sábado, 30 de diciembre de 2017

Lavalle, la preferida de todos




En busca de los sueños de celuloide, de la emoción hecha sombra y luz en la pantalla, el público se vuelca a reclamar en los avisos la promesa de una noche plena de sugestión  y de aventura. Bien pronto aparecerá el héroe imbatible,  la dama en peligro,  el conflicto intimista que después se desangrará en conversaciones sin termino junto a la mesa de la confitería o el restaurante. Fotografía obtenida por Juan Di Sandro de LA NACIÓN el  7 de diciembre de 1957.

La calle Lavalle, popularmente conocida como “la calle de los cines”, tuvo su época de esplendor entre los años 50 y los 70 del siglo pasado. Así como Corrientes fue y es la calle más cosmopolita de Buenos Aires y Florida era considerada la calle más burguesa de la ciudad, Lavalle era la más transitada. Claro, me refiero al tramo que va desde Florida hasta Carlos Pellegrini.  Toda persona que venía a pasear a Buenos Aires quería conocer Lavalle. Era un paso obligado. Si no caminaban por ella era como si no hubieran venido a la capital.

En esas cuatro emblemáticas cuadras había unos 20 cines. Pero no sólo cines.  También confiterías, restaurantes, pizzerías, disquerías, heladerías, sastrerías, tabaquerías, y dos galerías comerciales.
Se estima que un sábado por la noche, a la hora de entrar y salir de los cines, más de 40 mil personas desfilaban por Lavalle. Una verdadera marea humana.  Estamos situados en la década de los 50. Por esos años,  gracias a los precios congelados de la entrada a 5 pesos, desde fines de los años 40, la gente de los barrios y alrededores se volcaban sobre el  centro. Caminar por Lavalle desde Esmeralda hasta Suipacha, a la hora de salir de los cines, llevaba media hora. Esta lentitud en el movimiento duró hasta fines de los años 70.

Aquellos cines;  hoy ya desaparecidos, algunos demolidos, otros transformados en templos religiosos o negocios de escaparates o salas de videojuegos; donde hoy sobreviven apenas unas placas recordatorias sobre el suelo, que dejaron su huella y le dieron carácter a Lavalle fueron: Luxor, en Lavalle 669, Arizona (luego Cineplex), en Lavalle 727, Ocean, en Lavalle 739, Rose Marie, en Lavalle 750, París; en Lavalle 769,  Ambassador, en Lavalle 777. Monumental, en Lavalle 780, Trocadero, en Lavalle 820, Electric. en Lavalle 836, Paramount, en Lavalle 843, Hindú (luego Alfa), en Lavalle 846, Sarmiento, en Lavalle 852, Normandie, en Lavalle 855, Metropol (luego Atlas), en Lavalle 869, Renacimiento (luego Concorde), en Lavalle 925, Select Lavalle, en Lavalle 926 e Iguazú, en Lavalle 940.



jueves, 7 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 6

Quisiera que alguien fuera capaz de explicarme por qué unos pueden hacerse célebres por un aviso comercial vulgar, chato, y en cambio otros permanecen desconocidos tras diez años de trabajo serio y talentoso.
—¿Eso es una queja?
—De ninguna manera, es un planteo de la realidad, que es muy distinto. Yo le estoy muy agradecido a la televisión, no sólo por lo que me dio a mí, personalmente, sino también porque es un medio cómico muy importante para otros actores. 
Además, a mí la TV me viene muy bien, porque yo detesto la música en alto volumen y la gente que grita o gesticula en exceso: en el teatro hay que exagerar para que se vea y oiga desde la última fila, en cambio en la televisión hay micrófonos poderosos que captan hasta la mínima intención de la voz y cámaras que agrandan hasta el más imperceptible de los gestos.
—¿Usted aprovecha esos recursos?
—Por supuesto. Yo tengo muchos problemas para memorizar los textos; admiro a los tipos que, como Tato Bores, son capaces de mirar una hoja y fotocopiarla en la mente; como no soy capaz de hacer eso, la técnica televisiva me ayuda mucho.
—¿Por qué?
—Bueno, porque apenas me olvido el libreto empiezo a hacer gestos, pongo caras, y el cameraman me enfoca y me salva. Encima ocurre que eso causa gracia.
—¿Cree que hay una crisis en la comicidad?
—Pienso que sí, porque el mundo está muy problematizado. Nadie se pregunta, por ejemplo, por qué no aparecen otros grandes cómicos como los hermanos Marx, Chaplin o Buster Keaton.
—Bueno, pero existen nombres como los de Tati, Pierre Etaix o Danny Kaye.
—Es cierto, pero creo, de todas maneras, que no surgen en el mundo cómicos de la talla de los que había en otras épocas. Tal vez si las cosas cambiaran, si hubiera más tiempo para reírse, por ejemplo, podrían surgir nuevas estrellas del humor. 
Uno de mis sueños es poder trabajar un año o dos en la preparación de un film, como hacen Pierre Etaix o Tati: si yo pudiera preparar una película de una hora y media me sentiría dueño de una obra completa, terminada, que le permitiría al público juzgarme mejor. Creo que en el fondo estoy un poco cansado del examen eterno del sketch.
—¿Y del éxito, está cansado?
—Bueno, cuando la gente me reconoce por la calle me escondo, me da vergüenza. Parece tonto pero es así: siempre me vence la timidez.
—Sin embargo no es tímido para hacer su trabajo.
—Es otra cosa. Yo puedo animarme como actor a cosas que personalmente no haría ni loco, Y no es sólo por el dinero, como algunos podrían pensar. Me acuerdo que una vez me llamaron para hacer un aviso comercial y me pagaron cincuenta mil pesos. Salí de cobrar el cheque y le compré a mi mujer un chal que me costó 40 mil, así que no es la plata lo único que me motiva. Simplemente, me transformo. ¿Seré una nueva versión del hombre y la bestia?


Fotos: Mario Paganetti
Revista Siete Días
28/07/74


martes, 5 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 5

A veces tardábamos 6 horas para conseguir un gag, y normalmente para grabar dos programas trabajábamos desde les 8 de la mañana de un día hasta las 4 del siguiente. Ahora, para grabar Hupumorpo, nos dan exactamente seis horas.
—¿En su vida íntima también cambiaron tanto las cosas?
—Bastante. Viví mucho tiempo una vida de bohemio, pero desde hace 10 años soy un perfecto padre de familia. Me encontré con una mujer de la que estoy muy enamorado y tengo tres pibes, dos varones de 6 y 8 años y una nena de 10. 
Pienso distinto, cuido más el futuro. Antes era un tipo solitario: soy de Aries y tengo sangre catalana y de vascos franceses, así que en mí las cosas están dadas como para que se junte le fogosidad, la pasión, con un fuerte sentido del hogar, de la tranquilidad.
—Ahora está en la etapa hogareña ...
—Claro. Yo tengo la satisfacción de que mis hijos estén contentos porque hago reír; estoy orgulloso de mi profesión. A veces trabajo para ellos en casa. Mi mujer me ayuda y entre los dos hacemos un espectáculo para los pibes. Por momentos siento que desperdicié un poco el tiempo, así que ahora estoy viviendo cada día como si fuese el único.
—¿Lee mucho?
—No tengo tiempo. Compro libros y los guardo: para cuando me jubile. A veces pienso en todas las cosas que tengo planeado hacer cuando me jubile y entonces me doy cuenta de que voy a tener que trabajar más que ahora.
—¿Está muy absorbido por su trabajo actual?
—Estoy en un momento en que tengo que aprovechar, insistir, sacrificar muchas cosas para seguir en la televisión, una procesión que no admite desertores. La TV es terrible. Y con eso no quiero decir ni buena ni mala, simplemente terrible.
—¿Por qué terrible?
—La gente se olvida de uno en dos semanas, y sin embargo se acuerda perfectamente del gag que hizo hace dos años. Un personaje puede durar cuatro años repitiendo lo mismo, pero un día se agota y el público no quiere verlo ni pintado. Conocer los límites es cosa de brujos. 

Toto Paniagua - Parte 4


Pero el público debe saber cuándo hay un perro y cuándo hay un niño debajo de la mano, porque la caricia lo sugiere. Si el mimo se vuelve y tropieza con la mesa, la gente tiene que saber que esa mesa está ahí. Y cuando finalmente se va y abre la puerta los espectadores saben que es la misma puerta.
—¿Sólo trabajó como mimo? 
—No, aprendí lo fundamental así, pero también hice papeles protagónicos en Santa Juana, de Bernard Shaw, A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, Cándida, de Shaw. . .
—¿Luego vino la televisión? 
—Sí. Los dueños de la revista Lunes formaron un equipo para hacer un programa por televisión. Había gente de teatro, de radio, de cine y de publicidad. Debutamos en el año 62 en Montevideo con Telecataplum. Fue hermoso: no subestimábamos al público y producíamos las ideas que se nos ocurrían sin simplificarlas, así fueran chistes sobre los clásicos, las comedias musicales o las óperas más famosas. 
En una fiesta que hubo en Montevideo, cuando nos dieron un premio, Blackie nos conoció y tuvo la idea de traernos a Buenos Aires.

Algunos ejecutivos de la TV porteña no estaban demasiado convencidos de que el programa iba a andar bien acá: decían que era para minorías, que resultaba Intelectual. Pero finalmente fue un éxito. Me acuerdo que hicimos una presentación totalmente disparatada: Nikita Kruschev aparecía en pantalla recomendándole a la gente que viera Telecataplum. 
Yo personalmente me di cuenta de la importancia del programa cuando me enteré que en una despedida de soltero hubo 22 personas que se fueron para no perderse la emisión.
—Mucha gente habló del retorno de Telecataplum a la pantalla. ¿Usted lo cree posible?
—No, porque el grupo se dispersó y las condiciones ya no son las mismas. 
Ahora los costos son infinitamente más altos y no se le puede dedicar a un programa el tiempo que le dedicábamos a Telecataplum. 

domingo, 3 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 3

—¿Y cómo se decidió a cambiar ese trabajo por el humor?
—Bueno, me aburría mucho y un día decidí largarme: conseguí un puestito en una compaña de revistas que hacía giras por el interior del Uruguay. Yo había realizado algunos estudios de canto y pensé que triunfaría en ese terreno, pero las cosas salieron distintas. . . 
—¿Por qué?
—Bueno, ésa era la época del romanticismo, así que en mi debut me puse a entonar un bolero. Adopté la mejor cara romántica que pude y canté: a la mitad de la pieza me di cuenta de que todos estaban llorando de risa. 
Me detuve por unos segundos pero después seguí cantando cómo si nada. Así nació ese actor cómico que se llama Ricardo Espalter. Lástima que ahí quedó enterrada una de mis grandes vocaciones.
—La de ser cantor de boleros, claro.
—No. La de cantor de óperas.
— Mi sueño era empezar con Noche de ronda y Nosotros y terminar con La Bohéme ó La Traviata. En fin, mi más oculta vocación era Rigoletto, pero...
—¿Y qué pasó después? 
—Con el tiempo se disolvió la compañía y yo comencé a hacer teatro independiente en Montevideo. Es curioso, pero no me acuerdo bien de la fecha en que sucedieron esas cosas. 
Fue una experiencia maravillosa, pues en ese momento encontré a José Struch, un español exiliado, gran mimo, que luego dirigió en Uruguay a la Comedia Nacional. 
Con él aprendí verdaderamente el oficio de la pantomima, que es el esqueleto de todo trabajo actoral, porque el mimo trabaja con el escenario vacío. El abre una puerta inexistente, se mueve entre muebles que nadie ve y acaricia a un niño o a un perro imaginarios. 

sábado, 2 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 2

Precisamente en el pequeño camarín de El Papagayo, Espalter recibió a Siete Días para charlar sobre sus primeras incursiones en el terreno del humor, las épocas de Telecataplum, sus éxitos actuales y, por supuesto, su experiencia en el café-concert.
—¿Qué diferencia hay entre Psitacosis y su trabajo en televisión? 
—Acá me divierto más, el público está presente, no tiene inhibiciones y manifiesta lo que siente. Naturalmente que para muchos espectadores esto es una extensión del programa televisivo. 

Para nosotros, en cambio, no es así porque la gente está junto a nosotros, dice cosas, y hay que elaborar una respuesta rápida a sus sugerencias. Yo creo que en el café-concert funciona una ley algebraica, la del carácter transitivo.
—¿Carácter transitivo?
—Sí. Se supone que los que tenemos que hacer reír somos Almada y yo, pero muchas veces son los espectadores los que producen la situación cómica; por eso hablo del carácter transitivo. Una noche yo estaba en el escenario y de repente me avivo de que un tipo se había tentado: se reía como loco, no podía parar. 
Me contagié y me tenté yo también; cuando la gente se dio cuenta de esa situación comenzó a contagiarse: terminamos todos a las carcajadas, en un ambiente muy cordial pero sin que nadie pudiera parar. 
—Un éxito. ..
—Yo diría que una casualidad. Prefiero conseguir lo mismo con mi trabajo, a pesar de que es muy gratificante lograr ese contacto con el público. En televisión, en cambio, uno comprende si lo que hizo gustó o no mucho tiempo después de haberlo hecho. El programa se graba y recién después de la salida al aire se puede medir la reacción de la gente. Esa incertidumbre es terrible.
—¿Usted es nervioso? 
—Soy un tímido sin remedio, que es mucho peor. Me pasé 25 años como mensajero en una compañía de teléfonos sin animarme a probar otra cosa. Parece un chiste, pero es así.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 1




Es casi una magia: Ricardo Espalter entra en escena y la gente comienza a sonreír. Hace un gesto minúsculo, insignificante, y los espectadores se codean cómplices, divertidos. El se rasca la nariz, se abrocha un botón del saco o se acomoda la corbata y la carcajada estalla, espontánea e inevitable. 

Antes de empezar con sus chistes, el actor uruguayo ya tiene a su público metido en el bolsillo. Es que a los 50 años —y tras tres lustros de trajinar los duros oficios del humor— Espalter ha logrado adueñarse de una comicidad contagiosa que transmite con un aire desenfadado, bonachón. Aunque los televidentes argentinos lo conocen desde 1964, cuando el ciclo Telecataplum invadió las pantallas porteñas, el verdadero boom de RE se produjo esta temporada, cuando su personaje, Toto Paniagua, se consagró en las emisiones de Hupumorpo. Desde ese momento su rostro cautivó a millones de televidentes y Espalter se convirtió en un símbolo de la ingenuidad.

Ese éxito le permitió reeditar una experiencia que lo apasiona, el café-concert. En El Papagayo, un coqueto local de la porteña avenida Santa Fe, Ricardo Espalter presenta todas las noches Psitacosis, un espectáculo que realiza junto a Enrique Almada, en el que desgrana minuciosamente todos los recursos de su comicidad. 


EL INOLVIDABLE "HOOLAA" DE ESPALTER