martes, 5 de diciembre de 2017

Toto Paniagua - Parte 4


Pero el público debe saber cuándo hay un perro y cuándo hay un niño debajo de la mano, porque la caricia lo sugiere. Si el mimo se vuelve y tropieza con la mesa, la gente tiene que saber que esa mesa está ahí. Y cuando finalmente se va y abre la puerta los espectadores saben que es la misma puerta.
—¿Sólo trabajó como mimo? 
—No, aprendí lo fundamental así, pero también hice papeles protagónicos en Santa Juana, de Bernard Shaw, A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, Cándida, de Shaw. . .
—¿Luego vino la televisión? 
—Sí. Los dueños de la revista Lunes formaron un equipo para hacer un programa por televisión. Había gente de teatro, de radio, de cine y de publicidad. Debutamos en el año 62 en Montevideo con Telecataplum. Fue hermoso: no subestimábamos al público y producíamos las ideas que se nos ocurrían sin simplificarlas, así fueran chistes sobre los clásicos, las comedias musicales o las óperas más famosas. 
En una fiesta que hubo en Montevideo, cuando nos dieron un premio, Blackie nos conoció y tuvo la idea de traernos a Buenos Aires.

Algunos ejecutivos de la TV porteña no estaban demasiado convencidos de que el programa iba a andar bien acá: decían que era para minorías, que resultaba Intelectual. Pero finalmente fue un éxito. Me acuerdo que hicimos una presentación totalmente disparatada: Nikita Kruschev aparecía en pantalla recomendándole a la gente que viera Telecataplum. 
Yo personalmente me di cuenta de la importancia del programa cuando me enteré que en una despedida de soltero hubo 22 personas que se fueron para no perderse la emisión.
—Mucha gente habló del retorno de Telecataplum a la pantalla. ¿Usted lo cree posible?
—No, porque el grupo se dispersó y las condiciones ya no son las mismas. 
Ahora los costos son infinitamente más altos y no se le puede dedicar a un programa el tiempo que le dedicábamos a Telecataplum. 

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