Parece un museo, pero acá no hay cuerditas para mirar desde la puerta. Los salones se usan, hay eventos en los jardines, la gente se sienta en los sillones, se ofrecen banquetes y cócteles. Todo se puede manchar, romper, estropear. Sin embargo, el Palacio Bosch, residencia del embajador de los Estados Unidos desde 1929, luce espléndido en su centenario.
Sucede que esta magnífica construcción neoclásica,
proyectada por René Sergent entre 1911 y 1918, está al cuidado de la
Overseas Buildings Operations, una oficina que regentea las 3.500
construcciones de los Estados Unidos en otros países. Y también sucede que este
palacio, diseñado para Ernesto Bosch (por entonces Ministro de
Relaciones Exteriores) y su esposa Elisa de Alvear, está entre las 33
propiedades consideradas “culturalmente significativas”, no sólo por la riqueza
de su arquitectura sino también por sus muebles, objetos y piezas de arte.
Fachada principal. Con la marquesina de hierro original (Rubén Digilio).
“Eso hace que se la cuide especialmente”, explica
Marcela Clerico Mosina, supervisora de preservación arquitectónica, un cargo
que se creó en 2004 con ese fin, y que reporta oficialmente a la oficina de
Patrimonio Cultural del Departamento de Estado.
La residencia, ubicada en la Avenida Libertador y
las calles Seguí, Oro y Kennedy, se alojaron presidentes estadounidenses
en sus visitas a la Argentina: Franklin Delano Roosevelt, en 1936; Dwight
Eisenhower, en 1960; George H. W. Bush, en 1994; y Barack Obama,
en 2016.
La primera restauración integral se realizó entre
1996 y 1999 y a partir de ahí se conformó un equipo con 7 personas fijas para
mantenimiento y 2 jardineros.
La construcción ocupa 3.996 m2 cubiertos, sobre un
lote de 7 mil m2, donde, además de los jardines, hay un quincho, huerta,
vestuarios, salas de máquinas y canchas de tenis. De los exteriores, lo que más
impacta es el jardín francés, un diseño preliminar de Achille Duchêne que
luego materializó Carlos Thays, estudiando varios esquemas. “Aparentemente
-cuenta Clerico Mosina- en un principio no era tan extenso, sino que Bosch fue
comprando y adicionando lotes linderos”. En cuanto a la fuente que remata el
eje principal de composición de la casa y el jardín, un estudio del Historic
Structures Report (la entidad que elaboró el masterplan para los cuidados
de la residencia) detectó que originalmente no era una fuente sino una
“jardinera”, ya que bajo el grupo escultórico había plantas.
En el nivel de ingreso se ubican la cocina y las
áreas de servicio; el primer piso es el de uso público y social; el segundo
piso se destina a las áreas privadas del embajador y su familia; y en el
tercero están los apoyos.
Los salones, entre los que se destacan el de
música, el de baile, el comedor rojo, la biblioteca y un gran comedor para 30
invitados, son el eje de la vida social y se organizan a partir de un gran
espacio central bañado en luz cenital, al que se accede a través de una
escalera imperial de doble circulación.
“La tradición oral -cuenta Clerico Mosina- dice que
cuando la casa fue abierta al público por primera vez, a la escalera le
faltaban los pasamanos”. Ocurre que Bosch, que había sido Ministro
Plenipotenciario ante la República Francesa, hizo traer materiales y mobiliario
directamente desde París y, en plena Guerra Mundial, uno de los barcos fue
bombardeado y hundido, por lo que hubo que volver a comprar algunas piezas y la
boiserie. “Todo se armaba acá como un rompecabezas -recuerda la arquitecta-.
Incluso hoy, si alguna pieza se sale o se remueve para repararla, se puede ver
que detrás tiene una numeración y, escrito en francés, el salón al que
pertenece”.
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