Las dos primeras décadas
del siglo XIX no fueron apacibles en el Plata. Los movimientos y crisis que se
desarrollaron en ellas eran preludio de que los tiempos venideros serían
agitados. En la primera mitad de ese siglo definimos a nuestro país. Esos
decenios fueron testigo de los proyectos políticos y personales de los
distintos actores. Tiempos de encuentros y desencuentros. Tiempos de proyectos
comunes y antagónicos que anunciaban la Argentina futura.
La firma del Tratado del
Pilar no fue distinta a la descripción que precede. Suscripto en el escenario
geográfico en el que en una parte hoy se asienta el Campus “Nuestra Señora
del Pilar” de la Universidad del Salvador. Entiendo que dejó trunco el
plan belgraniano y sanmartiniano. Expresó la llegada de los tiempos de
desencuentro, los cuales no serían breves por el contrario bañarían gran parte
de la centuria decimonónica con la sangre de compatriotas en luchas civiles.
Las últimas palabras de Manuel Belgrano en su lecho de muerte sintetizan las
angustias y preocupaciones de ese tiempo.
La década de 1810 que nos
muestra un flamante 25 de mayo, con gobierno propio, también muestra la
provisionalidad constitucional e institucional. Invito al lector, de este breve
texto, a realizar un recuento mental de cuantos modelos gubernativos
desarrollamos en esos años, vale recordar la Junta, el Triunvirato y el
Directorio. Los invito a realizar un ejercicio similar sobre los documentos
constitucionales sucesivamente vigentes en ese tiempo, me refiero a los
reglamentos y estatutos provisorios. Insisto en un último recuento sobre los
personajes que fueron ocupando los distintos gobiernos en esa década, y en la
siguiente en este último caso me refiero a los gobernadores de la Provincia de
Buenos Aires.
No fue sencillo construir
un país independiente sobre el andamiaje político, económico y social que dejó
el tiempo hispánico. Muchos serán los desafíos a sortear. Muchos de ellos son
aún hoy condicionamientos para nuestro desarrollo.
Poco tiempo antes de la
firma del Tratado del Pilar fracasaba la Constitución de 1819, uno de nuestros
primeros intentos de organización nacional, por no lograr adecuados equilibrios
entre Buenos Aires y el resto de las provincias, entre autocracia y república.
Ello llevará a la batalla de Cepeda, al fin del Directorio y de la Constitución
de 1819. En adelante el proyecto de país será más pequeño que el buscado por
Belgrano y San Martín.
El Tratado del Pilar fue
firmado el 23 de febrero de 1820, consecuencia de la batalla de Cepeda donde
los caudillos del litoral vencen a las tropas porteñas, por Manuel de Sarratea
gobernador provisorio de la provincia de Buenos Aires, Estanislao López y
Francisco Ramírez, los dos últimos representantes de la Liga Federal y
gobernadores de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos respectivamente.
Sarratea se convirtió luego de Cepeda en el primer gobernador de Buenos
Aires aunque su mandato fue efímero.
El pacto proclamó la
unidad nacional y el sistema federal. Buenos Aires se reconoció como igual a
las demás provincias. Convocaba, en el plazo de 60 días, a una reunión de
representantes de las tres provincias en el convento de San Lorenzo, para
convenir la reunión de un congreso que permitiese reorganizar el gobierno
central. Establecía el fin de la guerra y el retiro de las tropas de Santa Fe y
Entre Ríos a sus respectivas provincias. Buenos Aires se comprometía a ayudar a
las provincias de Santa Fe y Entre Ríos en caso de ser atacadas por los
luso-brasileños. Los ríos Uruguay y Paraná se declaraban navegables para las
provincias amigas. Concedía una amplia amnistía a los desterrados y perseguidos
políticos. Determinaba el enjuiciamiento de los responsables de la
administración anterior “por la repetición de crímenes con que se comprometía
la libertad de la Nación”. Disponía la comunicación del tratado a José Artigas
para que en su caso el caudillo oriental reincorporase a la Banda Oriental a la
provincias federadas.
El pacto tuvo su fase
secreta por la cual Buenos Aires proveería a Santa Fe y Entre Ríos auxilios y
armas. López y Ramírez no acceden a imponer a Buenos Aires declarar la
guerra a los luso-brasileños para liberar a la Banda Oriental
desconociendo la autoridad de Artigas quien resultó derrotado en la batalla de
Tacuarembó por los luso-brasileños, entendiendo que era más imperativo
organizar a las provincias y abandonar de momento la guerra contra los
luso-brasileños que les imponía la estrecha alianza con Artigas.
López y Ramírez,
finalmente, debieron aliarse a los porteños, aunque fuesen declarados enemigos
de Artigas, para detener el avance luso-brasileño sobre la Mesopotamia. La
estrategia salvo al litoral pero alejo al caudillo oriental que entendió la
alianza con Buenos Aires como una traición, quien finalmente fue al exilio
luego de enfrentar a Ramírez.
Dr. Juan Carlos Frontera
Director de Posgrados de la Facultad de Ciencias Jurídicas
https://noticias.usal.edu.ar/es/200-anos-de-la-firma-del-tratado-del-pilar-reflexiones
No hay comentarios.:
Publicar un comentario