jueves, 28 de febrero de 2013

Area de la batalla de Famaillá



EL DESAFIO. Detalle del óleo "Batalla de Famaillá".
Aparece Juan Esteban Pedernera retando a duelo a Hilario Lagos, antes de iniciarse la acción. LA GACETA


Un encuentro sangriento de las guerras civiles, en 1841.

Sabemos que el 19 de setiembre de 1841 tuvo lugar la batalla de Famaillá, uno de los episodios sangrientos de nuestras guerras civiles. Allí las fuerzas rosistas, al mando del general Manuel Oribe, se impusieron sobre las de la Liga del Norte, que conducía el general Juan Lavalle. Pueden intentarse algunas precisiones para delimitar la zona en que tuvo lugar la batalla. Lavalle estaba acampado en Negro Potrero, y desde allí resolvió salir al encuentro de Oribe, quien venía en su búsqueda. El campamento federal se ubicaba en la orilla izquierda del río Famaillá. El general Lavalle empleó la noche del 18 al 19 en mover con premura sus fuerzas hasta Famaillá. Atravesó el río antes del amanecer, a unas veinte cuadras de su enemigo, y la mañana lo halló formado a espaldas de éste.

Cuando los divisó, Oribe hizo dar vuelta a sus tropas, las desplegó en línea y avanzó con 2200 hombres sobre los mal armados 1300 de la Liga. Según el "diario" del coronel federal García, el ejército de la Liga "rompió su marcha por la costa de la montaña del Monte Grande", y extendió la línea para cerrar la conexión con la ciudad capital. El historiador Isidoro J. Ruiz Moreno expresa que los soldados de Lavalle se apoyaban "en un costado de un cerro arbolado que se llamaba Monte Grande, cerrado el otro por el río Colorado". En su parte a Rosas, Oribe afirma que la acción se desarrolló "en los campos de Río Colorado o Monte Grande".

Pareciera entonces que el área de la batalla puede precisarse entre el Monte Grande y el río Colorado. Antes de iniciarse el combate, el jefe de la caballería de la Liga, Juan Esteban Pedernera, desafió a Hilario Lagos, comandante del ala derecha de Oribe, a dirimir el asunto en un duelo personal, pero pronto los envolvió la batalla. Esta duró unas tres horas, con la derrota completa del ejército de Lavalle. Quedaron en el campo unos 600 muertos, además de los oficiales que Oribe hizo degollar después de la acción. Es seguro que muchos de los difuntos fueron sepultados en el terreno contiguo a la vieja iglesia de la entonces villa de Famaillá. El templo estaba en el mismo lugar en que se halla hoy la iglesia parroquial.

Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.


lunes, 25 de febrero de 2013

Abelardo Ramos - Colectoras 1973



Abelardo Ramos habla con el periodista Villarruel en canal 13 previo a las elecciones de 1973. El FIP apoya a la boleta Perón-Perón. Hecho histórico en las elecciones.

Nacimiento de San Martín - parte 2

 
Por ser el lugar de residencia del superior de los misioneros jesuitas, Yapeyú tuvo situación privilegiada entre todos los pueblos destinados a reunir a los indios reducidos e incorporados plenamente a las formas de convivencia propias de la civilización cristiana. Pero por su privilegiada situación geográfica fue el blanco de las asechanzas de los portugueses y de las hordas de indígenas de yaros, minuanes y charrúas, que alentados por los primeros saqueaban las estancias, robando ganados, y destruyendo las sementeras. Por esto los pobladores debieron en muchas ocasiones tomar las armas para escarmentar a los invasores y así impedir la pérdida de vidas humanas y de importantes riquezas materiales.

En julio de 1768, y dándose así cumplimiento a lo dispuesto por la real cédula firmada por Carlos III el 27 de febrero de 1767, los jesuitas eran expulsados de Yapeyú, hasta donde llegó para ejecutar la orden -una orden que sería repudiada y resistida por muchos vasallos del rey Borbón- el gobernador Francisco de Bucarelli y Ursúa. Idos los jesuitas -esos misioneros que, junto con las verdades evangélicas, enseñaron concomitantemente a los indios a amar el trabajo y a defender con su libertad la independencia del suelo patrio-, pronto el desorden se generalizó en las reducciones, como lo testimonió Juan José de Vértiz al afirmar en un memorial dirigido al monarca que los indios “se entregaron a la matanza de ganados para alimentarse sin término ni medida, no atendiendo ya sus telares, siembras y otros trabajos establecidos, y lo que antes se llevaba y gobernaba por unas muy escrupulosas reglas se redujo a confusión y trastorno”.

Reemplazado Bucarelli en 1770 por Vértiz (entonces en el ejercicio de la gobernación del Río de la Plata), el nuevo mandatario designó en 1774 por teniente gobernador de Yapeyú al mayor Juan de San Martín, oficial que había llegado América en 1765 y que desde 1767 administraba una vasta hacienda, la Estancia y Calera de las Vacas, en la Banda Oriental, también propiedad de los jesuitas.

Así, por obra del encadenamiento histórico que sucedió a la real orden de extrañamiento de los hijos de San Ignacio, se instalaron en Yapeyú don Juan de San Martín, que a poco sería ascendido a capitán, y su esposa Gregoria Matorras. El capitán San Martín ejerció el cargo con gran responsabilidad. Si bien debió prestar preferente atención a la lucha armada contra minuanes y portugueses, no descuidó su gestión administrativa, que llegó a ser fecunda. Tanto fue así, que cuando dejó el cargo, el Cabildo de Yapeyú manifestó respecto de aquélla que “ha sido muy arreglada, y ha mirado nuestros asuntos con amor y caridad sin que para ello faltase lo recto de la justicia y ésta distribuida sin pasión, por lo que quedamos muy agradecidos todos a su eficiencia”.

Mientras don Juan de San Martín se entregaba a la atención del cargo que se le había confiado, Gregoria Matorras vivía en Yapeyú dedicada a la crianza de sus cinco hijos, el menor de los cuales era José Francisco, nacido allí, el 25 de febrero de 1778.

http://www.revisionistas.com.ar/?p=1048

Nacimiento de San Martín - parte 1




“Un día, cuando saltaban las piedras en España al paso de los franceses, Napoleón clavó los ojos en un oficial, seco y tostado, que vestía uniforme blanco y azul; se fue sobre él, y le leyó en el botón de la casaca el nombre del cuerpo: “¡Murcia!” Era el niño pobre de la aldea jesuita de Yapeyú, criado al aire entre indios y mestizos, que después de veintidós años de guerra española empuñó en Buenos Aires la insurrección desmigajada, trabó por juramento a los criollos arremetedores, aventó en San Lorenzo la escuadrilla real, montó en Cuyo el ejército libertador, pasó los Andes para amanecer en Chacabuco; de Chile, libre a su espada, fue a Maipú a redimir el Perú; se alzó protector en Lima, con uniformes de palmas de oro; salió, vencido por sí mismo, al paso de Bolívar avasallador; retrocedió; abdicó; cedió a Simón Bolívar toda su gloria; pasó solo por Buenos Aires; se fue a Europa, triste; murió en Francia, con su hija Mercedes de la mano, en una casita llena de flores y de luz. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla; le habían regalado el estandarte que el conquistador Pizarro trajera a América hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte, en su testamento, al Perú.” Esta es la manera en que José Martí resume toda la existencia de José de San Martín.

Yapeyú, cuna del héroe

El 4 de febrero de 1627, en un paraje donde hasta entonces sólo había tres casas con cien indios, por decisión del provincial de la Compañía de Jesús, padre Nicolás Durán Mastrillo, quedó fundada la reducción de Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú. Se levantaría sobre la margen derecha del río Uruguay, junto al río entonces llamado Yapeyú y denominado más adelante Guaviraví. La nueva población no difería en mucho de otras creadas antes o después por los misioneros jesuitas. Uno de ellos, el padre José Cardiel, describe así la planta de los pueblos misioneros: “Todas las calles están derechas a cordel y tienen de ancho dieciséis o dieciocho varas. Todas las casas tienen soportales de tres varas de ancho o más, de manera que cuando llueve e puede andar por todas partes sin mojarse, excepto al atravesar de una calle a otra. Todas las casas de los indios son también uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha o larga; y cada asa consiste en un aposento de siete varas en cuadro como los de nuestros colegios, sin más alcoba, cocina ni retrete…” Y más adelante agrega: “Todos los pueblos tienen una plaza de 150 varas en cuadro, o más, toda rodeada por los tres lados de las casas más aseadas y con soportales más anchos que las otras: y en el cuarto lado está la iglesia con el cementerio a un lado y la casa de los padres al otro… Hay almacenes y granero para los géneros del común y algunas capillas”.

domingo, 24 de febrero de 2013

Rosas prohibe el carnaval - 1844

“¿Quién ha olvidado aquella alegría infantil –escribía Sarmiento- en que haciendo a un lado la máscara que las conveniencias sociales nos fuerzan a llevar en el largo transcurso de un año mortal, se abandonan a las inocentes libertades del Carnaval?”.

“¿Quién es que no ha saboreado en aquellos tiempos felices, el exquisito placer de vengarse de una vieja taimada que nos estorbaba en los días ordinarios, el acceso al oído de sus hijas, bautizándola de pies a cabeza con un enorme cántaro de agua, y viéndola hacer horribles gestos, y abrir la desmantelada y oscura boca, mientras los torrentes del no siempre cristalino líquido descendían por su cara y se insinuaban por entre sus vestidos? ¿Quién no se ha complacido contemplando extasiado las queridas formas que hasta entonces se substraían tenaces al examen, viéndolas dibujarse a despecho del empapado ropaje, en relieves y sinuosidades encantadoras?¿Quién que tenga necesidad de decir dos palabras a su amada, no echa de menos aquella obstinada persecución con que separándola del grupo de las que hacían acuática defensa del carnaval, la seguía por corredores, pasadizos y dormitorios, hasta cerrarle toda salida, y verla al fin escurriendo agua, y con las súplicas más fervientes, pedir merced al mismo con quien antes no la había usado ella, y dejarse arrancar acaso un pequeño favor como precio de la capitulación acordada?”.

“¡Oh, felices tiempos de nuestros padres! Tiempos de inocencia y de festiva folganza, en que si no era permitido dar el brazo a las señoritas, ni dirigirles desembozadamente tiernos cumplidos, había tres días al año en que todo el mustio aparato de la terca etiqueta y gravedad española, cedían a impulsos de torrentes de agua que en todas direcciones se cruzaban, y que servían a ablandar los corazones de las esquivas y desdeñosas beldades… ¡Días de verdadera igualdad y fraternidad, en que no había puerta cerrada, ni necesidad de más títulos ni pasaportes para presentarse en una casa, que la provisión de agua ligeramente saturada de colonia o lavanda, y en los que le daban la bienvenida con un duraznazo o un jarro de agua!”.
 
Felipe Pigna

sábado, 23 de febrero de 2013

Tratado del Pilar - parte 4


 
Esto tenía lugar el 20 de junio, día de los tres gobernadores en Buenos Aires, el Cabildo, Ramos Mexía y Soler; el 23 prestó juramento este último, el 24 dejó el mando militar de la ciudad al coronel Dorrego, que acababa de llegar del destierro, y se trasladó a Luján, ordenando que se le incorporasen todos los oficiales sin destino, y lo que era tremendo, todos los diputados del Congreso últimamente disuelto, desde su instalación en Tucumán, so pena de proceder contra sus personas y bienes, aplicándoles las penas más severas.(14)

Inmediatamente de llegar a su cuartel general en Luján, Soler se movió con su ejército sobre el del general López que marchaba sobre Buenos Aires, en unión con los generales Alvear y Carrera.  Ambos ejércitos se encontraron el 28 en la Cañada de la Cruz; y a pesar de la pericia militar de Soler, las tropas de López alcanzaron un triunfo sobre las de él, que se dispersaron o cayeron prisioneras, con excepción de una columna de infantería al mando del coronel Pagola, quien repasando el norte, se dirigió con ella a la ciudad de Buenos Aires.  Soler se limitó a comunicarle al Cabildo la noticia de este desastre, y dándolo todo por perdido, se embarcó para la Colonia.

Entre tanto el coronel Dorrego dictaba enérgicas medidas para defender la ciudad de Buenos Aires, y salía a la cabeza de algunas fuerzas a contener los dispersos de Soler.  Simultáneamente, el general Alvear se trasladaba a Luján, impartía órdenes para que acudiesen allí representantes del norte de la campaña, y se hacía elegir gobernador de la Provincia el día 1º de julio. (15)  El general López, deseoso de asegurarse en Buenos Aires una ayuda contra Ramírez, entró en negociaciones con el Cabildo.  Y el coronel Pagola se entró en la capital con la columna salvada de la Cañada de la Cruz, se posesionó del Fuerte, se atrincheró en la plaza principal, se hizo proclamar comandante general de armas, y amenazando al vecindario con medidas violentas, declaró traidores a los que entrasen en transacciones con López.  Así se sucedían las escenas de magia política en esos días de transición y de borrasca.

En vista de la actitud de Pagola que imposibilitaba todo arreglo, López adelantó sus tropas sobre la ciudad; y como al propio tiempo Alvear y Carrera se hacían fuertes en el norte, el Cabildo y Dorrego, creyéndolos de acuerdo con aquél, se vieron precisados a hacer por otras vías y con otros recursos, la guerra que Pagola quería sostener por sí solo y a todo trance.  Desesperado de traer al buen camino a Pagola, en cuyo pecho ardía un patriotismo rudo, y una soberbia inaudita de los méritos que había adquirido en los ejércitos de la Independencia, Dorrego, que era el alma de la situación, se puso al frente de algunas fuerzas de la ciudad, y de las milicias de campaña reunidas por el general Martín Rodríguez y por el hacendado Juan Manuel de Rosas.  Dorrego se apoderó de la plaza y estrechó a Pagola en el Fuerte.

Repuesto el Cabildo, cuyos miembros se habían ocultado para escapar a las furias de Pagola, convocó a los doce Representantes que el pueblo designó el 2 de julio, de acuerdo con lo que se había estipulado con López, sobre la base de una suspensión de hostilidades; y éstos eligieron el día 4 al coronel Dorrego gobernador provisorio, hasta que se reuniese la representación de toda la Provincia.

Texto original del Tratado del Pilar

Convención hecha y concluida entre los Gobernadores D. Manuel Sarratea, de la Provincia de Buenos Aires, D. Francisco Ramírez de la de Entre Ríos, D. Estanislao López de la de Santa Fe el día veinte y tres de Febrero del año del Señor mil ochocientos veinte, con el fin de terminar la guerra suscitada entre dichas Provincias, de proveer a la seguridad ulterior de ellas, y de concentrar sus fuerzas y recursos en un gobierno federal, a cuyo objeto han convenido en los artículos siguientes:

Artículo 1° – Protestan las partes contratantes que el voto de la Nación, y muy particularmente el de las Provincias de su mando, respecto al sistema de govierno que debe regirlas se ha pronunciado a favor de la confederación que de hecho admiten. Pero que debiendo declararse por Diputados nombrados por la libre elección de los Pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin elegido que sea por cada Provincia popularmente su respectivo representante, deberán los tres reunirse en el Convento de San Lorenzo de la Provincia de Santa Fe a los sesenta días contados desde la ratificación de esta convención. Y como están persuadidos que todas las Provincias de la Nación aspiran a la organización de un gobierno central, se comprometen cada uno de por sí de dichas partes contratantes, a invitarlas y suplicarles concurran con sus respectivos Diputados para que acuerden quanto pudiere convenirles y convenga al bien general.

Artículo 2° – Allanados como han sido todos los obstáculos que entorpecían la amistad y buena armonía entre las Provincias de Buenos Ayres, Entre Ríos y Santa Fe en una guerra cruel y sangrienta por la ambición y la criminalidad de los muchos hombres que habían usurpado el mando de la Nación, o burlado las instrucciones de los Pueblos que representaban en Congreso, cesaran las divisiones beligerantes de Santa fe y Entre Ríos a sus respectivas Provincias.

Artículo 3° – Los Gobernadores de Santa fe y Entre Ríos por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica Provincia de Buenos Aires cuna de la libertad de la Nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos Pueblos hermanos por la invasión con que lo amenaza una Potencia extrangera que con respetables fuerzas oprime la Provincia aliada de la Banda Oriental. Dexan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la independencia y felicidad nacional el calcular los sacrificios que costará a los de aquellas provincias atacadas el resistir un Exercito imponente, careciendo de recursos, y aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa, ciertos de alcanzar quanto quepa en la esfera de lo posible.

Artículo 4° – En los Ríos de Uruguay y Parana navegarán unicamente los Buques de las Provincias amigas, cuyas costas sean bañadas por dichos Rios. El Comercio continuará en los términos que hasta aquí, reservandose a la decisión de los Diputados en congreso cualesquiera reforma que sobre el particular solicitaren las partes contratantes.

Artículo 5° – Podrán bolver a sus respectivas Provincias aquellos individuos que por diferencia de opiniones políticas hayan pasado a la de Buenos Aires, o de esta a aquellas, aun quando hubieren tomado armas y peleado en contra de sus compatriotas: serán repuestos al goze de sus propiedades en el estado en que se encontraren y se hechará un velo a todo lo pasado.

Artículo 6° – El deslinde de territorio entre las Provincias se remitirá, en caso de dudas a la resolución del Congreso general de Diputados.

Artículo 7° – La deposición de la antecedente administración ha sido la obra de la voluntad general por la repetición de desmanes con que comprometía la libertad de la Nación con otros excesos de una magnitud enorme. Ella debe responder en juicio público ante el Tribunal que al efecto se nombre; esta medida es muy particularmente del interes de los Xefes del Exercito Federal que quieren justificarse de los motivos poderosos que les impelieron a declarar la guerra contra Buenos Aires en Noviembre del año proximo pasado y conseguir en la libertad de esta Provincia a la de las demas unidas.

Artículo 8° – Será libre el comercio de Armas y municiones de guerra de todas clases en las Provincias federadas.

Artículo 9° – Los prisioneros de guerra de una y otra parte serán puestos en libertad después de ratificada esta convención para que se restituyan a sus respectivos Exercitos o Provincias.

Artículo 10° – Aunque las Partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del Exmo. Sr. Capitán General de la Banda Oriental Don José Artigas según lo ha expresado el Sr. Gobernador de Entre Rios que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr. Excmo. para este caso no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta nota, para que siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demas federadas, se miraría como un dichoso acontecimiento.

Artículo 11° – A las quarenta y ocho oras de ratificados estos tratados por la Junta de Electores dara principio a su retirada el Exercito federal hasta pasar el Arroyo del Medio. Pero atendiendo al estado de debastación a que ha quedado reducida la Provincia de Buenos Ayres por el continuo paso de diferentes Tropas, verificará dicha retirada por divisiones de doscientos hombres para que así sean mejores atendidas de viveres y cabalgaduras, y para que los vecinos experimenten menos grabamen. Queriendo que los Sres. Generales no encuentren inconvenientes ni escases en su transito para si o sus tropas, el Señor Gobernador de Buenos Ayres nombrará un Individuo que con este objeto les acompañe hasta la linea divisoria.

Artículo 12° – En el término de dos días o antes si fuese posible será ratificada esta prevención por la muy Honorable Junta de Representantes.

Fecho en la capilla del Pilar a 23 de febrero de 1820.-
(Fdo.) MANUEL DE SARRATEA – ESTANISLAO LOPEZ – FRANCISCO RAMIREZ.

La Junta de Representantes Electores aprueba y ratifica el precedente tratado. Buenos Aires, a las dos de la tarde del día veinte y quatro de febrero de mil ochocientos veinte años.

(Fdo.) Thomas Manuel de Anchorena; Juan J. C. de Anchorena; Vicente López; Antonio José de Escalada; Manuel Luis de Oliden; Victorio García de Zuñiga; Sebastián Lezica; Manuel Obligado.
(En la edición del Registro Oficial de Santa Fe, se publica el siguiente agregado:)

Por tanto, y en conformidad de lo acordado por la misma Junta, se publicará por bando con la solemnidad conveniente, iluminándose generalmente con tal plausible motivo las calles de esta Ciudad por tres sucesivas noches, que principiaran por la del presente día, y cantandose en acción de gracias al Todo Poderoso en solemne Te Deum el Domingo 27 del corriente, en la Santa Iglesia Catedral, con asistencia de las Corporaciones de la Provincia. Buenos Aires, Febrero 24 de 1820.

(Fdo.) Hilario de la Quintana – Por mandato de S. S. José R. Basavilbaso.

(DOCUMENTOS RELATIVOS A LOS COMPROMISOS SECRETOS DEL TRATADO DEL PILAR: Orden del Gobernador Sarratea para que el Comandante de la Sala de Armas entregue ochocientos fusiles y ochocientos sables, sin especificar destino.)

Buenos Ayres, Marzo 4 de 1820.

Tomandose razon de esta orden en el Estado Mayor Gral., y demas donde corresponde para su devida constancia y fines consiguientes, entreguense por el Comandante de la Sala de Armas al Ciudadano D. Francisco Martinez ochocientos fusiles de buena calidad y servicio, y de cuya inversión se me dará cuenta en oportunidad directamente por el expresado D. Francisco Martinez.
(Fdo.) MANUEL DE SARRATEA

Referencias

(14) Los miembros del ilustre Congreso de Tucumán se encontraban presos en Buenos Aires desde que el mismo general Soler intimó de acuerdo con Ramírez la disolución de ese cuerpo.  Una de las primeras medidas del gobernador Ramos Mexía había sido la de consultar a la Junta acerca del deber en que estaba el gobierno de permitirles que se retiraran a sus casas “guardando en ellas el arresto que sufren en el punto en que se encuentran; o hacer éste extensivo a la ciudad, hasta la conclusión de su causa, y en atención a la avanzada edad, achacosa salud y consideraciones que se merecen por la alta representación pública que han obtenido y que exigen del gobierno una conducta más franca”.
(15) En La Gaceta del 5 de julio de 1820, está inserta el acta de instalación de esta asamblea, “a virtud de convocatoria hecha por el señor general del ejército federal, don Estanislao López”; el de la elección recaída en el general Alvear y demás documentos conexos.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Levene, Ricardo – La Anarquía del año 20 – Buenos Aires (1954)
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)
www.revisionistas.com.ar

jueves, 21 de febrero de 2013

Tratado del Pilar - parte 3


 

 
Entre tanto, la Junta de Representantes creada por el bando del 12 de febrero, que nombró a Sarratea gobernador interino con los doce electores de la ciudad únicamente, pues que las armas federales ocupaban la campaña, se había reunido en minoría el 4 de marzo, y acordado lo conveniente para la renovación de los poderes públicos de la Provincia; fundando por medio de disposiciones trascendentales el sistema representativo federal en Buenos Aires, sobre cuya base debía modelarse al correr de los años el gobierno federo-nacional argentino.  Disponía la Junta que se eligiese en toda la Provincia doce diputados por la ciudad y otros tantos por la campaña; y que se observase en esta elección las mismas formas que habían servido para la de la Junta primera; esto es, que cada ciudadano hábil votase por sólo tres candidatos, y entregase su voto cerrado y firmado ante las juntas receptoras de las localidades.  Una vez constituidos los nuevos diputados, procederían a nombrar el que debía representar a Buenos Aires en el Congreso federal de San Lorenzo, con arreglo al tratado de Pilar; a elegir otro gobernador y hacer elegir otro Cabildo; a arreglar la deuda, y cualquier diferencia con las provincias hermanas.

En consecuencia de estas disposiciones, el gobernador Sarratea expidió un bando en el que convocaba al pueblo a alecciones para el día 20 de abril.  El resultado que dieron éstas el día 27, en que tuvieron lugar, no pudo ser más desastroso para el gobernador.  A la sombra de las divisiones locales, el partido directorial-unitario pudo componer la Junta de Representantes e integrar el Cabildo con sus hombres principales; de manera que el gobernador, aislado de Alvear y de Carrera, a quienes contenía por el momento el general Soler con su ejército en Luján; quebrado con este general a consecuencia de los últimos sucesos, y en conflicto con los dos poderes principales de la Provincia, quedó completamente sin apoyo en la opinión.  Inútiles fueron sus esfuerzos para invalidar la elección de algunos de los Representantes que habían pertenecido al partido directorial. (11)  El Cabildo se mostró inconmovible.  La Junta se reunió por su parte el 1º de mayo, y su primer paso, después de su instalación solemne, fue el de exigir a Sarratea su renuncia.  Sarratea no tuvo más que dejar su cargo a don Ildefonso Ramos Mexía, a quien la Junta nombró gobernador interino, despachando inmediatamente una comisión cerca del general Soler, con el encargo de comunicarle que él habría sido nombrado gobernador si su presencia no fuera indispensable al frente del ejército, en circunstancias en que López y Carrera se preparaban a invadir nuevamente a Buenos Aires.

Soler, a su calidad de jefe de partido, reunía en esos momentos la ventaja de estar al frente de un ejército cuyos jefes y oficiales le pertenecían por completo; así es que la Junta creyó contemporizar con él, haciéndole esperar que sería gobernador en propiedad.  El peligro que apuntaba la Junta era cierto.  Ramírez se había retirado de Buenos Aires para Entre Ríos, donde Artigas, el protector oriental, llamaba las milicias para seguir la guerra con los portugueses que lo habían desalojado de la provincia de Montevideo.  Pero detrás de Ramírez quedaba López, y junto a éste Carrera, y lo que era más doloroso, Alvear, el patricio de la Asamblea de 1813, oscureciendo sus glorias en esas tristes correrías.

Pero como la Junta extendiese su autoridad más allá de lo que se supuso el general Soler, éste agitó a sus amigos; y después de renunciar el comando que ejercía, se retiró a recuperar el gobierno que creyó obtener cuando se depuso a Sarratea.  El 16 de junio los jefes y oficiales de su ejército representaron al Cabildo de Luján que era voluntad de la campaña y de las tropas el que se reconociera al general Soler como gobernador y capitán general de la Provincia; y que esperaban que dicho Cabildo lo reconociese como tal, para evitar de esta manera los males que sobrevendrían.  El Cabildo de Luján reconoció a Soler en tal carácter, y Soler despachó una comisión encargada de presentar el oficio del Cabildo y la representación del ejército a la Junta de Representantes de Buenos Aires, para que lo hiciese obedecer en toda la Provincia (12).  La Junta no tuvo más que someterse a la intimación de Soler.  El gobernador Ramos Mexía presentó su renuncia; y la Junta, sin pronunciarse acerca de ella, le ordenó que depositase el bastón de mando en el Cabildo, a quien pidió al mismo tiempo que hiciese saber al general Soler que podía entrar en la ciudad sin resistencia, después de todo lo cual se disolvió.(13)


(11) Estos antecedentes se encuentran en el manifiesto que publicó con ese motivo el doctor don Tomás M. de Anchorena, y en la contestación de Sarratea de 6 de mayo de 1820.
(12) Oficio del general Soler al Exmo. Cabildo, del 9 de junio, y Contestación de esta corporación, de 20 de junio (en la colección de Adolfo Saldías).
(13) Bando del Cabildo del 20 de junio – El general Soler al Exmo. Ayuntamiento de 21 de junio, y la Contestación de este Exmo. señor, de 22 de junio – Oficio del señor general Soler al Exmo. Cabildo, fechado en San José de Flores, a 22 de junio – Bando del Exmo. Cabildo, Justicia y Regimiento, de 23 de junio de 1820 (en la colección de Adolfo Saldías).

miércoles, 20 de febrero de 2013

Tratado del Pilar - parte 2


 

 
El 22 de febrero el gobernador Sarratea se trasladó al campo de los jefes federales acompañado del regidor decano don Pedro Capdevila.  “Estoy cierto -decía en una proclama al pueblo-  que nunca mejor que ahora los jefes del ejército federal demostrarán (conjuntamente) que sus intentos no han tendido a humillarlos, sino a prestarnos más bien una mano benéfica, para ayudarnos a sacudir el yugo que gravita sobre la cerviz de la nación entera”.
Firma del pacto 

El día 23 firmó con López y Ramírez la célebre convención fechada en la capilla del Pilar; en la cual se ratificó a nombre de las provincias del Litoral lo que los hechos acababan de producir, la federación, que proclamaban esas provincias, sometiendo la resolución definitiva de la cuestión a un Congreso, compuesto de los diputados de todas las que formaban la nación, y que debían ser invitadas al efecto.  Por otra cláusula, Buenos Aires se obligaba a dar ciertos subsidios de armas y dinero a López y Ramírez, y se mandaba abrir un juicio político a los miembros del Congreso y del Directorio derrocados. (6)

Entre tanto, el general don Juan Ramón Balcarce entraba en Buenos Aires con la infantería que había salvado en Cepeda, y consumaba el pronunciamiento del 6 de marzo que lo llevó momentáneamente al poder, seguido de los restos del partido directorial y del elemento joven e ilustrado de la época, que por la tradición, así como por el sentimiento repulsivo que le inspiraban los caudillos federales, acabó por confundirse con aquellos restos, bajo la calificación de unitarios.  El gobierno de Sarratea se retiró al pueblo del Pilar, y desde allí dirigió circulares a todas las autoridades, reclamando la obediencia que le era debida, “pues que él era gobernador de la Provincia y no el general Balcarce que había asaltado el poder por medio de un motín militar”.  Con este motivo se convocó a Cabildo abierto, y el pueblo ratificó el nombramiento de gobernador en la persona del general Balcarce, declarando como dice el acta del Cabildo, “una, dos, y tres veces, que este nombramiento había sido por su libre voluntad en la sesión del día 7, en la iglesia de San Ignacio, y “que renovaba las omnímodas facultades que le había conferido y de nuevo le confiere el expresado general para que sin consulta alguna obre a favor del pueblo, de su honor y libertad”. (7)

Ante el golpe de audacia de Balcarce, que a decir verdad no contaba con el apoyo de la opinión pública, tan dividida en esos días de transformación latente, Sarratea reunió sus parciales, Soler sacó de la ciudad la tropa que le era adicta y Ramírez y López se adelantaron con su ejército hasta los suburbios de Buenos Aires, exigiendo del Cabildo la reposición de Sarratea en el gobierno y los subsidios de armas, municiones y dinero a que se refería la Convención del Pilar.  Por lo que a Balcarce hacía, Ramírez le intimó que abandonase la Provincia, diciéndole en su nota de fecha 7 de marzo: “Ud. envuelve a su patria en sangre, con una indiscreción admirable.  Su autoridad… no será respetada por este ejército, campaña y provincias federales, que reconocen como gobernador legítimo al señor don Manuel de Sarratea”.

Balcarce tuvo que huir acompañado de algunos de sus parciales; y el general Alvear, a quien Sarratea había ofrecido el gobierno como queda dicho, quiso aprovechar para obtenerlo del momento de acefalía en que se encontraba la Provincia.  Con este objeto promovió por medio de su aliado y amigo don José Miguel Carrera un cabildo abierto en la plaza de la Victoria.  Este se verificó el día 12 de marzo, y la intentona tuvo éxito en el primer momento.  Pero al saber que se había entrado en la plaza el soberbio dictador de 1815, el pueblo y la tropa se amotinaron, y Alvear tuvo que ocultarse para salvar su vida, ya que no su reputación que comprometía con ligereza imperdonable.  El pueblo representó enérgicamente al Cabildo y éste diputó una comisión cerca de Sarratea para que reasumiese el mando de la Provincia.

Pero este mando era nominal ante la influencia militar de Soler, quien obligó al gobernador a que pusiese bajo sus inmediatas órdenes, y en su carácter de comandante general de armas, todas las tropas y recursos militares que había en la ciudad.  Para conjurar este peligro, Sarratea se propuso destruir la influencia de Soler, explotando las ambiciones impacientes de Alvear, que era el más aparente aunque no el menos temible para él.  Al efecto puso en juego su habilidad y sus amigos para hacerle entender a Alvear que quería confiarle las tropas y recursos de la Provincia, pero que el único obstáculo que se oponía a ello era Soler, quien iba a apoderarse del Gobierno; que si Alvear ideaba algún medio para salvar esta dificultad, el gobernador lo dejaría hacer en guarda de los intereses generales y de las promesas que tenía empeñadas con él y que serían cumplidas oportunamente.  La ligereza de Alvear tenía con esto mucho más de lo que necesitaba para obrar incontinenti.  Al punto hizo ver a Carrera, y en la noche del 25 de marzo se dirigió a un cuartel donde le esperaba un grupo de jefes y oficiales que a todas partes lo acompañaban, y Carrera con sus adictos.  De ahí desprendió una comisión, la cual aprehendió a Soler en el mismo despacho del gobernador.  Este fingía ceder a la fuerza, y los conspiradores elevaban entre tanto una representación para que el general Alvear fuese reconocido comandante de armas.

Este golpe teatral puso en ebullición al pueblo y a los cívicos, quienes acudieron con sus armas a la plaza de la Victoria para resistir al “nuevo Catalina” como le llamaban al general Alvear.  El Cabildo, -único poder que quedaba en pie en medio de estas evoluciones de las facciones tumultuarias, las cuales se sucedían como escenas de un drama de magia que para ser atrayentes habían de cambiarse con rapidez asombrosa; y que debía su estabilidad a la firmeza con que consideraba las aspiraciones populares- satisfizo esta vez también la voluntad del vecindario, dirigiéndole al gobernador un oficio conminatorio (8) para que hiciese salir inmediatamente al general Alvear del territorio de la Provincia.  Pero el caso era que los partidarios de Alvear querían ir más allá de lo convenido.  Creyéndose fuertes con algunas compañías sublevadas que se les incorporaron, se reunieron en la plaza del Retiro, y proclamaron al general Alvear gobernador de la Provincia.  Sarratea, alarmado con estas noticias, se atrincheró en la plaza de la Victoria, y no tuvo más remedio que hacer poner en libertad al general Soler, escusándose lo mejor que pudo.  Alvear, viendo que la plaza se resistía, y que su posición venía a ser insostenible, se retiró por la ribera hacia el norte, cuando las partidas de cívicos lo escopeteaban muy de cerca. (9)

Libre de esta asechanza, que no era de las más graves, el gobernador Sarratea expidió algunos decretos de sensación sobre libertades públicas, y ordenó que se abriera el proceso de alta traición contra el Directorio y el Congreso derrocados; dando a estas medidas una publicidad y una importancia calculadas para congraciarse con la opinión pública, que le era decididamente hostil desde que se divulgaron los artículos secretos de la Convención del Pilar; y se supo que Sarratea había entregado a Ramírez y a López el doble del armamento y municiones que en ella se estipulaba, privando al pueblo de recursos que nunca le eran más indispensables (10).


(6) “…Me encontraba en el campo de los jefes del ejército federal – dice el general Mansilla en su Memoria póstuma- cuando se presentaron allí don Manuel de Sarratea y don Pedro Capdevila, con poderes de la ciudad para arreglar el célebre tratado del Pilar, en cuyas conferencias me dieron participación de un modo extrajudicial.  Ramírez, especialmente, simpatizó conmigo, concediéndome mayor confianza en sus juicios personales, muy distintos de los de López y Carrera: éstos se pertenecían a sí mismos, no así Ramírez, que era subalterno de Artigas, sin más categoría que la de comandante del arroyo de la China.
Ahora bien, en el tratado público y secreto que yo conocía, se estipulaba: 1º, que Artigas ratificaría ese tratado, por lo que hacía a la provincia Oriental, principalmente; 2º, que había de suspender sus hostilidades contra las fuerzas brasileras que ocupaban la Banda Oriental; 3º, que Buenos Aires entregaría a Ramírez una cantidad de dinero, armamento completo para mil soldados y su oficialidad.  En un momento de expansión y confianza con Ramírez, le dije que juzgaba que Artigas no ratificaría el tratado, reservando la idea de que tampoco le daría un solo peso ni una tercerola.  Ramírez me contestó que “si Artigas no aceptaba lo hecho, lo pelearían”; y que si era de mi agrado, me invitaba a la pelea.  Eludí la respuesta, y me retiré a la ciudad.  Conversé acerca de esto con el gobernador Sarratea; y le manifesté la idea e acompañar a Ramírez con el fin de trabajar por el tratado, haciendo lo que conviniera según como el caso se presentase.  Sarratea aceptó, y me dio una licencia temporal…”
(7) Actas del Cabildo de Buenos Aires.  Ver también Gaceta del 10 de marzo de 1820, donde se insertan los documentos correlativos.
(8) Oficio del Exmo. Cabildo, de fecha 26 de marzo a las 7 de la mañana, inserto en los “Documentos que manifiestan los pasos del Gobierno y Exmo. Cabildo en los días de la jornada del Catalina americano Alvear” del 26 al 28 de marzo de 1820. (9 páginas, Imprenta de la Independencia).
(9) Además de los documentos oficiales, se han tenido presentes los datos que, acerca de estos sucesos, arroja la Memoria póstuma del general Mansilla.  Ramírez, al tener conocimiento de la conjuración de Alvear, le pidió a Mansilla que bajase a la ciudad, e hiciese salir a todos los jefes y oficiales entrerrianos que en ésta se encontraban, a fin de que no se le atribuyera la más mínima participación en el movimiento.  Con este motivo, Mansilla tuvo ocasión de ver por sí mismo los sucesos, desde la reunión del Retiro hasta el momento en que Alvear fue a guarecerse en el campamento de Carrera, para seguir después a Santa Fe.
(10) Tan sentida se hizo con este motivo la falta de armas, que el mismo gobernador no pudo menos de expedir el bando de 28 de marzo en el cual ordenaba que se presentase cada ciudadano con sus armas, “siendo constante que el erario de la provincia se halla completamente exhausto”; y el bando de 10 de abril en el cual imponía una multa de 25 pesos por cada fusil y de 12 pesos por cada sable que se encontrara en poder de particulares que los hubieren comprado o retenido “asignándose la tercera parte de la multa al que delate cualquiera ocultación”.  (Hojas sueltas en la colección de Adolfo Saldías).

Tratado del Pilar - parte 1


 El Director Supremo José Rondeau, que caía bajo el anatema de los jefes federales, por pertenecer al partido directorial unitario, salió de la capital con algunas fuerzas, bajo los auspicios tristes de una situación que hacía desesperar a sus mismos partidarios.  El día 1º de febrero de 1820 se encontró con el ejército federal sobre la Cañada de Cepeda, y fue completamente derrotado.  Tan sólo se salvó la infantería y la artillería a las órdenes del general Juan Ramón Balcarce. (1)  A consecuencia de este descalabro, la suerte de las autoridades nacionales quedó a merced de los caudillos victoriosos; de manera que el Congreso que había declarado la Independencia en 1816, no pudo menos que declararse en receso y abdicar su autoridad en el Presidente del Cabildo de Buenos Aires, a quien había nombrado Director sustituto el 31 de enero.

Inmediatamente el jefe del Ejército Federal dirigió al Cabildo una nota en la que invocando las aspiraciones de los pueblos cuya representación asumía, arrojaba tremendos cargos contra el Gobierno del Directorio, y dejaba ver que si no caían todos los hombres que habían pertenecido al partido de Pueyrredón o directorial, no pararía sus marchas hasta llegar a la plaza principal de Buenos Aires.  En vano muchos hombres resueltos tentaron apoyarse en el Ayuntamiento, para que éste provocase una reacción favorable en el cabildo abierto, a que se convocó al pueblo con motivo de la intimación del jefe federal. (2)

El Ayuntamiento, bajo la doble presión de los sucesos y de los principales corifeos federales de la ciudad, se apresuró a diputar una comisión cerca de Ramírez para que arreglase “las bases de una transacción que restituya la paz, conviniendo con los votos del señor general del ejército federal, expresados en su oficio de 2 del corriente”. (3)

El general del ejército federal reiteró sus votos al general Miguel Estanislao Soler, jefe del ejército exterior de Buenos Aires y de una de las fracciones federales de esta ciudad.  Y fue Soler quien dio el golpe de gracia al orden gubernativo que había imperado en la primera década de la revolución, intimando, a nombre de las conveniencias invocadas por los jefes del ejército federal, la disolución del Congreso y el cese del Directorio de las Provincias Unidas.  El 11 de febrero el Cabildo reasumió el mando de Buenos Aires… “Habiendo el Soberano Congreso y Supremo Director del Estado, dice el bando del Cabildo, penetrádose de los deseos generales de las provincias sobre las nuevas formas de asociación que apetecen, en los que ambas autoridades están muy distantes de violentar la voluntad de los pueblos….etc.”

El Cabildo comunicó esta resolución a las provincias, declarando que quedaban libres para regirse por sus propias autoridades hasta que un nuevo congreso reglase sus relaciones entre sí.  Al día siguiente, el 12, convocó al pueblo a elección de doce representantes para que nombrasen el gobernador de la nueva provincia federal.  Estos se constituyeron en junta electoral y ejecutiva al mismo tiempo, iniciando por primera vez en la República el desenvolvimiento del gobierno representativo, sobre la base de las instituciones provinciales coexistentes.

La anarquía que ahogó Pueyrredón más de una vez para poder llevar a cabo la obra de la emancipación argentina en sus tres años de gobierno, (4) se desató furiosa en Buenos Aires a partir de ese momento, en que las facciones federales que habían venido medrando, se encontraron frente a frente, en una escena nueva para ellas y sin más aspiración por el momento que la de posesionarse del Gobierno de la Provincia.  Los partidarios de Soler tenían para sí que este general sería nombrado gobernador.  Empero, Sarratea que había esperado con Alvear desde Montevideo el desenvolvimiento de los sucesos, se anticipó a bajar a Buenos Aires.  Una vez aquí, trabajó por su propia candidatura, a pesar de lo convenido con Alvear. (5)  Sea que ganase a los representantes con su habilidad característica, o que despertase más confianza y menos resistencia que Alvear y Soler respectivamente, el hecho es que Sarratea fue nombrado gobernador provisorio de la provincia de Buenos Aires.  Y a fuer de hábil, Sarratea paró por el momento el golpe que podía asestarle el general Soler, renovando el Cabildo con adictos de este último.


Referencias

(1) Parte el general Balcarce, desde su cuartel general en San Nicolás, y documentos correlativos publicados en La Gaceta del 7 y 8 de febrero.
(2) “Yo era muy joven entonces, fogoso y exaltado en mi patriotismo”, dice el general Lucio Norberto Mansilla, refiriéndose a este día, en la “Memoria póstuma”.  “Un número considerable de jefes de mayor graduación que la mía, me designó para ir al cabildo abierto a pedir, a nombre de los que me habían elegido y de muchos otros jefes y oficiales residentes en la capital, que se nos diera un fusil para defender la patria amenazada por la insolente intimación de los caudillos vencedores en Cepeda.  Me presenté arrogante en la sala capitular, pero esa corporación, sobrecogida, dominada por el terror, estaba decidida a ceder a todo; y se irritó ante mi pedido, más aún, trató de prenderme, clasificando de anárquico el acto más noble de un jefe patriota.  Salvé de ser preso; y recordando que había tenido relaciones íntimas en Chile con la familia de Carrera, monté a caballo en busca del ejército vencedor, con el fin de evitar, si me era posible, su entrada en la ciudad.  Más afuera del Pilar encontré a Carrera, López y Ramírez que se disponían a marchar al puente de Márquez a tratar con el general Soler, que al mando de una fuerza de la capital, los había invitado a un arreglo, etc., etc., etc….”
(3) Oficio del Cabildo, de 8 de febrero de 1820.
(4) Exposición del general Pueyrredón (21 de julio de 1817), y Memoria del mismo, después de haberse retirado del mando supremo (9 de agosto de 1819).
(5) Memoria póstuma del general Mansilla.

martes, 19 de febrero de 2013

Atentado a Augusto Timoteo Vandor

ARCHIVO DIFILM de Daniel y Luis Mariano Di Chiara ATENTADO AL SECRETARIO GENERAL DE LA (U.O.M.), AUGUSTO TIMOTEO VANDOR - CORONEL PREMOLI - SUBVERSION DECADA DEL 70 ARGENTINA Código: 0073

sábado, 16 de febrero de 2013

LA PRENSA ROSISTA Y EL SITIO DE MONTEVIDEO

La intervención anglofrancesa en la Banda Oriental.
Por la prensa europea y los debates en las legislaturas de aquel continente, se podía prever la próxima intervención anglofrancesa, y si bien los unitarios la apoyaban en secreto mientras lo ocultaban o lo negaban público, la prensa rosista los ponía en evidencia con la publicación de una serie de “Documentos para mayor esclarecimiento de la cuestión del Río de La Plata, con observaciones”.
El artículo de La Gaceta gira en torno al tema de la intromisión extranjera en la Banda Oriental.


Los documentos

Los documentos publicados ponen en evidencia lo que muchos intentaban negar. Uno de ellos es la carta del 15 de marzo de 1843, en que el ministro Vázquez le dice al caudillo Rivera que si éste no obliga a Oribe a levantar el sitio de Montevideo, la plaza no aguantaría mas, a no ser unos quince o veinte días; que allí ya nade confiaba en al intervención extranjera, pero que en cambio se ha logrado la el apoyo del comodoro Purvis y del cónsul Dale.
El segundo documento publicado era la carta que Bustamante le dirigía a Rivera el 15 de abril de 1843, en la que el secretario le indicaba que Purvis había obligado a Brown a devolver la isla de Ratas que el almirante acababa de ocupar, y que en ese momento estaba franqueado por dos buques de guerra ingleses. La prensa rosista ponía así en evidencia lo que Rivera Indarte intentaba negar desde el “Nacional”.

El tercer documento era una carta de Rivera a Purvis del 15 de junio de 1843, en la que aquel le agradecía al marino los importantes servicios que el comodoro se había dignado prestarle, y asegurándole su eterno reconocimiento.

La Gaceta concluye diciendo que aquellos documentos probaban la intervención prolongando la guerra y abandonando al custodia de los extranjeros, saqueados y asesinados por los riveristas, para dar apoyo a un caudillo rebelde y sin lograr su objetivo, por cuanto Rivera sido derrotado por las fuerza legales de ambas republicas del Plata, pese al apoyo extranjero.
Agregaba que Oribe dominaba el territorio oriental mientras en Montevideo no había más que un horda internacional y una Compañía inglesa que explotaba la aduana.

El último párrafo del artículo dice textualmente:

“Mientras que el comodoro Purvis se contentaba o no, con esta expresión (de la gratitud de Rivera), se multiplicaban las reclamaciones británicas en Montevideo, por asesinatos o robos dé los salvajes unitarios sobre súbditos de S.M.B. Clamaron por protección, debida en este caso, y no fueron más atendidos que los clamores sobre el bárbaro decreto de Febrero de 1843 de la autoridad intrusa de Montevideo, condenando a ser "fusilados por la espalda a todos los habitantes que lleven la divisa del invasor", o sobre el de Octubre de ese año, imponiendo la misma bárbara sentencia a los jefes, oficiales y sargentos del ejército de orientales y argentinos, sin excepción de los extranjeros que hubiesen tomado partido en favor de los dos gobiernos legales.
El comodoro dejó que fuesen fusilados por la espalda en Montevideo algunos .de esos desgraciados extranjeros.” (Edición original del 23 de mayo de 1845; y Archivo Americano, Primera serie, N° 20, edición de 1947, t.II, ps. 330-335)

viernes, 15 de febrero de 2013

Plaza Libertad



Buenos Aires. Plaza Libertad, al fondo las obras del Teatro Colón, fines del siglo XIX.
Documento fotográfico.
Álbum Aficionados. Inventario 213544
Archivo General de la Nación

jueves, 14 de febrero de 2013

Reglamentación de vagos








Archivo General de la Nación

Decreto sobre reglamentación de "vagos" en Buenos Aires.


Buenos Aires 19 de abril de 1822.

Documentos Escritos. Sala X-12-3-4

Transcripción:

La clase de vagabundos, que por desgracia no es en el país de las inferiores en número, es tan perjudicial para sí, como lo es para la misma sociedad, a cuyas expensas vive: ella es a la vez una clase improductiva, gravosa, nociva a la moral pública, e inductora de inquietudes en el orden social. Bajo de este aspecto real a los adelantamientos del país, y una causa más, que impida o retarde el complemento de la reforma general, que se ha iniciado, y cuyos bienes empiezan a hacerse sensibles. Es pues de necesidad a un mismo tiempo destruir cuanto pueda embarazarlo, y edificar cuanto demande su mejora; y tales son los motivos que han impedido al gobierno a acordar, y decretar los artículos siguientes.

1. El Jefe de policía y todos sus dependientes, tanto en la ciudad, como en la campaña, quedan especialmente encargados de apoderarse de los vagos, cualquiera que sea la clase a que pertenezcan.

2. Los vagos aprendidos serán destinados inmediatamente al servicio militar por un término doble del menor prefijado en los ensanchamientos voluntarios.

3. Aprendido un vago, será presentado en la inspección general, para que esta lo destine al cuerpo del ejército que estime conveniente.

4. En el caso que algún individuo, aprendido por vago, no sea útil para el servicio militar, quedara sujeto por un año a los trabajos públicos.

5. Los vagos que se destinen a los trabajos públicos, en el caso que prescribe el artículo anterior, gozaran de un salario correspondiente por el tiempo que duren en el servicio.

6. Cumplido el año, se les licenciara para que se contraigan libremente a una ocupación, que les proporcione subsistencia.

7. El vago, que vuelva a ser aprendido por el mismo delito, será destinado a los trabajos públicos por tres años, en los términos que prescribe el artículo 5.

8. Por tercera vez será sujeto a los mismos trabajos por ocho años con el salario que se le designe.

9.Todo individuo , que expida certificados o deponga a favor de un aprendido por vago, a fin de libertarle de esta nota, y de las penas establecidas, justificada la falsedad de su información, si es empelado público será destituido, y a mas sufrirá, como todo particular, dos meses de prisión en la cárcel de deudores.

10. El ministro secretario de gobierno y relaciones exteriores queda encargado de al ejecución de este decreto, que se insertara en el Registro Oficial.


Bernardino Rivadavia.
 
Archivo General de la Nación

domingo, 10 de febrero de 2013

Palacio Miraflores

Palacio Miraflores de Manuel Ortiz Basualdo, Rivadavia 6433. Arquitecto Ryder. (Fuente, Arquitectuas Ausentes CEDODAL).

sábado, 9 de febrero de 2013

Carlos de Alvear sobre la rendición de la Plaza de Montevideo



"...siguiendo invariablemente los principios de humanidad que me caracterizan y estimulada de la compasión que es capaz de excitar la calamidad a que han quedado reducidos estos infelices hábilmente he dispuesto que no sufran perjuicio alguno en sus propiedades y que corriendo un velo sobre todos los acontecimientos que ante de ahora hayan podido promover el deseo de la venganza vuelvan al centro ...de sus relaciones descansando tranquilamente en el seno de sus familias después de los sacrificios que han consagrado en vano a su antiguo Soberano. Yo espero pues que Vuestra Excelencia se dignara aprobar mi conducta, en el interés que toma por la quietud y fortuna de este vecindario.


Dios guíe a Vuestra Excelencia muchos años. Montevideo, Julio 30 de 1814.



Archivo General de la Nación

martes, 5 de febrero de 2013

Pistas para interpretar el suicidio de Leopoldo Lugones - parte 2


Cuando Lugones muere, la hora de la espada que había augurado sonaba en todo el mundo. Estaba en auge el fascismo y pronto Hitler se lanzaría sobre Polonia. De algún modo, la revolución, aquí, de José Evaristo Uriburu, que Lugones apoyó, se había diluido en un sistema conservador y tramposo, los dirigentes se parecían más al Viejo Vizcacha que a unos aristócratas, pero no parecía eso motivo suficiente para que bebiera la cicuta.

Lo hizo, y recién aparecen evidencias públicas en 1984, porque al fin la luna doncella había entrado en su vida, cuando ya tenía 52. En 1984, la historiadora María Inés Cárdenas de Monner Sans publicó, bajo el nombre de Cancionero de Aglaura, los poemas que Lugones dedicó a su amante niña, Emilia Cadelago, a quien había conocido en la alta madurez, cuando ella era una estudiante. También incluye ese libro sus cartas, que revelan a un erotómano como nunca fue Lugones.

Lo que dijo BorgesSe mató por amor, no dudó Borges. El padre Leonardo Castellani, que lo había asistido en su conversión al catolicismo en 1934, durante el Congreso Eucarístico, lamentó ese suicidio de sirvienta. El hijo de Lugones, el comisario Polo Lugones, introductor de la picana eléctrica en la Sección Especial, en 1930, tuvo que ver, aseguraba Emilia, con aquel desenlace.

El hijo trató de detener esa primavera tardía del padre amenazando a la familia de la chica con que metería al viejo en un manicomio.Borges, completando el retrato, escribiría años más tarde: Si tuviéramos que cifrar en un hombre todo el proceso de la literatura argentina, ese hombre sería indiscutiblemente Lugones. Para Borges, gran parte de la literatura posterior sería inimaginable sin él.

Y sin embargo, no renunciaba a ubicarlo en un plano preponderantemente intelectual. Al prologar un libro sobre Almafuerte, en 1962, Borges escribía: El poeta argentino es un artesano o, si se prefiere, un artífice; su labor corresponde a una decisión, no a una necesidad. Almafuerte, en cambio, fue orgánico, como lo fue Sarmiento, como muy pocas veces lo fue Lugones.Estas muy pocas veces fueron las brechas por las que al fin todo lo reprimido irrumpió en la vida de un hombre de 64 años. A 12 años de haber conocido a la joven Emilia, Lugones bebe su cicuta solo, en el lugar llamado El Tropezón, y establece su enigma.



JORGE AULICINO

lunes, 4 de febrero de 2013

Pistas para interpretar el suicidio de Leopoldo Lugones - parte 1

Tal vez un informe forense y unos libros puedan decir más sobre un hombre que todas las anécdotas que jalonan una vida.
Leopoldo Lugones, polígrafo nacido en un pueblo de Córdoba en 1874, apareció muerto por envenenamiento en una habitación de un recreo del Tigre, llamado El Tropezón, el 19 de febrero de 1938.
El deceso se produjo la noche anterior. En su mesa, como imagen espartana de su vida, había una botella de whisky a medio consumir, un vaso de agua intacto, una carta y un artículo inconcluso.La carta no decía nada en absoluto sobre los motivos de la muerte. Sólo alertaba que el difunto era dueño de sus actos. Fuera de eso, pedía que lo enterraran sin cajón y sin lápida.

Curiosamente, la carta póstuma empezaba así: No puedo terminar el libro sobre Roca. Basta. Y es éste el primer indicio sobre las razones del suicidio del discutido poeta del nacimiento de los tiempos modernos en la Argentina.Pocos suicidas hubiesen recordado a cinco minutos de ejecutar su propia sentencia que no habían terminado un trabajo.
Y el basta que sigue a esta constatación resulta significativo. ¿Basta con qué? ¿Con Roca? ¿O con escribir, con la literatura, con sostener un trabajo que se suele suponer gratificante?Este es el problema, éste es el enigma Lugones. El informe forense puede introducir en pistas.
Los escritos de Lugones, versos llenos de majestuosidad y arcaísmos, artículos que van desde el anarquismo hasta el desprecio del pueblo y el elogio de la fuerza y del Ejército como la última aristocracia (discurso en Lima, en el centenario de la batalla de Ayacucho, en 1924, donde también dijo su famosa frase Ha sonado la hora de la espada frente al ministro de Guerra argentino Agustín P. Justo) son otro indicios.

Diría el informe forense que Leopoldo Lugones, escritor y periodista de 64 años, director de la Biblioteca del Maestro, bebió una fuerte dosis de cianuro, además de alcohol, aquella noche del 18 de febrero. Sus escritos dicen que era un enamorado de la antigüedad griega -en el modo idílico en que entendían esa antigüedad los neoclásicos, los románticos y los parnasianos del siglo pasado-. De modo que el cianuro remite a la cicuta de Sócrates.
Una ejecución civil que paradójicamente se encomendaba al propio reo.La sentencia se cumplió en un lugar llamado significativamente El Tropezón. Puede suponerse que Lugones, a quien sus escritos revelan como un megalómano, un hombre que no dudaba sobre su destino póstumo de bronce y laurel, había chocado contra algo.
Un imprevisto se descolgó sobre su vida, que describió en algunas entrevistas como la de un buen burgués. Otros constataron que era amante de la buena ropa, que escribía de mañana en un estudio maniáticamente ordenado y limpio, para salir a la tarde a cumplir sus tareas de empleado público. En rigor, no bebía.

El whisky simplemente acompañó al veneno.Dicen sus escritos que el tratamiento del sexo, tema oculto de la poesía modernista, resultaba afectado, distante e impregnado de sentimientos machistas de dominación sublimados: Y al penetrar entre tus muslos finos, / la onda se aguzó como una daga, por ejemplo.Hace unos años, el poeta y narrador Juan José Hernández examinó este problema y encontró mucho más. Lugones estaba fijado a la imagen de la mujer como un enigma que conduce a la muerte y su represión erótica le hacía rechazar toda idea de fertilidad y vitalidad en la mujer y complacerse en la luna doncella, la amante niña, que enamora y mata.