jueves, 27 de septiembre de 2012

Manuel Belgrano y el "sepulcro de la tiranía" en Tucumán - parte 2

El modesto vencedor de Tucumán renunció el título de Capitán General, y declinando el honor del triunfo, contestó al Gobierno con estas notables palabras, que manifiestan el equilibrio de su alma, inaccesible a la vanidad y a la envidia: “Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio a que aspiro. V. E. tal vez ha creído que tengo un relevante mérito, y que he sido el héroe de la acción del 24. Hablando con verdad, en ella no he tenido más de general que mis disposiciones anteriores, y haber aprovechado el momento de mandar avanzar, habiendo sido todo lo demás obra de mi mayor general, de los jefes de división, de los oficiales, y de toda la tropa y paisanaje, en términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del campo de las Carreras de Tucumán”.

Ganar una batalla como la de Tucumán, a cuyo éxito concurrieron por mitad las faltas del enemigo, es un accidente de la suerte variable de las armas, y no es la más alta gloria de un general; pero resolverse a hacer pie firme al enemigo con un puñado de hombres, después de una retirada de ochenta leguas; esperarle con cerca de la mitad menos de fuerza; dar la batalla contra sus instrucciones y las órdenes repetidas y perentorias de su gobierno, y luego, después del triunfo, rehusar la corona del triunfador y colocarla sencillamente sobre las sienes de sus compañeros de armas, y esto con sinceridad y sin ostentación, es un ejemplo de moderación de que la historia presenta pocos ejemplos.

Aunque la batalla de Tucumán, como queda manifestado, debióse más a las faltas del enemigo que a las combinaciones de Belgrano, y aunque el triunfo fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas, supliendo la decisión de los jefes de cuerpo la falta del general en jefe en el momento decisivo, la resolución de combatir y la iniciativa de la batalla le corresponde exclusivamente, así como las dos maniobras atrevidas que introdujeron el desorden en las filas españolas, es decir, el avance del centro, y el ataque de la caballería de la derecha. Si separado de su infantería por un accidente, y con su caballería desorganizada, tocó a otros el honor de completar la victoria, encontrándose al fin vencedor cuando se creía vencido, esto, aunque disminuye su mérito, no menoscaba la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad, y contra la voluntad del Gobierno mismo, que le ordenaba retirarse a todo trance, aun cuando la fortuna se declarase por sus armas.

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