viernes, 26 de julio de 2013

Justo Suarez vs Ray Miller

El “Torito” de Mataderos o el primer ídolo del deporte nacional


La fama de Justo Suárez en el boxeo fue tan efímera como grande. Una calle lleva su nombre y tuvo tango y cuento de Cortázar.
 
La historia, aunque tuvo una etapa con mucho brillo, podría titularse como aquella primera novela de Osvaldo Soriano: “Triste, solitario y final”. Porque el personaje, que fue el primer gran ídolo del deporte en Buenos Aires y, por extensión, en la Argentina, terminó en la miseria más absoluta y lejos de aquellas glorias que fueron tan efímeras como una golosina.
Su nombre era Justo Antonio Suárez, pero la gente lo llamaba “El Torito de Mataderos”, como lo había bautizado un periodista, que mezcló su coraje para abrirse camino a las trompadas, con la esencia del barrio donde nació y se crió. Es que las trompadas no sólo eran las que de manera desprolija empezó a tirar y recibir a los 9 años en un ring de la calle Guaminí, la misma donde tenía su casa. También eran esas, las de un hogar con más hambre que comida, que debió aprender a esquivar desde siempre. Allí, ocupaba el lugar décimo quinto (había nacido el 5 de enero de 1909) entre 25 hermanos paridos por su madre María Luisa Sbarbaro.
Eran los tiempos en que trabajaba como mucanguero, algo de lo peor. Consistía en juntar la grasa liviana, la mucanga, que bajaba por las canaletas de los mataderos de su barrio. La paga: diez centavos por cada tarro lleno. Pero a los 10 años lo vieron corajear en el ring de una confitería “pituca” de la calle Florida y entonces quedó ligado para siempre al boxeo. Los que lo vieron cuentan que se movía con gran velocidad y que avanzaba pegando con certeza y potencia. Eso empezó a convertirlo en ídolo de mucha gente que vivía marginada: era uno de ellos que se abría paso hacia la cima de una sociedad donde las diferencias se notaban y mucho.
A los 19 años ya era todo un profesional. Y la gente de los barrios no dudaba en subirse a la caja de modestos camiones para ir a ver las peleas del “Torito”, siempre invicto. La cumbre llegó el 27 de marzo de 1930 cuando Suárez le ganó por puntos a Julio Mocoroa, un estilista, y se quedó con el título de campeón argentino de los livianos. La pelea se hizo en la vieja cancha de River, en Alvear y Tagle. Cuentan que esa noche 40.000 personas colmaron el lugar. En medio de la crisis mundial, Suárez aparecía como una figura que se alejaba de la pobreza. Hasta se había casado casi en secreto con Pilar Bravo, una bella chica de Lanús que trabajaba como telefonista.
Su fama era tal que Modesto Papávero (el autor de “Leguisamo solo”) y Venancio Clauso, le dedicaron un tango: “Muñeco al suelo”. Por entonces, Justo Suárez ya había probado suerte en Estados Unidos, con resultado muy favorable: en cuatro meses hizo cinco peleas, todas ganadas. La letra de Clauso decía: “De Mataderos al Centro / del Centro a Nueva York / seguí volteando muñecos / con tu coraje feroz”.
Y lo alentaba con otra estrofa: “ Cuando te pongan al frente / del mismo campeón del mundo / ponete esa papa en la olla, cocinátela a la criolla y por cable la fletás” .
La oportunidad de ir por el título mundial llegó poco después. Fue el principio del fin. En la previa tuvo que enfrentar a Billy Petrolle, un duro al que apodaban “La Fargo Express”, por su potencia. El “Torito” perdió en 9 rounds, su primera derrota en la etapa profesional. La vuelta tampoco fue triunfal y no sólo en lo deportivo: la tuberculosis empezaba a afectarlo, junto con el divorcio de su mujer, que ya se había alejado de él.
La última vez que lo vieron sobre un ring fue frente a su amigo Juan Pathenay, que trató de no pegarle. Esa pelea tuvieron que pararla porque Suárez no tenía fuerzas ni para defenderse. Resultó tan triste que en el Parque Romano de Palermo esa noche todos lloraron. Después, sin dinero y “con sus derrotas mordiéndole el alma”, se fue a Cosquín, donde murió el 10 de agosto de 1938. Apenas tenía 29 años. En Buenos Aires, cuando sus restos llegaron a Retiro y se supo que serían llevados directamente al cementerio de Chacarita, una multitud levantó el ataúd y lo llevó hasta ese Luna Park que lo había visto triunfador y donde unos años antes, por diferencias con los promotores, le habían prohibido la entrada.
En Mataderos, una calle lleva su nombre. Y Julio Cortázar lo inmortalizó en “Final del juego” con un cuento que se titula “Torito”. Con los años, muchos pensaron que las penurias de la corta vida de Justo Suárez después se repitieron en otra figura del boxeo que generó idolatría y también detractores. Ese hombre se llamó José María Gatica. Pero esa es otra historia.

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jueves, 25 de julio de 2013

Domingo de Acassuso, el fundador - parte 2




PROCLAMACIÓN DE SAN ISIDRO COMO SANTO PATRONO DEL LUGAR 

La historia de San Isidro comienza en 1580, cuando Juan de Garay realizó la repartición de las tierras ubicadas al norte de la ciudad de La Santísima Trinidad. Según la leyenda, en su recorrida un capitán vizcaíno, Domingo de Acassuso, tuvo un sueño por el cual promete levantar una capilla en honor a San Isidro Labrador, siendo este el origen del partido.
Entroncado en un mes de acontecimientos históricos, y a poco de declararse estas tierras independientes de España y su dominio, el 14 de Julio de 1816, a solicitud de los vecinos del lugar se juró y proclamó a San Isidro Labrador como Patrono y Titular de aquel pueblo que hasta ese momento llevaba el nombre de Pago de la Costa, que también era conocido como pago del Monte Grande.

Fragmento de la Proclama:

Expresaba que: "convencidos firmemente de los grandes bienes y protección que adquieren los pueblos por su fervorosa piedad y devoción para con Dios, como por su veneración a su bienaventurada Madre y demás Santos, de donde nos vienen todas las bendiciones del cielo. Por tanto y cumpliendo dicho encargo de atender al bien espiritual, no rehusamos acceder con amor al deseo de las gentes que imploran el auxilio del Glorioso San Isidro Labrador, siendo justo y muy propio de las autoridades eclesiásticas dar las providencias oportunas a fin de que su culto tenga siempre el mayor aumento y extensión, así que quisimos complacer a los piadosos deseos del pueblo de San Isidro y celoso párroco que manifiestan su inmensa propensión a venerar por su Santo Patrono al Glorioso Labrador"

[...]"Dado en Buenos Aires, firmado de nuestra mano, autorizado por don Silverio Antonio Martínez, Notario Mayor de esta Curia Eclesiástica, a catorce días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis años"

Las firmas que aparecen son las siguientes:
Domingo Victorio Achega
Por mandato de S. S. Ilma
Silverio Antonio Martínez
Notario Mayor Eclesiástico



miércoles, 24 de julio de 2013

Domingo de Acassuso, el fundador - parte 1




El protagonista fundamental de la creación de San Isidro.

Fundamental personaje en la creación de San Isidro, nació el 22 de abril de 1658 en el Pueblo de Zalla, situado en un valle que atraviesa el Río Cadagua en la parte sudeste de las Encartaciones de Vizcaya, cerca de la Villa de Valmaceda,
fueron sus padres Domingo de Acassuso y María de los Terreros, todos vecinos del Pueblo de Zalla.
La historia rioplatense de Domingo de Acassuso, se puede iniciar cuando el 21 de febrero de 1861 llegó al Puerto de Buenos Aires formando parte como simple soldado de las compañías de infantes enviados a éstos dominios hispánicos ante la constante expansión portuguesa. Acassuso, tiempo después abandona la milicia para dedicarse al comercio con una casa de negocio a pocos metros de la Plaza Mayor , en la actual calle San Martín, entre Rivadavia y Bartolomé Mitre, frente a la Catedral Metropolitana. Su actividad comercial consistió en la venta de comestibles, géneros, herramientas de trabajo, velas de sebo, cerraduras, clavos, etc. incluyendo el rubro de tráfico de negros.
Su intensa actividad comercial no le impidió ejercer honrosos cargos en la administración colonial si tomamos en cuenta que en 1712 asumió la función de tesorero de las Reales Cajas. Contador de las mismas en 1721, recaudador de la limosna de la Bula de la Santa Cruzada en 1722, Alcalde de segundo voto durante los años 1715, 1716 y 1721, juntamente con el juzgado de menores.
Se convirtió en un hombre fortuna, circunstancia que lo puso en condiciones de levantar una capilla en los pagos de la costa, alejados de Buenos Aires y fundar una Capellanía puesta bajo la advocación de San Isidro Labrador, Santo tutelar de su familia que, en el pueblo de Zóquita, lugar cercano a Zalla, que también poseía una Capilla dedicada a venerar al Santo Labriego. Tras un sueño con él , decidió consecuentemente, el 14 de octubre de 1706 rubricar la escritura de
Fundación de la Capilla y Capellanía de San Isidro Labrador, lo que dio origen al nombre que hoy lleva el Partido.
Acassuso falleció en Buenos Aires el 8 de febrero de 1727, a consecuencia de un fatal accidente mientras inspeccionaba la obra de construcción de la Iglesia de San Nicolás de Bari, que también se le debe a su generosidad.


lunes, 22 de julio de 2013

La Catedral de San Isidro - parte 3





El interior del templo

Al entrar en la Catedral se puede apreciar la belleza y grandiosidad de sus formas, resaltadas por la reciente restauración. Para gozar plenamente de ella es indispensable tener en cuenta que su arquitectura está pensada para que todo ayude a la fe.

La forma de cruz del templo identifica al pueblo orante con Cristo que se ofreció al Padre. La altura interior invita a elevarse hacia Dios. Los vitraux generan un clima propicio a la oración y sus imágenes nos llevan a desear compartir el cielo con Jesús, la Virgen y los santos (para comprender mejor su significado recomendamos el folleto sobre dichos vitraux).

En la restauración se quiso facilitar la participación de los fieles en las funciones litúrgicas. Por eso se reubicó el altar central, se renovó la iluminación, el sonido, etc.

En la Catedral se pueden adquirir folletos que explican en detalle los distintos elementos: vitraux, imágenes, amoblamento, detalles arquitectónicos, etc.

 http://catedraldesanisidro.org

La Catedral de San Isidro - parte 2


El exterior

El estilo neogótico surgió a fines del siglo XVIII y se usó hasta principios del XX. Retomó las formas del gótico, utilizado en Europa entre los siglos XII y XVI, pero con materiales y técnicas modernas. Se caracteriza por sus líneas esbeltas que apuntan hacia el cielo, como invitando a elevar la mirada a Dios. Las paredes macizas son reemplazadas por vitrales que generan un ambiente interior propicio a la oración. La planta de este templo tiene forma de cruz latina en tres naves y un ábside circular. En la parte posterior está adosada la casa parroquial en el mismo estilo.

Unas décadas más tarde se construyó un sótano, que luego fue transformado en salón parroquial, bajo el atrio del lado del Río. En 1965 se añadió la Capilla del Santísimo y algunas dependencias para la casa parroquial. En la reciente restauración se procuró que las partes añadidas se diferenciaran visualmente mediante materiales distintos o con diferente tratamiento del original.

Los techos eran de pizarra, material frágil y quebradizo, que al romperse producía frecuentes filtraciones que dañaban interior y estructuralmente al edificio. El de la iglesia y casa parroquial fue cambiado por uno de cobre en 1952, el de la torre por tejuelas metálicas en 1992.

En 1965 muchas de las partes ornamentales exteriores se habían caído y otras amenazaban hacerlo, por lo cual todas fueron eliminadas, quitándole gran parte de su belleza. En la restauración se repusieron más de 400 elementos, reconstruidos a partir de antiguas fotos, recuperándose así las formas originales. Algunos caben en la palma de una mano, otros pesan más de 3.000 kilos.

Vale la pena circular con tranquilidad en torno a la Catedral y admirar los múltiples detalles que la convierten en una de las más bellas del país, recordando que la belleza es uno de los atributos del Creador y que vestigios de ella se pueden hallar en todas las cosas.

sábado, 20 de julio de 2013

La Catedral de San Isidro - parte 1


El primer lugar de culto que existió en la zona fue un rancho de adobe con techo de paja, del que sólo existen referencias vagas. Habría sido levantado hacia 1694 por Domingo de Acassuso.

El 14 de octubre de 1706 el mismo Acassuso creó aquí una Capellanía en honor de San Isidro Labrador, donando para ello una fracción de terreno de unos 260 metros de frente sobre el Río por 5.000 m. de fondo. Esta fecha es considerada como la de fundación de este pueblo y ciudad.

Una primera Capilla de ladrillos y techo de tejas, de exiguas proporciones, fue inaugurada el 27 de mayo de 1708. A partir de entonces la población rural que habitaba en el paraje tuvo asistencia sacerdotal habitual en la persona del Pbro. Fernando Ruiz Corredor, que vivía en un rancho.

Unos años más tarde la Capilla se transformó en sacristía de un templo más grande. Tras varios intentos en que los muros y techos se derrumbaron, fue inaugurado el 24 de abril de 1720.

El 23 de octubre de 1730 el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires lo transformó en sede parroquial. Subsistió hasta 1895, pero fue necesario demolerlo porque su estado calamitoso amenazaba derrumbe.

El 6 de octubre de 1895 se colocó la piedra fundamental del templo actual. El 14 de mayo de 1898 se celebró en él la primera misa, dándose por concluidas las obras y consagrándolo el 20 de octubre de 1906.

Ocupa una superficie de 1.300 metros cuadrados, mide 60 m. de largo por un ancho de 18,50 m., que en los cruceros llega a los 29 m. La altura interior es de 19 m. y su torre alcanza los 68,65 m.

Fueron arquitectos de este templo neogótico Jacques Dunant y Charles Paquin, suizo el primero y francés el segundo. Ambos habían estudiado en París. Paquin murió en Buenos Aires en enero de 1898 y Dunant terminó la obra solo. Pedro Biasca y sus hijos fueron los constructores.

Una Comisión Central, con el asesoramiento del ingeniero Santiago Brian, dirigió la obra y una de Damas se encargó de recaudar los fondos necesarios. Sus nombres de perpetuaron en una placa de bronce.

En la parte superior de la torre hay seis campanas; dos de menor porte fueron colocadas en 1902, una de ellas da las horas y la otra está actualmente inactiva. El párroco Agustín Allievi (1912-33) adquirió otras cuatro de mayor tamaño, hechas en Londres por la casa Gillet y Johnston, con un peso total de unos 5.000 kilos, la mayor de 1.800 k., la menor de 800 k. Fueron bendecidas el 8 de diciembre de 1923, instaladas el 5 de febrero de 1924 y se echan a vuelo en las grandes fiestas.

Poco más abajo, la torre ostenta un reloj de cuatro esferas colocado en 1902. El mecanismo es el original, hay que darle cuerda todas las semanas, funciona con contrapesos y se mantiene en perfecto estado.

El 8 de junio de 1957, al crearse la Diócesis local, esta iglesia se convirtió en Catedral y el 10 de octubre de 1963 fue declarada “Lugar Histórico Nacional”.

viernes, 12 de julio de 2013

El largo camino de la independencia argentina – parte 3




En el Congreso de Tucumán predominó la tendencia monárquica. "Los definidamente republicanos eran sobre todo los que en ese momento estaban bajo el liderazgo del oriental José Gervasio de Artigas (los "Pueblos Libres"), y no participaron en el Congreso, dominado por los centralistas", dice Gelman. Los monárquicos y centralistas devienen en lo que la historia terminó llamando "unitarios", y los republicanos fueron los "federales". Aunque Gelman prefiere matizar: "Tradicionalmente, la historiografía ha entendido que los unitarios eran las elites de Buenos Aires frente a los federales, que eran las elites del interior. Pero en la práctica uno puede observar que hay unitarios (y a veces más fervorosos) en distintos territorios del interior de lo que después será la Argentina que en la propia Buenos Aires. Y en ésta, a la vez, encontramos tendencias federales o confederadas muy fuertes, y que de hecho terminaron triunfando. Es evidente que en Buenos Aires las tendencias unitarias son importantes, pero van a terminar debilitándose frente a la incapacidad que tiene la metrópolis de construir una unidad política de ese territorio bajo su hegemonía, y entonces terminará prevaleciendo el federalismo rosista".

El sanjuanino Laprida sigue allí, en las láminas escolares, congelado en el tiempo. La independencia de 1816 dio paso a una lucha fratricida que recién empezó a atenuarse con la llamada Organización Nacional, la Constitución de 1853 y la generación del 80. Pero hasta ahora el sueño bolivariano de los "Estados Unidos de América del Sur" sigue siendo una expresión de deseos. El proyecto de Bolívar, en el contexto de las primeras décadas del 1800, tenía mucho de utopía. Más allá de la voluntad de algunos líderes (Bolívar, San Martín, Sucre), la propuesta del caudillo venezolano "carecía de sustento cultural, ideológico, económico y social", opina Gelman. No hay que olvidar, además, que Inglaterra y Estados Unidos "del Norte" hicieron lo imposible para que las naciones hispanoamericanas independizadas no se integraran en una gran nación latinoamericana. "La independencia de España condujo, sin embargo, a las nacientes naciones en América a insertarse en un orden mundial donde las políticas intervencionistas de Inglaterra y Estados Unidos se hicieron sentir por largos años en alianza con poderosos sectores sociales locales", dice Goldman.

Mariano Ben Plotkin, resume: "Hay que recordar que América latina nació globalizada, y por lo tanto ha sido siempre un área muy sensible a desarrollos internacionales que ocurrían y ocurren en las áreas centrales. Esto, y ciertos desarrollos comunes a la región, contribuyen a explicar algunos paralelismos en su historia política". A la luz de estos análisis, parece que el largo camino de la independencia argentina y latinoamericana, aún no ha concluido.

http://edant.clarin.com/suplementos/especiales/2005/07/09/l-05215.htm
Alberto González Toro.
agonzaleztoro@clarin.com

jueves, 11 de julio de 2013

El largo camino de la independencia argentina – parte 2





Tanto Venezuela como el Río de la Plata y Chile —precisa Gelman— eran zonas marginales del imperio español, y son las que más fácilmente adhieren al proceso revolucionario. No pasa lo mismo, claro, en zonas vitales para la monarquía hispánica: México, Perú, lo que es hoy Bolivia, eran zonas muy controladas. Hasta 1815, cuando es derrotado finalmente Napoleón, Inglaterra fue aliada de España. Por esta razón, su gobierno no apoyó abiertamente la independencia de los territorios americanos, aunque "extraoficialmente" siempre estuvo detrás de cada movimiento emancipador: su industria en expansión necesitaba nue vos mercados. Después de 1815, Inglaterra tuvo las manos libres para hacer notar su "influencia" en la decisión de independencia de estos lugares remotos. La restauración en Europa de los sectores más reaccionarios, monárquicos y absolutistas, incluida España, donde vuelve a reinar Fernando VII, acelera la necesidad de independencia de los territorios americanos hispánicos.

Esa decisión se tomó el 9 de Julio de 1816. Se creaba así una nueva nación, que no ocultaba un sesgo conservador. La profesora Goldman hace hincapié en el cambio de nombre de Provincias Unidas del Río de la Plata por Provincias Unidas de Sud América: "La modificación del nombre estaría indicando que junto al proyecto de creación de una monarquía constitucional en la dinastía de los Incas, se estaba pensando en la creación de una nación que abarcara el Virreinato del Río de la Plata (reintegrando a Paraguay), Chile y Perú. Se propuso a Cuzco como capital del nuevo reino. Esto coincidía con el proyecto de emancipación continental impulsado por San Martín. Por otra parte —dice Goldman—, es muy incierta la situación de la Banda Oriental, ante la inminente invasión portuguesa, y el nuevo fracaso de las negociaciones con José Gervasio de Artigas para lograr su representación en el Congreso. De modo que el nuevo Estado nace con una indefinición de los límites territoriales de su autoridad y de sus atribuciones soberanas".

El historiador Plotkin aclara: "lo que 'no' ocurrió en 1816 fue la cristalización de un sentimiento nacional preexistente, tal como lo entendemos hoy. El concepto de Nación Argentina que tenemos actualmente, con límites geográficos precisos, un sentimiento de identidad y lealtad a la nación, y una historia y tradiciones compartidas simplemente no existía en 1816. Es más: yo diría que era una idea casi impensable en esa época. En 1816, el gobierno estaba jaqueado no sólo por los realistas sino por los impulsos federalistas de las provincias del Litoral y de otras provincias del interior, que darían origen después al federalismo argentino. Estas tendencias centrífugas continuaron existiendo, y aún en la década de 1860, durante la guerra con Paraguay, muchos correntinos se sentían más cercanos al Paraguay por su cultura, su lengua y su odio a Buenos Aires, que al Estado nacional ya constituido".

El largo camino de la independencia argentina – parte 1





Qué pasó en Tucumán el 9 de Julio de 1816. Los primeros pasos para construir una nación libre. El germen del conflicto que más tarde se conocería como "unitarios y federales". Los deseos de un destino común para el continente americano y las dificultades para lograrlo.



Las crónicas de la época dicen que ese 9 de julio fue casi primaveral, y que un viento del Norte traía olor a naranjas. Pero el clima político, en cambio, preanunciaba dos frentes de tormenta: el que amenazaba desde el interior y el que se expandía por toda la América colonial. El Congreso General Constituyente había comenzado sus sesiones en marzo de 1816, y se había elegido a Tucumán por ser "un punto céntrico del ex Virreinato", apunta Noemí Goldman, profesora de Historia Argentina e investigadora del CONICET. Es que el Congreso "pretendía marcar un cambio en la política central al mostrarse más atento a los intereses del pueblo".

Si bien la cara más conocida el 9 de Julio de 1816 es la del sanjuanino Narciso Laprida —desde los chicos del siglo XIX hasta los de 2005 lo identifican con facilidad porque la iconografía así lo quiso—, que presidió el encuentro, los actores más relevantes fueron Manuel Belgrano y José de San Martín ("columnas militares del régimen", los calificó el historiador nacionalista y católico, Ernesto Palacio) que desde sus puestos de mando impulsaron la declaración de independencia. "Ellos estaban haciendo la guerra contra los realistas y necesitaban legitimidad para sus acciones —dice Jorge Gelman, profesor titular de Historia Argentina en la UBA e investigador del CONICET—. Hasta 1814, el rey de España no regresó al poder, prisionero de las fuerzas napoleónicas. Por lo tanto se podía hacer una guerra sin cuestionar necesariamente a la monarquía española. Pero a partir de 1814, hay que definirse, de lo contrario no se puede seguir luchando: o estamos en presencia de una nueva nación o Estado, distinto al español, y se legitima la guerra, o ésta se termina. San Martín, sobre todo, necesita que estas cuestiones políticas se definan lo antes posible, porque si no pierde toda legitimidad la campaña militar que tiene por delante".

Es cierto que la idea de declarar la independencia no era nueva: el sector morenista la había promovido desde los inicios del proceso revolucionario iniciado en 1810, "pero factores internos (tensiones dentro del grupo gobernante, y entre Buenos Aires y las provincias del Litoral) y externos (la coyuntura europea) habían impedido su realización", explica Mariano Ben Plotkin, investigador del CONICET y de IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social). Y agrega: "La situación en lo que hoy es la Argentina era muy sensible a lo que ocurría en Europa. Aún durante las sesiones del Congreso, se llevaban a cabo gestiones en Europa para explorar la posibilidad de instaurar una monarquía, al mismo tiempo que se hacían intentos de aproximación a la corona española para llegar a algún acuerdo, cosa que resultó imposible".

martes, 9 de julio de 2013

La independencia de Argentina – parte 2




La elección de una Junta emancipada de las autoridades peninsulares constituía, a juicio del autor, una clara muestra de los deseos de autonomía que recorrían Hispanoamérica durante esos años. Se trataba de un movimiento protagonizado por la élite criolla que, aprovechando la ruina de la metrópoli, trató de hacer realidad sus sueños de poder. Sin embargo, la nueva junta rioplatense iba a tener que enfrentarse a un importante número de problemas que, lógicamente, lastraron el proceso independentista. A la guerra con los realistas, cuyos mayores exponentes eran los virreyes Abascal y Elió, se unía la propia fragmentación territorial del antiguo virreinato. Montevideo, Córdoba y Paraguay se alejaron muy pronto de la ruta marcada por el movimiento bonaerense. Distinto camino, aunque con idénticas consecuencias, siguió el Alto Perú. La derrota de Belgrano ante Goyeneche y la posterior intervención bolivariana privaron al ámbito rioplatense de una de sus regiones más codiciadas. Además, las rivalidades internas entre las distintas facciones -unitarios y federalista, savedristas y morenistas, republicanos y monárquicos…- y los partidarios de los diversos caudillos, hacían difícil la eficaz gobernación de los territorios emancipados.

Acevedo hace especial hincapié en el periodo de los dos triunviratos y en los inspiradores de ambos: el primero de ellos seguía las directrices del hábil Bernardino Rivadavia, mientras que el segundo era un constructo de la Logia Lautaro. El autor también nos deja una opinión muy tajante acerca del Congreso de Tucumán (1816-1819) y la constitución forjada en su seno. Aparte de la evidente inspiración en la obra legislativa gaditana, destaca su carácter utópico en medio de un ambiente caótico: un excelente ropaje que no se adecuaba a la realidad existente en el ámbito rioplatense. Sin embargo, con independencia de sus carencias, los hechos de Tucumán acabaron por consolidar la independencia de los antiguos territorios virreinales. Podríamos resumir la actividad del Congreso con las siguientes palabras de Edbertó Oscar Acevedo: “habían declarado la independencia, pero no supieron organizar el país”. Los representantes de Tucumán no quisieron cerrar las puertas a ningún sistema político. Su indecisión a la hora de decantarse por monarquía o república, por federalismo o unitarismo, acabó por legar al pueblo una nación sin una forma de estado y de gobierno definida. Esto a la postre resultó fatal para el proyecto de las Provincias Unidas.

Tras su repaso al Congreso de Tucumán, Acevedo realiza un breve repaso de la Historia argentina hasta la llegada al poder de Juan Manuel Rosas. Se trata, pues, de un periodo de diez años en los que no sólo se limita a relatar narrar los hechos bonaerenses; el autor también nos narra el destino –la independencia y construcción estatal- de los demás territorios pertenecientes al antiguo virreinato rioplatense. Finalmente, a modo de conclusión, la obra se detiene en una serie de cuestiones de carácter teórico: la identidad nacional, el federalismo y el liberalismo, las dificultades de la independencia, y la desintegración territorial.

http://historiaencomentarios.wordpress.com/2008/11/27/la-independencia-de-argentina/


La independencia de Argentina – parte 1




El proceso de independencia del virreinato de Río de La Plata fue, sin lugar a dudas, el más complejo de todos los que se dieron en las antiguas colonias hispánicas. En él confluyeron elementos tan dispares, contradictorios y convulsos como los enfrentamientos entre unitarios y federalistas, la rivalidad entre el ámbito bonaerense y el interior, la lucha contra los ejércitos españoles, las intervenciones inglesas, y las sucesivas amputaciones territoriales. Nos encontramos, pues, ante un fenómeno traumático para Argentina que lastró su desarrollo político y económico hasta finales del siglo XIX. Un proceso de difícil comprensión para todo aquel que trate de acercarse a él. Por esa razón, son tan valiosas obras como la de Edbertó Óscar Acevedo; trabajos que, con infinita paciencia, logran desenmarañar hechos tan complejos como los acaecidos en el antiguo virreinato hispánico. Además, al propio grueso de la obra, hay que añadir dos excelentes anexos: una cronología de los acontecimientos argentinos, y un conjunto de breves biografías de los principales protagonistas.

Los planteamientos de Acevedo en torno a las causas que propiciaron la independencia del Río de La Plata son, en su mayoría, idénticos a los enunciados por Jaime Delgado en su obra sobre la emancipación hispanoamericana. Sin embargo, La independencia de Argentina añade un elemento más a esa ristra de factores: la crisis de autoridad que provocaron los intentos de invasión ingleses de 1806 y 1807. Casi todos los virreinatos y capitanías experimentaron un fenómeno similar en sus propias carnes, pero ninguno de manera tan radical y temprana como el bonaerense. La mayoría de ellos no fueron conscientes de la crítica situación de España hasta la disolución de la Junta Suprema en Cádiz tras la arrolladora contraofensiva napoleónica. Cinco años antes los argentinos ya habían vivido esos hechos de una manera distinta, con el ataque a su tierra por parte de Inglaterra. Y lo que es más importante, habían sido capaces de organizarse y vencer de manera autónoma, al margen de la autoridad española. El autor señala tres aspectos presentes en estos acontecimientos que marcaron el futuro desarrollo del proceso independentista: la centralidad de Buenos Aires, la incapacidad española manifestada en la persona del virrey Sobremonte, y la conciencia de patria surgida entre los rioplatenses. Estos elementos, unidos a la recién descubierta capacidad de autogobierno, guiaron a los criollos, deseosos de detentar el poder, hacia la independencia.

Tras situar el inicio del proceso emancipador en las consecuencias de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, Edbertó Oscar Acevedo recorre brevemente los grupos ideológicos y partidos en los que se dividía la élite social del Río de La Plata. Con escasas variaciones, estos personajes fueron los que en 1810 comandaron el proceso que llevó a la convocatoria del cabildo abierto y a la destitución del virrey. El Motín de Aranjuez tuvo sus consecuencias en el ámbito rioplatense –destaca el cambio en el poder virreinal: de Santiago de Liniers a Hidalgo de Cisneros-; sin embargo, el polvorín bonaerense no acabó de encenderse hasta el triunfo de la contraofensiva napoleónica en la península Ibérica. La delicada situación de Cádiz y la disolución de la Junta Suprema en la isla de León fueron los dos acontecimientos que acabaron por convencer a los rioplatenses –también a Carlos María Alvear y José de San Martín- de la necesidad de seguir su propio camino.

El autor deja muy claro que, aunque existieron antecedentes importantes, el camino hacia la independencia no se comenzó a recorrer andar con todas sus consecuencia hasta la convocatoria del cabildo que debía nombrar una nueva Junta para el Río de La Plata. Cierto es que durante los primeros años no se declaró la independencia –principalmente a causa de la división en el seno de la élite criolla y por la incertidumbre provocada por la situación española-, pero se actuó como si esta existiera. Los enfrentamientos con el virrey de Perú vendrían a confirmar esta tesis. A Hidalgo de Cisneros podían deponerlo con apariencia de legalidad, ya que lo había nombrado la desaparecida Junta sevillana; pero el caso de Abascal era distinto. Se trataba, aunque muchos no lo quisieran ver así, de una rebelión encubierta contra las autoridades españolas.

Cuento de la Independencia

miércoles, 3 de julio de 2013

Manuel Belgrano - parte 2


Actitud durante las Invasiones Inglesas
El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires. Bajo un copioso aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado, hacia Córdoba.
Belgrano – capitán honorario de milicias urbanas – había estado en el Fuerte para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada hicieron, luego, para oponerse al invasor. “Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa”.
Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica. Belgrano se negó a hacerlo, y como fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad, aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular.
Belgrano militar
Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido sargento mayor del Regimiento de Patricios. Celoso del cargo, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de instructor. Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de Buenos Aires. Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos .Aires.
A comienzos de 1815, Manuel Belgrano abandona completamente sus funciones militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones diplomáticas. Conoce allí al célebre naturalista Amado Bonpland, y lo convence de venir a América, a estudiar la naturaleza y el paisaje de estas regiones.
También se destacará como diplomático, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad es que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente.
Propuesta monárquica
Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo. Tres días antes de la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia. Propone una idea que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía: “Ya nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobierne. Yo, yo mismo he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.” No obstante, la propuesta monárquica de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la cesión de la corona a la casa de Portugal.
Más tarde, Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad político-diplomática: por ejemplo, será el encargado de firmar el Pacto de San Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, pondrá fin a las disputas entre Buenos Aires y el litoral. Además, volverá a encabezar el Ejército del Norte, en el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será vivamente admirado por la tropa.
Sus últimos días
Aquejado por una grave enfermedad que lo minó durante más de cuatro años, y todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia. Si bien no se casó, de sus amores con una joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a Buenos Aires, para instruirse y establecerse. También tuvo un hijo con María Josefa Ezcurra. Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, hermana de María Josefa, adoptan al pequeño, que pasa a llamarse Pedro Rosas y Belgrano.
Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico” se ocupó de la muerte de Belgrano, para los demás no fue noticia.
Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico. En este sentido, se destaca de Belgrano que fue el promotor de la enseñanza obligatoria que el virrey Cisneros decretó en 1810. Se destaca también su labor como periodista (después de su actuación en el Telégrafo Mercantil), creó el Correo de Comercio, que se publicó entre 1810 y 1811, y en el cual se promovió la mejora de la producción, la industria y el comercio); y como fundador de la Escuela de Matemáticas (en 1810, costeada por el Consulado), y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró para la educación de los cadetes del ejército.
Fuente
Corvalán Mendhilarzu, Dardo: “Los Colores de la Bandera Nacional”. Hist. de la Nac. Arg.
Educar
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández Díaz, Augusto: “Origen de los Colores Nacionales”. Revista de Historia, Nº 11.
HT (Hijo ‘e Tigre) – La Bandera Nacional.
Ramallo, Jorge María: “Las Banderas de Rosas”. Rev. J. M. de Rosas, N’ 17.
Ramirez Juárez, Evaristo: “Las Banderas Cautivas”.
Rosa, José María – Historia Argentina.
Turone, Gabriel O. – Manuel Belgrano (2007).
www.revisionistas.com.ar