miércoles, 5 de enero de 2022

Entrevista a Adalbert Krieger Vasena por Juan Carlos De Pablo – Parte 1

Publicado originalmente en J.C. De Pablo (1986): La economía que yo hice, Volumen II. Ediciones El Cronista Comercial. 

Doctor Krieger Vasena, nos interesa hablar hoy de su gestión al frente del Ministerio de Economía y Trabajo durante el período 1967-1969; pero, si mal no recuerdo, ésa no fue la primera vez que trabajó en el quinto piso del edificio ubicado en Hipólito Yrigoyen 250.

Efectivamente, no fue ésa mi primera experiencia pública. Comencé de muy joven en el gobierno; al cumplir dieciocho años ya era funcionario del Ministerio de Hacienda, y luego de trabajar varios años en esa cartera del Estado, culminé mi carrera ocupando el cargo de Ministro de Hacienda desde el 2 de marzo de 1957 hasta el 30 de abril de 1958, fecha en que el gobierno pasó de manos de la Revolución Libertadora a las del doctor Frondizi.

¿Qué hacía usted cuando, a fines de diciembre de 1966, el entonces presidente Onganía le ofreció el cargo de ministro de Economía y Trabajo?

Estaba en ese momento en Ginebra, representando al país en las reuniones de la “Rueda Kennedy”, desarrolladas dentro del GATT, donde se negociaba la reducción de las barreras al comercio mundial.

¿Cuándo asumió el ministerio?

El 2 de enero de 1967.

Usted es el ministro desde el 2 de enero de 1967 y recién anuncia su programa el 13 de marzo, o sea que transcurren poco más de 60 días. ¿Cómo se vivió ese periodo en el país desde el punto de vista de la presión por parte del sector privado, que esperaba el anuncio de las medidas económicas a tomar?

En primer lugar pensé que era necesario realizar un análisis a fondo de la situación argentina, actualizar un diagnóstico sobre el estado en que se estaba viviendo, tanto en lo económico como en lo social, y luego sí preparar un programa a seguir. El país había tenido varios intentos de programas de estabilización, no se le escapa a nadie que desde fines de la posguerra la Argentina ya había intentado muchos programas de estabilización, que no habían tenido éxito, o si lo tuvieron fue parcial. Dentro de esos planes cabe mencionar, por ejemplo, el programa de estabilización monetaria que realizó el doctor Gómez Morales en los años ’50, así como también el plan de estabilización del doctor Frondizi de 1959, a pocos meses de asumir la Presidencia, que constituyó el primer acuerdo de “stand by” del Fondo Monetario Internacional con nuestro país.

El diagnóstico que hicimos a comienzos de 1967 no era muy diferente al realizado por el doctor Raúl Prebisch en 1955, cuando es llamado a Buenos Aires por el gobierno de la Revolución Libertadora para hacer un análisis de la situación del país. O sea que cuando se me propone ser ministro por segunda vez en mi vida, no era la primera vez que el país intentaría estabilizar su economía, que además tenía graves problemas estructurales. Todos habíamos sido observadores de los intentos anteriores que no pudieron sustentarse lo suficiente como para sacar al país de la situación en que se encontraba. A fines de 1966 la Argentina había caído una vez más en lo que se denomina la “crisis recurrente”.

Este es un tema profundo, que hace a la vida de casi todos los argentinos ya que hemos sido incapaces durante la posguerra de recibir los frutos del crecimiento económico que ha ocurrido en casi todas partes del mundo libre. El mundo libre de 1945 en adelante empieza a recomponer, y a fines de 1957 la crisis estaba superada; es cuando se forma el Mercado Común Europeo y si se miran las cifras del crecimiento económico y del comercio mundiales podrá observarse que todos los países, incluso aquellos que habían sido destrozados por la guerra, como Japón, Alemania o Italia, no sólo comienzan su recuperación, sino que al cabo de diez años de terminada la guerra ya estaban en el camino de la gran recuperación económica. ¿Qué había pasado con la Argentina? Mientras el mundo libre prosperaba, nuestro país parecía estancarse o crecer uno o dos años, para caer inmediatamente después.

Yo había pensado mucho sobre este tema, y pude comprobar los esfuerzos que varios hombres notables que habían pasado por el Ministerio de Economía habían realizado para salir de esta “crisis recurrente”. De modo que éste no era un tema que me tomara por sorpresa, pero, contestando entonces la pregunta, pensé que se debía actualizar el diagnóstico, para lo cual debíamos tomarnos el tiempo necesario para realizar con tranquilidad los análisis correspondientes. Una vez hecho el diagnostico, recién había que pensar cuáles serían las medidas que tendríamos que adoptar antes de preparar y anunciar un programa.

¿Cómo se vivía en la Argentina durante enero, febrero y los primeros días de marzo del ’67, esa preparación del programa desde el punto de vista del sector privado? ¿Había presiones?

Había en general una expectativa favorable y, en el peor de los casos, en ciertos sectores de la población una indiferencia con respecto a lo que el Gobierno pudiera hacer. Algunos porque ya habían visto fracasar otros programas, como por ejemplo al transcurrir el plan de estabilización iniciado en 1959 por Frondizi. El país esperó; como el verano ayuda, había muy poca gente en Buenos Aires. Recuerdo que cuando llegué al Ministerio de Economía, en 1967, encontré un ministerio casi muerto.

¿Es cierto, como se le atribuye, que usted afirmó que el Ministerio de Economía era un sello?

No sé si dije un sello, pero sí recuerdo haber encontrado un edificio vacío. Recuerdo que cuando entré con el automóvil al patio donde se estacionan los vehículos no funcionaban los timbres de entrada y salida de los coches; el ascensor del ministro estaba roto; cuando ingresé a mi despacho pude comprobar que tampoco andaba el sistema eléctrico de las persianas del edificio; quise poner en funcionamiento el equipo de aire acondicionado y tampoco pude; toqué un timbre para que viniera mi secretario pero no apareció (tuve que salir al pasillo porque el timbre también estaba descompuesto). Entonces mi primer acto de gobierno fue hacer que funcionaran los timbres. En una palabra: de entrada tuve la sensación de que ese ministerio no había tenido gravitación en el país. No le echo las culpas a nadie. Se habían sucedido muchas personas y hechos políticos y no se creía en los funcionarios, en lo que el ministro podía hacer.

Mi primera tarea fue reclutar gente, porque pensé que el trabajo que había que realizar excedía a una persona, que inclusive podía tener ideas equivocadas, y traté de armar un equipo con gente que yo pensé que estaría dispuesta a colaborar en preparar e implementar un programa de gobierno. Así fue como lo llamé al doctor Enrique Folcini, que en ese momento estaba en el CONADE, y le ofrecí la Dirección de Política Económica del ministerio. Me dijo: “¿Por qué me llama a mí, si pensamos distinto?” Entonces le expliqué qué era exactamente lo que yo quería; incluso le dije que se trajera a todos los que pudiera del CONADE, porque yo consideraba que allí había un buen grupo de gente que conocía bien el sector público. Con algunas dudas y vacilaciones, como me lo reconoció después, aceptó.

Le ofrecí la Subsecretaría de Hacienda a un hombre extraordinario, el ingeniero Ondarts, y así seguí una a una con las personas que integraron el gabinete, sin tener en cuenta sus preferencias políticas.

El doctor Pedro Real en el Banco Central; Loitegui en Obras Públicas; Solá en Industria y Comercio; quedando Gotelli en Energía; San Sebastián en Trabajo; Ressia en Transportes; Raggio en Agricultura, y muchas otras distinguidas personalidades en las empresas y bancos oficiales.

Fue así que en ese tiempo formé un gran equipo con el requisito de idoneidad que exige la Constitución Nacional. No todos coincidían en la forma de pensar. Pretendía formar un grupo de colaboradores de gran nivel y personalidad que estuviera dispuesto a trabajar para el país. Mi tarea, como ministro de Economía, sería la de coordinar y formular la política económica; la ejecución debía estar a cargo de las secretarías con gran capacidad de decisión.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario