martes, 16 de marzo de 2021

El catolicismo social en la Semana Trágica de Buenos Aires (1919) - Parte 4

 Es en este contexto que la violencia se tematiza y se instala la cuestión de la autodefensa como problema para los católicos. La Revista Mariana demostraba su acompañamiento a las religiosas de Jesús Sacramentado indicando: “Jesús habrá exclamado (…) como exclamó ante las furiosas muchedumbres judías: ¡Perdonádles, Padre mío, porque no saben lo que hacen!”. El argumento sostenido aquí era que la “venganza” admitida por el cristianismo y enseñada por Jesús no era otra que “sufrir y perdonar”.53

En cambio, un editorial de El Pueblo, que analizaba detenidamente la compasión cristiana –es decir, ese sentimiento de identificación con los males del prójimo–, argumentaba que esta no excluía la justicia, y, por lo tanto, admitía la represión y el escarmiento aleccionador. Más aún, en un conflicto, tampoco contemplaba solo a una de las partes, sino a todas ellas. Entonces, si bien la compasión cristiana apuntaba contra la crueldad sobre el victimario, al tener presentes a las víctimas debía “aceptar y acepta[ba] la represión y el escarmiento aleccionador”.54 De manera general, y siguiendo la línea editorial señalada previamente, se declaraba la necesidad de que el país se previniese del “compasivismo”, sentimiento que no debía confundirse con la compasión, considerada como positiva.55 El “compasivismo”, al ceñirse a quienes se les aplica una determinada pena, olvida los daños hechos y no tiene en cuenta que dejarlos “impunes” implicaría estimular su reproducción. Su presencia extendida ha malogrado la acción defensiva de la sociedad frente a los “peligros graves y reales que la han amenazado”.56

De este contexto surgía, también, la necesidad de autodefensa. De alguna manera, la disputa con las izquierdas por ocupar el espacio físico y simbólico de la ciudad implicaba cierta confrontación física, “de cuerpo”, que desde la conducción de los Círculos de Obreros era por lo menos aceptada.57 Así, por ejemplo, en la crónica del segundo acto que mencionamos, realizado en Pompeya, se resaltaba de manera positiva la reacción de los católicos, que, “resueltos y decididos”, rechazaron y persiguieron “durante buen trecho a los rojos que, al primer amago de ataque, se dispersaron vergonzosamente…”.58 Luego del episodio ocurrido en Nueva Pompeya con el padre Dionisio Napal, en la Junta de Gobierno de los Círculos de Obreros Católicos se propuso discutir un proyecto de cursos de box para que los socios pudieran defenderse de los ataques.59

Después del incendio del templo Jesús Sacramentado, en el diario El Pueblo se mencionó otro ataque a una iglesia de Avellaneda que había sido repelido inmediatamente. Ante este tipo de situaciones, se planteaba que era “menester que todas las instituciones católicas impuestas de la evidente falta de garantías (…) estén alerta, [y] tengan su vigilancia propia sin ahorro de armas ni de pólvora”.60 Esto se sostenía, argumentalmente, en que la policía no daba abasto y en que, además, era patriótico contribuir a su acción. De manera que puede verse cierto corrimiento desde una posición ambivalente frente a la violencia hacia la afirmación del derecho de autodefensa de la fe, de la institución y de sus miembros; afirmación que, para algunos de ellos, se extendía a la defensa de la patria.

A su vez, este proceso empalmó con la organización de milicias cívicas que durante la semana de enero de 1919 acompañaron la represión estatal. En las primeras horas del día 10, civiles y policías liberaron sus sentimientos antisemitas y atacaron barrios, locales e instituciones de obreros de la colectividad. El general Dellepiane había permitido, no es claro si con la aprobación o no del presidente, el reparto de armamento a voluntarios civiles, como ya lo había hecho en 1910. El accionar de estos grupos se mantuvo hasta el 14 de enero, aunque quedó la impresión de que el estallido revolucionario estaba latente aún (McGee Deutsch, 2003, p. 86).

Paralelamente, en respaldo de este accionar, se hicieron distintas colectas para juntar fondos que serían destinados a las familias de los muertos o heridos por los huelguistas. La más importante fue la del Comité Pro-defensa del orden, dirigida por Domeq García61, creada para pedir la colaboración del gran comercio, de la industria, los exportadores, los terratenientes, los financieros, etcétera (McGee Deutsch, 2003, p. 87). El arzobispado colaboró activamente en la colecta organizada por este comité con la consigna de “socorrer los hogares de quienes han defendido el orden, la autoridad y también las iglesias y colegios católicos”.62

En continuidad con estas iniciativas, el 20 de enero se constituyó la Liga Patriótica Argentina (LPA); como referentes de la Iglesia Católica y el catolicismo, estuvieron presentes monseñor De Andrea y Piaggio (McGee Deutsch, 2003, p. 88).63 En un primer manifiesto, en el que se daban a conocer sus intenciones, la organización sostenía que el país contaba con “grandes leyes”, pero que no se había asegurado un sistema de “sana” previsión social para amparar la invalidez, la enfermedad y la suerte de los “miles de obreros que han venido á buscar trabajo y bienestar entre nosotros”. El crecimiento poblacional, comercial e industrial impulsado por un sentimiento materialista había descuidado el problema moral de hacer que la patria fuese tanto más alta y noble que el saldo favorable de la balanza comercial.64 A las fuerzas “organizadas para la destrucción” se proponía oponer fuerzas organizadas para el orden, la construcción y el progreso. Si bien entendían que las desigualdades sociales eran inherentes a la naturaleza humana, se buscaba que los favorecidos y los perjudicados comprendieran el beneficio de hacer dichas desigualdades “ménos violentas, más tolerables, más remediables”.65

Como otras sociedades similares, el Círculo de Obreros de la Merced recibió el pedido de dar difusión al manifiesto citado. Este documento fue reproducido en el boletín parroquial de Nuestra Sra. de la Merced y, probablemente, difundido entre los trabajadores de la parroquia. La comisión directiva del Círculo indicaba haber “aceptado complacida la tarea de hacer conocer del elemento proletario existente, dentro de su radio de acción, el conceptuoso manifiesto de esa Honorable Junta, habiendo dado al efecto las órdenes correspondientes”.66 Asimismo, auguraba a la nueva organización “el éxito más completo en la consecución de sus altos fines”.67 Aun cuando no parece haber habido una resolución general de los Círculos de Obreros, este apoyo no se limitó solo al Círculo de la Merced.

Cuando en abril de ese año se terminó de definir tanto el programa como la forma institucional, y se eligieron las autoridades definitivas de la LPA, el Dr. Lorenzo Anadón integraba nuevamente la Junta Central Nacional.68 Un editorial de El Pueblo, que tomaba como propios los propósitos de la LPA, sostenía que las ideas expuestas por el doctor Carlés merecían la aprobación de todo el elemento sano del país y que, por eso, debían ser conocidas y meditadas por los lectores. De tal manera se podría observar “la concordancia existente entre ellas y las expuestas infinidad de veces en estas columnas”.69 Por esos días, la Federación de Propaganda, adherida a los Círculos de Obreros, planteaba la idea de la existencia de una esencia nacional, una actitud de rebeldía propia de los argentinos, que se había expresado en 1810 en forma de “noble protesta” contra la tiranía, el desorden, el antipatriotismo, la demagogia o la esclavitud. Continuaba diciendo que fue precisamente esa rebeldía argentina la que “se irguió contra el maximalismo amenazante á raíz de los sucesos de enero y fue la que provocó la fundación de la Liga Patriótica Argentina, en oposición á aquel y para realizar una nobilísima obra de argentinismo”. Así, agregaban,

tócanos á nosotros constituir el dique inconmovible é inalterable que detenga el torrente avasallador que amenaza todo lo que haya de patriótico y religioso. Seamos el Pampero vivificador que borra esas nubes fatídicas y permita que brille, muy alto, el sol de la paz y justicia.70

Poco más de un mes más tarde, en el marco de los festejos patrios, la Liga participó de la organización de una importante manifestación, que tuvo una concurrencia estimada en 120.000 personas. Aunque los Círculos de Obreros parecían estar embarcados en la realización de su congreso social, algunos participaron de ella. Por ejemplo, el Círculo Nuestra Sra. de Buenos Aires, asentado a unas cuadras de donde ahora se ubica el monumento al Cid Campeador, invitaba a sus socios de la siguiente manera: “A la 1 p.m., incorporación á la manifestación patriótica, auspiciada por la Liga Patriótica Argentina y el consejo nacional de educación, á cuyo efecto en Gaona esquina Espinosa habrán tranvías especiales gratuitos”.71

Ahora bien, estos vínculos y confluencias entre los Círculos de Obreros y la LPA no deben confundir acerca del hecho de que la acción institucional de los Círculos de Obreros fue por otro carril. A días de finalizada la huelga de enero, una delegación de estos últimos se reunió con el presidente de la nación y le llevó una nota en nombre de los millares de trabajadores que no habían podido intervenir en los últimos sucesos.72 No lo habían hecho debido a que las empresas particulares y las administraciones públicas habían prescindido de los elementos moderados. En ese sentido, señalaron que había llegado la hora de distribuir la responsabilidad de los horrores presenciados, y creían oportuno remarcar que el problema social no se resolvería sin el necesario aliento a los gremios sanos.

Asimismo, en la reunión del Consejo General, varios círculos propusieron la organización de un acto contra socialistas y ácratas, y en homenaje al Gral. Dellepiane.73 Por no tratarse del momento adecuado, De Andrea propuso postergar la iniciativa y realizarla junto con un congreso que reuniera a los católicos sociales.74 Efectivamente, a fines de mayo de 1919 se realizó el I Congreso de Católicos Sociales de América Latina, al que concurrieron numerosas delegaciones.75 Allí reafirmaron la necesidad y el derecho de la organización de los obreros a promocionar y defender sus intereses y condiciones profesionales, y esto debía darse sin la injerencia de los patrones ni de otras presiones extrañas. Así, se promovía el sindicalismo católico de base múltiple, que era visto como una vía sana de mejoramiento de la condición económica y social de los trabajadores, y se rechazaba “toda solidaridad con las organizaciones obreras de carácter socialista o anarquista, o del llamado sindicalismo de acción directa”.76

La otra iniciativa relevante para contener la conflictividad social y encauzar los reclamos de los trabajadores, que surgió del seno del catolicismo, fue la Gran Colecta Nacional77, ideada por Miguel De Andrea, cuya concreción se consignó a la recientemente fundada Unión Popular Católica Argentina.78 Lo novedoso de esta colecta era su carácter nacional, ya que, como destacó Miranda Lida (2015), el término nacional tenía un doble sentido: por un lado, apelaba a todos los sectores, sin distinción de clases o pertenencia a grupos particulares y, al mismo tiempo, tenía un sentido territorial amplio, que no circunscribía la colecta al ámbito parroquial o diocesano (p. 86). La Iglesia se erguía como defensora de las masas populares, preservando el prestigio de la elite y canalizando la solidaridad social. Esta iniciativa tuvo lugar en dos etapas: a fines de septiembre con el pedido de recursos a grandes aportantes, y a fines de diciembre, con una fase más popular. Algunos autores destacaron el fuerte componente propagandístico que tuvo la colecta al haber intentado oponer a la “semana roja” de enero una “semana blanca” (Romero Carranza, 1956; Gerdes, 2016). Efectivamente, la colecta fue acompañada de una serie de conferencias y folletos en los que se trataban distintos puntos del programa social.79 Con todo, en función de las expectativas, sus alcances parecen haber sido limitados y en su mayoría los aportes provinieron de la elite.


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