Con los resultados del período, uno debe pensar que usted es un mago; porque bajó el déficit aumentando la inversión, y bajó la inflación aumentando la tasa de crecimiento de la economía. ¿Cómo explica esto?
El primer año no
fue como usted dice, porque todavía teníamos una tasa de inflación alta,
cercana al 27 por ciento, o sea que había lo que los economistas llaman una
inflación reprimida; después bajó en el ’68 y en el ’69 hasta un seis por
ciento.
Por otra parte,
ahora, resumiéndola, pareciera que la tarea fue fácil, pero todo lo contrario:
nos costó un enorme trabajo porque había que convencer a un país que estaba
descreído, y en el mejor de los casos indiferente.
Pero cuando comenzó
a ver en los hechos lo que nos habíamos propuesto, entonces comenzó a creer en
nuestro plan. Creció la inversión privada y se produjo en el segundo año un
gran reflujo de fondos del exterior; los argentinos volvían a traer la plata al
país. Es inútil pretender solucionar el problema con capitales extranjeros si
los argentinos desconfían en el país y dejan sus ahorros en el exterior. Entonces
cuando los extranjeros vieron que nosotros habíamos repatriado gran parte de
nuestros capitales, en 1968, comenzaron a llegar las inversiones directas. Pero
primero los argentinos creyeron en la estabilidad y el peso argentino se
cotizó, a mediados del ’68, en todas las principales capitales del mundo, como
peso fuerte.
Sin pretender
detallar todo el programa, quiero señalar dos hechos fundamentales más. La
iniciación de una creciente inversión en la construcción de viviendas, en base
a ciertos incentivos impositivos y al uso de ahorro genuino para su
financiación, lo cual permitió reactivar rápidamente la economía; y la sanción
de la ley que permitió la participación privada en la explotación de petróleo.
En energía contábamos con un gran equipo: Gotelli, Thibaud, Robertson, Lavalle
etc. Todo ello nos llevó, recién para 1969, a propiciar la medida del cambio
del signo monetario, suprimiendo un par de ceros. Un dólar pasaba a costar 3.50
pesos.
De todos modos debe
quedar claro que no es cuestión de magia. Primero tratamos entre todos los
integrantes del gabinete de convencernos con el diagnóstico, sobre el cual no
hubo diferencias sustanciales. Segundo, se hizo un programa global y
simultaneo, pero gradual, o sea que lo implementamos para que se pudiera
aplicar en dos o tres años, porque sabíamos que la inflación no bajaría de
inmediato en 1967, pero bajó al año siguiente y se consolidó en 1969 y nótese
que la estabilidad llegó hasta 1970; me sucede Dagnino Pastore, quien con su
gran capacidad logra mantener por un año más esa estabilidad hasta junio del
’70. O sea que la gente recobró la fe en su país y en el programa que era no
sólo bueno, sino que tenía un profundo sentido de equidad hacia todos los
sectores que componen la sociedad argentina.
¿En junio de 1969
usted renuncia o le piden la renuncia?
Hasta ahora siempre
me he negado a discutir el tema político, pero a propósito de la pregunta voy a
salir un poco del mutismo que he guardado durante tantos años sobre este tema.
A mí no me pidieron la renuncia, sino que todos los integrantes del gabinete la
presentamos en forma espontánea, porque considerábamos que debíamos dejar al
presidente Onganía en libertad de elegir lo que tenía que hacer de ahí en
adelante. Se habían producido los acontecimientos de mayo de 1969. Fíjese usted
qué curioso, pero tienen una analogía bastante grande con lo que sucedió en
Francia en mayo de 1968; es decir que la Argentina no vive aislada como muchos
piensan.
Los problemas de
las universidades ya habían comenzado mucho tiempo atrás, y en mayo de 1968
París arde; fue mucho más grave que lo ocurrido en la Argentina. O sea que ese
malestar estudiantil ya existía en todo el mundo y poco tiempo después
estallaría en Estados Unidos.
Con esto quiero
significar que lo que sucedió en la Argentina era algo que ya venía ocurriendo
en el resto del mundo; no soy un experto en el tema pero sé muy bien que
tuvimos un embate muy parecido al que sufrieron también otros países del mundo
libre. Sobre este tema, que se denominó el Cordobazo, se ha escrito con mucha
superficialidad, justamente porque la Argentina siempre se encierra en sus
problemas y nunca reflexiona sobre lo que pasa en el resto del mundo. Los
salarios pagados a los obreros de la industria automovilística de Córdoba eran
los más altos del país y teníamos a mediados de 1969, la tasa más baja de
desempleo de los últimos 20 años. ¿Dónde estaba el problema social?
¿El Cordobazo fue
diagnosticado por el Gobierno como un problema básicamente económico?
No. No fue ese el
análisis que hizo el Gobierno. Por eso justamente cuando le presenté la
renuncia al Presidente, éste se mostró sorprendido y recuerdo que me dijo que
yo no tenía nada que ver con lo que había pasado. Fue entonces cuando le
expliqué que quienes integrábamos el gabinete considerábamos que él debía tener
plena libertad para poder elegir sus colaboradores y decidir quiénes debían
quedar y quiénes no.
Cabe destacar que
Onganía no cambió la política económica, porque a mí me sucede Dagnino Pastore,
que estaba trabajando en el CONADE, y que había manifestado su apoyo en
reiteradas oportunidades sobre la política económica que nosotros habíamos
implementado; y no sólo hasta ese momento, sino que una vez que él asume en el
ministerio, el programa no sufre variaciones importantes. Así que la causa del
Cordobazo no fue económica, por más que se lo haya querido presentar de esa
manera por muchos intereses políticos. Creo que los argentinos somos bastante
inteligentes como para dejarnos engañar fácilmente. Considero, por consiguiente,
que el motivo de lo que sucedió en 1969 fue estrictamente político, mejor
dicho, político-militar.
Estos resultados,
junto a la finalización de su gestión a mediados de 1969, obligan a preguntar:
si Onganía lo hubiera ratificado en su puesto, el deterioro económico que se
produjo en el período 1970-73, ¿se hubiera producido igual, se hubiera
producido con menor intensidad? ¿O no se hubiera producido?
Las diferencias
ideológicas e instrumentales que existen entre los ministros que me sucedieron
y yo son, en algunos casos, importantes; pero el grueso del deterioro económico
posterior sólo se puede explicar por la crisis político-militar. La solución de
ésta última era necesaria para mantener los resultados obtenidos durante mi
gestión.
Doctor Krieger
Vasena: ¿es usted una persona de fortuna?
No, tengo la suerte
de vivir de mi trabajo.
Cuando deja el
ministerio, se va a su casa, y como toda la gente que no tiene mucha plata
usted tiene que salir a buscar trabajo. Alguien le ofrece la posibilidad de
comenzar a desempeñarse en la actividad privada, y a partir de ese momento
usted se convierte en el responsable de cuanta calamidad existe en la
Argentina. ¿Cómo vivió ese período?
Siempre pensé que
cuando una persona ésta en la función pública debe dedicar todo su tiempo a la
tarea para la cual la han designado, descuidando los intereses privados e
incluso a su familia. Una vez que se deja la función pública cada ciudadano
tiene el derecho de hacer lo que quiere. En la Argentina se ha exagerado mucho
aquello de que un hombre público se convierte en una reserva; yo pienso que esa
no es la vida real en los países modernos. Mírese lo que sucede con Kissinger;
escribe libros, da conferencias por las cuales pide una remuneración, forma
parte de directorios de grandes compañías y nadie, ni siquiera la izquierda
liberal, lo critica por eso.
Algunos viejos y
obsoletos políticos piensan que quien deja la función pública tiene que
transformarse en una momia. Nada más alejado de la realidad; no comparto ese
pensamiento.
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