar le permitió retornar a Perú. Fue asesinado en Lima el 28 de enero de 1825.

Bibliografía

* Golman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992. * Correa, Jorge. Febo Asoma, Figuras estelares de la Patria. Buenos Aires. Dirple Ediciones, 1999. * Altuna, Elena. “Monteagudo en sus escritos y en sus imágenes” en Chibán, Alicia (coordinadora), El archivo de la independencia y la ficción contemporánea. Salta. Consejo de Investigación, Universidad de Salta, 2004.



jueves, 21 de noviembre de 2013

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 2


Monteagudo textual 

“Todos aman a su patria y muy pocos tienen patriotismo: el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde nacemos y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, es decir tener virtudes de tal”. (...) 
“La esperanza de obtener una magistratura o un empleo militar, el deseo de conservarlo, el temor de la execración pública y acaso un designio insidioso de usurpar la confianza de los hombres sinceros: estos son los que forman los patriotas de nuestra época”. (...) 

“Muy fácil sería conducir al cadalso a todos los tiranos si bastara esto el que se reuniese una porción de hombres y dijesen a todos en una asamblea, somos patriotas y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero si en el medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer sus arcas y este temiese sacrificar su existencia, su comodidad, prefiriendo la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación y los dulces sacrificios que aseguran la libertad, quedarían reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía de voces insignificantes”. (...) 
“Ningún hombre que se considere igual a los demás, es capaz de ponerse en estado de guerra, a no ser por una justa represalia. El déspota atribuye su poder a un origen divino, el orgulloso que considera su nacimiento o su fortuna como una patente de superioridad respecto de su especie, el feroz fanático que mira con desdén ultrajante al que no sigue sus delirios, el publicista adulador que anonada los derechos del pueblo para lisonjear a sus opresores, el legislador parcial que contradice en su código el sentimiento de la fraternidad haciendo a los hombres rivales unos de otros e inspirándoles ideas falsas de superioridad, en fin, con la espada, la pluma o el incensario en la mano conspira contra el saludable dogma de la igualdad, este es el que cubre la Tierra de horrores y la historia de ignominiosas página: este es el invierte el orden social”. 

(...) “Tales son los desastres que causa el que arruina ese gran principio de la equidad social; desde entonces, el poderoso puede contar con sus derechos; solo sus pretensiones se aprecian como justas: los empleos, las magistraturas, las distinciones, las riquezas, las comodidades, en una palabra, todo lo útil, viene a formar el patrimonio quizá de un imbécil, de un ignorante, de un perverso a quien el falso brillo de la cuna soberbia o una suerte altiva eleva el rango del mérito, mientras el indigente y oscuro ciudadano vive aislado en las sombras de la miseria, por más que su virtud le recomiende, por más que sus servicios empeñen la protección de la ley, por más que sus talentos atraigan sobre él la veneración pública”. 

(...) “La Tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto sato de la naturaleza y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para oprimirla llamaron a su auxilio el fanatismo de los pueblos y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen”. 

(...) “Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban de este celo fanático y desolador”. (...) “La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado a millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible: y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía”. (...) 

“Un usurpador no es más que un cobarde asesino que sólo se determina al crimen cuando las circunstancias le aseguran la ejecución y la impunidad: teme la sorpresa y procura prevenir el descuido: la energía del pueblo lo arredra y así espera que llegue a un momento de debilidad o caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: el conoce que mientras la libertad sea objeto de los votos públicos, sus insidias no harán más que confirmarlas, pero cuando en las desgracias comunes cada uno empieza a decir ‘yo tengo que cuidar mis intereses’, este es el instante en que el tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente a un pueblo aletargado que la fuerza es un derecho”. (...) 

“La soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe sostener que la voluntad general es la única fuente de donde emana la sanción de esta y el poder de los magistrados: debe demostrar que la majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza”. (...)

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 1






Bernardo de Monteagudo fue uno de los más importantes ideólogos de la independencia americana. Mano derecha de Juan José Castelli y José de San Martín (también colaboró con Simón Bolívar) convierte su palabra en la mejor herramienta para terminar con el yugo español en América. En este sentido, su camino lo transita mayormente en las letras y en el periodismo, aunque también se destaca como un hombre de acción revolucionaria. 
Para la historiadora Elena Altuna: “su actuación no fue secundaria, sino complementaria de la de los libertadores y la ejerció, fundamentalmente, en el terreno de las ideas. Los escritos de Monteagudo conservan el valor de la prédica”. Su discurso revolucionario nace a partir de la lectura histórica y la filosofía clásica, pero con una profunda observación de los hechos y del proceso emancipatorio. 
En el plano de la acción Monteagudo insiste en que es menester realizar con hechos y no con palabras la revolución. Así escribe: “Necesitamos hacer ver con obras y no con palabras esos augustos derechos que tanto hemos proclamado”. Esto lo lleva a comprender que la independencia o sea la ejecución del acto jurídico no hace más que confirmar un derecho natural previo. 
Castelli y Monteagudo, ambos fervientes morenistas, entendían que por derecho natural todos los hombres eran iguales y como ciudadanos debían participar con las mismas atribuciones en la conducción política de la sociedad. Por esto no es casual que entre ambos redacten la proclama de Tiawanaku donde se declara los derechos de los indios.Y esa línea de pensamiento del tucumano se extiende a otros actores sociales del momento, cuando afirma: “¿En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho a sufragio? Jamás seremos libres, si nuestras instituciones no son justas”. 

Una de sus principales armas para la difusión de las ideas de independencia fue la Sociedad Patriótica, el primer club político, donde Monteagudo reafirma el pensamiento de Moreno y lo convierte en una tradición. 

Y él mismo se transforma en su evolución, así lo confirma Noemí Goldman: “La expresión a veces contradictoria de la argumentación morenista en cuanto a este derecho, se convierte en Monteagudo en lenguaje abiertamente independentista”. Como pondera el historiador Jorge Correa, Monteagudo fue principalmente americano, ya que su patria fue todo el continente. Al igual que San Martín y Bolivar nunca lo contuvieron las fronteras nacionales, que además no estaban definidas por esa época. Argentina, Chile y Perú, los países donde ocupó importantes cargos públicos, recién se estaban conformando luego del desmembramiento del imperio español. Su mayor escollo fue vivir en una época contradictoria. Monteagudo no escapó de esta disyuntiva, todo lo contrario. Y según Correa: “Las ideas democráticas de los inicios de la revolución debieron afrontar una dura prueba ante la influencia del conservatismo europeo. Las contradicciones embargaron a los patriotas y muchos ven un abismo entre el Monteagudo de 1812 y el de 1823”. Pero ese objetivo de independencia no sufrió mella y sus dudas sólo aparecían sobre la forma de gobierno de las nuevas naciones. Como producto de estas contradicciones su gestión como funcionario en el Perú fue muy polémica y sufrió el destierro de este país en 1822. 
Así, cuando volvió a pedido de Simón Bolivar, fue asesinado en Lima en enero de 1825. Sin embargo, como aclara Elena Altuna: “La importancia de esta polémica figura aparece algo opacada frente a la de otros actores del momento cuyo estatutos de héroes seguramente incide en la consideración de este difusor de la independencia”. Esto último resalta su figura y su espíritu revolucionario.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Fray Luis Beltrán el enloquecido por la revolución - Parte 2



Fray Luis impuso en el campamento del Plumerillo un frenético ritmo de producción. Montó un taller en el que trabajaban por turnos unos setecientos artesanos y operarios a los que Beltrán formaba a los gritos en medio del ruido ensordecedor de los golpes del martillo sobre el hierro hasta quedar ronco para toda la vida. Allí, donde no había nada más ni nada menos que la solidaridad y la entrega a la causa revolucionaria del pueblo cuyano, se fabricaba de todo, desde monturas y zapatos hasta balas de cañón, granadas, fusiles, vehículos de transporte y granadas. Allí diseñaba las máquinas para disimular la desigualdad entre aquellos hombres y la imponencia de la cadena montañosa más alta del mundo después del Himalaya. Puentes colgantes, grúas, pontones para   doblegar quebradas intransitables y abismos imposibles,  todo se fabricaba allí día y noche bajo el impulso de Fray Luis. Ya no quedaban campanas en las iglesias de la zona ni ollas en muchas casas, todo era fundido en los talleres de aquel “Vulcano con sotana”. “Si los cañones tienen que tener alas, los tendrán” decía Beltrán. San Martín quiso premiar tanto empeño y lo ascendió a Teniente Primero con el grado de Capitán. El inspector general del Ejército, José Gazcón se opuso a la carrera militar del fraile artillero por considerarla anticatólica pero el jurista canónico Diego Estanislao Zavaleta dictaminó a favor de la continuidad de Beltrán a las órdenes de San Martín.

Pero Fray Luis no sólo fabricaba las armas, las usaba con un coraje temerario que fue reconocido por el gobierno de las Provincias Unidas a través de una medalla por su actuación en la memorable batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817.

Proclamada la independencia de Chile, Beltrán comenzó a preparar los pertrechos para la expedición al Perú, pero el desastre de Cancha Rayada lo obligó a trabajar sin parar junto a un grupo selecto de colaboradores en la provisión del ejército libertador. En sólo 16 días tuvo listos 22 cañones, cientos de fusiles y miles de municiones que serían estrenados con todo éxito en el definitivo combate de Maipú el 5 de abril de 1818. Tras lo cual recibió otro encargo del Libertador: preparar lo más maravillosos  fuegos de artificio para celebrar la Independencia de Chile.


Participó activamente en la provisión y mantenimiento del parque de artillería de la campaña del Perú y fue designado por San Martín como Director de la maestranza del Ejército Libertador. Se dio el gusto de entrar en Lima junto al Libertador, aquella histórica capital desde donde salían las órdenes para aniquilar poblaciones enteras.

Tras el retiro de San Martín, Beltrán siguió peleando a los órdenes de Bolívar. Instalado en el cuartel general de Trujillo, el fraile volvió al intenso ritmo de producción y a los turnos rotativos de trabajadores. Pero a la severidad de Bolívar no le alcanzaba y quiso poner a prueba la su eficiencia ordenándole la puesta a punto y embalaje de unos mil fusiles y armas de puño en un plazo máximo de tres días. Beltrán y su gente pusieron todo el empeño olvidándose del sueño. Al octavo día todavía faltaban embalar algunas piezas cuando llegó Bolívar y lo reprendió duramente y lo amenazó con fusilarlo. Fray Luis entró en una profunda depresión y se encerró en su cuatro. Seguramente el episodio no lo era todo, era aquella famosa gota de aquel famoso vaso. Años de lucha, de esfuerzos, de no parar. 

La “melancolía” como se decía entonces, le fue ganando la partida y el suicidio apareció cada vez más fuerte en sus pensamientos hasta que se transformó en acción. Se cercioró de que todas las aberturas de su cuarto estuviesen bien cerradas, arrojó sobre el brasero un producto químico que producía un vapor asfixiante y se acostó en su cama a esperar aquella muerte que tantas veces había esquivado en los campos de batalla de medio continente. Pudo ser salvado a tiempo pero los médicos que lo atendieron lo encontraron en un estado de total alteración mental. Deambuló delirando por las callejuelas del pueblito de Huanchaco, hasta que fue rescatado por una familia amiga, pudo restablecerse y embarcarse hacia Chile. Volvió a cruzar la cordillera y llegó a Buenos Aires justo a tiempo para incorporarse, con su revalidado título de Teniente Coronel, a las tropas navales que se aprestaban a combatir contra el Brasil y participó en el combate de Ituzaingo. Pero su estado físico y espiritual se complicaban. Debió abandonar la campaña y regresar a Buenos Aires. Sentía que ahora si venía la muerte por su cuenta y quiso volver a ser sólo un sacerdote. Renunció a las armas y se encerró a hacer penitencia severa por varios días. Luis Beltrán murió fraile y sin un peso a los cuarenta y tres años, el 8 de diciembre de 1827.
Su confesor comentó que se había reconciliado con el Ser Supremo. Nunca conoceremos los detalles de aquella pelea desigual ni de esta reconciliación.

Autor: Felipe Pigna