viernes, 6 de septiembre de 2019

El Parque Retiro o nuevo Parque Japonés - Parte 3


Todo era alegría y promesa. Luego se salía a la intemperie.
La majestuosa “Montaña Rusa”, “La Mina Encantada”, “El Tren Fantasma”,
“El Canal Misterioso”, “La Vuelta al Mundo”, “El Látigo”, “El Gusano”, “El Martillo” donde subían los más audaces y que al quedar cabeza abajo, de sus bolsillos caían las monedas que disimuladamente escondía el operario.

Uno de los que quizá tenía más magia era “La Mina Encantada” que consistía en el recorrido por el interior de una excavación subterránea similar a una mina. Se partía desde una entrada subiendo a una zorrilla montada en un riel para caer, casi verticalmente, hacia una zona totalmente oscura. El interior cavernoso estaba perfectamente ambientado. Luego comenzaba un ascenso hasta llegar al nivel de la partida,  siempre en estado de penumbra, a veces de oscuridad total, se seguía subiendo hasta alcanzar un nivel alto, de varios metros.

En un tramo del recorrido, la caverna tenía un corte tipo ventana con vista hacia afuera. Desde allí se podía ver varios metros abajo a la avenida Leandro Alem. Inversamente, los transeúntes de Leandro Alem podía ver el fugaz paso de un vagón en la altura. Finalmente se comenzaba el descenso en forma violenta llegando al punto de partida inicial.

Continuando el paseo exterior del parque, a modo de isletas, había numerosos puestos, tipo kiosco, donde primitivas máquinas, monedas mediante, entregaban respuestas impresas acerca del tema elegido y, según la fecha de nacimiento, variaban las alternativas del dinero o el amor. También los visores donde aparecían fotografías “audaces” de mujeres en malla.
Sin cargo estaba el salón de los espejos deformantes y pagando entrada podía verse al ayunador fakir con agujas clavadas en todo el cuerpo.

Otra gran atracción, que sin duda implicaba grandes riesgos para los protagonistas, era “El Globo de la Muerte”. Se trataba de una esfera de varios metros de diámetro, hecha con tiras de acero y tramada como rígida red para dejar perfectamente visible lo que acontecía en su interior. Por una puerta curvada como el globo, penetraba primeramente un ciclista. Con denodado esfuerzo hacía unas vueltas circulares y como un insecto, quedaba cabeza abajo  sin caer verticalmente impelido por la inercia y la fuerza centrífuga. Luego del ciclista venía un motociclista, quizá con menos esfuerzo físico y más riesgo mecánico, daba unas ruidosas vueltas que el abundante humo magnificaba. Lo más espectacular llegaba con la presencia de una segunda motocicleta, también dentro del globo. Mediante silbatos, de los mismos motociclistas, se coordinaba el cruce para evitar un choque fatal. Esta era una exhibición de auténtico coraje y elevados riesgos.

Siempre dentro del predio descubierto eran muchas otras las ofertas de juegos de emociones o para poner a prueba la fuerza o destreza, como el golpe de puño para lograr el sonar de una campana o el empuje de un pequeño vagón sobre un riel en elevación, para medir la potencia muscular.

También estaban los escenarios que oficiaban de estudio fotográfico donde podía tomarse una fotografía pilotando un avión, luchando contra un tigre o boxeando.
Así  transcurría una tarde semanal, con público multiplicado varias veces los sábados, domingos y feriados. Sí,  una tarde... No la noche...
Si la metáfora del hombre y la bestia o el santo y el demonio sirven para mostrar los extremos y la dualidad latente que encierra un  ser humano, el Parque Retiro tomado como el  cuerpo de un hombre y siendo el alma el movimiento que le confieren sus habitantes fijos y  transeúntes, podemos asegurar que estábamos frente a “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de. Stevenson.

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