sábado, 7 de septiembre de 2019

El Parque Retiro o nuevo Parque Japonés - Parte 4


Sobre las dos de la tarde de cualquier sábado, domingo o feriado, las caras de ingenuidad y asombro de los niños, acompañados por mayores, entraban al Parque Retiro para vivir emociones tan inocentes como profundas. Gritos de alegría, ilusión, y a veces de auténtico temor daban vida fresca al Parque Retiro.

Caía el sol y como pájaros que vuelven a sus nidos, niños y adultos acompañantes emprendían el regreso. Las luces multicolores del exterior despertaban al “otro” Parque Retiro.

Del mismo modo que al dar vuelta una floja y húmeda baldoso se pone a la vista una heterogénea y variada fauna hasta ese momento invisible,  así aparecían junto a las primeras luces artificiales los ejemplares más heterogéneos de la ciudad pero con el común denominador de la marginalidad.  Desocupados, provincianos desorientados que solían ser víctimas de crueles bromas y a veces de “cuentos del tío”, marineros argentinos o de cualquier país del mundo, contrabandistas de cigarrillos y bebidas, soldados conscriptos en busca de emociones, estafadores que ofrecían anillos de “oro” a cualquier precio porque “tenían que viajar de apuro al interior porque su madre estaba enferma”,  y solitarios de todo tipo. 

Un nuevo espíritu oscuro y amorfo reemplazaba al hasta entonces arcádico paisaje. En los alrededores del Parque Retiro y en su gigantesco predio al descubierto, la débil humareda se elevaba dejando un suave tufo a chorizo cocinado al aire libre junto a los vahos alcohólicos de los puestos de vino ubicados en los alrededores. Otras caras. Otros códigos.

Otro espíritu ya había concretado la transformación. Abrían los salones  de baile y teatro de revistas.

En la entrada misma del Parque, un diariero voceaba la “Crítica sexta, fóbal y carreras” y abriendo disimuladamente su campera, mostraba, ante la cercanía de algún joven o soldado, una borrosa foto pornográfica en blanco y negro de seguramente una alta cotización.

Ahora en el interior el ruido aumentaba, y los puestos, además de ofrecer probar la destreza que podía llegar a premiarse con un objeto de menor valor que el pago por la  participación, en esos mismos puestos, robustas y sofisticadas mujeres exhibían sus abundantes senos y bocas exageradamente pintadas.

Desde la barra de un cercano bar un hombre de zapatos blancos, fino y recortado bigote, anillos llamativos y boquilla que bien  podría ser de oro, vigilaba atentamente a las señoritas cuarentonas o cincuentonas que atendían los puestos desde donde podían negociar un encuentro a la salida o en un breve intervalo.

Una tarima exhibía, en una torpe posición de Buda, a un  el fakir que hacía videncias mirando a la persona o analizando su firma, o un hombre con micrófono en mano invitaba a un salón a ver el maravilloso espectáculo.Para atraer al público masculino solía estar acompañado de una provinciana  joven que  no podía disimular la expresión triste y de un largo cansancio. Vaya uno a saber con que falsas promesas –quizá ser actriz o modelo– habría sido traída desde el interior. Vestida con ropas mínimas era objeto de agresivas bromas eróticas.

Otras veces un ventrílocuo con su muñeco sentado hacía decir palabras zafadas tales como culo o teta que arrancaba sonoras carcajadas a los hipnotizados espectadores.
Una de las variantes del espectáculo consistía en que el ventrílocuo interrogaba al muñeco acerca de su viaje a Francia. Se establecía un diálogo entre ambos: Ventrílocuo: Decime, ¿como se dice mesa en francés? Muñeco: Meseté.Ventrílocuo: ¿Y silla? Muñeco: Silleté.
Ventrílocuo: ¿Y ojo? Muñeco: Ojeté.Y la carcajada estallaba entre el público ante la “audacia” de la palabra.
Robustos jóvenes conscriptos con la inscripción P.M. (Policía Militar) en su  ropa de soldado, con casco blanco y amenazadores bastones, recorrían el Parque Retiro para intervenir en caso de disturbio o ebriedad de algún soldado.

Espectáculos de torpe crueldad, en vivo, con parejas de enanos vestidos con ropa gauchesca. Imitadores de cantores de tango haciendo fonomímica actuaban de atractivo para hacer ingresar a la sala donde siempre estaba por comenzar el espectáculo.
Más de un cantor de tangos, posteriormente afamado hizo su debut en el Parque Retiro.


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