La historia es la única rama del conocimiento que nos puede decir qué fuimos en el pasado, qué somos en el presente y qué seremos en el futuro.
jueves, 31 de octubre de 2024
miércoles, 30 de octubre de 2024
Alfonsín anuncia un gobierno de crisis en el final del mandato
Entrevista a Madres y Abuelas en Plaza de Mayo 1º de junio de 1978
sábado, 26 de octubre de 2024
Délfor y La Revista Dislocada: La gran usina del humor
martes, 15 de octubre de 2024
Entrevistas a Raúl Alfonsín, Jorge Bacqué y Juan Vital Sourrouille
domingo, 6 de octubre de 2024
Cadena nacional: Alfonsín en la 101° Exposición de la SRA
lunes, 30 de septiembre de 2024
viernes, 6 de septiembre de 2024
Fragmento del mensaje brindado por el general José Félix Uriburu desde el balcón de la Casa Rosada hacia la multitud reunida en la Plaza de Mayo. A un año del golpe de Estado que encabezó para derrocar al presidente Hipólito Yrigoyen, informa sobre los logros de su gobierno de facto: la "consolidación de las finanzas y de los créditos comprometidos", la "regularización de las universidades" y la "depuración social mediante la eliminación de elementos nocivos para el orden público". Anuncia que avanza el plan de reforma constitucional prometido en la proclama inicial que, asegura, fue ampliamente debatido y cuenta con el apoyo de todos los partidos políticos. Éste, agrega, "será el legado más perdurable de la revolución". Dice que ha trabajado para que los partidos "contrarios al personalismo" se organicen y formen coaliciones en torno a objetivos comunes, para evitar que vuelvan al poder los que fueron "autores o cómplices de los delitos" del gobierno depuesto. Ratifica el llamado a elecciones presidenciales para el 8 de noviembre y expresa su confianza en el pronunciamiento electoral del pueblo argentino.
martes, 3 de septiembre de 2024
domingo, 1 de septiembre de 2024
Raúl Alfonsín en Parque Norte-Balance de su Gobierno
HyDUCR: "Raúl Alfonsín en Parque Norte-Balance de su Gobierno" (12 de diciembre de 1989)
domingo, 4 de agosto de 2024
Arturo Umberto Illia
jueves, 1 de agosto de 2024
Cadena nacional: discurso de Bignone a horas de las elecciones
Un
día antes de las elecciones del 30 de octubre de 1983 que marcarían el final de
la última dictadura, el general Reynaldo Bignone brinda un discurso por Cadena
nacional. El presidente de facto argumenta sobre el camino hacia la democracia
y califica la intervención de las Fuerzas Armadas como “de contención”. Obviando
el desgaste post-Malvinas, la masiva movilización del 16 de diciembre de 1982 y
las huelgas promovidas por el movimiento obrero, Bignone entiende su
convocatoria a líderes políticos, producida antes de su asunción, como el hito
fundamental del retorno a la constitucionalidad. En este sentido, llama a los
partidos políticos a promover renunciamientos para ahogar rencores y perdonar
errores como condición para un futuro pacífico. Finalmente, pide que al día
siguiente los argentinos voten por las ideas y no por los rencores.
https://www.archivorta.com.ar/asset/discurso-de-bignone-a-horas-de-las-elecciones-1983/
jueves, 25 de julio de 2024
La PRESIDENCIA de Arturo IlliA - Su Gobierno: 1963 1966
miércoles, 24 de julio de 2024
ARGENTINA a inicios del siglo XX EN COLORES | BUENOS AIRES 1932
lunes, 1 de julio de 2024
Reforma Constitucional: intervención de Alfonsín y otros
martes, 30 de abril de 2024
Asunción y discurso de Héctor Cámpora
El
registro comienza con los instantes finales de la Cadena Nacional que registra
la asunción de Héctor Cámpora. Firman los últimos ministros del Gabinete en el
Salón Blanco (Otero, Taiana y Robledo), el Presidente se abraza con su esposa y
se encamina a su despacho. La transmisión en cadena finaliza, pero los móviles
de Radio Nacional continúan dando cuenta de los sucesos. Los locutores
describen el nivel de afluencia y el ánimo festivo de la multitud, expresan
algunas de las consignas del nuevo gobierno, repasan los nombres del Gabinete y
evalúan si habrá cambios en la estructura ministerial. Describen luego los
movimientos de las personalidades que se retiran de la Casa Rosada, entre
quienes vislumbran al presidente cubano, y anuncian la suspensión del desfile y
del Te Deum a causa de la cantidad de público. En el Móvil 1 se realiza una
entrevista a un militar de la delegación cubana. Los locutores leen algunas
frases de Perón mientras se oyen melodías partidarias. Vinculan la jornada con
la del 17 de octubre de 1945. Repasan las pautas programáticas anunciadas por
Cámpora. Luego, el nuevo presidente habla a la multitud enfervorizada desde el
balcón de la Casa Rosada. Tras el discurso, informan sobre la lenta
desconcentración de lo que, según calculan, alcanza el millón de personas.
lunes, 29 de abril de 2024
sábado, 30 de marzo de 2024
domingo, 24 de marzo de 2024
Juicio a las Juntas - Alegato del Fiscal Julio César Strassera
viernes, 8 de marzo de 2024
Carlos Monzon con Guillermo Andino (1993) DiFilm
sábado, 3 de febrero de 2024
miércoles, 31 de enero de 2024
Conferencia de prensa de Videla. Diciembre de 1979
viernes, 12 de enero de 2024
“La conquista del desierto”
Los primitivos dueños de la tierra venían resistiendo la conquista del hombre blanco desde la llegada de Solís, en 1516. Don Pedro de Mendoza debió abandonar Buenos Aires en 1536 por la hostilidad de los pampas. Sólo a partir de la creación del virreinato y la consecuente presencia de un poder político y militar fuerte, fue posible establecer una línea de fronteras con el “indio” medianamente alejada de los centros urbanos.
Rosas, haciéndose eco de
las demandas de sus colegas estancieros sobre los constantes robos de ganado
por parte de los indios, encabezó la primera “conquista al desierto”.
Entre 1833 y 1834, al
concluir su primera gobernación, Juan Manuel de Rosas, emprendió la primera
campaña financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses preocupados
por la amenaza indígena sobre sus propiedades.
La expedición contó con
el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas
combinó la conciliación con la represión.
Pactó con los pampas y se
enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel
Calfucurá.
Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de
comenzar la conquista, el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros
y se rescataron 1.000 cautivos blancos.
Hasta la caída de Rosas
se vivió en una relativa tranquilidad en las fronteras con el indio, pero a
partir de 1853 reaparecieron los malones. En marzo de 1855, el gobierno de la
provincia envió una expedición militar hacia la zona de Azul al mando del coronel
Bartolomé Mitre. Mientras acampaba en Sierra Chica, la división fue cercada y
diezmada por los lanceros del cacique Calfucurá.
Calfucurá
(significa piedra azul) era el jefe indígena más importante. Había nacido
en Lloma (araucania chilena) en 1785. En 1834 logró imponerse sobre los
araucanos de Masallé (La Pampa) y se proclamó «cacique general de las pampas».
El cacique araucano sometió a todas las tribus del Sur. Calfucurá, dotado de
una gran inteligencia y una notable capacidad de organización, organizó en 1855
la «Gran Confederación de las Salinas Grandes», en la que confluyeron las
tribus pampas, ranqueles y araucanas. Mantendrá en vilo a los sucesivos
gobiernoshasta ser derrotado en marzo de 1872 en la batalla de San Carlos, en
el actual partido de Bolívar. Calfucurá murió un año más tarde con casi cien
años en la isla de Chiloé. Tomará el mando su hijo, Namuncurá, quien secundado
por sus bravos guerreros, Cachul, Catriel, Caupán y Cañumil, se dispuso a
cumplir el mandato de defender sus tierras, pero no tendrá la tenacidad de su
padre.
La consolidación del
Estado nacional hacía necesaria la clara delimitación de sus fronteras con los
países vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del
espacio patagónico reclamado por Chile durante décadas. Sólo la pacificación interior
impuesta por el Estado nacional unificado a partir de 1862, permitió a fines de
la década del 1870, concretar estos objetivos con el triunfo definitivo sobre
el indio.
El gobierno de
Avellaneda, a través del ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó una campaña
para extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos
Aires.
El plan de Alsina era
levantar poblados y fortines, tender líneas telegráficas y cavar un gran foso,
conocido como la «zanja de Alsina», con el fin de evitar que los indios se
llevaran consigo el ganado capturado.
Antes de poder concretar
del todo su proyecto, Alsina murió y fue reemplazado por el joven general Julio
A. Roca. La política desarrollada por Alsina había permitido ganar unos 56 mil
kilómetros cuadrados, extender la red telegráfica, la fundación de cinco
pueblos y la apertura de caminos.
El nuevo ministro de
Guerra aplicará un plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a través
de una guerra ofensiva y sistemática. El propio Roca había definido con sus
palabras la relación de fuerzas: «Tenemos seis mil soldados armados con
los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que
no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza
primitiva». 1
Los teóricos de la
modernización del país proponían poblar el «desierto» que se suponía
deshabitado. No eran numerosos los habitantes, pero había pobladores
previos a esta postulación. Estos habitantes eran los indígenas. Un
testigo de la época, el Ingeniero Trevelot, opinaba: “Los indígenas han probado
ser susceptibles de docilidad y disciplina. En lugar de masacrarlos para
castigarlos sería mejor aprovechar esta cualidad actualmente enojosa. Se
llegará a ello sin dificultades cuando se haga desaparecer ese ser moral que se
llama tribu. Es un haz bien ligado y poco manejable. Rompiendo violentamente
los lazos que estrechan los miembros unos con otros, separándolos de sus jefes,
sólo se tendrá que tratar con individuos aislados, disgregados, sobre los cuales
se podrá concretar la acción. Se sigue después de una razzia como la
que nos ocupa, una costumbre cruel: los niños de corta edad, si los padres han
desaparecido, se entregan a diestra y siniestra. Las familias distinguidas de
Buenos Aires buscan celosamente estos jóvenes esclavos para llamar las cosas
por su nombre». 2
El plan de Roca se
realizaría en dos etapas: una ofensiva general sobre el territorio comprendido
entre el Sur de la Provincia de Buenos Aires y el Río Negro y una marcha
coordinada de varias divisiones para confluir en las cercanías de la actual
ciudad de Bariloche. En julio de 1878, el plan estaba en marcha y el ejército
de Roca lograba sus primeros triunfos capturando prisioneros y recatando
cautivos.
El 14 de agosto de 1878,
el presidente Avellaneda envió al Congreso un proyecto para poner en ejecución
la Ley del 23 de agosto de 1867 que ordenaba la ocupación del Río Negro, como
frontera de la república sobre los indios pampas. El Congreso sancionó en
octubre una nueva ley autorizando una inversión de 1.600.000 pesos para
sufragar los gastos de la conquista.
Con la financiación
aprobada, Roca estuvo en condiciones de preparar sus fuerzas para lanzar la
ofensiva final. La expedición partió entre marzo y abril de 1879. Los seis mil
soldados fueron distribuidos en cuatro divisiones que partieron de distintos puntos
para rastrillar la pampa. Dos de las columnas estarían bajo las órdenes del
propio Roca y del coronel Napoleón Uriburu, que atacarían desde la cordillera
para converger en Choele Choel. Las columnas centrales, al mando de los
coroneles Nicolás Levalle y Eduardo Racedo, entrarían por la pampa central y
ocuparían la zona de Trarú Lauquen y Poitahue. Todo salió según el plan con el
acompañamiento de la armada que con el buque El Triunfo, a las órdenes de
Martín Guerrico, navegó por el Río Negro.
El 25 de mayo de 1879 se
celebró en la margen izquierda del Río Negro y desde allí se preparó el último
tramo de la conquista. El 11 de junio las tropas de Roca llegaron a la
confluencia de los ríos Limay y Neuquén. Pocos días después, el ministro debió regresar
a Buenos Aires para garantizar el abastecimiento de sus tropas y para estar
presente en el lanzamiento de su candidatura a presidente de la República por
el Partido Autonomista Nacional. Lo reemplazaron en el mando los generales
Conrado Villegas y Lorenzo Vintter, quienes arrinconaron a los aborígenes
neuquinos y rionegrinos en los contrafuertes de los Andes y lograron su
rendición definitiva en 1885.
El saldo fue de miles de
indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre, y la ocupación de
quince mil leguas cuadradas, que se destinarían, teóricamente, a la agricultura
y la ganadería.
Las enfermedades
contraídas por el contacto con los blancos, la pobreza y el hambre aceleraron
la mortandad de los indígenas patagónicos sobrevivientes.
El padre salesiano
Alberto Agostini brindaba este panorama: «El principal agente de la rápida
extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los
estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por
los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los
envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos
primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina
por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió
la oferta: una libra por par de testículos». 3
El general Victorica no
andaba con rodeos al explicar los objetivos de la conquista: «Privados del
recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la
forma en que lo hacen, que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros
dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las autoridades,
acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de ellos
disfrutando de los beneficios de la civilización. No dudo que estas tribus
proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de
madera, como lo hacen algunos de ellos en las haciendas de Salta y Jujuy».
El éxito obtenido en la
llamada “conquista del desierto” prestigió frente a la clase dirigente la
figura de Roca y lo llevó a la presidencia de la república. Para el Estado
nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras
fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían
destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de
Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder,
que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes
terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y
famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los
Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
Algunos de ellos se
dedicarán a la explotación ovina poblando el desierto con ovejas; otros dejarán
centenares de miles de hectáreas sin explotar y sin poblar, especulando con la
suba del precio de la tierra. Aún hoy, el territorio de Santa Cruz tiene un
porcentaje de medio habitante por kilómetro cuadrado.
Roca había dicho: «Sellaremos
con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta
nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto, y
el poder de los imperios, a costa de sangre y el sudor de muchas generaciones». 4
Referencias:
1 Ante
la posteridad – Personalidad marcial del teniente general Julio A. Roca –
Segunda Parte “El Conductor”, Comisión Nacional Monumento al teniente General
don Julio A Roca, Buenos Aires, 1938, págs. 221-231.
2 Álvaro
Yunque, Historia de los argentinos, Buenos Aires, Editorial Futuro,
1957.
3 Pigna
Felipe, Los mitos de la historia argentina 2, Buenos Aires,
Editorial Planeta, 2005, pág. 398.
4 Pigna
Felipe, op. cit., pág. 312.
https://elhistoriador.com.ar/la-conquista-del-desierto/
jueves, 11 de enero de 2024
De "Conquista del desierto" a "Campaña contra el indio": la identidad argentina en los manuales
De "Conquista del
desierto" a "Campaña contra el indio": la identidad argentina en
los manuales
Entre 1878 y 1885, la élite gobernante de la Argentina
llevó a cabo la mal llamada “Conquista del desierto” que diezmó a los pueblos
indígenas que vivían en los territorios que hoy conforman la Patagonia. La
narrativa oficial plasmada en los manuales escolares justificó la campaña como
una necesidad nacional en pos del desarrollo y la unidad territorial del
Estado. De modo contrario, se invisibilizó las voces indígenas, se los excluyó
como integrantes de la nación y se ocultó el destino de quienes sobrevivieron
al exterminio. Las críticas a la narrativa tradicional permitieron cambiar el
paradigma, recuperar la palabra de los pueblos indígenas que fueron víctimas y
comenzar a pensar el país desde una mirada multicultural.
Pintura “Ocupación militar del Río Negro por la
Expedición bajo el mando del General Julio A. Roca” (1896). Autor: Juan
Manuel Blanes
Uno de los acontecimientos fundantes del Estado nación
liberal propuesto por la denominada “Generación del ´80” fue la mal llamada
“Conquista del desierto”. Esta campaña militar fue enseñada por los manuales
escolares como un hito de la consolidación del Estado argentino y la
construcción de una identidad nacional homogénea que excluía a los pueblos
preexistentes. La narrativa oficial llevaba implícita la dicotomía entre "civilización y barbarie": una distinción entre
un "nosotros" y los "otros" muy popular en la época.
El análisis de los libros de textos o manuales
escolares de historia como instrumentos de construcción de la identidad
nacional se ha ido ampliando en las últimas décadas. No solo reflejan el modelo
pedagógico preponderante, sino que también ponen en circulación a los discursos
hegemónicos dentro del ámbito escolar. Por lo tanto, los manuales deben ser
entendidos como espacios de memoria en los que se ha ido materializando la
cultura, las imágenes y los valores dominantes de cada época.
A pesar de haber sufrido transformaciones debido a los
avances del conocimiento y del diseño, los textos escolares han conservado su
lugar como compiladores de un saber indiscutido. La llamativa vigencia del uso
de libros de texto a lo largo del tiempo revela el espacio pedagógico
conquistado en la cultura escolar y la capacidad de adaptación a las
tradiciones y las innovaciones que forman parte del campo educativo. El manual
se presenta como el depositario de los conocimientos y técnicas que una sociedad
cree oportuno que la juventud debe adquirir para la perpetuación de sus
valores.
De la “Conquista del Desierto” a la “Campaña contra el
indio”
A finales del siglo pasado, comenzó a circular una
mirada crítica sobre la construcción de los saberes contenidos en los manuales
escolares argentinos que interpelaba las narrativas tradicionales. En 2006,
esta corriente fue institucionalizada a través de una nueva Ley de Educación Nacional entre cuyos
objetivos se encuentra el fortalecimiento de la identidad nacional y el respeto
a la diversidad cultural.
En el caso de los pueblos originarios, la Ley N° 26.206 asegura el respeto de las lenguas e
identidades indígenas, y promueve la valoración de la multiculturalidad al
interior de toda la comunidad educativa. La nueva normativa remarca los
derechos constitucionales de los pueblos indígenas, incluidos en el artículo 75
inciso 17: el derecho a recibir una educación que contribuya a preservar y
fortalecer sus pautas culturales, su lengua, su cosmovisión e identidad étnica.
Paralelamente, a partir de los reclamos de las
organizaciones indígenas y las ONG, se fue construyendo una narrativa que
reivindicaba los derechos de los pueblos originarios que habitan el territorio
argentino. De este modo, se cuestionó la representación que el sistema
educativo realizaba sobre las comunidades indígenas y se señaló la necesidad de
producir un cambio de paradigma. En este sentido, en 2010 el Decreto N° 1584
modificó la denominación del feriado del 12 de octubre: se pasó del “Día de la
Raza” al “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.
El cambio de paradigma permitió la visibilización de
la mirada histórica de aquellos que fueron las víctimas y los derrotados de la
“Conquista del Desierto”. Para ello, se decidió revisar el análisis de los
manuales escolares para luego reescribirlos con una mirada que contemple la
posición del otro. Esta inclusión del otro en los manuales de
historia pondría fin a la narrativa dominante de la elite tradicional argentina
que estableció en el sistema educativo una lectura favorable a sus propios
intereses.
Cacique Villamain, "Buitre de Oro", sometido
en diciembre de 1882 junto a su familia y mujeres de la tribu, en su toldería
ubicada a inmediaciones de Ñorquín (1883). Foto: Pedro Morelli / AGN
Críticas a la representación oficial
La nueva narrativa no puede percibirse si no se
contrasta con la plasmada en los manuales escolares del siglo XX. En primer
lugar, se cuestionó el nombre con el cual se había denominado a la campaña
militar ya que es incorrecto llamar “Conquista del desierto” a un plan de
exterminio: un desierto no se conquista, se ocupa; mientras que si allí vivían
familias, entonces no se trataba de un desierto. Al utilizar esta denominación,
la intención de los vencedores era invisibilizar a los vencidos y negar la calidad
de personas de quienes poblaban las tierras conquistadas.
En consonancia con esto también era necesario repensar
la figura del ideólogo del plan: Julio Argentino Roca. El Ministro de Guerra de
Nicolás Avellaneda (1874-1880) fue presentado como un valiente patriota que
había estudiado el problema del desierto y había resuelto la unidad
territorial. Coronada por el éxito, la campaña militar fortaleció el prestigio
de Roca, quien más tarde sería elegido presidente en dos oportunidades
(1880-1886 y 1898-1904). Sin embargo, esta visión que exaltaba la figura de Roca
como estratega también fue cuestionada. Un año antes de comenzar la expedición,
una terrible epidemia de viruela había diezmado sus fuerzas. Esta
circunstancia, bastante frecuente entre los indígenas de aquella época, fue
fundamental para que el ejército argentino venciera con facilidad a las
debilitadas tribus indígenas.
La campaña también fue concebida como una necesidad
legítima del Estado argentino para frenar las agresiones permanentes de las
poblaciones indígenas que habitaban el territorio pampeano-patagónico y, al
mismo tiempo, establecer un límite a los intereses expansionistas del Estado
chileno. Por un lado, los textos plantean que los pueblos y ciudades
importantes eran víctimas de malones de indios que saqueaban sus riquezas y
esclavizaban a sus prisioneros. Por otro lado, Chile reclamaba toda la región
al sur del Río Colorado. Por lo tanto, la expedición también habría tenido la
finalidad de reafirmar los derechos sobre los territorios que hoy conforman la
Patagonia argentina.
De este modo, las comunidades aborígenes de estos
territorios fueron representadas como un obstáculo para la consolidación
territorial del Estado argentino, el desarrollo del modelo agroexportador y la
expansión de la “civilización”. En consecuencia, se decidió no reconocer a los
indígenas como parte integrante de la Nación Argentina. El análisis que hacían
los manuales era muy simplista: si no eran parte de la “civilización”, eran un
problema para el proyecto económico del modelo agroexportador.
El modelo agroexportador y el destino de los indígenas
Según los antiguos manuales de historia, la “Conquista
del desierto” fue una acción ofensiva contra los “salvajes” con el objetivo de
confirmar la dominación argentina. Los textos entienden que la medida fue la
más lógica desde el punto de vista militar y que significó el exterminio casi
total del indio. Si bien se desliza que la solución fue extrema, dejan entrever
que fue la más acorde con los tiempos que se vivían. A partir de entonces, ya
no había que cuidar la frontera interior, sino explorar las tierras
conquistadas, poblarlas y hacer valer la soberanía sobre ellas.
Esta narración superficial ya no es aceptada por los
textos escolares modernos. Actualmente, se hace hincapié en la necesidad del
Estado argentino en expandir la frontera ganadera hacia el sur para el
desarrollo del modelo agroexportador y su posterior concentración en manos de
la élite gobernante. Los manuales actuales explican que el reparto de las
tierras quitadas a los indígenas se realizó por medio de un sistema de
cesiones, premios y ventas, que condujo a la concentración de la propiedad en
pocas familias, tanto para la producción como para la especulación.
El ejemplo que suelen señalar los manuales
contemporáneos es el otorgamiento de terrenos a los soldados como forma de pago
por sus servicios durante la Campaña del Desierto. Sin embargo, la
imposibilidad de mantenerlos y las necesidades económicas provocó que aquellas
tierras que estaban ubicadas cerca de algún ramal ferroviario fueran vendidas a
bajo precio a las familias de la élite gobernante. Quienes se rehusaban a
aceptar las condiciones de los grandes terratenientes fueron presionados para
hacerlo.
Los manuales tampoco explican el destino de los
indígenas tras la “conquista” ya que lo importante era destacar el triunfo. A
partir de ese momento se los excluye del relato. En contraposición a esta
lectura, los nuevos manuales hacen hincapié en el destino de los indígenas:
fueron tomados prisioneros, separados de sus familias, deportados a otras
regiones y obligados a trabajar en pésimas condiciones. Mientras los hombres,
fueron trasladados como mano de obra semiesclava a los ingenios azucareros y
obrajes madereros, las mujeres y los niños fueron empleados como sirvientes en
casas de familia ubicadas en Buenos Aires.
El cambio de paradigma
Si bien podemos pensar que la concepción del indígena
plasmada en los manuales escolares fue impuesta por la elite conservadora que
gobernó la Argentina entre 1962 y 1916 con el objetivo de legitimar su
accionar, paradójicamente esta versión duró hasta finales del siglo XX. La
necesidad de construir una identidad nacional sin la presencia de aquellos que
poblaron nuestro territorio antes de la llegada de los españoles está vinculada
a una mirada eurocentrista que trascendió a la “generación del ´80”.
Este modelo occidental no fue cuestionado ni por los
gobiernos radicales ni los peronistas; muchos menos por los conservadores que
gobernaron durante la década de 1930 o los golpes militares de las Fuerzas
Armadas. Sin distinción de color, todas las fuerzas políticas pensaron que ser
“descendientes de los barcos” ayudaría a forjar una identidad nacional que nos
mostrara como un país civilizado frente a la barbarie representada
por el gaucho y el indio.
Finalmente, el cambio de paradigma llegó a los
manuales escolares e invita a reflexionar a los jóvenes sobre todas las
culturas que forjaron el país donde vivimos, fortaleciendo la mirada
intercultural y el respeto por la diversidad. Sin embargo, falta mucho para que
las nuevas generaciones puedan imponer su mirada crítica: la resistencia de
quienes establecieron un discurso eurocentrista y occidental todavía es muy
fuerte.
Parte de esta puja por el sentido válido también se da
en el campo educativo porque, dada su heterogeneidad, muchas instituciones
poseen un discurso que es heredero de la élite dominante de finales del siglo
XIX. Lo importante es que los manuales muestran que la posibilidad del cambio
es posible y que los jóvenes serán quienes, el día de mañana, deberán discutir
las tradicionales narrativas educativas para que se generen otras que
interpelen la “historia oficial”.
Jorge Luis Fabián es profesor y Licenciado en
Historia, Doctor en Ciencia de la Educación y docente en los niveles medio y
superior.