martes, 14 de septiembre de 2010

Biblioteca Nacional – parte 5

En cuanto a la protección que le dispensó fue bien escasa, y en algunos momentos del todo perjudicial.

Hay, en efecto, también en el Archivo General de la Nación, una carta de José María Romero a Bernardino Rivadavia, en 18 de febrero de 1812, demostrativa de que Mariano Moreno no fue considerado por sus contemporáneos como fundador de la Biblioteca, sino simplemente como Protector oficial de ella; y que en este sentido le prestó tan escasa atención, que más bien la perjudicó, privándola de donaciones que se le habrían hecho, pero que él, “con su indiferencia o desprecio” rechazó.

Esa carta nos revela que Moreno se había interesado por el donativo de cierto Atlas, pero su dueño, José María Romero, no lo tenía ya cuando él lo pidió y ofreció otros libros, que Moreno rechazó desabridamente, ofendiendo al generoso ofertante.

Si Moreno hubiera sido el fundador de la Biblioteca, no habría manifestado tal desabrimiento hacia quien ofrecía lo que tenía y no podía dar lo que ya no tenía; puesto que él mismo, hombre de libros, como abogado que era, no dio a la naciente institución más que una obra, que hace bien pobre figura junto a las cuantiosas donaciones de Belgrano, de Chorroarín, de Segurola, de todos los contemporáneos que de verdad se interesaban por la institución.

El poco entusiasmo de Moreno por la Biblioteca Pública se advierte mejor todavía en el hecho de que, a pesar de los muchísimos libros y del abundante dinero que le entregaron desde el principio, no apresuró su inauguración; y más bien intentó descargarse de esa preocupación pasándola al presbítero Chorroarín.

Y no se diga que fuera imposible andar más rápidamente.

También la Escuela de Matemáticas se fundó en 1810. La Gaceta del 23 de agosto, anuncia que el Vocal de la Junta, doctor Manuel Belgrano, como Protector de ella, prepara con actividad su instalación.

Veinte días más tarde -12 de setiembre-, se realiza, en efecto, la solemne inauguración y pronuncia el discurso de apertura el propio Belgrano y lo sigue en la palabra Felipe Sentenach, el cual elogia “las virtudes y patriotismo que adornan al ilustre Mecenas, quien protege a la Academia”.

Esta alusión a Belgrano revela que la protección dispensada era efectiva y se traducía en acción y en dinero de su bolsillo. Si Belgrano fue tan diligente Protector de la Escuela de Matemáticas, y si además la ayudó como Mecenas y la inauguró personalmente, ¿Por qué no se dice que él fuera su fundador?

¿Y por qué se dice que Moreno fundó la Biblioteca Pública, si solamente fue Protector de nombre y ni siquiera la vio funcionar?

En las listas de donaciones encontramos una del famoso y maltratado obispo Lué, que entrega 500 pesos fuertes, y otra de José Martínez de Hoz, que da tres onzas de oro junto con una preciosa y valiosísima “Geografía Universal”, de Blaeu, en 10 gruesas “in folio” con admirables grabados.

Pero los hermanos Moreno, ni libros, ni dinero. Cuando pocos meses después Mariano Moreno se embarcó para Europa, llevándose la representación diplomática del país, y 20.000 pesos fuertes en el bolsillo, amén de un sueldo fabuloso para la época (8.000 duros al año) pudo acordarse de “su fundación”, y dejarle algún dinero, mas no se acordó.

De esto se deduce lógicamente, que si a Mariano Moreno no le interesaba aquella criatura, es porque no era su padre.

¿Cómo contrasta su actitud con la de San Martín y la de Belgrano!

Después de la batalla de Chacabuco, el Cabildo de Santiago de Chile, en nombre de la nación que acababa de libertar, envía a San Martín 10.000 pesos fuertes en onzas de oro. El mensajero lo alcanza en plena cordillera, camino de Mendoza. El general agradece el obsequio y lo devuelve destinándolo íntegramente a la fundación de una biblioteca pública en la capital de Chile.

Veamos a Belgrano. Cuando después de la batalla de Salta el gobierno argentino obsequió al general Belgrano la suma de 40.000 pesos fuertes, el gran hombre procede en la misma forma, y con generosidad y sin discursos, rehusa el enorme donativo, destinándolo íntegramente para fundar cuatro escuelas, cuya reglamentación él mismo redacta.

¡Qué alaridos triunfales no lanzarían los panegiristas de Moreno, que han hecho tanto ruido alrededor de hazañas insustanciales, si pudieran referir de su héroe algo como esto!

Pero no hay en toda la historia argentina ejemplo de fortuna más parsimoniosamente administrada que la de Mariano Moreno.

Mariano Moreno no podía afirmar haber costeado ni un ladrillo de la casa que ha venido a ser, por obra de la historia dirigida, parte principalísima de su pedestal.

No le dedicó su dinero, dirán sus devotos, pero le consagró sus afanes y su tiempo. ¡Tampoco eso!

Este fue otro de los motivos que nos infiltró la duda acerca de la veracidad de nuestra historia oficial, que es historia dirigida. La displicencia de Moreno hacia la Biblioteca no se mostró sólo en la exigüidad de sus donativos, sino muy especialmente en el descuido de sus deberes de Protector.

Ejemplo de esta incuria es el retardo en el nombramiento de los indispensables bibliotecarios, anunciado como que se hubieran hecho ya en el artículo de La Gaceta, y que no se hizo, porque el Protector demoró dos meses en pedir al Cabildo los fondos para pagarlos.

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