jueves, 31 de mayo de 2018

Cabildo

Línea General Urquiza



(Ex Ferrocarril Primer Entrerriano, Central Entre-rriano, Nordeste Argentino, Central Buenos Aires y del Este.)


La primera línea férrea en la región mesopotámica, inaugurada el 9 de julio de 1866, fue el Ferrocarril Primer Entrerriano, de Gualeguay a Puerto Ruiz (10 km). Se construyó por una empresa constituida por capitales argentinos que había obtenido la concesión del gobierno provincial; años más tarde, esta línea se incorporó al F. C. de Entre Ríos.

Mediante una ley de junio de 1833 se autorizó a la provincia de Entre Ríos a construir un ferrocarril que atravesara la provincia desde la ciudad de Paraná hasta la de Concepción del Uruguay. Esta línea se inauguró en 1887 con la denominación de Ferrocarril de Entre Ríos. Asimismo, contaba con un ramal a Villaguay, otro a Gualeguaychú y otro a Victoria. En el año 1829 fue adquirida por una empresa de capitales ingleses y tomó la denominación de Ferrocarril Central Entrerriano.

La línea de Concordia (Entre Ríos) a Monte Caseros (Corrientes), con un pequeño ramal a Ceibo, era explotada desde 1873 por el Ferrocarril Argentino del Este; había quedado detenida en aquel punto, contra el propósito de llevarla hasta Mercedes (Corrientes). Una ley nacional, del 4 de noviembre de 1886, acordó al Sr. Juan E. Clark la construcción y explotación de una línea de Monte Caseros a Corrientes y Posadas. En 1888, el Sr. Clark transfirió su concesión a la compañía británica "Ferrocarril Nordeste Argentino", que en 1890 inauguró la primera sección hasta Curuzú-Cuatiá.

El Ferrocarril Central Buenos Aires, anteriormente Ferrocarril Rural de la provincia de Buenos Aires, fundado con capitales privados argentinos, tuvo su origen en la concesión de un "tranvía rural", otorgada por la provincia en 1886 a D. Federico Lacroze. El tramo de Buenos Aires a Pilar se inauguró en 1888, y en el mismo año el ramal de Pilar a Zárate.

En 1896 una ley provincial autorizó su funcionamiento, cuando se habilitó definitivamente la línea a Pilar, con la denominación de Ferrocarril Central Buenos Aires. Este ferrocarril formalizó un convenio, en 1906, de tráfico común con el Ferrocarril Central Entrerriano, por medio del ferry-boat para transportar carga y pasajeros, estableciéndose, de tal forma, el tráfico ferroviario a través del río Paraná, entre Ibicuy (Entre Ríos) y Zárate (Buenos Aires).

La línea de Monte Caseros hacia Misiones que en 1902 llegó a Santo Tomé (Corrientes), continuando también por el Ferrocarril Nordeste Argentino, siguiendo la costa del río Uruguay, llegó en 1912, al inaugurarse el tramo Apóstoles-Posadas, a alcanzar la frontera Noreste del territorio argentino. Por ese entonces se hizo efectiva la autorización acordada a esta empresa para unir sus servicios, por medio del ferry-boat, sin trasbordo con el Ferrocarril Central del Paraguay.

De esta forma las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones quedaron incorporadas al sistema nacional cuyas líneas, bajo una administración común, integraban el F.C. General Urquiza.




miércoles, 30 de mayo de 2018

El intelectual desgarrado - Parte 4

Halperin Donghi se equivoca al relativizar a Scalabrini por prácticas que llama “demonológicas” en el lugar que debía haber análisis histórico–sociales. Este tema vale la pena debatirlo. Las de Scalabrini no son tanto demonologías como un capítulo esencial de la historia intelectual argentina, solo que definiendo al intelectual no como un ser irónico –-como lo hace de Halperin– sino con un ser intenso, turbado y agonal.

Una de las piezas maestras scalabrinianas, la “Destitución de Aramburu y Rojas”, publicada en la revista frondizista Qué, permite evaluar al paradoja del intelectual crítico. Frente al mismo Perón intenta rectificar los rumbos que juzga equivocados del gobierno surgido de las agitaciones del ‘45, mientras aquellos militares golpistas en su momento recibirían prebendas y medallas. Luego del golpe, es el intelectual que se había declarado disconforme el que saldrá a defender al gobierno derrotado por esos almirantes y generales, los mismos que en su momento habían sido parte del “sistema”. 

Como intelectual “descarnado” Scalabrini deberá mostrar que no pertenece ni pertenecerá a los dominios del Estado sino a una república utópica de revelaciones intelectuales y catacumbas pasionales. No hace demonología sino vivisección social con datos estadísticos sobre ferrocarriles y petróleo. 

No hace sociología política sino que se implica en una rara suerte de mesianismo realista, un patriotismo de cuadros estadísticos y democracia radicalizada.

Como nacionalista popular, Scalabrini esgrimió una economía de emancipación; como escritor amante de alegorías, fue poseído por una metafísica vitalista. Esta explosiva fusión es aún un ejemplo para los tiempos que corren. Verdaderos materiales faltantes en una vida nacional embotada que es menester recrear y despertar. 

Con ellos, Scalabrini sigue ofreciendo su pócima moral. La soledad junto a la esperanza. No las dos cosas separadas, como querrían los apenas ensimismados y los solamente bienhechores. Sino esas dos éticas actuantes en común. La del anacoreta en su cartuja avizora y la del expectante con su manojo de papeles de requerimiento y advertencia. Con ellos se dirige a las multitudes que siempre se hacen presentes, y siempre hacen notar un dolorido rasgo de ausencia.

Horacio González


El intelectual desgarrado - Parte 3


Pero en Scalabrini se encuentran volcadas a una epopeya melancólica, a una epifanía de la que surgiría un hombre social emancipado, a partir de los planos internos de una naturaleza mítica. Saldría ese hombre del interior de la geografía, de los ríos, la fauna. De las piedras de las ciudades. Así, Scalabrini va recorriendo un camino. Desde lo inanimado del mineral iniciático, hasta al soplo de la vida liberada.

La famosa descripción del 17 de octubre del ‘45 implica una literatura mitológica, creacionista, con elementos tectónicos y políticos a la vez. Por otro lado, presenta de la manera más original posible, con simultáneo envoltorio mítico, social e histórico, el recorrido de un frente nacional obrero-campesino y criollo-inmigratorio. 

Hermanados, van el “peón de campo”, el “obrero de las hilanderías”, el “rubio inmigratorio”, el “morocho de overol engrasado”. Es la marcha de los mismos funámbulos que aún hoy –en estos mismos días– son interrogados por literaturas que quizá no consiguen alzar vuelo, aunque se presentan en el afán de dar reinicio a otro ciclo de la memoria crítica nacional.

Martínez Estrada había visto lo mismo, esa gran marcha de espectros, pero como primero creyó que debía condenarla para luego ir él mismo, ¡en persona! a salvarla, logró ser un verdadero incomprendido pues quedó tan solo la primera parte del argumento y no la que le seguía y lo justificaba. Injustamente se lo consideró así un antagonista de Jauretche y Scalabrini cuando en realidad era su complemento secreto. Una suerte de no declarado forjista en la Buenos Aires vista como “cabeza de Goliat”.

Scalabrini es hijo de una irrepetible conjunción. Pensó la economía política con las categorías del Lenin del Imperialismo, fase superior del capitalismo, pero lanzó su escritura como si fuera una réplica macedoniana de los papeles de recienvenido. Este era un hombre macedoniano burlesco, pero también un personaje que estaba solo y esperaba. Sólo que su humor patafísico originario es reconvertido por Scalabrini en un estilo grave y dolorido, del que denuncia en tanto humillado, en tanto perseguido. 

Entonces, Scalabrini no se privó de la justa altanería del profeta en el desierto, aunque a su alrededor crecían los lectores, que al mismo tiempo que se informaban sobre las formas imperiales de dominio, sentían que se operaba un llamado “desde el subsuelo”. 

Era la voz que intranquilizaba y urgía. Faltan hoy esos llamados.


El intelectual desgarrado - Parte 2

No es que Scalabrini manejara estos materiales de mezcla sin conciencia de lo que hacía, pues su idea del subsuelo es precisamente la de una fragua enterrada que mixtura lo artístico, lo social y la praxis de un mito reparador. Pero acaso sin percibirlo, ese vida subterránea encantada mantenía a la distancia un aire lugoniano en el estilo de su conciencia agónica y en la mención, no ocasional, de un personaje de la épica intelectual de todos los tiempos. 

Se trataba de un personaje dispuesto a mostrar en todo momento el honor desesperado de sus verdades: el escritor seducido por un arte de inmolación.

Para Scalabrini, el sujeto que garantizaba el sentido profundo de las cosas tenía un rostro compartido entre el jacobinismo de ínfula romántica y la investigación del archivo sigiloso de las fuerzas que generan el vasallaje nacional. Los investiga con la garra de un científico de las ciencias exactas, en la soledad empírica de su laboratorio.

Por otro lado, le importaba el lado agreste y revolucionario del misterioso secretario de la Primera Junta. El era un morenista. En cambio, no le importaba Rosas, a diferencia de tantos otros hombres de su generación y de su credo.

Aquel sujeto scalabriniano –en conmoción– tenía diversas traducciones. Para Jauretche asumía la figura de un payador de filo, contrafilo y punta. Para Hernández Arregui la de un proletario con conciencia nacional. Para Cooke la de un partisano lector de “manuscritos juveniles” un tanto luckacsianos. Pero para Scalabrini era propiamente el intelectual agonístico siempre al borde de ofrecerse en sacrificio público por la causa de una nación. Una causa que podía ir de la nada a la profecía. 

Este rasgo no lo toma Scalabrini del nacionalismo de alta escuela sino que lo encuentra en su propia concepción sacrificial. En un padecimiento novelado, con el que quería significar la alegoría misma de la desdicha nacional. Se atormenta una conciencia lúcida individual cuando ve sufrir al cuerpo nacional, antiguo tema del lirismo trascendentalista.

Sin embargo, Scalabrini es alegórico donde Lugones, en su suicidio, es resolutivo. Y es historicista con una visión progresista de la historia, allí donde los Irazusta o Ernesto Palacio son explícitos hombres de honor, duelistas declarados, tanto como eufóricamente lo fue Jauretche.

Todo esto ya está insinuado en El hombre que está solo y espera, un escrito absolutamente modernista al que solo la metafísica que absorbe de su maestro Macedonio Fernández le impide el giro carnavalesco que el mismo tema tiene en Brasil en la figura de Macunaíma o de la antropofagia de Oswald de Andrade. En el siempre recordable Hombre de Corrientes y Esmeralda se halla el arquetipo de una redención amorosa y fraternal, tallada en la inocencia de las multitudes argentinas de las que ya se había ocupado el ensayismo nacional de todas las épocas. 

El intelectual desgarrado - Parte 1


Intelectual central para entender una época, hizo la autopsia de la economía británica en Argentina, defendió la neutralidad en la guerra, continuó la elaboración de una metafísica de la Patria y su gente. De Forja a su larga continuidad, dos reflexiones sobre un personaje necesario.

Scalabrini manejaba teodolitos y aparatos de mensura. Un remoto temple positivista reinaba en su conciencia literaria. ¿Dónde y cuándo, como si fuera un narcótico salvador, se aloja en su profesión de agrimensor el tema del “hombre colectivo”? Se diría que siempre en Scalabrini convivieron los humores del positivismo paleontológico –herencia paterna– y los arrebatos del escritor sorprendido por el mito, la “creencia como magia de la vida”, cuestión que toma de Macedonio Fernández.

Pudo haber sido un aguafuertista, como Arlt. Algo de eso hay en La manga, sus cuentos de la década del veinte. Pero Raúl Scalabrini Ortiz abandonaría muy pronto su tributo a una literatura influida por aires decadentistas. Allí estaban la angustia de las muchedumbres, la relación de la locura con el genio y las memorias en primera persona de escritores desesperados.

Se equivocaría con él Hernández Arregui cuando festeja el discurso de la economía política crítica que informa la obra de Scalabrini, pero intenta separarlo de lo que llama las “neblinosas concepciones” tomadas de la obra macedoniana. 

No es así, una cosa está enlazada inseparablemente a la otra. Sin el autor de Papeles de Recienvenido no hay Scalabrini. Ni hay tampoco Borges o Marechal. Y tampoco hay Scalabrini sin el extraño telurismo que obtiene de la obra de Ameghino, apenas trasladándolo del naturalismo evolucionista hacia el cariz vitalista de un encierro moral que un día obtiene su resarcimiento súbito.

Scalabrini tuerce destinos literarios y científicos, de todo se impregna y todo reutiliza bajo su sello original, su revelada arrogancia. Con esas herramientas de desobediencia no solo leyó la historia de una postración nacional, sino que puso las bases para que no se pudiera hablar de imperialismo sin postular un sujeto moral en permanente convulsión. 

Esas “muchedumbres” que ya estaban en su obra juvenil, que recibe de la literatura social modernista. También presentes en El hombre que está solo y espera, lo que lo acerca aunque sea alusivamente al hombre social que surge de la venerable leyenda de la tierra poseída en común, que habían postulado los populistas rusos en el siglo XIX.


martes, 29 de mayo de 2018

Hueco de Lorea


En la actual Plaza del Congreso se encontraba el ''hueco de Lorea" donde se detenían las carretas que comerciaban entre Buenos Aires y el interior. Cruzando los limites mencionados, se iniciaban los suburbios con escasa edificación, algunas quintas y terrenos baldíos. Los terrenos eran propiedad del comerciante Isidro Lorea quien falleció alli junto a su esposa en 1807 defendiéndose de las tropas inglesas que avanzaban sobre la ciudad.





En la Plaza Lorea (la única de las 700 plazas porteñas que arrastra su nombre desde la época de la Colonia), según cita en un meticuloso trabajo el ingeniero civil y vecino del barrio, E. Ricucci Barrio. Junto a la estatua de José Manuel Estrada funciona un canil y otro "dormi" de indigentes. Cruzando la calle, bajo un gomero, la estatua de Mariano Moreno también alberga marginales. Frente a la Plaza Lorea se destacaba el Mercado Modelo proyectado por el arquitecto Fernández Moog.





lunes, 28 de mayo de 2018

El tanque de agua en la plaza Lorea



En 1873 se levanta el tanque de agua en la plaza Lorea y un año más tarde, se inauguraban las obras de abastecimiento de agua desde el río con filtros de purificación. En 1880 una cuarta parte de la población de la ciudad disponía de agua corriente desde la toma localizada en la recoleta.-

La evacuación de líquidos cloacales y los residuos pluviales tenían similares problemas, utilizándose habitualmente los zanjones y arroyos como vías abiertas para el drenaje y la circulación.- Los pozos negros fueron el sistema habitual en el esquema doméstico, planteándose simultáneamente la eliminación de las letrinas-Mateos al rededor del depósito de distribución de agua corriente. La torre de hierro tenía 60 metros de alto y un tanque con capacidad para 10.000 litros cúbicos.


https://buenosairesnoscuentaelpasadoye.blogspot.com/2012/05/

domingo, 27 de mayo de 2018

Los terrenos del comerciante Isidro Lorea.


Los terrenos propiedad del comerciante vizcaíno Isidro Lorea.

La Plaza Lorea es en la actualidad un pequeño espacio arbolado. En el siglo XVIII esta plaza había sido un amplio hueco contiguo a la Iglesia de la Piedad y utilizado como plaza de carretas y mercado. Los terrenos eran propiedad del comerciante vizcaíno Isidro Lorea, quien junto con su esposa murió en el lugar en 1807, defendiéndose de las tropas inglesas que avanzaban sobre la ciudad. Isidro Lorea había comprado en 1782 una quinta de 2 hectáreas conocida como Hueco del mercado de La Piedad. 

Antes de ser muerto junto a su esposa durante las Invasiones Inglesasen 1807, le donó al gobierno un terreno de 61 x 122 metros para que se construya una plaza que sirviera como parada de las carretas que provenían del Camino de las Tunas (actualmente Avenida Entre Ríos) y de la calle De Las Torres (actualmente Avenida Rivadavia). Su única condición fue que esa plaza llevara su nombre, lo que fue concedido por el Virrey Rafael de Sobremonte en 1808.  Isidro Lorea —arquitecto, empresario, constructor e importador de maderas— que había logrado abrir en Buenos Aires una gran ebanistería en Santa María. Hacia 1766 comienza a tallar y dorar las figuras y columnas de los retablos de la Catedral Metropolitana.

A la superficie restante a la plaza se la loteó y se construyó lo que se conoció luego como “El Mercado de Lorea”. Levantó allí edificaciones con recovas donde se instalaron tiendas al abrigo del sol y las tormentas pudiéndose comerciar allí las mercancías que traían las carretas que paraban en el “Hueco de Lorea”. Hacia fines del siglo XVIII este sitio era muy frecuentado y hasta algunos aborígenes se acercaban a vender cueros de vacas, ovejas, cereales y plumas de ñandú. Al “depósito de Lorea” llegaban dos rutas comerciales de gran importancia. Allí paraban las carretas que venían del sur por el Camino de las Tunas  y las que venían del oeste por la calle De Las Torres. Hasta 1871 gran parte del área que corresponde a la plaza Lorea y la actual plaza de Los Dos Congresos estaba ocupada naturalmente por una somera lagunilla que formaba el arroyo de Matorras o "Tercero del Medio" a poca distancias de sus fuentes freáticas en el Hueco de los Olivos (actual lugar de emplazamiento del edificio del Congreso Nacional).




https://buenosairesnoscuentaelpasadoye.blogspot.com/2012/05/

sábado, 26 de mayo de 2018

El increíble palacio de Mariano Miró - Parte 3

En julio de 1890, la residencia sufrió graves daños porque quedó en medio del fuego de un sangriento enfrentamiento conocido como “la revolución del Parque”. 
Los antagonistas fueron una fuerza cívico-militar (integrada por gente de la Unión Cívica y grupos militares) y los leales al gobierno del presidente Miguel Juárez Celman. Agustín Miró no vio aquello porque había muerto en 1872. Pero su viuda sufrió mucho al ver las ventanas y algunas paredes destruidas por la metralla de esa disputa. También aquello afectó a algunas de las obras de arte que había allí.

Después el lugar fue restaurado y en 1910 en la mansión se realizó el baile principal por los festejos del Primer Centenario de la Revolución de Mayo, al que concurrieron el presidente José Figueroa Alcorta y la infanta Isabel, que vino en representación del rey Alfonso XIII. Para entonces, doña Felisa ya no estaba: murió en 1896.

Pero antes de su muerte también tuvo que pasar por una situación que la afectó emocionalmente. En diciembre de 1887, en la calle Tucumán y entre dos manzanas de la plaza, se inauguró una gran estatua del general Juan Galo de Lavalle, un militar destacado en las luchas por la Independencia. En ese momento, la plaza ya llevaba su nombre. Pero había un detalle para no olvidar: por diferencias políticas internas, Lavalle había sido quien ordenó el fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828.

Y tener aquel monumento sobre una columna a más de 20 metros del suelo fue interpretado como una ofensa por la viuda de Miró, sobrina del fusilado. Por eso, dispuso que todas las ventanas del palacio que daban hacia Viamonte fueran tapiadas. Y tampoco ya nadie subió al mirador.


El increíble palacio de Mariano Miró - Parte 2

La construcción del palacio se terminó en 1868 y su entrada principal estaba sobre la calle Viamonte (entonces conocida como Del Temple). 
El edificio, construido al estilo de una villa italiana, tenía dos plantas y un importante mirador que resaltaba en el perfil de la mansión. En la planta baja una galería perimetral la hacía más señorial y le daba marco a una escalinata de mármol. El lugar, proyectado por los arquitectos italianos Nicola y Giuseppe Canale (padre e hijo), estaba destinado a que lo habitaran Miró y su esposa, Felisa Gregoria Dorrego Indarte de Miró (hija de Luis Dorrego, hermano de Manuel, fusilado en 1828). El día que se casaron él tenía 35 años y ella, 16. Aquella edificación fue una de las primeras en ser pensada con perímetro libre alrededor para que eso se convirtiera en parque.

Y así fue porque con el tiempo el palacio estuvo rodeado de árboles de distintas especies donde se destacaban magnolias, cedros, jacarandás, pinos, araucarias y hasta plantas de cítricos. 

Algunos de aquellos árboles sobrevivieron a la demolición de la mansión y hoy todavía son parte de la plaza que está allí. Cuentan que entre ellos hay un ceibo de Jujuy plantado por Torcuato de Alvear, así como un gran ficus que tiene una copa de gigantesco diámetro. 
El Palacio Miró y su gran parque le daban un toque distinto a la zona porque los otros grandes edificios cercanos tenían destinos diferentes. 
Uno era el del Parque de Artillería, un sector militar que estaba donde ahora está el edificio de Tribunales; el otro, la estación que había instalado la Empresa Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste que estuvo hasta 1882. De ahí salió la locomotora La Porteña con el primer tren que recorrió la Ciudad.

El increíble palacio de Mariano Miró - Parte 1


Estaba en una manzana que hoy forma parte de plaza Lavalle y se levantó en 1868, cuando el lugar era prácticamente salvaje.



Cuando a la zona se la conocía como el Hueco de Zamudio (un área comprendida por unas diez manzanas), los desbordes del arroyo Tercero solían convertir el terreno en un lodazal. Hasta dicen que había una pequeña laguna donde algunos iban a cazar patos. Pero, un día, una manzana del lugar se remató en una subasta y la puja la ganó un comerciante a quien consideraban uno de los porteños más ricos de ese momento. 

Eso ocurrió en 1841, el comerciante se llamaba Mariano Agustín Miró Dorrego (director de varias instituciones financieras) y el terreno en cuestión comprendía la manzana de las actuales Viamonte, Libertad, Córdoba y Talcahuano, en el barrio de San Nicolás. Entonces, para ese terreno el paisaje cambió: allí, el hombre hizo construir una mansión que se mantuvo en pie hasta 1937, cuando el terreno fue expropiado por la Municipalidad para ampliar la plaza, y la demolieron. Al edificio lo conocieron como el Palacio Miró y mantiene un lugar destacado en la historia de Buenos Aires.


jueves, 17 de mayo de 2018

Mitos y Leyendas de Formosa

Deuda externa argentina: el siglo XIX y los antecedentes - Parte 2

Después de Caseros, el grupo Mitrista que pasa a controlar la provincia de Buenos Aires se preocupa por arreglar las cuentas: se envía a Norberto de la Riesta a Londres para la renegociación. De la Riesta reconoce una deuda en concepto de capital más intereses, más intereses de intereses, elevando la deuda a la módica suma de 2.618.000 libras.

Ya con la organización nacional, cuando el Mitrismo necesita financiación para Guerra de La Triple Alianza, envía nuevamente a de la Riesta a Londres en busca de nuevos fondos. Este obtiene allí un nuevo empréstito por 2.500.000 libras cuyos títulos se colocan en su mayor parte a 72,5% y que restado sus gastos y comisiones deja un remanente de 1.735.703 libras.

Al concluir la Presidencia de Mitre la deuda externa se haya cercana a los cinco millones de libras esterlinas.

Su sucesor, Domingo Sarmiento, también toma fondos externos; el fin seguiría siendo la estructuración del país. Sin embargo la facilidad de obtener crédito a bajo precio estímulo extraordinariamente el comercio y la especulación en todas las clases sociales, ocasionando una ficticia suba de precios. La especulación se dio principalmente sobre la propiedad raíz, el efecto ingreso de este auge ficticio llevo a un desmesurado aumento de las importaciones. Con un importante déficit de balanza de pagos, el oro comenzó a exportarse en marzo de 1873 cuando comenzó a hacerse sentir la crisis.

En 1874, al culminar el período presidencial de Sarmiento, puede estimarse que la deuda externa oscila alrededor de 14.500.000 de libras y el pago de los servicios anuales por amortización e intereses constituye ya un ítem importante en el presupuesto del Estado.

La crisis promovida por la gran abundancia de capitales introducidos al país por medio de empréstitos culmina en 1876 durante el Gobierno de Nicolás Avellaneda.

De esta forma, podemos observar que la toma de crédito para estimular el desarrollo económico del país se repite cíclicamente: “El desarrollo económico de la Argentina en el siglo XIX fue financiado con préstamos del mercado mundial de capitales”.

Ya durante el mandato de Roca, argentina en 1881 promulga importantes reformas monetarias a fin de remediar las repetitivas situaciones caóticas en que se había visto el circulante.

La principal medida fue la fijación de un nuevo peso oro. Argentina volvió así formalmente al patrón oro: “A fines de 1883, la argentina tenía por primera vez un sistema monetario practicable” 3.

Durante su mandato comienza un programa para colonizar nuevas tierras, expansión que requería el desarrollo económico; circunstancia tal que derivó en un desmesurado aumento de los préstamos.


Deuda externa argentina: el siglo XIX y los antecedentes - Parte 3

Nuevamente el volumen de préstamos extranjeros con destino a la Argentina crecían desmesuradamente y ya en 1884 los pagos del servicio de la deuda alcanzaban 28 millones de pesos oro 5. Para el final del mandato de Roca, Argentina elevaba sus deudas externas a 38 millones de libras esterlinas.

Una nueva crisis provocada por un continuo déficit de balanza de pagos se precipito, llevando al país a un eventual abandono del patrón oro.

Después de esta breve crisis, el boom recomenzó con mayor intensidad trayendo consigo una nueva ola de empréstitos, situación tal que elevaba la carga de la deuda. En 1889 los intereses sobrepasan los nuevos empréstitos obligando al Gobierno confesar su insolvencia. Esta nueva y aguda crisis precipito la salida de Juárez Celman y hacia 1890 antes de asumir Carlos Pellegrini, las cargas anuales por pagos de servicios de la deuda habían crecido a 60 millones de pesos oro.

A pesar de la ascendente tendencia de los volúmenes de exportación durante los primeros años de la última década del siglo XIX durante las presidencias de Sáenz Peña y Uriburu la argentina no logró recuperarse por los decrecientes precios mundiales de los productos primarios, situación que se revertiría solo a fines de siglo. Con la recuperación de los precios mundiales de los productos primarios la Argentina tuvo una sucesión favorable de balanza de pagos, por tal motivo ve apreciar su moneda y decide retornar al patrón oro.

En resumen…

El empréstito se hizo por un valor nominal de £1.000.000 (equivalente a $ 5.000.000).

Se emitirían 2.000 bonds por valor de £500 cada uno, suscriptos por la provincia de Buenos Aires.

Se colocarían al público, por medio del agente autorizado, la Baring, al 85%, o sea que por cada bond de £ 500 se abonarían £ 425.
El Gobierno bonaerense recibiría el 70%, £700.000 ($3.500.000).
El interés sería del 6% anual sobre el capital nominal (£ 60.000).
Se establecía un fondo anual para amortización del capital del 0,5%, o sea de £ 5.000 ($ 25.000), la ducentésima parte de la deuda pactada, que debía enviarse a Londres en dos pagos anuales de £ 2.500, junto con cada remesa semestral de intereses.
El Gobierno provincial se hacía responsable con sus bienes, rentas y tierras públicas por el pago del capital nominal más sus intereses.

Escribe Alfredo Koncurat
Especial para EL DIARIO


miércoles, 16 de mayo de 2018

Deuda externa argentina: el siglo XIX y los antecedentes - Parte 1



Es más antigua, incluso, que nuestro país. Para encontrar las raíces de este hecho hay que remontarse a 1824

A lo largo de nuestra historia encontramos repetitivos y lamentables acontecimientos en torno a la deuda externa argentina, circunstancia que ha ido oprimiendo las perspectivas de desarrollo de nuestro país.

Sin lugar a dudas, el lastre de la deuda externa es uno de los factores condicionantes del crecimiento y evolución de la economía argentina de mayor importancia.
Hoy el tema es un ítem destacado en la agenda de nuestros legisladores, que lejos de consensuar un plan a futuro continúan priorizando sus urgencias sobre lo necesario e importante que requiere nuestra Patria.

Ignorar la historia nos condena a repetirla, el análisis y estudio de los acontecimientos históricos de nuestra Nación indudablemente deben servir para dotar de sabiduría a nuestro pueblo y poder construir un mejor proyecto futuro.

La deuda externa nacional es incluso más antigua que nuestro país. El primer empréstito fue tomado antes de nuestra génesis. Después de la descolonización, el 17 de diciembre de 1824 las autoridades del Gobierno de Buenos Aires aprobaron un empréstito de un 1.000.000 de libras esterlinas.

El famoso empréstito de la Baring Brothers gestionado por el entonces ministro Bernardino Rivadavia debía de servir entre otras a dotar de un moderno puerto y aguas corrientes a Buenos Aires, a demás de consolidar la frontera con los indios fundando varios pueblos.

La deuda fue colocada en Londres al 70% de su valor, y como el prestamista comenzó reteniendo el servicio de dos anualidades, a Buenos Aires llego poco más de la mitad del empréstito acordado. Pero por si esto no bastase, la Baring Brothers no mandó oro, sino órdenes de pago contra comerciantes ingleses de Buenos Aires.
Como era previsible, a los dos años los servicios del empréstito dejaron de abonarse. El entonces gobernador Manuel Dorrego no cumplió con las obligaciones y Rosas, más tarde se lamentaba pero tampoco pagaba. Ante la presión de la Baring, Rosas encomendó 1843 al diplomático Manuel Insiarte que tantease la posibilidad de canjear la deuda por las Islas Malvinas (ya en poder de la corona Inglesa desde 1833).

Como era de esperar el gobierno Inglés desecha la oferta, Rosas cancela algunas mensualidades interrumpiendo los pagos en 1845 cuando se produce el bloqueo anglo-francés por el río Paraná.


martes, 15 de mayo de 2018

Presidencia de Pellegrini (1890-1892)




Carlos Pellegrini se hizo cargo de la presidencia de la Nación luego de la renuncia de Juárez Celman, quien se había visto obligado a dimitir como consecuencia de la Revolución de 1890. En ese entonces el país atravesaba un período de grandes dificultades, pues había superado y aplastado una sublevación golpista cívico-militar para luego enfrentar una dramática crisis económica y financiera. De ese modo, durante la presidencia de Pellegrini, la Nación debía responder a las deudas contraídas con el extranjero por sumas muy elevadas, pero las arcas estaban exhaustas y los bancos oficiales en quiebra.

Carlos Pellegrini era un hombre templado e inteligente y debió poner a prueba su capacidad de gobernante. Guiado por fines conciliatorios, integró su gabinete con figuras pertenecientes a diversas tendencias políticas, aunque siguió las directivas del partido Autonomista, cuya jefatura volvió a ocupar su ministro Roca.

Obras de la Presidencia de Pellegrini

Para resolver el tema del endeudamiento, Pellegrini obtuvo de capitalistas y hombres de negocios la suscripción de un empréstito interno. En diciembre de 1891 inauguró el Banco de la Nación Argentina con un capital mixto de 50 millones de pesos. Este organismo prestó grandes beneficios en la recuperación económica. También fue creada la Caja de Conversión, a fin de sanear el valor de la moneda.

La situación imperante obligó al gobierno a suprimir los gastos considerados innecesarios y las obras públicas, aplicando sobre la población una ley de impuestos internos para aumentar la recaudación y reducir el déficit de caja. Fueron recuperadas para el patrimonio de la Nación las Obras Sanitarias de la capital y más de 3.000 leguas de tierras fiscales entregadas al lucro de los especuladores. Para mantener el crédito con Inglaterra, Pellegrini envió a Londres a Victorino de la Plaza.

En materia educativa, el presidente dispuso la creación de la Escuela Superior de Comercio de Buenos Aires, que hoy lleva su nombre, y en 1891 inauguró el Museo Histórico Nacional. Con respecto a las fuerzas armadas, el Ejército comenzó a utilizar para sus tropas de infantería el fusil alemán Mauser, y las instalaciones del Colegio Militar de la Nación fueron trasladadas al pueblo de San Martín.

Acontecimientos políticos

Durante la Presidencia de Pellegrini continuaron las tensiones políticas. Los opositores de la Unión Cívica sostenían los principios de la Revolución de 1890 y culpaban al gobierno de proseguir las líneas políticas de Miguel Juárez Celman. En enero de 1891, la Unión Cívica reunió una Convención Nacional en Rosario, y con espíritu conciliador proclamó la fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen para el período gubernativo 1892-1898.

Mitre, que se encontraba en Europa, aceptó su candidatura y a su regreso en el mes de marzo de 1891 fue recibido con una imponente manifestación popular. El presidente Pellegrini y el Gral Roca, quien era jefe del Autonomismo, llegaron un acuerdo con Mitre, por el cual el último aceptó reemplazar de la fórmula a Bernardo de Irigoyen por el autonomista José Evaristo Uriburu.

División de la Unión Cívica

Este acuerdo provocó una inmediata y profunda conmoción política que llevó a la división de la Unión Cívica: los que aprobaron el acuerdo formaron la Unión Cívica Nacional (roquistas, pellegrinistas, y mitristas); y los extremistas revoltosos con tendencias golpistas se organizaron en torno de la Unión Civica Radical, cuyo conductor era Leandro N. Alem. Esta última agrupación política, que como su nombre lo indica era radicalmente extremista y opuesta a todo diálogo político.




domingo, 13 de mayo de 2018

Los empréstitos

Los empréstitos del Siglo XIX "El interés de la deuda cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor y mas desastroso enemigo público. 

Es más temible que un conquistador poderoso con sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero... La América del Sur emancipada de España, gime bajo el yugo de su deuda pública. 
San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la han puesto bajo el yugo de Londres" 
Juan Bautista Alberdi

miércoles, 9 de mayo de 2018

Nostalgia por los cines del barrio - Parte 4

Junto con el Supremo competían en el barrio el 9 de Julio (hoy transformado en garaje), frente a éste estaba el Edén Palace (hoy confitería) y el Grand Bourg, sobre Monroe y próximo a la estación del ferrocarril, hoy un edificio de departamentos. De todos ellos pocos rastros quedaron. La gran excepción, por supuesto, es el 25 de Mayo, en la avenida Triunvirato, que actualmente es un ejemplo de recuperación y puesta en valor.

El cine como patrimonio

Con todo lo anteriormente expuesto queda demostrado que la arquitectura de los cines de barrio tiene un valor patrimonial singular. Como podemos ver, la mayoría de los inmuebles ya no están y gran parte de los que aún subsisten se encuentran seriamente afectados, incluso en muchos casos difíciles de identificar.

De todas formas, quedan algunos por recuperar. Por ejemplo el Aconcagua, de Villa Pueyrredon: los vecinos se encuentran luchando para transformarlo en un centro cultural. En el barrio de Paternal se busca lo mismo con el Cine Taricco. La batalla por estos lugares se da en varios frentes: los grupos de redes sociales, los periódicos y radios zonales son los principales espacios para la difusión de estos emprendimientos.

Hace pocos días reabrió sus puertas el Cine El Plata, conocido como el “Gran Rex de Mataderos” que había cerrado en 1987. Si bien en 2011 había realizado una apertura temporal, hace pocos días se hizo la apertura definitiva. En abril de este año también reinauguró el Gran Rivadavia de Flores, con un espectáculo gratuito para los vecinos.

Cuando hablamos de lucha, indefectiblemente, nos referimos a la puja que mantienen los vecinos contra el Estado, que en muchas ocasiones se ve presionado por otros intereses que no son precisamente los que favorecen al barrio. 
Esto trae a mi mente aquel pensamiento de Friedrich Nietzsche, que ya entrado en el siglo XXI debería quedar perimido; sin embargo, resabios del mismo parecen vigentes. Decía el filósofo: “La cultura y el Estado -no nos engañemos sobre esto- son rivales: el ‘Estado de cultura’ no pasa de ser una idea moderna. Lo uno vive de lo otro, lo uno prospera a costa de lo otro. Todas las épocas grandes de la cultura son épocas de decadencia política: lo que es grande en el sentido de la cultura ha sido apolítico, incluso antipolítico”.

(Edición del Mes: 7 Año: 2015 )

https://periodicoelbarrio.com.ar/nostalgia-por-los-cines-del-barrio/

martes, 8 de mayo de 2018

Nostalgia por los cines del barrio - Parte 2

También era usual que muchos colegios de la Ciudad usaran sus salones de actos para transformarlos en pequeños cines donde las películas continuadas, a costos muy bajos, tenían atrapados a los niños durante las tardes del fin de semana.

Todo eso quedó en el recuerdo y parte de esta actividad barrial en alguna medida se perdió. Estamos muy lejos de aquella época de esplendor, en donde ir a ver una o varias películas era la ceremonia de los fines de semana. Y no es que el furor por el séptimo arte haya desaparecido, sino que como ya hemos mencionado en alguna oportunidad los avances tecnológicos hicieron que el cine a partir de los años 80 se metiera rápidamente en nuestras casas, haciéndonos más perezosos a la hora de optar entre el confortable sofá de nuestro living y las butacas no tan cómodas de un cine. Pero dejemos en claro que son dos vivencias muy distintas.

Entre los 80 y los 90 comenzaron los cierres masivos de distintas salas, principalmente las de barrio. En la actualidad la pantalla grande fue variando tecnológicamente y significó un verdadero un problema para las pequeñas salas, que no lograron aggiornarse a los nuevos tiempos. Esto llevó a que las viejas salas de espectáculos fueran mutando, transformándose en templos religiosos, locales bailables o lugares con funciones poco acordes para estos hermosos edificios. 

En todos los casos las alteraciones de estas obras cambiaron su fisonomía edilicia, como así también su interior, lo que en definitiva le quitó su esencia arquitectónica. Las esplendorosas cajas arquitectónicas, rodeadas de innumerables luminarias en sus frentes con elementos decorativos futuristas -siempre llamativos- a través del uso del neón, se fueron apagando poco a poco, a tal punto que se llevó al extremo de demoler verdaderas joyas de la arquitectura del cine.

El Cumbre y el Supremo

Estas dos importantes salas de espectáculos prácticamente quedaron en el recuerdo, avasalladas de distinta forma por las necesidades del “progreso”. El primero es el emblemático cine Cumbre de Saavedra, ubicado en el cruce de la Av. Balbín y García del Río, del cual queda poco y nada debido a intereses empresariales. También se encontraban en el barrio las salas Aesca y Estrella, ya desaparecidas y que supieron funcionar como lugares de referencia para los vecinos.

Nostalgia por los cines del barrio - Parte 3

La posibilidad de recuperar al viejo edificio del Cumbre para transformarlo en un nuevo ámbito cultural quedará sólo en los papeles, ya que hubo oídos sordos para mantener la obra a pesar de haber sido declarada sitio histórico. Sin duda es algo bastante preocupante, ya que de esta forma queda claro que ningún bien patrimonial está totalmente resguardado, a pesar de estar amparado por la ley. Bueno, nada es de sorprender si el mismísimo Cristóbal Colón ha estado tanto tiempo acostado a un lado del viejo paseo del Centro a la espera de una decisión sobre su destino. Como paradójico, cabe agregar que en los sitios de compra y venta por Internet -y esto es una muestra del valor que para muchos tiene el pasado de estos lugares- se puede encontrar el programa o cartilla que se daban a la entrada y promocionaba el estreno de las películas del día en el viejo cine.

La diputada Adriana Montes se refiere al Cumbre y nos dice: “Sólo la nostalgia de muchos vecinos lo recuerdan como el lugar que hace años los juntaba en tardes interminables de cultura y diversión. En este sitio funcionaron, en las últimas décadas, varios establecimientos, un supermercado y un estudio jurídico, para finalmente ser lo que hoy es: nada”.

El Cumbre, por su parte, era un cine chico en comparación con las salas del Centro: ofrecía una pantalla de pequeñas dimensiones, los asientos eran un tanto rígidos y los pisos de madera estaban cubiertos con alfombras. En su época de esplendor se pasaban tres películas y un noticiero a precios económicos. Los jueves eran los días de estrenos y los miércoles se promocionaban descuentos para las damas. No se necesitaba ser de clase adinerada para disfrutar de sus espectáculos: precisamente la ventaja del cine de barrio es que como las películas llegaban una semana después de ser estrenadas en las salas del Centro los valores de la entrada eran menores y si se sumaba a alguna promoción los costos eran verdaderamente bajos. Por eso, esta salida nunca dejó de ser un excelente ritual.

El otro cine que hace tiempo dejó de funcionar es el Supremo, inaugurado el viernes 22 de mayo de 1931, según rezan los periódicos de la época. El edificio se encontraba en nuestro barrio de Villa Urquiza, más precisamente en la calle Bucarelli 2696; allí los menores podían ver por tres películas en continuado por 80 centavos. La fachada del mismo hoy se encuentra bastante desvirtuada, pero aún se pueden distinguir las líneas verticales y la geometría del Art Déco que vestía el frente. Es lamentable que en el momento en que se lo adaptó a una nueva función no se haya tenido en cuenta el valor estilístico del lugar.


Nostalgia por los cines del barrio - Parte 1



De la sala Cumbre de Saavedra casi no hay registros, a pesar de haber sido declarada patrimonio histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Tampoco queda mucho del Supremo de Villa Urquiza, al igual que del Grand Bourg en Monroe y del Edén Palace. Afortunadamente, la lucha vecinal logró recuperar el 25 de Mayo sobre Triunvirato.

En poco más de un año el cine argentino festejará sus 120 abriles de existencia, lo que nos lleva a plantearnos nuevamente cuál será el futuro de aquellas salas de espectáculos que funcionaron como centro de reunión durante varias décadas para los argentinos. 

El 18 de julio de 1896 se presentaron en nuestro país las primeras películas, de origen francés, en el ya desaparecido Cine-Teatro Odeón de la calle Esmeralda, a metros de la avenida Corrientes. 

En septiembre de ese mismo año se realizó la primera filmación del país en manos del alemán Federico Figner, quien eligió como temas compositivos los bosques de Palermo, la Plaza de Mayo y la avenida homónima.

El primer biógrafo porteño se llamó El Nacional y se encontraba en la calle Maipú 471. A partir de aquel entonces, en Buenos Aires comenzó a ver florecer un sinnúmero de salas de espectáculos que desde el Centro se fueron extendiendo hacia los barrios. El idilio entre el porteño y el cine fue un hecho inesperado y que no paró de crecer.

Desde principios del siglo XX hasta bien pasada la mitad del mismo, el cine se transformó en la salida obligada de la familia porteña, un ritual ineludible. Hasta en los barrios más humildes había alguna pequeña sala. Para aquellos que se encontraban a trasmano del Centro, el cine de barrio era el lugar ideal para la salida familiar. Por supuesto, había que prepararse y utilizar la mejor ropa para este evento. 


lunes, 7 de mayo de 2018

Frondizi y la política petrolera - Parte 2

Quinto. En 1958, después de 50 años de explotación, se producía en la Argentina, a través de YPF y de un par de compañías que tenían viejas concesiones, 5 millones y medio de metros cúbicos de petróleo. En 1962, entre YPF y las compañías, se produjeron en el país 18 millones de metros cúbicos de petróleo y gas equivalente. Se triplicó la producción. Esto quiere decir que dos tercios del petróleo y la nafta que se consume hoy en el país son fruto de nuestra política petrolera.

Sexto. En 1958, el país producía el 35 por ciento del petróleo que consumía y se importaba el resto. En 1962, producía el 84% y exportaba los primeros excedentes. En 1958 importaba 10 millones de metros cúbicos. En 1962 importaba menos de 3 millones de metros cúbicos.

Séptimo. En 1957 el país gastó más de 270 millones de dólares en importar petróleo. En 1962 la cifra no pasó de 30 millones y, además, exportamos.

Octavo. El precio promedio pagado por el petróleo importado es de 10 dólares por metro cúbico. El precio promedio que se paga a las compañías por el trabajo de extracción es menor de 10 dólares por metro cúbico. El costo promedio de YPF no ha podido determinarse con certeza, pero se sabe que es muy superior al precio que reciben los contratistas. Como caso concreto, señalo que el costo del petróleo que extrae YPF por administración en Chubut es de 22,63 dólares por metro cúbico, sin incluir intereses sobre capital; en la misma zona, el costo promedio de la empresa contratista es de 9,32 por metro cúbico (Folleto “Evolución de la Producción Nacional de Petróleo 1958-1962” de la Secretaría de Combustibles, octubre 1963, página 24). No es verdad, pues, que el petróleo que extraen las compañías sea más caro que el importado y que el que produce YPF por administración.

Noveno. Cuando se importa petróleo, la totalidad del precio pagado a la compañía exportadora se vuelca al exterior. Cuando se pagan servicios  a una compañía que trabaja en el país, la situación es distinta: los obreros son argentinos y no extranjeros, los fletes que pagan son a los ferrocarriles o a la flota del Estado argentino, no a barcos de bandera extranjera, las regalías va a acrecentar los fondos de las provincias argentinas y no las arcas de un rey o un jeque extranjero. Parte de los materiales usados por las compañías son comprados en la Argentina y no en el extranjero. Lo sustancial, pues, queda en el país, lo que se exporta es tan solo la ganancia, en la hipótesis de que no haya ninguna reinversión.

Décimo. La retribución que se paga a las compañías que extraen petróleo es abonadas en divisas en un 60 por ciento. Un 40 por ciento se abona en pesos argentinos, que quedan en el país en forma de salarios y pagos a proveedores y contratistas.

Fuente:  Revista Qué sucedió en 7 días. 1° de enero de 1964

http://www.visiondesarrollista.org/que-con-petroleo-rompimos-el-estancamiento/

Frondizi y la política petrolera - Parte 1

El Doctor Frondizi sintetizó los aspectos fundamentales de su política petrolera en estos 10 puntos:

Primero. Obtuvimos del Congreso la nacionalización del petróleo a través de una ley que declara que la propiedad de los yacimientos pertenece exclusivamente al Estado Nacional y que YPF es la única entidad que controla y dirige la producción total de esos yacimientos. Somos, pues, los únicos dueños de nuestro petróleo. Es y sigue siendo propiedad de la Nación, con o sin contratos.

Segundo. Además, para ser dueños de algo es necesario tenerlo en las manos. Los peces del mar no son riqueza nuestra ni de nadie hasta que no se los pesca. En la Argentina el petróleo es nuestro a medida que lo sacamos del fondo de la tierra. Nosotros nos propusimos alcanzar el autoabastecimiento y transformar el país en potencia exportadora. Para eso reforzamos la capacidad productiva de YPFy multiplicamos las inversiones y la actividad de la empresa estatal, que duplicó en cuatro años la producción propia por administración de petróleo y gas, que pasó de 5,3 millones de metros cúbicos en 1957 a 10,6 millones en 1962.

Tercero. Sin embargo, como era totalmente imposible que YPF alcanzara por sus propios medios ese objetivo, entre otras razones porque la Nación carecía de recursos suficientes, decidimos llamar a colaborar en la explotación de nuestros yacimientos al capital nacional y extranjero. Las compañías con que se firmaron contratos de locación de servicios y de obra fueron grupos independientes. Solo después que esos contratos fueron suscriptos, las grandes compañías abandonaron sus reticencias y aceptaron incorporarse al nuevo régimen.

Hay que destacar que compañías filiales de los dos grandes grupos mundiales no obtuvieron petróleo en sus áreas. En cambio, casi todas las otras compañías tuvieron éxito, hasta el punto que su producción representa el treinta por ciento del total del petróleo que ese extrae en el país. Es paradójico que las filiales de los dos grandes grupos, que no produjeron petróleo, obtendrán del Estado, si se mantiene la nulidad de los contratos, la devolución de gran parte de sus millones de dólares invertidos.

Cuarto. Las áreas que trabajan las compañías constituyen el 8,8% de las reservas comprobadas que existían en 1958 en el país; YPF conservó el 91,2% restante. No es verdad, pues, que se haya entregado a los contratistas las zonas más extensas o más ricas.