El lugar conocido por los indígenas como de «las siete
corrientes» ya había llamado la atención de los conquistadores en el siglo XVI,
como sitio adecuado para establecer una ciudad. En 1587, al cuarto Adelantado,
al licenciado JUAN DE TORRES DE VERA Y ARAGÓN, heredero del adelantado Juan
Ortiz de Zárate, le faltaba fundar una ciudad a fin de cumplir con lo dispuesto
en las capitulaciones de su suegro, es decir crear un punto de apoyo en la
larga ruta que iba de Asunción a Buenos Aires y abrir un nuevo centro de
colonización. Así fue que desde Asunción (Paraguay), decidió emprender dicha
empresa con la colaboración de su sobrino Alonso de Vera-y Aragón («El Tupí») y
el capitán HERNANDO ARIAS DE SAAVEDRA (conocido como «Hernandarias»). Para
fines de 1587 o principios del año siguiente, se puso en ejecución la empresa
fundacional y Hernandarias partió, desde Asunción, por tierra. Mientras tanto,
otro grupo, al mando de Alonso de Vera y Aragón («El Tupí»), partió en barco y
balsas. Ambos se dirigieron hacia esa tierras que ya a principios del siglo le
había llamado la atención a los conquistadores que los precedieron y a
principios de 1588 llegaron al lugar conocido como “las siete corrientes,
llamado así porque que diversas formaciones geológicas, hacían que el río
Paraná a esa altura, produjera otras tantas corrientes divergentes.
El lugar
elegido, a orillas del río Paraná, contaba con un espacio adecuado para el
amarre de embarcaciones y los límites urbanos marcados en un principio,
abarcaban una extensión tan amplia que era difícil de controlar. Una vez
explorado y preparado el terreno, el 3 de abril de 1588, la fundación fue
formalizada por el adelantado licenciado Juan de Torres de Vera Aragón, tal
cual consta en el acta fundacional y la ceremonia se realizó conforme con las
normas del derecho hispánico establecidas en las Leyes de Indias, denominándose
a esta nueva ciudad, Simplemente “Vera”.
Luego de haberse levantado el Acta de
fundación, Juan Torre de Vera y Aragón, en el sitio que ocuparía la plaza
mayor, hizo colocar el Rollo de la Justicia y luego tomó y recibió el juramento
de todas las altas autoridades. Eligió el lugar donde se edificaría la Iglesia
Mayor, a la que dieron por advocación “Nuestra Señora del Rosario” y allí
plantaron una cruz, donde poco después, acaeció un hecho milagroso (véase “La
cruz del milagro” en Crónicas).
Desde los primeros días, la nueva
ciudad tuvo que luchar duramente por su supervivencia. Sus pobladores
pasaron años muy difíciles y en más de una ocasión, la ciudad corrió peligro de
desaparecer. Pero amparados por su fe católica y el espíritu de sacrificio de
los «mancebos de la tierra», criollos y mestizos, oriundos del Río de la Plata,
a los que se le iban uniendo los aborígenes pacíficos del lugar, lograron en
comunidad, superar las dificultades propias de la época. A diferencia de otros
sitios elegidos, el agua era abundante y la tierra excelente y por lo tanto no
había peligro de hambre, los pobladores contaban con abundante ganado vacuno y
caballar para que pudieran valerse por sí mismos y los animales se reprodujeron
en forma asombrosa gracias a los excelentes pastos naturales. Diez años después
de la fundación, ya había en ella más de ciento cincuenta hacendados y la abundancia
de animales continuaba atrayendo a más gentes, a pesar de las constantes luchas
con los aborígenes rebeldes de la región, que luchaban duramente por la
posesión de sus tierras y atacaron constantemente a la ciudad. Con el tiempo
los guaraníes, que habían sido incorporados al sistema de encomiendas, se
mezclaron con los españoles y su fuerte influencia cultural perdura hasta la
actualidad en el uso de la dulce lengua guaraní.
El nombre de la ciudad de Corrientes ha sufrido, a través
del tiempo, numerosas variantes. Cuando la fundó JUAN DE TORRES DE VERA ARAGÓN,
esos pagos eran conocidos como «las siete corrientes», refiriéndose a los siete
cursos de agua que allí convergían (el Paraná, el Paraguay y su afluente el
Ancho y los cuatro riachos que provienen del territorio chaqueño). Por un
tiempo, la gente mantuvo el nombre primitivo de Vera (por quien la fundó),
luego pasó a llamarse Juan de Vera, pero como los lugareños, cuando se
referían a su ciudad, decían que vivían «río arriba, en la ciudad de Vera, que
por otro nombre se llama de las Siete Corrientes», comenzó a llamarse
“San Juan de Vera de las Siete Corrientes”. Pero todo no terminó allí: años más
tarde, debido a un milagro que la leyenda atribuye a una Cruz de madera
que los aborígenes no pudieron destruír por medio del fuego, comenzó a
llamársela «San Juan de la Vera Cruz». Finalmente, como todas estas
denominaciones resultaban excesivamente largas, poco a poco, empezó a referirse
a ella simplemente como la ciudad de Corrientes, desterrándose para siempre sus
anteriores denominaciones. Y tanto se las desterró, que cuando en 1814, al
crearse la respectiva provincia mediante Decreto firmado por el Director
Supremo GERVASIO ANTONIO POSADAS, se le dio `por nombre, el que ya tenía su
ciudad capital: Corrientes.
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