martes, 14 de septiembre de 2010

Biblioteca Nacional – parte 4

En la paternidad de ese artículo periodístico llamado por el historiador Levene “brillante decreto” pretenden ver la prueba de que Moreno fue el fundador de la Biblioteca. Pero en buena lógica de allí sólo se desprende que la Junta lo designó Protector.

¿Qué significa aquel cargo de protector? ¿Era acaso el reconocimiento de que la idea de la fundación había sido suya? De ninguna manera. En las instituciones antiguas existía generalmente un personaje a quien se le confiaba la protección de sus intereses, de sus privilegios, en una forma que lo comprometía a dedicarle toda su diligencia.

Así por ejemplo, en las antiguas universidades se designaba solemnemente un Conservador de los Privilegios, cargo equivalente al que se usó en el Río de la Plata, de Protector de diversas instituciones.

Y así como a nadie se le puede ocurrir atribuir a un Conservador de los Privilegios de la Universidad de París el que se le haya designado tal porque él fuera su fundador, a nadie se le debe ocurrir que el haber sido Moreno protector de la Biblioteca, signifique que también fue su fundador.

Máxime, cuando sólo de nombre fue su protector, pues bien poco se acordó de ella, cosa que también veremos enseguida.

¿Cómo se concibe que si la obra de la Biblioteca hubiera sido suya, habría permanecido tan remiso, en medio del entusiasmo general?

En el “Registro de Donaciones” y en las copiosas listas de suscriptores que publicaba La Gaceta, se leen los nombres más variados y los donativos más diversos; y algunos, por ejemplo los de Belgrano o Chorroarín, se repiten y figuran con una interminable relación de ricos libros; mientras que el nombre de Mariano Moreno sólo aparece una vez como donante de una obra en latín: “Comentarios” de Baldo, de escaso interés, y el de Manuel Moreno no aparece ninguna.

Ambos, sin embargo, hombres de letras, poseían bibliotecas privadas; y el segundo cuando murió en 1857, dejó a sus herederos la más rica biblioteca que hasta entonces había en Buenos Aires.

Existe en el Archivo General de la Nación una nota original de Mariano Moreno, dirigida al Cabildo en 12 de noviembre de 1810, que es una confesión palmaria de que la iniciativa de la Biblioteca era una idea vieja, que no le pertenecía a él.

Moreno invoca allí su calidad de protector, no de fundador, y pide al Cabildo recursos para abonar el sueldo de dos bibliotecarios, y como justificación de tal pedido en tiempos de tanta penuria, les recuerda que la Biblioteca fue proyectada antes de las invasiones inglesas, “por el Cabildo mismo”.

Leamos esto que Moreno escribió de su puño y letra: “El honroso cargo que la Excma. Junta me ha conferido de protector de la Biblioteca pública de esta Ciudad, me pone en la obligación de solicitar todos los arbitrios conducentes a la firmeza y duración de este establecimiento.

“Cuando entraron en esta Capital las tropas del general Beresford se disponía ese Excmo. Cabildo a costear con sus fondos una Biblioteca; y aún los capitulares expulsos no se hallaban distantes de auxiliar la que se está formando”.

¿Puede nadie creer que si él hubiera sido el fundador, habría dejado de aludir a su propia iniciativa, para concedérsela únicamente al Cabildo?

Por el contrario, les recuerda así: los cabildantes anteriores a usted, que fueron expulsados por la Revolución, tuvieron ya, desde antes de las invasiones inglesas la idea de una Biblioteca pública y el deseo de ayudar la que se está formando, sin los recursos oficiales, que yo vengo a pedirles ahora.

Ya veremos más adelante cómo había sido el canónigo Chorroarín el que antes de las invasiones inglesas promovió la fundación de una biblioteca pública.

Entre tanto ya se está viendo, por manifestación del propio Moreno, que él no es más que el protector de una institución cuya idea no le pertenece, pues viene de lejos.

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