miércoles, 5 de enero de 2022

Entrevista a Adalbert Krieger Vasena por Juan Carlos De Pablo – Parte 2

 

¿Del plan del 13 de marzo del ’67, cuánto es suyo y cuánto del equipo?

Todo el plan fue del equipo, porque era demasiado grande lo que queríamos hacer para que sólo estuviera en manos de una persona. Fue así que empecé a reunirme todos los días con el equipo. A medida que se iba avanzando se iba componiendo un diagnóstico de la situación e íbamos pensando en las medidas que habría que adoptar. No mantuvimos un gran secreto, sino que como había bastante indiferencia por un lado y descreimiento por el otro, nadie nos molestó durante esos meses y nos dejaron trabajar.

El diagnóstico resultó claro; era lo que sabíamos y no cambiaba mucho del que Raúl Prebisch había hecho en su famoso dictamen de años atrás. El país tenía ante sí un grave problema de lento crecimiento económico, una inflación crónica que producía grandes tensiones por la distribución del ingreso, una mala infraestructura, una industria excesivamente protegida, un agro receloso y un tremendo desequilibrio en las finanzas públicas.

El déficit de 1966 era de casi el 40 por ciento del total del gasto, y había que reducir esto a cualquier costo. Nos propusimos hacerlo y entonces la primera tarea fue preparar el presupuesto para 1967. Luis D’Imperio, que venía del sector privado con una gran reputación de firmeza, tomó a su cargo (sin defraudar las expectativas) la responsabilidad presupuestaria, con la colaboración de Cayetano Licciardo. Pocos meses después, el 14 de marzo de 1968, falleció en su despacho de un ataque al corazón.

Antes de hablar del tema fiscal, que como usted bien dice es central en una política económica que quiera reducir la tasa de inflación, me gustaría una brevísima consideración sobre lo que quizá fue la medida más espectacular del programa del 13 de marzo del ’67, y al respecto le formulo dos preguntas: ¿por qué 350 pesos? ¿Y por qué el anuncio de que ésa sería la última devaluación?

La devaluación, que era una parte del paquete de medidas que anunciáramos el 13 de marzo, era una necesidad. Creía que además del déficit fiscal, que era un problema crónico en la Argentina, había un tema importante que era el lento crecimiento de nuestras exportaciones. El país había crecido erráticamente, hubo años muy buenos como fueron el ’63 y el ’64 con grandes cosechas, pero como decía Prebisch en su dictamen de 1955, el país no había realizado la transformación tecnológica necesaria en el agro argentino. Tampoco había hecho un esfuerzo persistente para aumentar sus exportaciones industriales; en el ’45 crecimos para adentro, la industria se había creado para abastecer el mercado interno y no para exportar. Teníamos una altísima barrera arancelaria, que en muchos casos llegaba más allá del 300 por ciento.

Entonces, ante una situación como la planteada vimos que era imprescindible incentivar las exportaciones tradicionales argentinas y dar fuerte impulso a la exportación industrial. Nosotros pensábamos que el país no podía seguir dependiendo exclusivamente de los productos del agro que si bien son una base esencial ello no es suficiente. Del diagnóstico resultaba evidente que teníamos un problema de paridad, donde el tipo de cambio hasta ese momento no era satisfactorio. Quien consulte las estadísticas del mercado a término en enero, febrero y marzo de 1967, encontrará que el peso argentino se iba consolidando: el dólar llegó a valer m$n 240, 230, etc; se pensaba que el milagro ya estaba. O sea que mientras los argentinos se encontraban veraneando soñaban que Krieger Vasena y su equipo habían hecho ya el milagro y que tendríamos un peso fuerte. Nada más alejado de la realidad, pero sirve para mostrar que no había ni la menor sospecha de la devaluación.

En esta parte del programa, yendo concretamente a la pregunta, me inspiré en lo que hizo Francia en 1958, cuando De Gaulle pide a sus colaboradores el diagnóstico de la situación y un programa. Las cosas en Francia, por aquella época, eran muy parecidas a lo que estaba sucediendo en la Argentina: gran desequilibrio fiscal, lento crecimiento de las exportaciones, inflación y una insignificante participación en el comercio industrial mundial. El resultado del estudio de Rueff-Pinay fue una gran devaluación y un estricto programa fiscal, que se llevaron a cabo con el apoyo del Fondo Monetario en 1958. Recuerdo que fue el “stand by” más grande de la historia del mundo hasta ese entonces. Francia recibió un apoyo superior a los 1.000millones de dólares (¡de aquella época!).

Pensé que los argentinos teníamos que hacer algo similar a lo que realizaron los franceses. Consolidar la moneda, afirmarse y, como dije en un discurso, había que tirar el ancla bien delante del barco y después aferrarse a ella y no moverse, dejar que la correntada pase y que el barco quede allí. Por eso es que la devaluación fue mayor de lo necesario, igual a lo que hizo Francia en el ’58, y luego tuvo diez años de estabilidad, no sólo económica sino también política.

Esa fue la razón por la cual la devaluación del ’67 fue en exceso y por eso pusimos los impuestos a la exportación e iniciamos, así simultáneamente, en forma compensada, la disminución de los derechos de importación (los que estaban al 300 por ciento los bajamos al 140 y así sucesivamente). Bajamos la protección arancelaria exagerada e indebida que había ahogado a la industria argentina, que estaba sobreprotegida y por lo tanto tenía poca eficiencia para exportar y los productos eran de baja calidad. O sea que aprovechamos la devaluación en exceso para también bajar los derechos arancelarios tan excesivamente altos a los cuales habíamos llegado y nadie sabía cómo.

Usted el 13 de marzo del ’67 hizo dos cosas; una fue elevar el tipo de cambio a 350 pesos y la otra fue mantenerlo. ¿Por qué anunció que sería la última devaluación?

Estábamos profundamente convencidos de que, si atacábamos el déficit fiscal, si realizábamos una buena política de ingresos, y si se concretaban las reformas que había que hacer, no sólo en el aparato estatal sino también en la estructura productiva del país, la Argentina no tenía por qué volver a pasar otro trauma devaluatorio.

No hay que olvidarse que además estábamos en la época de las paridades fijas, muy distinto a lo que sucedería después, durante la década del ’70. En los años ’60 el mundo se movía a través de paridades fijas y se las modificaba sólo en casos muy especiales (cuando, en la terminología del Fondo Monetario, existía lo que se denominaba un “desequilibrio fundamental”), pero no se pensaba en aquella época en la flotación; ésta vino en los años ’70 cuando la situación iba de mal en peor y entonces todos comenzaron a “flotar”. El mundo vivió el largo período de la posguerra con paridades fijas y sin embargo creció, prosperó y se consolidaron no sólo la situación económica de muchos países sino también sus instituciones políticas y democráticas, como el caso de Italia, Alemania y otros países europeos. ¿Por qué? Porque había conducta fiscal y estabilidad monetaria. En ese momento, en 1967, teníamos que volver a tener un signo monetario fuerte, representativo, y que diera la base para armar el gran esquema económico. Estaba convencido de que esto tenía que durar para siempre, y fíjese usted que duró casi cuatro años; recién en 1970 se modifica la paridad de 3,50 a 4 pesos.

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