Veinticinco militantes políticos toman el penal de máxima
seguridad donde se encuentran detenidos. Seis huyen en un auto, llegan al
aeropuerto, abordan un avión previamente secuestrado y lo desvían a Santiago de
Chile. Los otros fugitivos son librados a su propia suerte. Una señal mal
interpretada echa por la borda los planes de fuga y los obliga a rendirse.
Luego, el horror. Aunque esto pueda parecer el guión de una película de
ficción, es lo que sucedió, hace cuarenta años en Trelew, a veinte kilómetros de
la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut. Una ciudad donde nunca pasaba
nada pero que, en 1971 se vio sorprendida por el arribo de presos políticos.
Hasta esa fecha sólo “delincuentes peligrosos” eran confinados a su presidio.
La dictadura militar encabezada por el general Alejandro Agustín Lanusse envió
allí a la cúpula de las organizaciones revolucionarias para que mantuvieran el
menor contacto posible con el exterior y no pudieran fugarse. Sin embargo, las
cúpulas de las organizaciones prisioneras en Rawson (FAR; ERP y Montoneros) ni
bien arribaron al penal soñaron con huir. Estaban convencidos de vivir una
época histórica y no querían desperdiciarla entre rejas.
El primer paso fue
crear un comité de fuga y armar dos planes. Uno para adentro y otro para
afuera. Primero comenzaron a cavar un túnel, pero lo abandonaron: el problema
era qué hacer una vez afuera. Rápidamente concluyeron de manera unánime que la
única alternativa que existía era tomar el avión de Austral que salía desde la
ciudad de Comodoro Rivadavia y hacía escala en Trelew.
Mientras tanto, realizaron tareas de inteligencia para conocer los movimientos
del penal. Alejandro Ferreyra (ERP) recuerda que al saber de la operación para
“rescatar compañeros que volvieran a la lucha armada”, viajó dos meses por la Patagonia realizando
tareas de inteligencia y trató de conseguir un avión en Paraguay. Además, buscó
pistas, caminos alternativos y un lugar donde cavar una “tatucera” (cueva) como
hacían los tupamaros en el Uruguay. “Hubo hasta quien sugirió conseguir un
submarino ruso para escaparse”, dice hoy. La operación era riesgosa y el clima
de las reuniones entre las distintas organizaciones “era tenso”.
Demasiada
gente conocía el plan y a esa altura de los acontecimientos “quién podía garantizar
que los servicios de inteligencia no lo sabían y preparaban una emboscada”,
agrega Ferreyra. Es por ello que muy pocos conocieron la fecha de la fuga.
Además, explica el ex militante del ERP, un episodio ocurrido en los días
previos en el barrio de Liniers puso en vilo a todos los militantes
relacionados con la operación. “Miembros de las FAR habían levantado los
camiones para trasladar a los detenidos desde el penal.
Estacionaron a
desayunar antes de viajar al sur. Dio la casualidad que el propietario de un
camión pasó por allí, lo reconoció y avisó a la policía.
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