martes, 12 de noviembre de 2013

La sangrienta ley de fuga de la dictadura - Parte 1



El 15 de agosto de 1972 veinticinco presos políticos se fugaron del penal de la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut. Seis lograron arribar a Chile en un avión secuestrado de Austral. En cambio, diecinueve
no alcanzaron el vuelo y quedaron varados en el viejo aeropuerto de Trelew. Mientras tanto, mantuvieron el control de la estación aérea y cuatro horas más tarde se entregaron sin lastimar a nadie. A pesar de ello, una semana después, en la Base Naval Almirante Zar, ubicada a pocos kilómetros del aeropuerto, fueron masacrados sin mediar palabra por un grupo de marinos y en donde sólo tres prisioneros pudieron escapar de la muerte. 

Una conferencia de prensa. El ex legislador y abogado de presos políticos Hipólito Solari Yrigoyen recuerda que esa noche, el aeropuerto fue rodeado inmediatamente después de que llegaran los prófugos, por fuerzas navales al mando del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa. Señala que los guerrilleros ante la imposibilidad de irse “se rindieron, pero antes dieron una conferencia de prensa”. Aprovecharon para agradecer la presencia del periodismo y explicaron el motivo de la operación. Solicitaron que un médico los revisara para certificar el estado de salud de todos los detenidos y solicitaron que el juez federal de Rawson, Alejandro Godoy junto al abogado Mario Abel Amaya, presente en el aeropuerto, actuaran como mediadores ante las tropas militares. 

Los detenidos reclamaron “no ser torturados ni asesinados” y negociaron volver al penal de donde se habían escapado. No obstante, fueron engañados. Una vez que entregaron sus armas y antes de abandonar el aeropuerto, Sosa les comunicó que serían trasladados “provisoriamente” a la cercana Base Almirante Zar. El marino, además, les prometió “que en la Base obtendrían todas las seguridades que ellos buscaban”. Sin embargo, no cumplió. En las primeras horas de la mañana siguiente se paseó exultante entre los calabozos y les aseguró que “la próxima vez no habría negociación, sino que los iban a cagar a tiros sin miramientos”. Fue premonitorio. Entretanto, en Buenos Aires, el gobierno militar encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse reclamó al presidente de Chile, Salvador Allende, la detención preventiva de los prófugos que pisaron suelo chileno, y además, “ordenó recuperar el control del penal”. 

Quienes lograron llegar a Chile fueron Roberto Santucho, Mario Osatinsky, Enrique Gorriarán Merlo, Roberto Quieto, Domingo Menna y Fernando Vaca Narvaja, la plana mayor detenida de FAR, ERP y Montoneros. Alejandro Ferreyra, autor del secuestro del avión de Austral en el que se fugaron seis convictos, denuncia que Lanusse pretendió recuperar el penal “a sangre y fuego. Exigió una masacre generalizada”. No obstante, agradece que el jefe del V Cuerpo de Ejército “desobedeció la orden y negoció la entrega del penal que estaba tomado por los presos sin derramar una sola  gota de sangre”. Mientras tanto, los diecinueve detenidos fueron alojados en seis pequeños calabozos enfrentados entre sí y sólo separados por un angosto pasillo de no más de un metro y medio de ancho. Allí permanecieron una semana. Fueron interrogados por personal de civil, obligados a desnudarse y permanecer de pie durante horas. Siempre estuvieron custodiados por cuatro militares armados con pistola, puñal y ametralladoras. Tampoco pudieron conversar.

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