Padecieron el frío y varios simulacros de fusilamientos. Debido a ello, ninguno
se sorprendió cuando en la madrugada del 22 de agosto fueron despertados a los
gritos por Sosa mientras el cabo Marandino les abría los calabozos y Bravo
vociferaba “que lo peor que habían hecho era meterse con la Marina ” y les ordenaba
formar dos filas en el pasillo sin levantar la mirada del piso. No se escuchó
más nada. Lo siguiente fue el tableteo de las ametralladoras. No hizo falta
más. Los presos ubicados en los calabozos delanteros cayeron fulminados.
En cambio, los del fondo se zambulleron en los calabozos y de esa manera: María
Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo Rene Haidar tuvieron la chance
de sobrevivir. No obstante, no fue fácil. Bravo recorrió las celdas para
completar su faena y que sólo se vio interrumpida cuando alarmados por los
disparos llegaron al lugar otros marinos de la Base. Todo indica que
los mataron sin piedad. Los cuatro disparos recibidos en la panza embarazada de
Ana Villareal de Santucho confirma esa teoría. Sangre y pólvora. Igualmente,
nadie atinó a decir nada esa noche. A lo sumo, se escuchó algún insulto o algún
quejido por parte de algún herido que reclamaba una atención médica. El
teniente de navío médico Juan Ricardo Lois Lisandro dormía esa noche a
doscientos metros de los calabozos en la Base. Sin embargo, en su declaración testimonial
declaró que no escuchó nada, que se enteró porque fue llamado para asistir a
los heridos esa madrugada y que asistió al lugar junto al doctor Talavera.
Además, reconoció que cuando llegó a la zona de calabozos se percibía olor a
sangre y a pólvora, que l a mayoría de los detenidos “tenían impac tos en
todos lados” y que cuando llegó el capitán Sosa le pidió que lo revisasen
porque según él le habían tirado. El médico en su declaración manifestó
desconocer quiénes fueron los autores del hecho y que cuando llegó al lugar se
encontró “con ese estropicio”.
Finalmente, Solari Yrigoyen afirma que después del 22 de
agosto la vida en el penal de Rawson cambió mucho. Los presos estuvieron un mes
incomunicados y “las condiciones de detención se endurecieron de manera
considerable”. El abogado señala que en Rawson se torturaba y se sometía a los
presos a penas muy crueles, inhumanas y degradantes. Además, el ex legislador
recuerda que, si bien el régimen de máxima peligrosidad del penal fue derogado
al año siguiente de la masacre, fue “reinstalado por un decreto de la
presidenta María Estela Martínez de Perón” poco tiempo después. Hace cuarenta
años los marinos
implicados creyeron que no había sobrevivientes. Sin embargo, en todas las
masacres suele haber alguien que se salva y lo puede contar. Así sucedió en los
campos de concentración nazis, en Armenia o en Vietnam. También con los
fusilados en los basurales de José León Suárez y en los campos de exterminio
instalados a lo largo y a lo ancho del país a partir de 1976. Es posible que
exista alguna razón inexplicable para que haya personas que a pesar del horror
se salven para contar lo sucedido. Ahora, la Justicia tiene la
palabra.
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