miércoles, 30 de noviembre de 2011

El camino de la espectacularización y mercantilización del deporte - parte 2

Refutando la teoría de la AFA según la cual las transmisiones televisivas restaban concurrentes a los estadios, el Mundial convocó cifras muy altas de asistencia y paralelamente audiencias que alcanzaron los 84 puntos de rating. Nuevamente, se ratificaba una tendencia que encontraba en el acontecimiento especial, fuera de la programación habitual, el favorito para los picos de rating.

Los costos totales del Mundial ‘78 son aún hoy un récord: 520 millones de dólares, frente a los 150 que costó España ’82, con ocho participantes más. De esa suma, la construcción de ATC (Argentina Televisora Color, nuevo nombre del canal 7 manejado por el Estado y utilizado, por los sucesivos gobiernos, como espacio de producción y difusión de contenidos ideológicamente afines y como gran usina generadora de empleo para “amigos” de los funcionarios) se llevó 40 millones en el edificio y 30 millones más en el equipamiento. La suma embolsada por funcionarios y comisionistas, entre ellos el contraalmirante Lacoste, el gran responsable de la organización –y el despilfarro económico– del Mundial, se desconoce.

La década del ochenta comenzó con un gran movimiento en la industria de insumos de televisión. Las fábricas y los importadores de receptores vieron en las transmisiones en colores la posibilidad de invadir otra vez el mercado, como si éste fuera nuevo, ya que la única forma que tenían los televidentes de adaptarse a las nuevas tecnologías era la compra de un televisor color. A partir de ese momento los clubes de fútbol pudieron disponer del color de sus camisetas sin atender a la diferenciación cromática exagerada que requerían las transmisiones en blanco y negro, y que los obligaban a cambiar drásticamente el color de la indumentaria según el contrincante de turno.

El Mundial que tuvo lugar en España en 1982 fue el primero que pudo verse en colores en la Argentina, permitiendo a los teleespectadores conocer una dimensión del espectáculo hasta entonces inaccesible. La transmisión estuvo a cargo de Norberto Longo, Enrique Macaya Márquez, Mauro Viale, Ricardo Podestá, Tito Biondi, Julio Ricardo, Marcelo Araujo, Héctor Drazer y Mario Trucco. El lento proceso de recambio de los receptores y la ansiedad por ver el torneo en colores (recordemos que el equipo argentino era un serio candidato al título, luego frustrado) motivó la reaparición de una práctica arcaica: las multitudes frente a las casas de electrodomésticos, como en la década del 50.

Fútbol (argentino) por TV: entre el espectáculo de masas, el monopolio y el estado
Pablo Alabarces
Doctor en Sociología por la Universidad de Brighton, Investigador Principal del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Carolina Duek
Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Becaria Posdoctoral del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

El camino de la espectacularización y mercantilización del deporte - parte 1


La dictadura militar que se inicia en 1976 dispuso, como es sabido, un ojo censor sobre el contenido de la programación televisiva. Sin embargo, las transmisiones dedicadas al deporte sobrevivieron en la pantalla. Como hecho significativo, el día del golpe militar el seleccionado argentino jugaba un partido amistoso contra Polonia, en el marco de una gira de preparación previa al Mundial de 1978. A pesar de que en los primeros días del golpe se produjo la suspensión de todas las transmisiones regulares, destinándose el espacio de la programación a intercalar proclamas y marchas militares, la dictadura autorizó la transmisión del partido, indicando que la relación entre fútbol, televisión y política iniciaba un nuevo sendero.

El Mundial de 1978 constituye en su momento en Argentina el mayor despliegue tecnológico y de recursos humanos destinado a un acontecimiento deportivo. Canal 7 destina para la cobertura un equipo periodístico conformado por Enrique Macaya Márquez, Mario Trucco, Marcelo Araujo, Horacio Aiello, Tito Biondi, Julio Ricardo y Héctor Drazer. Paralelamente a los preparativos formales, el país recibe el mayor equipamiento tecnológico de su historia en lo que a televisión se refiere.

El 19 de mayo de 1978, en el predio de Figueroa Alcorta y Tagle, el entonces dictador Jorge Rafael Videla inaugura el Centro de Programas de Televisión en Colores Argentina 78 Televisora S.A. El Centro estaba equipado con la tecnología que permitiría producir una transmisión en colores. Sin embargo, los usuarios locales todavía no contaban con los receptores adecuados, por lo cual las imágenes del Mundial de ese año serían reproducidas en blanco y negro en Argentina y en colores en el resto del mundo. Contra ciertos clásicos narcisismos que hablan de la capacidad creativa innata de los directores de cámara criollos, fue necesaria una “alfabetización televisiva”:

(…) Durante los preparativos para el Mundial ‘78 en Argentina, representantes de la EBU (European Broadcasting Union) descubrieron que las coberturas futbolísticas argentinas posicionaban las cámaras de una manera diferente de la aceptada en Europa. Bill Ward, jefe del grupo enviado por la EBU, comentó: ‘No queríamos enojar a los anfitriones, pero el standard de la cobertura televisiva no se ajustaba a las expectativas europeas. Entonces tomamos las bases de la televisación británica y europea y dictamos seminarios para los camarógrafos, directores y productores argentinos y señalamos también algunos defectos en nuestro trabajo. Con estas bases, ellos adoptaron nuestro sistema’. Tan impresionados quedaron los argentinos con las convenciones europeas de televisación de fútbol, que hasta modificaron tres estadios completamente nuevos para situar las cámaras en las posiciones ‘correctas’ (Wahnnel, 1995, 166).

martes, 29 de noviembre de 2011

El inicio de las transmisiones futbolísticas



El primer Mundial que fue transmitido por televisión en Argentina fue el de Suecia en 1958. Sin embargo, las imágenes televisivas llegaron lo suficientemente tarde como para que la fuente informativa siguiera siendo la radio y que el cine ganara las audiencias anticipándose a la televisión. Más allá de los inconvenientes
locales, ése fue el primer Mundial que se televisó en su totalidad.
En 1962, algo similar sucedió con la Copa del Mundo que se disputó en Chile. Las imágenes fueron transmitidas por los nuevos canales privados 11 y 13 con 48 horas de retraso. La cobertura la realizaron desde Chile, Dante Panzeri, Tito Martínez Delbox y Guillermo Stábile, y desde los estudios José López Pájaro y Raúl Peyré.
Para el siguiente campeonato Mundial, que tuvo lugar en Inglaterra en 1966, el número total de televidentes argentinos se calculaba en más de cinco millones, contándose un millón y medio de aparatos vendidos en todo el país. El campeonato se transmitió en colores, aunque aún esa tecnología no había llegado a nuestras tierras. En esta ocasión los derechos fueron adquiridos a la FIFA por Antonio Carrizo, quien a su vez los negoció con Canal 2. Las imágenes más recordadas, las de la expulsión del capitán argentino Rattin en una nueva escala de los épicos partidos contra Inglaterra, sólo pudieron ser vistas en colores muchos años después, recopiladas en el documental cinematográfico Fútbol Argentino.
Por ese entonces ya se había retomado la televisación de los campeonatos locales y uno de los participantes emergentes en la transmisión era un joven Enrique Macaya Márquez, que participaba como comentarista en los estudios de canal 7, con Estadiovisión: con los años se transformaría en una suerte de decano
de los comentaristas deportivos. También se destacaba Pepe Peña con sus aportes humorísticos en La Noche del Domingo. De 1969 es la aparición de un partido adelantado los viernes por la noche, para ser transmitido en directo.

La década del ‘70 se inaugura con la recepción vía satélite, por fin en directo, del Mundial disputado en México, aunque la Argentina siguió reproduciendo las imágenes en blanco y negro. Fue Canal 13 el encargado de transmitir los partidos y para ello contó con un equipo periodístico integrado por Héctor Drazer y Ricardo Arias, que bajo la dirección de Coco Acosta trabajaron desde México, coordinando los enlaces del satélite en el estudio local con Fernando Bravo y Ricardo Podestá.
Cuatro años más tarde el canal estatal 7 se preparó para transmitir el Mundial de Alemania, con la participación de Enrique Macaya Márquez, Marcelo Araujo, Diego Bonadeo, Oscar Gañete Blasco, Mauro Viale y Héctor Drazer. La decepcionante actuación argentina restó audiencia al torneo, lo que se agravó cuando el 1º de julio, al comenzar la transmisión en diferido del partido en el que se enfrentaban Suecia y Yugoslavia, la misma fue interrumpida por la noticia de la muerte del presidente Perón. El duelo se apoderó de los medios de comunicación locales y los argentinos sólo pudieron seguir el último partido de su equipo, frente a Alemania Oriental, por Radio Oriental de Montevideo. Eran tiempos en los que la política desplazaba al fútbol como discurso legítimo en situaciones legítimas.

Fútbol (argentino) por TV: entre el espectáculo de masas, el monopolio y el Estado
Pablo Alabarces | palabarces@fibertel.com.ar
Doctor en Sociología por la Universidad de Brighton, Investigador Principal del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Carolina Duek | duekc@ciudad.com.ar
Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Becaria Posdoctoral del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Cuando el futbol aún no era dominado por la televisación

La televisación del fútbol no fue un efecto tardío de la tecnología sobre el espectáculo deportivo. En la Argentina, la segunda transmisión en directo de la televisión criolla –como la llama Varela (2005) – se realizó desde el estadio de San Lorenzo y consistió en el partido entre ese club y River Plate. Fue el 3 de noviembre de 1951, con la dirección de cámaras de Samuel Yankelevich, que encabezaba el naciente Canal 7 (del Estado nacional). Había pasado apenas un mes y medio de la primera transmisión televisiva nacional: parecía que el fútbol estaba esperando que la tecnología multiplicara sus imágenes hacia fuera de los estadios. La creciente importancia que el deporte obtenía en las televisiones de los países centrales –especialmente, el béisbol en Estados Unidos– auguraba que ese matrimonio tenía una vida venturosa por delante.

Aquella primera transmisión estuvo auspiciada por YPF (la petrolera estatal) y se realizó con dos cámaras: una ubicada en la tribuna detrás de cada arco. La imagen que se pudo ver en los aproximadamente mil trescientos televisores que había en funcionamiento se componía en su totalidad de planos generales y la edición alternaba las tomas con un criterio de proximidad. Esos modos narrativos de la imagen futbolística estaban fijados en el cine ficcional y en los noticieros cinematográficos, como puede verse en los filmes que narraron el fútbol local desde el temprano 1933 –en la pionera Los tres berretines, producida por Lumiton e inaugurando el cine sonoro– 1 ; habría que esperar mucho tiempo y muchos cambios tecnológicos hasta que las formas de narrar el fútbol cambiaran drásticamente.

En aquel momento se calculaba que había un promedio de quince televidentes por cada aparato encendido: la audiencia era una actividad grupal y pública, nucleada en un hogar poseedor del aparato o frente a las casas de electrodomésticos.
Con el tiempo, la recepción se fue disgregando, a medida que se multiplicó la disponibilidad de televisores en las casas. Los encuentros pasaron a elegirse por el placer de la reunión en sí y no por la búsqueda del reproductor.

De todas maneras, en 1951 todavía el espectáculo lo constituía la televisión como un acontecimiento en sí mismo, más que el contenido de la programación.
Hubo que esperar algún tiempo para que esta situación se invirtiera: como señala Varela (op.cit.), las masas entraban en la televisión como efecto de referencia; el espectáculo televisivo se limitaba a capturar una cultura de masas que se desarrollaba fuera de él. Ya en 1953 encontramos establecida la costumbre
de los telespectadores de comentar el partido como si hubieran asistido a la cancha. También ese año se produce una aproximación “simbólica” del capital privado al fútbol televisado: el jugador Ernesto Grillo recibe de regalo de la sastrería Thompson y Williams un sobretodo, como premio por el gol que hiciera en un amistoso contra Inglaterra (el celebérrimo “gol de Grillo”, lejano antecesor del “gol de Maradona”), y hacia fin de año cada integrante del plantel de River Plate recibe de regalo, frente a las cámaras en un estudio de Canal 7, un lavarropas, gentileza de un comercio. Estos pequeñísimos hechos, que no pasan de ser anecdóticos, pueden leerse como una manera elegante de acercar una marca o una firma a un suceso deportivo exitoso. Asimismo, pueden ser los primeros del proceso de apropiación de los protagonistas del fútbol por la industria del espectáculo. Sin embargo, era inimaginable en ese momento el largo trecho que esperaba por delante en el camino de la espectacularización y mercantilización del deporte.

La presencia de las cámaras en los estadios despertó enseguida la inquietud de jugadores y dirigentes, quienes en 1954 comenzaron a exigir compensación por su aparición en la pantalla televisiva. Al año siguiente la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) percibió de Canal 7, en concepto de derechos de televisación de un total de treinta partidos, una suma superior a medio millón de pesos, suma que se vio acrecentada para 1956. En el año 1957 las transmisiones de los partidos fueron suspendidas por disconformidad con los arreglos económicos y se reentablaron intermitentemente para ser suspendidas otra vez en 1960, en esta ocasión alegando que la televisación restaba asistentes a los estadios –el mito por excelencia y, como buen mito, indemostrable, de la relación entre fútbol y televisión.

Paralelamente y a salvo de estos vaivenes, los programas destinados al comentario deportivo en general y futbolístico en particular fueron abriéndose un lugar en la pantalla. En 1952 TV Deportes se emitía los lunes y jueves a las 21.30 hs. Más tarde Fútbol con opinión fue conducido sucesivamente por Carlos Fontanarrosa, Ampelio Liberali y Dante Panzeri, manteniendo la continuidad
en los períodos en que los partidos no eran televisados. En la década del ´60 los programas se multiplicaron en los distintos canales, que comenzaron a descubrir en el fútbol un eje de disputa de audiencias.

Fútbol (argentino) por TV: entre el espectáculo de masas, el monopolio y el Estado
Pablo Alabarces palabarces@fibertel.com.ar
Carolina Duek
duekc@ciudad.com.arDoctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Becaria Posdoctoral del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. http://www.logos.uerj.br/
Doctor en Sociología por la Universidad de Brighton, Investigador Principal del CONICET en el Instituto Gino Germani y Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

lunes, 28 de noviembre de 2011

“El científico” Moroni



El historiador realiquense Carlos Rodrigo reseñó la vida de Pedro Moroni, amigo y compañero de andanzas de Juan Bautista Vairoleto. Conocido como “el científico” por sus habilidades como mecánico y armero, Moroni llegó siendo muy pequeño a La Pampa junto a su familia. Al igual que Vairoleto, era hijo de colonos de origen italiano radicados en la zona de Monte Nievas y se cree que sus familias pudieron tener contacto debido a la cercanía de sus campos.

“Desde muy joven Pedro Moroni se fue nutriendo del espíritu de rebeldía de los colonos que se levantaban contra la explotación de los terratenientes. Era una persona muy inteligente, le entusiasmaba la lectura y se había rodeado de amigos que practicaban el espiritismo. Tenía una curiosa personalidad y se creía invulnerable a las balas”, describió Rodrigo, quien destacó que “Moroni fue uno de los más entrañables amigos de Vairoleto. Luego de la muerte de Moroni, que está enterrado en el cementerio de Realicó, lo han visto en algunas oportunidades a Vairoleto visitar su tumba”.

Moroni” fue sembrando la ideología anarquista” y una de las participaciones que más se recuerdan fue en una folleteada con mensajes revolucionarios que postulaba entre otras cosas “tomar las comisarías de la zona, aprovisionarse de armas y propagar con más amplitud esa revolución que Chiapas pregonaba”, indicó Rodrigo. “Hasta ese entonces Moroni había llevado una vida tranquila y de trabajo, estaba muy bien conceptuado y era amigo de la autoridad policial. Hasta que lo involucran en ese reparto de panfletos y lo quiere detener la policía porque había trascendido la noticia de este raro movimiento revolucionario en el oeste pampeano. Finalmente, disponen su libertad por no encontrar punible la presunta distribución de los fo-lletos”.

Otro de los hechos que se recuerdan de Moroni fue cuando, en 1931, protagonizó un importante atraco al estanciero Mandrile junto a la banda de Vairoleto. “Hay un tiroteo, resistencia de las hijas de Mandrile y cuando Mandrile lo va a matar a Vairoleto, uno de sus compinches lo mata a Mandrile. Nunca se pudo establecer quién fue el autor, pero aparentemente Moroni no había tenido participación directa en ese asesinato”, dijo Rodrigo, quien recordó que “en 1931 Moroni y Vairoleto huyen hacia la zona de Mendoza, hasta que Moroni aparentemente busca acercarse a sus pa-gos y es detectado en la chacra de sus padres, donde la policía manda a un grupo de cuatro policías que rodea la casa. Se produce un tiroteo en el que Moroni mata a un policía. “Esa es la única muerte que se le puede adjudicar a Moroni en su historial”, indicó Rodrigo.

El bandolerismo, un fenómeno social



El profesor Walter Cazenave analizó el bandolerismo como fenómeno social y explicó que “entre 1850 y 1880 la llanura pampeana genera célebres bandoleros. Muchos de ellos han pasado al olvido pero otros han sido rescatados por la literatura, en novelas que fueron muy populares”.

Cazenave indicó que en 1850 en Argentina coexis-tían dos modelos de país: el de Buenos Aires, que miraba hacia el exterior, y el de la Argentina interior, donde la tierra se concentraba en pocas manos y existía la explotación. En ese contexto surgió el bandidaje, que tuvo en La Pampa una zona de frontera con altos índices de delincuencia y una policía débil. “En 1906 La Pampa estaba en plena recepción de los pioneros y todavía con el rastro de las fuerzas militares y de los indios mansos. En ese año, se registraron 7 suicidios, 5 allanamientos, 501 desórdenes, 532 casos de ebriedad, 161 lesiones, 52 homicidios, 31 robos, 164 hurtos, 201 uso de armas y 139 escándalos. Si suma-mos las lesiones, los homicidios y el uso de armas, tenemos casi un caso y medio por día en hechos de sangre” , informó.

“La ley en ese momento era lo que podía: una policía mal dotada, mal repartida y muy a menudo mal mandada. No era el elemento exacto para oponer a semejantes personajes, porque no dejaba de ser relativamente fácil ser un bandolero social, es decir robar una parte, quedarse con la mayoría y tirar algo a quienes no tenían nada”, analizó.

“La etapa del bandolerismo dura hasta 1941, no sólo porque en ese año muere Vairoleto, sino por que se atenúan las condiciones económicas y sociales que habían permitido que floreciera el bandidaje. Pero lo notable es la perduración de algunos de estos bandidos en la memoria popular”, indicó Cazenave, quien distinguió dos rasgos del bandolerismo: “uno que es un costado meramente delictual, de rup-tura del orden social y legal” y otro rasgo que tiene “un aura romántica” y que fue popularizado a través del canto de los payadores, los folletines y la literatura
de cordel.

“Todavía hoy en el extremo oeste uno puede escuchar aquellas verseadas de Vairoleto, porque la gente guarda y elabora una memoria, la pule, la lima y va creando el mito”, reflexionó Cazenave. Y finalizó “el tiempo va generando una épica popular de los bandoleros, a la que se incorpora la visión actual de los investigadores, que es más objetiva, pero que retroalimenta la leyenda. Porque nos guste o no, los mitos no tienen muerte”.


La leyenda del "Tigre del Quequén" - parte 2

"Gorra colorada"

Entonces dijo que Pacheco se dirige hacia la zona de Tres Arroyos, donde luego se desempeña como asistente de los jueces de Paz, Antonio Arancibia y Bernardo Arriaga, quien finalmente le advierte que desde el juzgado de Dolores solicitan su captura, tarea para la cual es encomendado el famoso policía "gorra colorada", que lo termina atrapando cuando "el Tigre" salía de su cueva.
Galván detalló que Pacheco, "incluso, estuvo trabajando un tiempo como peón y capataz en campos de Necochea. Tengo todo documentado y así lo voy a contar en el libro", anticipó.

Tras señalar que "el Tigre" "fue un gaucho bravísimo", el historiador opinó que para él, Pacheco "fue un perseguido por la justicia, que cayó víctima de las circunstancias de su época".
"Si bien le asignan 14 muertes, cuando el juez de Dolores le pide a su par de Tres Arroyos que informe si "el Tigre" tenía causas o sumarios abiertos, le aclara que es totalmente inocente, incluso, hasta del homicidio de un vasco de la zona del que estaba acusado", indicó Galván.

Lazos bahienses. "Felipe Pacheco era todo un personaje, pero lamentablemente en la familia no hay documentos de él y la única que sabía algo era Dionisia, la abuela de mi mamá, Ella Ruth Madsen", contó Olga Rosalba Schmidt, una docente que vive en Bahía Blanca y es bisnieta del `Tigre'.
La señora comentó que cuando su madre, una mujer de 80 años que hoy vive en la ciudad de Necochea, "de chica le preguntaba a su abuela Dionisia por Felipe Pacheco, ella se ponía a llorar y nunca le pudo aportar datos sobre su vida y su historia personal".
No obstante, Olga Schmidt señaló que Dionisia "llegó a contarle a mi mamá algunos recuerdos de aquella época en que vivía "el Tigre", puntualmente de cuando sentían que se acercaba el malón porque retumbaba en el suelo los cascos de los caballos. Entonces se escondían en los huecos y cuevas de las barrancas de un arroyo, y se tapaban con pajonales hasta que los indios se iban".
Y agregó: "Dionisia contaba que cuando regresaban a la casa, el malón se había llevado todos los víveres y animales, y siempre recordaba los dientes clavados en el jabón de la casa, que los aborígenes dejaban marcados, tal vez, pensando que sería un producto comestible". (Télam)

Nota a la bisnieta de Pacheco:
Olga Rosalba Schmidt, una docente que vive en Bahía Blanca, es bisnieta del legendario bandido rural.
Domingo 4 de enero de 2009
HISTORIA REGIONAL

La leyenda del "Tigre del Quequén" - parte 1



Felipe Pascual Pacheco, alias "el Tigre del Quequén", un legendario gaucho matrero, de vida errante y facón a la cintura, supo refugiarse a fines del siglo XIX en una caverna a orillas del río Quequén Salado, que hoy es una atracción turística conocida como la "cueva del tigre", del partido bonaerense de Coronel Dorrego.
El sitio está ubicado a 11 kilómetros del pueblo de Oriente, una localidad de la costa bonaerense --de 2.500 habitantes--, que se encuentra situada a 3 kilómetros del río Quequén Salado, a 60 kms. de Tres Arroyos y a 180 kilómetros de Bahía Blanca.

En ese sitio donde la naturaleza fue pródiga, bañada por las aguas del río Quequén Salado --límite natural entre los partidos de Tres Arroyos y Coronel Dorrego-- rodeada de altos barrancos, con una impactante cascada (llamada "salto del tigre". , se refugiaba el temible Pacheco, que para algunos historiadores era un bandido rural, y para otros una especie de "Robin Hood" pampeano.

Felipe Pacheco es toda una leyenda en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, y mientras algunos historiadores aseguran que era un "gaucho pendenciero y malentretenido", otros lo describen como un "perseguido por la justicia", que sólo desenvainaba su facón para defenderse de las provocaciones de otros gauchos que buscaban pleitos y fama.

"El Tigre del Quequén", había nacido en 1828 en el barrio porteño de Palermo, pero cuando todavía era un niño fue abandonado por sus padres y criado por una mujer llamada Gregoria Rosa.
Siendo muy joven, Felipe Pacheco hirió de gravedad a un conocido matón a sueldo de la época, por lo que poco después tuvo que huir tierra adentro.
Pacheco cimentó su fama a punta de cuchillo y, según relatan crónicas de la época, "era temido por los gauchos e imbatible con el facón y el rebenque".
Astucia y fiereza. Se lo conocía como "el Tigre del Quequén", por su astucia, fiereza y sorprendente habilidad para evadir a la policía.

El indómito gaucho, también trabajó como peón de campo --fue un experto en el arte de domar caballos, pero en el año 1866, fiel a su apelativo, se trenzó en una feroz riña y mató a otro gaucho, que al parecer tenía protección política.
Pacheco, nuevamente tuvo que escapar hacia el interior de la Provincia, abandonando a su familia y varios hijos.
Cansado de ser perseguido, buscó refugio en una enorme cueva a orillas del río Quequén Salado, en cercanías del pueblo de Oriente.
En ese lugar, es capturado por un piquete de soldados al mando del célebre comisario de Necochea, Luis Aldaz, más conocido como "el gorra colorada", según contó el historiador de Necochea, Carlos Galván, quien pronto publicará un libro sobre el famoso gaucho.
Según investigó Galván, Pacheco se ocultaba en realidad en tres cuevas: "Una de ellas estaba ubicada en Oriente, sobre el Quequén Salado (Coronel Dorrego), otra en la costa de Necochea (actual balneario Los Angeles) y la restante en la zona de pescado castigado (Necochea)".

"Pacheco fue peón, resero, domador y mano derecha del comandante y juez de Paz de Lobería, Miguel Martínez de Hoz, un fuerte hacendado dueño de la Estancia El Moro. Pero cuando estalla la guerra del Paraguay, y luego que Martínez de Hoz por cuestiones políticas deja su cargo, `el Tigre' comienza a ser perseguido por sus opositores", relató Galván.


domingo, 27 de noviembre de 2011

Pelota de trapo

"Para los que en el pelado baldío dejaron correr libremente su niñez sudorosa y despeinada, para quienes ya con las cabezas escarchadas conservan en la vuelta de la oreja un cachito de tierra del potrero, para ellos esta película.
Para la madre que encaneció prematuramente en su lucha contra la miseria. Para la que soporto con estoicismo y aferrada a una secreta esperanza las quejas de los vecinos y del vigilante, para ella esta película.”


Dirección: Leopoldo Torres Rios
Año: 1948
Duración: 114 minutos
Formato: AVI

Reparto:

Armando Bó ... Eduardo Díaz, alias "Comeuñas"
Santiago Arrieta ... Sacerdote
Orestes Caviglia ... Profesor Guillén
Florén Delbene ...Don Américo
Carmen Valdez ... Encarnación
Graciela Lecube ... Blanquita
Mario Medrano ... Alfredo Díaz
Semillita ... José
Rodolfo Zenner ... Don Jacobo
Mabel Morán ... María
Mario Baroffio ... Don Pascual
Arturo Arcari ... El gallego
Isabel Figlioli .. Doña Pancha
Rodolfo Boquel ... Eduardo, niño
Toscanito ... José, niño
Américo Fernández ... Rogelio
Nelson de la Fuente ... El flaco
Juan Carlos Prevende ... El mocho
Ricardo Land ... Alfredo
César Nagle ... Tulipán
Armando Cabucci ... Cabeza
Ricardo De Grossi ...Rabanito

Ficha técnica: www.imdb.com/title/tt0121631/

Sinopsis:

Del potrero a la primera divisón del fútbol argentino, un jugador debe retirarse cuando le diagnostican un mal cardíaco.

http://solocortos.com/RevistaSC.Aspx?nroArticulo=132
http://www.lacinerata.com.ar/2009/10/pelota-de-trapo-1948.html
http://cineclasicoargentino.blogspot.com/2009/08/pelota-de-trapo.html

Pelota de trapo

viernes, 25 de noviembre de 2011

El Kakuy

Este cucúlido, el Nyctibius griseus cornutus (Vieillot), es un ave de rapiña, nocturna, denominada Kakuy y Túray por los quichuas, Urutaú por los guaraníes, la Vieja y Mae da luna por los brasileños.

Según Alberto Vúletin en “Zoonimia Andina” la pronunciación correcta es cácuy porque es onomatopeya del canto de esta ave de la familia de las Caprimulgidae.

Cuenta la historia que dos hermanos vivían en el monte. La hermana era mala y el hermano era bueno. El le traía frutos silvestres y regalos, pero ella le correspondía con desaires y maldades. Un día él regresó de la selva cansado y hambriento, y pidió a su hermana que le alcanzara un poco de hidromiel. La mala hermana trajo el fresco líquido, pero antes de dárselo lo derramó en su presencia. Lo mismo hizo al siguiente día con la comida. El hermano decidió castigar su maldad. La invitó una tarde a recoger miel de un árbol que estaba en la selva. Fueron allí y el hermano logró que ella trepara a lo más alto de la copa de un quebracho enorme (para algunos era un mistol, para otros un algarrobo). El, que subió por detrás, descendió desgajando el árbol de modo tal que su hermana no pudiera bajar. El muchacho se alejó. Allí quedó la joven, en lo alto, llena de miedo. Cuando llegó la noche, su miedo se convirtió en terror. A medida que pasaban las horas, comenzó a ver, horrorizada, que sus pies se transformaban en garras, sus manos en alas y su cuerpo todo se cubría de plumas. Desde entonces, un pájaro de vuelo aplumado, que sólo sale de noche, estraga el silencio con su grito desgarrador -¡"Turay", "Turay" !- : ¡"Hermano", "Hermano" !.

Otra leyenda (Lehmann-Nitsche) nos habla de que el dios Sol, personificado en un gallardo mancebo, enamora a Urutaú, hermosa doncella. Luego de seducirla se va. Convertido en el astro viajero se instala en el firmamento. Desesperada en su dolor y en su abandono, Urutaú sube a un árbol muy alto, y allí se queda para mirarlo siempre. Cuando el sol desaparece por el horizonte, Urutaú llora con desesperación su ausencia, y lanza gritos desgarradores. Recupera su calma cuando su amado surge nuevamente por el oriente.

El nombre kakuy ha sufrido varias evoluciones, así cacuy, kacuy, etc., nosotros hemos adoptado la utilizada por Bernardo Canal Feijóo en su trabajo Mitos perdidos (1938).

jueves, 24 de noviembre de 2011

La Mulánima

También llamada Alma-mula, este engendro es una mujer condenada por pecados muy graves en contra del pudor. Galopa por los campos haciendo un ruido metálico estruendoso - como si arrastrara cadenas -; echa fuego por la boca, los ollares y los ojos y mata a la gente a dentelladas o a patadas. Se la ve sólo de noche y su apariencia es la de una mula envuelta en llamas..

En Tafí del Valle se ha encontrado, en la "Ruta de Birmania" (camino que lleva al Ojo de Agua y que pasa por detrás de la Loma del Pelao), una piedra con una pisada de este animal.

Se comenta que sólo un hombre con mucha Fe o muy valiente puede escapar de su infalible ataque. Para repelerla o defenderse se debe repetir tres veces "Jesús, María y José".

Algunas personas dicen que el Alma-mula es el Diablo mismo.

Elena Bossi en Seres Mágicos, nos cuenta que la Mulánima es una mujer condenada que se transforma de noche, con la primera campanada de las doce, en una mulita chica, que anda galopando y arrastrando cadenas, mientras da rebuznos estridentes y desesperados. La misma autora narra que el grito de la Mulánima es a veces como un relincho y otras como un llanto de mujer… y que el periplo de este ser termina en la puerta de una iglesia, emprendiendo el camino de regreso.

“Lleva las riendas suelta, de modo que al correr las pisa y se lastima la boca con el freno” cuenta Elena Bossi, lo que agranda aún más la desesperación del fabuloso animal. Hasta se dice que sale mayormente en tiempos de tempestad y que ataca las majadas, comiendo algunos animales y dejando otros heridos.

Juan Carlos Dávalos, el gran escritor salteño, relata que un peón suyo, “allá por los 20”, llevando un arreo en las cercanías de los nevados del Acay, se separó del grueso de la tropa para buscar un ternero perdido… le llegó la oración en la travesía y cuando volvía por una estrecha huella del cerro, vio a la lejanía una pequeña luz que se acercaba rápidamente… el viento que corría del mismo lado trajo el vaho azufrado… cuando se dio cuenta que es lo que se acercaba… era tarde… de frente y dando horrorosos alaridos y tirando fuego por los ollares, venía galopando desenfrenada una mula del tamaño de un caballo grande… Hallaron al criollo con el rostro desencajado y el pelo y los ensillados quemados… casi mudo… apenas pudo balbucear el encuentro y su corazón no resistió más… entre congelado y aterrorizado, el pobre no era más que un guiñapo… lo mismo que en la Ruta de Birmania, arriba mencionada, en esta senda del Acay también quedó marcada una huella en la piedra pelada… “que las hay… las hay”.




La ciudad de Esteco


La ciudad de Esteco era, según la leyenda, la más rica y poderosa de las ciudades del norte argentino. Se levantaba en medio de un fértil y hermoso paisaje de la provincia de Salta. Sus magníficos edificios resplandecían revestidos de oro y plata.

Los habitantes de Esteco estaban orgullosos de su ciudad y de la riqueza que habían acumulado. Usaban un lujo desmedido y en todo revelaban ostentación y derroche. Eran soberbios y petulantes. Si se les caía un objeto cualquiera, aunque fuese un pañuelo o un sombrero, y aun dinero, no se inclinaban siquiera para mirarlos, mucho menos para levantarlos. Sólo vivían para la vanidad, la holganza y el placer. Eran, además, mezquinos e insolentes con los pobres, y despiadados con los esclavos.

Un día un viejo misionero entró en la ciudad para redimirla. Pidió limosna de puerta en puerta y nadie lo socorrió. Sólo una mujer muy pobre que vivía en las afueras de la ciudad con un hijo pequeño, mató la única gallinita que tenía para dar de comer al peregrino.

El misionero predicó desde el púlpito la necesidad de volver a las costumbres sencillas y puras, de practicar la caridad, de ser humildes y generosos, y todo el mundo hizo burlas de tales pretensiones. Predijo, entonces, que si la población no daba pruebas de enmienda, la ciudad sería destruida por un terremoto. La mofa fue general y la palabra terremoto se mezcló a los chistes más atrevidos. Pedían, por ej., en las tiendas, cintas de color terremoto.

El misionero se presento en la casa de la mujer pobre y le ordenó que en la madrugada de ese día saliera de la ciudad con su hijito en brazos. Le anunció que la ciudad se perdería, que ella sería salvada por su caridad, pero que debía acatar una condición: no volver la cabeza para mirar hacia atrás aunque le pareciera que se perdía el mundo; si no lograba dominarse, también le alcanzaría un castigo.

La mujer obedeció al misionero. A la madrugada salió con su hijito en brazos. Un trueno ensordecedor anunció la catástrofe. La tierra se estremeció en un pavoroso terremoto, se abrieron grietas inmensas y lenguas de fuego brotaban por todas partes. La ciudad y sus gentes se hundieron en esos abismos ardientes. La mujer caritativa marchó un rato oyendo a sus espaldas el fragor del terremoto y los lamentos de las gentes, pero no pudo más y volvió la cabeza, aterrada y curiosa. En el acto se transformó en una mole de piedra que conserva la forma de una mujer que lleva un niño en brazos. Los campesinos la ven a distancia, y la reconocen; dicen que cada año da un paso hacia la ciudad de Salta.

De: Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Selección e Berta E. Vidal de Battini. Bs.As., Consejo Nacional de Educación, 1960.

Vagos indicios recuerdan, en el campo asolado, el asiento de la opulenta ciudad de Esteco tragada por la tierra en castigo de sus soberbios habitantes.

La primitiva ciudad de Esteco estuvo situada en la margen izquierda del río Pasaje, ocho leguas al sur de El Quebrachal, en el departamento de Anta, Salta. Cuando Alonso de Rivera en 1609 fundó la ciudad de Talavera de Madrid, los antiguos pobladores de Esteco - que en parte vivían en la población próxima que la reemplazó, Nueva Madrid de las Juntas - vinieron a ella y comenzaron a llamarla la Esteco Nueva, nombre que se impuso sobre el oficial. Pronto se enriqueció por ser un centro de intenso comercio. Según el famoso padre Bárzana. El P. Techo dice que fue destruida por un gran terremoto en 1692. Sobrevive su nombre en un topónimo, la Estación de Esteco, en la comarca en que existió la ciudad antigua.

La leyenda popular mantiene vivo, al cabo de siglos, el recuerdo de la ciudad de Esteco, una, entre otras, de las ciudades fundadas por los españoles que por causas diversas desaparecieron en la época de la colonización.

Probablemente fue destruida por los indios y sus habitantes buscaron un nuevo emplazamiento: Esteco la Nueva, a la que según Juan Alfonso Carrizo, en su "Cancionero de Salta", se refiere la leyenda, ya que tuvo un rápido enriquecimiento, y algunas crónicas y tradiciones mencionan la posibilidad de fuertes movimientos sísmicos en el lugar, Ricardo Molinari y Manuel Castilla han dedicado sendas elegías a la ciudad de Esteco. La copla admonitoria recuerda a los que perseveran en el mal: "No sigas ese camino / no seas orgulloso y terco / no te vayas a perder / como la ciudad de Esteco."


El duende


Se dice que es un niño que murió sin ser bautizado o un niño malo que golpeó a su madre. Es muy pequeño, lleva un sombrero grande y llora como una criatura. Tiene una mano de hierro y otra de lana, cuando se acerca a alguien le pregunta si con cuál mano desea ser golpeado. Algunos dicen que, sin importar la elección, el duende golpeará siempre con la de hierro. Otros, en cambio, aseguran que los desprevenidos eligen la de lana y que es ésta la que en realidad más duele.
Posee unos ojos muy malignos y dientes muy agudos. Suele aparecer a la hora de la siesta o en la noche en los cañadones o quebradas. Tiene predilección para con los niños de corta edad, aunque también golpea sin piedad a los mayores.

En la zona de los Valles Calchaquíes existen dos historias muy curiosas con respecto al duende:
Una cuenta que un arqueólogo, internándose en el cerro a horas de la siesta escuchó el llanto de un niño. Al acercarse vio un párvulo en cuclillas y con la cabeza gacha. Cuando le preguntó si qué le sucedía, el niño alzó su maligno rostro y mostrando sus agudísimos dientes al tiempo que sonreía, le dijo:
- Tatita, mírame los dientes...

El "gringo" salió corriendo tan veloz como las piernas le daban y nunca regresó.

La otra historia, narrada por Lucindo Mamaní, de Tafí del Valle, cuenta que se vió al duende conversando en un zanjón con un niño que estaba a su cuidado (actualmente un prominente médico). Al acercarse don Lucindo, el duende -llamado "enano del zanjón" por los lugareños- salió huyendo.


lunes, 14 de noviembre de 2011

Homero Manzi y la influencia de lo popular en América


Al debatir la Cámara de Diputados, en mayo de 1951, la posibilidad de homenajear al poeta Homero Manzi, recientemente fallecido, el diputado peronista John William Cooke alegó: “Muchas veces esta Cámara rinde respetuoso homenaje a los espíritus menores, soldados que batallan impávidos la campaña de la vida, sin esperar otra recompensa ni otra paga que la justa. Homero Manzi, el poeta recientemente fallecido, fue uno de esos hombres. Su pasión del pueblo lo volvió sin cesar a su fuente, y en ella enraizó su arte con la cálida verdad que exprimía del mundo palpitante que lo rodeaba”. Homero Nicolás Manzione –tal su verdadero nombre- había nacido el 1º de noviembre de 1907 en la localidad santiagueña de Añatuya. Quinto entre ocho hermanos, hijos de un modesto empresario rural, Manzi se mudó con su madre a Buenos Aires cuando tenía nueve años. Pompeya fue el mundo de su infancia, que le inspiró el amor por lo barrial. De joven, comenzó a escribir poemas y escenas teatrales y, muy pronto, sus primeros tangos.

Entonces, ya había ingresado al mundo de la política en un comité radical. El golpe de 1930 lo encontró como profesor de literatura de colegios nacionales y defendiendo la causa yrigoyenista. Tras una breve estadía en la cárcel, Manzi volvió al barrio y desató entonces su pasión por el tango.
Habitué de cafés y milongas, entabló relaciones con Enrique Santos Discépolo, Leónidas Barletta, Nicolás Olivari, Roberto Arlt, Aníbal Troilo, Lucio Demare, Cátulo Castillo y Sebastián Piana, entre muchos otros, con quienes compartió largas charlas o para quienes escribió numerosas letras. No tardó en convertirse en uno de los poetas, letristas y rimadores más reconocidos del país, inmortalizando tangos como “Sur”, “Malena”, “Che, bandoneón” y “Milonga sentimental”, entre otros. Compositor de tangos, valses, candombes y milongas, no fue la música el único ámbito de indagación de los sentimientos nacionales. Manzi también fue periodista y director de cine, destacándose su adaptación de la novela de Leopoldo Lugones La guerra gaucha.

Pero a la par que plasmaba en el tango la poesía a la clase humilde, Manzi prosiguió su militancia política. Partidario del abstencionismo y la insurrección, en su combate contra el régimen de la década infame, su casa se convirtió en una especie de comité clandestino, que llegó a albergar pólvora para la fabricación de bombas caseras, hasta que accidentalmente estalló en pedazos el baño.
Fundador de FORJA, a mediados de los ’30, junto a Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, se alejó de la política años más tarde y se mantuvo distante y hasta opositor al peronismo emergente. Sin embargo, hacia 1947, ya miraba con otros ojos al presidente Juan Perón y, a finales de aquel año, en un mensaje radial, lo equiparó a su fallecido líder, Hipólito Yrigoyen, como forjador de la causa nacional. Pero entonces enfermó de cáncer.
Falleció tiempo después, a los 43 años, el 3 de mayo de 1951. Para recordarlo, ofrecemos las palabras en prosa poética que publicara el 6 de mayo de 1948 en el periódico Línea, del cual fuera director honorífico, cuando los fuertes dolores ya habían comenzado a atacarlo.

Fuente: Luis C. Alen Lescano, Homero Manzi, poesía y política, Buenos Aires, Nativa, 1974.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 6

Hernández y el “bárbaro” Sarmiento

Ya el comandante Arias había contenido con sólo 600 hombres al ejército encantado de Mitre, en la batalla de La Verde: el coronel Roca había deshecho las tropas de Arredondo en Santa Rosa; la revolución iniciada y epilogada en tal forma era la comidilla sarcástica de los hombres de entonces cuando Avellaneda se colocaba la banda presidencial.
Sarmiento, al entregarle el mando le manifestó: “Sois el primer presidente que no sabe manejar una pistola”. Seis años más tarde, en 1880, el apacible intelectual tucumano calzaba revólver. Había aprendido que a Buenos Aires no se le podía someter sólo con discursos.
El primer día de enero de 1875 deja de aparecer La Patria de Montevideo. Hernández, poco después, regresa a Buenos Aires.
El doble triunfo de Avellaneda, por los votos y las armas, era percibido como una respuesta a Pavón. La cuña mitrista de Santiago del Estero, coto de los Taboada, será sacudida por una intervención militar del ejecutivo nacional. Las situaciones provinciales se equilibraban en la medida que la amenaza porteña se diluía. Como contrapartida la prensa de Buenos Aires iniciaba una campaña contra el presidente. Ya en la revolución abortada del año anterior habían participado los supremos de los diarios La Nación y La Prensa, Mitre y José C. Paz, respectivamente.

Hernández publica a mediados del 75 la segunda edición de su Vida del Chacho, en momentos en que en la prensa y en el parlamento la discusión entre los defensores del federalismo y los del unitarismo alcanzaba un tono inusitado. Esta nueva edición no llevará el prólogo del 63, que comenzaba: “Los salvajes unitarios están de fiesta…”, seguramente por considerarlo anacrónico o impolítico por el momento que se vivía.
Puesto el “Chacho” nuevamente en la lucha, el diario de los Varela, La Tribuna, lo recibirá con un chispeante comentario en el que refulgía el odio de la facción porteña.

Tres días más tarde la misma Tribuna publicaba un suelto titulado “La reacción” en donde transcribía el prólogo suprimido de la edición del 63, y acusaba a Hernández de jordanista y partidario de la “situación”, esto es partidario de Avellaneda y del Partido Autonomista Nacional.

El imponente hombretón de cuarenta y un años utilizará entonces las columnas del diario La Libertad de Buenos Aires – dirigido por el chileno Manuel Bilbao – para enviarle un dardo de su estado al redactor de La Tribuna, que pensaba que era el ex presidente, bajo el título: “Señor Sarmiento: ¿por qué mataron?” Trascribimos algunos de sus párrafos más salientes:
“Dice Ud., como un sarcasmo, que Avellaneda debería comprar una cantidad de folletos de la vida de Peñaloza y repartirlos en las oficinas y yo le digo que esa ironía no me hiere, porque recuerdo que bajo tres presidentes he vivido sin garantías, que bajo la presidencia de Sarmiento fui perseguido seis años y desde que soy hombre, el único gobierno bajo el que vivo tranquilo, con mis opiniones buenas o malas, es el del Dr. Avellaneda, y de ahí que soy partidario de la situación, como usted me llama.
“Cuando llegó a Buenos Aires la noticia de la muerte de Peñaloza, La Tribuna, al transmitirla al público, le dedicó estas palabras: “Séale la tierra pesada”. El diario autor de esa explosión de odio que va más allá de la tumba, y el autor del abrazo de San Juan (Sarmiento), se juntan hoy, después de doce años, animados de los mismos rencores (…) que quiere hundir en un hondo abismo a todos sus adversarios…
“Cuando los que mataban, los que aplaudían la matanza y los que predicaban la justicia me llamaban a mí mazorquero porque condenaba aquellos excesos y defendía en tantos desgraciados el derecho de vivir, yo no podía ni debía quedarme sin retribuir el sangriento apóstrofe. Era una injuria recíproca. Recibía una y le devolvía otra que era correlativa.
“Pero los que mataron, Sr. Sarmiento, los que mataron son más culpables, cualquiera que sea la forma en que lo hicieron, que los que condenaron a los matadores, cualesquiera que sean los términos en que escribieron… Si no querían oír la condenación, señor Sarmiento, ¿por qué lo mataron…?”

Diario La Opinión Cultural, domingo 6 de febrero de 1972




sábado, 12 de noviembre de 2011

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 5

Describe Ramos: “Alsina, hijo del cerrado don Valentín, aquél prototipo del rivadaviano, encarna otras fuerzas y otras ideas de su padre Adolfo Alsina orador nato, de arrastre popular, tiene su base en los barrios pobres de la ciudad, en los grande ganaderos de tradición federal de la provincia y en el peonaje bonaerense”. Aristóbulo del Valle, Leonardo N. Alem e Hipólito Yrigoyen, abrazarán las banderas del autonomismo; más tarde lo hará Hernández.

Puestas en el tapete las postulaciones presidenciales, se vio que Avellaneda concitaba el apoyo de diez provincias; Alsina el de la provincia bonaerense, y Mitre, a su turno, el de la parte céntrica de la ciudad de Buenos Aires, su “tribuna de doctrina”, ciertos sectores de oficiales porteños del ejército y las provincias de San Juan, Santiago del Estero y Corrientes, en manos de su círculo. Es entonces que Alsina vuelca su apoyo a la fórmula Avellaneda-Acosta, hecho que resultará decisivo y constituirá al mismo tiempo el empalme del Partido Autonomista Nacional, esto es la fusión de la débil burguesía terrateniente provinciana con el pobrerío del puerto, las peonadas y ganaderos bonaerenses de tradición federal. Es por entonces que aparece en Buenos Aires la primera fábrica de tejidos de lana (en el sentido capitalista de la palabra). …el interior se empobrece cada vez más.

Hernández, desde la Banda Oriental, tendrá esta visión: “(En Buenos Aires) ante la influencia oficial representada por un candidato, y ante el personalismo encarnado en otro, el candidato del pueblo, el único que reunía en sí las simpatías del país, y que respondía a sus más patrióticas y legítimas aspiraciones, ese candidato, tuvo que retirar su nombre puesto al pie de un programa que el pueblo había acogido con cariño y hasta con entusiasmo: Allí, los elementos oficiales significan Avellaneda. El personalismo es Mitre. Alsina era el pueblo. Hoy el pueblo es el espectador – ha sido derrotado ya-, vencido por los elementos oficiales de un lado, y por el personalismo del otro”.

Con el apoyo mayoritario de las provincias triunfa la fórmula Nicolás Avellaneda-Mariano Acosta, con 146 lectores, contra 79 del binomio Mitre-Torrent. El fallo comicial no fue aceptado por el mitrismo, que acusó al autonomismo de fraude en complicidad con el gobierno. Es entonces que el candidato vencido proclama la revolución y se traslada a Montevideo. Desde La Patria, Hernández comentará los hechos.

“¿Adónde se dirige? Ya lo hemos dicho, no se dirige a ninguna parte, porque no tiene un palmo de costa argentina en donde poner su pie, y huye de esta ciudad donde su presencia ha sido descubierta para ir a fluctuar errante a bordo de la cañonera Paraná o del vapor Montevideo. El revolucionario se convierte en pirata Cuando la Escuadra Argentina salga a someter esos buques (…) aquél en que se encuentre D. Bartolomé Mitre, no ha de conocerse por la flámula de su almirante, sino porque ha de ser el que se halle más alejado del lugar del combate… Damos a la América Republicana, traicionada por él, esta noticia: “El general en jefe del Gran Ejército Aliado en operaciones sobre el Paraguay anda hoy de pirata en el Río de la Plata, a bordo de la cañonera robada al gobierno argentino”.

Así las cosas, Mitre logra por fin desembarcar en el puerto del Tuyú, dirigiendo al país una de sus caracterizadas proclamas. Este documento merecerá el tratamiento hernandiano.

Sarmiento, con la ayuda de los coroneles José Inocencio Arias y Julio Argentino Roca vence rápidamente la revuelta mitrista. La plana mayor de los insurrectos es tomada prisionera. Mitre será condenado a muerte, pero Avellaneda, al asumir la presidencia de la República, conmutará la pena. Tan sólo cuatro meses estará preso el jefe de los sediciosos. Cabe sí, lo dicho por Hernández: “Mereció ser juzgado en Sierra Chica, mereció ser acusado y procesado por las fechorías que ordenó o consintió en el interior: mereció un consejo de guerra, en Curupayty, y alguna vez ha de llegar el día en que la Justicia Nacional se cumpla”.


Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández

Las cartas patagónicas

El primer día de mayo de 1873 el general Ricardo López Jordán, insistiendo en su lucha, pasó a Entre Ríos por el Alto Uruguay. Mientras esto ocurre, Hernández, ante una orden de prisión dictada contra él por el gobierno, se refugia en Montevideo. Hacia fines del mes señalado Sarmiento remite un proyecto de ley a la Legislatura poniendo precio a las cabezas dirigentes de la revolución entrerriana: 100 mil pesos fuertes para la de López Jordán, 10 mil para la de Mariano Querencio, y mil para las de los demás alzados principales, entre ellos se encuentra el autor del Martín Fierro.
Nuestro hombre, desde la Banda Oriental, mantiene correspondencia con el jefe revolucionario, que le encarga la redacción de importantes documentos. También allí se encuentra con su amigo Juan Antonio Soto, viejo redactor de La Reforma Pacífica y padre de Héctor Soto, fundador director del diario La Patria de Montevideo. El exiliado de Santa Ana colaborará entonces con esta publicación periodística.
Bajo el seudónimo de “Un Patagón” aparecerá la primera de las siete cartas que Hernández le dirige al escritor e historiador chileno Vicuña Mackenna, con motivo del panegírico que éste hiciera a Mitre desde las columnas del diario El Independiente de Santiago de Chile. El general era exaltado “como la expresión del liberalismo más puro, como la encarnación de las aspiraciones más generosas, como el brillante iniciador de una época de reparación, y como el prototipo del más completo y elevado americanismo”. Digamos que el caluroso elogio del chileno había sido tentado por Mitre, lanzado a preparar el terreno político de su candidatura
presidencial.
Hernández no dejará pasar esta oportunidad para demoler las pretensiones del célebre guerrero: “La (candidatura) del general Mitre está en juego, levantada por elementos reaccionarios (…) que arrastrados por sus mismos errores, y empujados por la fuerza de las ideas de orden, de paz y de progreso, tuvieron que abandonar la escena hace muchos años… Pretende que la América se persuada de que, mientras sus compatriotas emplean sus tesoros o pierden su tiempo en sostener el combate, o van a hacerse matar en los comicios públicos por elevarlo a la primera magistratura, él se ocupa tranquilamente de leer su Historia del Valparaíso, en preparar los materiales para escribir la vida y campaña del general San Martín o en hojear a Plinio el Joven, o Covarrubias y a los autores sarracenos, para hallar el origen de un vocablo, o de un boquiblo como diría Sancho… Ahí tiene Ud. explicada la razón de su carta, cuyo motivo no había podido Ud. averiguar, pero a cuyo propósito ha servido a las mil maravillas”.

La chirinada de Mitre

A poco de concluir el gobierno de Sarmiento, el país se enfrentaba al dilema de la sucesión presidencial. Mitre ya había anticipado los trabajos de su candidatura, concitando el invariable apoyo de los comerciantes, importadores, burgueses del puerto y socios de la rubia Albión. La intelligentzia, en la antípoda hernandiana, se veía representada por él. Adolfo Alsina, gobernador de la provincia, cabeza del partido autonomista, de los “crudos” –prolongación de los “chupandinos” de hacía dos décadas- se constituirá en el adversario político del mitrismo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 4

Martín Fierro

Diez meses permaneció Hernández en Santa Ana do Libramento, desde abril de 1871 a enero del siguiente año, compartiendo con el caudillo entrerriano y otros federales los avatares del exilio. En febrero de ese año López Jordán es llamado por el gobernador de Río Grande; probablemente por entonces, el ex director de El Río de la Plata emprendió el regreso a Buenos Aires, con escalas en Paysandú y Montevideo.
Llegado a esta ciudad, decide instalarse en el Hotel Argentino ubicado en la esquina de 25 de mayo y Rivadavia. Allí recibirá la visita de su amigo oriental don Antonio Lussich, por cuyos versos inéditos de estilo gauchesco se interesa. Es que en la lejana Santa Ana había comenzado a escribir su poema épico.
En el mes de junio leerá Los tres gauchos orientales, de Lussich; en esta obra se narran los padeceres de los soldados blancos en la última revolución del caudillo Timoteo Aparicio. El 20 de ese mes le envía una carta de felicitación al autor, en la que toca también el tema de “ese género tan difícil de nuestra literatura”, pero sin decirle una palabra sobre lo que viene escribiendo.

Una década atrás, y desde el diario El Nacional Argentino, de Paraná, Hernández había expuesto la relación a que a su juicio debía existir entre el escritor y su pueblo. Decía entonces: “Siempre hemos creído que el que se consagra a la penosa tarea del diarismo no debe buscar en sí mismo, en los recursos de su inteligencia, ni en los conocimientos teóricos que sugieren los libros, la verdadera inspiración, los puntos que deben servirle de tema. Hemos creído siempre, y nos ratificamos en ello, que el pueblo es la fuente más pura, y en la que únicamente deben inspirarse los periodistas… El pueblo no delibera ni gobierna, pero conoce mejor que nadie sus propias necesidades, valora con fidelidad los acontecimientos, prevé sus resultados, compulsa los sucesos del ayer para deducir de ellos los que vendrán mañana; y el escritor que va a recibir de él las inspiraciones, lleva consigo cuando menos la ventaja de estar en posesión de sus necesidades, de tener un conocimiento perfecto de la opinión dominante, y en aptitud por consiguiente, de fomentar una conciencia plena por el estudio de la materia sobre la que debe ocuparse… La verdadera inspiración se recibe en el pueblo, y metodizada arreglada por los conocimientos del que escribe ofrece y vuelve al pueblo bajo la forma de un artículo u otra... La tarea del escritor consiste en dar a las concepciones y sentimientos del pueblo, las formas de que carecen”.

Ahora, en diciembre de 1872, editado por la imprenta La Pampa y en papel de pobre calidad, aparecía un humilde folleto que incorporaba a la literatura argentina lo único viviente y nacional: El gaucho Martín Fierro.

El eje central de la obra, testimonio de la heroica y desgarrada época de las masas y las lanzas, era el drama social de la destrucción implacable de la economía natural y de sus hombres representativos, por medio de la ganadería y agricultura de tipo capitalista que respondían a la ligazón con los países europeos. En la potencia de este creador de treinta y ocho años se encontraba retratada la sociedad en la que la oligarquía pro británica de la época procedió la liquidación sangrienta del gauchaje. Estos fueron barridos o expulsados más allá de la línea de fronteras, o sometidos con sus hijos como peones de estancia. Mas, el reflejo poético de las masas desposeídas, y ocasionalmente derrotadas, fue captado por el escritor federal, que infligió con su canto de protesta social, la derrota cultural de la aristocracia porteña.

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 3

Sauce, Concepción del Uruguay, Santa Rosa, Don Cristóbal, fueron campos de combate y de muerte. López Jordán “tenía conquistada la libertad de ir a donde quisiera, en una guerra de cansancio, lo que no impedía que la prensa porteña, aleccionada cuando el gobierno nacional no ganaba un combate, la sacara “empardada”, siendo el caso que en Sauce, Santa Rosa, y Don Cristóbal los ejércitos nacionales quedaron estáticos, petrificados, inmovilizados sin caballadas, formando cuadros irreductibles cañones Krupp, recientemente introducidos al país” (Aníbal S., Vázquez, José Hernández en los entreveros jordanistas). En esta lucha, como miliciano, se enrolará el más grande escritor de nuestra historia: José Hernández.
La primera referencia que se hace de él es una carta anónima, sin lugar de procedencia y sin destinatario, que lleva fecha 21 de agosto de 1870. En ella se lee: “José Hernández desde Buenos Aires es el que avisa que han salido 2 o 3 individuos de allí para su campamento pagado por Mitre y Sarmiento, lo que hace suponer que sean extranjeros: pero de todos modos, no se descuide en sus salidas y con los nuevos que le lleguen”.
Hernández tiene que haber avisado lo anterior varios días antes, pues esa fecha se encontraba en Rosario, donde inmediatamente después de su llegada le fueron ofrecidos las páginas del diario La Capital por su amigo Ovidio Lagos. Ofrecimiento que será rechazado por defender ese periódico la causa contraria a los jordanistas.
Luego del combate de Santa Rosa, arribó al campamento de López Jordán el joven Benigno Monteavaro, que había estado preso en Buenos Aires, con el objeto de alistarse en sus filas.

Este era portador de una carta de Hernández al general, fechada el 7 de octubre en Buenos Aires.

Entre otras consideraciones le decía: “En la lucha en que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un solo término, una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de situación en la República. Cualquier opinión contraria a esto será un error político grave, que lo detendrá a usted en su marcha, para perderlo al fin. Urquiza era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el jefe traidor del Gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido debía, por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del jefe traidor. Opino, pues, que para no empequeñecer su movimiento debe usted tomar esa reacción como punto de mira política. Hace diez años que usted es la esperanza de los pueblos, y hoy, postrados, abatidos, engrillados, miran en usted un salvador… El actual gobierno nacional es arbitrario, despótico y timorato, porque no se apoya en la opinión de los pueblos, sino en las bayonetas de sus reducidos batallones. ¡Quiebre usted el prestigio de esa arma, por medio de una sorpresa acertada, o de una operación atrevida y enérgica, y habrá dado en tierra con todo el poder de los enemigos!” (Vázquez, José Hernández en los entreveros jordanistas, págs. 26-28). Al mes siguiente el remitente de estas líneas está participando en los entreveros jordanistas. De ahí en más correrá la suerte del caudillo, conviviendo nuevamente, en carpas y fogones, con los hombres de su partido.

El 26 de enero de 1871 en laguna Ñaembé, Corrientes, tras una cruenta batalla, -en la que el paisanaje federal no pudo superar la efectividad de la artillería de Viejobueno y del 7 de línea al mando de Roca-, las fuerzas de Buenos Aires lograron un triunfo completo: las fuerzas jordanistas se dispersaron deshechas . “Junto a López Jordán estuvieron ese día Francisco F. Fernández, Pedro C. Reina, Evaristo López, José V. Díaz, Anastasio Cardáis, el “tigre” Villanueva, Pedro Ezeiza y José Hernández.” (Fermín Chávez, José Hernández- Periodista, político y poeta).
Cabalgando en fuga, con la derrota a su espalda, pasarán el río Uruguay por el Rincón de Santa Eloísa, buscando la frontera salvadora.

López Jordán, Hernández, y un puñado de hombres hallarán refugio en Santa Ana do Libramento, en Brasil. En el exilio político se gestará Martín Fierro.

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 2

Este documento, que no apreció publicado ni en La Tribuna, ni en El Nacional, será transcripto días más tarde por el diario de Mitre. Hernández lo comentará: “Nada de las bases constitucionales de la intervención. Nada de requisición para intervenir... La paz Faustina ha sido derrotada...Entre Ríos resistirá la intervención desesperadamente: y para asegurar el triunfo completo de las armas nacionales, debe hacerse allí un nuevo pequeño Paraguay...El poder de López Jordán, por inseguro y débil que quiera suponérsele hoy, va a ser inmediatamente robustecido a la sola presencia de las tropas nacional en Entre Ríos”.

Aunque resistido y mirado con desconfianza por la oligarquía porteña, Sarmiento llega a un acuerdo con ella frente a la cuestión de Entre Ríos; nombra al general Emilio Mitre jefe del Ejército de Observaciones, “que vigilará las costas del Uruguay”. Detrás de esta miserable fachada se pretendía ocultar el verdadero fin de la invasión militar a la provincia.

Desde las columnas de El Río de la Plata, Hernández alertará bajo una nueva faz sobre los peligros de la política iniciada: “Nos hemos pronunciado abiertamente contra el asesinato del general Urquiza, porque aparte del hecho mismo, no creemos que sobre la sangre pueda cimentarse jamás nada sólido ni duradero... Pero estamos también en contra de la intervención armada... Se cae en el error profundo de considerar el movimiento revolucionario de Entre Ríos, como un propósito de reacción contra el orden existente en la República, y se le coloca al Gobierno Nacional frente de uno de ellos para sofocar supuestas tentativas del otro... Para nosotros no se trata de una lucha interior, de partidos, sino de la desmembración o integración de la República. Y porque, desde que Entre Ríos no ha requerido la intervención del Gobierno Nacional, al verse amenazado y envuelto en una guerra desastrosa, no será extraño que en sus mismas plazas públicas firme el acta de su independencia... La muerte del general Urquiza, la segregación de esas provincias o su destrucción por la guerra, coloca al Brasil en posesión quieta, segura y perdurable de la asolada República Paraguaya, y si él no ha sido instigador... ¿habrá quién no reconozca que él va a cosechar espléndidos resultados de esos hechos?”

Sarmiento ya se había borrado como suscriptor de El Río de la Plata. La oposición nacional de los porteños como Hernández era cada vez menos tolerada por la oligarquía lanzada nuevamente a un baño de sangre. Los opositores de este tipo comenzaban a ser vigilados, especialmente los sospechosos o sindicados como amigos de los jordanistas. Nuestro hombre, de treinta y seis años de edad y con dieciocho de actuación pública, decide cerrar su diario, que había alcanzado 207 publicaciones.

Miliciano jordanista

Fracasadas las gestiones de conciliación iniciadas por los jordanistas, la Legislatura entrerriana rechaza la arbitraria intervención, autorizando al gobernador López Jordán a repelerla con la fuerza provincial. Convocado el pueblo, 14 mil hombres se reunieron prontamente para enfrentar a los 16 mil de las fuerzas interventoras.
Gran parte de los recursos del gobierno central son destinados a financiar el aplastamiento de Entre Ríos. Mientras tanto, desde el interior del país, llegaban partes dando cuenta de la sublevación de batallones en solidaridad con la causa jordanista. Pero Buenos Aires estaba preparada. Ya la tacuara montonera debía enfrentarse a los remingstons adquiridos en el extranjero. Por gestión del general Gainza – “Don Ganza”, como lo llamara Martín Fierro – todo el ejército nacional es provisto del moderno armamento. Este hecho, inserto en el contexto histórico de la época, marcará la declinación final del paisanaje montonero. Las cargas triunfales de la caballería gaucha se volverán eco en la historia.

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 1

Se conoce al poeta José Hernández. Casi nada del político intenso y militante. Luis Alberto Rodríguez, un porteño de 33 años, ha reunido pacientemente los antecedentes históricos de la acción pública del autor del Martín Fierro en favor de las autonomías provinciales, en defensa de los humildes del interior y contra la oligarquía del puerto. Resultado de ese trabajo –que se aleja tanto de la historiografía liberal como del revisionismo, en procura de una visión totalizadora del pasado argentino- es el libro Vida política federal de José Hernández, que esta semana distribuyen en Buenos Aires la editorial El coloquio y del cual se anticipan fragmentos a continuación.

Sarmiento, luego del abrazo con Urquiza, y creyendo que contaría de ahí en más con el prestigio y las lanzas del caudillo entrerriano para fortalecer el poder central, inicia una ofensiva desde la prensa porteña contra la oposición mitrista. Pero Justo José de Urquiza ya no era respaldo; su entrega a la burguesía comercial de la ciudad puerto era harto evidente. El 11 de abril de 1870 las ilusiones del sanjuanino estallaban en el aire ante la conmoción de esta noticia: el caudillo entrerriano había sido muerto de un trabucazo en su palacio de San José. El ex gobernador de Córdoba, Simón Luengo, y un grupo de federales exaltados por su traición a la causa, son los que lo ultiman. El defensor del Chacho, el hombre que había anticipado este desenlace, José Hernández, dirá: “Tenga el Gobierno toda aquella sobriedad con que deben ser adornados todos los actos de esa elevada magistratura, y dando a la política una base amplia y generosa, salve a las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes del incendio que las amenaza... El país pasa por un momento de crisis...La política estrecha será la ruina de todos”.

Ante los críticos acontecimientos la Legislatura entrerriana nombra gobernador al general Ricardo López Jordán, hijo del hermanastro del caudillo Francisco Ramírez. El nuevo magistrado, de cuarenta y seis años, era un veterano de las lides guerreras: Arroyo Grande, Caseros, Cepeda y Pavón, atestiguaban su coraje y pericia. Diputado de su provincia, presidente de la Legislatura, todo menos gobernador del recelo de don Justo a su federalismo consecuente. En la proclama que dirigió a los entrerrianos afirmó que había hecho la revolución en la que desgraciadamente había muerto Urquiza, bajo las banderas de la libertad, el federalismo y la autonomía provincial. La mayoría del pueblo, que el sacrificio de San José no conmovió, respaldará desde el primer momento a López Jordán.

Sarmiento, presa de cólera y de los consejos de Mitre, interviene a Entre Ríos el 14 de abril: “El Gobierno Nacional estará entre vosotros con todo su poder, para evitar que el mal se agrave...No deis oídos a sugestiones de ambiciosos oscuros e ignorantes; para quienes el odio es un principio, el crimen un medio”.