miércoles, 11 de diciembre de 2019

Hipólito Yrigoyen ante la condición humana - Parte 3


La Unión Cívica Radical era el partido que representaba ese movimiento. Dice Yrigoyen, que es “numen y fuente originaria, surgida para cumplir sacrosantos deberes, y asumió todas las pruebas, como la entidad simbólica que fijó su ruta marcando modalidades antagónicas irreductibles entre épocas y tendencias” (Memorial a la Corte Suprema de Justicia, escrita desde la Isla Martín García, donde estaba preso, en agosto de 1931, DHY, pág. 470-471). Por eso, afirma en el mismo escrito, la Unión Cívica Radical así por sus majestuosas enseñanzas, la religión cívica de la Nación adonde las generaciones sucesivas puedan acudir en busca de nobles inspiraciones” (DHY.Pág. 474) y su causa es la de la Nación misma, y su representación la del Poder Público que sólo lo es cuando está encuadrado en el Estado de Derecho, el de la Constitución y la ley.

V

Las Ideas de Nación, de Patria y de Pueblo, palabras y conceptos que invoca reiteradamente en sus escritos, tienen particulares connotaciones en el pensamiento y en la acción política de Yrigoyen. Su léxico ha sido motivo de apreciaciones generalmente peyorativas, vinculadas a su construcción muchas veces basada en neologismos, a un presunto significado oscuro. Todavía no ha sido trabajado un estudio más penetrante, objetivo y abarcador, siendo, como lo es el lenguaje irigoyeneano, de ricas y creativas posibilidades interpretativas.

Yrigoyen era un hombre político, no un académico de la filosofía, aunque había ejercido la cátedra en el Colegio Normal de Buenos Aires por casi diez años. Sin embargo, pocas veces en la historia se encuentra una conjugación tan trascendente y armoniosa entre teoría política, conducta ética existencial, y praxis en la vida pública. Por ello, los textos yrigoyeneanos deben ser interpretados no sólo en sí mismos, sino en su activa concreción política, en la práctica de jefe revolucionario, fundador y conductor de un partido político y de un movimiento popular, y como ejecutor de una profunda transformación democrática y modernizadora en la vida Argentina desde la Presidencia de la República.

El pensamiento de Irigoyen tiene una primera raíz axial en las concepciones emancipadoras de Mayo, y por lo tanto, en las concepciones de liberalismo racionalista y emancipador de la Revolución Francesa y, secundariamente, en las ideas de la Soberanía popular de la Escolástica Española de Francisco Suárez, del Siglo XVI, que formó parte de la argumentación de los patriotas independentistas en los debates originales del 22 de mayo de 1810. Tengo para mí, que aquella recurrencia a la tradición escolástica tenía carácter retórico circunstancial, porque respondía a una eficiencia argumentadora y a una táctica: la de usar elementos ideológicos en una discusión que el adversario no puede sino admitir, porque los comparte. En ese mismo orden, son notables las influencias en los textos yrigoyeneanos, de Esteban Echeverría y por su medio, del nacionalismo romántico de Giácomo Manzini.

El segundo eje notable en el pensamiento de Yrigoyen está conformado por el racionalismo armónico del krausismo y sus epígonos de socialismo liberal de España y Bélgica, al que ya hicimos referencia. El krausismo es en sí mismo una suerte de sincretismo ecléctico, con algunas connotaciones muy originales: encontramos allí fuentes kantianas y rasgos del espiritualismo de la Naturaleza de Schelling.

Y un tercer eje, lateral y parcialmente incidente, está referido al solidarismo social y otras corrientes radicales y social demócratas de la llamada “edad de oro” de la III República Francesa. Estas influencias en el pensamiento de Yrigoyen, especialmente notables en el Derecho del Trabajo y en la política educativa, a través de figuras como L. Bourgeois, Philippe Berthelot y Charles Guide, han sido aún poco estudiadas, pero en su momento fueron reconocidas por los legisladores radicales en 1922 y en 1928. Cabe agregar, finalmente, que en los tres ejes señalados, está presente la Francmasonería, a la que Yrigoyen perteneció.

En el marco de las concepciones filosóficas, el término compuesto “identidad nacional” no es utilizado por Yrigoyen. Alguna vez usó la expresión “nativa solidaridad nacional”, al referirse al movimiento que implicaba la Unión Cívica Radical, “una solemne y vasta connotación rimada por definiciones siempre armónicas, comprendida por el sentimiento argentino como el más impositivo mandato patriótico de su nativa solidaridad nacional” como afirma en el Mensaje de Apertura del Congreso Nacional, el 16 de mayo de 1919 (DHY, Pág.185). Esa caracterización ontológica del espíritu nacional está en el trasfondo de su concepto de Nación, de Patria y de Pueblo, a los que recurre sin mayores distinciones.

Es cierto que las tres palabras conforman la trilogía conceptual básica del pensamiento político, puntos centrales en torno a los que gira la evolución y transformación de la ciencia política; pero Yrigoyen les da connotaciones imprevistas, una sinceridad y grandeza que, hasta entonces, no habían sido expresadas por el positivismo imperante en las clases dirigentes del Régimen.


Pero conjuntamente con ese espiritualismo, el nacionalismo de Yrigoyen tiene estructura contractualista. Esto es, la Nación Argentina se asienta en una Asociación, que emana de una conciencia colectiva en torno a los valores que expresa la Constitución Nacional, estructura jurídica que instituye el Estado Nación republicano, democrático y federal, y que tienen sus fuentes en las ideas de Libertad, Igualdad y Solidaridad. La Idea de Nación es dinámica, un proyecto en continuo movimiento, una realización cívica de origen popular, emancipadora y soberana, reparadora y al propio tiempo revolucionaria. De ahí la importancia del sufragismo, de la voluntad general expresada a través del comicio limpio de carácter universal. La Nación es entones construcción y manifestación popular, y una vez que el pueblo se pronuncia, “la Nación ha dejado de ser gobernada, para gobernarse a si misma” (Mensaje de Apertura del Congreso de la Nación, del 16 de mayo de 1919; DHY, pag185).

Así ocurre que la Nación, para ser tal, debe responder a esos principios fundantes. Pero, alega Yrigoyen, habían sido olvidados y degradados por muchos años por los Gobiernos del Régimen (una suerte de oligarquía patrimonialista, una plutocracia) a los que atribuía los mayores males de una Nación que había que reparar en sus propios fundamentos. Las que constituyen la nacionalidad son, pues aquellas tradiciones, concebidas no como unas esencias permanentes, sino como un puente flexible que nos une con el pasado, pero que, por sobre él, nos vincula con un proyecto de futuro, en función de un destino universal. Así lo que nos hace argentinos, es nuestra participación directa en la conformación y la confirmación de la soberanía política, nuestra calidad de ciudadanos y nuestra conciencia cívica. No sería tanto la lengua común, ni la religión, ni la etnia lo que fundamenta la nacionalidad, ni aún el mismo territorio en que habitamos. 

Todos esos elementos conforman algo así como un humus, una savia impulsora, importante pero no excluyente, desde donde surgen los valores éticos y sociales de una conciencia colectiva: confluyen, en suma, en la democracia, igualitaria y vital, auténtica y veraz, y su movilización dinámica tras objetivos justicieros. De tal modo que la soberanía interna sacraliza a los individuos en su ciudadanía. Sin ella, no se explica la soberanía externa. Y es precisamente en ese plano, donde se percibe con mayor claridad el sentido de lo nacional que registra Yrigoyen.


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