domingo, 27 de marzo de 2011

El comienzo del Proceso - parte 2

Para el gobierno militar la finalidad última era cerrar un “ciclo histórico” abierto con el peronismo en 1946. Reorganizar una “nueva Argentina” por medio de una intervención radical que modifique profundamente un sistema político corrompido, que elimine al Estado demagógico, y que discipline a una sociedad descarriada. Un “Nuevo Orden” era necesario, y esto sólo lo podría efectuar un agente de cambio, que aunque parte institucional de Argentina, se veía a sí misma, y por gran parte de la sociedad, como un organismo inmaculado del germen populista. Como se observa, una retórica del ordenamiento institucional encubría objetivos siniestros. Las Fuerzas Armadas, en fin, debían reencausar a la Argentina por la senda “occidental y cristiana”, y el costo para tal cometido se aseguraba elevado.

En este sentido, se articulaban el disciplinamiento social, que incluía la reestructuración del sistema político, con una trasformación económica que permitiera reforzar, según sus términos, el liderazgo de los sectores económicos más competitivos, que en realidad resultaron ser los que poseían un mayor poder de vinculación con el Estado, y por lo tanto, los más concentrados de la economía. Pero, aunque lo pareciera, esto no era la expresión de un plan homogéneo, unánimemente aceptado por las tres fuerzas, sino más bien las líneas básicas de un acuerdo.
El mismo devenir del proceso manifestará la carencia de un proyecto orgánico de acción, especialmente, por medio de los múltiples conflictos entre, y dentro, de las armas, que expresaban los diversos posicionamientos respecto a la política a seguir. El gran elemento aglutinador, que unía frentes ante un enemigo común, era la lucha contra la subversión.
Por esta razón, los primeros años del Proceso estuvieron marcados por el avance de políticas radicales de transformación. Que como muestra el caso de la economía, no debieron enfrentar demasiados conflictos internos. En cambio, cuando comenzó a disminuir la represión, las divisiones hacia el interior de las propias armas comenzaron a manifestarse públicamente.

Al margen de las diferencias, durante los primeros años de gobierno las Fuerzas Armadas se propusieron gestar y garantizar, según afirmaban, una nueva república donde el desarrollo institucional se realizaría a través de una verdadera democracia.
El proyecto de fondo implicaba, en el largo plazo, la construcción y consolidación de un orden estable sobre el cual el poder militar ejerciera una permanente tutoría política sobre la nación. En fin, lo necesario era “fundar una nueva etapa en la vida argentina que diera término al ciclo de disputas sectoriales sobre la base de afianzar una nueva hegemonía sobre la sociedad”.

De esta forma, y en especial desde el sector más afín a Videla, se pretendió generar, en colaboración con sectores civiles, al actor político encargado de mantener en el futuro la continuidad original del proyecto. Así, el Movimiento de Opinión Nacional (MON), una convergencia cívico-militar, sería la descendencia del régimen. Este garantizaría la renovación necesaria de la clase política, y oficiaría de heredero legítimo y continuador de un sistema de dominio a largo plazo donde las Fuerzas Armadas contaran con la centralidad.

Diego Hernán Benítez y César Mónaco












El comienzo del Proceso - parte 1

Una vez en el poder, el nuevo gobierno de facto dio inicio al denominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN) que tenía como meta central realizar una intensa reestructuración del cuerpo social y del Estado. Se constituyó como una dictadura institucional –de todo el cuerpo de las Fuerzas Armadas- superadora del carácter “ordenador” de la vida institucional del país de las anteriores intervenciones castrenses (salvo la Revolución Argentina de 1966).

A fines de realizar un reparto equitativo de poder y evitar cualquier personalización del mismo se conformó un cuerpo colegiado integrado por los comandantes en jefe de las tres armas (Ejército, Marina y Fuerza Aérea): la Junta Militar. Por medio del artículo 1° del Estatuto del PRN se designó a la misma como suprapoder de la nación y órgano supremo del Estado, por encima de la Constitución Nacional. La Junta, a su vez, debía ser la encargada de designar al Presidente de la Nación, ejecutor de las grandes políticas trazadas por el poder supremo, que tendría un mandato de tres años. El Poder judicial fue intervenido, y las cámaras legislativas fueron suprimidas, instituyéndose en su y en su lugar una Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL).

De la misma forma fueron intervenidas las demás instituciones de gobierno. La finalidad determinada desde el inicio fue realizar una profunda militarización del Estado, que abarcó no sólo la administración central, sino también, los organismos descentralizados, las provincias, los municipios, y las empresas estatales. Y si bien se buscó desde el inicio una pretendida equidad en la distribución de cargos para los diferentes niveles de poder, la histórica relación de fuerzas que remarcaba el predominio del Ejército hizo que éste finalmente prevaleciera en el reparto. No obstante, las Fuerzas Armadas se erigían como la autoridad unívoca que ostentaba el monopolio de toda decisión política.

Se dispuso la disolución de todos los partidos políticos y se estableció el cese inmediato de toda acción política. Se determinó, también, la disolución de cualquier tipo actividad gremial de trabajadores, empresarios y profesionales. En fin, se suprimieron las libertades públicas de los ciudadanos, permaneció activo el estado de sitio, instituido por el gobierno anterior, y se promulgó la pena de muerte para las acciones contra la patria –que nunca llegó a aplicarse-.

La Junta Militar, integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el brigadier Orlando Agosti y el almirante Emilio Massera, emprendió el reordenamiento. Luego de cinco días de tener en sus manos el poder ejecutivo, el 29 de marzo nombró como presidente de la nación a uno de sus miembros, Videla, que retuvo a su vez la comandancia sobre el Ejército.

También se dio a conocer públicamente el Acta que precisaba a través de sus ejes centrales los objetivos básicos para el iniciado PRN: a) restituir los valores esenciales del Estado; b) erradicar la subversión; c) promover el desarrollo económico de la vida nacional basado en el equilibrio y participación de los distintos sectores; d) posteriormente, instaurar una democracia, republicana, representativa y federal, adecuada a la realidad y exigencias de solución y progreso del Pueblo Argentino. Es necesario aclarar, que los mismos no poseían ningún tipo de límite temporal –plazos o etapas- para su concreción.


Diego Hernán Benítez y César Mónaco

El Fondo Monetario apoya a la Dictadura

viernes, 25 de marzo de 2011

Represión ilegal

“Reclusión de hasta diez años a quien difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”.
El comunicado 19 del autollamado Proceso de Reorganización Nacional no deja lugar a dudas. Silencio ante los camiones militares transportando civiles con los ojos vendados y ante los autos sin patente con hombres armados. Silencio ante el asesinato de dos militantes comunistas cuando comandos del Ejército y la Marina ocupan un local partidario.
La represión no hace muchos distingos: son encarcelados el dirigente peronista Raúl Lastiri, su esposa Norma López Rega de Lastiri y el jefe de la UOM Lorenzo Miguel; fallan en el intento de arresto del ex presidente Héctor Cámpora, y secuestran a uno de los máximos líderes del sindicalismo combativo cordobés, René Salamanca.


El consenso inicial


En lo inmediato, la intervención de las Fuerzas Armadas sobre la vida institucional del país contó con la aceptación de amplios sectores e instituciones de la sociedad. Tuvo la adhesión de la cúpula de la iglesia, de un sector destacado de los partidos políticos (especialmente los partidos conservadores provinciales), de las asociaciones empresarias, y de los medios de comunicación. Pero, por sobre todo, obtuvo el consentimiento de buena parte de la sociedad.

Este fue el arco importante de consenso inicial con que contó el régimen. Para entender sus causas es necesario tener presente, en principio, dos elementos centrales. Por un lado, cierta “legitimidad” de origen a la intervención de los militares en la vida política del país. Esta es una característica estructural propia del sistema político argentino gestada a partir de las mismas intervenciones militares. Como sostiene Hugo Quiroga, a partir de 1930 se fue conformando un sistema político “pretoriano”, que incorporó en su interior a las Fuerzas Armadas como un componente esencial y permanente. Se constituyó, de esta forma, una cultura política que aceptaba la politización de las fuerzas castrenses; las cuales se desplegaban en el escenario político como un actor singular que, debido a su fuerza militar, definía el juego institucional.

Por lo tanto, la ingerencia de éstas en la vida democrática del país se fue tornando, para la sociedad, como una alternativa siempre posible. Esto denotaba y alimentaba, a la vez, una escasa convicción en los valores de la democracia, y sus tiempos, reflejada en la pérdida de legitimidad del orden constitucional.

El segundo factor explicativo, intrínsicamente ligado al primero, se encuentra en el contexto inmediato al golpe. Legitimada históricamente su intervención, la opción militar se hacía cada vez más fuerte en una situación que se tornaba cada vez más crítica. Ya desde varios meses antes del golpe eran explícitos y públicos los planteos y reuniones de los jefes militares con el poder ejecutivo nacional. El protagonismo de las fuerzas armadas se incrementaba a medida que aumentaba el desconcierto general que, particularmente, era estimulado y usufructuado por los mismos sectores castrenses por medio de la exaltación de su lucha contra las organizaciones guerrilleras, que por otra parte, se encontraban ya en un evidente proceso de declinación.

De esta forma, el caos general (económico, social y político) fue provocando una importante deslegitimación, no sólo del gobierno mismo, sino también del sistema democrático en su conjunto. Se manifestaba evidente un “vacío de poder” a llenar, que permitió gestar, cada vez más, un mayor consentimiento sobre un “orden” militar.

Diego Hernán Benítez y César Mónaco
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jueves, 24 de marzo de 2011

La dictadura militar, 1976-1983

En la madrugada del 24 de marzo de 1976 el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, Isabel, fue depuesto por un golpe de Estado. Luego de un período democrático de casi tres años (abierto con el gobierno peronista de Cámpora el 25 de mayo de 1973) los militares avanzaron, nuevamente, contra un régimen constitucional, tomaron el poder por la fuerza, e implementaron una feroz y sangrienta dictadura que provocó efectos profundos y permanentes en el país.

Durante sus últimos meses, avasallado por la dinámica misma de una crisis múltiple, el gobierno peronista de Isabel estuvo inmerso en un proceso precipitado de desgaste y deslegitimación, que se manifestaba en un profundo descontento social y en la permanentemente amenaza conspirativa de los militares. A medida que los rumores avanzaban, el apoyo de la sociedad hacia el gobierno disminuía y las chances a una salida institucional se agotaban.

El país se encontraba sumergido en una crisis económica de suma gravedad que se expresaba a través de una inflación galopante que desvirtuaba los índices económicos. En consonancia, se profundizaba una significativa crisis social, ocasionada por el alto grado de descontento de amplios sectores de la sociedad que se manifestaban a través de protestas u otros tipos de movilizaciones. A esto se sumaba un factor general más: una crisis aguda del sistema político que afectaba directamente a los partidos. Estos eran vistos como actores incapaces de brindar una solución al caos, lo cual provocaba, proporcionalmente, un importante descrédito en el sistema democrático. Existía, también, un superlativo grado de violencia política, vinculada tanto a las luchas intestinas dentro del mismo peronismo, cuanto a la acción de grupos guerrilleros de izquierda que se enfrentaban a las fuerzas de represión estatal y paraestatal. El proceso de radicalización de grupos políticos, iniciado a finales de los años 60, continuaba expresando su lado más extremo en la acción armada, considerada como el estadio superior de la acción política tradicional. Y aunque estos se encontraban en franca declinación en el último año del gobierno peronista, mantenían cierto protagonismo en la escena pública que resaltaban con interés los militares. Los más notorios fueron: Montoneros, proveniente de un sector del peronismo de izquierda; y el guevarista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), fracción armada del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Por otro lado, el contexto internacional no era precisamente una expresión de buenos augurios. El primer lustro de los años setenta estaba marcado por la clausura de un excepcional período expansivo de la economía mundial –especialmente en el mundo capitalista desarrollado- que, iniciado durante la posguerra de los años cincuenta, evidenciaba su final por medio de una considerable desaceleración de los índices de crecimiento. Finalizada la etapa de auge, el sistema capitalista comenzaría a transitar su reestructuración, y la mejor punta de lanza sería el neoliberalismo. En el plano político, el subcontinente latinoamericano evidenciaba un claro desplazamiento de gobiernos democráticos por regímenes de facto. El mapa político de América Latina, hacia1976, se encontraba signado en gran parte de su territorio por dictaduras militares.

Diego Hernán Benítez y César Mónaco
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miércoles, 23 de marzo de 2011

El último golpe militar

Todo terminó a la una de la madrugada del 24 de marzo de 1976 cuando el general José Rogelio Villarreal le dijo a Isabel Martínez de Perón: “Señora, las Fuerzas Armadas han decidido tomar el control político del país y usted queda arrestada”. O todo comenzaba.
Es cierto: el país no estaba bien. Había inflación, crisis sindical, violencia y una sensación de ingobernabilidad absolutamente real. Pero lo que se iniciaba esa fatídica madrugada sería peor. Asumía el control del país una Junta de Comandantes en Jefe integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Agosti. “Control del país” significó, entre otras cosas, disolución de los partidos políticos y del Congreso, anulación de la libertad de prensa y expresión, reemplazo de la Corte Suprema de Justicia, supresión de toda actividad política y sindical, entrega económica. Y, fundamentalmente, muerte.

Una pena de muerte disfrazada para “quienes causaren daño a medios de transporte, de comunicaciones, usinas, instalaciones de gas o agua y otros servicios públicos; para los que contaminaren el agua, los alimentos y las medicinas; para los que causaren daños con explosiones o incendios; para los que sean sorprendidos infraganti y no acaten las intimaciones, o se enfrenten con las fuerzas de seguridad", pero en realidad significaba para todo el país que no acatara las órdenes, por más irracionales que fueran.

Comenzaba el mayor genocidio de la historia nacional. El terrorismo de Estado ocupaba los sillones. El plan de exterminio estaba en marcha. La Argentina, los argentinos, nunca más serían los mismos.

Entrega económica
El golpe de marzo del 76 puso en marcha un proceso económico liberal de redistribución del poder y la riqueza. De la mano del Ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, proveniente de la más rancia aristocracia porteña y hombre de confianza de la banca internacional, se implantó la reducción del déficit en base a las privatizaciones y la transferencia de los gastos a las provincias. La economía se “modernizó” abriendo las puertas a la importación, lo que obligó a la industria nacional a competir en un plano de absoluta desigualdad. El modelo de Estado benefactor, que propugnaba el Justicialismo, y las propuestas nacionales y populares cedieron por la fuerza ante la imposición del antecedente inmediato del neo-liberalismo.

La prensa muda
Comunicado N° 19 del 24/03/76
“Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales”.


lunes, 21 de marzo de 2011

LA EXPLORACION DE ESTANISLAO ZEBALLOS – parte 3

“El valle, seguido hasta Malló Lauquén, corre al sudoeste para echarse a Salinas Grandes, en la forma ya de un arroyo, mientras que avanzando la caravana por los médanos, muy pronto llegamos al borde de una profunda depresión del terreno, tipo verdadero de “olla pampeana”, limitada al norte por dunas empinadas y al sur por colinas cuaternarias, de superficie arenosa, que alimentan bosques de algarrobo (prosopis spe); mientras que al sur se divisan las quebradas violentas, y las arboledas tupidas y añosas, que rodean a la laguna principal, que hasta hoy se denomina Salinas Grandes”.

“Parado en el centro de esta preciosa reliquia de hidrografía cuaternaria, el círculo del horizonte se cerraba a todos los vientos, con la silueta de las colinas, de los médanos y de los árboles frondosos. Levántase en el mismo centro un islote, sobre el cual existe un fortín para refugio de la descubierta de Carhué y corredores de campo que llegan hasta aquí”.

 
“Al oeste de la olla, al pié de los médanos que lo limitan, se conserva todavía una vasta superficie con agua permanente, a cuyo depósito llaman los indios, como a toda la olla, “Atreucó”, de Atreu, fría y có, agua”.
“El fortín de Atreucó estaba guarnecido por cuarenta soldados a las órdenes del teniente Faustino Bustamante, que hacía de descubierta o vanguardia de la división de Carhué. Este asilo en medio del desierto, la última población civilizada que hallaba a mi paso, es un túmulo de tierra, rodeado de fosos (…). Sobre el túmulo hay una pobrísima choza, donde Bustamante residía, mientras la tropa se albergaba en ramadas a su alrededor. Hacia la falda del islote levantábanse los toldos de los indios de Uñainché, que debía acompañarme tierra adentro. Como el fortín carecía de nombre y se le daba el de la laguna Atreucó, yo lo denominé “Villar”, en honor al coronel jefe del 6º Regimiento de caballería de línea, que lo ha dirigido en la última campaña del desierto”.

Del relato de Zeballos surge que sólo el fortín Atreucó se había conservado, de aquellos que había ordenado construir Nicolás Levalle. No conocemos que sucedió posteriormente con el fortín ni tampoco su ubicación exacta. También rescata Zeballos el topónimo Luú-Loó, que significa “Médano de la Nutria” (Luú: nutria). “Este roedor (Myopotumus coypus) es común en todas las lagunas y arroyos barrancosos de las comarcas recorridas”. De aquí recibiría la legua de Rolón su primer nombre, esto es “la legua de la Nutria”.

 
En Viaje al país de los araucanos, por Estanislao Zeballos, estudio preliminar de Andrés R. Allende,
Ediciones Solar, Buenos Aires, 1994.
Fragmento del plano principal de “Viaje al país de los araucanos” de Estanislao Zeballos




LA EXPLORACION DE ESTANISLAO ZEBALLOS – parte 2

“Faldeábamos los médanos, aún a riesgo de no llevar la dirección más corta, porque es imposible caminar entre las arenas sin quedar a pié, y entonces se debe buscar el suelo firme.
Los médanos limitan al norte el mismo valle de erosión (…) a lo largo del cual corren análogos bajos, cañadas y lagunas sin límites visibles en dirección del S.O., donde se juntan las aguas derramadas por alturas cercanas y las que deposita la lluvia, formando lagunas saladas, blanquecinas y sin vegetación unas veces, dulces y límpidas otras, cubiertas de un tapiz de verduras, en que sobresalen los juncos, la gramilla, los berros y el duraznillo; receptáculos bienhechores que se suceden caso de legua en legua,en todo el trayecto hasta aquí recorrido.
“Henos aquí ya enfrente de “Malló Lauquén”, “laguna de la greda”. Malló, llaman los araucanos a la tierra rosada cuaternaria, unida a la cal para formar la toba, generalmente blanquecina o rosado amarillosa”.
“Hay en el trayecto que acabamos de recorrer hermosos médanos abiertos, con abundantes depósitos de líquidos en sus entrañas, ya visibles, ya próximos a la superficie, en la cual se derraman al herir con el puñal el seno del cono de arena.
En el terreno firme, cuando las lagunas son saladas, basta cavar pozos de 1 m. de profundidad para obtener agua potable, lo que explica la gran cantidad de jagüeles abiertos por los indios a lo largo de su secular Rastrillada.
Los médanos indican a la vista del viajero la presencia de agua en su seno, porque en el fondo del amplio vaso que forma aquella fecundan la arena ya mezclada con elementos orgánicos, y nace una vegetación tierna dulce, cuyo verdor contrasta agradablemente con el aúreo color de las arenas silíceas y de sus plantas peculiares (…)”.

Dice más adelante Zeballos: “He aquí ahora los montes, el freso y la llama, la alegría y la vida; la alegría de la selva poblada de armonías, de brisas suaves y olorosas, de aguas constantemente puras y no tibias desde el mediodía hasta la noche, como las aguas de las fuentes abiertas al rayo luminoso; la vida que palpita en el susurro del follaje, en el quejido de la torcaz, triste moradora de solitarias sombras, en el trino de los pajarillos que saltan de gajo en gajo, en el bramido de las fieras al arrastrarse en acecho a través de la maleza, y en el cotorreo de los loros, infatigables charlatanes de estos montes, cuyas bandas se asientan sobre las últimas ramas del robusto caldén”.

LA EXPLORACION DE ESTANISLAO ZEBALLOS – parte 1


 
Pocos meses después de ocurridos los sucesos de la conquista, Estanislao Zeballos realizó una exploración de la región. Dice al respecto Andrés Allende11 que “cuando a principios de 1879 los coroneles Nicolás Levalle y Conrado E. Villegas partieron de Buenos Aires hacia sus acantonamientos fronterizos para encabezar la marcha de sus tropas a la expedición al desierto, Zeballos les había prometido visitarlos en sus campamentos avanzados y obtenido de ambos jefes la promesa de su más decidida colaboración”.
“Proponíase el distinguido escritor y hombre de ciencia llegar al corazón mismo del vasto territorio cuya conquista se emprendía, estudiar el relieve (…), determinar la naturaleza y composición de sus suelos, levantar su carta geográfica y realizar observaciones meteorológicas que permitieran conocer su clima (…). Movíale, aparte de su innata curiosidad científica e innegable espíritu de aventuras, un propósito trascendente: escribir un libro para dar a conocer en él, a argentinos y extranjeros, las vastas regiones que el ejército nacional acababa de arrebatar al dominio del indígena; determinar sus recursos naturales y las posibilidades que su suelo ofrecía, a la inmigración; interesar a los jóvenes argentinos en el estudio y conocimiento de su propio país, como medio de trazar un nuevo y útil rumbo a su actividad intelectual”.

Zeballos partió de Buenos Aires el 17 de Noviembre de 1880, acompañado de su hermano, el teniente Federico Zeballos y por el joven fotógrafo Arturo Mathile quien iba provisto de un equipo fotográfico portátil.
En Carhué se le unió una pequeña escolta, facilitada por el coronel Levalle, en la que se destacaba el alférez Olmos quien sería el responsable de hacer las mensuras durante la expedición. Este pequeño grupo rompió la marcha el día 28 de Noviembre de 1880.





domingo, 20 de marzo de 2011

La simulación y la falsedad


"¡Hay algo en este recinto que nos está dando una lección práctica, una lección tangible: estamos en un palacio lujoso, espacioso, rodeado de mármoles y dorados, conozco casi todos los Parlamentos del mundo y habrá pocos ten grandes o más hermosos, pero... estemos sentados aún en las viejos butacas que son del pasado y no corresponden ya a la grandeza del lugar! ¡Hicieron ya su época y deben ser reemplazadas" .

Así, con esta metáfora, Carlos Pellegrini señaló valientemente en 1906, en la Cámara de Diputados de la Nación, la necesidad de que el régimen de "simulación y falsedad" que Imperaba en las instituciones del país fuese reemplazado por otro que diese plena y real vigencia al derecho del pueblo a elegir sus propios gobernantes. A Victorino de la Plaza le tocó presidir, en 1916, esta renovación.
Fue, efectivamente, de la Plaza, el último de la larga serie de presidentes argentinos que, desde la promulgación de la Constitución de 1853, venía ejerciendo el poder en el país sin el sustento legal del voto popular expresado en comicios libres.

Con de la Plaza esta arbitraria y vergonzosa situación concluye. Es bajo su mandato cuando, por primera vez en la historia del país, el pueblo elige libremente, mediante el ejercicio del sufragio obligatorio, universal y secreto instituido por el Presidente Roque Sáenz Peña, al hombre que habrá de ocupar el cargo de presidente de la República.
Abiertas sin fraudes ni violencias las puertas de los comicios, obtiene la victoria Hipólito Yrigoyen, candidato de la Unión Cívica Radical.

Ibarra García creador de la "Orden del Libertador San Martín"



La actuación profesional y artística del creador de la "Orden del Libertador San Martín" fue muy notoria.

Ejecutó numerosos monumentos y tomó parte en diversos concursos, en los cuales obtuvo galardones de primera categoría.

Nació el 24 de mayo de 1892 en Morón, provincia de Buenos Aires, y falleció el 3 de mayo de 1972. Casó con doña Dora Parpaglioni, siendo sus hijos José Eusebio, Carlos María y Miguel Angel. Estudió en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo el título de ingeniero civil.

En 1914 fue nombrado profesor de dibujo de la Academia de Bellas Artes y del Colegio Nacional "Bernardino Rivadavia", y en 1918 del Colegio Nacional de Buenos Aires. También actuó como profesor de matemáticas en la Escuela Superior de Comercio "Carlos Pellegrini". En el año 1932 tuvo una íntima satisfacción: fue designado profesor titular de dibujo técnico en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde él había efectuado sus estudios.

En 1931 fue presidente de la Comisión que redactó el programa y las bases del Primer Congreso Nacional de Urbanismo, inaugurado en Buenos Aires en 1933, y co-autor, con el arquitecto Rómulo Ruiz Moreno, de la Primera Exposición de Urbanismo efectuada en Buenos Aires en 1931.

Durante 1932-1938 fue miembro del Consejo de la Dirección Nacional de Bellas Artes, y de 1935 a 1938, perteneció a la Comisión Asesora del Teatro Colón.Actuó también como jurado en los concursos de fachadas organizados en Mar del Plata.

He aquí algunos de los galardones obtenidos:

Premio Municipal de Escultura en el Salón Nacional de 1935.
Primer premio en el concurso para el mausoleo de Enrique de Vedia, erigido en 1941 en el Cementerio del Oeste de la Capital Federal.
Primer premio en el concurso de monumento al teniente general Julio A. Roca, inaugurado en Tucumán el 17 de Julio de 1943.
Primer premio en el concurso de monumento a don Fernando de Lerma, erigido en la ciudad de Salta. Primer premio en el concurso de monumento al general San Martín en la ancianidad, titulado "El Abuelo Inmortal", inaugurado en 1951 en la plaza Grand Bourg de la Capital Federal.
Segundo premio en los concursos de monumento a Alberti y a Roca en Choele-Choel.
Quinto premio en el concurso de monumento al Gral. Urquiza.

Entre los monumentos figuran:

A Pedro O. Luro, en Mar del Plata.
A Román Arostegui, en Las Flores.
A Carlos Melo, en el Cementerio de la Recoleta.
A Alfredo Passalaqua, en Morón.
Al teniente general Roca, en Tucumán.
A don Hernando de Lerma, en Salta.
Al general San Martín, ecuestre, en Lomas de Zamora.
También ha ejecutado monumentos por encargo directo, entre ellos:
A Daniel Videla Dorna, en Monte.
Al general Martín Güemes.
Al doctor Rómulo S. Naón, en la Plaza Lavalle de la Capital Federal.
Figuran obras escultóricas suyas en el Museo Sarmiento y en el Concejo Deliberante de Buenos Aires.

http://www.cancilleria.gov.ar

ORDEN DEL LIBERTADOR SAN MARTIN - 2



El Collar es reservado solamente a soberanos y jefes de estado. Como corporación de honor que es, la Orden del Libertador San Martín está regida por un Consejo presidido por el Gran Maestre de la Orden, que es el Presidente de la Nación siendo asistido por el Gran Canciller, cargo desempeñado siempre por el Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto. El Consejo es integrado por los señores miembros del gabinete nacional.


izq.: Collar de la Orden del Libertador San Martín
der.: Placa del Collar

El Collar de la Orden del Libertador San Martín, es la insignia de mayor jerarquía que confiere la República Argentina. Posee un gran simbolismo sanmartiniano y constituye una pieza de orfebrería de gran calidad. Fue diseñado en 1943 por el ingeniero y escultor argentino Angel Eusebio Ibarra García (1892-19729), junto con las piezas representativas de los demás grados.
• El collar está compuesto por dieciocho eslabones, diez de ellos representan coronas elípticas de laureles, alternados con otros en forma de sol, unidos por un broche anterior del cual pende un cóndor andino, la corona de laureles y la insignia propiamente dicha. Lo eslabones de laureles, símbolos de dignidad, representan las glorias alcanzadas por el Libertador.
• Los eslabones en forma de sol, reproducen el de la primera moneda argentina acuñada en 1813, por orden de la Asamblea General Constituyente. Es figurado, con un total de treinta y dos rayos rectilíneo y flamígeros alternados.
• El eslabón central del que pende el cóndor andino, muestra el broche de la Divisa al Patriotismo, otorgada por el general José de San Martín a Doña María Josefa Arenales en 1822. Los eslabones, a ambos lados del broche anterior son fijos y junto con los que se encuentran a los lados de los signos del infinito, representan nervaduras de hojas y evocan a los bordados del frac militar que el Libertador vistió como Protector del Perú.
• El cóndor andino es representado de frente, en actitud de volar y en sus garras lleva la corona de laureles que sostiene la réplica en miniatura del sable corvo del prócer, desenvainado como símbolo de acción.
• La insignia que pende de la corona de laureles, representa el sol de la moneda patria con sus dieciséis rayos rectilíneos y otros tantos flamígeros, estilizados, para lograr mayor armonía y lucimiento. Rodeado por el resplandor de dichos rayos se encuentra el busto del Libertador, dentro de un cintillo de brillantes y un doble círculo, en leyenda perimetral superior e inferior Libertador y San Martín.
• En el reverso de la insignia lleva el Escudo Nacional en sus esmaltes naturales, rodeado de un círculo blanco, uno azul celeste y otro de granates. Los demás grados de esta Orden representan el diseño básico de la insignia del Collar, pero sin el cintillo de brillantes.
• La cinta de la Orden es de color azul celeste con bordes blancos, de cien milímetros de ancho para la banda de la Gran Cruz y de crema y de treinta y cinco milímetros de ancho para los grados de Comendador, Oficial y Caballero.

Ac. Carlos Dellepiane Cálcena



sábado, 19 de marzo de 2011

ORDEN DEL LIBERTADOR SAN MARTIN - 1



Por decreto n° 5.000 del 17 de agosto de 1943, se creó la Orden del Libertador San Martín. Este decreto fue reformado por la ley n° 13. 202, sancionada el 21 de mayo de 1948, la que a su vez fue derogada por el decreto ley n° 16.628 del 17 de diciembre de 1957, que recrea la Orden del Libertador San Martín.
Las modificaciones introducidas lo fueron solamente en la forma. La reglamentación aún vigente fue aprobada por decreto n° 16.643 del 18 de diciembre de 1967. Esta Orden se confiere únicamente a los funcionarios civiles o militares extranjeros que en el ejercicio de sus funciones merezcan en alto grado el honor y reconocimiento de la Nación.


izq.: Orden del Libertador San Martín en grado de Caballero
der.: Orden del Libertador San Martín en grado de Oficial

La Orden consta de seis grados: Collar, Gran Cruz, Gran oficial, Comendador, Oficial, Caballero .

izq.: Orden del Libertado San Martín en grado de Comendador
der.: Orden del Libertador San Martín en grado de Gran Cruz

viernes, 18 de marzo de 2011

Martínez de Hoz - Discurso en la Bolsa de Comercio





Discurso del Ministro de Economía, Martínez de Hoz, en ocasión de 125º aniversario de la Bolsa de Comercio. 05/12/1979. RTA - http://www.rta-se.com.ar

Cuando quisieron partir Floresta

Los límites actuales del barrio se mantienen desde 1972, año en que las autoridades militares de turno promulgaron la Ordenanza 26.607, firmada por el entonces intendente Saturnino Montero Ruiz. Diez años después, otro intendente que respondía a un nuevo gobierno de facto, Guillermo Del Cioppo, promulgó una nueva Ordenanza que dividía a la ciudad en 149 barrios. La increíble medida (que nunca llegó a implementarse) rediseñaba el mapa de barrios de la ciudad, dividiendo a la mayoría de los ya existentes, otorgándoles nuevos nombres a las viejos territorios.

La identidad de un barrio difícilmente se compatibilice con sus límites geográficos, en especial si estos son antojadizos y no responden a las tradiciones del lugar. Tan así es que, a pesar de llevar la norma 35 años de vigencia, muchos vecinos siguen sintiéndose de Floresta aunque el mapa les diga hoy otra cosa.

En la práctica poco ha cambiado desde el año '72. Apenas se han "creado" dos nuevos barrios: Puerto Madero y Parque Chas. El resto sufrió retoques mínimos o directamente confirmación de sus límites. En el año 2007 la Legislatura sancionó la Ley N° 2329 que dibujó definitivamente el mapa de las Comunas y de los barrios que las integran, con lo cual el tema quedó (temporalmente) cerrado.

Pero volvamos a la ordenanza "fantasma" del Intendente Del Cioppo y a la forma en que hubiese impactado en el territorio que habitamos.

La Ordenanza en cuestión creaba o redefinía los siguientes barrios (sólo describimos los más cercanos a nuestra tierra):

Flores Este: Av. Gaona, Av. Donato Álvarez, Vías del Ferrocarril Sarmiento, Fray Cayetano.

Flores Oeste: Av. Gaona, Vías del Ferrocarril Sarmiento, Fray Cayetano, Cuenca.

Floresta: Av. Juan B. Justo, Joaquín V. Gonzalez, Av. Gaona, Cuenca, Vías del Ferrocarril Sarmiento, Av. Segurola.

Floresta Sur: Vías del Ferrocarril Sarmiento, Cuenca, Portela, Av. Directorio, Mariano Acosta, Av. Segurola.

jueves, 17 de marzo de 2011

Antiguos escudos de San Isidro - parte 2

Durante la administración de Don Andrés Rolón, se encargó al doctor Adrián Beccar Varela, el reunir los antecedentes históricos para el escudo y proyectarlo. A la vez, se encomendó la tarea de la preparación heráldica, al presbítero Carlos Ruíz Santana, quien representó el sueño de Domingo de Acasusso en un escudo apaisado con forma ovalada, de azúl intenso. En el cantón siniestro una barranca que termina en la punta del escudo, con una iglesia rodeada de casitas con techo color rojo vivo. En el centro un árbol verde. En el flanco derecho, un Sol radiante con sus nueve rayos del mismo metal, alternados (unos rectos y otros flamígeros), bañando la barranca del Río de la Plata. Todo el escudo con orla de oro.

El Escudo y sello Municipal, entonces, fué sancionado durante la intendencia de Don Andrés Rolón en la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1915 por el Honorable Concejo Deliberante.

El 13 de mayo de 1923 Beccar Varela informaba que "esa ordenanza no se cumplió porque el Intendente Rolón terminó su período y sus sucesores no tuvieron interés". El presbítero Ruiz Santana continúo su obra presentando un escudo que mostraba las barrancas con un espinillo, la capilla que fundara Acassuso rodeada de casas y el río de la Plata.


Aquella interpretación tuvo una posterior versión cuya autoría se le atribuye a un tal Hermano. Julián, que presenta algunas modificaciones: el caserío se traslada abajo y se prioriza la figura del árbol y se le añade una cartela de pergamino, que evidentemente precede, con su semejanza, al actual, que se supone el definitivo escudo municipal de San Isidro, cuya réplica oficial se encuentra expuesta en el salón de los escudos del Palacio de la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires, junto con todos los pertenecientes a los distintivos municipios bonaerenses.



miércoles, 16 de marzo de 2011

Antiguos escudos de San Isidro - parte 1

Durante la administración del Juez de Paz, Don Luis Emilio Vernet, en 1862 lucía un escudo eminentemente agrícola, con un óvalo apaisado, blasonado de un campo de trilla, en medio agrupado una gavilla, un rastrillo y una guadaña, con un Sol radiante. Se usó este escudo por poco tiempo como sello municipal estereotipado.

En 1877, la Municipalidad de San Isidro, había adoptado otro escudo, también oval apaisado, en cuya orla llevaba la leyenda: “Municipalidad de San Ysidro” y en su parte central exhibía una palma de olivos. 
Entre 1894 y 1896, ante la carencia de un blasón que fuera verdaderamente representativo,, se utilizó un sello con el Escudo Nacional modificado en su forma (triangular curvilíneo) y el sol, con la leyenda: “Intendencia Municipal”. "San Isidro"







Escudos de San Isidro

HERÁLDICA

Forma: elipse cortado, con filete de su color como bordura.

Trae en palo un árbol con tronco y ramas de su color foliado de sinople.

Trae en el primer cuartel sobre tapiz de azur celeste en la línea del horizonte a diestra un sol naciente con nueve rayos flamígeros y rectos alternados de oro y a siniestra una iglesia de plata y techo rojo.

Trae en el segundo cuartel sobre tapiz de sinople con surcos de sable en talud diestro unas casas de plata techos de gules y puertas de sable. El talud delimita un área triangular en el flanco diestro de azur celeste.

Ornamentos: cartela de pergamino de oro, simétrica con rollos hacia adentro los mayores y el de la punta y hacia afuera los ocho restantes, terminado con un trébol superior.

SIMBOLOGÍA

Más que seguir las reglas de la heráldica se eligió una forma de representar su geografía. De ahí que triunfa el sentido paisajista en el campo del escudo de armas: en primer término, se representa al árbol histórico y a su fértil suelo en la barranca que desciende al río Parana sobre el que nace el sol alumbrando el caserío en lo alto la capilla dedicada a San Isidro fundada por Acassuso en 1706.

 


martes, 15 de marzo de 2011

Batalla de Ensenada de las Pulgas - parte 3


En este lugar ensangrentado ignominiosamente por su bárbara horda a la que titulaba pomposamente “Ejército Restaurador” y que hacía flamear su bandera siniestra con el lema “Federación o muerte”; en ese lugar decimos, lo esperaba el gobernador Dr. José Santos Ortiz con una división de 500 puntanos al mando de Luis de Videla. El encuentro fue épico librándose el combate más encarnizado y aciago de aquella época. Los contendientes que se iban enfrentar en un duelo a muerte, se encontraban en un plano de tal desigualdad que desde el primer momento los invasores debieron tener la impresión de su triunfo y los defensores la de su derrota, la que enfrentaron con un valor y heroísmo que hacen más meritorio su estoico sacrificio.

El ejército del chileno, además de su superioridad numérica y mejor armamento, venía estimulado por los éxitos que había obtenido desde su repulsiva hazaña del Salto hasta el sorpresivo triunfo del Chaján. La división puntana, organizada apresuradamente por el gobernador Ortiz, sólo contaba con el valor legendario de sus jefes y oficiales, pues los soldados carecían de instrucción militar y la mayor parte de ellos concurrían por primera vez a un campo de batalla, mal y deficientemente armados. (5)

En el primer choque fue arrollada la caballería puntana, viéndose obligada a formar cuadros parapetándose en una pequeña isleta de chañares en la que lucharon hasta caer muertos con sus dos oficiales al frente, Dolores Videla y Juan Daract (6), porque ellos y sus soldados prefirieron el sacrificio heroico antes que la rendición humillante. Y ahí, como dice Jofré “los puntanos quedaron en la trinchera de troncos y caldenes, formando un montón ensangrentado y humeante”.

Aquella luctuosa jornada, tremenda por lo que sucedió en el fragor de la lucha y por el ultraje que un extranjero infirió a la autonomía de San Luis, costó a la provincia la pérdida de 180 de sus hijos sobre los 500 que defendieron sus instituciones y el decoro nacional.

El episodio fue monstruoso y de cierta manera constituyó el fatídico prolegómeno de Punta del Médano, acción en la que el caudillo chileno cayó prisionero para ser juzgado y fusilado en Mendoza posteriormente.
El recuerdo que Carrera dejó en su tránsito por San Luis, ha merecido el juicio execratorio de los historiadores más ecuánimes y veraces entre los que se han referido a su obscura trayectoria en tierra argentina. Raffo de la Reta, en su vigoroso libro sobre los Carrera enjuicia con vivo colorido al autor de la masacre de la Ensenada de Las Pulgas. Refiriéndose al bárbaro espectáculo que ofrecían los clanes vencedores dice que “robaban en pleno día, violaban mujeres y mataban a quien quiera que trataba de impedírselo”, agregando: “Don Vicente López relata hechos como el de una niña, de la mejor sociedad puntana, arrastrada al campamento montonero del que cuatro días después se fugó enloquecida y con las huellas de los ultrajes. Y he ahí el clamor de las criaturas, el llanto de las mujeres, llevadas en arreos por los indios rumbo al desierto, o capturadas como esclavas por sus soldados, para la satisfacción de sus peores instintos, sin que hubiera piedad ni compasión”. (7)

Referencias

(1) ”Episodios Puntanos”, página 45.
(2) Raúl Ortelli: “El último malón”, página 25.
(3) Lugar que queda a poca distancia de Mercedes, río de por medio, frente al actual puente de hierro.
(4) El 9 de marzo el gobernador de San Luis se dirigió al de Mendoza y el 13 del mismo mes al de San Juan. Al primero le expresaba: “Son las tres de la tarde y en este momento acaban de llegarme avisos positivos, que Dn. José Miguel Carrera estará hoy en el Morro, con trescientos hombres de armas, entre ellos Soldados e Indios; y que según lo ha dicho algunas veces sigue su marcha hasta esta ciudad. Yo marcho ahora mismo a tomar el paso del Río Quinto, a donde pienso hacer la defensa; pero V. S., entre tanto dictará todas las providencias que considere conducentes a la seguridad de ese benemérito Vecindario… Señala después que si el “pérfido Carrera” lo derrota, inmediatamente avanzará sobre Mendoza, etc. a su vez el gobernador de San Juan le avisa al de La Rioja que Carrera ha vencido a Bustos en Chaján y le pide que le envíe tropas y oficiales veteranos, cuidando que no sean “carrerinos”, pues estaba “abismado” porque Carrera había derrotado a Bustos “que debía tener doble fuerza” (Archivo del Brigadier General Facundo Quiroga, T. I, páginas. 320 y 325). Véase también la carta de Manuel Herrera al gobernador de San Juan, en el mismo tomo, página 334.
(5) En tan apremiantes circunstancias el gobierno de Mendoza auxilió al de San Luis con algunas armas y dotación de municiones.
(6) Dolores Videla: estuvo en la defensa de Buenos Aires en 1807; fue guerrero de la independencia y en 1819 participó en la represión de la conspiración de los prisioneros españoles.
(7) Juan Daract: era uno de los cinco hijos de don Justo Daract – Julio César Raffo de la Reta; “El General José Miguel Carrera”, página 419.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Pastor, Reynaldo A. – San Luis, su gloriosa y callada gesta (1810-1967) – Buenos Aires (1970).



lunes, 14 de marzo de 2011

Batalla de Ensenada de las Pulgas - parte 2


Cuando sus aliados lo abandonaron dejándolo librado a sus propias fuerzas, utilizó a sus aventureros e indios para cometer los actos más vituperables e inhumanos que pueda concebir la mente del hombre civilizado, asolando el pueblo del Salto, despedazando las fuerzas de Córdoba y aniquilando las de San Luis por cuyo territorio había de avanzar como un huracán destructor, desde El Morro hasta dar con el Río Quinto y desde allí a la capital puntana, ocupándola como si fuese un guerrero argentino y no un extranjero obligado a respetar las leyes del país; como si fuera un conquistador y no el que se beneficiaba con la hospitalidad tolerante del país que lo había recibido en su desgracia, y como si no estuviera obligado a obedecer a la autoridad en vez de llevársela por delante como lo hacían aquellos que por lo menos combatían dentro de su patria.
De esta manera el revoltoso general chileno, sin cabida en su patria, buscaba realizar el obsesionante plan de repasar la cordillera, derrocar el gobierno de O’Higgins y restablecer a sangre y fuego la dictadura que antes ejerciera con implacable espíritu persecutorio, pues ya no se trataba de vencer a los españoles cuyo dominio había concluido en Chile sino de vengar la muerte de sus hermanos fusilados en Mendoza y de extirpar de cuajo la influencia de sus adversarios políticos.

Luis Franco nos ilustra sobre este período de la trayectoria de Carrera en nuestro suelo patrio: “Cuando los caudillos federales del litoral terminaron desavenidos entre ellos, -dice este ameno e ilustrado escritor- el de Santa Fe se entendió con el de Buenos Aires y Córdoba, contra el “Supremo Entrerriano”. Por ese mismo pacto debía ser entregado o desarmado el otro socio de López y Ramírez, el chileno Carrera, que capitaneaba una pequeña hueste de aventureros y enganchados con la que pensaba invadir Chile.

Cuando le llegaron ecos del Pacto de Benegas, Carrera levantó su campamento dispuesto a intentar la travesía de Melincué a Mendoza. Como precisaba aviarse de recursos para ello, no trepidó en entenderse con los indios ranqueles, sobre la base de facilitarles la toma del pueblo de Salto, cuya guarnición era de 40 hombres, que podía hacer frente a las lanzas pero no a los fusiles; terminó capitulando bajo la condición del respeto a las vidas. La mayoría del vecindario había buscado refugio en el templo del pueblo. Los indios hicieron saltar el portón de entrada a golpes de ancas de caballo y las paredes del recinto sagrado resultaron petisas para contener la marea de la violación, el expolio y el degüello. El mismo Carrera -según el historiador Vicente López-, escribió a su esposa que él había tenido que recoger a dos niñas de dieciocho años y darle su propio lecho esa noche”.

“El éxito de los ranqueles fue como un río salido de cauce, y arrastró todos los despojos que pudo cargar. Y doscientas cincuenta mujeres, sin contar los niños, fueron invitadas a trasladarse a la capital ranquelina, a través de ciento cincuenta leguas de desierto. (“Yanquetruz”, en La Prensa, octubre 9 de 1966).
En Salto, el 4 de diciembre de 1820, Carrera dejó impresa la primera prueba de su bandolerismo sanguinario y brutal. Sobre lo que ocurrió ese día lúgubre para la civilización, podemos decir con el prestigioso y erudito Landaburu: “Renunciamos a describir este cuadro de barbarie. Al producirlo Carrera escribió la página más abominable de su vida, infiriendo la más terrible afrenta a los principios de humanidad y de civilización” (1), duro y lapidario juicio que Ortelli confirma con esta glosa de los escritos del doctor Montes, antiguo y prestigioso vecino de Salto: “Hace larga referencia al bárbaro ataque de 1820, cuando las huestes del cacique Yanquetruz aliado a la fuerza del renegado general chileno José Miguel Carrera, echa abajo las puertas de la iglesia, saca de allí a numerosa mujeres (incluso a una ascendiente del Dr. Montes)”. A unas las violan allí mismo, a otras las llevan consigo. (2)
“Una vez que hubo cometido este crimen atroz inició, la correría más salvaje y sangrienta que registran los fastos argentinos. Ni Atila en las Galías. Ni Tamerlán en las llanuras del Asia, movieron sus legiones bárbaras con tan raudo paso como la vertiginosa rapidez con que el jefe chileno empujó su horda de facinerosos al encuentro del enemigo, buscando romper a sangre y fuego el valladar infranqueable que habría de oponerse a su fatal destino”.
Del Salto se dirigió a la provincia de Córdoba sorprendiendo en Chaján a las fuerzas de Bustos y batiéndolas y dispersándolas totalmente el 5 de marzo de 1821, se aproximó a la ciudad capital de la provincia sin atreverse a llevarle un ataque para tomarla por asalto. De ahí retrocedió e internándose en la provincia de San Luis, pasó como una exhalación por el Morro rumbo a la capital puntana. Al llegar al paraje “Ensenada de Las Pulgas” (3), sobre la margen derecha del Río Quinto, libró un nuevo combate en el que por segunda vez puso de relieve su índole de caudillo sanguinario y despiadado. (4)

Batalla de Ensenada de las Pulgas - parte 1



Dr. José Santos Ortiz (1784-1835) – Gobernador de San Luis y luego secretario de Facundo Quiroga.


En 1814 el ejército chileno luchaba en el sur de Chile tratando de destruir las fuerzas realistas comandadas por el general Ossorio. Las fuerzas, a cuyo frente se encontraban los generales Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, las enfrentaron en las inmediaciones de Rancagua librando una recia batalla en la que O’Higgins a pesar de haber conducido sus tropas con valor, fue derrotado pues su compatriota Carrera permaneció al margen de la acción desempañando el papel de simple e indiferente espectador.

Producido el desastre de Rancagua, los vencidos tomaron el camino que los conducía a Mendoza donde fueron recibidos y auxiliados generosamente por el pueblo y las autoridades que trataron de hacerles más llevadera su desgraciada situación.

O’Higgins y sus amigos, sin pérdida de tiempo se dispusieron a colaborar con San Martín en su empresa libertadora, cuyo primer paso debía ser el de liberar a Chile de la dominación española. En cambio Carrera adoptando actitudes inusitadas y de discordia con sus compatriotas, pretendió hacer valer en nuestro territorio el título que se atribuía de “jefe del gobierno de Chile”, actitud que mereció una enérgica desautorización de San Martín y su inmediato traslado a Buenos Aires.

Hasta ese momento el general Carrera, pese a su carácter díscolo y a sus enconos partidistas a los que no eran ajenos sus hermanos Luis y Juan José y su altiva hermana Javiera, se inspiraba en el más noble de los ideales, cual era el de emprender la arriesgada empresa de reconquistar su patria. Con ese propósito viajó a Estados Unidos empeñándose en conseguir armas, barcos y recursos para invadir Chile.

Pero a su regreso cometió el error de inmiscuirse en las disputas civiles de los argentinos, embanderándose abiertamente en el bando federal al lado de Alvear, Estanislao López y Francisco Ramírez a los que aportó las fuerzas que había organizado teniendo como base una centena de aventureros chilenos, escogidos entre los que lo habían seguido desde los desgraciados campos de Rancagua, y a los que se agregaban los clanes bravíos del orgulloso araucano Yanquetruz.

Su actitud no se limitó a participar activamente en los combates de la primera Cepeda, de la Cañada de la Cruz y de otros lugares en los que se libraron cruentas batallas, sino que se convirtió en un factor más de la anarquía que devoraba al país, deslizándose desesperadamente por el terreno del salvajismo y la barbarie, sin control ni freno de ninguna naturaleza.

sábado, 5 de marzo de 2011

EL TIGRE DE QUEQUÉN (Felipe Pascual Pacheco)


Realidad y fantasía se confunden en la vida del personaje de Gutiérrez. Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida.

Pero lo cierto es que existió. Así lo demuestran los ex- pendientes judiciales consultados de diversos partidos bonaerenses y, últimamente, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata. Aunque, tal vez, una gran parte de su leyenda corresponda exclusivamente a la frondosa imaginación de Gutiérrez.

El comienzo de la vida errante y desordenada de Felipe Pacheco tiene características en común a la de tantos gauchos de la época: un pleito lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el detonante de una serie de desencuentros con la justicia, donde, obviamente, la brutalidad de las autoridades cumplieron importante rol.

En el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos). Fue detenido tiempo más tarde en Tres Arroyos y llevando a la cárcel de Dolores donde es condenado a 10 años de prisión. Al ser conducido a Buenos Aires, logra escapar del piquete que lo conducía.

Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte hacendado, A. Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea). Allí cuida su rodeo y algunas tropillas de su propiedad. Es conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires. A menudo; en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples pleiteros en busca de gloria. Cada "hazaña' de Pacheco -verificada o no- ;acrecentaba su fama de matrero. Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén". En diciembre de 1875, el comisario Luis Aldaz, rudo personaje de la campaña, en un descuido del "Tigre", consigue atraparlo en su propia guarida. Así terminaba su carrera de gaucho alzado.

Fue acusado, en la oportunidad, por el propio Aldaz, como "uno de esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas".

En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre de 1876.




viernes, 4 de marzo de 2011

El "Sargento" - parte 2



El Sargento era un perro de un valor asombroso: no había peligro capaz de arredrarlo, y bastaba una simple amenaza para que acometiera de una manera decisiva.

Su piel renegrida y lustrosa estaba llena de cicatrices tremendas, recibidas todas ellas peleando valientemente contra el enemigo común. El había tomado parte en todos los combates que se habían librado cerca del campamento, y herido casi siempre, se venía al hospital, donde sabía que el cabo de servicio tenía orden de asistirlo como a cualquier soldado del campamento. El Sargento no se movía del hospital hasta no estar bueno, siendo su primera operación ir a visitar al jefe de la frontera como para avisarle que estaba de alta y a su completa disposición.

El Sargento conocía perfectamente todos los toques de corneta. El de oraciones lo escuchaba de pie y con un raro recogimiento. Parecía participar de la languidez que invade el espíritu en aquellas horas grandiosas, y del respeto que le comunicaba aquel toque severo en un silencio tan viril y solemne.
Al toque de silencio y junto con la larga y sentida nota que lo termina, el Sargento lanzaba un aullido triste y prolongado, y se instalaba en su puesto de servicio hasta la siguiente diana.
Al toque de carneada, el Sargento era infaltable en el paraje donde ésta se efectuaba. El ayudaba a voltear las reses y participaba de las achuras con una provisión notable. Pero si el toque de carneada sonaba durante sus horas de servicio, aunque hiciera tres días que no comía, no se movía de su puesto.

Muchas veces el coronel lo había tanteado haciendo tocar carneada después de silencio. Pero por más apremiante que fuese el hambre, no había logrado hacerlo mover de su puesto. Eran sus horas de servicio, y no tenía él qué hacer con el resto del campamento.

Tenía como única excepción de su vida, una amistad decidida por el cabo Ledesma. Esta amistad tenía su origen en un bello rasgo del valiente negro. Un día el Sargento había quedado por muerto en el campo de batalla. Se había peleado más de tres horas sin tregua, y el Sargento, después de tomar parte en lo más recio del combate, había caído a su vez acribillado a lanzadas.
Después de terminada la persecución, el cabo Ledesma tuvo una inspiración: tal vez no esté muerto, dijo, y alzándolo en ancas lo trajo al campamento, asistiéndolo prolijamente en el rancho del sargento Carmen.

Un mes después estaba sanado, gracias a los cuidados que se le habían prodigado, y desde entonces cobró por el cabo Ledesma un cariño que no había demostrado jamás por nadie. Lo visitaba en la cuadra, y cuando estaba de servicio lo acompañaba en el cuerpo de guardia durante el día y hasta el toque de silencio. Después de esa hora ya se sabe que no se movía de su puesto.
En cambio allí solía venir a acompañarlo el cabo Ledesma. Pero entonces sucedía una cosa particular: el perro salía a recibir al soldado a unas ocho varas antes de llegar al alojamiento del jefe. Su cariño y su agradecimiento no llegaban hasta hacerle faltar a la consigna que él mismo se había impuesto: no dejar llegar a nadie hasta aquella puerta sagrada.

El día que mataron los indios al cabo Ledesma, fue un día de visible pena para el Sargento. Se acurrucó allí en el alojamiento del jefe, de donde no se movió en cuatro días, al cabo de los cuales empezó a hacer sus visitas al toldo del sargento Carmen, la madre de Ledesma. Un mes después de este día amargo para todo el regimiento, porque el cabo Ledesma era un leal veterano, no se volvió a ver más durante el día al Sargento. Al toque de silencio se le encontraba firme en su puesto de guardia, y al de carneada era infaltable a recoger las achuras. Pero después de esta hora se perdía hasta el toque de silencio, en que volvía a aparecer.

Nadie se había podido explicar dónde pasaba el día. Intrigados por esto, los soldados decidieron seguirlo, y sin que el Sargento lo notara, se pusieron en su seguimiento, penetrando al fin del misterio de sus ausencias. El noble perro pasaba el día sobre la tumba del cabo Ledesma, que había aprendido siguiendo al Sargento Carmen.


- Gutiérrez, Eduardo: "Croquis y siluetas militares". Edit.Univesitaria. Bs.As., 1961.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

jueves, 3 de marzo de 2011

El "Sargento" - parte 1



No se puede decir que el Sargento era más leal que un perro, porque él no era más que uno de tantos miembros de la familia canina atorrante en el fuerte general Paz.

El Sargento era un perro de la genuina familia de los atorrantes, pero de esos atorrantes militares que no tienen dueño ni reconocen más amo que el cuerpo donde han nacido y se han criado.

Los soldados van desapareciendo por las deserciones, las muertes y las bajas, y otras nuevas plazas van llenando los claros que dejó la ausencia de aquéllos. Pero el perro queda en el cuerpo, compartiendo las fatigas y los peligros con los que lo forman, sin averiguar si son soldados viejos o reclutas de ayer.

Para él todos los soldados son todos iguales, a todos sirve, a todos obedece, y de todos recibe un bocado o un golpe, con la misma conformidad. Recorre todos los fogones como todos los perros de guardia, sin ver en ellos otra cosa que miembros de su regimiento a quienes tiene la obligación de acompañar y proteger. El perro atorrante no sólo es la compañía y el amigo del soldado, sino su protector mismo.

Cuando no hay qué comer y la cosa se hace difícil, él sale a ayudar a los soldados que van a balear el alimento del día, y corre a la liebre, al venado o al piche, hasta traerlo, jadeante y fatigado, y lo pone a los pies del soldado a cuyo lado se sienta, hasta que le dan su ración o se convence de que no le van a dar nada, y en uno como en otro caso, se retira tranquilamente y se acuesta a dormir.

A este género de perros militares y atorrantes pertenecía el Sargento, grado que había alcanzado, desde simple soldado, merced a sus servicios prestados en los diferentes cuerpos que guarnecieron el "Fuerte General Paz".

El Sargento era perro de campamento, y más que de campamento, de la mayoría donde estaba situado el rancho del jefe de la frontera. El había nacido allí, allí se había criado y de allí no había cariño capaz de arrancarlo.

Los regimientos, como los jefes, cambian con frecuencia de residencia, pero el Sargento quedaba allí firme, esperando el nuevo jefe que le deparara la suerte. Cuando más salía a acompañar al regimiento que se ausentaba hasta el primer fortín, donde esperaba al que venía para recibirlo con todos los honores y meneadas de cola del caso. Y acompañaba al nuevo jefe hasta el pobre ranchito enfrente al hospital, como si quisiera enseñarle cuál era su alojamiento allí y dónde podrían hallarlo cada vez que lo necesitaran.

Así el Sargento había venido al lado de Heredia, al lado de Borges y al lado de Lagos, sin reconocer en ellos a un amo, sino a un jefe cuyas credenciales no eran otras para él que verlo instalado en el pobre alojamiento donde había nacido. Entonces el Sargento obedecía a la palabra del nuevo jefe, con un raro empeño, y se constituía en su asistente y centinela de más confianza.

Sargento iba a las cuadras de los nuevos soldados, como para reconocerlos y hacer amistad con ellos; pero regresaba al puesto que él mismo se había señalado, sin que hubiera fuerza suficiente que lo arrancara de allí.

A la noche, sobre todo, el Sargento se instalaba delante de la puerta, y después del toque de silencio no permitía que nadie pasara sino a seis u ocho varas de distancia: y pobre el que intentase avanzar a pesar de sus ladridos. Sólo al oficial de guardia, a quien reconocía cuando se recibía del servicio, permitía la entrada al rancho del jefe de la frontera. Después de éste, la entrada estaba vedada para todos.