domingo, 3 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 3

—¿Y cómo se decidió a cambiar ese trabajo por el humor?
—Bueno, me aburría mucho y un día decidí largarme: conseguí un puestito en una compaña de revistas que hacía giras por el interior del Uruguay. Yo había realizado algunos estudios de canto y pensé que triunfaría en ese terreno, pero las cosas salieron distintas. . . 
—¿Por qué?
—Bueno, ésa era la época del romanticismo, así que en mi debut me puse a entonar un bolero. Adopté la mejor cara romántica que pude y canté: a la mitad de la pieza me di cuenta de que todos estaban llorando de risa. 
Me detuve por unos segundos pero después seguí cantando cómo si nada. Así nació ese actor cómico que se llama Ricardo Espalter. Lástima que ahí quedó enterrada una de mis grandes vocaciones.
—La de ser cantor de boleros, claro.
—No. La de cantor de óperas.
— Mi sueño era empezar con Noche de ronda y Nosotros y terminar con La Bohéme ó La Traviata. En fin, mi más oculta vocación era Rigoletto, pero...
—¿Y qué pasó después? 
—Con el tiempo se disolvió la compañía y yo comencé a hacer teatro independiente en Montevideo. Es curioso, pero no me acuerdo bien de la fecha en que sucedieron esas cosas. 
Fue una experiencia maravillosa, pues en ese momento encontré a José Struch, un español exiliado, gran mimo, que luego dirigió en Uruguay a la Comedia Nacional. 
Con él aprendí verdaderamente el oficio de la pantomima, que es el esqueleto de todo trabajo actoral, porque el mimo trabaja con el escenario vacío. El abre una puerta inexistente, se mueve entre muebles que nadie ve y acaricia a un niño o a un perro imaginarios. 

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