viernes, 6 de septiembre de 2019

El Parque Retiro o nuevo Parque Japonés - Parte 2


Cuando todavía quedaba el impacto de los suicidios de  Horacio Quiroga (1937), Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, (1938), en ese 1939 se suicida Lisandro de la Torre.

Florencio Escardó publica sus primeros ensayos acerca del porteño: “El porteño es un ser tan preocupado por buscar la alegría , que ha hecho de esa búsqueda un problema que lo pone triste. Por esta razón, en los sitios de diversión el porteño tiene un aire científico y preocupado. Esa esperanza, a la vez aguda e indefinida, de la diversión, es lo que hace de todo porteño un jugador potencial. Es decir un profesor de esperanza y de inconsciencia”, y finaliza: “De ahí que Buenos Aires sea la ciudad del mundo donde hay más rifas, casamientos y audiencias presidenciales”.

Algunos de estos rasgos del porteño ya los había anticipado Raúl Scalabrini Ortiz, en 1928, y luego finamente delineados en su obra “El hombre que está solo y espera” publicada en 1931. Quizá por esa extraña búsqueda señalada por Florencio Escardó y luego retratada por Raúl Scalabrini Ortiz en la obra citada, la diversión se hace presente  en un nuevo parque de diversiones en ese terrible 1939.

Europa ya estaba encendida por la irracionalidad. Alemania invade Polonia. Muy pronto hace lo mismo con la Unión Soviética de Stalin. Muere el Papa Pío XI y es sucedido por el cardenal Pacelli con el nombre de Pío XII.

En ese entorno histórico de 1939 y hasta 1961 nació, vivió y murió el Parque Japonés-Retiro –algo más de dos decadas–, que nada tenía de japonés, pero que poseía una magia exclusiva.
Retiro era una zona muy oscura desde todo punto de vista, por su paisaje tanto natural como humano. Las noches en esa zona silenciosa tenían cierto misterio. La Torre de los Ingleses, con su imponente presencia oficiaba de auténtico centinela victoriano. Siempre iluminado, dictaba fatalmente la hora.

Muy cerca se encuentra el Kavanagh, inaugurado en 1936, y  que fue en su momento el edificio más alto de la ciudad, superando al Barolo de noventa metros.

La oscura y melancólica imagen del puerto, las estaciones de los ferrocarriles Mitre, Belgrano y San Martín, la plaza San Martín y la Torre de los Ingleses y el Kavanagh, enmarcaban el predio donde se levantaba el nuevo Parque Japonés que tenía  en un letrero haciendo un semicírculo superior, la leyenda  “Parque Japonés”, que seis años después de su nacimiento será  rebautizado como Parque Retiro, cuando en 1944 la Argentina rompe relaciones con el Eje y un año después le declara la guerra a Japón.

Una mirada al Parque, abierto a primera hora de la tarde, impactaba por las dimensiones exageradas en todo, tanto visuales como auditivas. Penetrar en él era ingresar a un recinto, cubierto a modo de hangar, con un ruido clásico e inconfundible: el rodar de máquinas, el chasquido metálico de los tiros de rifle de aire comprimido, sirenas, los impactos de los autos chocadores, el anuncio verbal y repetido  de “Ya comienza el espectáculo...” 
Era difícil decidir por dónde comenzar porque de todas partes llegaban estímulos simultáneos.

“El Infierno del Dante”, “El Palacio de la Risa”, los “Autos chocadores”, “Lanchas con trole”, puestos para ejercitar puntería con rifles de aire comprimido, en pocos minutos ser capaz tapar manualmente un círculo fijo con varios discos manuales, pescar pelotitas de ping pong con una red de mango largo donde un participante siempre ganaba.

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