¿Ha visitado a su
amigo Urondo en la cárcel?
No, porque las visitas no están permitidas. Sólo pueden verlo los familiares más inmediatos.
¿Y le han hecho llegar
sus saludos?
Por supuesto. Y él a mí.
Los nuevos escritores
¿Qué se hace, cuando
se es tan importante como usted, en Europa, por la difusión de los escritores
que comienzan su tarea?
Se puede hacer mucho. Hay unos cuantos argentinos, peruanos, gente que vive en
París y que hace mucho por los jóvenes. Yo creo en los buenos parricidios. Así
como Freud sostiene que el adolescente tiene que, simbólicamente, matar a su
padre para convertirse en un auténtico adulto, las generaciones literarias
deben proceder de la misma manera. Hay un momento en que hay que matar al
padre; es decir, al maestro, al modelo. Pero hay que matarlo en buena ley y no
con golpes bajos. Entonces, ese tipo de parricidio me parece necesario. Yo
pienso, por ejemplo, que esa generación latinoamericana que se ha llamado del
boom, ha completado su obra; muchos de nosotros seguiremos escribiendo porque
nos da la gana y porque es nuestro derecho, pero en el terreno de la acción, de
la influencia literaria, yo creo que éste es el momento en que la palabra les
es dada a los jóvenes, y que ellos deben asumir esa responsabilidad. Entonces,
por mi parte, en la medida de mis fuerzas, yo ayudo todo lo que puedo. Yo soy
el hombre más odiado por todos los carteros de París, porque tienen que subir
cuatro pisos dos veces por día, con varios metros cúbicos de paquetes de libros
y cartas que me llegan de América latina. Los jóvenes me mandan sus libros. Y
en la medida de mis fuerzas, yo los miro. La lectura de todos es imposible por
razones físicas, pero con los años uno tiene un olfato y un cierto instinto, y
yo sé muy bien si un libro merece ser leído íntegramente, me doy cuenta casi en
seguida. Y entonces, siempre que me es posible, recomiendo ese libro a las
editoriales francesas.
¿Un nombre?
Néstor Sánchez, por ejemplo. Un novelista que es muy criticado y muy combatido
por el carácter experimental, muy audaz, de su obra, pero que a mí me parece un
escritor sumamente útil en nuestro medio. Es un hombre que rechaza los moldes
ordinarios de la literatura narrativa y busca escribir libros que, siendo
novelas, tienen al mismo tiempo un aspecto formal, un aspecto idiomático, que
está lleno de belleza porque va en contra de todos los lugares comunes de la
adjetivación usual. Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y que
trabaja a base de síntesis fulgurantes, lo cual dificulta mucho la lectura. Es
un problema, yo lo sé, es muy difícil leer a Sánchez, pero yo siempre lo he
querido y lo he estimado mucho y estoy contento de pensar que uno de sus libros
se va a traducir ahora al francés. Y luego, supongo, seguirán los otros. Ese es
un nombre. Estoy muy contento también de saber que Manuel Puig ha sido
inmediatamente traducido y conocido en Francia, y estimado. Y pienso que muchos
otros seguirán el mismo camino.
Y de los tangueros
contemporáneos, ¿cuáles son los que oye en su discoteca, en su casa de París?
Bueno, sucede que a mí me gustan tanto los viejos tangueros (en eso soy un
perfecto reaccionario, evidentemente) que no he tenido realmente tiempo de
estudiar un poco más, conocer un poco más, lo que está sucediendo en este
momento. Justamente, en estos días ando buscando discos para llevarme a París.
Anoche, por la radio pasaban un tango: me gustó mucho cómo sonaba, un sonido
nuevo, moderno, diferente. Me enteré que lo interpretaba un conjunto que se
llama algo así como Guardia Nueva. Bueno, no tengo la menor idea de quiénes
son, pero me gustó mucho. A lo largo de América latina me han preguntado mucho
por la música de Piazzolla; evidentemente hay un gran interés por estos
experimentos que se hacen con el tango. Pero, volviendo a mi aspecto
reaccionario, cuando es medianoche, estoy cansado y es la hora del último trago
antes de dormir, yo sé que casi siempre pongo un disco de Pichuco.
¿Por qué Pichuco?
Porque lo quiero mucho. Porque creo que es un gran, gran artista. El bandoneón,
en manos de Pichuco, es un instrumento de posibilidades infinitas. Tiene una
manera de frasear, de murmurar un tango, que me parece incomparable. Yo sé que,
sin duda, debo ser injusto con otros bandoneonistas, que los habrá quizá tan
buenos como él. Pero tengo un disco de Pichuco donde Roberto Grela toca la
guitarra, que me parece absolutamente admirable. Espero llevarme una buena
cantidad de discos de gente joven.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario