viernes, 27 de mayo de 2011

Aniversario del nacimiento de Almafuerte – parte 3


Cuando la Revolución del Parque (orientada por el radicalismo) de 1890, Almafuerte se identificó con los ideales libertarios de Alem y con los orígenes revolucionarios de ese movimiento. Pero la violencia de los levantamientos armados que originó pronto lo desengañaron. A partir de entonces, divorciado completamente de la política, Almafuerte confió sólo en las reservas morales del ser humano y nunca más en los cotilleos de comité.

Confiar en la moral, confiar en el Hombre, confiar en el pueblo. Pero para eso había que ayudar a ese pueblo, a ese Hombre, a esa moral. Y la manera que Almafuerte encontró para lograrlo fue extremar su esfuerzo como maestro. La mala situación del pueblo pobre (la "Chusma Sagrada", le gustaba decir) sólo podía ser revertida a través de la educación, en línea con la idea sarmientina. Las escuelas rurales de Buenos Aires, Salto, Chacabuco, Mercedes y Trenque Lauquen lo vieron extenuarse tras horas y horas de clases ininterrumpidas.
En aulas precarias, en simples taperas, Palacios enseñaba las primeras letras, recitaba poemas, transmitía los rudimentos de la matemática a grupos de niños rurales, hijos de peones, hambreados, castigados, excluídos, ignorantes, analfabetos, con una dedicación y una obsesividad fanáticas, indetenibles, interminables. Pero no concluía ahí su labor, en la simple pasividad del transmisor de datos fríos.
Conocía instintivamente las técnicas para estimular la creatividad de los alumnos, los guiaba hacia la investigación, los incentivaba a buscar el saber, los estimulaba a sentir la sed inagotable de conocimiento que él mismo sentía. Enseñaba Ciencias y Geografía a campo abierto ("en el lugar de los hechos", escribió). Su método docente obligaba al alumno a observar la naturaleza y deducir de esa observación las leyes que la regían.

No contento con esto, extendió su campo de acción: pedía a los niños que trajeran a sus padres a estudiar. Y tuvo un éxito inconcebible: los cursos que dictaba Almafuerte comenzaban con no más de diez o quince alumnos, para, al promediar el año, verse colmados por doscientos o trescientos educandos de todas las edades.
Pero, en 1896, por razones políticas (o más bien por falta de ellas, ya que su actitud individualista e independiente irritaba a todos), el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires encontró la manera de silenciar a Almafuerte, al menos en las aulas: el gran maestro no contaba con un título oficial habilitante. Descubrirlo enseñando a los pobres en Trenque Lauquen y prohibirle ponerse al frente de una clase fue todo uno, una de las más grandes injusticias de la historia argentina.

Pero Almafuerte, fiel a su nombre, no cejó. Redobló su labor dialéctica y poética, siguió enseñando en forma privada, defendiendo el rol del docente, exaltando la cultura, trabajando por los pobres.

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