miércoles, 27 de agosto de 2014

Entrevista a Julio Cortázar – Parte 12

¿Y económicamente?

Bueno, eso se traduce, naturalmente, en un aumento del número de ejemplares vendidos. En cuanto a los derechos por la película, le voy a decir una cosa muy divertida que le probará mi incurable ingenuidad. Es feo dar cifras, pero usted me hace la pregunta y yo le contesto. Por
 Blow Up ese genio de las finanzas modernas que es Carlo Ponti me ofreció, y yo acepté, 4.000 dólares; ellos ganaron 25 millones con la película. Eso no tiene ninguna importancia. El resultado es que Antonioni hizo una admirable película y él se dio el gusto: eso cuenta mucho más que 4.000 dólares.

Y usted se dio el gusto de verla.

Sí, claro. Y verla así, como un espectador cualquiera; estaba en Amsterdam, un día de lluvia, estrenaban Blow Up, pagué mi entrada y la vi. Me gustó mucho.

¿Cuántos idiomas habla, Cortázar? 

Bueno, aparte del español, hablo el francés y, con dificultades por falta de práctica continua, el inglés. Es un idioma que me gusta mucho, pero como voy poco a Londres, y no voy nunca, por fundados motivos, a Estados Unidos, tengo pocas posibilidades de practicar el inglés en París.

Pero ha estado en Estados Unidos.

Estuve una sola vez, en el año 60, trabajando en uno de estos organismos de las Naciones Unidas: me ofrecieron un contrato de revisor de traducciones en Washington, en un congreso de quince días; entonces fui por las Naciones Unidas, estuve en Washington y con el dinero que gané en esos quince días me fui a Nueva York y me los gasté en otros quince días. Fue muy divertido, porque cuando volví a París saqué la cuenta y ese viaje me había salido un dólar. Fue una experiencia muy hermosa para mí, porque Nueva York me exaltó y aplastó al mismo tiempo, me pareció (estos son lugares comunes, porque creo que todos los latinoamericanos sienten más o menos lo mismo) una ciudad absolutamente inhumana para nuestro temperamento, pero en la que hay cosas extraordinarias para ver y para conocer. De modo que había una ambivalencia continua de sentimientos. Se puede ser muy desdichado y feliz, al mismo tiempo, en esa ciudad. Lo que sé es que cuando el avión despegó para llevarme de vuelta a Francia, yo pedí cuatro whiskies seguidos. Tenía una sensación de felicidad infinita. Sí, tenía la sensación de escaparme de algo que no era para mí. Yo no podría nunca vivir en Nueva York.

¿Y se toma whiskies cuando se va de Buenos Aires, en el avión?

No, jamás. Bueno, tomo los whiskies que me ofrece la aeromoza, que tienen esa manera de ofrecer absolutamente irresistible. Tomo cualquier cosa que me den, pero no tengo ninguna razón para tomar whisky; en cambio, cuando me marché de Nueva York sí necesitaba festejar que volvía a un lugar en el que me siento mejor.

Cuando se va de Buenos Aires, ¿siente tristeza de dejar su país? ¿Quisiera quedarse? ¿Cómo se siente Cortázar cuando se va de su ciudad?

Cuando me voy de Buenos Aires, y no me preocupa en absoluto que alguien pueda pensar que estoy mintiendo, no siento que me voy de Buenos Aires, no tengo nunca la sensación de irme de Buenos Aires, porque apenas llego a París entro en una órbita de vida en la que Buenos Aires está cotidianamente presente; sobre todo en estos últimos años. Cuando digo Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América latina. Para eso trato, en la medida de lo posible, de identificarme con toda nuestra América latina. En estos últimos años, el trabajo que un grupo de gente intenta realizar en París (entre otras cosas, por ejemplo, la defensa de los prisioneros políticos) hace que aquello siga siendo Buenos Aires en cierta medida. Yo recibo llamadas telefónicas que son de porteños, seguimos hablando nuestro idioma y leyendo los diarios de aquí.

Cortázar, en este momento se me acaba de ocurrir una pregunta, hablando de los presos políticos. ¿Qué se hace por los presos políticos que puede haber en Cuba?

Bueno, en primer lugar habría que tener información más precisa sobre los presos políticos que puede haber en Cuba, y por qué siguen presos. La información que yo he tenido siempre es que los presos políticos de la Isla están purgando una pena que les fue impuesta por un tribunal. Es decir, que es gente, algunos de los sobrevivientes del ataque de Playa Girón, que puede estar presa por ese motivo y tendrá que purgar una condena de equis años. Yo no conozco casos de presos políticos que no hayan sido juzgados en Cuba.


En este momento, si hay alguna reacción contra el sistema cubano dentro de Cuba, ¿no se llevan presa a la gente, no se la arresta? ¿Hay libertad de expresión? ¿Podríamos hablar como en la Argentina, en este momento, de Paco Urondo sin mayores temores que los propios miedos internos?

Bueno, piense en eso que se llamó el "caso Padilla". Las modalidades que se aplicaron en ese caso a mí me parecen criticables, esa llamada autocrítica que hizo Padilla me pareció una cosa inútilmente espectacular y, además, repetía modelos que no me son simpáticos, como los soviéticos. Pero es evidente que Padilla tuvo el pleno derecho de hacer su autocrítica, de contestar a las preguntas y de responder a cualquier tipo de interpretación que se hiciera en el curso de aquella reunión en la Sociedad de Escritores. Tras lo cual Padilla se reintegró a su vida ordinaria; no sé si sabe que tiene un puesto de traductor en el ministerio y trabaja como cualquier otro cubano. Por eso es que cuando en Europa los firmantes de aquella triste y lamentable segunda carta a Fidel Castro aludían a procesos en Moscú y al stalinismo, se equivocaban tristemente. Porque los procesos en Moscú terminaban habitualmente con una bala en la nuca del acusado, y Padilla termina con un empleo de traductor en el ministerio. Tengo la impresión de que hay alguna diferencia.

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