La confitería de la estación
Uno de los sitios más recordados por los belgranenses, es la Confitería La Paz, ubicada en la esquina de la estación Belgrano “C”, pegada a la misma barrera de la calle Juramento. Se la inauguró junto con el ferrocarril por 1876 con el nombre de Confitería Belgrano y era propiedad de los hermanos de la Fuente que la vendieron, años después a don Felix Menasi.
Por muchos años, el andén y el pasaje adyacente fueron una suerte de patio de la confitería donde incluso se habían instalado mesas. Por las noches, el tango reinaba a pleno. Al principio hubo una orquesta de señoritas como era habitual en aquellos años. Luego comenzaron a entreverarse distintos cantores. Allí debutó el cantor Jorge Vidal, quien me narró en el curso de una nota, que la noche de su debut, en años finales de la década de 1940, ocurrió el grave suceso que determinó el cierre de la confitería: en una pelea a cuchillo, perdió la vida su dueño. Entre muchos otros cantores, en 1943, actuó en la Confitería La Paz, con la orquesta de Cristóbal Herreros, un muy joven Alberto Morán todavía desconocido para el gran público.
Con toda seguridad hubo otros locales, tal vez de efímera fama o de corta vida, aunque no deberíamos olvidar los studs, donde en los días de festejos el tango no pudo faltar. Pero en general —debo insisitir— Belgrano no fue barrio de tango por más que haya tenido —y tenga— ilustres vecinos tangueros como Edmundo Rivero, Atilio Stampone, Amelita Baltar, Leopoldo Díaz Vélez.
Resulta curioso que El Heraldo —periódico semanal noticioso, social e independiente— fundado el 2 de marzo de 1913 bajo la dirección de Carlos A. Turchi, haya publicado el 6 de septiembre de 1916 —cuando lo dirigía Enrique W. Burgos— este singular poema de Armando Mosquera, titulado El Tango:
Dúctil, fácil cadenciosa
es la danza popular
con un alma candorosa
como el alma del lugar.
Por gente vulgar y ociosa
fue enhebrando su rimar
y hoy se exhibe presuntuosa
al calor de nuestro hogar
Danza alegre, danza triste
que en París la seda viste
y las pieles del chacal
la que nació tan sencilla
mostrando la pantorrilla
por los pliegues de percal.
Repárese en los versos del segundo cuarteto. El tango ya había vuelto a Buenos Aires santificado por París. El académico Jean Recherpin, el 25 de octubre de 1913 había leído en la Soborna su disertación titulada “A propos du Tango”. En 1911 Ricardo Güiraldes y Alberto López Buchardo con dos o tres argentinos más y el catalán José Sentis, habían impuesto el tango en la tertulia parisina de Mdme. Reszké. En septiembre de 1913 el barón Antonio María De Marchi —yerno del General Roca— había organizado la famosa velada en el Palace Theatre abriéndole las puertas de la sociedad porteña. No nos debe extrañar que en 1916 el poeta dijera que el tango se exhibía presuntuoso al calor de los hogares belgranenses… (¡Cuánta verdad había en aquello de que París bien vale una misa!)
Está registrada la presencia del Circo Anselmi en el Bajo Belgrano, con su carpa levantada en Blandengues entre Echeverría y Sucre, muy cerca del stud Los Ranqueles. El 22 de abril de 1910 la Gran compañía ecuestre, gimnástica y de dramas y comedias, dirigida por el actor Vicente Vita, representó el drama de Abdón Aróstegui titulado Julián Aguirre, escrito en 1890, que fue el primero en llevar a la escena un baile de tango. Dice Iñigo Carreras: “el culto al coraje y su himno están allí, impuestos al escenario y bien adentrados en los peoncitos del stud que a empellones han ganado un lugar en la carpa”.
La escena es la siguiente: Tocan un tango en las guitarras y el tío Juan y la tía María se colocan uno frente del otro. Cantan y bailan (no olvidar que estamos en 1890):
Una negla y un neglito
Se pusieron a bailá
El tanguito más bonito
Que se pueda imaginá
Y ahí nomás los tíos Juan y María la emprendieron con los primeros pasos de tango que se han dado sobre un tablado.
Dos años antes, el miércoles 11 de noviembre de 1908, en el bar Belgrano de Echeverría y Blandengues, se oyeron los compases de El Choclo, uno de los tangos más emblemáticos de todos los tiempos. Félix Lima, cronista impar de aquellos años, cuenta en “Noche de moda” del libro Entraña de Buenos Aires, que ese día en el Pabellón Belgrano, de Blandengues entre Sucre y Echeverría, se presentó la Compañía Dramática Nacional de los hermanos Fontanella, con un extenso programa. En la primera parte hubo número de excéntricos, juegos de salón, trapecistas y otras novedades. En la segunda “…a pedido del público y de las familias de la localidad. Gran éxito: La grandiosa obra nacional en tres actos y en verso, original del laureado poeta nacional don Martín Coronado, titulada: “Justicia de antaño”.
Entre una y otra sección vino el intervalo “El circo queda casi vacío, La concurrencia apaga la sed bajo la improvisada glorieta de la (mencionada) confitería. Diez minutos. Dos chopes. Una limonada. Un coñaque… Y el tango El Choclo prolonga el primer acto de Justicia de antaño”.
Lima, en dos trazos, da una semblanza de ese bar Belgrano: “Superior a La Perla de Lomas de Zamora —dice— Bebidas nobles, helados, buseca a toda hora, comedorcitos reservados, tranvía a la puerta, baños, etc. Por lo lujoso semeja pedrada en ojo ajena. Imaginaos la Confitería del Águila con sucursal en el Bajo Belgrano”.
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