lunes, 15 de marzo de 2021

El catolicismo social en la Semana Trágica de Buenos Aires (1919) - Parte 3

 Tan solo dos días más tarde, el acto organizado desde el anarquismo para protestar contra la detención de Radowizky y Barrera en Chile y su entrega a las autoridades argentinas reafirmó el diagnóstico de que el problema estaba “en casa”: “El maximalismo ya no solo está en Buenos Aires en gestación. Anoche tuvimos una jornada maximalista completa, con discursos anárquicos de la más subida violencia, que eran escuchados pacientemente por los vigilantes”.22 Para el diario católico, la oratoria expuesta en dicha jornada había sido “intolerable” y una “incitación abierta al delito”.23 

La prensa socialista confirmó que se había tratado de un acto numeroso y que la llegada de la noticia de que las autoridades chilenas habían entregado a los dos militantes dio pie a una improvisada movilización; esta fue impedida por la policía, y el tiroteo entre la policía y “muchos” individuos que estaban en la columna dejó como saldo varios heridos de bala.24 La prensa católica insistía en que las autoridades cometían un error al tolerar este tipo de acciones y formulaba su advertencia en los siguientes términos: “No se pongan valladares á la fiera y después será el llanto mujeril de quienes no saben hoy portarse como varones”.25 La actitud del gobierno radical, leída como debilidad de temperamento, era asociada con frecuencia a una falta de masculinidad. Finalmente, el artículo remarcaba que no se trataba de alarmismo: “[l]a tormenta la tenemos encima; el peligro es inminente…”.26

Esa misma semana, otro artículo en El Pueblo alertaba, no sin manifestar cierta perplejidad, que aquella misma tarde se realizaría un nuevo mitin maximalista.27 Esta vez la convocatoria provenía del Partido Socialista Internacional (PSI); se habían fijado algunos carteles en los muros de la ciudad con grandes titulares que, en gruesos caracteres, invitaban al “Mitin maximalista”. Según el artículo, en esos carteles se hacían incitaciones al desorden, a la anarquía y a la rebelión. La publicación insistía en la “miopía de las autoridades” y en el pronóstico de que “dentro de poco en Buenos Aires no se podrá vivir con más tranquilidad que en Moscú o en Petrogrado”.28 Por otra parte, en la cobertura hecha por el diario del Partido Socialista se destacaba que la convocatoria “a un gran mitin maximalista” apenas había logrado movilizar “un par de millares” de personas, entre los que habían predominado anarquistas y maximalistas rusos. Se mencionaban corridas, petardos, palos y una importante presencia policial, que habría superado a la de los manifestantes.29

Ante la actitud pasiva que observaban en el gobierno, con el objetivo de dar su punto de vista sobre el maximalismo, un sector del catolicismo tomó la iniciativa de realizar una conferencia popular en la misma plaza. Recordemos que la realización de este tipo de actos no era nueva, sino que, por iniciativa del presbítero Dionisio Napal, se hacían con asiduidad desde 1916.30 El día previo a la conferencia, programada para el 8 de diciembre, un editorial de El Pueblo explicaba la importancia del evento indicando que el maximalismo estaba en todas partes –incluidas “las alturas”–. Dado que las autoridades políticas no hacían nada por evitar que el maximalismo se expandiera por “abajo”, y que “todos” asistían impasibles al avance de la ola roja, la juventud cristiana y patriota de los centros de estudios y de acción social salían “á la palestra”.31

Organizado por la Federación de centros de acción y estudios sociales, adherida a los Círculos de Obreros, el acto contó con una concurrencia numerosa. En él se entonó el himno, se levantó la bandera nacional y el señor Juan B. Podestá y el presbítero Dionisio Napal disertaron sobre el “bolshevikismo” y la patria. Según El Pueblo, el evento había despertado interés “sobre todo después de los incidentes que días pasados alarmaron á la ciudad”.32 En la misma fuente se afirmaba que Napal se había referido al maximalismo; la revolución rusa, los apoyos que ésta recibía localmente de figuras como José Ingenieros; al lugar del “factor judío” en los movimientos revolucionarios del mundo; al oportunismo de los socialistas, etc. En el relato también se mencionaba la presencia de algunos “pobres exaltados, que inútilmente intentaron provocar desorden”, y la acción del auditorio, que “reprimió con inmediata y eficaz energía á algunos libertarios que se desesperaban por alterar el orden”.33

Por su lado, en La Vanguardia, los socialistas agregaban que un ciudadano había pedido permiso para polemizar con Napal y que esto había sido concedido, pero que había sido atacado inmediatamente después de su intervención. Para ellos no era admisible que la tribuna pública fuese convertida “por obra de los frailes en un vaciadero de procacidades y ataque a las personas, como está sucediendo de un tiempo a esta parte, sin que la policía haga nada para evitarlo”, y, extrañamente, indicaban que era indispensable hacer actuar a la policía antes de que “los excesos de lenguaje de la jauría clerical lleguen a provocar reacciones que no por ser violentas serían menos justificadas y legítimas”.34 Por último, mientras El Pueblo valoró como positiva la acción policial, La Vanguardia resaltó que dicha intervención se llevó personas al azar, e incluyó el listado de las personas detenidas.

En las siguientes semanas hubo otras conferencias populares, no las relataremos a todas, pero sí nos interesa introducir aquí aquella que fue organizada por el Círculo de Obreros de Nueva Pompeya el 15 de diciembre en ese lejano barrio de la capital. El mitin tuvo lugar en avenida Sáenz y Traful, frente a la iglesia y a solo a algunas cuadras de Amancio Alcorta y Pepirí, donde ocurriría el choque que desencadenó la huelga general de enero de 1919. Al parecer, el público que asistió fue, como en los otros casos, numeroso, y contó con la presencia de una nutrida columna que quedaba subsumida, indistintamente, bajo la etiqueta de anarquista y socialista, o de “roja” o “ácrata”. Conci, el primer orador, expuso sobre “el absurdo del socialismo”35 y, cuando estaba terminando su discurso, “uno de los rojos más exaltados” agredió “por la espalda” a Napal.36 Entre uno y otro orador se produjo un violento entrevero, y el agresor habría huido perseguido por una cantidad de personas del público. También aquel día hubo algunas detenciones por parte de la policía.

Rápidamente, en respuesta a este hecho, la comisión directiva del Círculo de Obreros de Nueva Pompeya propuso la realización de una nueva conferencia pública para mostrar “la más enérgica y viril” de las protestas contra el ataque al sacerdote y orador católico por parte “de los elementos socialistas de la localidad”.37 Así, convocado en defensa del “derecho de reunión”, el acto se realizó el 5 de enero en Nueva Pompeya.38 La tribuna fue ocupada por Samuel Medrano, presidente del Círculo, Gustavo Franceschi y Dionisio Napal. Luego, la multitud formada por socios de los círculos de la ciudad y de otras organizaciones católicas marchó en compacta columna hacia el Parque Patricios.39La Nación afirmaba que concurrió un “numeroso grupo de maximalistas” y que perturbó la reunión repetidas veces. También sostenía que, debido a la frecuencia de los incidentes (se arrojaban piedras contra los oradores), la policía de la sección 24 “cargó contra los promotores de los incidentes, disolviéndolos”.40 Los “ácratas y rojos” habían preparado una especie de contramanifestación, y se improvisó una nueva tribuna en la que se señaló el temor que existía en los “antros rojos” de que se les fuera “el dominio fácil que habían adquirido en la masa, en veinte años de insidias impunemente propagadas”; se remarcaba, en consecuencia, la intolerancia y la desesperación de los “nuevos mazorqueros fracasados”.41 En respuesta a quienes tiraban piedras desde el parque, salieron “grupos de jóvenes católicos, que en varios casos castigaron severa y ejemplarmente a los cobardes autores de esos atentados”.42 También se realizó otro acto en el salón de los padres capuchinos de la iglesia Nuestra Sra. de Pompeya, en el que se responsabilizaba del atentado a “uno de los anónimos militantes de la mazorca socialista”.43

De este modo, cierto clima de violencia y tensión precedió al incendio intencional del templo Jesús Sacramentado en el barrio de Almagro el día 9 de enero. Ese día, momentos antes de que el cortejo fúnebre pasara por delante del templo, una muchedumbre irrumpió y destrozó la iglesia Jesús Sacramentado y el asilo de niñas anexo dirigido por la Congregación de las Siervas de Jesús Sacramentado. El Pueblo indicó que un hombre (por aspecto, un obrero, y por su actitud, un ácrata) había ocupado una improvisada tribuna donde arengó a sus oyentes, que habrían sido alrededor de quinientos. En el momento en que iba llegando la columna principal, una banda de unos ochenta sujetos asaltó una armería en la calle Corrientes ubicada frente a la iglesia y luego con las armas robadas, el grupo saltó la verja de la iglesia.44 Según el diario católico, los atacantes eran jóvenes, en su mayoría rusos y catalanes; entre ellos se contaba casi una docena de mujeres, también de origen ruso, que, distinguidas por su procacidad, “con sus hechos pedían á gritos un par de pantalones”.45 Un funcionario policial, Octavio Piñero, interpretaba el hecho como una prueba de ateísmo y de odio a la fe católica. Según su relato, y como indicó también la prensa católica, la dotación de policías y bomberos tardó en llegar; aunque se afirmaba que quienes estaban dentro del templo se hallaban prevenidos de lo que podía pasar y lograron ponerse a resguardo (1956, p. 45). Cuando las fuerzas de seguridad llegaron, se produjo un violento tiroteo cuyo saldo fue, nuevamente, varios muertos y heridos.46

La iglesia Jesús Sacramentado, ubicada en una zona en aquel momento alejada del centro de la ciudad, había sido construida con la colaboración económica de la familia Unzué y era reconocida por su elegancia y distinción.47 A pesar de tratarse de un orgullo para el catolicismo porteño y de ser dirigida por el padre Santiago Ussher, un sacerdote con amplia participación pública, vinculado a la obra de los Círculos de Obreros y especialmente próximo a monseñor De Andrea, no tenemos elementos para afirmar que su destrucción haya respondido a planes premeditados. Según el informe que Ussher dirigió al arzobispo, se perdió la mayor parte de los interiores de la iglesia y el mobiliario del colegio. También fueron consumidos por el fuego la biblioteca y los documentos del colegio desde su fundación en 1874; los archivos de las Hijas de María, del Apostolado de la Oración, de la Congregación de la doctrina y de la conferencia de señoras y del taller de señoritas vicentinas, asociaciones que hacían trabajos en el lugar.

De manera general, la quema de la iglesia fue leída como un crimen sacrílego y central, que constituía una muestra de la desprotección en que los había dejado el gobierno: “el hecho más saliente, más brutal, más criminal y repugnante cometido ayer, que subleva el ánimo, que prueba la falta de garantías que hay, la impotencia de la autoridad, su incapacidad para el gobierno, que debe consistir en prever”.48 Como se podía prever, se comparó este hecho con la quema del colegio El Salvador en 1875 y se lo incluyó en una genealogía de actos propios de la Comuna de París (1971), de la Semana Roja de Barcelona (1909) y de la Rusia maximalista (1917).49 Debido a la inacción del gobierno, la incapacidad o imprevisión policial, sostuvieron que “la sociedad deberá defenderse por sus propios medios”.50 Asimismo, entendían que ciertos conceptos sobre las “libertades de residencias, de asociación y de palabra hablada y escrita” debían necesariamente de ser revisados.51

A su vez, se mostraban impresionados por la actitud tomada por los principales diarios de la metrópoli. Decían que estos narraban el hecho

con inexplicable indiferencia, sin una sóla palabra de protesta contra el bárbaro atentado, perpetrado en pleno día, ante una multitud impregnada de los sentimientos más injustos y bajos, indignos de corazones humanos; hecho que significa no sólo una agresión á la conciencia y á la Religión del país, sinó al arte, al embellecimiento edilicio y al derecho de propiedad; derechos garantidos por la Constitución de la Nación.52

Interpretaban tal indiferencia como muestra de complicidad y una expresión lamentable de sus erróneas ideas acerca de la legalidad, la justicia y la libertad que podían conducir a las masas a excesos mayores aún.


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