martes, 10 de diciembre de 2019

Hipólito Yrigoyen ante la condición humana - Parte 2


La circulación de la convocatoria yrigoyeneana, en los momentos de mayor expansión persuasiva, apenas cuenta con textos escritos, y casi sin apariciones públicas del jefe radical. Su difusión, en los tiempos de la lucha desde el llano, no se producía sino muy parcialmente, por los canales propios de la época: diarios, periódicos, producción teatral o los libros. Tampoco por los actos de la tribuna, la arenga y la actuación parlamentaria. Todos esos instrumentos los tuvo cuando la UCR accede al gobierno, aunque Yrigoyen persistió en su conducta silenciosa, casi sin apariciones públicas. La circulación social de la “política” de Yrigoyen se realizaba más como efecto de las prácticas políticas que de una fundamentación escrita de carácter teórico. 

Se expresaba, entonces, a través de los “documentos” de la Unión Cívica Radical, emitidos luego de las reuniones de sus órganos estatutarios, que estaban apenas difundidos por los medios de la época. Yrigoyen condenó severamente esa prensa venal y sometida a los poderes de turno. Ese carácter documental que registra y sostiene la escritura de Yrigoyen, en términos de pronunciamientos solemnes, van fijando posición doctrinaria y testimonian “los oprobios del Régimen” para el presente y para el futuro.

El “documento” de Yrigoyen sería así un género de fuerte incidencia retórica, de tono declarativo y prescriptivo, grave y severo, que describe, y sobre todo interpreta, las realidades sociales, económicas o políticas desde una mirada con fundamentos éticos. Difunde, pues, ya por los medios de prensa partidarios, ya por el folleto o el volante, los textos con que se expresa institucionalmente su pensamiento político. Esos textos son de escritura densa. Es un discurso racional con enunciados apodícticos, generalmente largos y con derivados sucesivos. A veces, son de compleja comprensión, sobre todo si no se penetra en la lógica de sus estructuras filosóficas, las que, como queda dicho, provienen del idealismo romántico alemán a través de sus epígonos españoles. Es a esos textos y a los mensajes presidenciales oficiales -que denotan el particular estilo de la expresión lingüística de Yrigoyen- a los que debemos recurrir, pues, para el estudio y la interpretación del pensamiento político de Hipólito Yrigoyen. Deberemos utilizar, igualmente, el léxico y el estilo de composición del propio Yrigoyen para definir ese ideario, porque es irremplazable.

Una parte importante, la más sustantiva del pensamiento yrigoyeneano, ha sido incorporada a las ideas políticas argentinas, y por lo tanto está vigente y aceptada, y cuentan con lo que podríamos denominar un consenso implícito de la teoría democrática. Lo que en su tiempo era innovador y revolucionario, hoy no tiene obviamente el mismo eco trasgresor y alternativo. Aun cuando deba ser considerada y valorada en el contexto de la historia de las ideas y, en ese marco, su ubicación en tiempo y lugar, encontrando influencias, cruces ideológicos, y eventualmente quiebres y continuidades, el mensaje de Yrigoyen ostenta el carácter de lo clásico, y por lo mismo, resulta imprescindible.

Sin embargo, una lectura crítica más profunda y más cuidadosa, encuentra rasgos originales, que adquieren hoy renovado interés y actualidad, a la luz de las transformaciones que los procesos de globalización, la crisis del estado nación y las nuevas problemáticas en torno a las así llamadas identidades nacionales.


Para Yrigoyen la Política es Ética, y la Ética es Política: la simbiosis es absoluta, y por lo tanto no se plantea la contradicción teoría-praxis, o, en términos de Max Weber, una ética de las ideas en contraposición a una ética de las responsabilidades. La ética yrigoyeneana, por otra parte, es de índole social, emanada naturalmente de una moralidad individual, a la que trasciende. Por eso Yrigoyen, al anunciar la pérdida de su propia autonomía, la sublima en función de una liberación colectiva. Pero no se trata de exigir a todos esa renuncia: la idea de semejante sacrificio es un deber del dirigente, que asume esa obligación apostolar y de quienes lo acompañan en la Unión Cívica Radical. En períodos revolucionarios, la intransigencia es una disciplina severa, que obliga a quienes participan y se comprometen con la acción revolucionaria de la “Causa” contra el “Régimen”. Es muy difícil ser radical, advierte Yrigoyen a sus correligionarios.

La Causa y el Régimen: he ahí una dualidad conceptual que es central en la política yrigoyeneana. Proviene de la visión romántica que atraviesa desde las luchas independentistas, todo el siglo XIX en la política argentina. Revolución o quedantismo, independencia o colonia, unidad centralista y federalismo descentralizador, institucionalidad democrática o autoritarismo oligárquico, son los términos de las tensiones entre las dos argentinas, una dicotomía de exclusiones y enfrentamientos.

Yrigoyen opta, en esa interpretación de nuestra historia a fines del siglo XIX, por la idea de la revolución democrática de las instituciones propias del Estado de Derecho; por el igualitarismo contra el privilegio, por la personería de la Nación frente a la dependencia internacional. La reparación de una Argentina verdadera, degradada circunstancialmente en sus concepciones morales y en su deformación institucional, conlleva el reemplazo del Régimen, “falaz y descreído, por un orden de cosas enteramente nuevo”. Será el logro de la Nación soberana en lo interior y en lo exterior. Los componentes del régimen -“una descomposición de mercaderes donde nada se agita por ideal alguno de propósito saludable sino por móviles siempre menguados” (Carta al Dr. Pedro C. Molina -preliminares de la polémica- DHY, pág. 67)- podrán retardar su caída, “imponiendo cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitarán obedeciendo a una lógica de la historia ineludible” (Primera Carta... DHY pág. 82.). Porque sus bases son absolutamente falsas y atentatorias, así fatalmente caerá. Por eso, la Causa tiene una razón y un destino revolucionario: “Ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado, ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos” (DHY, pág. 83).

Hay en esta hermenéutica de la realidad argentina un cierto optimismo panteísta, un regeneracionismo histórico que la conduce y alimenta. Partiendo de las fuentes raigales, en búsqueda de lo profundo, de lo inmutable, el retorno de las fuerzas populares y nacionales a las luchas políticas implica mucho más que la restauración constitucional, cuyo formalismo decía el régimen oligárquico cumplimentar. La que se incorpora a la lucha política en la reivindicación radical, es, en cambio, una renovación ética fundamental, un espíritu nuevo, una nueva vida, que va más allá del restablecimiento de las ideas primordiales de 1810: es la realización plena de la personalidad argentina a través de un movimiento colectivo de liberación.


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