domingo, 13 de noviembre de 2011

Cuando Sarmiento puso a mil pesos la cabeza de José Hernández - parte 6

Hernández y el “bárbaro” Sarmiento

Ya el comandante Arias había contenido con sólo 600 hombres al ejército encantado de Mitre, en la batalla de La Verde: el coronel Roca había deshecho las tropas de Arredondo en Santa Rosa; la revolución iniciada y epilogada en tal forma era la comidilla sarcástica de los hombres de entonces cuando Avellaneda se colocaba la banda presidencial.
Sarmiento, al entregarle el mando le manifestó: “Sois el primer presidente que no sabe manejar una pistola”. Seis años más tarde, en 1880, el apacible intelectual tucumano calzaba revólver. Había aprendido que a Buenos Aires no se le podía someter sólo con discursos.
El primer día de enero de 1875 deja de aparecer La Patria de Montevideo. Hernández, poco después, regresa a Buenos Aires.
El doble triunfo de Avellaneda, por los votos y las armas, era percibido como una respuesta a Pavón. La cuña mitrista de Santiago del Estero, coto de los Taboada, será sacudida por una intervención militar del ejecutivo nacional. Las situaciones provinciales se equilibraban en la medida que la amenaza porteña se diluía. Como contrapartida la prensa de Buenos Aires iniciaba una campaña contra el presidente. Ya en la revolución abortada del año anterior habían participado los supremos de los diarios La Nación y La Prensa, Mitre y José C. Paz, respectivamente.

Hernández publica a mediados del 75 la segunda edición de su Vida del Chacho, en momentos en que en la prensa y en el parlamento la discusión entre los defensores del federalismo y los del unitarismo alcanzaba un tono inusitado. Esta nueva edición no llevará el prólogo del 63, que comenzaba: “Los salvajes unitarios están de fiesta…”, seguramente por considerarlo anacrónico o impolítico por el momento que se vivía.
Puesto el “Chacho” nuevamente en la lucha, el diario de los Varela, La Tribuna, lo recibirá con un chispeante comentario en el que refulgía el odio de la facción porteña.

Tres días más tarde la misma Tribuna publicaba un suelto titulado “La reacción” en donde transcribía el prólogo suprimido de la edición del 63, y acusaba a Hernández de jordanista y partidario de la “situación”, esto es partidario de Avellaneda y del Partido Autonomista Nacional.

El imponente hombretón de cuarenta y un años utilizará entonces las columnas del diario La Libertad de Buenos Aires – dirigido por el chileno Manuel Bilbao – para enviarle un dardo de su estado al redactor de La Tribuna, que pensaba que era el ex presidente, bajo el título: “Señor Sarmiento: ¿por qué mataron?” Trascribimos algunos de sus párrafos más salientes:
“Dice Ud., como un sarcasmo, que Avellaneda debería comprar una cantidad de folletos de la vida de Peñaloza y repartirlos en las oficinas y yo le digo que esa ironía no me hiere, porque recuerdo que bajo tres presidentes he vivido sin garantías, que bajo la presidencia de Sarmiento fui perseguido seis años y desde que soy hombre, el único gobierno bajo el que vivo tranquilo, con mis opiniones buenas o malas, es el del Dr. Avellaneda, y de ahí que soy partidario de la situación, como usted me llama.
“Cuando llegó a Buenos Aires la noticia de la muerte de Peñaloza, La Tribuna, al transmitirla al público, le dedicó estas palabras: “Séale la tierra pesada”. El diario autor de esa explosión de odio que va más allá de la tumba, y el autor del abrazo de San Juan (Sarmiento), se juntan hoy, después de doce años, animados de los mismos rencores (…) que quiere hundir en un hondo abismo a todos sus adversarios…
“Cuando los que mataban, los que aplaudían la matanza y los que predicaban la justicia me llamaban a mí mazorquero porque condenaba aquellos excesos y defendía en tantos desgraciados el derecho de vivir, yo no podía ni debía quedarme sin retribuir el sangriento apóstrofe. Era una injuria recíproca. Recibía una y le devolvía otra que era correlativa.
“Pero los que mataron, Sr. Sarmiento, los que mataron son más culpables, cualquiera que sea la forma en que lo hicieron, que los que condenaron a los matadores, cualesquiera que sean los términos en que escribieron… Si no querían oír la condenación, señor Sarmiento, ¿por qué lo mataron…?”

Diario La Opinión Cultural, domingo 6 de febrero de 1972




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