sábado, 30 de abril de 2022

Secretos del Palacio Bosch, una joya de la arquitectura que cumple 100 años - Parte 1

Parece un museo, pero acá no hay cuerditas para mirar desde la puerta. Los salones se usan, hay eventos en los jardines, la gente se sienta en los sillones, se ofrecen banquetes y cócteles. Todo se puede manchar, romper, estropear. Sin embargo, el Palacio Bosch, residencia del embajador de los Estados Unidos desde 1929, luce espléndido en su centenario.

Sucede que esta magnífica construcción neoclásica, proyectada por René Sergent entre 1911 y 1918, está al cuidado de la Overseas Buildings Operations, una oficina que regentea las 3.500 construcciones de los Estados Unidos en otros países. Y también sucede que este palacio, diseñado para Ernesto Bosch (por entonces Ministro de Relaciones Exteriores) y su esposa Elisa de Alvear, está entre las 33 propiedades consideradas “culturalmente significativas”, no sólo por la riqueza de su arquitectura sino también por sus muebles, objetos y piezas de arte.


Fachada principal. Con la marquesina de hierro original (Rubén Digilio).

“Eso hace que se la cuide especialmente”, explica Marcela Clerico Mosina, supervisora de preservación arquitectónica, un cargo que se creó en 2004 con ese fin, y que reporta oficialmente a la oficina de Patrimonio Cultural del Departamento de Estado.

La residencia, ubicada en la Avenida Libertador y las calles Seguí, Oro y Kennedy, se alojaron presidentes estadounidenses en sus visitas a la Argentina: Franklin Delano Roosevelt, en 1936; Dwight Eisenhower, en 1960; George H. W. Bush, en 1994; y Barack Obama, en 2016.

La primera restauración integral se realizó entre 1996 y 1999 y a partir de ahí se conformó un equipo con 7 personas fijas para mantenimiento y 2 jardineros.

La construcción ocupa 3.996 m2 cubiertos, sobre un lote de 7 mil m2, donde, además de los jardines, hay un quincho, huerta, vestuarios, salas de máquinas y canchas de tenis. De los exteriores, lo que más impacta es el jardín francés, un diseño preliminar de Achille Duchêne que luego materializó Carlos Thays, estudiando varios esquemas. “Aparentemente -cuenta Clerico Mosina- en un principio no era tan extenso, sino que Bosch fue comprando y adicionando lotes linderos”. En cuanto a la fuente que remata el eje principal de composición de la casa y el jardín, un estudio del Historic Structures Report (la entidad que elaboró el masterplan para los cuidados de la residencia) detectó que originalmente no era una fuente sino una “jardinera”, ya que bajo el grupo escultórico había plantas.

En el nivel de ingreso se ubican la cocina y las áreas de servicio; el primer piso es el de uso público y social; el segundo piso se destina a las áreas privadas del embajador y su familia; y en el tercero están los apoyos.

Los salones, entre los que se destacan el de música, el de baile, el comedor rojo, la biblioteca y un gran comedor para 30 invitados, son el eje de la vida social y se organizan a partir de un gran espacio central bañado en luz cenital, al que se accede a través de una escalera imperial de doble circulación.

“La tradición oral -cuenta Clerico Mosina- dice que cuando la casa fue abierta al público por primera vez, a la escalera le faltaban los pasamanos”. Ocurre que Bosch, que había sido Ministro Plenipotenciario ante la República Francesa, hizo traer materiales y mobiliario directamente desde París y, en plena Guerra Mundial, uno de los barcos fue bombardeado y hundido, por lo que hubo que volver a comprar algunas piezas y la boiserie. “Todo se armaba acá como un rompecabezas -recuerda la arquitecta-. Incluso hoy, si alguna pieza se sale o se remueve para repararla, se puede ver que detrás tiene una numeración y, escrito en francés, el salón al que pertenece”.


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