sábado, 30 de noviembre de 2013

Bodegones, fondines y fondas - Parte 2


En estas fondas todo era sucio, muchas veces asqueroso; manteles rotos, grasientos y teñidos con vino carlón, cubiertos ordinarios y por demás desaseados.  El menú no era muy extenso, ciertamente; se limitaba, generalmente, en todas partes, a lo que llamaban comida a uso del país; sopa, puchero, carbonada con zapallo, asado, guisos de carnero, porotos, de mondongo, albóndigas, bacalao, ensalada de lechuga y poca cosa más; postre, orejones, carne de membrillo, pasas y nueces, queso (siempre del país), y ese de inferior calidad.

El vino que se servía quedaba, puede decirse, reducido al añejo, seco, de la tierra y particularmente carlón.  Este último vino nos trae a la memoria una anécdota de aquellos tiempos.  Había un tal Ramírez, hombre de alta estatura y bastante corpulento, que tenía grande apego al teatro y a todo lo que se relacionaba con él.  Ayudaba entre bastidores al acomodo, cambio de decoraciones, etc., y solía hacer también de vez en cuando, su papelillo, de aquellos en que, entra un criado, presenta una carta y se va, o cosa por el estilo; aunque algunas veces se aventuraba a roles un poco más largos, y en los que no podemos decir se portase mal.

Pero viendo sin duda Ramírez, que esto no daba para satisfacer sus necesidades, resolvió ocuparse de otro negocio, y estableció (contando siempre, con la protección de sus hermanos de arte) una especio de fondín, en muy modesta escala, en la esquina (hoy almacén) que hace cruz con el entonces Teatro Argentino, siendo los actores sus más constantes clientes.

El vino que daba era carlón, del que traía una damajuana de algún almacén inmediato, cada vez que lo precisaba.  Pero algunos parroquianos quisieron variar y siendo ese el vino más barato, tuvo que idear cómo satisfacer ese deseo, consultando a la vez su propio interés, y un día anunció con mucho aplomo que tenía en su fonda tres clases de vino, carlón, carlín y carlete; todos estos vinos salían, por supuesto, de la misma damajuana; el secreto estaba en la mayor o menor cantidad de agua con que rebajaba el carlón.  La broma fue muy bien recibida; lo cierto es que, sus clientes tomaban de los tres vinos; pero continuemos nuestra historia.

Los mozos se presentaban en verano, a servir en mangas de camisa; baste decir que sólo se ponían la chaqueta para salir a la calle, esto es cuando no la llevaban colgada sobre un hombro a lo gitano: en chancletas y algunas veces aun sin medias, y como los del café, fumando su papelillo, y con el aire más satisfecho del mundo, entrando en conversación tendida y familiar con los concurrentes.
Este tipo se conserva aún hoy en los fondines y bodegones de la ciudad y en la campaña en algunos hoteles, presentándose los mozos sin saco ni chaleco, con el pantalón mal sujeto por medio de una faja y en chancletas.

Se ha repetido muchísimas veces, que los pueblos tienen el gobierno que merecen, y este dicho es en cierto modo, aplicable a los parroquianos de aquellos tiempos; no porque dejase de ser gente muy digna, sino porque no sabían infundir respeto, dando lugar a la descortesía y aun insolencia de los sirvientes.
Por ejemplo; en verano, cada concurrente no bien salvaba el dintel del comedor en la fonda, entraba resbalándose la chaqueta, saco o levita y comía en mangas de camisa; nadie soñaba en quitarse el sombrero para comer.  En fin, toda regla de urbanidad desaparecía por el mero hecho de hallarse en una fonda.  Esta falta de respeto recíproco entre los concurrentes, esa familiaridad, nada más que porque comían en una misma pieza, pronto se hacía extensiva a los mozos, que terciaban también.  

Puede ser que esa intimidad ya extremada, haya nacido de la circunstancia que, siendo la población mucho más reducida, éramos casi todos más o menos conocidos, puros nosotros; no se veían entonces en las fondas, tantas caras desconocidas.  Sea de ello lo que fuere, a poco andar, la conversación se hacía general de mesa a mesa; cada uno levantaba cuanto podía la voz a fin de hacerse oír, de aquel a quien se dirigía, armándose, al fin, una tremolina, en que nadie se entendía, entre este fuego cruzado de palabreo.
Los jóvenes, también, que las frecuentaban, muy especialmente los militares, hacían alarde de portarse mal y tenían el singular gusto de perjudicar cuanto podían al fondero, ya mellando a hurtadillas los cuchillos, rompiendo los dientes a los tenedores, echándole vinagre al vino que quedaba, mezclando la sal con la pimienta, en fin, haciendo mil diabluras que sin duda reputaban travesuras de muy buen gusto; previniendo, que, generalmente, eran jóvenes de buenas familias, los que hacían gala de mal educados.  Todo esto, pues, concurría sin duda para desalentar al dueño de casa, en sentido de mejorar el servicio de mesa.

No hay que dudarlo: en algunas cosas hemos progresado asombrosamente; en otras… estamos donde estábamos; y en muchas, preciso es decirlo, estamos peor. 

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Bodegones, fondines y fondas - Parte 1





Quizás la fonda más famosa del Buenos Aires colonial fue la de Los Tres Reyes, propiedad de un genovés llamado Juan Bonfillo.  Estaba situada en la calle Santo Cristo -hoy 25 de Mayo-, a un paso del Fuerte: fue la sede de encuentros entre alcaldes, oficiales, conjurados y espías nada camuflados.  El lugar resultó el preferido de los agentes británicos y portugueses que merodeaban con el mandato de recabar informaciones para la princesa Carlota de la corte lusitana asentada desde 1808 en el Janeiro, o para el almirante Sidney Smith.  Mucho antes, la fonda de Los Tres Reyes -donde también se bebían alcoholes y el comensal Castelli supo tanto encender gruesos cigarros como hablar con propiedad el idioma de Shakespeare- se tiñó con los rojos uniformes de los oficiales del regimiento 71 durante las invasiones inglesas: lo hicieron su preferido.

“Después de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias partes de la ciudad, lo más de nosotros fuimos compelidos a ir en busca de algún refrigerio” así anota el capitán Alexander Gillespie, su primer actividad, en la tarde del 27 de junio de 1806, cuando Buenos Aires ya era una perla más del Imperio Británico.  Beresford conferenciaba con Quintana para definir un texto definitivo a la capitulación; los regimientos españoles habían entregado sus armas (no sin tensión) y la tropa británica estaba licenciada.


En esa noche tormentosa, los oficiales ingleses se animaron a transitar por las calles oscuras de Buenos Aires, en busca de algún lugar para comer. Así dieron hasta la fonda de Los Tres Reyes, en la calle del Santo Cristo (actual 25 de Mayo), frente a la plaza, propiedad de Juan Boncillo.  Los acompañaba Ulpiano Barreda (“criollo civil que había residido algunos años en Inglaterra” lo cita Gillespie) que hacía las veces de intérprete de los invasores.

La fonda dispuso de huevos y tocino, lo único que podía ofrecer a esas horas, donde también estaban algunos soldados españoles, desarmados horas antes.  “A la misma mesa se sentaban muchos oficiales españoles con quien pocas horas antes habíamos combatido, convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se regalaban con la misma comida que nosotros” señala Gillespie.  Pero el capitán le llamó la atención la joven moza que servía las mesas, que no disimulaba un profundo disgusto en su rostro.  Gillespie, con Barreda de traductor, le pidió que expresara, sin temor a ninguna represalia, que le expresara el porqué de su disgusto.  La joven moza agradeció la disposición del oficial inglés y, en voz alta, volviéndose a los españoles de la mesa próxima, expresó: “Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado los ingleses a pedradas”.  Gillespie manifiesta que este discurso “agradó no poco a nuestro amigo criollo”.

También era famosa la fonda de la Sra. Clarke o La Fonda de la Inglesa donde se alojaban y comían preferentemente los británicos.  Estaba situada en la vereda de enfrente de la fonda de Los Tres Reyes, sobre la calle del Fuerte.  La Fonda de la Inglesa se encontraba cerca de la barranca y sus fondos daban a la Alameda (paseo público de la calle Leandro N. Alem). Era uno de los pocos edificios estratégicamente situados desde el cual podía verse el río y los buques anclados.
José A. Wilde, menciona la Fonda de la Ratona, en la calle hoy Tte. Gral J. D. Perón, inmediato, o acaso en el mismo sitio que ocupa en el día el Ancla Dorada, y otras varias por el mismo estilo.


lunes, 25 de noviembre de 2013

General Juan Ramón Balcarce (1773-1836) - Parte 2


Al recibir Belgrano de manos de Pueyrredón el Ejército del Norte, procedió a reorganizar los mandos y las unidades asignando nuevos cargos y misiones a los distintos jefes; a Juan Ramón Balcarce le tocó comandar la Vanguardia adelantada en la Quebrada de Humahuaca, donde cumplió una difícil tarea poniéndose a prueba todas sus aptitudes, iniciativa y valor.  Salió muy bien del paso y hasta que no se produjo el avance de la masa del Ejército Realista con el general Tristán no abandonó la Quebrada.
El 3 de Setiembre de 1812, en plena retirada hacia el sur, intervino en la acción de Las Piedras, donde fue derrotado Huici y el 24 siguiente en la batalla de Tucumán dirigiendo la caballería del ala derecha, se constituyó en un factor decisivo para el triunfo.

Al producirse la elección de diputados para integrar la Asamblea General Constituyente a reunirse en Buenos Aires, conocida posteriormente como la Asamblea del año 13, resultó elegido para representar a Tucumán.  Esto lo indujo a pedir su retiro del servicio activo, para dedicarse exclusivamente a la nueva actividad.

En 1814, ante la amenaza de una gran ofensiva española sobre el Norte, fue incorporado nuevamente al servicio activo, nombrándosele comandante general de Milicias de toda la Campaña puesto en que se lo promovió a coronel.
Ostentando los entorchados de coronel mayor, fue elegido gobernador-intendente de Buenos Aires y estando en esas funciones, derrotó el 27 de Noviembre en Paso de Aguirre a una fuerte montonera mandada por Estanislao López.
Al organizarse en 1819 una fuerza para operar contra Entre Ríos, Santa Fe y la Banda Oriental, se lo designó segundo comandante de la misma; el 1º de Febrero de 1820 los porteños sufrieron un descalabro en Cañada de Cepeda, desbandándose la caballería en tanto la infantería a las órdenes de Balcarce se negó a rendirse ante el requerimiento de López, desprendiéndose durante la noche en perfecto orden y sin bajas, alcanzando San Nicolás al amanecer.
El 6 de Marzo de 1820 reemplazó a Sarratea en el gobierno porteño, abandonando el cargo a los dos meses para expatriarse en Montevideo donde permaneció varios años.
En oportunidad de la Guerra contra el Imperio del Brasil, Dorrego lo designó el 14 de Agosto de 1827, ministro de Guerra y posteriormente, plenipotenciario en Río de Janeiro para negociar la paz y remediar los errores cometidos por Rivadavia en tan importante cuestión.  De vuelta a Buenos Aires, el motín del 1º de Diciembre de 1828 lo obligó a refugiarse nuevamente en Montevideo a la espera que en la capital soplaran vientos más favorables.

Al asumir la gobernación Juan Manuel de Rosas requirió su colaboración, designándolo ministro de Guerra, a pesar de no ser un hombre ni adicto a su persona ni a su política, pues se calificaba a sí mismo como federal-dorreguista.

Siendo ministro salió a campaña rumbo a Córdoba, con varias unidades de infantería para reforzar las columnas de montoneros e indios de Estanislao López amenazadas por el general Paz, dos veces vencedor de Facundo en la Tablada y Oncativo.  Las unidades que llevaba Balcarce, tal vez hubieran creado problemas a Paz, acostumbrado a resolver las batallas mediante el empleo adecuado de la infantería, de la cual los federales en principio carecían.  Las boleadoras lanzadas por Zeballo en Los Alvarez el 10 de Mayo de 1831, impidieron aquella confrontación.

El 17 de Diciembre de 1832 asumió nuevamente la gobernación de Buenos Aires elegido por la Undécima Legislatura Provincial.  Su administración fue progresista, tratando de organizar el manejo de la cosa pública sobre bases jurídicas permanentes, cosa un tanto difícil en aquella época de improvisaciones y arbitrariedades.  Derogó leyes retrógradas, restableció la libertad de imprenta y redactó una Constitución, donde fijó responsabilidades y derechos a hombres e instituciones.
Rosas a pesar de su militancia federal, lo depuso el 11 de Octubre de 1833 con la revolución que encabezó el general Agustín Pinedo, lo cual lo obligó a huir de la capital, estableciéndose en Concepción del Uruguay (entonces Arroyo de la China) donde residió hasta su muerte, ocurrida el 12 de Noviembre de 1836.

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General Juan Ramón Balcarce (1773-1836) - Parte 1



Nació en Buenos Aires, el 16 de Marzo de 1773, siendo sus padres el teniente coronel de Blandengues, Francisco Balcarce o Balcarcel –natural de Barcelona-  y María Victoria Martínez Fontes.  Fue el mayor de una familia de militares, habiendo nacido sus hermanos que siguieron su vocación en las fechas siguientes: Antonio González, el 13 de Junio de 1774; Marcos, el 25 de Abril de 1777; Francisco, el 9 de Noviembre de 1778; José Patricio, el 16 de Julio de 1779 y Diego, el 13 de Noviembre de 1784.
Ingresó en el Regimiento de Blandengues de la Frontera, el 2 de Octubre de 1789, ascendiendo a alférez en 1793 y a teniente en 1799.  Revistando en esta unidad, participó en 1801 en la campaña realizada por Sobremonte contra los portugueses que habían ocupado las Misiones Orientales.

En 1805 con el grado de ayudante mayor, fue transferido a la Comandancia General de Armas de Tucumán donde se hallaba cuando los ingleses desembarcaron en la playa de los Quilmes.  Quiso regresar de inmediato a Buenos Aires no consiguiendo permiso para hacerlo, dirigiéndose a Córdoba donde tuvo noticias de la Reconquista.  Colaboró en la Defensa (5 y 6 de Julio de 1807) al lado de Liniers que lo designó su ayudante.  Por Real Orden del 9 de Febrero de 1808 y en mérito a los relevantes servicios prestados al Rey, recibió el nombramiento de capitán de Caballería y el 8 de Noviembre siguiente el de sargento mayor del 1.  Escuadrón de Húsares.

Activo conspirador en las reuniones previas al pronunciamiento de Mayo, ajustó su conducta a lo que hacían su jefe directo Martín Rodríguez y Saavedra, votando en el “Cabildo Abierto” del 22 de Mayo en contra de Cisneros.  Formada la Junta presidida por el virrey, fue uno de los jefes que más se opuso a ello, firmando el petitorio que se remitió al Cabildo y que puso fin a las diferencias.

Establecido el Primer Gobierno Patrio, como gozaba de la confianza del presidente Saavedra, éste le encomendó dos tareas de gran responsabilidad: la primera, consistente en embarcar para Europa a Cisneros y a varios ex-funcionarios que dejando de lado el juramento hecho tomaron contacto con el gobierno instalado en Cádiz; la segunda, fue aún más trascendente pues se trató nada menos que de ejecutar a Liniers y a los rebeldes cordobeses.  Ambas misiones encomendadas a Balcarce fueron cumplidas fielmente.

La presencia de Balcarce en las dos contingencias, respondió al deseo de Saavedra de que no se cometieran arbitrariedades y se desvirtuara lo resuelto por el gobierno.  Tal vez convenga recordar, que Moreno propuso “cortarles la cabeza” a los funcionarios españoles comprendidos en el decreto de extradición y que Castelli luego del drama del “Monte de los Papagayos” se retiró tocando a Balcarce dar a los “arcabuceados” en Cruz Alta cristiana sepultura.
El 5 y 6 de Abril de 1811 como lo testificó el doctor Manuel Felipe de Molina, apoyó a los sediciosos.  Reorganizada la Junta Grande, se lo destinó al Alto Perú junto con el teniente coronel de Patricios Juan Antonio Pereyra, con la misión de conversar con los oficiales de las unidades para apaciguarlos y encauzarlos en la disciplina.  Partió hacia el norte y al llegar a Tucumán tuvo conocimiento del desastre de Huaqui y de la retirada general de las fuerzas hacia el Sur, desistiendo de cumplir con la misión encomendada trasladándose a Salta.
Incorporado posteriormente al Ejército, en Nazareno recibió los restos de su hermano Francisco, muerto heroicamente a orillas del Río Suipacha, mientras se batía al frente de una compañía de Dragones.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Buenos Aires - 1924


Buenos Aires, 1924 de Federico Valle
Una mirada sobre la capital argentina en todas sus facetas.
Cortesía de Roberto Di Chiara
Visita el sitio: www.robertodichiara.com

viernes, 22 de noviembre de 2013

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 3




Su vida

Nació en Tucumán en 1789. Estudió en Córdoba y Chuquisaca; intervino en el movimiento revolucionario de esta última ciudad del 25 de mayo de 1809 y al fracasar el intento fue encarcelado. Libre en 1810 se une al Ejército Auxiliador de Juan José Castelli y se convierte en su secretario, juntos redactan la proclama de Tiwanaku.
En Buenos Aires tuvo bajo su dirección los periódicos La Gaceta, Mártir o Libre y El Independiente. En 1911 forma la Sociedad Patriótica que defiende las ideas morenistas. En 1813 integró la Asamblea Constituyente como representante de la provincia de Mendoza y cuando en 1815 fue depuesto el director Alvear se exilió en Europa. En 1817 San Martín lo designó auditor de guerra del Ejército de los Andes, redactó el Acta de la Independencia de Chile y, tras la emancipación de Perú, se hizo cargo de la cartera de Guerra y Marina: En 1822 se desempeñó en Gobierno y Relaciones Exteriores. Adoptó benéficas disposiciones en el orden cultural, diplomático y militar pero, como consecuencia de la aplicación de algunos destierros y sanciones, se ganó el descontento popular. El Cabildo de Lima lo removió del cargo en julio de 1922 y le exigió la salida del país. Estuvo en Quito hasta 1824 cuando Bolivar le permitió retornar a Perú. Fue asesinado en Lima el 28 de enero de 1825.

Bibliografía

* Golman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992. * Correa, Jorge. Febo Asoma, Figuras estelares de la Patria. Buenos Aires. Dirple Ediciones, 1999. * Altuna, Elena. “Monteagudo en sus escritos y en sus imágenes” en Chibán, Alicia (coordinadora), El archivo de la independencia y la ficción contemporánea. Salta. Consejo de Investigación, Universidad de Salta, 2004.



jueves, 21 de noviembre de 2013

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 2


Monteagudo textual 

“Todos aman a su patria y muy pocos tienen patriotismo: el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde nacemos y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, es decir tener virtudes de tal”. (...) 
“La esperanza de obtener una magistratura o un empleo militar, el deseo de conservarlo, el temor de la execración pública y acaso un designio insidioso de usurpar la confianza de los hombres sinceros: estos son los que forman los patriotas de nuestra época”. (...) 

“Muy fácil sería conducir al cadalso a todos los tiranos si bastara esto el que se reuniese una porción de hombres y dijesen a todos en una asamblea, somos patriotas y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero si en el medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer sus arcas y este temiese sacrificar su existencia, su comodidad, prefiriendo la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación y los dulces sacrificios que aseguran la libertad, quedarían reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía de voces insignificantes”. (...) 
“Ningún hombre que se considere igual a los demás, es capaz de ponerse en estado de guerra, a no ser por una justa represalia. El déspota atribuye su poder a un origen divino, el orgulloso que considera su nacimiento o su fortuna como una patente de superioridad respecto de su especie, el feroz fanático que mira con desdén ultrajante al que no sigue sus delirios, el publicista adulador que anonada los derechos del pueblo para lisonjear a sus opresores, el legislador parcial que contradice en su código el sentimiento de la fraternidad haciendo a los hombres rivales unos de otros e inspirándoles ideas falsas de superioridad, en fin, con la espada, la pluma o el incensario en la mano conspira contra el saludable dogma de la igualdad, este es el que cubre la Tierra de horrores y la historia de ignominiosas página: este es el invierte el orden social”. 

(...) “Tales son los desastres que causa el que arruina ese gran principio de la equidad social; desde entonces, el poderoso puede contar con sus derechos; solo sus pretensiones se aprecian como justas: los empleos, las magistraturas, las distinciones, las riquezas, las comodidades, en una palabra, todo lo útil, viene a formar el patrimonio quizá de un imbécil, de un ignorante, de un perverso a quien el falso brillo de la cuna soberbia o una suerte altiva eleva el rango del mérito, mientras el indigente y oscuro ciudadano vive aislado en las sombras de la miseria, por más que su virtud le recomiende, por más que sus servicios empeñen la protección de la ley, por más que sus talentos atraigan sobre él la veneración pública”. 

(...) “La Tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto sato de la naturaleza y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para oprimirla llamaron a su auxilio el fanatismo de los pueblos y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen”. 

(...) “Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban de este celo fanático y desolador”. (...) “La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado a millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible: y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía”. (...) 

“Un usurpador no es más que un cobarde asesino que sólo se determina al crimen cuando las circunstancias le aseguran la ejecución y la impunidad: teme la sorpresa y procura prevenir el descuido: la energía del pueblo lo arredra y así espera que llegue a un momento de debilidad o caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: el conoce que mientras la libertad sea objeto de los votos públicos, sus insidias no harán más que confirmarlas, pero cuando en las desgracias comunes cada uno empieza a decir ‘yo tengo que cuidar mis intereses’, este es el instante en que el tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente a un pueblo aletargado que la fuerza es un derecho”. (...) 

“La soberanía reside solo en el pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe sostener que la voluntad general es la única fuente de donde emana la sanción de esta y el poder de los magistrados: debe demostrar que la majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza”. (...)

Hombre de ideas: Bernardo de Monteagudo - Parte 1






Bernardo de Monteagudo fue uno de los más importantes ideólogos de la independencia americana. Mano derecha de Juan José Castelli y José de San Martín (también colaboró con Simón Bolívar) convierte su palabra en la mejor herramienta para terminar con el yugo español en América. En este sentido, su camino lo transita mayormente en las letras y en el periodismo, aunque también se destaca como un hombre de acción revolucionaria. 
Para la historiadora Elena Altuna: “su actuación no fue secundaria, sino complementaria de la de los libertadores y la ejerció, fundamentalmente, en el terreno de las ideas. Los escritos de Monteagudo conservan el valor de la prédica”. Su discurso revolucionario nace a partir de la lectura histórica y la filosofía clásica, pero con una profunda observación de los hechos y del proceso emancipatorio. 
En el plano de la acción Monteagudo insiste en que es menester realizar con hechos y no con palabras la revolución. Así escribe: “Necesitamos hacer ver con obras y no con palabras esos augustos derechos que tanto hemos proclamado”. Esto lo lleva a comprender que la independencia o sea la ejecución del acto jurídico no hace más que confirmar un derecho natural previo. 
Castelli y Monteagudo, ambos fervientes morenistas, entendían que por derecho natural todos los hombres eran iguales y como ciudadanos debían participar con las mismas atribuciones en la conducción política de la sociedad. Por esto no es casual que entre ambos redacten la proclama de Tiawanaku donde se declara los derechos de los indios.Y esa línea de pensamiento del tucumano se extiende a otros actores sociales del momento, cuando afirma: “¿En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho a sufragio? Jamás seremos libres, si nuestras instituciones no son justas”. 

Una de sus principales armas para la difusión de las ideas de independencia fue la Sociedad Patriótica, el primer club político, donde Monteagudo reafirma el pensamiento de Moreno y lo convierte en una tradición. 

Y él mismo se transforma en su evolución, así lo confirma Noemí Goldman: “La expresión a veces contradictoria de la argumentación morenista en cuanto a este derecho, se convierte en Monteagudo en lenguaje abiertamente independentista”. Como pondera el historiador Jorge Correa, Monteagudo fue principalmente americano, ya que su patria fue todo el continente. Al igual que San Martín y Bolivar nunca lo contuvieron las fronteras nacionales, que además no estaban definidas por esa época. Argentina, Chile y Perú, los países donde ocupó importantes cargos públicos, recién se estaban conformando luego del desmembramiento del imperio español. Su mayor escollo fue vivir en una época contradictoria. Monteagudo no escapó de esta disyuntiva, todo lo contrario. Y según Correa: “Las ideas democráticas de los inicios de la revolución debieron afrontar una dura prueba ante la influencia del conservatismo europeo. Las contradicciones embargaron a los patriotas y muchos ven un abismo entre el Monteagudo de 1812 y el de 1823”. Pero ese objetivo de independencia no sufrió mella y sus dudas sólo aparecían sobre la forma de gobierno de las nuevas naciones. Como producto de estas contradicciones su gestión como funcionario en el Perú fue muy polémica y sufrió el destierro de este país en 1822. 
Así, cuando volvió a pedido de Simón Bolivar, fue asesinado en Lima en enero de 1825. Sin embargo, como aclara Elena Altuna: “La importancia de esta polémica figura aparece algo opacada frente a la de otros actores del momento cuyo estatutos de héroes seguramente incide en la consideración de este difusor de la independencia”. Esto último resalta su figura y su espíritu revolucionario.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Fray Luis Beltrán el enloquecido por la revolución - Parte 2



Fray Luis impuso en el campamento del Plumerillo un frenético ritmo de producción. Montó un taller en el que trabajaban por turnos unos setecientos artesanos y operarios a los que Beltrán formaba a los gritos en medio del ruido ensordecedor de los golpes del martillo sobre el hierro hasta quedar ronco para toda la vida. Allí, donde no había nada más ni nada menos que la solidaridad y la entrega a la causa revolucionaria del pueblo cuyano, se fabricaba de todo, desde monturas y zapatos hasta balas de cañón, granadas, fusiles, vehículos de transporte y granadas. Allí diseñaba las máquinas para disimular la desigualdad entre aquellos hombres y la imponencia de la cadena montañosa más alta del mundo después del Himalaya. Puentes colgantes, grúas, pontones para   doblegar quebradas intransitables y abismos imposibles,  todo se fabricaba allí día y noche bajo el impulso de Fray Luis. Ya no quedaban campanas en las iglesias de la zona ni ollas en muchas casas, todo era fundido en los talleres de aquel “Vulcano con sotana”. “Si los cañones tienen que tener alas, los tendrán” decía Beltrán. San Martín quiso premiar tanto empeño y lo ascendió a Teniente Primero con el grado de Capitán. El inspector general del Ejército, José Gazcón se opuso a la carrera militar del fraile artillero por considerarla anticatólica pero el jurista canónico Diego Estanislao Zavaleta dictaminó a favor de la continuidad de Beltrán a las órdenes de San Martín.

Pero Fray Luis no sólo fabricaba las armas, las usaba con un coraje temerario que fue reconocido por el gobierno de las Provincias Unidas a través de una medalla por su actuación en la memorable batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817.

Proclamada la independencia de Chile, Beltrán comenzó a preparar los pertrechos para la expedición al Perú, pero el desastre de Cancha Rayada lo obligó a trabajar sin parar junto a un grupo selecto de colaboradores en la provisión del ejército libertador. En sólo 16 días tuvo listos 22 cañones, cientos de fusiles y miles de municiones que serían estrenados con todo éxito en el definitivo combate de Maipú el 5 de abril de 1818. Tras lo cual recibió otro encargo del Libertador: preparar lo más maravillosos  fuegos de artificio para celebrar la Independencia de Chile.


Participó activamente en la provisión y mantenimiento del parque de artillería de la campaña del Perú y fue designado por San Martín como Director de la maestranza del Ejército Libertador. Se dio el gusto de entrar en Lima junto al Libertador, aquella histórica capital desde donde salían las órdenes para aniquilar poblaciones enteras.

Tras el retiro de San Martín, Beltrán siguió peleando a los órdenes de Bolívar. Instalado en el cuartel general de Trujillo, el fraile volvió al intenso ritmo de producción y a los turnos rotativos de trabajadores. Pero a la severidad de Bolívar no le alcanzaba y quiso poner a prueba la su eficiencia ordenándole la puesta a punto y embalaje de unos mil fusiles y armas de puño en un plazo máximo de tres días. Beltrán y su gente pusieron todo el empeño olvidándose del sueño. Al octavo día todavía faltaban embalar algunas piezas cuando llegó Bolívar y lo reprendió duramente y lo amenazó con fusilarlo. Fray Luis entró en una profunda depresión y se encerró en su cuatro. Seguramente el episodio no lo era todo, era aquella famosa gota de aquel famoso vaso. Años de lucha, de esfuerzos, de no parar. 

La “melancolía” como se decía entonces, le fue ganando la partida y el suicidio apareció cada vez más fuerte en sus pensamientos hasta que se transformó en acción. Se cercioró de que todas las aberturas de su cuarto estuviesen bien cerradas, arrojó sobre el brasero un producto químico que producía un vapor asfixiante y se acostó en su cama a esperar aquella muerte que tantas veces había esquivado en los campos de batalla de medio continente. Pudo ser salvado a tiempo pero los médicos que lo atendieron lo encontraron en un estado de total alteración mental. Deambuló delirando por las callejuelas del pueblito de Huanchaco, hasta que fue rescatado por una familia amiga, pudo restablecerse y embarcarse hacia Chile. Volvió a cruzar la cordillera y llegó a Buenos Aires justo a tiempo para incorporarse, con su revalidado título de Teniente Coronel, a las tropas navales que se aprestaban a combatir contra el Brasil y participó en el combate de Ituzaingo. Pero su estado físico y espiritual se complicaban. Debió abandonar la campaña y regresar a Buenos Aires. Sentía que ahora si venía la muerte por su cuenta y quiso volver a ser sólo un sacerdote. Renunció a las armas y se encerró a hacer penitencia severa por varios días. Luis Beltrán murió fraile y sin un peso a los cuarenta y tres años, el 8 de diciembre de 1827.
Su confesor comentó que se había reconciliado con el Ser Supremo. Nunca conoceremos los detalles de aquella pelea desigual ni de esta reconciliación.

Autor: Felipe Pigna

domingo, 17 de noviembre de 2013

Fray Luis Beltrán el enloquecido por la revolución - Parte 1



El 30 de enero de 1816, a pedido del rey de España, el papa Pío VII envió a sus “venerables hermanos arzobispos, obispos y queridos hijos de América, súbditos del Rey de las Españas”, una “Breve” en la que les decía: “Entre los preceptos claros y de los más importantes de la muy santa religión que profesamos, hay uno que ordena a todas las almas a ser sumisas a las potencias colocadas sobre ellas. Estamos persuadidos de que ante los movimientos sediciosos que se producen en aquellos países, por los cuales nuestro corazón está entristecido y nuestra sabiduría reprueba, vosotros no dejasteis de dar a vuestros rebaños todas las exhortaciones. Nos somos el representante de aquel que es el Dios de la paz, nacido para rescatar al género humano de la tiranía de los demonios. Nuestra misión apostólica nos obliga a impulsaros a buscar toda clase de esfuerzos para arrancar esa muy funesta cizaña de desórdenes y sediciones que el hombre ha tenido la maldad de sembrar allá. Vosotros lo conseguiréis fácilmente, venerables hermanos, si cada uno de vosotros quiere exponer con celo al rebaño los perjuicios y graves defecciones y las calidades y virtudes notables y excepcionales de nuestro muy querido hijo en Jesucristo, Fernando, Rey Católico de las Españas. Recomendad la obediencia debida a nuestro Rey [...] y obtendréis en el cielo la recompensa de vuestros sacrificios y de vuestras penas por Aquel que da a los pacíficos la beatitud y el título de hijo de Dios.” 1

Afortunadamente, entre el rebaño latinoamericano había hombres como Belgrano, católico practicante, y muchos curas revolucionaros que, insumisos y arriesgando su vida y hasta la recompensa del cielo, decidieron luchar por la libertad del continente. Uno de ellos, quizás uno de los más notables y menos reconocidos fue Fray Luis Beltrán.



Según la versión canónica había nacido en Mendoza-  aunque en su testamento declara ser oriundo de San Juan- un 7 de septiembre de 1784. Su verdadero apellido era Bertrand pero fue anotado por error en el acta de bautismo como “Beltrán”. Ingresó en el Convento de San Francisco en Mendoza donde estudió las ciencias teóricas y ejercitó las prácticas como la física y la mecánica. Decidió seguir su vocación religiosa y fue trasladado a Santiago de Chile, donde en 1812 fue designado capellán de las tropas independentistas comandadas por Carrera. Las habilidades y el ingenio de Beltrán fueron puestos a prueba tras la derrota de Hierbas Buenas cuando se ofreció para recomponer el parque de artillería diezmado por los españoles. Por sus eficientes servicios fue ascendido a Teniente de Artillería, pero la derrota de los patriotas chilenos en Rancagua, el 2 de octubre de 1814, lo obligó a emprender junto a centenares de derrotados el penoso cruce de la cordillera hacia Mendoza. Llevaba consigo sus herramientas de trabajo y la convicción de seguir peleando contra los enemigos de América. En la capital mendocina el gobernador San Martín que preparaba el ejército libertador decidió incorporar a sus filas a aquel hombre de quien tenía las mejores referencias y de quien Mitre contaba que : “se hizo matemático, físico y químico por intuición; artillero, pirotécnico, carpintero, arquitecto, herrero, dibujante, cordonero, bordador y médico por la observación y la práctica, siendo entendido en todas las artes manuales y lo que no sabía lo aprendía con sólo aplicar a ello sus
extraordinarias facultades naturales.” 2


Referencias: 
1 Breve del Papa Pío VII, dada en Roma el 30 de enero de 1816.
2 Bartolomé Mitre, “Historia de San Martín  y de la emancipación sudamericana”, Buenos Aires, Eudeba, 1968

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La sangrienta ley de fuga de la dictadura - Parte 2




Padecieron el frío y varios simulacros de fusilamientos. Debido a ello, ninguno se sorprendió cuando en la madrugada del 22 de agosto fueron despertados a los gritos por Sosa mientras el cabo Marandino les abría los calabozos y Bravo vociferaba “que lo peor que habían hecho era meterse con la Marina” y les ordenaba formar dos filas en el pasillo sin levantar la mirada del piso. No se escuchó más nada. Lo siguiente fue el tableteo de las ametralladoras. No hizo falta más. Los presos ubicados en los calabozos delanteros cayeron fulminados. 

En cambio, los del fondo se zambulleron en los calabozos y de esa manera: María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo Rene Haidar tuvieron la chance de sobrevivir. No obstante, no fue fácil. Bravo recorrió las celdas para completar su faena y que sólo se vio interrumpida cuando alarmados por los disparos llegaron al lugar otros marinos de la Base. Todo indica que los mataron sin piedad. Los cuatro disparos recibidos en la panza embarazada de Ana Villareal de Santucho confirma esa teoría. Sangre y pólvora. Igualmente, nadie atinó a decir nada esa noche. A lo sumo, se escuchó algún insulto o algún quejido por parte de algún herido que reclamaba una atención médica. El teniente de navío médico Juan Ricardo Lois Lisandro dormía esa noche a doscientos metros de los calabozos en la Base. Sin embargo, en su declaración testimonial declaró que no escuchó nada, que se enteró porque fue llamado para asistir a los heridos esa madrugada y que asistió al lugar junto al doctor Talavera. Además, reconoció que cuando llegó a la zona de calabozos se percibía olor a sangre y a pólvora, que l a mayoría de los  detenidos “tenían impac tos en todos lados” y que cuando llegó el capitán Sosa le pidió que lo revisasen porque según él le habían tirado. El médico en su declaración manifestó desconocer quiénes fueron los autores del hecho y que cuando llegó al lugar se encontró “con ese estropicio”. 

Finalmente, Solari Yrigoyen afirma que después del 22 de agosto la vida en el penal de Rawson cambió mucho. Los presos estuvieron un mes incomunicados y “las condiciones de detención se endurecieron de manera considerable”. El abogado señala que en Rawson se torturaba y se sometía a los presos a penas muy crueles, inhumanas y degradantes. Además, el ex legislador recuerda que, si bien el régimen de máxima peligrosidad del penal fue derogado al año siguiente de la masacre, fue  “reinstalado por un decreto de la presidenta María Estela Martínez de Perón” poco tiempo después. Hace cuarenta años los marinos
implicados creyeron que no había sobrevivientes. Sin embargo, en todas las masacres suele haber alguien que se salva y lo puede contar. Así sucedió en los campos de concentración nazis, en Armenia o en Vietnam. También con los fusilados en los basurales de José León Suárez y en los campos de exterminio instalados a lo largo y a lo ancho del país a partir de 1976. Es posible que exista alguna razón inexplicable para que haya personas que a pesar del horror se salven para contar lo sucedido. Ahora, la Justicia tiene la palabra. 




Esta raza...


"Estamos como nación empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civilización. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este propósito." Julio Argentino Roca (1843-1914).

martes, 12 de noviembre de 2013

La sangrienta ley de fuga de la dictadura - Parte 1



El 15 de agosto de 1972 veinticinco presos políticos se fugaron del penal de la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut. Seis lograron arribar a Chile en un avión secuestrado de Austral. En cambio, diecinueve
no alcanzaron el vuelo y quedaron varados en el viejo aeropuerto de Trelew. Mientras tanto, mantuvieron el control de la estación aérea y cuatro horas más tarde se entregaron sin lastimar a nadie. A pesar de ello, una semana después, en la Base Naval Almirante Zar, ubicada a pocos kilómetros del aeropuerto, fueron masacrados sin mediar palabra por un grupo de marinos y en donde sólo tres prisioneros pudieron escapar de la muerte. 

Una conferencia de prensa. El ex legislador y abogado de presos políticos Hipólito Solari Yrigoyen recuerda que esa noche, el aeropuerto fue rodeado inmediatamente después de que llegaran los prófugos, por fuerzas navales al mando del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa. Señala que los guerrilleros ante la imposibilidad de irse “se rindieron, pero antes dieron una conferencia de prensa”. Aprovecharon para agradecer la presencia del periodismo y explicaron el motivo de la operación. Solicitaron que un médico los revisara para certificar el estado de salud de todos los detenidos y solicitaron que el juez federal de Rawson, Alejandro Godoy junto al abogado Mario Abel Amaya, presente en el aeropuerto, actuaran como mediadores ante las tropas militares. 

Los detenidos reclamaron “no ser torturados ni asesinados” y negociaron volver al penal de donde se habían escapado. No obstante, fueron engañados. Una vez que entregaron sus armas y antes de abandonar el aeropuerto, Sosa les comunicó que serían trasladados “provisoriamente” a la cercana Base Almirante Zar. El marino, además, les prometió “que en la Base obtendrían todas las seguridades que ellos buscaban”. Sin embargo, no cumplió. En las primeras horas de la mañana siguiente se paseó exultante entre los calabozos y les aseguró que “la próxima vez no habría negociación, sino que los iban a cagar a tiros sin miramientos”. Fue premonitorio. Entretanto, en Buenos Aires, el gobierno militar encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse reclamó al presidente de Chile, Salvador Allende, la detención preventiva de los prófugos que pisaron suelo chileno, y además, “ordenó recuperar el control del penal”. 

Quienes lograron llegar a Chile fueron Roberto Santucho, Mario Osatinsky, Enrique Gorriarán Merlo, Roberto Quieto, Domingo Menna y Fernando Vaca Narvaja, la plana mayor detenida de FAR, ERP y Montoneros. Alejandro Ferreyra, autor del secuestro del avión de Austral en el que se fugaron seis convictos, denuncia que Lanusse pretendió recuperar el penal “a sangre y fuego. Exigió una masacre generalizada”. No obstante, agradece que el jefe del V Cuerpo de Ejército “desobedeció la orden y negoció la entrega del penal que estaba tomado por los presos sin derramar una sola  gota de sangre”. Mientras tanto, los diecinueve detenidos fueron alojados en seis pequeños calabozos enfrentados entre sí y sólo separados por un angosto pasillo de no más de un metro y medio de ancho. Allí permanecieron una semana. Fueron interrogados por personal de civil, obligados a desnudarse y permanecer de pie durante horas. Siempre estuvieron custodiados por cuatro militares armados con pistola, puñal y ametralladoras. Tampoco pudieron conversar.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Trelew, la masacre que en 1972 anticipó el terrorismo de Estado - Parte 2



Entonces, tres uniformados se dirigieron al bar, ingresaron sin tomar precauciones, y se originó un tiroteo donde murieron los policías”. El incidente desnudó las dudas y provocó una reunión conjunta en Bahía Blanca entre las FAR y el ERP. (Montoneros no participó de la operación). Allí supieron que en la Base Zar había movimiento de tropas y que aviones de la Marina estaban estacionados en el aeropuerto de Trelew. Ferreyra señala que después de analizar todos estos aspectos “los compañeros de las FAR plantearon levantar la acción”. No obstante, admite que después de un cuarto intermedio y en donde cada uno discutió con su organización, “se llegó a que no había margen para retroceder”.

Jorge Lewinger (FAR) presente en la reunión, negó que las FAR hubieran pensado en abandonar la operación: “sí en apresurarla, porque había información que algunos compañeros iban a ser trasladados al buque Granaderos”, dice. Hasta el mismo 15 de agosto, día de la fuga, la operación fue un secreto muy bien guardado. Pero hasta último momento sufrió reestructuraciones. 
Esa mañana desde afuera del penal un trapo rojo flameó en una esquina y fue el indicio que la fuga estaba en marcha y se ultimaron los preparativos de la huida que contaron con el guardiacárcel Carmelo Fazio como cómplice. La siguiente es una crónica de los acontecimientos. 13:00 horas. Los prisioneros  formaron como todos los días una fila para almorzar. A nadie le llamó la atención la falta de apetito. El asado de vaca como plato principal fue dejado a un lado por temor a quedarse dormido. 16:00 horas. Los presos que se fugarían se afeitaron y cortaron su cabello. 
La intención fue cambiar su aspecto para no ser reconocidos. 18:15 horas. Los carceleros recorrieron el penal de manera habitual. Sirvieron la cena pero nadie reparó en los cambios fisonómicos de los reclusos. 18:30 horas. Los guardias contaron a los detenidos y comunicaron a la guardia de prevención que el penal se encontraba sin novedad. 

En ese momento despegaba desde Comodoro Rivadavia el Bac- 111 de Austral hacia Trelew con sesenta y seis pasajeros a bordo. Alejandro Ferreyra y Víctor Fernández Palmeiro con armas escondidas abordaron el vuelo sin problemas. 18:45 horas. Cambio de guardia. La novedad fue que el relevo lo hicieron presos camuflados con uniforme. Nadie ofreció resistencia. La sorpresa y la agilidad fueron determinantes. 18:50 horas. Finalizó la toma de los ocho pabellones, la enfermería y la sala de armas. Los guardias fueron encerrados en los pabellones. 18:55 horas. Se produjo el único intercambio de disparos entre detenidos y guardias. Los agentes Gallarraga y Valenzuela se interpusieron con un FAL en la entrada del penal. Gallarraga fue herido y sobrevivió. Valenzuela fue “anulado” y se convirtió en el único muerto en la operación. Entretanto, Carlos Goldenberg llegó hasta el penal al volante de un Ford Falcon. Aguardó a que subieran Roberto Santucho, Mario Osatinsky, Enrique Gorriarán Merlo, Roberto Quieto, Domingo Menna y Fernando Vaca Narvaja y salió a toda velocidad por la ruta siete rumbo al aeropuerto de Trelew, donde los aguardaba “Anita” Wiesen. Ferreyra indica que cuando llegaron los compañeros al aeropuerto “se levantaron de los asientos y le informaron al piloto que el avión no sólo estaba secuestrado sino que pretendían llegar a Chile”. 

El piloto apenas susurró que el combustible no lo permitiría pero Ferreyra le respondió que “todos caerían en la cordillera”. No hizo falta más. Mientras tanto, un centenarde reclusos aguardó ansioso los vehículos manejados por Lewinger. Sin embargo, jamás llegaron. El hombre de las FAR confundió una señal y nunca ingresó al penal. “No vi la frazada colgada y pensé que la operación se había cancelado. A los pocos kilómetros conversé con los otros choferes y me di cuenta que la señal inicial ya la había dado Goldemberg. Lo que yo vi, fue un error de los que me habían hecho la señal. Pero en realidad la indicación de que estaba todo bien ya había sido hecha. Por eso volvimos al penal”.


Pero ya era tarde. Carlos Astudillo, Rubén Bonet, Eduardo Capello, Mario Delfino, Alberto Del Rey, Alfredo Kohon, Clarisa Lea Place, Susana Lesgart, José Mena, Miguel Polti, Mariano Pujadas, María Angélica Sabelli, Ana María Villareal de Santucho, Humberto Suárez, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Toschi, María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, preocupados porque los camiones no llegaban, llamaron tres taxis y se fugaron rumbo al aeropuerto. Llegaron minutos después de que el avión hubiera despegado. Los diecinueve militantes coparon el modesto aeropuerto de Trelew y observaron cómo sus sueños de libertad se escabullían entre las nubes.



domingo, 10 de noviembre de 2013

Trelew, la masacre que en 1972 anticipó el terrorismo de Estado - Parte 1


  
Veinticinco militantes políticos toman el penal de máxima seguridad donde se encuentran detenidos. Seis huyen en un auto, llegan al aeropuerto, abordan un avión previamente secuestrado y lo desvían a Santiago de Chile. Los otros fugitivos son librados a su propia suerte. Una señal mal interpretada echa por la borda los planes de fuga y los obliga a rendirse. 
Luego, el horror. Aunque esto pueda parecer el guión de una película de ficción, es lo que sucedió, hace cuarenta años en Trelew, a veinte kilómetros de la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut. Una ciudad donde nunca pasaba nada pero que, en 1971 se vio sorprendida por el arribo de presos políticos. 

Hasta esa fecha sólo “delincuentes peligrosos” eran confinados a su presidio. La dictadura militar encabezada por el general Alejandro Agustín Lanusse envió allí a la cúpula de las organizaciones revolucionarias para que mantuvieran el menor contacto posible con el exterior y no pudieran fugarse. Sin embargo, las cúpulas de las organizaciones prisioneras en Rawson (FAR; ERP y Montoneros) ni bien arribaron al penal soñaron con huir. Estaban convencidos de vivir una época histórica y no querían desperdiciarla entre rejas. 

El primer paso fue crear un comité de fuga y armar dos planes. Uno para adentro y otro para afuera. Primero comenzaron a cavar un túnel, pero lo abandonaron: el problema era qué hacer una vez afuera. Rápidamente concluyeron de manera unánime que la única alternativa que existía era tomar el avión de Austral que salía desde la ciudad de Comodoro Rivadavia y hacía escala en Trelew. 

Mientras tanto, realizaron tareas de inteligencia para conocer los movimientos del penal. Alejandro Ferreyra (ERP) recuerda que al saber de la operación para “rescatar compañeros que volvieran a la lucha armada”, viajó dos meses por la Patagonia realizando tareas de inteligencia y trató de conseguir un avión en Paraguay. Además, buscó pistas, caminos alternativos y un lugar donde cavar una “tatucera” (cueva) como hacían los tupamaros en el Uruguay. “Hubo hasta quien sugirió conseguir un submarino ruso para escaparse”, dice hoy. La operación era riesgosa y el clima de las reuniones entre las distintas organizaciones “era tenso”. 
Demasiada gente conocía el plan y a esa altura de los acontecimientos “quién podía garantizar que los servicios de inteligencia no lo sabían y preparaban una emboscada”, agrega Ferreyra. Es por ello que muy pocos conocieron la fecha de la fuga. Además, explica el ex militante del ERP, un episodio ocurrido en los días previos en el barrio de Liniers puso en vilo a todos los militantes relacionados con la operación. “Miembros de las FAR habían levantado los camiones para trasladar a los detenidos desde el penal. 
Estacionaron a desayunar antes de viajar al sur. Dio la casualidad que el propietario de un camión pasó por allí, lo reconoció y avisó a la policía. 





sábado, 9 de noviembre de 2013

El contexto de los fusilamientos de Trelew


De los cuatro años de producción de su documental Trelew, la antropóloga y cineasta Mariana Arruti recordó ayer, entre otras cosas, el momento en el que no aceptó las condiciones que uno de los médicos de la Base Almirante Zar, que asistió a las víctimas de la Masacre de Trelew, le impuso para dejarse entrevistar. “El doctor Talavera me dijo que aceptaba que lo filmara, pero que el tape se lo iba a quedar él. Hoy me arrepiento. Nunca pensé que iba a estar en un juicio para poder contar lo que me habría dicho”, dijo Arruti frente al Tribunal Oral Criminal Federal de Comodoro Rivadavia durante su testimonio en el marco del juicio por los fusilamientos del 22 de agosto de 1972. Talavera falleció y se llevó consigo su versión de las muertes.
El repaso de la realización de una de las dos producciones audiovisuales que existen sobre la masacre –la otra es Ni olvido ni perdón, del desaparecido Raymundo Gleyzer– aportó a la “contextualización” de los asesinatos “en el marco de las violaciones a los derechos humanos”, evaluaron las partes acusatorias en el juicio. La persecución a las familias de dos de las víctimas –los Sabelli y los Capello– y a Daniel Carreras, el periodista que cubrió para la televisión local la entrega en el viejo aeropuerto de Trelew de los presos políticos que se habían fugado del penal de Rawson, fueron algunos de los puntos más fuertes de su declaración.
Arruti comenzó a responder preguntas de las querellas y defensas frente al Tribunal Oral de Comodoro Rivadavia pasadas las 16 de ayer. Los acusados –los marinos retirados Luis Sosa, Emilio del Real, Roberto Pacagnini y Jorge Bautista– la oyeron desde Buenos Aires. El cabo Carlos Marandino participó de cuerpo presente. La cineasta mencionó los puntos sobresalientes de la producción del documental que realizó sobre la masacre, que se proyectó en el marco del juicio a principios de mes. “En muchos tramos de su declaración, Arruti logró entablar una conexión directa entre la Masacre de Trelew y las violaciones a los derechos humanos que sucedieron desde 1976 en el país, lo cual refuerza mucho la caracterización de los crímenes de 1972 como delitos de lesa humanidad”, analizó el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos Germán Kexel.
Kexel se refirió a lo que mencionó la cineasta respecto del periodista de Canal 3 de Rawson Daniel Carreras, la tía de María Angélica Sabelli y la madre de Eduardo Capello, quienes en el marco de la realización del documental aseguraron haber sido víctimas de persecución política durante la última dictadura. También a las dificultades que Arruti dijo que tuvo al encontrar imágenes de la toma del aeropuerto, el 15 de agosto de 1972. “Era material que no se encontraba en los canales y después me enteré de que las fuerzas de seguridad en el ’76 comenzaron a retirar cintas que podrían haber sido utilizadas para identificar personas”, consideró.
“Carreras me contó las consecuencias en un montón de aspectos que tuvo para hacer esa entrevista en el aeropuerto”, mencionó Arruti en relación con el periodista que había hablado con los referentes de los 19 presos políticos fugados del penal de Rawson en el viejo aeropuerto de Trelew. “Me contó que de la toma se llevó una púa que le regaló (una de las víctimas, Mariano) Pujadas y una foto de los militantes; que después de eso se fue a vivir al conurbano bonaerense y que allí le allanaron la casa, lo detuvieron y desaparecieron durante diez días en Campo de Mayo, donde fue ferozmente torturado.” El material de esa charla quedó afuera del documental, pero Arruti lo cedió al tribunal para que sea incorporado en la causa ya que, si bien el periodista declaró en la etapa de instrucción, falleció antes del juicio. El tribunal analizará la incorporación de otra prueba sumada por la querella de los familiares: el audio de una entrevista que ofrecieron los tres sobrevivientes a los fusilamientos, María Antonia Berger, Ricardo Haidar y Alberto Camps. “Es una prueba importante por lo simbólico, porque se recupera su voz”, analizó Kexel.
Las charlas con Soledad Capello y Chela Sabelli, en tanto, “impactaron mucho” a la antropóloga. Luego de mudarse en varias oportunidades por sufrir “amenazas”, los padres de Eduardo Capello sufrieron la desaparición de su otro hijo, Jorge, quien “había ido a reconocer el cuerpo de su hermano a Trelew y aparecía en varias notas periodísticas de la época”. “Jorge fue secuestrado con su mujer, Nené, y su hijo de 14 años. Los vieron por última vez en El Vesubio”, apuntó la cineasta. Chela fue quien “reconoció el cuerpo de su sobrina en la morgue, antes de que le hicieran la autopsia”, a dos meses de haber sido asesinada, y cuyo resultado arrojó que “el tiro mortal fue dado a 10 centímetros de la nuca”. Su familia entera se exilió en Italia tras la masacre. Los documentos descubiertos en el archivo de la Armada hace poco más de un mes contienen el informe de esa autopsia, en tanto que el dato del tiro de gracia en la nuca lo mencionó durante su declaración Miguel Marileo, el empleado de la funeraria que contrató la Armada para trasladar los cuerpos.

Por Ailín Bullentini