miércoles, 13 de noviembre de 2013

La sangrienta ley de fuga de la dictadura - Parte 2




Padecieron el frío y varios simulacros de fusilamientos. Debido a ello, ninguno se sorprendió cuando en la madrugada del 22 de agosto fueron despertados a los gritos por Sosa mientras el cabo Marandino les abría los calabozos y Bravo vociferaba “que lo peor que habían hecho era meterse con la Marina” y les ordenaba formar dos filas en el pasillo sin levantar la mirada del piso. No se escuchó más nada. Lo siguiente fue el tableteo de las ametralladoras. No hizo falta más. Los presos ubicados en los calabozos delanteros cayeron fulminados. 

En cambio, los del fondo se zambulleron en los calabozos y de esa manera: María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo Rene Haidar tuvieron la chance de sobrevivir. No obstante, no fue fácil. Bravo recorrió las celdas para completar su faena y que sólo se vio interrumpida cuando alarmados por los disparos llegaron al lugar otros marinos de la Base. Todo indica que los mataron sin piedad. Los cuatro disparos recibidos en la panza embarazada de Ana Villareal de Santucho confirma esa teoría. Sangre y pólvora. Igualmente, nadie atinó a decir nada esa noche. A lo sumo, se escuchó algún insulto o algún quejido por parte de algún herido que reclamaba una atención médica. El teniente de navío médico Juan Ricardo Lois Lisandro dormía esa noche a doscientos metros de los calabozos en la Base. Sin embargo, en su declaración testimonial declaró que no escuchó nada, que se enteró porque fue llamado para asistir a los heridos esa madrugada y que asistió al lugar junto al doctor Talavera. Además, reconoció que cuando llegó a la zona de calabozos se percibía olor a sangre y a pólvora, que l a mayoría de los  detenidos “tenían impac tos en todos lados” y que cuando llegó el capitán Sosa le pidió que lo revisasen porque según él le habían tirado. El médico en su declaración manifestó desconocer quiénes fueron los autores del hecho y que cuando llegó al lugar se encontró “con ese estropicio”. 

Finalmente, Solari Yrigoyen afirma que después del 22 de agosto la vida en el penal de Rawson cambió mucho. Los presos estuvieron un mes incomunicados y “las condiciones de detención se endurecieron de manera considerable”. El abogado señala que en Rawson se torturaba y se sometía a los presos a penas muy crueles, inhumanas y degradantes. Además, el ex legislador recuerda que, si bien el régimen de máxima peligrosidad del penal fue derogado al año siguiente de la masacre, fue  “reinstalado por un decreto de la presidenta María Estela Martínez de Perón” poco tiempo después. Hace cuarenta años los marinos
implicados creyeron que no había sobrevivientes. Sin embargo, en todas las masacres suele haber alguien que se salva y lo puede contar. Así sucedió en los campos de concentración nazis, en Armenia o en Vietnam. También con los fusilados en los basurales de José León Suárez y en los campos de exterminio instalados a lo largo y a lo ancho del país a partir de 1976. Es posible que exista alguna razón inexplicable para que haya personas que a pesar del horror se salven para contar lo sucedido. Ahora, la Justicia tiene la palabra. 




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