lunes, 21 de marzo de 2011

LA EXPLORACION DE ESTANISLAO ZEBALLOS – parte 2

“Faldeábamos los médanos, aún a riesgo de no llevar la dirección más corta, porque es imposible caminar entre las arenas sin quedar a pié, y entonces se debe buscar el suelo firme.
Los médanos limitan al norte el mismo valle de erosión (…) a lo largo del cual corren análogos bajos, cañadas y lagunas sin límites visibles en dirección del S.O., donde se juntan las aguas derramadas por alturas cercanas y las que deposita la lluvia, formando lagunas saladas, blanquecinas y sin vegetación unas veces, dulces y límpidas otras, cubiertas de un tapiz de verduras, en que sobresalen los juncos, la gramilla, los berros y el duraznillo; receptáculos bienhechores que se suceden caso de legua en legua,en todo el trayecto hasta aquí recorrido.
“Henos aquí ya enfrente de “Malló Lauquén”, “laguna de la greda”. Malló, llaman los araucanos a la tierra rosada cuaternaria, unida a la cal para formar la toba, generalmente blanquecina o rosado amarillosa”.
“Hay en el trayecto que acabamos de recorrer hermosos médanos abiertos, con abundantes depósitos de líquidos en sus entrañas, ya visibles, ya próximos a la superficie, en la cual se derraman al herir con el puñal el seno del cono de arena.
En el terreno firme, cuando las lagunas son saladas, basta cavar pozos de 1 m. de profundidad para obtener agua potable, lo que explica la gran cantidad de jagüeles abiertos por los indios a lo largo de su secular Rastrillada.
Los médanos indican a la vista del viajero la presencia de agua en su seno, porque en el fondo del amplio vaso que forma aquella fecundan la arena ya mezclada con elementos orgánicos, y nace una vegetación tierna dulce, cuyo verdor contrasta agradablemente con el aúreo color de las arenas silíceas y de sus plantas peculiares (…)”.

Dice más adelante Zeballos: “He aquí ahora los montes, el freso y la llama, la alegría y la vida; la alegría de la selva poblada de armonías, de brisas suaves y olorosas, de aguas constantemente puras y no tibias desde el mediodía hasta la noche, como las aguas de las fuentes abiertas al rayo luminoso; la vida que palpita en el susurro del follaje, en el quejido de la torcaz, triste moradora de solitarias sombras, en el trino de los pajarillos que saltan de gajo en gajo, en el bramido de las fieras al arrastrarse en acecho a través de la maleza, y en el cotorreo de los loros, infatigables charlatanes de estos montes, cuyas bandas se asientan sobre las últimas ramas del robusto caldén”.

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