miércoles, 12 de septiembre de 2012

Tu veneno: los enigmas de la muerte de Mariano Moreno – parte 1


¿Al secretario de la Junta lo envenenaron por orden de Saavedra, su gran adversario?


Mariano Moreno quiso demoler a Cornelio Saavedra y eso complicó el caso desde un principio.

Fue el macilento presidente de la Primera Junta quien sostuvo y divulgó esa hipótesis. En una carta fechada el 15 de enero de 1811 le escribía a su amigo y confidente Feliciano Chiclana, refiriéndose a Moreno: "Este hombre de baja esfera, revolucionario por temperamento y helado hasta el extremo (...) trató de que se me prendiese y aun de que se me asesinase..."

Saavedra no tenía dudas, y fue él quien decidió entonces devastar a su enemigo.

Esa fue, a la vez, la conjetura de Manuel Moreno, el hermano de Mariano, y la de Lupe, su viuda. Pero todo resultó más complicado.

La decisión política de la Primera Junta de traficar armas desde Inglaterra hasta el Plata a través de un complejo y secreto desvío edificó el resto de la intriga.

El contrabando de armas y los contrabandistas, el espionaje y los espías, y las manchas de sangre de la historia ocuparon el centro de la escena.

En efecto, el 24 de enero de 1811, a las seis y media de la tarde (nueve días después de la carta de Saavedra a Chiclana), Mariano Moreno se embarcó en "La Misletoe", anclado en la Ensenada, acompañado de su hermano y de su amigo Tomás Guido, más tarde confidente de San Martín, quien a la sazón gestionaba con agentes ingleses y masones su viaje libertador al Río de la Plata. En las radas neblinosas mil ojos saavedristas corroboraban el hecho de la partida. Eran esbirros al servicio de Pedro Medrano, espía y lobbista del presidente de la Junta. Un día después, los tripulantes trasbordaban hacia la fragata "La Fama", de bandera inglesa. La misma que envolvería el ataúd de Mariano Moreno, quien murió a los 32 años entre convulsiones y misterios el 4 de marzo a la madrugada, presuntamente de muerte antinatural, envenenado según su hermano, con una pócima preparada por el enigmático capitán de la fragata, el mismo que le suministró, según Manuel Moreno, una sobredosis letal de un emético, un vomitivo llamado antimonio tartarizado.

A escondidas, el capitán, cuyo nombre se esfumó en el torbellino de los tiempos, le daba más gotas de las habituales de la pócima y Moreno empeoraba día a día. El marino desoía los ruegos de Manuel Moreno y de Tomás Guido para desembarcar al agónico Mariano en Río de Janeiro. No lo hizo.

Durante tres días y tres noches los tripulantes cantaron fúnebres canciones en inglés. Ya entonces, los morenistas de Buenos Aires eran encarcelados en masa y enviados al presidio huracanado de Carmen de Patagones, French y Beruti entre ellos. Simultáneamente, uno de los hijos de Cornelio Saavedra viajaba, comisionado por su padre, a comprar armas a los Estados Unidos.

El 2 de febrero, en el vestíbulo de su casa, Guadalupe Cuenca, la mujer de Moreno, había encontrado una caja negra sin tarjeta. La abrió en el acto, como quien desenmascara el rostro de la fatalidad. Adentro había un abanico negro, un velo negro y un par de guantes negros.

Todavía Moreno navegaba a Inglaterra. En el Plata, las pasiones hervían. Las clases bajas, la chusma, según la terminología del partido morenista, apoyaban a Saavedra. Y los jóvenes ilustrados que se reunían para discutir sobre Rousseau en el café de Marco, a Moreno.

Pero en todas partes crepitaban los espías y, entonces, los conciliábulos de los morenistas llegaban a la velocidad del rayo a los oídos de Saavedra.

Este tenía motivos para temerle al secretario de la Junta. Cuando su gobierno deliberaba sobre el castigo que debía aplicárseles a los contrarrevolucionarios comandados por Santiago de Liniers, Moreno fue intransigente. Debían morir. Liniers había sido el héroe de la resistencia popular durante las Invasiones Inglesas. Y sin embargo, el 26 de agosto de 1810, por orden de Moreno, fue ejecutado tras su captura. Es célebre el escrito en el que el secretario de la Junta afirma que él mismo irá a matarlo "si fuera necesario y nadie se atreviera a hacerlo".

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