miércoles, 17 de abril de 2019

Conformación del Estado Nacional (1854-1900) - Parte 5


Los inmigrantes arribados al país procedían generalmente de las clases subalternas de Europa, expulsados como población excedente de la Revolución Industrial y la Revolución Agrícola, o bien por las crisis económicas cíclicas, iniciadas en 1866. Recién en 1875, durante la gestión de Nicolás Avellaneda, el Estado Nacional decidió asumir la organización del proceso inmigratorio, mediante la creación de la Comisión General de Inmigración. En 1876 se sancionó la Ley N° 761/76, de Inmigración y Colonización, que asigna la condición de inmigrantes a los:
[…] extranjeros jornaleros, artesanos, industriales, cultivadores o profesores que con menos de 60 años de edad, buena moralidad y aptitudes suficientes, que lleguen en tercera ó segunda clase (en barco) al territorio de la República para establecerse en ella.
(Ley N° 761/76)

La iniciativa incluyó la promoción de la convocatoria a inmigrantes a través de agencias oficiales establecidas en ciudades y puertos europeos y el financiamiento de pasajes en barco entre 1888 y 1891. Sin embargo, el alto precio de la tierra conspiró, en alguna medida, contra el éxito del proceso inmigratorio, e incluso provocó que muchos inmigrantes retornaran a sus países de origen. En adelante, el Estado se limitaría a tratar de encauzar la inmigración espontánea, garantizando ocho días de alojamiento y manutención en el Hotel de Inmigrantes, y la realización de gestiones para conseguirles trabajo.

Debido a que la mayoría de los inmigrantes eran agricultores en sus naciones de origen, la mayoría intentó volcarse a tareas agrícolas. Sin embargo, la promesa de distribución de tierras públicas raramente se cumpliría, ya que en su mayoría ya habían sido malvendidas o cedidas por el Estado a personas o corporaciones influyentes antes de 1885. Fue así como la porción principal de los inmigrantes se convirtió en asalariada, estableciéndose en las ciudades tradicionales o bien en una gran cantidad de centros urbanos que surgieron en la segunda mitad del Siglo XIX. Las iniciativas de colonización, en tanto, sólo florecieron en alguna medida en Mendoza, Entre Ríos, Santa Fe, Misiones y Chaco. En el caso de Misiones y Chaco se convirtieron en el paraíso de las empresas forestales, que operaban desentendiéndose del poder institucional, o en connivencia con este. La empresa británica Forestal Land, Timber & Railway Company, taló los extensos quebrachales del Chaco utilizando braceros y hacheros originarios de Europa del Este. Experiencias similares fueron desarrolladas por empresas similares en Santiago del Estero, Salta y Jujuy.

La inmigración urbana

La inmigración europea provocó un impacto tal que entre mediados del Siglo XIX y la Primera Guerra Mundial la población se duplicó cada veinte años. Según el Censo de 1914, los extranjeros representaban más del 30% de la población argentina. 

En la Ciudad de Buenos Aires alcanzaban más del 60%, mientras que en Rosario representaban el 47% en 1910 y el 42% en 1914, siendo el 55% originario de Italia. Rosario pasó de una población de 9.785 en 1858 a 222.000 en 1914, experimentando un crecimiento del 2169% en 56 años. Sin embargo, la concentración de la tierra en pocas manos, el desarrollo de la ganadería extensiva y la práctica de celebrar contratos de arrendamiento rural de corta duración y enormes cargas para los arrendatarios –duraban no más de 4 o 5 años, y el arrendatario estaba obligado a labrar la tierra, cultivar cereales y forraje, y devolverla sembrada al fin del acuerdo– provocó el asentamiento de la mayoría en las ciudades, sobre todo en la de Buenos Aires. 

En efecto, más de la mitad de los inmigrantes se radicaron en esa ciudad o en la Provincia de Buenos Aires, y el resto de las provincias litorales les siguieron en orden de importancia. Para 1895, el 42% de la población argentina estaba radicada en centros urbanos, y en 1814 este índice se había incrementado hasta llegar al 58%, una tasa superior a la de cualquier país de Occidente, a excepción del Reino Unido y los Países Bajos, y más aún teniendo en cuenta que se trataba de una economía primario-exportadora dependiente. En muchos centros urbanos, los inmigrantes constituyeron las 4/5 partes de la población masculina, y entre ellos predominaban los italianos –un 68,5% se radicó en Buenos Aires– y españoles, sumando en conjunto un 78% de la inmigración total. En las ciudades, los inmigrantes se integraron a los sectores secundario y terciario de la economía. Fueron empleados en la construcción de ferrocarriles, en talleres de utilización extensiva de mano de obra, y un porcentaje significativo se dedicó al comercio. Según el Censo de 1914, de los 47.000 industriales registrados, 31.500 eran de origen extranjero.


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