sábado, 29 de junio de 2019

Elpidio González - Parte 2


Elpidio González había nacido el 1º de agosto de 1875 en Rosario. Ocupó diversos cargos públicos durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: Ministro de Guerra de 1916 a 1918 y Jefe de la Policía Federal Argentina, a partir de aquel último año y hasta 1921. Fue elegido para acompañar a Marcelo T. de Alvear como vicepresidente de la Nación, y volvió a cumplir funciones en el segundo mandato de Yrigoyen (1928-1930), siendo Ministro del Interior.

El 12 de marzo de 1922, tras dos jornadas de reunión, la UCR (Unión Cívica Radical), por medio de su Honorable Convención Nacional, designa por medio de una rigurosa votación que el compañero de fórmula del candidato presidencial Marcelo T. de Alvear va a ser Elpidio González. El escrutinio le fue favorable por 102 votos propios contra 28 votos de quien le seguía en la lista, Ramón Gómez, lo que a las claras demuestra todo lo que representaba Elpidio González para sus correligionarios.

Como flamante candidato a Vicepresidente de la Nación, González remitió una nota muy conceptuosa y llena de compromisos y lealtades:

“Me es grato acusar recibo de la nota del señor Presidente (1), en la cual me hace saber que la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, me ha designado candidato del partido para la vicepresidencia de la República en el próximo período constitucional.

“Después de una intensa lucha de mi espíritu ante el honroso voto del más alto cuerpo de mi partido, que valoro en todo su significado, me hago un deber en aceptar su determinación, asegurando a sus miembros que si el sufragio popular llegase a confirmarlo, pondría en el desempeño de tan alta magistratura todas mis aptitudes e inspirándome celosamente en las virtudes del esclarecido ciudadano que hoy preside la República (Hipólito Yrigoyen), cuyo ejemplo democrático –me considero en la obligación moral de manifestarlo así- ha de constituir la norma de mi acción al servicio de las instituciones nacionales, en el culto invariable de la verdad y la justicia. Elpidio González”.

Gente que lo ha tratado hasta su muerte, decía que Elpidio González murió muy pobre. Esto dice un portal del partido al cual perteneció: “No solamente se rehusó (Elpidio González) a percibir la pensión como ex vicepresidente que por ley le correspondía, sino que para ganarse la vida debió ingresar a la conocida firma productora de anilinas “Colibrí”, para desempeñarse como corredor de comercio percibiendo una modestísima remuneración que le obligaba a vivir austeramente”. Dignísimo.

Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero a este hombre que fue hijo de un gaucho federal de Felipe Varela, dada a conocer por el diario “La Nación” el día de su muerte (18 de octubre de 1951), y que decía así.

“(…) en un tranvía cierto domingo de un frío invierno, al mediodía, un anciano, pesándole más los años que el maletín de gastado cuero cargado de betún y anilinas Colibrí para los zapatos con que se ganaba la vida, vistiendo un traje gris, pobre y limpio y la barba, larga pero cuidada, subió a un tranvía.

Después de sacar el boleto se sentó al lado de un señor que venía leyendo un libro.

-“Cantos de vida y esperanza”, un buen libro de Rubén Darío”, le dijo el anciano al pasajero lector, y luego se enfrascó en sus cosas sin prestarle más atención.

El anciano contaba ahora algunas monedas que había obtenido de la venta del día.

-“Y sí, es él”, pensó el lector; ese al que ahora se le caía una moneda de un peso y se levantaba cansinamente a recogerla. Era él, el mismo que decían que vivía en un cuarto de la calle Cerrito que se venía abajo; el mismo que había rechazado una pensión que le correspondía; el amigo de Yrigoyen; el vicepresidente de Alvear…. el que tampoco aceptó una casa que el gobierno quiso darle para que viviera como merecía. Si, era Elpidio González.

El viejo político, con la moneda recuperada en su mano, jadeó un poco. Se había agitado al agacharse a recogerla. Y, como justificándose, dijo a su vecino al sentarse nuevamente junto a él:

-“Si no la uso para limosna, la usaré para comer”.

Y en la siguiente parada se alejó hacia la puerta trasera, como un espectro, para irse.

-“¡Oiga, señor González! -le dijo el viajero- sírvase guardar el libro que le agrada con usted. Sería un honor para mí que le aceptara”.


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