¿Del plan del 13 de
marzo del ’67, cuánto es suyo y cuánto del equipo?
Todo el plan fue
del equipo, porque era demasiado grande lo que queríamos hacer para que sólo
estuviera en manos de una persona. Fue así que empecé a reunirme todos los días
con el equipo. A medida que se iba avanzando se iba componiendo un diagnóstico
de la situación e íbamos pensando en las medidas que habría que adoptar. No
mantuvimos un gran secreto, sino que como había bastante indiferencia por un
lado y descreimiento por el otro, nadie nos molestó durante esos meses y nos
dejaron trabajar.
El diagnóstico
resultó claro; era lo que sabíamos y no cambiaba mucho del que Raúl Prebisch
había hecho en su famoso dictamen de años atrás. El país tenía ante sí un grave
problema de lento crecimiento económico, una inflación crónica que producía
grandes tensiones por la distribución del ingreso, una mala infraestructura,
una industria excesivamente protegida, un agro receloso y un tremendo
desequilibrio en las finanzas públicas.
El déficit de 1966
era de casi el 40 por ciento del total del gasto, y había que reducir esto a
cualquier costo. Nos propusimos hacerlo y entonces la primera tarea fue
preparar el presupuesto para 1967. Luis D’Imperio, que venía del sector privado
con una gran reputación de firmeza, tomó a su cargo (sin defraudar las expectativas)
la responsabilidad presupuestaria, con la colaboración de Cayetano Licciardo.
Pocos meses después, el 14 de marzo de 1968, falleció en su despacho de un
ataque al corazón.
Antes de hablar del
tema fiscal, que como usted bien dice es central en una política económica que
quiera reducir la tasa de inflación, me gustaría una brevísima consideración
sobre lo que quizá fue la medida más espectacular del programa del 13 de marzo
del ’67, y al respecto le formulo dos preguntas: ¿por qué 350 pesos? ¿Y por qué
el anuncio de que ésa sería la última devaluación?
La devaluación, que
era una parte del paquete de medidas que anunciáramos el 13 de marzo, era una
necesidad. Creía que además del déficit fiscal, que era un problema crónico en
la Argentina, había un tema importante que era el lento crecimiento de nuestras
exportaciones. El país había crecido erráticamente, hubo años muy buenos como
fueron el ’63 y el ’64 con grandes cosechas, pero como decía Prebisch en su
dictamen de 1955, el país no había realizado la transformación tecnológica
necesaria en el agro argentino. Tampoco había hecho un esfuerzo persistente
para aumentar sus exportaciones industriales; en el ’45 crecimos para adentro,
la industria se había creado para abastecer el mercado interno y no para
exportar. Teníamos una altísima barrera arancelaria, que en muchos casos
llegaba más allá del 300 por ciento.
Entonces, ante una
situación como la planteada vimos que era imprescindible incentivar las
exportaciones tradicionales argentinas y dar fuerte impulso a la exportación
industrial. Nosotros pensábamos que el país no podía seguir dependiendo
exclusivamente de los productos del agro que si bien son una base esencial ello
no es suficiente. Del diagnóstico resultaba evidente que teníamos un problema de
paridad, donde el tipo de cambio hasta ese momento no era satisfactorio. Quien
consulte las estadísticas del mercado a término en enero, febrero y marzo de
1967, encontrará que el peso argentino se iba consolidando: el dólar llegó a
valer m$n 240, 230, etc; se pensaba que el milagro ya estaba. O sea que
mientras los argentinos se encontraban veraneando soñaban que Krieger Vasena y
su equipo habían hecho ya el milagro y que tendríamos un peso fuerte. Nada más
alejado de la realidad, pero sirve para mostrar que no había ni la menor
sospecha de la devaluación.
En esta parte del
programa, yendo concretamente a la pregunta, me inspiré en lo que hizo Francia
en 1958, cuando De Gaulle pide a sus colaboradores el diagnóstico de la
situación y un programa. Las cosas en Francia, por aquella época, eran muy
parecidas a lo que estaba sucediendo en la Argentina: gran desequilibrio
fiscal, lento crecimiento de las exportaciones, inflación y una insignificante
participación en el comercio industrial mundial. El resultado del estudio de
Rueff-Pinay fue una gran devaluación y un estricto programa fiscal, que se
llevaron a cabo con el apoyo del Fondo Monetario en 1958. Recuerdo que fue el
“stand by” más grande de la historia del mundo hasta ese entonces. Francia
recibió un apoyo superior a los 1.000millones de dólares (¡de aquella época!).
Pensé que los
argentinos teníamos que hacer algo similar a lo que realizaron los franceses.
Consolidar la moneda, afirmarse y, como dije en un discurso, había que tirar el
ancla bien delante del barco y después aferrarse a ella y no moverse, dejar que
la correntada pase y que el barco quede allí. Por eso es que la devaluación fue
mayor de lo necesario, igual a lo que hizo Francia en el ’58, y luego tuvo diez
años de estabilidad, no sólo económica sino también política.
Esa fue la razón
por la cual la devaluación del ’67 fue en exceso y por eso pusimos los
impuestos a la exportación e iniciamos, así simultáneamente, en forma
compensada, la disminución de los derechos de importación (los que estaban al
300 por ciento los bajamos al 140 y así sucesivamente). Bajamos la protección
arancelaria exagerada e indebida que había ahogado a la industria argentina,
que estaba sobreprotegida y por lo tanto tenía poca eficiencia para exportar y
los productos eran de baja calidad. O sea que aprovechamos la devaluación en exceso
para también bajar los derechos arancelarios tan excesivamente altos a los
cuales habíamos llegado y nadie sabía cómo.
Usted el 13 de
marzo del ’67 hizo dos cosas; una fue elevar el tipo de cambio a 350 pesos y la
otra fue mantenerlo. ¿Por qué anunció que sería la última devaluación?
Estábamos
profundamente convencidos de que, si atacábamos el déficit fiscal, si
realizábamos una buena política de ingresos, y si se concretaban las reformas
que había que hacer, no sólo en el aparato estatal sino también en la
estructura productiva del país, la Argentina no tenía por qué volver a pasar
otro trauma devaluatorio.
No hay que
olvidarse que además estábamos en la época de las paridades fijas, muy distinto
a lo que sucedería después, durante la década del ’70. En los años ’60 el mundo
se movía a través de paridades fijas y se las modificaba sólo en casos muy
especiales (cuando, en la terminología del Fondo Monetario, existía lo que se
denominaba un “desequilibrio fundamental”), pero no se pensaba en aquella época
en la flotación; ésta vino en los años ’70 cuando la situación iba de mal en
peor y entonces todos comenzaron a “flotar”. El mundo vivió el largo período de
la posguerra con paridades fijas y sin embargo creció, prosperó y se
consolidaron no sólo la situación económica de muchos países sino también sus
instituciones políticas y democráticas, como el caso de Italia, Alemania y
otros países europeos. ¿Por qué? Porque había conducta fiscal y estabilidad
monetaria. En ese momento, en 1967, teníamos que volver a tener un signo
monetario fuerte, representativo, y que diera la base para armar el gran
esquema económico. Estaba convencido de que esto tenía que durar para siempre,
y fíjese usted que duró casi cuatro años; recién en 1970 se modifica la paridad
de 3,50 a 4 pesos.
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